Capítulo Dos
Tercera Era, año 986.
Vassilis.
Hacía mucho tiempo que no compartía la mesa con alguien más que no fueran mis padres, pero en esta ocasión nos acompañaban los príncipes y algunos miembros de La Corte Blanca, de los cuales solo me importaba la presencia de Kiari y mi hermano.
Aquella mujer de tez blanca, cabello caoba y liso que descendía por su espalda como una cascada hasta sus grandes caderas y ojos rojos como la sangre que me miraban con cierto brillo de diversión, no solo era una de las más importantes en la corte, sino que también era la primera Khayne Blanca, aquella que guió a muchas otras como ella a usar su magia para el bien común y no como un arma letal.
Kiari intercalaba su mirada entre el príncipe de hielo y yo, buscando algún indicio de lo que pensaban el uno del otro, hecho que note desde que nos sentamos en la mesa y le demostre mi disgusto con una leve negación de cabeza, volviendo a centrar mi atención en el plato con comida que yacía frente a mi.
Desde que conoci al príncipe Ragert había evitado volver a mirarlo, incluso me había negado a pensar en él, debido a que ello me recordaba como había actuado en su presencia ocasionando que una creciente molestia en mi pecho.
Y mi desconcierto era mayor cuando recordaba que tendría que pasar la tarde junto a él, pues así lo había ordenado madre, era imprescindible que nos empecemos a conocer y a aprender a convivir el uno con el otro.
Para poder sobrellevar aquello, lo había planteado como un desafío personal, dónde tendría que mantener al margen mis emociones y enfocarme en hacerle creer al príncipe que era de mi agrado sin involucrarme demasiado.
Hasta ese momento había ignorado sobre lo que se hablaba en la mesa, debido a que siempre eran los mismos debates sobre leyes y políticas que conocían tan bien y ya estaba hastiada de escucharlos tan a menudo como si fuera el único tema de conversación que podrían tener aquellas personas.
— Es un honor tenerlo aquí, príncipe Yzker —aquel comentario llamo mi atención, haciendo que mirara hacia el Duque Blaka Akull, que bebió un poco de vino antes de seguir hablando— ¿Por cuánto tiempo se quedará con nosotros?.
— Estaré aquí hasta la boda, luego regresaré a Asthras con Ragert y mi hermana —respondió el príncipe con una sonrisa.
Una media sonrisa se formó en los labios del Duque resaltando aquellas dos marcas que tenía en la mejilla y su horrible bigote.
— Han de ser muy cercanos como para no usar títulos entre ustedes —aquella suposición, pese a sonar normal me pareció de mal gusto, y es que viniendo del Duque Blaka, no podía esperar menos—. No me parece adecuado teniendo en cuenta de que el principe Ragert será nuestro rey dentro de un par de semanas.
Pude ver cómo Kiari y el príncipe Ragert se enderezaban en sus asientos ante aquel comentario, la primera con una ceja arqueada y el hombre con una dura expresión en su rostro.
— Somos muy buenos amigos —afirmó el príncipe Ragert con severidad—Y como futuro monarca de éstas tierras puedo decidir quién puede llamarme por mi título o no.
La sonrisa en el rostro del Duque se desvaneció, ocasionando que tomara un poco de vino para ocultar la sonrisa que pretendía dibujarse en mi rostro. Sentía cierto placer en que usen sus propias palabras en su contra.
—No fue mi intención ofenderlo, Alteza —se disculpo acomodándose en su asiento incómodo.
— No me ofende, Lord, solo me pareció prudente dejar en claro ese hecho.
El principe Ragert hablaba con tanta autoridad que el Duque Blaka no dijo nada más al respecto. Si bien era la primera vez que el príncipe interactuaba con esas personas, era muy consciente de la posición de cada uno, en especial la suya.
La confianza y seguridad con la que actuaba y hablaba el principe Ragert no pasaron desapercibidos para mi, al igual que el hecho de que no había dejado de mirarme durante todo el tiempo que hemos pasado en el comedor.
— Me parece maravilloso que los príncipes sean tan cercanos —esta vez fue Kiari quien rompió el silencio, con la copa oscilando en su mano—. ¿No le parece, Majestad? —preguntó dirigiéndose al rey con una sonrisa vivaz—. Me recuerdan al rey Āhimos y a usted.
— Oh si, es maravilloso —concedió el hombre con alegría— Es un hecho que demuestra que nuestras familias estaban destinadas a unirse—con un asentamiento la Khayne apoyó la afirmación del rey.
— ¿Que opina al respecto, princesa? —Mire a la mujer con desconcierto, que disimule con rapidez al ver la sonrisa traviesa que iluminaba el rostro de Kiari.
— Estoy de acuerdo con padre, nuestro destino es unificarnos como familia, y el hecho de que mi hermano y el principe Ragert sean tan buenos amigos, como padre y el rey Āhimos, lo demuestra.
La respuesta fue tan ambigua que no logró convencer a la Khayne, quien me conocía tan bien que sabía que no estaba dispuesta a decir nada más que involucrara al príncipe.
Ella había notado que evitaba mirar al principe Ragert, pero sabía que no era el lugar para hablar de ello por lo que decidió callar. De seguro cuando estemos en privado lo sacará a colación.
— Que elocuente, hermanita —se burló Yzker, devolviendole la sonrisa a la Khayne y ganándose una mirada de advertencia de mi parte—. Aunque no podía esperar menos de tí, eres la sombra de padre...
— Yzker —la voz firme de la reina interrumpió al rubio quien no dejaba de agitar suavemente la copa entre sus dedos.
— Solo haces y dices lo que se te ordena, —continuó el príncipe ignorando la advertencia de madre— sigues sus pasos como si ellos fueran dioses...
Inhale profundo, procurando no ceder ante sus comentarios, sabía que era lo que quería lograr con sus palabras y no lo puedo permitir.
— Katánia no es la sombra de nadie —dijo el rey Altor con cierta molestia—. Y tú no tienes derecho a hablarle de tal manera.
El rey procura mantener la calma, pero la sonrisa traviesa de Yzker me demuestran que aún no ha terminado con su jueguito.
— ¿Con la verdad? —vuelve a hablar el príncipe arqueando una ceja.
El rey baja la copa con tal fuerza que logra romperla al impactar con la mesa derramando lo que le quedaba del vino.
— No soy una sombra — me apresuro a decir manteniendo la calma, antes de que el rey termine de explotar—, solo cumplo con mi deber —mi ojos azules se encuentran con los de mi hermano que son más oscuros e intensos, su sonrisa cargada de burla me obligan a soltar las palabras que no quería— Muy a diferencia de ti, que dicho trabajo te quedó muy grande.
Una sonrisa se dibuja en mis labios al escuchar la sonora carcajada de Yzker logrando que la tensión disminuya un poco, los reyes aún se mantenían serios y visiblemente irritados por el comportamiento de su hijo mayor, pero yo lo conocía a la perfección y sabía que solo quería provocarme, quebrar un poco ese manto de perfección que siempre me envolvía.
— Haz mejorado —comenta Yzker con orgullo una vez se recompuso.
— Sigue siendo igual de impertinente que cuando se fue —reclama el Duque Blaka mirando al rey.
— Sigue siendo él —objeta Kiari con una gran sonrisa— Lo que demuestra que no importa a dónde lo envíen o el entrenamiento que reciba, no podrán controlar su espíritu, muchos menos doblegarlo.
Ante tal afirmación, el rey Altor solo pudo dedicarle un pequeño asentimiento con la mandíbula aún tensa, sin embargo decidió seguir comiendo como si nada, no era prudente seguir hablando con el Duque Blaka ahí, por su lado, la reina volvía a mostrar su rostro inexpresivo. A diferencia de mi, que pese a que sabía que podía ganarme una reprimenda por seguirle el juego a Yzker, no podía evitar sentirme feliz, detalle que se notaba en la sonrisa que procuraba suprimir antes de que madre me dedique una de sus miradas de advertencia.
— No pretendemos doblegarlo —aclara la reina con aquella voz que pese a ser suave denotaba autoridad—, solo que aprenda a comportarse.
—¿Comportarse? —preguntó el príncipe Ragert con un tono incrédulo, su voz profunda y cargada me erizaba cada vello del cuerpo.
— Hay comentarios y comportamientos que no son adecuados en ciertas ocasiones —aclare antes de que mi hermano soltara otro comentario imprudente -, como el que detonó hace unos minutos.
— Dijo lo que pensaba sin ningún ánimo de ofender —lo defiende el hombre logrando que la molestia apague mi buen ánimo.
— Me ofendió —contradigo manteniendo la compostura.
— Solo usted tiene la capacidad para que un comentario, por muy malintencionado que sea, tenga el poder de ofenderla.
Por primera vez, desde que había empezado el almuerzo, levante el rostro para mirar los oscuros ojos del príncipe Ragert que poseían un brillo particular mientras me analizaban con detenimiento.
Noo esperaba una respuesta similar, tampoco la suavidad de su voz o la intensidad de su mirada.
Aquel extraño sentimiento de cuando lo conocí volvía a alojarse en mi pecho, era hipnotizante.
Nadie en la mesa decía nada, todos se encontraban concentrados en nosotros, en especial Kiari, quien se encontraba maravillada por alguna extraña razón.
— Hay momentos dónde no es oportuno soltar ciertos comentarios —logro formular rompiendo el contacto visual, centrando mi pensamientos de nuevo—, por suerte nos encontramos con gente de confianza.
— Por eso lo he dicho, Katy —volvio a hablar el príncipe Yzker, quien en ningún momento había perdido su sonrisa—, porque estamos en confianza.
— No es prudente soltar esos comentarios en ningún momento —le recrimina la reina con severidad, sus ojos marrones fijos en su hijo.
— Basta, Gamia —el monarca se dirige hacia su primogénito con la ceja arqueada y un semblante cansado—, sabes que estás absurdas discusiones lo entretienen.
Ambos príncipes se miran divertidos, mientras el Duque ya se encuentra hastiado por la falta de respeto de los príncipes, y la complicidad que demuestra la Khayne.
— Bienvenido a la familia, Ragert —se burla el rubio dándole dos palmadas en el hombro a su gran amigo quien suelta una profunda carcajada ante las intenciones de Yzker.
Logrando ganarse una mirada furtiva de la reina y la furia del rey, mientras intento ocultar la sonrisa tras la copa que inclinaba en mis labios.
La reina se aseguraba de que las flores y los aperitivos se encontrarán en su lugar sobre la mesa del centro, mientras observaba de pie junto a la chimenea como se movía de un lado a otro.
Era una mujer perfeccionista, no toleraba la más mínima falla, mucho menos teniendo al príncipe prometido de invitado.
Nos encontrábamos en un salón mediano, que destinaba su uso a la hora del té. Las paredes estaban tapizadas de un color azul celeste con pequeños detalles blancos y piso de mármol reluciente; contaba con una mesa de madera central y dos grandes sofas azules. El lugar estaba repleto de arreglos florales y candelabros de plata en cada esquina y a la derecha una pared de cristal que conectaba con el jardín e iluminaba el salón.
Las doncellas se alinearon a un lado una vez terminada su labor mientras la reina se acercaba a mi.
— Intenta ser amable y no evadirlo como en el almuerzo —demanda la mujer con un tono neutro—. Tienes que dar una mejor impresión a ver si así Yzker no lo arruina.
— Es su mejor amigo, madre —le recuerde—, no me parece que se haya ofendido ante sus comentarios.
— Necesitamos que este de nuestro lado, no queremos que se vea más influenciado por tu hermano y, para eso, tienes que enfrentarlo, ganarte su confianza y lealtad.
— Lo haré.
No estaba tan segura de la petición que estaba haciendo, pero sabía que tenía que hacerlo, por el bien del reino. Gobernar ambas tierras no será un trabajo sencillo y no podía descuidar Vassilis ni un segundo teniendo en cuenta la guerra en la frontera con Bukhare.
Iba a hacer todo lo que estuviera en mis manos para mantener el reino en lo alto.
El sonido de las puertas captó la atención de ambas logrando que nos giremos. Rahi se hizo a un lado permitiéndole el paso a los dos príncipes que una vez dentro se inclinaron en una reverencia.
El retumbar de mi corazón fue más fuerte cuando sus ojos se encontraron con los míos, cálidos y tan profundos como la laguna Ny'Re, él me dedicó una media sonrisa que no devolví.
— Tu padre solicitó una reunión contigo —le acusa la reina al rubio de sonrisa deslumbrante, que hasta el momento no había determinado, sintiéndome un poco mal por ello.
— De ahí vengo, madre.
Mi hermano se sentó en uno de los sofás extendiendo sus brazos en el respaldo.
— No deberías estar aquí.
Era notable la molestia de madre, quería que este primer encuentro privado con el príncipe fuera perfecto, pero con Yzker aquí eso era difícil.
— ¿Como que no? Vine a acompañar a mi amigo, no vaya a ser que lo incomodes con tu frialdad.
— Más respeto que soy tu madre —lo regaña la reina con amargura.
La sonrisa divertida del príncipe Ragert no pasa desapercibida ante mi, mientras madre tiene toda su atención en Yzker.
— Tomemos asiento —me apresure a decir cuando veo que mi hermano está por replicar otra vez—, las doncellas están por traer el té.
Me acomodo frente a su Yzker mientras que la reina junto a él y, el príncipe Ragert se toma su momento para situarse a mi derecha.
— Tienes que admitir que yo le traigo paz y calidez al ambiente —vuelve a comentar el príncipe tomando una fresa de la mesita.
Está vez la reina se limita a dedicarle una mirada de advertencia, puesto que no se atreve a decir nada más que la pueda comprometer delante del príncipe Ragert.
Las puertas vuelven a abrirse dándole paso a las doncellas que sirven el té, acomodan las tazas frente a cada uno junto al azúcar y la miel.
Pese a guardar cierta distancia con el hombre junto a mi, percibía el calor que emanaba y pude notar que este me miraba cada dos minutos, aunque con más disimulo que en el almuerzo.
Tome mi taza con cuidado, estaba caliente, mientras los otros endulzaban sus bebidas, a diferencia de mi que lo prefería al natural, levanto la mirada luego del primer sorbo al sentir los ojos de madre en sobre mi, con disimulo vuelvo a dejar la taza humeante sobre la mesa con entendimiento.
Por primera vez en muchos años, sentía que mi valentía se me escurría por la manos, que coloqué sobre mi regazo, ocultando mi nerviosismo, sin embargo mire hacia el príncipe a mi lado llamando su atención.
— Espero la estadía aquí este siendo de su agrado, no queremos que se sienta incómodo en ningún momento.
— Oh, creeme, lo que menos está es incómodo —se entromete Yzker—, incluso, me atraveria a decir que está maravillado.
— Te tiene de amigo, cualquier cosa lo encuentra maravilloso —comenta la reina con severidad.
Los dos amigos sueltan una carcajada ante el comentario mientras intento esconder una sonrisa tras la taza de té.
Es tan extraño que madre hiciera esa clase de comentarios desmedidos, sin embargo, se que antes del problema con Yzker era más común escucharlos, al menos cuando estaba con el príncipe, es una de las pocas personas que logran que madre baje, tan solo un poco, sus muros.
— Y después preguntas de quién saqué el humor —se burla el rubio.
— No fue broma —lo zanja la mujer, mientras el príncipe vuelve a reír molestandola un poco.
No puedo negar que me gusta la mujer que madre es cuando estaba con Yzker, pese a las discusiones y los reclamos constantes solía ser un poco menos estricta. Con ella no solía compartir ese tipo de momentos. Quizá se deba a qué me parecía más ella de lo que me gustaría admitir.
— Tiene una sonrisa hermosa —el comentario del príncipe Ragert me toma por sorpresa logrando que dirija mi atención hacia él con el calor subiendo a mis mejillas—, no debería esconderla.
Lo mire desconcertada, si bien sé a qué se refería, prefiero hacerme la desentendida.
— ¿Disculpe? —la cercanía del hombre me hacía sentir tan pequeña y el hecho de que me hablara en un tono más íntimo me desordenaba los pensamientos.
Sin embargo luchaba con mi juicio por tentar en abandonarme. Madre discutía con Yzker, por lo que su atención no recaía en mi está vez, lo que me relajaba un poco, sin embargo no me atrevi a mirar al hombre junto a mi.
— También hizo ese gesto durante el almuerzo —aclara él cubriendo sus labios con la taza a modo de explicación.
— No es intencional —me excuso sin darle mucha importancia.
— He de diferir aquí, me parece que trata de esconderla, y no logro entender el porqué.
— No hay nada que entender, porque no es cuestión de si le parece o no, es lo que es.
El sonido de la taza chocando con el pequeño plato capta mi atención logrando que note la mirada fulminante de su madre. Me enderezo en mi puesto siendo consciente del regaño que me espera al terminar el té.
— No seas grosera, Katy —se burla Yzker—, el solo te está haciendo un cumplido, no es para que te lo tomes a mal.
Me aclaro la garganta volviendo a tomar la taza de té, luciendo apenada.
— No fue mi intención ser grosera, Alteza —admito mirando al principe Ragert, quien no luce molesto y ofendido, sino todo lo contrario, una media sonrisa de suficiencia se dibuja en su rostro borrando cualquier gesto amable de mi parte.
— No se preocupe, pero debería aprender a aceptar los halagos.
Asentí de forma cortéz, pese a que el comentario me había molestado conociendo el origen de este. Mire a mi hermano que mantenía el semblante divertido mientras tomaba té con fingida inocencia.
— No lo tomes personal —habla el rubio dirigiéndose a su amigo—, a Katy no suelen agradarle los halagos banales sobre su físico, a la señorita elocuente le gusta que se esfuercen un poco más.
— No niego el hecho de que prefiero que las personas hagan cumplidos más originales —trato de defenderme previendo sus intenciones—, pero a decir verdad no suelo recibir ese tipo de comentarios respecto a mi físico o mis gestos.
— Difícil de creer teniendo en cuenta que es una mujer hermosa y elegante —comenta el príncipe Ragert.
Aunque sus palabras logran hacer estragos en mi cabeza, me mantengo firme. No puedo caer ante alguien que ni siquiera conozco solo por un par de palabras bonitas, no es digno de una princesa, mucho menos de una como yo.
— Muy pocos son los que visitan el castillo y los que residen aquí me conocen desde que nací, hace mucho que no hacen dichos comentarios.
— He de admitir que me siento afortunado de ser uno de los pocos en poder admirarla —la sonrisa que me dedica junto a dicho comentario me encienden las mejillas de una manera que nunca antes había sucedido. Ni cuando Porten me halagaba.
— ¿Siempre es así? —cuestiono imitando su sonrisa. No pretendo caer tan fácil, ni mucho menos que me nublen el juicio.
— ¿Cómo?.
— Un adulador de primera.
Dicha respuesta hace que mi hermano casi se ahogue con su té y el príncipe de hielo me mire con una ceja arqueada incrédulo. Sabía que lo que diría a continuación terminaría de desatar la furia de madre, pero me es imposible no ver al príncipe como un lamezuelas, pese al atractivo y la caballerosidad que lo envuelven.
— ¿Es todo lo que tiene? —pregunto con ironía—, halagos vacíos cargados de falsa idolatría como si estuviese viendo a una diosa Dagartiana. Esperaba un poco más de usted para ser honesta, y le pido que la próxima vez que nos veamos en lugar de estar mirándome como un idiota piense un poco más lo que hablara conmigo a ver si así no me aburre con tanta palabreria.
Sin esperar ningún tipo de respuesta me levante en busca de la salida, escuchando la risa de Yzker una vez las puertas se cerraron a mi espalda.
— ¡¿Cómo te atreves a hablarle así al príncipe?! —la voz de la reina resuena por toda la alcoba cuando entra echa una furia.
— Lo intenté, pero tanta adulación me aburrió —respondi con calma tomando asiento en el tocador.
— Fue un solo comentario y no lo hizo con mala intención.
— Me pareció que fue más de uno y por si no te diste cuenta solo lo hacía para molestarme, ni siquiera lo dijo porque así lo creía, y no estoy para andar tratando con imbéciles hipócritas, porque estoy segura que debe de estar riéndose con Yzker sobre esto.
— No me interesa si quieres o no tratar con esa bestia, tienes que hacerlo porque es tu prometido y sin él no tendremos Vhalgaria ni sus hombres, tierra o minerales, así que deja de comportarte con altanería y aprende a aguantarlo.
La mujer me dedica una mirada frívola, entiendo lo que me pide, me lo ha repetido desde que el tratado de unión se habló por primera. Se lo importante que es que nos llevemos bien, pero no pretendo que me vean solo como un adorno de la corona, ni que él príncipe crea que me tendrá a sus pies con un par de palabras bonitas. Asiento resignada, se que tengo que hacerlo, solo necesito hacerme la idea de la clase de hombre con la que me casaré. La reina me mira por última vez antes de salir.
Era consciente de mi belleza, y pese a lo que había dicho, estaba muy acostumbrada a recibir todo tipo de halagos a cada momento.
No tolero la burla de otros, mucho menos si estos no me conocen como para hacerlo.
Ya de Yzker lo dejaba pasar, pero de nadie más.
Comencé a deshacerme de la trenza con delicadeza, me gusta que mi cabello siempre se vea bien, incluso cuando nadie me ve, una de las razones por las que solo permito a Daív peinarme, es la única que ha sabido tratarme y ha cumplido cada uno de mis caprichos.
Decidí dejar de darle vueltas al asunto del príncipe, tenía cosas más importantes en las que pensar, sin embargo unos ojos café y sonrisa genuina se apoderaron de mis pensamientos como en meses anteriores.
«Eres maravillosa, Kat». Un comentario tan simple, pero tan cargado de orgullo y verdad.
Después de casi un año me sorprendía recordar aquellos momentos con tanta claridad y que pese al tiempo mi corazón aun latía con su sola presencia.
Esbocé una pequeña sonrisa melancólica evocando su imagen por última vez.
Había más de una razón para no pensar en él.
Dagartiana: deidades que viven que viven en Dagarte, el reino de los dioses.
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