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REISHACK SE ENCONTRABA ESTÁTICO, HABÍAN TRANSCURRIDO SOLO dos horas después de que Goliat emprendiera el vuelo y se sentía solo y cansado, pero al menos aquel intenso dolor ya había desaparecido.
Cerró los puños con una expresión de dureza en la mirada. No podía creer que hubiese vuelto a suceder, no de esa manera tan humillante para él.
Si fuera el de ayer, si tan solo pudiera ser como era antes, entonces aquellos sentimientos no lograrían dominarlo.
Deseaba creer que aquella noche sí... que sí había tenido el poder para matarla, tal y como se rumoraba en el mundo vampírico. Quería pensar que Allison en verdad estaba muerta.
A veces lo asaltaban aquellos pensamientos, quizá era mejor creer, engañarse a sí mismo y pensar que ella ya no existía.
Esa técnica había funcionado durante un tiempo, pero ahora no servía de nada. Ahora finalmente abría los ojos a la realidad de que, aquello que lo unía a ella con tanta fuerza, no desaparecería jamás, a menos que ella en verdad no existiera más en este mundo; y ese pensamiento, llevado a la realidad, lo volvería loco.
Se levantó con lentitud, su cuerpo estaba debilitado. Había rechazado muchos llamados de auxilio en esas últimas horas, los había ignorado sin más, de manera que el peso de muertes inocentes comenzaba a alojarse en su conciencia.
Metió ambas manos en los bolsillos y comenzó a caminar sobre el tejado. Los pálidos hilillos del día ya se habían desvanecido sobre el horizonte. La ciudad poco a poco calmó sus pasos y el susurro silencioso de las calles logró enviarlo a la calma que tanto le hacía falta.
Se acercó a la orilla, percibiendo los refinados golpeteos de la brisa del poniente y cerró los ojos, entregándose a su sufrimiento.
Necesitaba reponer energías, olvidarse de todo y esperar a que las emociones terminaran por desvanecerse.
Italia aterrizó justo a un par de tejados lejos del ángel, por encima de su posición. Avanzó un poco hacia él sin dejar de observarlo. Reishack no daba muestra alguna de sentirse observado, pero bien podría tratarse de una nueva treta como aquella en Canadá.
Lo cierto es que después de lo que había presenciado un par de noches atrás, cuando el ángel prematuro acabó con esos dos seres, no pensaba subestimarlo en absoluto.
Cuando Reishack volvió de nuevo tras sus pasos, esta se ocultó detrás de una vieja fachada de piedra. Esperó un par de segundos y volvió a asomarse. El ángel continuaba dando vueltas sobre el techado. Italia se dio cuenta de que el príncipe parecía distraído, desorientado.
Esbozó una media sonrisa. Seguro que podría aprovechar ese descuido para hincarle los dientes de una buena vez.
Intentó contener el aire, reprimiendo aquellos arrebatos tan comunes en ella. La locura solía ser un estado al que los vampiros viejos arribaban al llegar a determinada edad; era lógico, después de pasar tanto tiempo vagando por ese mundo oscuro y sepulcral, sin más compañero que la interminable sed de sangre. Con lentitud, el inmortal va perdiendo la cordura; el autocontrol termina por convertirse en una palabra sin sentido y la deliciosa razón de su gnosis se transforma en un simple fantasma de sus años más gloriosos.
Italia estaba entrando a esa nueva etapa. Poco a poco sentía que las emociones la consumían cada día más. Estaba volviéndose completamente loca.
Apretó la barda con todas sus fuerzas hasta que la orilla de esta se desmoronó entre sus manos; sin embargo, tenía que aguantar solo un poco más, al menos hasta estar completamente segura de que Reishack no la había notado aún.
Sin embargo, quedó petrificada al percatarse de que una masa extraña de humo se acercaba al príncipe de manera amenazante. Entrecerró los ojos para distinguirlo; se trataba de una especie de alimaña, no sabría definirlo con exactitud, de lejos bien podría lucir como un pedazo de porquería negra danzando sobre el viento. Pero esta en realidad poseía conciencia y la inteligencia suficiente para aproximarse al ángel con cautela.
Echó de nuevo la mirada hacia Reishack y quedó helada al constatar que el príncipe parecía estar ausente. Ensimismado como estaba en la orilla de ese edificio, como un niño enclenque disfrutando del bello firmamento. No se daba cuenta de que aquello acortaba la distancia cada vez más y más.
De pronto, esa masa amorfa tomó la forma de una silueta definida; se trataba de un hombre con aspecto desaliñado y la cara desfigurada. Tenía un hueco oscuro y asqueroso en lo que debía de haber sido su ojo izquierdo. El aroma pestilente que desprendía su ropaje era desagradable. Y a pesar de que caminaba como una especie de estúpido autómata con una daga roja y resplandeciente en la mano, Reishack continuaba sin percatarse de su presencia.
Italia se quedó estupefacta, ¿cómo era posible que el ángel no percibiera la amenaza? ¿Es que acaso solo era capaz de detectar a seres inmortales como ella? ¿Por qué no hacía nada?
Esperó un segundo más, quizás Reishack tenía algo en mente; no obstante, el ser acortaba la distancia, ahora con la daga en ángulo vertical: apuntando a su espalda.
Siseó lo suficientemente alto como para que el ángel la escuchara, pero no parecía reaccionar.
Se irguió con rapidez, poniendo un pie sobre la barda; el viento acarició sus cabellos y la condujeron ciegos hacia Reishack. Ella no podía seguir esperando y permanecer impávida mientras observaba el asesinato de un ser celestial tan poderoso como para despojarla de la vida eterna.
Con el impulso del viento llegó a tiempo para girarle la cabeza. El ser espantoso dio un estrepitoso grito de alarido dejando caer la daga que hizo un sonido agudo, como si se hubiese quebrado toda una vajilla entera de porcelana; lo cual le hizo suponer en seguida que esa arma no era normal.
Solo hasta ese momento fue que Reishack se dio cuenta de lo ocurrido a sus espaldas; dio media vuelta tan rápido, que Italia apenas pudo percibir sus movimientos. La miró un segundo, y la vampira sintió que algo en esos ojos había cambiado.
El monstruo se levantó con dificultad. Tenía la cabeza completamente torcida y debido a esto no lograba mantenerse en un solo sitio. Tambaleándose de un lado a otro, intentaba colocar en su lugar esa extremidad tan importante.
Cuando observó los ojos fieros de Reishack, exhaló un espeluznante grito de pavor que Italia no pudo soportar, se agachó en el suelo tapándose los oídos con expresión lastimera. Reishack, por otro lado, se acercó al ser horripilante; la suela de sus tenis hizo un chirrido sobre el asfalto, y cuando el ángel apretó su cuello, este desapareció dejando centellas de sangre que dibujaron todo su contorno.
Italia seguía en el suelo, admirando la escena como una niña asustada bajo las mantas de su cama en una noche de tormenta. Reishack la miró y, pese a intentarlo, no pudo reprimir su desconfianza, de manera que se apresuró a coger la daga que había quedado incrustada sobre el pavimento. La tomó entre ambas manos, desde el mango hasta el pico, y la ofreció al cielo, como un elixir sagrado o una ofrenda a Dios. En ese instante, la daga se convirtió humo y navegó por el firmamento, atropellando las nubes blancas que eran visibles aún, y pintándolas de un color rojizo y opaco.
Italia esquivó su mirada en cuanto este se dio media vuelta. No quería ver de nuevo dentro de aquellos ojos de hielo. Sintió que eliminaba la poca distancia que los separaba y una vez más volvió a sentir aquella desgarradora sensación. Era como un vuelco en el estómago que la mareaba con intensidad.
Tenía que admitirlo, encontrarse ante su presencia era sumamente impresionante.
Reishack se arrodilló frente a ella sin dejar de penetrar su alma con esa mirada y sin decir una sola palabra.
Levantó la mano izquierda y acarició su mejilla con un par de dedos. Italia dio un respingo al sentir el contacto de sus frías manos que, a pesar de todo, le transmitieron cierta calidez y suavidad. Abrió los ojos con lentitud, solo para para darse cuenta de que el ángel le había limpiado una salpicadura de sangre.
Tuvo que obligarse a mirar los ojos violetas de Reishack, ¡no expresaban nada! Ni agradecimiento o confidencialidad. ¡Nada! Por alguna razón aquello la indignó, pero no dijo nada al respecto.
—¿Qué... qué ha sido eso? —titubeó.
Reishack se levantó enseguida y colocó ambas manos en los bolsillos. Se mojó los labios y miró al cielo.
—Ese era un desertor —dijo.
Italia no se levantó, sino que se acomodó en el suelo con las piernas en jarras, acariciándose la barbilla.
—¿Desertor, dices? —se detuvo un segundo, pensando—. ¿Acaso hay una guerra o algo parecido?
Reishack esbozó una media sonrisa. Italia lo miró con los ojos echándole chispas
—¡No te burles de mí! ¡¿Acaso he dicho algo gracioso?! ¡Tú dijiste que era desertor, lo más lógico es pensar en algo como eso!
—No me burlo. Solo intento comprender esa costumbre tan obstinada por tomarlo todo de forma tan literal.
—En fin, ¿qué era eso exactamente?
—Un desertor es un ángel que decide tomar el camino oscuro, el contrario al verdadero sendero de Dios. Ustedes los llamarían demonios.
—¿Y esos tipos de la otra noche eran eso?
Italia quiso cubrirse la boca para no soltar más información, pero era tarde. Ya Reishack se había dado cuenta de que ella lo había espiado.
—Veo que te gusta husmear por los rincones —dijo solamente.
—Te advertí que te seguiría mientras la noche me lo permita. ¿Y bien?
—No, esos no eran desertores, pero no te conviene involucrarte en situaciones que escapan a tu comprensión.
—¿Por qué? ¿Me harás lo mismo que a ellos?
Reishack la miró de pronto, la vampira se había puesto de pie y lo observaba con una mirada desafiante. El ángel no entendía de dónde sacaba esa inmortal el valor para hablarle de ese modo, pero en lugar de molestarse esbozó una media sonrisa, retadora.
—¿Estás dispuesta a comprobar lo que soy capaz de hacer contigo?
Se aproximó a ella, rompiendo su espacio personal. Italia dio unos breves pasos hacia atrás, sin permitirse desviar la vista o intentar escapar. Primero, porque eso significaría mostrar su debilidad y, segundo, porque el rostro de Reishack era tan perfecto, que no deseaba dejar de observarlo así de cerca.
—No me asusta morir —atinó a responder ella; la garganta seca.
—Hay cosas peores que la muerte —repuso Reishack.
Cuando el ángel estaba a punto de acercarse todavía más, la vampira se alejó de pronto, corriendo hacia un lado. No podía seguir soportando esa mirada gélida. Su corazón palpitaba con fuerza, como no lo había hecho en decenas de años; ella entendía a la perfección la mecánica que estaba comenzando a activarse dentro de su ser y no podía ni deseaba permitirse un tropiezo como ese. No con Reishack.
—Si vas a matarme, mátame y listo —respondió, nerviosa—. O podrías simplemente aceptar la situación y conversar conmigo. Después de todo, estaremos juntos un largo rato.
—Ah, ¿sí? —Reishack enarcó una ceja. Por unos breves instantes se sintió confundido con las sensaciones que Italia estaba transmitiéndole. Mismas que la vampira se encargó de ocultar bastante bien.
—¿La eternidad te parece poco?
El ángel le concedió aquella aseveración. Si iba a pasar una eternidad sirviendo como esclavo a un Dios ausente, bien podría hacerse de una compañía que le ayudara a atravesar cada tortuoso año, aunque este no pensaba precisamente en Italia para esa tarea. Sin embargo, no logró responder nada, pues fue la vampira quien rompió el silencio:
—Dijiste que Dios no existe, pero acabas de mencionar que los desertores se han desviado de su senda —cambió la plática.
—No existe para mí.
Su voz fue cortante, seca. Aunque su mirada seguía sin expresar ni un ápice de sentimiento.
—Y... —la vampira se mostró melancólica—, ¿y qué tal para mí?
—En Paraíso, específicamente en el jardín del Edén, existen tres árboles, cada uno provee un fruto específico: el Fruto del Conocimiento, el Fruto Dorado de la Vida y el Fruto de la Inmortalidad. Dale a probar a Reishack el fruto dorado de la vida y tráeme el otro.
—¿El otro? —había preguntado Adonía, temblando.
—El Fruto de la Inmortalidad.
—Pero, tú no puedes ingerirlo, morirías si lo hicieras, conoces las leyendas, si tú...
—Sí, sí. Lo sé —interrumpió—, no es para mí, pero conozco a un viejo amigo que daría lo que fuera por él; un amigo muy antiguo que ya ha terminado de digerir los demás frutos sagrados y está listo para el siguiente platillo...
El recuerdo de las palabras de Adonai hacía que comenzara a temblar de modo involuntario. Ya había dejado aquel pútrido y espantoso lugar que le provocaba espasmos en el cuerpo, pero, aun así, a pesar de estar descansando en la habitación de retiro de la Gran Mansión del Consejo, lejos de las contagiosas emociones de su gemelo, él seguía sintiéndolos, y no solo eso, sino que comenzaba a embargarlo un sentimiento de culpabilidad y desespero que era imposible de controlar.
Frunció el ceño dando media vuelta, aún recostado sobre la cama de plumas que se esparcían en toda la estancia. El lugar era amplio e iluminado, las cuatro paredes eran espejos de piso a techo.
Cuando observó su reflejo en la pared, el ángel prematuro se levantó en seguida con una extraña mirada de terror.
Oscuridad, miedo, depresión.
Miles de imágenes surcaron sus pensamientos, alojándose en su memoria; pero no eran aquellas que le mostraban a un ángel prematuro joven y entregado por completo al servicio. No. Ese Adonía permaneció oculto en sus recuerdos y, en su lugar, observó una ráfaga de centellas, de ceniza; fuego sobrevolando las calles, unas callejuelas abandonadas, olor a putrefacción y a alcantarillas; luces rojas y azules merodeando por los rincones. La respiración agónica de un chico, ¡su propia respiración! Sus pasos, sus recuerdos. Mas no era él, esos no eran sus recuerdos. Si bien, los sentía como suyos, los vivía entre sueños, en realidad le pertenecían a ese ser atroz que acababa de visitar unas horas atrás. Un ser que tenía el alma podrida, un ser que, pese a todo, aún continuaba llamando hermano.
Adonía abrió los ojos de golpe, estaba empapado en sudor y se sostenía con ambas manos sobre el suelo. Sus ojos expresaban pavor. Se llevó una mano a la frente, perlada por el sudor que atravesaba su rostro. No le parecía extraño que sus emociones brotasen con tanta espontaneidad; después de todo, su conexión física y espiritual con Adonai era poderosa, ya que se trataba de su hermano gemelo, aquel que fue concebido junto a él.
Tengo que hacer algo, dijo para tranquilizarse a sí mismo, puesto que sabía a la perfección que, alguien como él sería por completo inútil en contra de un ser tan vil y despiadado como lo era Adonai.
Apenas si podía contener el aliento, no lograba hacer que su cuerpo dejara de temblar de aquella forma tan violenta. No lograba comprenderlo; andaba ciego ante las órdenes de su propio hermano, estaba perdido, perdido bajo el pozo de sus ojos grises en los que se sumergía a cada instante y ante los cuales no podía hacer nada en contra.
Adonai poseía una perfecta arma a su favor: tenía entre sus manos la razón por la cual Reishack era como era, y porqué él había sido precisamente su mentor. Adonai conocía las fórmulas, las claves y los significados que hasta ese momento no había logrado descifrar por más intentos que hacía por comprender. Sabía muy bien que debía romper con todos sus juramentos si quería penetrar en los misterios de la creación. Como Adonai ya lo había hecho desde pequeño, aquella vez, hace tantos años atrás. Solo tenía que seguir sus pasos y entonces tendría a su disposición la información necesaria para hacer contacto con los mundos subalternos y abismales. Pero tenía miedo. Un miedo inconcebible lo asaltaba cada vez que se disponía a sondear su alma, su propio interior imperfecto y defectuoso que le asustaba como nada. Adonía habría podido atravesar cualquier prueba, por cruel y desafiante que fuese, pero no podía con aquella prueba que le exigía un conocimiento interno profundo; era como si su propio interior lo aterrara, como si temiera lo que pudiera encontrar dentro de sí mismo.
¿Y si resultaba ser igual que Adonai y a ese otro ser que había visto en aquella visión?
No, si eso sucediese no podría soportarlo.
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