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—¡Mátenlo ya! —exclamó finalmente el enano. Su voz rasposa y chillona resultaba molesta al oído.

Con un tremendo grito de furia el esqueleto volvió a la carga. Y esta vez Reishack estaba convencido de que no solo esquivaría sus golpes; iba a derrotarlo. 

SIN DIFICULTADES SORTEABA CADA ESTOCADA, aunque era difícil ante un ser tan ágil como él.

Con ferocidad, el esqueleto descargó un mandoble. Reishack dio un paso a un lado y, como hiciera la vez anterior, colocó uno de sus brazos a modo de escudo; el esqueleto no le infringió daño, pero por un breve momento Reishack sintió algo parecido al dolor. La espada del jinete vibró al entrar en contacto con el poderoso brazo del ángel, quien detenía de modo estoico el ataque. No obstante, el embate del esqueleto iba cargado con tanta furia que empujó a Reishack hacia atrás.

El joven ángel miró molesto al horrendo esqueleto al tiempo que recuperaba su posición inicial. Veloz se aproximó al jinete, acumulando una poderosa bola de energía negra y violácea, el primer disparo fue detenido habilidosamente por el jinete, pero el segundo fue a parar de lleno en su flanco izquierdo.

El jinete de la muerte se recuperó con rapidez y trató de enlazar dos envestidas. Reishack las esquivó, con una mano cubriendo su rostro, mientras que con la otra acumulaba una nueva cantidad de energía; misma que logró asestarle en el cuello.

La muerte arrojó un terrible grito de dolor, mientras que los rayos comenzaban a cubrir su huesuda complexión, tal y como si se tratasen de cientos de serpientes que recorrían su cuerpo a una velocidad garrafal y sin que el esqueleto pudiera hacer algo por evitarlo.

Con una ira incrementada, volvió a descargar todo el poder de su fina espada en contra de Reishack, aunque una vez más, el ángel logró evitar su ataque.

La sonrisa que el joven le dirigió fue un cruel golpe a su dignidad, y embravecido, más por aquella afrenta que por los golpes recibidos, corrió hacia él con un fiero grito de guerra.

Reishack clavó en el esqueleto una mirada fría y calculadora, esperando paciente su próximo movimiento. Colocó la mano derecha por encima de sus ojos, los dedos apuntaban hacia el cielo, y a través de su brazo levantado, Reishack solo tuvo que observar con detalle cada movimiento del jinete; cuando por fin lo tuvo frente a él, bastó un solo movimiento de su mano para que el esqueleto cayera rendido al suelo. Reishack había cortado el cuerpo escuálido de su oponente con un solo brazo, como si se tratase de la más letal y afilada cuchilla.

El ángel lo observó cayendo con una mirada de hielo; su contrincante ya no era nada más que un montón de huesos y cenizas. Después, descargó la piedra de sus ojos asesinos en los tres jinetes que habían estado observando la pelea.

—¡Hambruna, guerra! —vociferó el enano.

Al instante, el hombre corpulento dio un paso al frente, acariciando la balanza que parecía un arma letal. Reishack echó una breve ojeada al jinete que se hacía llamar guerra. No parecía tener intenciones de unirse a la pelea, pero no quería confiarse en absoluto.

De todos modos, no tuvo mucho tiempo para pensar, pues en aquel momento hambruna comenzó a girar la balanza. Los picos mortales de cada extremo se movían de forma rápida y peligrosa por encima de su cabeza.

Se acercó a él, dando círculos con la letal arma, y Reishack sabía muy bien que aquel nuevo jinete sería mucho más poderoso que el segundo; además, tenía que estar preparado para cuando guerra decidiera ayudar a su compañero.

No se inmutó, ni siquiera hizo el gesto de moverse de su lugar. Simplemente se quedó observándolo; frío e impávido. Esperando su movimiento.

El obeso no parecía darse cuenta de la limitación de su cuerpo, ni del increíble poder de Reishack, pero eso era algo que el ángel estaba decidido a enseñarle.

Cuando el pico de la balanza iba a golpear de lleno el estilizado rostro de Reishack, este la detuvo con una sola mano. La cara de confusión que el jinete puso le causó una gran diversión.

Y en realidad la escena era extraordinaria. Aquel ser enorme lo sobrepasaba no solo en masa sino también en altura; a su lado, Reishack lucía como un jovencito debilucho, pero ni siquiera la monstruosidad del cuerpo del jinete era suficiente para hacerlo retroceder.

La mano de Reishack apenas podía cubrir la inmensa balanza del espectro, aunque a pesar de eso, el joven la detenía con suma facilidad. El monstruo de la hambruna haló del otro extremo de su arma improvisada, pero ni toda la fuerza que podía imprimir en esa tarea fue suficiente para arrebatársela al ángel, quien además se mofaba del ridículo que estaba haciendo.

De pronto, Reishack se agachó, soltando finalmente la balanza. Si hubiera tardado unos segundos más, la flecha encendida habría dado justo en su rostro.

Los ojos le destellaron de furia contenida. Observó con ira al jinete de la guerra que en esos momentos descansaba su arco sobre uno de sus hombros y le devolvía la mirada en modo retador.

Reishack no dijo nada. Hizo aparecer sus alas; aquellas hermosas extensiones de su ser que revelaban su verdadera identidad y que no todos eran capaces de ver, y mucho menos si el joven no deseaba que las vieran.

El jinete de la guerra hizo una expresión de sorpresa fingida, pero Reishack no se inmutó con aquella burla, al contrario, estaba tan contento; por fin tenía a un rival digno de él, pero primero... Apuntó con un par de dedos a la inmensa bola de grasa y un haz de luz salió disparado de ellos. El espectro no pudo ni siquiera pestañear, pues al instante, aquella luz enceguecedora atravesó su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, adentrándose a su organismo. Por unos momentos pareció que aquel poder no tenía utilidad alguna o que no había dado en el blanco, pero la mirada asustada del jinete revelaba todo lo contrario. Observó a Reishack, con los ojos bien abiertos en una expresión aturdida y, acto seguido, aquel delgado haz de luz se multiplicó dentro del jinete, saliendo a trompicones por todos los rincones de su enorme cuerpo.

—¿Lo sientes? —preguntó el ángel—. Soy yo, perforando cada órgano de tu asqueroso interior.

El jinete sintió los agudos piquetes que lo consumían desde adentro, al tiempo que expulsaba sangre por la boca y por cada poro de su cuerpo, hasta que finalmente, aquel haz de luz terminó por explotar dentro de él, haciendo que los órganos salieran disparados hacia todas direcciones.

Sin embargo, Reishack no observaba al jinete obeso; su mirada no se despegaba de guerra. Le sonreía con mordacidad y sin importarle que algunos chorros de la sangre de su víctima habían caído en su bello rostro.

El jinete de la guerra también sonreía, pero sus ojos revelaban la cólera que comenzaba a inyectarlos de rojo, matizándolos con una tonalidad negruzca que comenzó a expandirse por toda la pupila.

Caminó con lentitud, dando pequeños golpecitos en su mano izquierda con el arco. Estaba mofándose de él, retándolo a dar el primer golpe.

Reishack no tenía ganas de ser el primero, pero nadie iba a retarlo y salir impune de ello. Así que se aproximó a él, con un nuevo rayo eléctrico preparado en su mano derecha. Sus movimientos fueron ágiles y decididos y, sin esfuerzo alguno, estampó todo el poder de su rayo en el rostro del jinete que emitió un quejido de dolor. No obstante, fue Reishack el sorprendido.

Una fuerza poderosa lo sostuvo de brazos y piernas, inmovilizándolo por completo. Se trataba del enano al que había insultado al principio de la pelea. Lo tenía muy bien sujeto tan solo con el poder de su mente.

¿Cómo pudo descuidarse tanto? Lo había subestimado.

Empero, su sorpresa fue aún mayor al notar que aquel otro jinete que había herido se recomponía por completo ante sus ojos. Como si el golpe, en lugar de dañarlo, hubiese renovado y rejuvenecido su cuerpo. Ya ni siquiera se veía la marca que tenía en la mejilla; ahora lucía como un hombre común y corriente.

El jinete de la guerra lo miró, sonriente. Y esa sonrisa era suficiente para enfurecer aún más a Reishack, que se sintió avergonzado y ofendido, pero más que nada molesto, muerto de ira consigo mismo. No tenía idea de cómo demonios se descuidó de esa manera.

—¿Ya no te quedan más chistes que contar? —gruñó el enano mientras se aproximaba a él.

El ángel intentó desasirse de su poder, aunque era inútil, lo tenían por completo. Ni siquiera fue capaz de desaparecer y reaparecer como había hecho con aquella vampira. El poder de aquel maldito enano era increíble y aquello llevó al ángel a preguntarse quiénes eran esos seres en realidad.

Los primeros dos no le importaban, se trataban de simples aficionados, sin poder alguno, solo fanfarrones estúpidos.

Sin en cambio, estos dos eran diferentes. Y aunque a simple vista no sentía demasiado poder dentro de ellos, Reishack tenía que reconocer que se encontraba frente a dos grandes adversarios.

—Cobarde —prorrumpió, intentando una vez más y de modo inútil, escaparse de aquel demencial abrazo.

El enano dejó escapar una grotesca carcajada.

—Tráela —murmuró.

El jinete de traje se aproximó a Roxanne, quien continuaba echa un ovillo en aquel rincón. No fue difícil encontrarla, puesto que en todas las ocasiones que había visitado aquel lugar, solo para desquiciarla, siempre se ocultaba en el mismo rincón.

Roxanne emitió un grito desesperado, intentando quitarse las manos del jinete de encima, revolviéndose como una demente de un lado a otro.

Un golpe en la mejilla la hizo callar al instante.

—¡Déjala, maldito! —exclamó Reishack. No obstante, ese no era Reishack, más bien se trataba de su parte humana.

De ser el anterior ángel de la muerte esa mujer ya estaría en el Avitchi y aquellos supuestos jinetes en el Infierno, pero no precisamente en aquel con llamas ardientes y almas penando por doquier.

El jinete la colocó frente al enano y Reishack.

—Esa mujer es nuestra —habló el enano—. Nos llamó y acudimos a sus mandatos. Deseó que todos sus seres queridos se alejaran de ella: los asesinamos. Deseó que su poder para vernos y para ver otras criaturas, inexistentes para el mundo entero, desaparecieran, que no fueran más que una mentira, una fantasía inventada por su propia mente. Eso es lo que estamos haciendo ahora, la volvemos loca. Eso era lo que querías, ¿no es así?

—No, yo no quería que esto sucediera. Yo solo quiero ser feliz, quiero, quiero que Dios me perdone.

El enano expresó una exagerada muestra de asco y, escupiendo al suelo, profirió:

—¡Deja de hablar de tu maldito Dios! ¡¿Acaso lo ves por aquí, cuidándote?!

La mujer no podía dejar de llorar y, sin embargo, entre su dolor y su pánico por aquellos seres, no podía quitarle la mirada a Reishack, en respuesta a la pregunta del enano.

—¿Este? —preguntó, dirigiéndose al ángel prematuro—. No es más que un idiota. Ni siquiera fue capaz de darte la liberación. Es así como tu Dios paga tu eterna e incorruptible fe.

—Suéltame e incluso tú clamarás por tener un poco de fe en que seguirás con vida —prorrumpió Reishack, cada vez más irritado y molesto. Su respiración se volvió desesperada su cuerpo comenzó a sudar y un sentimiento de furia se albergó en su interior. Reishack sentía que se le hervía la sangre con tan solo observar al enano.

Sin embargo, este tan solo se mofó en su cara.

El ángel apretó los puños con furor.

—Veremos si tu Dios viene a salvarte.

Después de decir esto, el jinete de la guerra la tomó por los cabellos y la arrojó al suelo con violencia. La mujer lloraba y pataleaba, pero sabía bien que ni sus ruegos ni su llanto la salvarían.

La guerra golpeó sus mejillas y luego dio un puntapié en su estómago. Roxanne se quedó sin aire por unos segundos, sangraba por la nariz y el golpe le había hecho una herida en la ceja izquierda.

Cada golpe, cada burla, aumentaba el dolor y la rabia de Reishack, quien se sentía impotente e inútil.

Por más intentos que hacía, era incapaz de soltarse, desaparecer o emitir poder alguno. Se encontraba indefenso, y eso lo desquiciaba por completo. Pero con todo, no podía darse por vencido; sin importar cuanto costara, tenía que soltarse.

Frente a él, una Roxanne herida y débil lo miraba de reojo, y el ángel pudo sentir su dolor, compartirlo. Fue capaz de leer sus pensamientos; no le guardaba rencor por no llevársela antes, al contrario, le agradecía lo que había hecho por ella, que hubiera intentado salvarla. Eso era más de lo que cualquiera había siquiera intentado hacer por ella.

Pero Reishack pedía a gritos con la mirada que resistiera. Estaba seguro de que podría soltarse. Tenía que hacerlo.

—¡Espera! —gritó el enano, harto de Reishack y de sus intentos por liberarse de su agarre mental—. Mata a este primero. Quiero que vea que un ángel también puede morir.

—¡No, por favor! —exclamó ella de modo entrecortado. La sangre y la hinchazón en sus labios apenas le permitían hablar.

—¿No fue capaz de salvarte y aun así ruegas por él? ¡Eres patética! —exclamó el enano.

El jinete de la guerra se limpió las manos manchadas por la sangre de Roxanne y se aproximó al ángel mientras lo observaba con una sonrisa en los labios. Como un animal letal a punto de tragarlo por completo, sus pisadas eran rápidas y ansiosas. Quería hacerlo. Siempre había deseado presenciar la muerte de un ángel, y si es que algo como aquello podía ser posible, él ansiaba sentirlo.

Así que, sin dudarlo, descargó una potente llamarada en el cuerpo de Reishack, y el joven sintió el dolor de aquella ráfaga de poder quemando su abdomen.

—¡Quiero que sangre! —exclamó eufórico el enano.

En ese momento, guerra cogió una de sus flechas afiladas y sin dudarlo siquiera la enterró de lleno en el costado de Reishack, pero a pesar de que la punta rasgó su piel y penetró en su cuerpo, este no sangró ni una sola gota. Entonces, el jinete de la guerra empuñó una y otra vez el filo letal de su mortal arma, y cada vez que el aguijón penetraba la piel del ángel, una delgada y fina luz de color violeta manaba con sutileza de aquellas heridas.

Reishack se convulsionó aún de pie y, dando cuenta de ello, el enano lo soltó, para que así su cuerpo desfalleciera en el suelo, a donde pertenecía.

El joven abrió los ojos de par en par, atónito y confundido por lo que sentía que ocurría en su cuerpo; aquellas heridas habían sido demasiado reales para él.

—¿Esto es todo lo que los ángeles son capaces de hacer? —gruñó el enano una vez que levantó el brazo para que el jinete trajeado dejara de apuñalarlo con la flecha.

—Ni siquiera creo que se trate de un ángel —murmuró el otro.

Roxanne intentó acercarse a él, que se retorcía en el suelo, exclamando un grito de dolor al sentir que su pierna estaba destrozada. Las patadas de aquel jinete la habían dejado casi al borde de la muerte.

—Por... favor. Déjenlo —suplicó—. Y me iré con ustedes.

El enano la miró con la expresión de sus ojos indiferentes, como si estuviera mirando a un objeto cualquiera.

—¿Crees que vamos a desperdiciar la oportunidad de asesinar a un ángel?

Después de decir esto, el espectro trajeado elevó una mano, de ella brotaron unos cuantos chispazos de fuego que al instante hicieron aparecer un enorme espadón, cubierto por mortales lenguas de fuego.

—Primero él —murmuró, acercándose al ángel con la espada en mano, jugueteando con ella—. Después tú.

Reishack se había quedado paralizado en el suelo. El dolor que lo azoraba resultaba ser insoportable.

Mientras tanto, el hombre se detuvo frente a él y el sonido de sus zapatos retumbó en toda la estancia, lo observó durante unos momentos; para él era un deleite el ver a un ángel derrotado, en el suelo. De manera que sonrió para sí al tenerlo a sus pies.

Acarició el potente espadón sin dejar de mirarlo y, sin esperar más, lo sostuvo sobre su cabeza, preparado para imprimir a su golpe todo el poder de su fuerza.

—¡No! —gritó Roxanne.

Se sentía tan culpable por lo que estaba sucediendo. Si ella no hubiese deseado una vida normal, si hubiese aceptado con resignación los designios de Dios, entonces nada de eso estaría pasando.

No quiso ver, apretó los ojos tanto como pudo. No podía soportar más aquella imagen horripilante. No podía creer que ese ángel tan perfecto y hermoso estuviera a punto de perecer bajo el filo de la espada del jinete.

Por su parte, el enano parecía eufórico; ansiaba verlo decapitado.

Solo bastó un segundo para que el jinete lo hiciera. El filo de la espada refulgió con la luz de la luna y una ráfaga de viento exhaló un sonido agudo mientras caía hacia el cuello de Reishack.

—¡NO! —Roxanne sintió que desfallecía. Sintió en su lengua la sangre que el grito había provocado en sus cuerdas vocales. Estaba a punto de perder la razón; no podía soportar la imagen de la cabeza de Reishack cercenada que para su desgracia había caído justo debajo de ella.

De inmediato se alejó todavía en el suelo, con el dolor en su pierna aún más feroz que antes, pero no podía dejar de verlo: una cabeza sin vida, con un bellísimo rostro nublado por la muerte, y las carcajadas de aquellos seres espantosos que cubrían cada páramo del lugar.

Una brisa helada recorrió su espalda. Se sintió lívida y cansada, a punto de desmayarse. Pero entonces, el jinete de la guerra se aproximó a ella con la misma lentitud con que hiciera para acercarse al ángel y, al igual que hiciera con este, levantó la espada por encima de su cabeza.

La mujer no intentó cubrirse, no intentó suplicar; solo se limitó a esperar el golpe. Quizás sentiría algo de dolor, pero después todo sería diferente. Incluso aquel ángel parecía como sumido en un profundo y letárgico sueño.

Un sueño eterno.


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