Capitulo Doce

No tuve oportunidad de hablar con Yzker, en cuanto el juicio terminó fui arrastrada al despacho privado de padre con los reyes, el principe Ragert  y la viscondesa Esler.

— Justicia querías y justicia obtuviste, felicidades —es lo primero que la viscondesa dice cuando las puestas se cierran.

— ¡Un espectáculo fue lo que hicieron! —se queja el rey furioso—. Dos miembros de la Corte cayeron como abusadores y varios nobles también, ¿Que se supone que se le dirá al reino?.

— La verdad —sugiere el principe cruzando sus brazos.

— ¡Eso es inaceptable! ¿Sabes lo que dirán si saben que esos depredadores estuvieron haciendo de las suyas por años y yo no hice nada la respecto?.

— ¿Lo sabías? —cuestiono.

Padre me mira como si no creyese lo que acabo de preguntar, pero no puedo evitar no pensar que existe una posibilidad de que él lo supiera y no haya dicho nada.

— ¡Claro que no! Y ese es el problema.

El chasquido de la viscondesa llama nuestra atención, ella niega con la cabeza y ríe.

— Al parecer no eres tan buen rey, hermanito —se burla tomando asiento en el diván que está en un extremo del salón.

— Si no te vas a tomar esto en serio, es mejor que salgas —brama el rey entre dientes.

— No te amargues, mírale el lado positivo a todo esto —la viscondesa mueve la mano de forma oscilante, a lo que padre enarca una ceja espectante—, ya no hay depredadores en el castillo... Al menos no de ese tipo.

— Eso es lo de menos cuando hay que darle la cara al reino.

— Te complicas demasiado —suspira fastidiada antes de ponerse de pie y caminar hacia la reina—, ¿Se lo explicas tú o lo hago yo?.

— Deja que se le pase el mal trago y lo deducirá por el mismo —es la respuesta de madre, quien reprime una sonrisa.

La reina solía ser menos estricta cuando hablaba con su amiga la viscondesa, dejaba entrever a través del manto de perfección y se permitía respirar un poco. Así como solía ser yo cuando de Yzker, Rahi o Kiari se trataba y solo con un linitado grupo de personas. Era lo bueno de tener aquí a la tía Esler, aunque la mayoría de las veces las dos estuvieran sobre mk corrigiendo cada una de mis acciones y palabras.

— Deja los juego y habla de una vez, Esler —ordena el rey.

— Ya no sé si es porque eres rey o es el mal de todo hombre ser tan pesados —se queja ella—. El reino no tiene porque saber que los abusadores llevan años acechando a las doncellas. Solo hay que exponer el caso de la última, la niña que servía a Katània, se dirá que estos hombres la atacaron de forma grotesca y por eso han sido castigados.

— Nadie creerá que cinco hombres nobles atacaron a una doncella —contradice el principe Ragert.

— Si se crea una buena historia, si.

— Me gustaría escucharla, de otra forma jamas creería algo similar.

El rey toma asiento detrás del gran escritorio de roble que está al final del salón, cierra sus ojos y frota su sien, se ve demasiado estresado y cansado, aún así, toma una gran bocanada de aire y mira a su hernana.

— Inventa rápido esa historia y habla con la Corte al respecto —ordena.

— Ahora, si nos permiten, tenemos que hablar con nuestra hija —anuncia la reina dirigiéndose al principe y a la viscondesa.

Trato de mantenerme serena, puedo anticipar lo que se viene por lo que ni me molesto en mirar a los que se disponen a salir.

La mirada fulminante de la reina me repara con altivez, pero se que no dirá nada hasta que estemos solos. Sin embargo, cuando las puertas se cierran no pasan más de cinco segundos cuando alguien la toca con ahínco. Noto cuando madre tensa la mandíbula y me da la espalda para mirar a padre, quien da la orden de entrada.

Un guardia hace presencia y nos otorga una rápida reverencia antes de hablar.

— El principe Eisho Iutach se encuentra en la entrada del castillo con un ejército, Majestad —anuncia con presura—, amenaza con romper el manto.

— ¡Lo que me faltaba! —murmura el rey golpeando la mesa— ¿Dónde está Kiari?.

— En sus aposentos, majestad.

— Búscala e infórmale —ordena poniéndose de pie—, también al Gran Duque Caz Razar, que prepare la Élite Dorada...

— Padre... —lo llamo cuando veo que se disponen a salir con el guardia, pero me ignora.

— Katània —habla la reina llamando mi atención—, tenemos que hablar.

— ¿Por qué el príncipe Eisho está aquí con un ejército? —cuestiono cuando padre sale

— Eso no es nuestro asunto —dice con severidad—. Mejor hablemos de tu imprudencia en el juicio.

Sabía que no debía hablar, pero no podía simplemente callar, estaba cansada de eso, y está vez tenía la certeza de que no me había equivocado, no me arrepiento en lo absoluto de lo que hice.

— No fue ninguna imprudencia, madre —contradigo—, fue lo correcto.

— ¿Lo correcto?, expusiste a dos miembros importantes de la Corte Blanca, e involucraste a varios nobles, ¿Sabes los problemas que eso nos traerá?.

— Esos problemas podrán se solucionar, los Akull no son más poderosos que la monarquía.

— Son personas influyentes en el reino, Katània.

— Nosotros también, cualquier cosa que ellos quieran decir o hacer contra nosotros podremos solucionarlo, el príncipe Ragert se ha ganado a las personas de este reino con sus actos, no con sus palabras, se que muchos esperarán a que él hable si los Akull piensan decir algo en su contra.

— Muchos lo creyeron un asesino despiadado —me recuerda.

— Antes del veredicto del juez, dónde lo hicieron quedar como héroe al acabar con un abusador de mujeres.

— No te confíes, Katània —advierte levantando el mentón—, porque cuando menos lo pienses, el peso de tus acciones amenazará con acabarte.

Si bien se refiere al tema del juicio, siento que sus palabras abarcan algo más, como si me estuviera advirtiendo de lo que se viene.

Sus ojos cafés me analizan, pero no me observa con severidad, como suele hacerlo, la verdad no sabría como describir esa mirada, solo se que me hace sentir extraña, y no en el mal sentido, sino todo lo contrario, porque es algo impropio de ella. Cómo cuando era una niña y trataba de explicarme las leyes básicas del reino, dejando a un lado su posición de reina y adoptando la calidez de una madre.

— Estaré preparada si llegase a ocurrir, pero tengo la certeza de que estoy haciendo bien las cosas.

Mis palabras logran desviar su mirada y vuelve a adoptar su postura perfecta, pero no dice nada más, se limita a asentir antes de darme la espalda.

— La ceremonia de unión será por la mañana —informa cambiando de tema—, debes de hacer tu ofrenda al alba para recibir la bendición de Nebelé, espero tengas todo listo.

— Lo tengo, Majestad —afirmo.

— Bien, ve a hacer tus votos y descansa, mañana será un largo día.

No quise agregar nada más, por lo que me despedí con una reverencia y salí del salón. Sin regaños ni castigos, solo advertencias. Al parecer, al fin habían comprendido que lo que hacía estaba bien, que podía con esto y mucho más, que yo sería la reina de dos grandes reinos y debían respetar mis decisiones.

Reprimi una sonrisa mientras caminaba a mis aposentos, tenía varios pendientes de los que encargarme.

Mis manos cosquilleaban y mi corazón latía con fuerza, mientras mantenía mi vista en el cielo azul que poco a poco se teñia de cálidos colores con los primeros rayos de sol.

Contuve la respiración mientras Daív ajustaba el corset, sus manos se movían con rapidez pese a que teníamos tiempo de sobra.

La Háfies revoloteaban por los cielos carentes de nubes, pintando el cielo con sus brillantes colores, era una de las razones por las que amaba la vista que me otorgaba mi torre. Háfies, amaneceres, atardeceres, una increíble vista del cielo en general. Lástima que eran mis últimos momentos en la torre.

Levanté los brazos oara que pudiera poner el armador de la falda, y tres de ella varias capas de tela que daban volumen. Esta vez no usaría uno de mis vestidos sencillos.

Es un día especial, mucho más que mi decimoctavo cumpleaños, hoy se marcaría la verdadera diferencia en mi vida. Y el solo pensarlo me causaba vértigo.

Por muy preparada que estaba, no lograba calmar mis nervios, lo que comenzaba a frustrarme. Necesito estar serena y centrada. Las emociones no pueden apropiarse de mí mente.

— Entiendo que esté nerviosa, Alteza —habla Daív acomodando las mangas del vestido—, pero debería relajarse antes de que comience a transpirar.

— Yo no sudo —le recuerdo mientras me observo al espejo.

Daív sonríe divertida mientras abre un alajero, dónde mis joyas brillan con la luz que entra por el balcón.

Me gusta que ahora hable un poco más, así sean oraciones cortas o frases para distraerme, coml lo have ahora, de verdad aprecio ese gesto de su parte.

Miro mi reflejo concentrada en regular mi respiración y enderazando mi postura, tengo que verme impecable.

El vestido es blanco, con malla transparente que me cubre los hombros y el corsé con escote de corazón, bordado con hilos blancos y piedras pequeñas que brillan con cada movimiento. Las mangas eran transparentes y tenían una capa holgada que caía sobre la amplia falda que consistía en varios metros de tela bordada.

Era muy grande y brillante, pero también muy bonito.

Sonreí a mi reflejo cuando Daív se acercó a colocarme el collar, que era una fina cadena de plata con un dije de piedras que simulaba un lucero, sería la única joya que usaría.

Con su ayuda sotuve la falda para poder caminar al tocador, dónde comenzó a peinar mi cabello y a tejer finas trenzas en él que luego entrelazó por detrás de mi cabeza, me colocó la brillante corona de plata y culminó con un par de flores blancas a cada lado de mi cabeza que sostenían el velo.

Retocó mi maquillaje y me colocó las zapatillas de tacón alto que evitaban que arrastrara de más el vestido.

Era momento de salir.

Cerré mis ojos buscando aplacar todo lo que sentía, hoy todo tenía que salir perfecto, no podía permitirme ni un solo error.

— Es usted la princesa más hermosa de Akleire —dijo Daív con una sonrisa y sus ojos brillando de admiración—, y pronto será la reina más hermosa y justa de todas.

— ¿Eso crees? —sus palabras me otorgaban la confianza que necesitaba.

— Eso he visto de usted, Alteza —afirma.

— Gracias.

Sonrío para ella tomando el ramo que me ofrecía. Daív era de las pocas personas que se gana genuinamente mi gentileza, siempre sabía que decir en el momento justo, pese a que era de pocas palabras.

Alguien toca la puerta y con un gesto le ordeno a Daív que se encargue, mientras termino de ordenar mis ideas.

— La marquesa Tinka Evernot desea verla, Alteza —anuncia.

— Hazla pasar.

El resonar de unos tacones se escucha por todo el lugar.

— Te dije que me anunciaras como su prima favorita —se queja

En segundos veo la imagen esbelta de la marquesa, su cabello rubio está recogido en un elegante peinado que se complementa con una tiara de plata ornamentada, sus ojos café están delineados dándole carácter a su mirada, mientras un ceñido vestido negro con detalles naranja enseña sus curvas y un manto negro cae por su hombro hasta sus pies.

Me giro para mirarla y una deslumbrante sonrisa iluma su rostro.

— ¡Por las flores de Nebelé! —exclama a un par de metros de mi—, que reina tan magistral.

— Aún no soy reina —aclaro.

— En un par de hora lo serás, da lo mismo —se queja sin dejar de sonreír—, además tienes que empezar a acostumbrarte a que te digan reina y no princesa.

— Tendré mucho tiempo para acostumbrarme.

— Si no te asesinan después de la ceremonia —se burla.

— Que lindos deseos tienes —sonrio con falsedad.

— Siempre tan agradecida, Katy.

— Los alagos banales no van conmigo.

— No son alagos banales, estás hermosa, en serio.

— Lo sé.

Tinka resopla fastidiada borrando su sonrisa.

— ¿Alguna vez escucharé un "gracias" de tu parte? —se queja cruzando sus brazos.

— He sido agradecida contigo —le recuerdo.

— ¿Cuando?.

Pienso en todas las veces que he compartido con Tinka, ella es la prima con la que mejor me llevo, ya que Tesler suele ser un poco pesada, sin embargo desde que tuvo a Verke poco he podido verla. Hace mucho que no compartimos tiempo juntas.

— Llevamos muchos años sin vernos —me excuso ya que no recuerdo ningún momento exacto donde le haya agradecido verbalmente.

— Sabes que nunca has dicho un "gracias" o un "lo siento" en tu vida, admítelo —me apunta con un dedo con el ceño fruncido.

— Claro que sí, hace unos días me disculpé con el príncipe Ragert por haber sido grosera con él —le informo.

Ella levanta sus cejas sorprendida y una sonrisa burlona se dibuja en su rostro. Tinka pertenece a ese pequeño grupo de personas que les guardo aprecio y con la que me permito ser un poco menos rígida.

— Tendré que preguntarle para confirmarlo, porque no me lo creo.

— Haz lo que quieras —le doy la espalda para observar mi reflejo, ella me sigue observando con una sonrisa—. ¿Ha que has venido, Tinka?.

Interrogo luego de unos minutos de silencio, no esperaba a nadie. Aunque conociendola, puede que haya venido solo a verme, ya que desde que llegó no hemos podido hablar ni vernos.

Ella reacciona ante mis palabras como si recién se acordara de lo que tenía que hacer, rebusca entre los pliegues de su manta y saca una pequeña cajita negra de terciopelo, la cuál me extiende.

— Yzker me ha pedido que te la entregue —informa en cuanto me girl lara tomarla.

— ¿Que es ésto?.

— Su regalo de bodas.

— ¿Y no podía dármelo él?.

— Dijo que tenía algo que hacer antes, pero quería que la usaras durante la ceremonia.

Debo admitir que una parte de mí se siente un poco decepcionada de que no haya sido él quien me la entregue personalmente, pero aún así agradezco el detalle.

Abro la cajita y un luminoso cristal azul posa en el centro, al tomarlo noto que está atado a una fina cadena de plata, analizo bien la piedra, que en segundos reconozco como un cristal de Luna azul puro, es hermoso.

Sonrío ante el detalle, Yzker siempre ha sabido que me encantan los cristales de Luna azul, por lo que hace mucho le había pedido uno, mientras él estaba en Asthras, cuando regresó pensé que lo había olvidado, pero no, decidió dármelo en el momento indicado.

— También dijo que sabía cuánto lo querías y que lamentaba haber tardado tanto —dice Tinka captando mi atención.

Sabía que tendría cientos de estos en cuanto pisara Asthras, pero igual quería que Yzker me diera el que le había pedido, por lo que me alegraba demasiado recibirlo. Un nudo se formó en mi garganta en cuanto mi corazón se oprimia. Cuánto amaba a ese idiota.

— ¿Me lo colocas? —le pregunté a mi prima entregándole el collar.

— Por supuesto — acepta sonriendo, le enseño la muñeca para que lo coloque, a lo que me mira con una ceja enarcada—. Es un collar, no un brazalete.

— ¿En serio?, no lo había notado —Tinka entrecierra los ojos ofendida, a lo que niego con la cabeza—, ya tengo un collar y no puedo cambiarlo, así que colócalo en mi muñeca.

— Como ordene, su Alteza real —se burla, cumpliendo la orden.

— Ya es hora, su Alteza —informa Daív cuando Tinka termina de abrochar el collar.

Asiento y miro el cristal en mi muñeca antes de tomar el ramo de flores con ambas manos. Inhalo profundo y levanto el mentón.

Estoy lista.

— Relájate, lo harás increíble —me anima Tinka, haciéndose a un lado para que pueda caminar.

Asiento con la cabeza y me dispongo a salir.

Luego de rendirle un pequeño homenaje a Nebelé, pidiendo por su bendición me encontraba frente a las puertas de la iglesia, la madera tallada se levantaba ante mis ojos, separándome de la multitud y mi destino.

Tantos años preparándome para este momento, sin imaginar que realmente iba a tener todas mis emociones a flor de piel.

Dos semanas tuve para conocer a mi prometido, y solo descubrí que es un hombre de gran tamaño, ojos penetrantes que no se despegaban de mí cuándo estámos en la misma habitación, voz profunda y autoritaria, que en ocasiones cree qu puede regirse ante mi como mi superior. Un hombre que no le tiembla la voz cuando debe dar órdenes o le falla el pulso cuando debe quitar vidas. Que guarda un gran secreto que aún no logra controlar y que puede ser una bomba de tiempo si sus emociones se intensifican.

Leal a sus amigos, comprometido con su reino. Dispuesto a quebrantar cualquier ley si eso le parece correcto. Y eso es tan bueno como malo.
Porque si bien estamos a punto de crear una nueva nación, con sus propias leyes y costumbres, su carácter errante y estoico podría hacernos caer ante nuestros enemigos, o podría desatar a la bestia que habita en su interior y destruir todo lo que conocemos.

Tengo que ser firme y ganarme su afecto. Aún no me explico cómo, pero siento que es mi deber hacerlo, más allá de como princesa, sino como quiza la única persona que puede tocarlo cuando está a punto de estallar, eso debe significar algo, y estoy segura que en Asthras encontraré las respuestas que necesito. Mientras tanto, debo mantenerlo a mi lado, tranquilo, para evitar cualquier desastre, tengo que ser la calma que él necesita, así que deberé dejar mi hostilidad para con él.

— Tantos años cuidando de tí para que este momento llegara —escucho a mi espalda y el pecho se me comprime al reconocer su voz.

Me giro para encontrarme con el hombre que ha estado a mi lado desde que tengo uso de razón. Lleva su brillante armadura de plata con detalles dorados y una flor de loto tallada en el pecho —la armadura de la guardia real—. Me sonríe mostrando sus dientes y puedo notar el orgullo en su mirada.

Cuando su cálida mirada se encuentra con la mía siento que las comisuras de los labios me tiembla al ser consiente que ya no estará más a mi lado, cuidándome, guiandome, siendo mi consejero, mi apoyo, una de las pocas personas que me ha dado su afecto sin esperar nada a cambio, quién jamás se ha atrevido a juzgarme o subestimarme sino todo lo contrario. Se ha encargado de hacerme la mejor y que me sienta como tal.

A quién hubiera querido que fuera mi verdadero padre.

— Rahi... —sin pensarlo me acerco a él y lo abrazo, chocando con el frío metal de su armadura, pero no me i porta nada cuando sus brazos me rodean con amor.

— Mi pequeña, estoy orgulloso de ti —susurra en mi oído—. Recuerda que siempre estaré cuando me necesites.

Asiento aún entre sus brazos. Odio el contacto físico, pero quisiera congelar este momento para siempre. Jamás podría olvidar como se sienten sus abrazos, porque cada vez que puedo estoy entre sus brazos, más que todo cuando era niña y era el único capaz de consolarme.

Me separo para devolverle la sonrisa que me muestra, puedo ver cómo sus ojos de humedecen, pero no deja caer ni una sola lágrima.

— No llores, o lloraré yo también y arruinare mi maquillaje —le advierto.

El ríe y acomoda el velo sobre mis hombros.

— Eres una mujer fuerte, te he preparado para que puedas con las lágrimas y mucho más.

Asiento recordando cada una de sus lecciones, que con amor y dedicación se empeñaba en enseñarme de manera que pudiera aprender un poco de todo y así enfrentarme a mis padres y la vida.

Las palabras se me atoran en la garganta, pero él puede entenderme mejor que nadie.

— Ha sido un placer, pequeña —dice con una dulce sonrisa.

Inhalo y me alejo cuando veo a los guardias posicionarse junto a las puertas de manera indicándome que ya es hora. Miro a Rahi por última vez antes colocarme frente a las puertas de mafera.

Las trompetas suenan, indicando mi entrada, las puertas son abiertas y mis manos toman con firmeza el ramo. Mentón en alto, espalda recta y mirada en el frente.

Es momento de avanzar, mi destino está escrito y lo cumpliré al pie de la letra.

Cientos de personas permanecen de pie a cada lado del pasillo que debo cruzar, la suave melodía del piano aplaca mis nervios mientras camino sobre la alfombra verde.

De frente, sobre las escaleras está Mawama, con sus ropas blancas y verdes bordadas a mano y un manto blanco en la cabeza, junto a ella la imponente figura del príncipe Ragert me deslumbra, lleva un traje negro a la medida, con hombreras de plata que caen sobre sus fuertes brazos, apliques de plata y piedras brillates adornan su traje dandole luminosidad, y un par de flores blancas sujetas en su pecho amenazan con robarme una sonrisa. Lleva su corona de plata ornamentada con cristales azules sobre su cabeza y sus rizos negros caen alrededor de su rostro, hasta el momento no había notado que su cabello ya le llegaba a los hombros, y que bien se veía.

Sus profundos ojos avellanas me observaban con detenimiento, y una media sonrisa iluminaba su rostro logrando que mi corazón retumbara en mi pecho.

Baja el par de escaleras y me ofrece su mano cubierta por un guante de tela negra, la observo antes de tomarla y subir con él cuidando de no pisar mi vestido.

— Bienvenidos sean todos a la unión de estas dos hermosas almas —dice Mawama abriendo sus brazos con regocijo—. Un hijo de la tierra helada de Lü y una hija del manto natural de Nebelé.

Siento la mirada del principe sobre mí y al voltear, lo confirmo, sus ojos poseen un extraño brillo que me eriza la piel, por lo que decido volver mi atención a Mawama, quien recibe un manto de una joven sacerdotisa.

— Hoy este hombre y está mujer unirán sus almas así como sus tierras —dice enunciando cada palabra e indicandome que estire mis brazos.

Le entrego el ramo a la sacerdotisa y hago lo que me ordena, con una daga que le entrega otra joven corta mi palma derecha antes de dirigirse al principe y hacer lo mismo, ambos quedamos con las manos extendidas mientras nuestra sangre caen en el manto que sostiene Mawama.

— Y como un poder divino, sus palabras y acciones forjarán sus caminos por el bien de su reino y de ustedes mismos.

Nos colocamos frente a frente, sus cálidos ojos me observan con deleite cuando sus manos toman las mías, bajo mi mirads a nuestras manos unidas y manchadas de sangre que son envueltas en la manta por Mawama.

La cierva le indica al principe Ragert que es momento de decir sus votos, mientras sigue envolviendo nuestras manos.

— Prometo darte protección bajo mi manto para que siempre estés segura —comienza a enunciar robándome el aliento—, respetarte en todo momento y cumplir los anhelos de tu corazón, darte tú lugar como la reina que comparte mis tierras, aquella cuya sabiduría nos guiará a un reino próspero y seguro. No te subestimaré porque confío en ti así como espero que creas en mí.

Por un momento mi mente queda en blanco y todas las ideas se desvanecen, siento el picor en mis ojos, que amenazan con llenarse de lágrimas, pero es algo que no puedo permitirme, sobretodo porque sé que sus palabras son sólo eso. Es algo que tiene que decir porque no tiene de otras, no porque sea algo que pretenda hacer de verdad.

Así que me trago el nudo que pensaba quedarse en mi garganta y busco mi voz para hablar.

— Prometo ser tu pilar, tu felicidad, tu soporte y tu luz, ser tu apoyo incondicional y la calma que necesitas cuando todo te sobrepasa, cuidare de tí en los días malos y haré más amenas tus mañanas, para que puedas ser un rey justo y bondadoso.

Mawama vacía un cuenco de agua sobre nuestras manos unidas y una corona de flores desciende sobre nosotros y nos rodea al caer sobre nuestros hombros.

La sacerdotisa se acerca con los anillos sobre una almohadilla, Mawama comienza a soltar nuestras manos y nos ofrece un cuenco de agua para lavarnos la sangre antes de tomar los anillos.

El principe Ragert toma mi mano y me coloca mi anillo, pero antes de soltarla observa el cristal que cuelga de ella y me mira, pero me deshago de su agarre y como el anillo que le coloco de forma rapida antes de mirar a la cierva.

— Que Nebelé los bendiga y guíe sus almas para reinar estas tierras con sabiduría y honor, mientras sus corazones laten como un mismo cántico de amor —Mawama mira a él principe con una gran sonrisa— Alteza, puede besar a la novia.

Mis ojos se encuentran con los de Ragert, tan profundos y llenos de secretos, él se acerca con lentitud, acelerando los latidos de mi corazón, pero cuando está a un palmo de distancia se detiene, paralizandome en el acto.

— No he mentido, florecita —susurra antes de capturar mis labios.

Mi cuerpo envía una onda expansiva que se aloja en mi vientre y le da un vuelvo a mi corazón cuando mi mente viaja a él día que casi se convierte en un dragón y nos besamos por primera vez, de una forma tan íntima, cargada de deseo y añoranza, incrementando el calor que nos envuelve y apaciguando todos mis nervios, permitiéndome sentir las exquisitas corrientes de energía que recorrían mi cuerpo ante su beso.

Se separa de mí en cuestión de segundos y maldigo para mis adentros por todo lo que me hizo sentir en un beso que no le tomó más de un minuto.

Una sonrisa de suficiencia se dibuja en sus labios despertando mi mal humor, sus ojos brillan con diversión al ser consciente de lo que ha ocasionado en mí, pero no soy capaz de bajar la mirada y ceder ante él, así que imito su gesto altivo lo que ensancha su sonrisa.

Veo un par de pétalos rojos caer frente a mí, y luego unos mas sobre el principe, algunos acarician mi rostro y otros se deslizan por mi falda, miro al principe Ragert quien sigue el descenso de los pétalos entre nosotros, igual de sorprendido, paseo mi mirada  por el salón y todos los presentes estan igual ante la lluvia de pétalos que ha comenzado.

Mawama se ríe abriendo sus brazos y llamando nuestra atención, en cuestión de minutos el piso se encuentra cubierto de pétalos rojos al igual que las sillas, mesas y en casi cualquier superficie.

Miro a la cierva en busca de una explicación, puesto que estamos a punto de entrar en invierno y a parte estamos bajo techo del castillo.

— Nebelé ha bendecido su unión —explica comenzando a bailar.

Miro a él principe quien ahora me sonríe con calidez, vuelve a mirar hacia arriba de dónde vienen los pétalos antes de centrar sus ojos en mi.

— ¿Quiere decir que piensa que seremos una buena pareja? —cuestiona con una ceja enarcada.

— Así parece —admito—, pero no te preocupes, esto es algo común en Vassilis.

La risa de Mawama nos interrumpe, ella detiene su baile y nos mira maravillada.

— Hacía cientos de años que esto no ocurría —suspira con alivio—, creí que Nebelé no volvería a bendecir así una unión.

Quiero decir que esto es normal, que no me sorprende ni me maravilla, pero estaría pecando de mentirosa, porque la bendición de un dios es un honor para cualquiera, y jamás en mi vida pensé que Nebelé fuera a bendecir mi unión con el príncipe, en especial porque yo no nos veo de esa manera, sin embargo no estoy en posición de cuestionar las decisiones de los dioses. Solo se que esto me quita un peso de encima, Nebelé nos apoya y no protege, estamos haciendo lo correcto.

Estoy en el camino correcto.

Los violines comienzan a entonar una melodía mágica que va de la mano con el hermoso momento que estamos viviendo, aunque no llegue a ser una reina tan grande como Asmiel, sé que de igual forma este momento quedará grabado en la historia y eso me llena el corazón.

Cuando Ragert me ofrece su brazo lo acepto y dirijo mi atención a las personas que tenemos en frente, todos se inclinan en una reverencia como muestra de respeto, pero mis ojos solo están en el hombre que comparte el azul brillante de mi mirada y me sonríe de la forma en que podría iluminar la vida de quién lo mirase.

Se encuentra en medio de la familia Kerrág y la nuestra, con su ojos llenos de orgullo mientras sostiene la mano de una princesa de rebeldes rizos negros y gran sonrisa que no para de saltar de la felicidad.

— Reiza te admira —murmura el principe Ragert a mi lado tomándome por sorpresa—, es quién más está feliz por esta unión.

— Al parecer, Yzker tiene competencia —le sonrío a la pequeña princesa quien me saluda entusiasmada.

El principe Ragert comienza a reír y me hace caer en cuenta de lo que dije, lo miro, pero no soy capaz de hacer ningún gesto negativo, al menos no ante tantas personas.

— Creo que él no tiene problemas con eso —dice al ver como mi hermano levanta en sus brazos a la niña—. Pero yo si tengo problemas en que le sonrías a mi hermana y a mí no.

— Reiza es un encanto —admito.

— ¿Y yo no?.

— No.

— Que triste, porque ya eres mi esposa y ahora tienes que vivir conmigo —su voz sonaba cargada, logrando erizar mi piel.

Aparté la mirada de la princesa para enfocar a su hermano, quien poseisa una media sonrisa altiva.

— Una completa tortura tener que vivir con un rey que no puede entender ni Takao.

Una pena no tener una vida tan aburrida como para tener que aprenderme tres idiomas —comezamos a descender las escaleras mientras saludamos a los presentes.

— Lo dice quien ni con los mejores tutores del mundo puede aprender algo de teoría básica.

— Yo gano guerras y guío a las personas, no necesito aprender teoría básica, yo aprendo de la vida —afirma con orgullo.

Evito poner mala cara, no necesito una reprimenda de la reina justo ahora. Por una parte se que tiene razón, y por otra no puedo creer que pueda ser tan ignorante con algunos temas y aún así sentirse orgulloso de eso.

Caminamos hasta la salida en medio de saludos, felicitaciones y peticiones de los invitados, en medio de la lluvia de pétalos rojos que se niega a dejar de caer.

El carruaje nos espera para dar el recorrido en el reino como pareja oficial. El príncipe Ragert me ayuda a subir antes de que los pajes se acerquen y pese a que el vestido le cuesta pasar no permite que nadie más me toque, aunque de trate solo de la falda del vestido.

El hombre sube detrás de mí y se sienta al frente ya que a mí lado no cabe, cuando cierran la puerta enarco una ceja al mirarlo.

— ¿Que? —suelta recostandose en espaldar.

— No lo creí un hombre posesivo, Alteza.

Noto como tensa la mandíbula y me mira con esos ojos tan profundos que me desarman.

— Es un vestido demasiado bonito como para que lo ensucien así —se excusa recorriendo mi atuendo con la mirada.

Reprimo una sonrisa y desvío la mirada concentrando mi atención en los jardines del castillo.

— Ahora que estamos casados, podrá pedir una pintura de mí sin que nadie sospeche sus intenciones —comento sin mirarlo.

Escucho como ríe, lo que me obliga a colocar una mano sobre mi boca para evitar que vea el atisbo de sonrisa que se me escapa.

Al menos cuento con que siempre puedo hacerlo reír. Lo que jamás admitiría en voz alta, es que ese sonido lo recibo como una caricia al alma, por lo que hacerlo reír es un placer para mí.

— Sería un privilegio tener pinturas de usted por todo el castillo, pero ni así podría apartar mi mirada de la magnificencia que es su persona.

El calor invade mis mejillas y mi corazón late desbocado. Este hombre está aprendiendo como desarmar cada parte de mí. Aunque su comentario sigue siendo sobre mi aspecto cada vez que lo dice puedo notar la certeza con lo que lo hace y es que el principe Ragert no me ve solo como una mujer hermosa, sino más bien como una deidad cuya belleza lo ciega y embelesa al punto de no poder apartar la mirada de mi.

Y he de admitir que me gusta que siempre me mire.

Porque sus ojos me desarman más que sus palabras.





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Ragert y Katània.

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Takao: idioma de las tribus.

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