𝓘𝓥
Alerta de contenido. El siguiente capítulo podría resultar sensible para personas con depresión o que han tenido contacto directo o indirecto con el suicidio. Se recomienda discreción.
SECO E INERTE, REISHACK YACÍA DE RODILLAS en el suelo. El plumaje de sus alas oscuras, que se hacían visibles cada vez que efectuaba el ritual, se evaporó de nuevo, dejando regueros de tinta negra sobre el suelo que, más tarde, terminaría por desvanecerse tal y como aquellas perfectas extremidades.
El ángel colocó una palma en el suelo e hizo presión sobre sus manos y sus dedos a tal punto que comenzaron a empalidecerse. Las lágrimas se atrevían a enjugar el maquillaje del payaso tumbado en el suelo.
Tenía una expresión plácida y satisfactoria en aquel rostro de alabastro, como si se hallara dormido, soñando un maravilloso sueño del que no deseaba despertar.
Las gotas saladas chocaron con suavidad en sus mejillas y se posaron de modo furtivo sobre los labios pintados de rojo.
Reishack quiso acariciar aquellos cabellos azules, secos y enmarañados. Deseó con todo su ser tener la fuerza para deslizar una mano sobre el rostro inexorable de su víctima, pero fue la lechuza quien detuvo sus extravagantes intenciones.
—Goliat, déjame. Esto es un error. ¡Creo, creo que me he equivocado! Debo devolverle la vida. ¡Aún estoy a tiempo!
A tientas se aproximó al cuerpo un poco más, pero cuando estaba a punto de tocarlo, Goliat se lo impidió de nuevo, interponiéndose entre él y el cadáver que yacía a sus espaldas.
Con una mirada sabia e impenetrable se apostó frente al ángel.
No Reishack, sabes que está prohibido, le indicó con una voz suave y tersa que solo él era capaz de escuchar.
Vagamente, la mirada de Reishack cambió, haciéndolo lucir como un crío temeroso de perder a su amado compañero.
Aún con los brazos extendidos hacia el cuerpo sin vida y de rodillas en el suelo, el ángel prematuro clamaba, suplicaba por tener la oportunidad de salvarle la vida, tal y como su don especial que ser el favorito de Dios le proporcionaba, pero una vez más la lechuza le impidió acercarse.
Reishack permitió que el dolor tomase posesión de su cuerpo entero y, dejándose caer al suelo, dejó escapar todas las lágrimas que lo consumían por dentro.
—No sabes —susurró—. Goliat, no sabes cuánto sufría ese humano. Debiste llegar antes, debiste compartir su dolor. ¡Yo ya no puedo soportarlo más! ¡Quítame este sufrimiento! —la lechuza se acomodó a su lado y acarició los cabellos sudorosos de Reishack—. No entiendo, ¿por qué?, ¿por qué yo no puedo deshacerme de mí y de mi miseria? ¿Por qué no puedo ahogar mi alma, tal y como ellos lo hacen? Yo también anhelo ese regalo, ¡merezco ese regalo!
Su voz se ahogó hasta convertirse en un tembloroso hilillo que se desvaneció con lentitud.
—Era un especial, ¿lo notaste?
Sí, susurró Goliat con tristeza.
—¿Llevas la cuenta de cuántos de ellos me he llevado?
Demasiados.
—¿Y es que eso no es motivo para sufrir? —cuestionó, intentando ahogar el llanto que, sin más, comenzó a resbalar por sus mejillas.
Goliat parecía querer decirle algo, pero no lograba encontrar las palabras adecuadas para consolarlo. Sería inútil. Sabía a la perfección que Reishack jamás escuchaba razones. Que el ángel predilecto era subversivo y terco. Era Reishack y no podía ser nadie más. No podía dejar de ser aquello que el creador había dispuesto para él, y por tal razón lo aceptaba.
A estas alturas deberías estar acostumbrado a este tipo de emociones tan fuertes, Reishack. Aunque comprendo por lo que estás atravesando, sabes ya que pasará; siempre pasa.
El ángel abrió los ojos, lloroso e intentó incorporarse. Cada movimiento que ejecutaba iba acompañado de un dolor cáustico.
—Aun así, Goliat. Creo que esto debería detenerse.
Y lo hará.
—No, no me refiero a ahora, no digo dentro de unos años, ni siquiera una década. Me refiero a que debería parar por siempre. Yo no tengo por qué ser un esclavo, es injusto. Soy tratado como un vil sirviente, sin descanso alguno.
Dejó escapar un tormentoso grito de dolor que lo tumbó de nuevo en el suelo. El sufrimiento de aquel humano desdichado comenzaba a supurar su cuerpo y a trasmutar su sangre fría. Goliat no se inmutó, sino que permaneció de pie ante él, ladeando la cabecita hacia el lado izquierdo.
Sabes que eso no puede ser posible, Reishack. Además, tú menos que nadie debería reprocharlo. Eres el favorito, ¿lo recuerdas?
—Vaya —sonrió irónico—. ¡Qué consuelo! Ya comienzo a sentir su piedad.
No deberías decir esas cosas, replicó Goliat.
—¿Por qué? ¿Crees que bajará desde lo alto a reprenderme? ¿Crees que me castigará y enviará al abismo? Tú y yo sabemos hasta dónde llega su autoridad —de sus labios brotó un pequeño alarido—; además, tú dices eso porque no estás revolcándote de dolor en estos instantes. De un dolor que ni siquiera es tuyo. Si por un segundo te colocaras en mi lugar te darías cuenta de lo mucho que sufro. No podrías soportarlo.
Lo hago, Reishack. Siempre intento ponerme en tu lugar, pero es que has cogido la costumbre de mencionar tu precaria condición cada vez que hay que salvar a un inocente, que ya no sé qué más hacer para ayudarte. Sé que no es tu pena sino la de esos pobres humanos la que habla a través de tus labios.
Para cuando la lechuza quedó en silencio dentro de su cabeza, Reishack ya se encontraba recompuesto del todo. Se había levantado con rapidez. Sus ojos volvieron a tomar ese acostumbrado tono a vacío y sobriedad.
Se acomodó la cazadora oscura y se sacudió el polvo del pantalón y de los hombros para, acto seguido, mirar a la lechuza por una fracción de segundo, antes de salir a la calle, con el porte frío y calculador que tanto caracterizaba a seres como él.
Goliat no lograba comprenderlo, se sentía confundido cada vez que Reishack tomaba el dolor de sus inocentes y lo atesoraba para él, como para degustar un poco más de aquellas penas.
Nunca en todos sus años de fiel servicio a la hueste angélica de prematuros, se había encontrado con un ángel similar a él.
Exageras demasiado, ¿lo sabías?, lo reprendió una vez que ambos se encontraron en la avenida principal.
Los autos transitaban veloces a su lado, pero ninguno parecía percatarse de la lechuza. Lo único que veían era a un chico solitario caminando en la acera.
El aire era tal que henchía las ropas y exhalaba vagos suspiros por los alrededores. Se encontraban en el centro de Toronto; un sitio al que el ángel y su fiel acompañante estaban más que acostumbrados por pertenecer a la región que Reishack debía custodiar desde hace un par de años.
Te aferras demasiado a esos sentimientos que no te pertenecen y que no deberían controlarte de esa manera. Lo haces porque necesitas hacerlo, porque te has obsesionado con ellos de una forma perversa y negativa para ti. Al final terminarás haciéndote mucho daño, Reishack.
—¿Cómo puedes saberlo, lechuza? No puedes garantizar el porvenir.
Al ángel prematuro le importaba poco si los demás transeúntes podían escucharlo, él no ponía reparos en su tono de voz ni en sus expresiones.
Muy pronto las emociones humanas que lo embargaban terminarían por desvanecerse y su cuerpo volvería a tomar sus propiedades etéreas, entonces ningún mortal sería capaz de verlo ni escucharlo.
Lo sé porque he visto a cientos, miles de ángeles consagrando sus existencias al creador absoluto, y créeme que ni uno solo se ha dejado dominar jamás por los sentimientos de sus inocentes de esa manera tan exacerbada y pasional como lo haces tú. Jamás vi tal coraje y rabia en un ángel prematuro. Me hace sentir deprimido.
Reishack sonrió y metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón negro.
—Tú no puedes sentir nada. Eres como yo.
Reishack, a eso me refiero.
Goliat aleteó unos cuantos centímetros adelante.
El ángel no lucía ni siquiera un poco contrariado. Continuó su camino, echando el violeta de sus ojos a la avenida solitaria por la que caminaba uno que otro transeúnte. Sin embargo, no dejaba de pensar en ello. Sus sentimientos eran tan fuertes que también Goliat era capaz de sentirlos; era lo mismo que le sucedía a él con el dolor de aquellos desdichados que tenía que llevarse a diario.
Quizás resultaban ser demasiado poderosos para un ser tan vulnerable como aquella lechuza.
—Pues lo siento, Goliat —le dijo—, pero tú mejor que nadie sabe que no está en mis manos contener todas esas emociones, a veces son tantas que no es posible vencerlas todas, tienen que salir.
No es la conclusión a la que he llegado, Reishack.
—Entonces, dime cuál es esa conclusión.
Yo creo que esas emociones, más que torturarte como tanto pregonas, en realidad te satisfacen.
Reishack se detuvo de súbito. Los zapatos negros resonaron sobre el pavimento y sus ojos violetas miraron a la lechuza con severidad, quien también detuvo el vuelo, observándolo.
Tras unos momentos de silencio, esbozó una media sonrisa.
—¿Sabes? Puede que tengas razón.
Cada fibra en el menudo cuerpo de Goliat se estremeció. Abrió los ojos de par en par al escuchar esas palabras que, dichas por los labios de un ángel prematuro, resultaban ser absurdas y hasta alarmantes, e iba a decir algo cuando sintió un relámpago fulminando su cerebro.
Uno más, atinó a decir.
—No iré yo —se quejó Reishack al tiempo que continuaba su camino.
¡Vamos, Reishack! Tenemos que hacerlo.
—Ni crean que lo haré tan pronto. ¿Es que no has visto? Acabo de llevarme a uno al Avitchi y recién me recuperé de eso. No, que lo haga otro.
Goliat voló hasta posarse frente a sus ojos, impidiéndole caminar.
Al otro lado de la acera, una mujer lo observó mientras el aparente jovenzuelo hablaba con la nada a mitad de la calle. No hizo el menor ruido o movimiento, ni se acercó a él, pero por más que intentaba no podía quitarle los ojos de encima. Y no solo debido a su comportamiento tan extravagante, sino a la belleza inmaculada del joven. Poseía unos lacios y sedosos cabellos negros que caían a los lados de su rostro y le cubrían de vez en cuando los ojos, de un violeta intenso. Su rostro, cincelado de manera armoniosa, irradiaba luz por cada poro.
—Debes estar bromeando, Goliat —prorrumpió de pronto, la mujer podía escucharlo a la perfección ya que Reishack no tenía mesura al elevar el tono de su voz—. Ni siquiera me encuentro cerca del lugar. No es mi área, ni mi inocente. ¡No es mi problema!
No hay nadie cerca para atender el llamado, Reishack. Tú mismo puedes sentirlo, le replicó la lechuza.
Reishack se quedó en silencio un breve instante, aparentemente observando a la nada. La mujer se quedó atónita mientras veía cómo el chico exhalaba un bufido de fastidio y se dirigía a ella con premura, sin siquiera tomarla en cuenta. Esta lo siguió con la mirada hasta que el ángel se detuvo de nuevo.
—¿Nadie? ¿Seguro que no hay nadie? ¡Demonios! Son todos unos malditos perezosos —murmuró molesto.
Su cuerpo comenzó a palidecer, impregnando todo a su alrededor de una luz radiante y aparatosa. En un instante no hubo nada más ahí que una estela de humo.
Al ver el inexplicable desvanecimiento, la mujer emprendió la carrera sin poder disimular su pavor, gritando a todo aquel que se interponía en su camino. Aquella dama de mediana edad encontró la muerte un par de metros a la distancia, cuando fue engullida por las potentes fauces metálicas del autobús que le pasó encima.
Cuando abrió los ojos, un ángel enmascarado le tendía la mano; después de eso, ella nunca más volvería a ver la luz de este mundo.
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