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ITALIA SE VIO EN EL SUELO HÚMEDO de una habitación semioscura, con la única compañía de una vela. Se levantó con pesadumbre. Se sentía débil y confundida.

¿Qué había sucedido? ¿Cómo había llegado hasta allí?

Lo último que recordaba era un par de ojos pardos que la habían acorralado de una forma extraordinaria. Se había sentido muy adolorida. Incluso en esos momentos podía sentir los terribles espasmos eléctricos que recorrían su cuerpo entero.

Quiso gritar, pero su instinto se lo impidió. En vez de eso decidió observar la estancia; no había nada más que oscuridad. Se trataba de una reducida habitación de cuatro paredes, sin ventanas ni objetos que le indicaran nada sobre su paradero. Probó a tocar las paredes con sus manos, la textura de estas le pareció irreconocible, era como una especie de metal, frío al tacto. De no ser por el color oscuro y profundo podría haber jurado que se trataba de hielo.

Afuera, notó una llamarada que la hizo retroceder y una franja delgada de luz en el suelo le indicó la salida. Se acercó a ella, de rodillas, y miró bajo la grieta que le permitió divisar un amplio y oscuro corredor, iluminado solo por antorchas.

Pudo ver las botas de una persona, recorriendo el pasillo de un lado a otro.

Bien, había únicamente un guardia.

Se levantó casi de un salto, sin hacer el menor ruido, y se acercó a la puerta, colocándose a un lado para que sus pisadas no se notaran desde afuera. Quería que el guardia pensara que aún estaba inconsciente; quizás con esa ventaja a su favor ella tendría una oportunidad de escapar de aquella maldita prisión.

Trató de encontrar el picaporte, el gozne o lo que fuera que mantuviera cerrada aquella extraña abertura. No obstante, no logró encontrar nada, sus manitas solo recorrían una superficie plana, inacabable.

Suspiró hondo, pasándose una mano por el cabello castaño y mordiéndose el labio inferior.

Le parecía increíble que le estuviera sucediendo aquello una vez más. En la primera ocasión había sido a manos de su propia creadora, cuando ella había roto las reglas del anonimato que resguardaba su existencia, para ir en busca de su familia humana.

Había encontrado a su hermano, pero de su madre no volvió a saber nada más. Y era lógico. Después de todo, la madre de Italia era una mujer alcohólica, una callejera, como solían llamarla los crueles aldeanos. Seguramente había perecido en las calles, atiborrada de alcohol.

Después de visitar a su hermano y de contarle todo acerca de su nueva vida nocturna como una bestia cruel, la chica volvió a su escondrijo en el chalé de Wynona, pero esta no la deseaba más a su lado.

Mandó construir una pequeña celda debajo de la mansión, y ahí metió a Italia por nada más y nada menos que ciento ochenta años.

Después de tanto tiempo, apenas tres años atrás, corrió con un poco de suerte, pues uno de los nuevos celadores se había compadecido de ella y la había dejado escapar.

Pero ahora... algo le decía que aquel ser era mucho más despiadado que Wynona; lo notaba en su mirada, en esos horribles ojos pardos que la miraron como se mira a una presa, a un animal cualquiera al que no le importaría exterminar si es que dejaba de serle de utilidad.

No obstante, sabía que por el momento no la asesinaría. Al menos hasta que se dieran cuenta de que no significaba absolutamente nada para el príncipe sin vida. De que tal vez hasta agradecería que se la hubieran quitado de encima.

A pesar del beso que había compartido con ella. Sabía de sobra que no era nada más que un estorbo para él.

Goliat sobrevoló con agilidad las portentosas escaleras de caracol que los dirigiría a la libertad. Detrás de él lo perseguían Tatsurou y Reishack y un poco más atrás, trastabillando y dando tumbos por las paredes, se encontraba el viejo y regordete Pistorius. El anciano jadeaba de modo estrepitoso.

¿Estás seguro de lo que estás haciendo, Reishack?, preguntó la dócil lechuza, el joven ángel no respondió, pero su silencio fue suficiente para él.

Al salir a la enorme terraza mirador, tanto Pistorius como el fantasma soltaron una aguda exclamación de sorpresa. Frente a sus ojos yacía un colosal telescopio que apuntaba hacia el cielo de forma soberbia y abrumadora. La noche comenzaba a desplomarse sobre sus cabezas y Reishack supo entonces que era el momento oportuno para su escape.

Se detuvo en seco y elevó los brazos formando una V con ellos. Los presentes sintieron que la tierra se removía bajo sus pies, al principio con suavidad, pero al segundo siguiente la fuerza del chico los obligó a asirse de lo que encontraron más próximo.

En un abrir y cerrar de ojos el panorama se convirtió, de una terraza mirador, a un infernal y sobrecogedor desierto. El viento corría despavorido y elevaba la suave arena del suelo creando remolinos gigantescos de un pálido color naranja, el viejo Pistorius se cubrió la cara con el brazo y sus mangas sucias y rotas colgaron frente a su rostro.

Tatsurou no perdía de vista a Reishack; quien concentraba un gran cúmulo de energía sobre su cabeza; una luz índigo tan hermosa lo cubrió como un rayo vagabundo creado desde las entrañas mismas del ángel. Observó cómo se formaba un agujero lo suficientemente grande como para que entraran todos juntos.

—¡Ahora! —exclamó el ángel.

Goliat comenzó a sobrevolar el área, como para indicarles que debían entrar a la brecha.

Pistorius fue el primero entrar, precipitándose con pesadez por una pequeña escalonada de arena que por poco lo hace caer al suelo. A trompicones logró atravesar el portal que Reishack había abierto para él.

Tatsurou iba a hacer lo propio, pero se detuvo cuando notó ángel desplomándose en el suelo, no tardó ni un segundo en acercarse para ayudarlo, pero cuando iba a ponerle una mano encima, este lo rechazó, intentando golpearla.

—Sal por la brecha o te quedarás atorado aquí —le dijo sin mirarlo.

—Pero, Reishack, ¿qué pasará contigo?

—¡Hazlo!

Goliat se acercó al fantasma, guiándolo presuroso hacia el agujero de luz que comenzaba a empequeñecer.

El fantasma quiso rechistar, quiso volver. Lo cierto es que algo lo ataba a ese ángel tan rebelde por el que comenzaba a sentir un poco de simpatía.

Dio unos cuantos pasos hacia la luz sin dejar de mirarlo, de rodillas y con la cabeza baja.

Entró a la brecha, sintiéndose terrible e impotente al no poder ayudarlo.

Una vez reconectado con el mundo terrenal, Reishack sintió una aguda punzada de dolor. Italia se encontraba en problemas y él podía sentirla atrapada en una oscura prisión. No obstante, percibía que el lugar al cual había sido llevada no se encontraba en este mundo y temió por su seguridad, la cual, sin duda alguna había sido expuesta gracias a él.

Tal parecía que aquello que lo quería muerto no iba a escatimar en esfuerzos para lograr su cometido. Sin embargo, una vez recuperado el aliento tras abrir la imponente brecha que liberó a Pistorius de su encierro eterno, se puso de pie, dispuesto a ir por esa tonta vampira antes de que se metiera en más problemas. Seguro de que sería pan comido rescatarla.

Materializó sus alas y emprendió el vuelo, no obstante, se quedó petrificado. Aquella voz... aquella presencia, aquel dolor.

Abrió los ojos, atónito.

Allison estaba en peligro.

Italia comenzaba a sentir fuertes convulsiones que venían desde su interior. La incapacidad para salir de ahí, la terrible oscuridad que se la tragaba por completo y el voraz y desquiciante paso del tiempo que no se amedrentaba en su funesta marcha, pretendían volverla completamente loca.

La oscuridad se le hacía más intensa con cada minuto y el aire disminuía con voracidad.

Un sentimiento de desesperanza se apoderó de ella.

Estaba segura de que perecería en aquella celda, de que ese tenía que ser por fuerza su destino. ¿De qué otra manera hallaría una razón para lo que estaba ocurriéndole por segunda vez?

Sin lugar a duda, aquello se trataba de un castigo, una maldición a su naturaleza primitiva. Lo merecía por haber hecho un pacto con el diablo, por vender su alma solo para conseguir los bienes que quizás habría podido obtener de otra manera. Era consciente de su error, aunque el castigo le estaba pareciendo demasiado cruel y despiadado, incluso para alguien como ella.

No obstante, los rostros de aquellos seres inocentes que había asesinado por el simple hecho de querer hacerlo desfilaron ante sus pupilas, entre la penumbra que se extendía por cada rincón de la inhóspita estancia.

Italia no podía olvida aquellos humanos de los que había bebido hasta saciar sus impulsos, únicamente por el placer de sentir su sangre vital una vez más dentro de ella. Y reconocía con pesar que, en un momento de su vida, aquel líquido se había convertido en una droga para ella.

Sabía que Reishack lo sabía. Y creía saber que él estaría de acuerdo con ella en que aquel sería un estupendo castigo, demasiado bien merecido como para quejarse. En definitiva, se lo había ganado, no cabía duda de ello.

Sin embargo, el terror, el pánico que experimentaba era tan agobiante, que no sabía si resistiría un solo día en ese maldito calabozo.

De pronto, como si de un rayo salvador se tratara, la vampira escuchó una detonación a lo lejos.

Se levantó de súbito, aproximándose a la rendija que filtraba la luz de afuera, y como hiciera anteriormente, volvió a asomar sus ojos por aquella abertura. Esta vez la persona que había hecho guardia durante todo el día no continuaba caminando de un lado a otro, había corrido vertiginosa hacia el sitio en el que se había escuchado tal estruendo.

Poco tiempo transcurrió para que Italia observara un cuerpo desplomándose en el suelo y para que, a través de la abertura, se filtrara una senda enorme de sangre fresca, que hizo que Italia se levantara de un salto. Por un momento, aquel líquido rojo que tanto había amado, le causó repulsa.

Una nueva explosión hizo que la pared colisionara, y detrás de los escombros y de la nube de polvo que la erosión había causado, una figura fornida se abrió paso. En su mano derecha cargaba una pistola, demasiado grande y extraña que la chica nunca había visto con anterioridad. El hombre enfundó con agilidad la espada que tenía en la mano izquierda, ofreciéndole la diestra a la vampira.

Pero Italia estaba conmocionada. Asombrada por la facilidad de su rescate, intrigada por la identidad de aquel desconocido y sumamente decepcionada por notar que su salvador no había sido quien ella creía y a quien, a pesar de todo, moría por volver a ver.

—Italia —La voz masculina le apremiaba a seguirlo—. Una turba de demonios se aproxima, es ahora o nunca.

Aquellas palabras fueron suficientes para que la joven tomara la mano extendida que le brindaba aquel desconocido, junto a aquella promesa de libertad.

Juntos atravesaron sendos pasadizos y recovecos oscuros.

Iban demasiado rápido, pero la joven podía percatarse de que no se encontraban en un lugar cualquiera. Nada había ahí que pareciera normal. No había mobiliarios, ningún accesorio, no había puertas o ventanas, ni siquiera era capaz de ver el techo, todo parecía sumido en una profunda oscuridad infinita, como si la luz hubiera desaparecido del mundo entero.

Cuando llegaron a lo que ella creyó que sería un callejón sin salida, sintió que el terror volvía a su alma al sentir que su salvador la soltaba con brusquedad, desenfundando de nuevo aquella portentosa espada que refulgió en la oscuridad, tal y como si poseyera luz propia.

Pero el hombre solo descargó el arma contra la sinuosa pared que tenían en frente, como si quisiera cortar por la mitad a un enemigo invisible. Italia observó con admiración que, de aquella tajada, una luz intensa comenzaba a brotar, expandiéndose con rapidez.

El hombre, tomándola nuevamente de la mano, la condujo por aquella ranura recién construida, para escapar juntos hacia el exterior. 

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