Capitulo Diez

La viscondesa volvió conmigo al salón, dónde dialogamos con miembros importantes de la nobleza, como algunos príncipes y princesa de los reinos vecinos o altos condes, barones y duques. No perdió la oportunidad de corregirme cada vez que podía e intervenía para que me "comportara como una princesa" en todo momento.

El resto de la velada el principe Ragert y mi padre no salieron del salón rojo, puesto que las reuniones se extendieron hasta altas horas de la madrugada.

La viscondesa me hizo saber que solo ella y sus hijos habían llegado, puesto que su hermana con su familia llegarían al alba.

Para cuándo el desayuno fue servido, toda la familia se encontraba en la mesa, a excepción de Yzker, quien no lo volví a ver desde que se fue con la señorita Da'Roch, lo qie me causaba molestia.

Tome asiendo a la izquierda de padre, junto a él principe Ragert, quien no tenía buena cara. Daív sirvió mi plato con lo que sabía más me gustaba mientras escuchaba hablar a la viscondesa con padre.

— La Khayne volvió —informo la rubia dirigiéndose a los monarcas—, he de admitir que esperaba una amenaza mayor cuando me hablaste de ella.

El silencio se hizo en la mesa ante las palabras de la viscondesa. La molestia tiñó de rojo el rostro de padre y la furia de madre brotaba por sus ojos.

— ¡Cómo ha vuelto a entrar y nadie dijo nada! —exclamo furioso.

— Baja la voz que todos podemos escuchar a la perfección —se queja la tía Esler—, estabas ocupado desde anoche así que me he encargado yo, y gracias a eso recibí una amenaza muy personal.

— A mi no me digas como hablar —le reclama padre—, que aparte de tu hermano mayor soy tu rey.

— Hasta dentro de unas horas —continua con simpleza—, luego le deberé el debido respeto al joven Ragert y a mí sobrina.

— Usted no respeta a nadie, viscondesa —le recrimina madre disimulando la ira.

— Solo a quien se lo ha ganado —sonrie—, a ti jamás te he faltado el respeto.

— Porque no te lo permito.

— Altor tampoco, y aún así, le hablo como se me antoja.

— Nunca he podido contigo —admite padre acariciando su cien fastidiado.

— Esler solo respeta a aquí en quiere —comenta la tía Danka que hasta el momento hacia guardado silencio.

— Claro, no cualquiera merece mis respetos, no por nada soy la Gran Duquesa aún siento viscondesa.

La duquesa Danka ríe ganándose una mirada de reproche de su hermana mayor.

— Que ironía, y la que se quedó con el título de Duquesa fui yo.

— Solo por casarte con un Duque, mi título fue por mérito propio.

— Hasta que decidiste casarte con un visconde.

— Eso no me quita méritos.

— Basta ya —ordena el rey cansado de la discusión de sus hermanas—. Esler, necesito saber cómo entró la Khayne.

— Cuando tenga la respuesta te la daré —responde ella altiva—, hasta donde sé, apareció en medio del pasillo de los empleados...

La viscondesa continúa explicando el atentando de la Khayne mientras mi mirada viaja al principe Ragert, quien come en silencio con el ceño fruncido.

— ¿Mala noche? —susurro solo para él.

— Horrible —me corrige en el mismo tono.

— ¿Tan mal resultaron las reuniones?.

El principe me mira con esos ojos avellanas tan profundos que me erizan la piel, se veía cansado y hastiado, al igual que el rey, lo que me dejaba en claro que las reuniones no obtuvieron el resultado esperado.

El no responde, sino que vuelve a su plato. No me gusta que me ignoren, por lo cual su gesto me molesta, pero no le digo nada la respeto, puedo notar su mal humor, así que en lugar de reclamar, le digo:

— ¿Le gustaría dar un último paseo por los jardines del castillo como hombre soltero?.

El principe detiene la mano que iba directo a su boca y procede a bajarla con lentitud mientras voltea a verme.

— Hubiera esperado una proposición así de parte de Yzker, pero no de usted —admite con una ceja arqueada y media sonrisa incrédulo.

— ¿Eso es un si? —me fuerzo a sonreír.

La verdad es que en mi cabeza comenzaba a idear un plan, y solo tenía horas para ejecutarlo. Ya no soportaba la incertidumbre de no saber si el principe Ragert era o no un Dārgaton, así que era momento de actuar.

— Tengo un par de reuniones dentro de unas horas, sin mencionar que tenemos que prepararnos para la ceremonia —se excusa robándome las esperanzas.

No soy de insistir y odio que me obligue a hacerlo. Odio que este hombre me haga sacar las cosas que odio de una persona y sobretodo de mi.

— Piénselo, en unas horas será rey, y ya no podrá darse el lujo de pasear porque los deberes se lo impedirán.

El principe no mueve un músculo, lo que me molesta, sin embargo, me mantengo serena.

— ¡Madre, yo quiero casarme con un principe también! —chilla Lady Tesler llamando la atención de todos en la mesa—, uno igual al principe Ragert, ¿A poco no es atractivo?, aunque con un Asthraniano me conformo, pero que sea igual a él...

— ¡No seas impertinente, Tesler! —la regaña su madre con rabia—, aprende a respetar a tus superiores.

El rey la mira con ira, y la reina la desaprueba, pero mi prima no parece ofendida o culpable, sigue manteniendo su sonrisa y mira a su padre con los ojos brillantes. El hombre, al verla, suspira, para luego dirigirse a su esposa.

— No seas dura con ella, tú fuiste la que le metiste la idea de casarse.

El visconde Daire es un hombre de cabello largo negro y voz gruesa, las pocas veces que lo he visto, solo ha hablado un par de veces y ha sido para defender a su hija cada vez que está se lo exige, como ahora. Tesler es una niña consentida de papá.

La viscondesa comienza a discutir con su marido en un tono más bajo, pero aún así se logra escuchar, incrementando la ira de madre y padre.

El principe Ragert se mantiene en silencio a mi lado, puedo sentir lo tenso que está y el disgusto en su rostro es notorio.

Por otro lado puedo escuchar a la tía Danka burlarse de Tesler en su cara mientras la joven trata de defenderse con la amenaza de que el visconde los reprendera por eso.

En estos momentos me hace falta Yzker, quien hubiera cortado la tensión en la mesa con sus comentarios fuera de lugar que desviarian el rumbo de la conversación y alivianarian el ambiente.

Aunque mi hermano no soporte a Tesler y Rahai, sabe cómo callarlos cuando ya no quiere escuchar sus irritantes voces y, pese a que no lo crea, es el sobrino favorito, por lo que la viscondesa aplacaría su mal carácter para bromear con él y con la tía Danka, lo que llevaría a los reyes a unirse a la conversación, o bueno, al menos a padre.

El principe Ragert se levanta ocasionando un fuerte ruido al arrastrar su silla hacia atrás, lo que acalla a todos en un segundo.

— Espero mantengan a esa mujer lejos de mi si no quieren que le corte la lengua —se dirige a la viscondesa con molestia.

— A mi hija no la esté amenazando, que usted aún no conoce de lo que soy capaz —le reta ella señalando con su mano al principe.

— Seré su rey, y ustedes me deben respeto —el principe aprieta su mandíbula como si se estuviera conteniendo, lo cual me alerta aún mas cuando aprieta sus puños—, no voy a estar tolerando a nadie por gusto, y de dónde yo vengo se respeta a sus superiores aún siendo familia.

La viscondesa arquea una ceja incrédula, pero sonríe contra todo pronóstico.

— Tesler, discúlpate con su Alteza —ordena a su hija.

— No quiero una disculpa, quiero que no vuelva a dirigirse a mi de ninguna manera.

Está vez es el visconde quien se levanta con la ira bailando en sus ojos y su mano ensendiendose al rojo vivo.

— Majestad, no puede permitir que el principe hable así de su sobrina —su voz es pesada, pero no más que la del principe.

El rey mira al hombre con el rostro imperturbable, al parecer toda la discusión a logrado apasiguar su molestia.

— Lady Tesler tiene que aprender a respetar, así que, si el principe Ragert ha dado una orden, tiene que cumplir.

La mano del visconde Daire crea una ardiente llama lo que obliga a su esposa a alejarse un poco para que no la queme. El hombre no cederá ante la petición, Tesler es su solecito y no permite se nadie diga nada malo de ella o la desprecie, así que lo que el rey y el principe han dicho es una completa ofensa para él.

Puedo escuchar la risa divertida de la Baronesa y su hija la marquesa Tinka ellas están mucho más acostumbradas a estos espectáculos que nosotros, puesto que viven en la misma ciudad que la familia del visconde y están siempre juntos. Mientras Rahai aprovecha para apostar con el Marqués Piere sobre quién ganará la pelea. A veces se parece tanto a Yzker ni ellos podrían aceptarlo.

Pero esto es inadmisible para mí y mi familia, y mucho menos para el principe Ragert quien mira al visconde con la ira contenida y cada músculo de su cuerpo se encuentra tenso.

Miro a la reina, esperando que intervenga como siempre, pero en lugar de eso, sus ojos marrones se encuentran con los míos y asiente de forma leve, dando a entender que me deja el pase libre para intervenir.

El principe Ragert acomoda su capa y empuña su espada cuando el visconde levanta la mano encendida en fuego para atacar y es en ese preciso momento que me pongo de pie.

— Bajen las armas —ordeno firme—, podemos llegar a un acuerdo sin necesidad de llegar a lo físico. Lady Tesler pedirá disculpas por sus palabras al principe Ragert y le rendirá el respeto que se merece como su futuro rey, al igual que usted visconde Daire, no puede venir a nuestro castillo y amenazar al próximo soberano como si de un cualquiera se tratara, sabe que dicha amenaza podría costarle la vida y nosotros no vamos a perdonar este tipo de actos. Ustedes cómo familia deberían ser los primeros en mostrar respeto.

El visconde baja la mano sin borrar la ira de sus ojos, pero ahora su atención está puesta en mí, y aunque le pese, sabe que tengo razón, el principe Ragert no es un principe cualquiera, se trata del próximo monarca, uno más grande que cualquier otro al gobernar dos reinos como uno.

— Con todo respeto, Alteza, el principe también ha ofendido a mi hija y no permitiré tal cosa de nadie —habla apaciguando el fuego en su mano.

— El principe Ragert está mostrando su autoridad como lo que es y Lady Tesler no ha hecho más que faltarle el respeto desde que lo conoció en la noche durante el baile, no espere que la trate como una dama si no se ha ganado ese lugar.

El visconde está por responder cuando la tía Esler le toma del brazo y le hace callar con un gesto, pero en cuanto él se sienta, y la viscondesa me mira para hablar, la voz de su hija la interrumpe.

— ¡Esas son puras calumnias!, yo no le he faltado el respeto al principe Ragert, solo he dado mi opinión —se excusa, ganándose una mirada de advertencia de su madre y el principe.

— ¡Basta ya! —brama su madre—, compórtate como una dama de la corte y discúlpate con el príncipe si no quieres que te exilien.

Lady Tesler abre los ojos sorprendida y mira al principe Ragert con miedo.

— ¿No haría algo así o si? —cuestiona bajando la voz, luego dirige su mirada hacia mí—, prima, no serían capaces de hacer eso por un simple comentario.

— Disculpese, Lady Tesler —le ordeno manteniendo mi postura firme.

El principe Ragert mantiene su mirada clavada en el visconde que ahora lo observa con desprecio, mientras la tía Esler me mira conteniendo una sonrisa, por su parte Lady Tesler baja la cabeza con los ojos cristalizados.

— Lamento si lo he ofendido con mis palabras, Alteza —se inclina hacia adelante con las manos unidas al frente—, no volverá a ocurrir.

Asiento complacida, a diferencia del principe Ragert que se mantiene a mi lado firme, sin suavizar su expresión, y en lugar de volver a tomar asiento, da media vuelta y se aleja con pasos agigantados hacia la salida con su capa ondeando en el aire por los bruscos movimientos.

Aún así, nadie dice nada.

Miro a madre, quien me devuelve el gesto sin decir nada, pero luego mis ojos se encuentran con los de padre que inclina su cabeza dejando en claro que vaya detrás del principe.

Él es de los más interesados en que nos llevemos bien, me lo ha dicho incontables veces, espera que sea una esposa ejemplar como madre.

Hago una reverencia anunciando mi retiro y salgo segundos después dejando el salón en un silencio sepulcral.

El principe Ragert ya no se ve por los pasillos, así que decido preguntar a Rahi por dónde se ha dirigido.

— Salió en dirección al norte, dónde ahora estan sus aposentos —explica él siguiéndome el paso.

Camino más rápido para no perderlo, ésta es la oportunidad que estaba esperando, el principe Ragert se encuentra de muy mal humor y cualquier otro inconveniente lo hará explotar, por lo que si mis sospechas son ciertas, tengo que evitarlo, porque de ser un Dārgaton, podría destruir el castillo al transformarse.

Al subir las escaleras y cruzar hacia el ala norte del castillo, le detengo de golpe al ver al principe Ragert parado al final del pasillo frente a una pierta entreabierta. Acomodo mi cabello detrás de mis hombros y retomo el camino con pasos más lentos.

Su mirada está clavada en las puertas de madera, pero se ve concentrado en las voces que logro percibir a medida que me acerco.

Él no nota mi presencia, por lo que aprovecho para pedirle a Rahi que guarde cierta distancia. Cuando estoy a un par de pasos de él, quedó paralizada al escuchar la conversación que se está llevando en la habitación a mi izquierda, esa misma que mantiene al principe absorto frente a las puertas.

— ¡Ahora sí vienes a llorar por una doncella! —exclama el Duque Blaka Akull entre dientes, su horrible voz es inconfundible—, por las demás no te preocupaste y ahora me recriminas por esta.

— ¡Claro que me preocupé, pero lo que le hiciste a Ekerina no tiene nombre! —la voz temblorosa de Lady Romséh Herecall me llega como una daga al corazón—, ¡Eres un cerdo degenerado...!

Un golpe seco calla a la mujer y me sobresalta, la ha golpeado, miro al príncipe frente a mí quien aún no repara mi presencia, pero su rostro se encuentra contraído por la ira. Abre la puerta con fuerza, la cual impacta contra la pared mientras él entra al salón, por inercia lo sigo.

El duque Blaka palidece en menos de un segundo y Lady Romséh, que se encuentra en el piso con el labio partido comienza a arrastrarse hacia atrás con las mejillas húmedas y los ojos abiertos al ver al principe entrar echo una furia.

Mi prometido toma al duque del cuello y lo estrella contra la pared frente a él, de inmediato noto como el guante en su mano comienza a echar humo mientras se consume por las brazos ardientes en las que sus manos se convierten.

— Así que tú eres el degenerado que violento a la doncella —murmura el principe con los ojos brillantes y la voz cargada.

El calor de sus manos comienza a quemar la piel del viejo duque haciéndolo gritar en medio de peticiones para que lo suelte.
Rahi entra a el lugar cerrando la puerta para que nadie más entre o pueda ver lo que sucede, lo que el principe aprovecha para ahorcar con más ainco al bastardo ese.

— En Asthras, nos divertimos muchos con las pestes como tú —el principe vuelve a estrellarlo contra la pared antes de soltarlo.

Se quita los restos de los fuantes de cuero dejando ver las marcas un tono más oscura que se dibujan en su piel y comienzan a extenderse por sus brazos quemando su ropa, pero esto ya no parece importarle.

El duque Blaka llora en el suelo tocandose el cuello lastimado por el principe, quien lo mira desde arriba. El bastardo no es tan alto y frente al principe se ven tan diminutivo que falcimente lo podrían aplastar.

Cuando el principe Ragert vuelve a tomarlo del cuello y golpea su rostro con fuerza logrando romperle la nariz y quemando todo lo que toca, Lady Romséh Herecall comienza a gritar asustada, cada golpe es propinado con certeza en el rostro del duque sin ningún afán.

La sangre comienza a salpicar las paredes aumentando los alaridos del duque, y la que queda en las manos del príncipe de hielo se quema emanando un desagradable olor.

Rahi se apresura a tomar a Lady Romséh cuando está se desmaya al ver el rostro bañando en sangre y pedazos de carne quemada del duque.

Es ahí cuando el principe comienza a arremeter contra su pecho y estómago hasta que lo hace vomitar sangre. El duque se ha convertido en un asqueroso desastre de sangre, ropa y piel quemada maloliente.

La sangre ha salpicado lo que queda del traje del principe y parte de su rostro mientras que sus manos están negras por la sangre que ahí se ha quemando. Su torso ya es visible por los jirones quemados en los que se ha convertido su perfecto traje negro.

El duque Blaka se retuerce en el piso sin parar de escupir sangre, su rostro a quedado irreconocible, pero ni Rahi ni yo somos capaces de intervenir. El principe Ragert se deshace de la capa tirando con fuerza del broche que la sostiene y arrojandola lejos.

Sus ojos se encuentran con los míos, robándome el aliento, la esclerotica ha sido cubierta por sus irises avellanas y sus pupilas ahora son una fina línea vertical.

Las marcas que se dibujan en su piel se extienden por todo su dorso grande y marcado, y cuello hasta parte del mentón de formas circulares y curvadas.

Siento la boca seca y el corazón late a un ritmo demasiado acelerado, tanto que puedo escuchar los latidos en mis oídos como si de un ritmo exterior se tratase.

Todas las alertas suenan en mi cabeza cuando veo su pecho subir y bajar con prisa, pero no me muevo sino que lo sigo con la mirada cuando vuelve se atención al duque y se acerca a él apoyando una sorilla en el suelo antes de golpear su pecho con fuerza una, dos, tres veces, se detiene y vuelve a golpearlo.

Juro que desde donde estoy puedo escuchar como los huesos de sus costillas crujen con cada golpe y algunos ceden ante la presión. No sé en qué momento el duque dejó de moverse, pero no me importa, ese hombre no merecía vivir, aunque la manera en la que le arrebataron la vida me ha dejado sin aliento, no puede dar crédito a lo que veo.

Doy un respingo cuando la mano del príncipe atraviesa el pecho del duque y con ayuda de la otra mano comienza a abrirlo sin el más mínimo pudor.

Los libros de historia de Asthras siempre han mencionado que los Asthranianos se tomaban la justicia con las manos, que ellos no temían matar a un delincuente, ladrón, abusador o violador. Ellos no sometían los casos graves a juicio sino que de una vez los castigaban sin darles el derecho a hablar siquiera una vez el delito era comprobado.

Se dice que los Asthranianos son bárbaros por la forma en la que sus víctimas pagan sus pecados, pero ellos no están dispuestos a permitir que la mala hierba continue destruyendo los bueno que tienen.

Es algo que se conoce en todos los reinos, pero jamás en mi vida imagone precensiar algo similar.

El estómago se me revuelve cuando sus intestinos quedan a la vista y el olor a carne quemada se intensifica en el salón. Rahi hace el intento de detenerlo, pues ha sido suficiente, pero al tocarlo se aparte en medio de quejas puesto que la piel del principe Ragert ahora es una brasa ardiente.

Él sigue concentrado en su trabajo de despellejar el cuerpo del Duque, los músculos de sus brazos y espaldas se encuentran tensos y se marcan con cada uno de sus movimientos, lo cual capta mi atención, hasta que noto las cicatrices en su espalda, no sé cómo no las ví antes si son tan grandes y visibles, pese a las marcas de Dārgaton que pasan sobre ellas.

El principe agita su cabeza en negativa y es cuando veo el humo salir de su nariz y boca, las marcas en su piel comienzan a brillar como brasas ardientes antes de adquirir un color azul oscuro que incrementa su brillo.

Él se pone de pie y comienza a dar pasos hacia atrás tomando su cabeza sin dejar de negar.

— Está perdiendo el control —habla Rahi al otro lado del salón envolviendo sus manos con trozos de tela—, hay que hacer algo.

Miro al guardia quien busca algo en el salón que pueda servir y luego poso mi vista en el hombre que no deja de negar mientras su piel arde, su respiración de vuelve irregular y sus pasos pierden fuerza logrando que tropiece con jarrones y candelabros dispersos en el lugar.

Cuando baja los brazos y sus ojos vagan por todo el lugar temeroso, camino hacia él sin saber muy bien que hacer. Puedo ver su miedo, el dolor que esto le está causando, lo cual comienza a afectarme. Yo también tengo miedo.

Doy otro respingo cuando un desgarrador grito sale de su garganta junto a una nube de humo grisáceo.

No puedo más, esto está me está sobrepasando. Si se transforma podríamos morir y el destruirá el castillo, puedo asegurar que nunca antes se ha transformado lo cual lo tiene aterrado.

— Ragert, escúchame —hablo alto para que me escucha, obligando a mi voz a salir firme—, tú puedes controlarlo, eres fuerte, yo sé que puedes.

Él no parece escucharme, sigue negando mientras pasea sus ojos por el salón en busca de algo, el brillo azul de las marcas se intensifica y las venas de su cuerpo se marcan demasiado, no puede más. Me da la espalda y se dobla del dolor, aunque sus fuerzas no le den para más, sigue tratando de contenerlo.

Me apresuro a tomar su brazo cuando lo veo tensarse todo y suelta una exhalación cargada de humo blanco y caliente.

— ¡Katània no! —escucho gritar a Rahi cuando nota lo que estoy haciendo.

Mi mano se aferra a su músculo duro, mi mano no rodea por completo su brazo por lo grande que es, pero de inmediato me quedo paralizada y él también, no tengo idea de porque lo he hecho, pero tampoco entiendo porque no me quema.

Aún así no lo pienso mucho y le doy la vuelta, él no me mira, porque sus ojos se mantienen fijos en mi mano sobre su brazo, poco a poco sus músculos se relajan y su respiración se va regulando, las marcas pierden color pero no desaparecen por completo.

No sé cuánto tiempo pasamos así, pero en ningún momento aparto mi mano y a él no parece molestarle, más bien parece confundido, al igual que yo. Cuando sus ojos por fin se encuentran con los míos, estos ya han vuelto a su forma natural, aunque un poco más oscurecidos y con un extraño brillo en ellos.

Me encuentro absorta en sus ojos, que me observan con deleite y curiosidad, poseen una intensidad que me corta la respiración y me erizan la piel. El calor que su cuerpo emana me envuelve de forma acogedora y la manera en la que humedece sus labios me causa una extraña sensación electrizante en lo bajo de mi abdomen.

Escucho la puerta ser abierta y cerrada, pero no soy consciente de nada más que no sea el inmenso hombre frente a mi.

Sin previo aviso el principe Ragert se viene contra mi tomando mi cuello con su mano y estampando sus labios con los míos robándome el aliento y evaporando mis sentidos.

Es un beso desesperado, ansioso y cargado de puro deseo. Su mano libre se posa en mi espalda baja y me atte más hacia el uniendo nuestros cuerpos mientras su boca se mueve contra la mía abriéndose paso con la lengua.

Me aferró a sus brazos y paseo mis manos por sus duros músculos deleitada por lo que me hace sentir.

Jamás en mi vida habia sentido mi cuerpo ceder ante un arrebato como este, mientras la sensación electrizante se esparcía por mi cuerpo y su calor me hacía suspirar cada que me apretaba más contra él.

Sus labios me saboreaban, mordía mis labios con ahínco y su lengua bailaba con la mía. Sin dificultad me levanto en sus brazos y me hizo sentar en algún superficie dura sin dejar de reclamar mis besos.

Me sentía envuelta en llamas ardientes que nos consumían con ferocidad.

Mi vestido subía a medida que levantaba las piernas para rodear sus caderas mientras él se cernía sobre mi, su brazo me rodeaba y el otro estaba apoyado en, lo que a mí parecer, era un escritorio.

Sus labios abandonaron los míos y comenzaron a trazar un camino por mi mandíbula descendiendo por mi cuello, mis manos viajaron a sus rulos negros y me aferré a ellos cuando sentí sus dientes contra la sensible piel de mi cuello, su cálido aliento  causaba estragos en mi mente al igual que sus besos.

Mi respiración era errática al igual que la de él quien cada vez que afincaba mis uñas contra su piel suspiraba y volvía a atacar mis labios con más deseo.

Una de sus manos bajo a mis mulos para afianzarlos a su cadera, despertando las alertas en mi cabeza.

Coloque mi mano en su mandíbula y lo alejé mientras abría los ojos sin poder creer lo que estaba haciendo, cuando sus ojos se encontraron a centímetros de los míos y su respiración acelerada se mesclaba con la mía él también cayó en cuenta de lo que estábamos haciendo.

De inmediato se apartó dándome la espalda y yo de un salto baje del escritorio acomodando mi vestido. Sentía las mejillas calientes por lo que me cubrí el rostro incapaz de creer lo que acababa de suceder.

Al bajar las manos lo ví revolverse el cabello con frustración aún sin darme la cara, lo cual agradecía, estaba echa un desastre, mi cabello estaba alborotado, las flores de mi tocado estaba esparcidas por todos lados, mi vestido se veía desastroso y estaba segura que mi rostro estaba enrojecido a más no poder.

Intentaba regular mi respiración mientras peinaba mi cabello con las manos, ni en mil vidas saldría así de horrible.

Al ver mi vestido me di cuenta que estaba manchado de sangre, al igual que parte de mi pecho y hombros, lo peor era que el rastro no terminaba ahí sino que subía hasta mi cuello.

¡Por las flores de Nebelé, era la sangre quemada del Duque Blaka!.

Frote las manchas con mis manos pero no se iban, ni siquiera la de mi piel. Definitivamente no podía salir así.

— Necesita agua para poder quitarlas —hablo el principe Ragert desviando la mirada cuando voltee a verlo—, al menos las de su piel.

— Lo que necesito es un baño purificador —suelto sin dejar de frotar mi piel.

La ronca risa del principe resuena en cada rincón del salón, lo miré con una ceja arqueada sin saber a qué se debía su risa. No puedo creer que este tan tranquilo.

— Deje de reírse, que no soy ningún bufón —le exijo molesta.

Él niega con la cabeza sin dejar de sonreír, pocas veces lo veía tan relajado, lo que me causaba cierta ternura, sin embargo no podía dejar de estar molesta por lo que acababa de permitir y el hecho de que elyñ estuviera tan tranquilo me fastidiaba más.

Lo ví moverse por él salón antes de doblarse a recoger algo, cuando se levantó ví que se trataba de la capa que había arrojado con anterioridad, caminó con pasos firmes hasta mi, lo que me hizo tragar grueso, aún tenía el torso descubierto por lo que su abdomen tallado y fuertes brazos me deilataban.

No se detuvo hasta quedar a centímetros de mi, obligándome a levantar el rostro para mirarlo, mis mejillas se encendieron enseguida al sentir su calor, estube a punto de retroceder cuando extendió la capa y con rapidez la coloco sobre mis hombros cubriendo por completo mi figura.

Se alejó cuando aseguró la capa y se dió la vuelta sin mirarme, era pesada y no dejaba nada a la vista, lo cual me permitirá salir sin tanto problema.

Lo ví pasear por el lugar sin rumbo fijo, estaba ganando tiempo, o al menos eso creía, pues con un gesto me indicó que saliera.

Asentí como agradecimiento y me dispuse a caminar hacia la puerta, pero antes de girar la perilla, volví a encararlo.

— Lo que le hizo al duque Blaka Akull está prohibido en Vassilis —le informo, pero él no me mira—, al ser un duque y miembro importante de la Corte Blanca, podría causarle grandes problemas —callo unos segundo sin saber si debo o no decir lo que pienso, pero al final decido hablar—, aún así, muchas gracias por lo que hiciste por Ekerina. Si te someten a juicio, prometo defenderte.

Es ahí cuando sus ojos se encuentran con los míos y me regala una media sonrisa, la cuál le devuelvo. Él comienza a caminar hacia el cuerpo y es ahí donde me apresuro a salir.

Rahi me espera junto a la puerta, pero no dice nada, se que el sabe guardar secretos y, él del principe es uno muy delicado que no puede saber cualquiera.

— Está demás decir que ni una palabra de esto puede saberse —digo caminando con el mentón en alto, como siempre.

— Sabe que mis labios están sellados —concede en un susurro—, ya tengo a los guardias que se encargarán del desastre del salón.

No llegamos al final del pasillo cuando escucho unas puertas abrirse a nuestras espaldas seguidas de fuertes pisadas y un extraño sonido de derrape, volteo para ver de que se trata y me detengo al ver al principe Ragert caminar hacia el otro lado del pasillo arrastrando el cuerpo abierto del duque.

Mis ojos se abren y miro a Rahi quien me mira igual de sorprendido. De inmediato devuelvo mis pasos y comienzo a seguir al principe Ragert.

— ¿Que cree que está haciendo? —le pregunto alarmada cuando llegó a su lado.

Sostengo la capa cuando está vuela cerca del cuerpo. Los guardias que estaban atentos son aplacados por Rahi quien da la orden de mantener las filas sin atacar al principe.

— Alteza, no puede hacer esto —advierte Rahi caminando a su lado—, en cuanto los reyes se enteren podrían arrestarlo, mejor vaya a sus aposentos que yo me encargaré del cuerpo.

El principe Ragert no dice nada, sigue su camino como si no estuviéramos, Rahi lo trata de persuadir, pero nada lo detiene.

— Está alertando a todos los guardias y empleados del castillo —le digo.

Puedo ver cómo una sonrisa de suficiencia se forma en sus labios lo cual me preocupa aún más. Esto está mal, muy mal.

Reconozco el pasillo por el que pasamos, es el de la servidumbre. Espero no haga lo que creo que va a hacer.

— Alteza, no lo haga —le advierto, mi firmeza pende de un hilo cuando veo a varias doncellas y sirvientes pararse al vernos.

Bajamos las escaleras que están a mano derecha, la que lleva a la gran cocina del castillo donde la mayoría de empleados se pasea. Hay demasiadas personas, los cocineros están atentos a su trabajos, las lavanderas pasean con las canastas llenas de ropa mientras que los sirvientes llevan diversas cosas en los brazos, desde cestas de comida hasta candelabros y plantas. La entrada de los sirvientes está al final de la cocina, por eso tanta gente transita por aquí.

Al llegar al final de las escaleras varias doncellas que iban a subir se detienen cuando el principe arroja el cuerpo del duque hacia el frente, al verlo, algunas mujeres gritan y otras dejan caer las cestas de ropa que tenían en las manos llamando la atención de los demas.

El silencio hace acto de presencia cuando todos reparan el cuerpo y luego a nosotros, sus rostros cambian asustados, otros curiosos, otros más mientras repulsión a la escena, pro nadie dice nada.

— He aquí el cuerpo del duque Blaka Akull —habla el principe enunciando cada palabra para que todos lo escuchen—, el hombre que abuso de la señorita Ekerina y la llevo a la muerte. Una joven que dedicaba su vida a servir a la princesa, que no le hacía mal a nadie y que este bastardo destruyó. Yo, el principe Ragert Kerrág, próximo monarca de éstas tierras no perdono este tipo de actos de nadie, sin importar su título o fortuna, sin importar que la violentada haya sido una noble. Todos merecen justicia y así sea por mi propia mano la tomaré.

Miro al principe incapaz de creer lo que dice, una parte de mi agradece lo que está haciendo, porque esto impedirá que este tipo de actos sigan sucediendo dentro o fuera del castillo, pero también ando un poco molesta porque también puede crear un alboroto por esto. Sin mencionar el gran problema que tendrá con la familia Akull, de las más ricas e importantes de Vassilis.

Pese a todo lo que creía, cada uno de los presentes comienza a inclinarse en una reverencia como muestra de respeto y lealtad al colocar sus manos al frente, hacia el principe.

No puedo creer lo que veo.

En toda mi vida no había visto a todos los empleados del castillo hacer ese gesto a voluntad, y no solo eso, sino que empleado que llegase y se le dijera lo que sucedía, empleado que se inclinaba con los brazos hacia el frente.

Pasaron alrededor de diez minutos en esa posición, la reverencia más prolongada que haya presenciado jamás. Las doncellas que estaban al frente abrieron camino a la mujer de cabellos cobrizos y ojos tristes que reconocí como la madre de Ekerina.

— Gracias, su alteza, por no dejarnos solos —hablo la mujer—, mi familia está en deuda con usted.

— Las doncellas del castillo estamos para servirle, alteza —dijo otra joven.

Y así, todos le rindieron lealtad al principe Ragert, antes de volver a inclinarse con respeto. No entendía porque tanta devoción por el principe por asesinar a sangre fría al duque, pero no me quedaría con la duda, entre la multitud, divise el menudo cuerpo de Daív, quien también se encontraba haciendo una perfecta reverencia sin dejar de mirar el cuerpo con desprecio.






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