Capitulo Catorce
Siento el pecho oprimido y mi corazón deshecho, aún no se cómo Bhukaare pudo acabar con Kiari y eso me molesta y me duele en la misma medida.
Abro las pesadas puertas de madera sin esperar por los guardias, no tengo ni un poco de paciencia para seguir el protocolo cuando yo mismo puedo hacerlo, Rahi y el principe me siguen de cerca, no fueron capaces de objetar nada más.
Cómo mi guardia lo dijo, los reyes se encuentran con los miembros de ambas Cortes y con los monarcas de Asthras, todos nos miran cuando entramos y el rostro de padre se descompone ante mi presencia.
— ¿Que haces aquí? —pregunta molesto—, ¡Ordené que te resguardan en la torre!.
— ¿Que le paso a Kiari? —ignoro su pregunta.
— Ha muerto, ve a tu torre.
— ¿Cómo?.
— Katània, no estoy para esto, el castillo está siendo atacado y tú debes resguardarte. Rahi, llévatela...
— ¡No!, no voy a ningún lado —digo firme.
— ¿¡Pero que dāvoles te pasa a ti!? —brama furioso levantándose—. Yzker pasa un par de semanas contigo y ya te comportas como él: terca y desobediente.
— Esto no se trata de Yzker o de mí, se trata de Kiari y el reino —lo miro desafiante, estoy cansada de que siempre trata de protegerme ocultando las cosas, me mantiene al margen y eso ya no es aceptable—. Dime qué es lo que está pasando.
— Katània —madre se levanta con los ojos fijos en mi mientras padre se pone rojo de la rabia—, no es el momento.
— ¿Y cuando es el momento? —siento la ira recorrer cada parte de mi cuerpo, mi mandíbula tensa y el rostro caliente— ¿Cuando Bhukaare nos destruya y yo no tenga con que defenderme? ¿O cuando la Khayne esa los mate y yo no pueda hacer nada porque no sé ni porque está aquí o de dónde viene? ¿Cuando será el momento, madre?, porque si no es ahora que estoy por asumir el mando, no lo haré nunca.
Todos están callados, ni siquiera se mueven, la viscondeza me mira con escepticismo y fascinación, todos miran a los reyes en busca de una respuesta que tarda en llegar, siento la tensión en el ambiente y la incomodidad en la nuca, pero no bajo la cabeza, ni retrocedo, mucho menos dejo de mirarlos.
Madre sabe que ya no me dejaré someter, ella misma fue la que me inculcó la firmeza y el temple que tengo.
Padre abre la boca para hablar, aún rojo de enojo, pero noto como madre le agarra el brazo con disimulo y lo hace callar, mi tía apenas me ira a madre con una ceja arqueada antes de volver su atención a mi.
— Bhukaare ha organizado un ataque al castillo que no teníamos previsto —habla ella para que todos escuchen, no vuelve a mirarme y comprendo que acepta que me quede—, hemos ganado terreno en la frontera, pero han logrado quebrantar nuestro manto, lo que nos deja vulnerable aún cuando todo nuestro ejército ya está protegiendo cada muro y gran parte de la capital, los daños cada vez son mayores.
— Hikuruz dice que ha visto a una Khayne de rizos rojos pelear del lado de los caballeros de Bhukaare —miro al hombre que habla y es el Duque Aher Evermont, miembro de la Corte del rey Āhimos, un cuervo reposa en su hombro mezclandose con su negro cabello—. Es con quién peleaba la Khayne de su Corte, Alteza.
Aprieto la mandíbula, tratando de contenerme, esa Dāvole desgraciada no se cansa de hacer de las suyas.
— Entonces la Khayne roja está con los Bhukaare —repite el Duque Asdy Varadel pensativo, se levanta y acomoda las piezas de mármol que reposan sobre el mapa que cubre la mesa—. En ese caso necesitamos parte de los Vástagos de Hielo y la Élite Dorada justo al frente, Bhukaare debe de tener a los Cuerno Dorado como defensa, ¿Sabe cómo son los uniformes de los caballeros al frente del ejército enemigo?.
— Armadura negra con rojo, es todo lo que se distingue a esta hora —responde el Conde Aher.
— En efecto son los Cuerno Dorado, son los encargados del ataque al castillo, Bhukaare siempre va a lo seguro.
— Los Vástagos de Hielo llegarán al amanecer —informa el rey Āhimos —, por ahora solo contamos con el Escuadrón Cristal y los Caballeros Dorados.
— Un grupo de los Caballeros de invierno llegarán en unas horas —le recuerda el príncipe Ragert, acercándose a su padre y acomodando unas piezas sobre el mapa—, los dirigiré a la frontera para ganar más terreno, y cuando lleguen los Vástagos quiero que los envíen con el Escuadrón Cristal, mientras que los Caballeros se quedan defendiendo Vassilis, no quiero que le perdonen la vida a ningun caballero Bhukaare, esta guerra se acaba mañana, no empezaré mi reinado siendo atacado.
— Un movimiento de esa magnitud no será bien recibido por los otros reinos —asevera el Duque Asdy Varadel, quien ha sido el estratega de la Corte toda su vida—, es mejor librarnos de los Caballeros que yacen aqui en Vassilis y luego seguir hasta la frontera.
— Perderemos mucho tiempo y vidas que necesito peleando en la frontera —objeta el príncipe con su tono altivo. Se sabe que es una buena estrategia y no acepta replicas—. Es una orden, no una sugerencia.
— Aún no está en posición de ordenar nada, el rey de Vassilis sigo siendo —le recuerda padre con severidad.
— Si sabe lo que nos conviene ahora, sabrá que mi estrategia es la más sensata si no quiere que mueran cientos de personas.
— El Duque Asdy ha dirigido mis tropas por años, confío en su buen juicio y si dice que es mejor asegurar Vassilis primero, así lo haremos.
— Con todo respeto, Majestad —habla el Conde Aher —, pero la estrategia del principe asegura el final de la guerra con Bhukaare, ¿No es eso lo que todos queremos?.
— Podríamos perder el prestigio de muchos reinos con un ataque de esa magnitud —dice el Marqués Higs Cartere—, nunca hemos acabado con todo un ejército como lo pretende el principe Ragert, no es como lo hacemos en Vassilis.
— Siempre hay una primera vez —comenta la viscondeza ganándose una mirada de advertencia de su hermano.
— Y por eso están en guerra desde hace dos años, Asthras no se ha enfrentado a una guerra en cientos de años —esta vez es el rey Āhimos quien objeta con desdén—, mi hijo ha evitado tantas guerras que le confío a ciegas mi reino, con la certeza de que sabrá dirigirlo, siempre ha estado al frente de la batalla y está no será la excepción, les estamos mostrando la manera de acabar con todo este problema de una vez por todas, y aunque no sea como ustedes lo harían, saben que les conviene.
Miro al rey Āhimos, tan serio e inexpresivo, con un porte que podría doblegar a cualquiera, frío y distante, sin embargo, siempre reconoce los méritos de su primogénito; como quisiera que mis padres dijeran cosas así de mí.
«Lo harán».
Tengo claro lo que quiero y se que podría tener eso que tanto anhelo.
— Al que más le conviene es a quién asumirá el mando —reniega Lady Ismula.
— Es un bien para el reino, así como para sus futuros monarcas. Es ganar ganar.
— Ya es momento de que los caballeros dejen de morir, de que el reino vuelva a estar en paz y de vengar la vida de todos con los que Bhukaare ha acabado —dice el principe Ragert mirando a cada uno de los presentes, deteniéndose en padre—. Y lo haré con o sin su consentimiento, no voy a comenzar mi reinado con una guerra que usted no quiso terminar.
— ¿Con que derecho me habla así? —le recrimina el rey—, me debes respeto como tú rey.
El príncipe no es inmuta ante las palabras de padre, parece que poco y nada le importa su opinión, puesto que hace mucho ya se ve a si mismo como el máximo monarca, aún sin corona.
— Partire con los caballeros de invierno en una hora —continua el principe ignorando a padre—, para el amanecer ya estaremos en la frontera atacando.
Veo al rey mirar al principe con severidad, pero no lo contradice, sabe que es lo mejor si quiere lograr acabar con la guerra, aunque no como él quisiera.
— Los caballeros dorados que quedan irán contigo también —dictamina el monarca aún molesto—. El Duque Asdy guiará al Escuadrón y los Vástagos cuando lleguen y te alcanzarán para el anochecer.
— Los Vástagos son dirigidos por sus comandantes —contradice el principe Ragert.
— Están pasando por alto un problema muy grande que podría acabar con sus planes —objeta el duque tomando un pieza de mármol que tiene un listón rojo atado—, la Khayne roja.
— Puedo con ella —dice el principe restándole importancia.
— Acabó con una de las Khaynes más poderosas de su generación, no me parece sensato subestimarla.
— Tampoco me subestime a mi, Duque Varadel, aún no conoce el alcance de mi poder.
Una media sonrisa burlona se forma en los labios del Duque, creyendo que el principe se refiere a un poder correspondiente a su familia, como lo sería el hielo, pero la verdad está muy lejos de ser esa lo cuál me hace tragar grueso siendo la única que ha entendido a qué se refiere en realidad.
Sus intensos ojos avellanas me enfocan cuando se da cuenta que lo observo y el corazón me da un vuelco robándome el alimento.
— Es momento de comenzar a prepararnos —culmina el principe Ragert antes de que el Duque diga algo más—, no hay tiempo que perder.
Todos comienzan a movilizarse para encargarse de lo que le corresponde a cada quién, el principe Ragert le habla a su padre al oído y el monarca de hielo asiente antes de retirarse.
En el salón solo quedan los reyes de Vassilis, el principe, mi guardia y yo, padre me mira con molestia y madre se mantiene imperturbable.
El principe Ragert se acerca a mi robándome el aliento, pero no me muestro vulnerable, ni retrocedo pese a que parece un depredador con el semblante amenazador y su gran figura.
Pero no se detiene ante mi, sino que me pasa por un lado y se dirige a Rahi.
— ¿Cuanto tiempo llevas trabajando para la corona? —le pregunta logrando que me gire para verlos.
— Dieciocho años, Alteza.
Le hace un gesto para que lo siga, pero Rahi no lo hace, el principe lo mira con una ceja arqueada.
— No puedo alejarme de la princesa —admite manteniéndose firme.
Él me mira, con la misma intensidad de siempre, y luego al guardia, se hace a un lado y con un gesto me indica que camine, sin dudarlo lo hago, y los escucho caminar detrás de mi.
— Nombre, rango, reconocimientos y poder —ordena.
— Rahi'Tanor Delarazar Pirrol, Guardia personal de la princesa Katània, me gané mi puesto en el Escuadrón Dorado, pero fui removido cuando me asignaron el cuidado de la princesa, dirijo a toda la guardia del castillo y parte de Zittre. Me puedo teletransportar a cualquier lugar, pero no tan seguido ya que eso afecta mi rendimiento.
— Prepárate, partiras conmigo a la frontera —dictamina y me detengo de golpe volteando a verlos.
— No puedo alejarme de la princesa —repite Rahi.
— Te he dado una orden —me pasa por un lado sin mirarme—. Prepárate, no lo volveré a repetir.
— Con todo respeto, Alteza, pero mi deber es cuidar de la princesa.
El principe se detiene, pero antes de que pueda decir algo más hablo.
— Haz lo que te ordena —pido pese a la mala cara que pone—, tenemos que estar listos para cuando lleguen los Caballeros de invierno.
— Alteza, no puede...
— No perdamos tiempo —lo corto dándome la vuelta para ir a prepararme a mi torre, pero me topo con la imponente figura del príncipe Ragert, quien tiene los brazos cruzados y me mira con dureza.
— Tú irás a tu torre, un grupo de la guardia dorada estará protegiendote —me ordena.
— Iré contigo —es todo lo que digo antes de intentar pasar por su lado, pero me detiene.
— Irás a tu torre.
— Si, necesito prepararme.
— ¿Prepararte para que? —la voz de padre me hace apretar la mandíbula, pero trato de mantenerme serena cuando me doy la vuelta.
— Para la batalla —respondo con simpleza.
Padre se toca el puente de la nariz e inhala hondo como si se estuviera conteniendo, y es lo más probable, nunca en la vida lo he desobedecido tanto como estos días, ni siquiera lo había enfrentado antes, pero ya no puedo aceptar que me dejen de lado, que no me informen de lo que sucede en mi reino ni me dejen pelear por lo que me corresponde.
Yo no permitiré que me tengan solo como un adorno de la corona.
— Rahi, llévala a su torre y asegúrate de que se quede ahí —ordena mirando al guardia.
— Me llevaré a Rahi conmigo, Katània será resguardada por la Guardia Dorada —le informa el principe.
— De ninguna manera —se opone madre quien se acerca con pasos firmes mirando al principe—. Rahi es quien está encargado de la seguridad de Katània, nadie más.
— Yo soy quién determina eso, es mi esposa y su seguridad me corresponde a mí —contradice el principe molesto—. Ustedes ya no ejercen ningún poder sobre ella.
— Seguimos siendo los reyes y hasta tú nos debes respeto —lo señala padre, su rostro cada vez mas rojo y su mirada cargada de veneno.
— No me presuma un puesto que le durará menos de dos días —le recuerda el príncipe con el mismo tono amargo, antes de posar sus ojos en mi—. Katània, ve a tu torre, la guardia te espera.
— Rahi es su guardia... —vuelve a decir madre.
— No —le digo logrando que calle, su mirada se oscurece, pero la ignoro, luego miro al hombre con el que me casé—, y no. Asumiré mi puesto como monarca de éstas tierras e iré a defenderla en la frontera, tampoco acepto empezar mi reinado con una guerra absurda, así que terminaremos con esto de una vez.
— No irás a ningún lado —la orden del principe es clara, pero no me hace cambiar de opinión, por el contrario, me molesta.
No voy a quedarme aquí esperando como un mueble más del castillo, no pretendo ser ese tipo de reina, he entrenado muy duro para estar a la altura de lo que mi puesto me exige, estoy capacitada fisica y mentalmente para pelear y defender mi reino. No dejaré que nadie me quite ese honor.
Miro a mis progenitores y a la viscondeza que se posiciona al lado de madre bien erguida luciendo su armadura, se cruza de brazos y arquea una ceja de forma espectante.
Me paro firme frente al principe, dándole la espalda a mis progenitores y lo miro con la molestia brotando de mis poros.
— Mis disculpas, Alteza, creo que no nos estamos entendiendo. —enuncio cada palabra, para tener toda su atención y mis padres también escuchen lo que tengo que decir, sus ojos están fijos en los míos, atentos—. Yo no soy una princesa como las que está acostumbrado, tengo el conocimiento y la preparación necesarias para enfrentarme a una guerra, se lo he demostrado; y puede que yo esté bajo su protección, y que Vassilis pronto estará bajo su mando, pero estamos hablando de mi reino y mi gente, quienes, aunque le pese, están bajo mi manto y hare todo lo que esté a mi alcance para protegerlos.
Tengo mis objetivos claros desde mi nacimiento, padre me otorgó diversos beneficios en mi aprendizaje, madre se encargo de que fuera una mujer con caracter y autoestima, Rahi me entrenó para que pudiera defenderme y valerme por mi misma, aún en contra de los deberes que se me imponen como princesa.
Si el príncipe Ragert quiere que sea su reina tendrá que entender que yo también tengo voz y voto en lo que al reino se refiere.
Ha demostrado querer Vhalgaria tanto como yo, así que espero lo entienda.
Sus ojos me analizan por largos segundos en los que no me muevo, ni le quitó la mirada. Si algo he notado del principe es que no entiende de razones si no se le demuestra el mismo temple que él tiene.
— Si mueres yo mismo te devuelvo a la vida para matarte con mis propias manos después de casarnos en Lunari y obtener Vhalgaria—sentencia con severidad.
— ¡No! —grita padre colérico ganándose una mirada de advertencia del principe—, Katània se queda aquí, dónde nada pueda pasarle.
— Tienen menos de una hora para alistarse, no esperaré más tiempo —ordena.
Con un gesto me indica que avance y lo hago antes de que se arrepienta, Rahi me sigue de cerca, estoy segura que me acompañará a la torre antes de ir a prepararse.
— ¡Katània! —me detengo por el grito exaltado de padre—. No eches todo lo que he hecho al vacío. ¡Esto no es un juego!.
Trago grueso porque se que lo estoy lastimando, llendome lejos de su protección, pero él sabía que una vez me casara con el príncipe ya no tendría voto sobre mis acciones, solo mi esposo podría decidir que era lo mejor para y me encargaré de que me deje la libertad que tanto he anhelado.
Lo miro por sobre el hombro, no se me acerca porque sabe que eso conllevaría un problema más con el príncipe, y no sería prudente en estos momentos.
— Confía en mí —es todo lo que digo antes de seguir mi camino a la torre.
Los guardias se mantienen alertas, moviéndose de un lado a otro cuidando hasta de las ventanas y escaleras.
Sostengo mi vestido mientras subo las escaleras, por un momento miro la falda y me horrorizo al ver lo sucia que está, con un poco de sangre al borde, lo que me recuerda a Arka, Kiari... Mi pecjo vuelve a oprimirse y la molestia me hace sentir tenso el cuello.
— Necesito información sobre lo que le pasó a Kiari —le ordeno al hombre que me sigue de cerca—, también dime qué hizo Yzker con Arka, la necesito en un lugar seguro, si se trata de la Khayne roja es peligroso que la niña esté por ahí desprotegida.
— Ya estoy en eso —asegura.
Rahi siempre sabe cómo conseguir información con cautela, al estar al mando de toda la guardia del Castillo y de Zittre le da nuchos beneficios e información de primera mano.
El pasillo de mi torre tiene como mínimo unos veinte hombres a cada lado, todos bien armados y atentos ante cualquier movimiento.
Rahi hace que abran las puertas, pero antes de permitir que entrecme mira con atención.
— ¿Estás segura de ir a la guerra? —cuestiona en un tono bajo para que los guardias no escuchen.
— Más que segura —asiento para que entienda, una media sonrisa se dibuja en su rostro pese a la preocupación que gobierna sus ojos.
— Mi pequeña valiente.
No dice nada más y me insta a entrar para no demorar más. Daív ya me espera y no me deja terminar de entrar cuando comienza a quitarme el vestido, al parecer ya ha recibido la noticia de que debo partir para la frontera, mi armadura reposa en una mesa.
Daív es rápida, pero eso no evita que no vea sus ojos cristalizados al borde de las lágrimas o sus manos que trata de ocultar de mi vista para que ko vea como tiemblan. Ya el baño está preparado y me limpia con rapidez, sin pronunciar palabra alguna, solo me dedica una que otra mirada mientras comienza a colocarme la armadura con destreza, como si fuera algo que hiciera todos los días.
Todas mis cosas ya han sido empacadas y deben de estar de camino a Asthras como estaba planeando, porque aunque ahora tengamos que ir a la frontera, no volveremos a Zittre, sino que iremos directo Lunari para culminar nuestra unión y proseguir con la coronación.
— He logrado empacar algunas cosas para su viaje a la frontera —informa Daív mientras trenza mi cabello, su voz suena apagada, pero no agrega nada más.
Me coloca el peto, y me señala las cosas que me llevaré a la frontera, asiento satisfecha, me ha preparado en menos de media hora, llama a un guardia para que saque mis cosas y me dedica una reverencia como despedida, nunca conoceré a nadie más eficiente que Daív.
Me gustaría decírlo, pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta y me limito a asentir antes de darle la espalda.
Cuando estoy por salir su voz me detiene.
— La espero en el castillo de Lunari, Alteza.
Está vez no me contengo, y me giro dedicándole una sonrisa genuina.
— Ahí nos vemos, Daív.
Al menos ella confía en mi ciegamente.
Salgo del castillo, sintiendo la mirada de todos los sirvientes y guardias, la Corte Blanca está en la puerta principal con los monarcas, los caballeros estan listos y en formación para partir.
El asombro no lo esconden, tampoco la negativa. No es común que una princesa vaya a la guerra, es algo demasiado arriesgado y peligroso, estoy comprometido mi vida, pero lo haré por defender mi reino. No permitiré que nadie más nos dañe.
— ¿Que hace, Alteza? —pregunta preocupada la reina Eira— debe de estar resguardada en su torre.
— ¿Desde cuándo las princesas tienen permitido pelear en las guerra? —comenta con severidad el rey Āhimos mirando a su hijo.
La molestia se hace presente, pero mantengo mi rostro sereno, no puedo permitir que vean mis emociones, me permito responder, sin embargo soy interrumpida.
— Desde que esa mujer es mi esposa —la profunda voz del príncipe Ragert se escucha detrás de mí causándome un escalofrío.
— Procura no morir —sonrie la tía Esler con orgullo—. Los alcanzaré después.
Veo como el príncipe me pasa por un lado y sin detenerse se sube al carruaje que nos llevará a la frontera, nadie se atreve a objetar, mis padres no me miran, lo que me oprime el pecho, sin embargo no dejo que me afecte, aprovecho para seguir mi camino hacia el mismo carruaje en el que se subió el príncipe, es el único que llevaremos.
No me determina y decido hacer lo mismo que él, nos ponemos en marcha y mantengo las manos sobre mi regaso, será una larga noche con un buen camino que recorrer.
Solo espero estar haciendo lo correcto.
«Lo es»
Trato de convencerme, esto es para lo que nací, para proteger y cuidar de mi reino y de mi gente.
Aunque no puedo negar que no solo lo hago por la amenaza en la que se ha convertido Bhukaare, sino tambie el hombre que está sentado frente a mí y que en medio del campo de batalla será mucho más impredecible y peligroso.
No puedo permitirlo, si alguien sabe lo que es podríamos perder Vhalgaria. Y no solo eso, sino que Asthras y Vassilis perderían el prestigio que tienen.
Mi reino es mi prioridad, y haré lo que tenga que hacer para que nadie lastime a mi gente.
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