𝓧𝓥𝓘𝓘

LA LUZ CREPUSCULAR ENTRE LOS EDIFICIOS DIO el aviso a Italia de que debía esconderse. No se despidió de Reishack, ni dijo nada más al salir huyendo del sol matinal.

El ángel, por su parte, se encogió de hombros y depositó una suave caricia sobre el mango de la espada. Goliat comenzó a volar a su alrededor.

¿Qué sucedió?, preguntó con una melodiosa voz.

Reishack levantó la cara para mirarlo, y Goliat pudo sentir un dolor muy intenso en el pecho.

—Tengo la impresión de que en realidad ya sabes la respuesta —dijo él de modo calmado.

Te ha poseído, prorrumpió, nervioso. No puedes permitirlo. Si lo dejas navegar por tu interior como si nada, comenzará a darle vida propia a tu cuerpo. Y será el fin. Poco a poco su alma y tu cuerpo material se irán fusionando, enlazándose en una especie de pacto demente que a la larga los hará sufrir a ambos. ¿No crees que es suficiente con tu problema actual?

Reishack sonrió.

—No puedes asegurar que algo como eso pueda suceder.

Caminó perezoso con una mano en el bolsillo y la otra celosamente cerrada sobre la empuñadura de la katana.

En los ojos redondos de Goliat apareció un grave destello de decepción.

No lo siguió, pero continuó hablándole dentro de su cabeza.

Tienes esa frase reservada especialmente para mí, no entiendo cómo es que, a pesar de tantos años a tu lado, de seguirte lealmente, puedas aún desconfiar de mí, Reishack»

—Eso es un buen punto. Desde hace tiempo quería preguntártelo, Goliat —giró sobre sus talones, observando con una mirada desdeñosa al animalillo que reposaba sobre la orilla del edificio—. ¿Por qué me has seguido todos estos años? Sé que Adonía te ha encomendado la tarea de auxiliarme en mis labores, pero deduzco que hay algo más detrás de todo esto.

¿A qué te refieres exactamente?

Goliat respiró hondo.

—No soy tonto, Goliat —prosiguió él—, sé que a los demás ángeles no les está permitido tener acompañantes, y mucho menos a la hora de llevarnos a nuestras víctimas.

La lechuza dio un respingo, pero el joven no lo notó. Volvió a dar media vuelta, de cara a la ciudad que comenzaba a despertarse entre murmullos y ruidos secos.

Los autobuses comenzaban con su labor diaria y la muchedumbre salía de sus hogares, intentando protegerse del frío con enormes abrigos y chamarras.

A pesar de que él no se encontraba en un edificio alto, las personas no podían notarlo, si acaso elevarían la cabeza debido a la sensación de ser observados por alguien, pero proseguirían su camino, seguros de que su imaginación o el sueño intentaban jugarles una mala broma.

—¿No vas a responder? —preguntó con aspereza después de un breve silencio.

La lechuza no encontró las palabras adecuadas para excusarse, al contrario, su silencio amargo y nervioso indicaba que algo estaba ocultando, y Reishack era del tipo de ángeles que no perdonarían una traición.

Lo único que puedo decirte es que puedes confiar en mí, comenzó Goliat. Tú mejor que nadie sabe que soy un ser honesto, incapaz de mentir o abandonar a quien yo considero digno de seguir. Y cuando decido proteger y permanecer a lado de alguien, lo hago para siempre. Pero, a pesar de mi pulcro historial, sabes también que yo he mentido, engañado y fraguado escenarios para excusarte frente al Consejo, incluso frente a Adonía. Y a pesar de que me duele mucho tener que mentirle al ser que me dio la vida, aquel que me alejó del Avitchi y de una eternidad sin contemplar más que la nada, yo sigo dispuesto a hacer cualquier cosa por permanecer a lado tuyo. Cueste lo que cueste.

Una pequeña lágrima afloró de sus ojillos curvados y Reishack pudo sentir la tristeza que asaltaba a Goliat en esos momentos.

Y yo eh decidido seguirte a ti, prosiguió. Estoy dispuesto a entregar mi vida si con ella puedo aminorar, aunque sea un poco, tu sufrimiento. Yo mejor que nadie conoce tu dolor, yo lo he compartido contigo, yo he guardado tus secretos y los he hecho míos... y algún día, quizás no muy lejano, pueda compartir mis propios pesares contigo.

—¿Por qué no hacerlo ahora?

Porque aún no es tiempo, Reishack. Pero confía en mí, ya llegará el momento, y entonces tal vez comprendas muchas cosas que hasta ahora han permanecido vedadas para ti, incluso yo mismo espero comprender otras tantas. Pero como te he dicho... todavía no es el momento indicado para eso.

—¿Por qué no? —impaciente, cuestionó Reishack, tal y como si se tratase de un chiquillo, ávido de nociones.

Ya lo sabrás, pero ahora tenemos algo mucho más importante por descubrir.

—El dragón —dijo él.

Así es, por alguna razón quería atraparte y recurrió a mí para conseguir tu paradero, agachó la cabeza con pesadez. Perdóname por traerlo hasta ti, pero no supe a quién más acudir.

—No te preocupes, hiciste muy bien. De no ser por ti jamás habría tenido esta experiencia tan sensacional. No todos los días se tiene la oportunidad de asesinar a una criatura tan fantástica como esa.

Los ojos de Reishack destellaron de emoción mientras una sonrisa, cada vez más amplia, se incorporaba sobre su rostro. Goliat sintió una señal de alarma.

Reishack colocó una mano sobre su cabecilla hirsuta en señal de confianza y serenidad. Aquel gesto lo confortó.

—No te preocupes por mí, te prometo que todo estará bajo control, pero este ser permanecerá a nuestro lado de ahora en adelante.

Goliat comprendió enseguida que hablaba del alma que residía en la espada, y que ahora quizás estaba recorriendo el interior de su amo.

Soltó un largo suspiro, asintiendo con suavidad y dirigiéndole una mirada cargada de honestidad y colaboración.

Reishack esbozó una media sonrisa.

—Me alegra que lo hayas comprendido. Me gustaría que hablaran un poco, que se conocieran, pero no hay tiempo. Si ese dragón te utilizó para dar conmigo, quiere decir que se trata de alguien que nos conoce muy bien y que te ha visto.

Se acarició la barbilla con el ceño fruncido.

—De primera, solo se me ocurre Italia.

¡Ah, no!, exclamó una voz en su cabeza. Pero esta no era la de Goliat, sino la del espíritu que habitaba en la espada. ¡Con ella que ni se te ocurra meterte! Es imposible, inconcebible, inadmisible. No puede ser ella. Italia me hurtó con una osadía valerosa, y me llevó consigo durante años. Le debo más que la vida y no permitiré que hablen ni un poquito mal de ella.

—Está bien —repuso el ángel—. De todas formas, no puede ser ella. ¿Acaso no viste esa mirada de terror al ver al dragón? Lucía como una chiquilla asustada. ¿Te imaginas una vampira tan asustadiza como ella gobernando a un dragón tan magnificente? Es una tontería.

Reishack exclamó un leve alarido al sentir un fuerte golpe en su estómago, provocado por el fantasma de la katana. Goliat ladeó la cabecita.

¿Qué sucede?, preguntó, confundido.

—Nada —susurró Reishack—. Se supone que estás pensando en quién pudo haber enviado al dragón, ¿no es cierto? ¡Concéntrate en ello!

La lechuza encogió la cabeza entre su pecho, avergonzada.

Bien, bien, bien... bien... bien... El espíritu no paraba de hablar.

Reishack soltó aire, irritado.

—¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó en voz alta.

No lo sé, respondió Goliat. Quizás se trate de una prueba del eterno, aunque por la magnitud de nuestras heridas y...

Yo creo que alguien te quiere bien muerto, afirmó la voz, no obstante, Goliat no lograba escucharla. Seguro le caes muy mal a más de uno y es lógico que deseen talarte, ¡igual que a un árbol! Aquella voz terminó la oración con una carcajada exacerbada y desbordante, como si aquel chascarrillo hubiese sido una genialidad humorística. Reishack se mordió el labio inferior, desesperado. Goliat, por su parte, continuaba hablando.

—No te hablé a ti —susurró, pero se dio cuenta de que no iba a funcionar, hablara alto o en su cabeza, o con voz baja, ambos podían escucharlo, fuera como fuere. Aquello iba a terminar muy mal.

¿A mí?, preguntó Goliat, confundido.

¡Por supuesto, mariposa!, contestó la voz de su interior. Dile que es a mí a quien le hablabas.

—No, porque le hablo a él.

¿Entonces quieres que me silencie?, cuestionó con tristeza Goliat.

¡¿Qué?! ¡Tú estás demente o qué! ¡¿Cómo le preguntas a una mariposa asustada?!

—¡Cállate!

Perdóname, respondió Goliat

La voz de su cabeza volvió a carcajearse dentro de él.

Reishack se llevó unos dedos a la cien, respirando hondo.

—Está bien. Goliat, ¿cómo puedo hacer que escuches a este tipo?

¿Hablas de...?

Dejó la pregunta en el aire.

El ángel asintió y Goliat pensó que aquello era el colmo. Lo cierto era que no quería tener nada que ver con ese individuo.

La verdad es que no lo sé.

—Yo sé que tú sabes.

Seguro lo sabe, pero no te lo quiere decir. Lo noto, porque cuando miente abre un poco el pico.

Reishack entrecerró los ojos. Aquella observación era cierta.

De todas maneras, no tengo ganas de hablar con él tampoco.

—Necesito que se lleven bien, no puedo hacerle caso a ambos si están dentro de mi cabeza. Esto es un asunto muy importante, si no encontramos pronto al enemigo podría volver a sorprendernos y entonces saben muy bien que los tres terminaríamos hechos polvo. Así que, Goliat, ¿qué método podemos usar para que este tipo pueda ser visto y escuchado por ambos?

Tatsurou, dijo aquella voz.

—¿Qué?

Yo no he dicho nada, aclaró Goliat. Reishack pasó de largo su comentario

Tatsurou... mi nombre es Tatsurou, y no "tipo, chico, ni individuo"; y no se te ocurra jamás llamarme "fantasma o alma errante".

Creo que puede existir un método, comentó Goliat, pero solo conseguiría que te unieras más a él, además de que únicamente yo podría verlo y escucharlo, es decir; seres como Adonía, tus inocentes o incluso esa vampira, no podrían verlo jamás, ni escucharlo. A menos que lo hagan de tus labios.

—No importa, con eso me basta.

Goliat exhaló un leve suspiro.

Está bien. La técnica para liberar a un alma como esa es muy antigua pero sencilla. Solo tienes que hacer una conexión muy profunda con el alma, con la esencia más pura de ese fantasma. Con su esencia inconsciente.

—¿Y cómo se supone que haga eso?

Esta técnica requiere de un alto nivel de concentración de energía espiritual, sin mencionar que no podrás unificarte al instante, sino que tomará su tiempo.

¿Por qué sigues haciéndole caso a esa mariposa? Yo tengo un método mucho mejor para que él pueda verme.

—¿De qué va?

¿Quieres que me detenga?, preguntó Goliat, intuyendo que ese otro tipo le estaría hablando a Reishack.

El ángel asintió.

En mi cultura, se tiene la creencia de que todos se dirigen a la perfección de manera individual. Y eso es muy cierto. ¿No lo crees?

Hizo una pausa, pero no recibió respuesta alguna.

Yo sí, pero si lo miras bien, ninguno es perfecto en sí mismo. Es de la mezcla de donde surge la verdadera perfección. En este momento yo soy un pútrido fantasma. ¡Tanto mejor para nuestro experimento! Y tú posees un cuerpo angélico, qué mejor, digo, ¡qué mejor! Yo tengo una mente inferior, tu mente es superior, yo tengo voluntad espiritual, y tú... bueno tú posees características de ángel. Yo soy fuerte, y soy un poderoso sacerdote. Por ello podemos hacer mancuerna. ¿Captas la idea?

Creo que sí —susurró Reishack—. Si fueras un ser de menor categoría, quizás mi interior, mi propio núcleo ya te habría absorbido. Pero no sucedió. Tienes la capacidad para plegarte a un cuerpo, sea cual fuera. ¿no es cierto?

No del todo... si tu fueras más fuerte, quizás yo no podría sobrevivir aquí, dentro de ti. Y si tu corazón no estuviera vivo, como supongo que no debería estarlo. Entonces yo jamás podría resguardarme en él.

En pocas palabras. Insinúas que...

Sí; en pocas palabras, insinúo que eres débil y solo por eso puedo residir en tu interior.

Reishack se mordió el labio, indignado.

¿Quieres probar cómo te extraigo de mis entrañas? —dijo con severidad. Tatsurou pudo sentir un vuelco en todo su ser, desde lo más profundo de su interior. Se aferró de forma arrebatada a algún lugar dentro del corazón. Asiéndose del único órgano con vida dentro del cuerpo vacío de Reishack. Este se llevó una mano al pecho.

¿Qué pasa? preguntó Goliat, asustado.

Reishack elevó la cabeza y miró a su acompañante

—Nada —dijo el ángel, entrecortadamente—. Escucha —prosiguió, dirigiéndose a Tatsurou—. Es obvio que nos necesitamos mutuamente, ¿no es verdad? A eso te referías.

¡Claro! ¡Ya me estás comprendiendo! La mezcla de un ser espiritual como yo y un ser divino como tú podría sobrepasar grandes expectativas. Seríamos invencibles. Creí que ya habíamos acordado eso.

—Por supuesto.

Entonces, ¿quieres que continúe con mi explicación?

—Hazlo — masculló. Pero por dentro se sentía agradecido con Tatsuro por haber resucitado una vez más aquel órgano inerte.

—Bien, bien, bien. Vale, vale, vale. En mi cultura, la meditación profunda es básica para cualquier actividad que requiera energía espiritual, y creo que eso lo sabes de sobra. ¿Por cierto, sabías que la confusión es causada por tantos estímulos externos que hay hoy día en el plano físico?

—¿Qué tiene eso que ver?

—Pues, que tu lechuza está siempre aquí, ¿no es eso cierto? Aquí, contigo. Y tú siempre estás en tierra, ¿no? Lo sé por el peso de tu cuerpo. Es demasiado denso para un ángel y demasiado ligero para un mortal, o inclusive para un alma errante como yo.

—Es verdad.

Goliat comenzaba a desesperarse, pero se quedó inmóvil y quitecito en su lugar, sin mover ni un músculo. Intentaba descifrar las palabras de Reishack, y deducir lo que le decía ese fantasma.

— ¿Y qué tiene que ver eso con aquello de la mezcla?

¿La mezcla?, inquirió la voz de modo exagerado. ¿Cuál mezcla? ¡¿Por qué no pones atención?!

—No te conviene sacarme de quicio, Tatsurou.

Es que, eso no tiene nada que ver... quizás solo quería decirlo, pero ¿puedo?

Reishack comprendió enseguida que se refería a tomar posesión de su cuerpo una vez más. Viró la mirada, desesperado, y asintió con pesadumbre.

Tatsurou no pudo esperar un segundo más, de modo que en seguida tomó el control del cuerpo de Reishack, disfrutando de aquel inmenso poder recorriendo cada fibra de su cuerpo.

Una vez más era capaz de sentirse vivo, o al menos, todo lo vivo que podía sentirse.

Sintió la brisa sobre su rostro, la libertad de la carne que le obsequiaba este mundo. Por un segundo intentó olvidar su maldito destino, olvidar que en estos momentos su verdadero cuerpo se encontraba sepultado, amordazado y oculto del mundo entero. Tratando de olvidar que no era más que un alma maldita, asesina y vulgar que desesperadamente se adhería a la vida.

La sensación era extraña, pero mucho mejor que el sufrimiento de llevar a cuestas una carga tan pesada como lo era el cuerpo físico. Recordó cuando era un humano, un joven increíblemente perfecto, un joven japonés que habría podido crear cosas magníficas en su tiempo como humano.

Goliat percibió el cambio casi al instante, entrecerrando los ojos con desconfianza.

El rostro de Reishack sonrió, pero esta sonrisa era distinta. Esta sonrisa era sarcástica, exagerada, quizás hasta perturbadora.

Colocó una mano en la cintura y saludó a Goliat, extendiendo una palma al aire. Goliat se obligó a asentir con indiferencia.

Veo que eres tú.

—Sí. ¡Soy yo! ¡Vaya, es tan distinto estar aquí afuera! Es tan revitalizante —se agachó levemente para mirar a Goliat a los ojos, y sin dejar de sonreír colocó un dedo en su frente.

La lechuza tuvo el impulso instintivo de hacerse a un lado.

—No hagas eso —dijo Tatsurou, frunciendo el ceño—. Me cuesta más trabajo hacerlo. Mi visión es borrosa, mariposa. Y la energía que estoy utilizando especialmente para ti no me va a durar para siempre. Así que, ¡quédate quieto pedazo de...!

De sus labios brotó un pequeño quejido de dolor que le impidió terminar la frase. Goliat aleteó, atemorizado, pero sonrió para sí al notar que Reishack lo protegía, aun estando ausente.

—Está bien —escuchó murmurar entre dientes a Tatsurou para, acto seguido, observarlo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ven, criaturita. No voy a hacerte nada —masculló con suavidad, con una sonrisa incauta y sugestiva en el rostro, mientras movía un par de dedos en su dirección como si estuviese llamando a un gatito.

Con evidente renuencia, Goliat se obligó a acercarse y hacer lo que le pedían. No obstante, se arrepintió al segundo siguiente al sentir un golpe fuerte y agudo en la cabeza, tan espantoso que lo tumbó al suelo.

Tatsurou entonces comenzó a saltar como un loco, riendo con frenesí. Goliat intentaba levantarse, pero sentía un extraño mareo que no lo dejaba apartarse del suelo.

Las carcajadas de Reishack lo herían en lo más profundo, y ahí, en el suelo, la lechuza se sintió terriblemente traicionada. Pese a que sabía que ese no era Reishack, no podía evitar sentirse vacío al escucharle reír de aquella manera tan macabra.

No sabía si sería capaz de soportar esa nueva faceta a su lado.

Cuando por fin pudo abrir los ojos y enfocar la mirada, pudo notar que el ángel se encontraba en el suelo, convulsionando de modo salvaje.

—¡No, espera! —gritó Tatsurou. Y algo lo levantó por los aires, azotándolo contra el pavimento. Su mirada parecía perdida, pero seguía consciente, y antes de que Reishack intentara hacerle algo más como castigo por maltratar a Goliat, Tatsurou se colocó de rodillas, conteniendo el aire—. ¡¿Acaso no ves que ahora ya puede verte?!

Goliat aleteó entonces hasta ellos, aún con un poco de mareo y visión borrosa, pero podía observar a Reishack, sosteniendo a un joven japonés por el cuello con una mirada colérica

¡Es verdad!, exclamó con la voz quebrada y débil. ¡Reishack, ahora puedo verte y a él!

Reishack volteó la mirada al fantasma que yacía en el suelo, esperaba que Tatsurou se encolerizara, que intentara algo en contra de su propio corazón, pero la reacción de él lo sorprendió, ya que respondió con una carcajada demencial.

—¡Eres un estúpido! —exclamó al tiempo que se abrazaba a sí mismo, mostrando a su vez un gesto de dolor. Reishack se mostró confundido.

Tatsurou se levantó, estirándose todo lo que pudo con una enorme sonrisa en los labios.

—De verdad que somos unos grandísimos estúpidos.

—¿Perdona? —respondió él—. Quizás tú estés acostumbrado a este tipo de situaciones absurdas, pero repito que debemos encontrar una solución.

—Vale —sonrió Tatsurou—. Pues ahí tienes a tu lechuza. A ver de qué sirve que me escuche ahora.

—Tengo que irme —inquirió Reishack con seriedad.

—¿Ah? ¡Joder! Todo eso para nada. Está bien. Supongo que debo salir por completo de tu cuerpo.

Reishack asintió y dio media vuelta al verse nuevamente con el mando absoluto de su ser. Goliat lo iba a seguir, pero el joven ángel lo detuvo en seco.

—Tú no vendrás conmigo esta vez —dijo.

Tatsurou sonrió con avidez e hizo el gesto de acercarse a Reishack, pero este lo detuvo también.

—Tú tampoco.

—Pero...

No tuvo oportunidad de objetar nada, pues Reishack ya había desaparecido.

Tatsurou solo pudo quedarse inmóvil, mirando la katana en el suelo. Esa misma arma que lo había mantenido encadenado durante mucho tiempo.

Sin embargo, esbozó una sonrisa al ver a Goliat.

—Bueno, ¿y tú sabes a dónde fue? —preguntó a la lechuza.

Claro, mintió Goliat.

— ¿Y bien?

La lechuza dio media vuelta, plegando las alas.

No tengo por qué decírtelo.

—Tengo una leve impresión de que te desagrado.

No, qué va, respondió Goliat, sarcástico.

—Pues, no entiendo por qué. ¿No te das cuenta de que somos iguales? Estamos aquí, conversando, mientras toda esa gente vive tranquilamente sus vidas sin siquiera prestarnos el mínimo de atención, ¿y por qué? ¡Porque no existimos!

Goliat intentaba darle por su lado, miraba con fijeza la estela que creaban los minúsculos rayitos solares sobre el horizonte, y que apenas florecían en la espesura.

Tatsurou continuaba hablando.

—Es la primera vez que puedo salir de esta forma tan libre. Ya ni siquiera recordaba lo atractivo que soy —dijo, mientras observaba su propio reflejo en un espejo roto que había hallado por ahí.

Tenía unos ojos castaños tan claros que lucían más bien rojizos, era de facciones finas y un tanto afeminadas. Se pasó las manos por el cabello negro y lacio que le cubría un poco ambos ojos.

Goliat puso atención entonces.

¿Quieres decir que nunca habían roto el sello de la espada con anterioridad?

—No comprendo —repuso Tatsurou.

Goliat se acercó a él.

¿Por qué te encerraron bajo el filo de la espada? Debiste haber hecho algo muy malo.

—No, ¿cómo crees? Yo no merecía algo así.

La lechuza notó que Tatsurou comenzaba a ponerse nervioso.

¿Entonces?

—¿Entonces qué?

Tú querías conversar... pues bien, dime; ¿cómo fue que te embotellaron bajo un hechizo tan antiguo?

Tatsurou suspiró hondo y elevó la mirada hacia el cielo, colocando ambas manos en la cintura.

—No creo que quieras saber una historia como esa.

¿Por qué no pruebas?

El fantasma proyectó una breve sonrisa.

—Está bien, pero solo si tú me cuentas tu historia también —dijo.

Supongo que puedo hacerlo. Es algo justo.

Tatsurou amplió aquella sonrisa demencial, mostrando los colmillos que se asomaban por las comisuras de sus labios pálidos.

Se sentó en el suelo, tomando entre ambas manos la espada que durante muchos años había representado para él una prisión. Ahora que la miraba bien, pensaba que aquella magnifica arma era preciosa, perfecta. Quizás ya comenzaba a familiarizarse con ella, con estar atrapado bajo su yugo poderoso y con la oscuridad que hacía que aquel artefacto lo hundiera en los pozos de un tortuoso abismo.

Goliat esperaba la narración, con paciencia y tranquilidad. También él decidió posarse sobre el suelo cálido que el sol comenzaba a entibiar. Y se le hizo extraño poder sentir esa sensación tan agradable.

—Yo solía ser un monje —comenzó Tatsurou, con voz seria—. Un sacerdote muy aclamado y venerado en mi país, en la pequeña región de Kioto. Vivía en los tiempos de represión en el Japón antiguo. Mi familia había muerto y mis amistades habían partido muy lejos en busca de nuevas oportunidades de vida. Es decir, que estaba solo.

«En mi región, llena de pobreza y desolación, los aldeanos solían buscarme para darles consejo, alivio a sus problemas. Y como el ser de mayor conciencia espiritual, como el monje de mi aldea que era, yo tenía que ayudarles de forma obligatoria. Se suponía que todos los monjes debían cumplir con su deber, que debían tener un sentimiento de servicio sincero, pero yo no lo sentía. No podía. ¿Cómo pensar en los demás y olvidarme a mí mismo? ¡Era algo estúpido!

«Pero yo era la sabiduría encarnada para la gente de mi pueblo y, por tal, no debía tener ese tipo de pensamientos. Mi deber era comportarme como un hombre pulcro y desinteresado. Aunque, a decir verdad, todo intento que hiciera por seguir el camino de la rectitud era inútil; estos pensamientos constantemente me atacaban, se revolvían en mi carne, en mi cuerpo, y con ellos, el sentimiento de culpa, de rencor y desespero, comenzaron a fundirse con mi ser.

Una tarde, un hombre mayor de apariencia occidental se cruzó frente a mí, cuando paseaba como siempre por los bosques lejanos, al sur de Kioto. En aquel paseo, ese hombre misterioso me habló de magia, de espiritualidad. Pero no de la espiritualidad casi perfecta que representaba mi cultura. Sino de una espiritualidad relativa, inconstante, más flexible y libre. Esa simple palabra hizo que yo me sintiera atraído por ese anciano y por su filosofía de vida. Así que no tardé en hacerme adepto a su magia.

Como sabrás, en el Japón antiguo el término magia era una abominación, en mi cultura no existe la magia como podría determinarse en ciertas regiones europeas, ni la adoración de deidades druidas. Solo existía el alma y la conciencia, así como las variadísimas etapas de esa conciencia. Por ello, profesaba mi servicio a la gente que me necesitaba. Pero, por otro lado, en la oscuridad de mi refugio comencé a practicar la magia. Las ceremonias, las oraciones y los decretos, los cultos, la preparación de altares y demás artes mágicas para contactar demonios y seres fantasmales, comenzaron a ocupar mi tiempo entero, y pronto ya no pude detenerme.

Las personas de la aldea comenzaron a sospechar de mí, puesto que ya no les atendía de la misma manera. Ya no los escuchaba, ya no les daba consejo alguno para combatir sus demonios internos.

«El resto debes de suponerlo —dijo, mirando amargamente a Goliat—. Me atraparon, torturaron y sellaron en una espada recién forjada, para toda la eternidad. Sin contemplar otra cosa que la nada, la oscuridad. Y luego, ya no tuve más vida, ya no tuve más pensamientos que el de los propietarios, cada día distintos de la katana. Mis dueños.

Hubo un silencio incómodo. Tatsurou se abrazó a sus rodillas como un pequeño y Goliat sintió, en lo profundo de su ser, que ese individuo estaba diciendo la verdad. 

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