Hijos de Kasha
Un mes después
En la bruma mestiza de una noche sin estrellas, seres sin alma caminan a una cueva, sus ojos perdieron el brillo de la vida, sus posturas bajas, no les permitían ver más allá del suelo.
La cueva, aunque pequeña por fuera, era espaciosa para los fieles servidores del rey, que en ese momento no tenía vida, a su lado, la reina.
Una mujer con ojos amarillos, y cabello rosado que a diferencia de ellos respiraba.
Piel blanca, mejillas rosadas, postura recta.
Sus súbditos, sólo contaban con mugre, algunos tenían dientes, otros muy pocos, pero las ojeras en sus ojos por noches en vela, era lo único que conservaban como un acto "normal".
Charlotte, quien había utilizado el cadáver mal formado de su amante, se mantuvo en forma frente a los hijos de Kasha, la serpiente de la oscuridad.
—Mis fieles, feroces y amados hijos, el rey Adrián tomará medidas contra ustedes, los desterró por miedo, los abandonó por ser ustedes y sobre todo asesinó a uno de los nuestros. Con la autorización del rey, uno de ustedes debe infiltrarse en el palacio, dañar al rey, a la princesa, a su mujer —Charlotte con una capa negra que cubría su rostro levantó un dedo al cielo, al bajarlo señaló a uno de sus hijos —Tú, serás la princesa Támara —ordenó
El ser sin vida se acercó hasta ella, bajo las escaleras de hueso de animal, hombre, y niño con el que había decorado su extensa cueva.
Al tocar el último escalón, su hijo se arrodilló, quebradizo e inclinó la cabeza.
Charlotte entre sus manos conservaba un mechón de cabello de princesa, se lo dio de comer a su hijo, retrocedió dos pasos, cuando la transformación se empezó a dar en esa criatura.
El cabello rosa fue lo que invadió el cuerpo del cambia formas, cada vez se hizo más corto al tomar la apariencia de la niña, su cabello en ese momento media dos metros.
Estaba desordenado, algo enredado En las puntas, pero nada que una buena mano pudiera solucionar.
Charlotte extendió entre sus dedos un rayo de luz azul el cual cortó el cabello de su hijo disfrazado.
Perfeccionó el flequillo de la princesa, hasta dejarlo tal cual como Támara.
—¿Quién es tu padre? —preguntó
—Su majestad el Rey Adrián I Fernsby —respondió
—¿La nueva reina?
— Alysa Sorní de Fernsby
—¿La mejor reina?
—Usted, mi madre
—Perfecto
Acarició el cabello de la copia de la princesa, besó su frente morena, señalando el camino hacia afuera.
—Como puedas tráeme información del rey y la reina, no quiero errores, mal entendidos, sospechas, se limpia —ordenó
—Sí madre
Sus hermanos le hicieron un camino en dirección a la salida, la niña camino los primeros diez paso, luego troto, hasta correr por el bosque.
Charlotte, escondida en ese manto negro, observó a los que ahora eran sus hijos.
—Podéis descansar. No interrumpáis —exclamó
Sus almas corrieron, saliendo de la cueva donde estaban, distribuyéndose por todo el lugar, acompañados de la oscuridad.
Charlotte observó el cadáver de quien había sido su amante, al igual que ella, él tenía una capa negra, que no lo dejaba ver más allá.
Su estado de putrefacción había sido lento gracias a su magna.
Con elegancia salió de la cueva, cerrando su palacio con una piedra circular.
Con pesar se transformó en un lobo, un cachorro pequeño difícil de ver, corrió como se lo permitieran sus piernas, hasta desaparecer entre las fronteras qué conectaban el imperio.
***
Melione
Postrada en una cama, con una cantidad abrumadora de parteras, Eileen, con sus últimos alientos pujo, pujo hasta que la cabeza de su hijo fuera notoria.
Hace una hora había completado las 20 horas de parto, como era de esperarse, se complicó.
Sus hijos venían chuecos, por lo que los intentos por traerlos al mundo parecían imposibles
Bajo la preocupación de perderlos, Eileen dio una última declaración entre el dolor, las partituras, y lo imposible.
—Sí no nacen en una hora... salven a los príncipes y déjenme Morir —declaró Entre jadeos
—¡Su majestad la cabeza está saliendo! ¡puje! —ordenó la partera
Eileen obedeció, un grito desgarrador derritió el llanto de la emperatriz y con ella, el del cielo.
La partera introdujo una de sus manos al ver los hombros del bebé, los cómodo, ordenándole a la emperatriz que pujará, que diera todo para poder terminar.
Al salir el bebé, detrás de él venía su hermano muerto, envuelto entre los cordones umbilicales.
Faltaba un tirón, una mano, y fe para que el muerto saliera de su vientre.
Las mujeres que observaron el segundo hijo del emperador determinaron su muerte de inmediato, él estaba morado, flaco y débil en el vientre de su madre.
El primogénito de su majestad el emperador, cayó el silencio de todas en un grito, luego lágrimas, la partera qué lo cargaba se sorprendió por la apariencia del recién nacido.
La mujer que cargaba a la emperatriz por la espalda se retiró dejándola descansar.
—¿Mis... hijos ... son varones... hembras ... o pareja? —inquirió
El sudor en su frente fue secado, mojaron sus labios con un paño de agua, antes de darle la noticia.
—El segundo hijo de su majestad es un varón —contestó seca —el primogénito es un deforme
—Eso no puede ser verdad, ¡deje de jugar o juro que la voy a matar! —expresó adolorida la madre
—Traigan el segundo hijo de la emperatriz —ordenó
Una de ellas tomó al morado, lo acercó hasta ella, mostrándole lo que había parido.
La sorpresa en su rostro era innata.
—No... mi hijo no puede estar muerto, ¡Ese no es mi hijo! —gritó con fuerza
Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos de una manera desenfrenada.
—¡DONDE DEJARON A MI HIJOOOO! —el grito desgarrador gobernó los pasillos del palacio
Las veces que negó haber parido un niño muerto, la obligaron a ignorar a su primogénito.
El emperador que escuchaba los gritos desesperados de su mujer entró sin previo aviso a la sala.
La partera nunca cayó al niño, no lo cubrió, o lo atendió como a los de la dinastía Edevane.
—¿Qué pasa? ¡¿Por qué no cuidan a la emperatriz ni a los príncipes como se debe?! ¡¿Qué está esperando?! —bajo los gritos, el acercamiento, y la curiosidad
Aquel emperador logró ver a sus hijos, su primogénito, no tenía otro nombre más que monstruo.
Sus manos eran más grandes que las de un recién nacido, tenía un ojo más abajo qué el otro, una nariz chata y extraña, el ojo de arriba era lo único normal en su apariencia.
Su cuerpo tenía arrugas, su ombligo un gran lunar.
Los primeros mechones de cabello eran rojos como los de su madre.
Pero esa cosa... ese demonio no podía ser su hijo.
Cuando miro el segundo, parecía una vil presa en una telaraña, su color inusual le determinaba por sí solo que había pasado.
—Ya cállelo por favor —ordenó llevándose las manos a la cara
La partera vio al bebé con asco, luego observó a la emperatriz llorando desconsolada.
—Estará mejor con su madre
Al escuchar eso, Eileen observó a la mujer con odio.
—Sí acerca esa cosa a mí, juro que la voy a Matar
—Su majestad, el príncipe necesita su calor —dijo
—¡No necesita nada, no lo quiero, bótelo! —gritó
Esas palabras sacaron de quicio al emperador.
—¡Eileen ya cállate! ¡CARGA A TU HIJO! —regaño con fuerza
Las parteras estaban estupefactas, tanto como la propia emperatriz, perpleja bajo la cabeza expulsando más lágrimas.
—¿Por qué me habla así, su majestad? —inquirió con pesar
—Te lo mereces, carga a tu hijo mujer —ordenó con autoridad, su ultima mirada dijeron más que mil palabras.
Salió del cuarto con paso fuerte, aunque estuviera lloviendo.
un relámpago iluminó el cielo.
El reflejo del jardín pasó por sus ojos, sin pensarlo mucho el emperador salió del palacio camino por los extensos jardines hasta llegar al columpio que una vez perteneció a su ex mujer.
El tronco del gran roble que sembraron juntos fue víctima de su despecho e irá.
Si aquel tronco tuviera corazón, la herida en su pecho seria peor, arrodillado tomo la estatura qué en ese momento ambos niños tenían.
Su ira no era por Eileen o Alysa, su enojo, era por su castigo.
Estaba enojado por las palabras de su madre, la que una vez le dijo que su hijo no gobernaría Melione.
Se llevó las manos al cabello, el enojo que lo gobernaba se vio reflejado en el nombre de su madre que se alertó al cielo, pariendo de un rayo.
Luego de eso... una grosería directa hacia la mujer que le dio la vida.
Lleno de culpa, espero que la lluvia cesara lo suficiente, escondiéndose como un niño detrás del columpio, sin pensarlo mucho, sin esperar fue a los establos donde se apoderó de un caballo negro.
Cabalgo en dirección al bosque, enloquecido, sin rumbo fijo.
Cada vez que cerraba los ojos la apariencia de su engendro lo perturbaba. Incluso en las noches más oscuras.
No había sentido tanto miedo como con su hijo.
La lluvia pronto empezó a sentarse con fuerza en el imperio, los relámpagos volvieron asustando al caballo; sin embargo, su jinete no le permitió experimentar el miedo.
El relinchar del caballo, su instinto, el ambiente, e incluso las acciones del animal que lo montara, no le permitieron actuar de la manera indicada.
Asustado, el animal se alzó moviendo sus patas delanteras, sacudiendo su cuerpo y obligando posteriormente al emperador a soltarse.
Bennett se desprendió de la silla, al caer lo hizo en un montón de hojas, ramas, piedra y barro.
El caballo salió del lugar, el emperador sujeto su cabeza por el dolor, pero este accidente no fue suficiente para causarle gran daño.
Se levantó como alma en pena, entre quejidos de dolor, por lo que el amor había parido, por cómo la trató.
Sin darse cuenta, la rama más gruesa del árbol en el que estaba apoyado cayó sobre él.
El golpe lo dejó Inconsciente, un lobo andante de patas rosadas y pelaje blanco fue el causante de tal accidente.
Aun así, lo tomó del cuello de la camisa, como pudo lo dejó en su lomo, caminó un poco acostumbrándose al peso de Bennett.
Con ayuda de la misma fuerza de su bestia, pudo llevarse al emperador al palacio donde una balada de caballeros iba por su rescate.
El capital fue el primero que lo vio encima de ese lobo, ordenó a sus hombres a cargarlo de inmediato, los sirvientes del castillo, recibiendo la orden de la mano del emperador.
Prepararon sus aposentos, llamaron a los médicos y cargaron al emperador entre sus brazos.
Su cuerpo mojado y sucio, no lograba ocultar las manchas de sangre, el raspón de su frente.
Además de los golpes qué había al interior.
El lobo al entrar al palacio se sacudió, un sirviente lo observó sin mucho interés, entre el miedo, se acercó a él.
Ella con los ojos de asesino que le había dado la Deidad, se transformó, su cuerpo desnudo quedó a la merced de la luz del palacio, al ver el cabello de la criatura ya sabían de quien se trataba.
—¿Señorita Charlotte? —se acercó con cuidado
—Trae una toalla
—¿Qué?
—¡QUE TRAIGAS UNA MALDITA TOALLA! —exclamó con fastidio, cubriendo sus pechos quedándose agachada
El primer sirviente en atender a la mujer fue Dayan, quien tan pronto como escuchó la orden dejo sábanas sobre su cuerpo.
—¿acaso eres sorda? Te dije toalla no... —sus palabras quedaron en el aire al ver a la mujer —¿nos conocemos ya?
—Soy Dayan, trabajo hace un tiempo aquí, así que nos debemos haber visto, y respecto a las sábanas, me temo que una toalla no está a nuestro alcance ahora, por lo que acostumbrarse con esto, también... no es un buen lugar para permanecer desnuda —la ayudó acabarse
Tomó su brazo levantándola con cuidado.
—Fue muy rápida señorita —dijo
—¿Disculpa?
—Encontrando al emperador, fue rápida, no sé qué le habría pasado a su majestad si usted no estuviera ahí para él. ¿Lo vio salir del palacio?
Extrañada por sus palabras, no volvió a preguntar sobre ella. Sabía que no era lo correcto.
«No le salieron las cosas como ella quería, que desafortunado»
Una pequeña sonrisa se posó en sus labios, Alysa había escogido otro rumbo, pensó en asesinar a los hijos de Eileen, pero ella se fue por el pez más gordo.
Su marido.
***
Los días para aquel imperio se tornaron oscuros, Bennett no había despertado, Eileen seguía postrada en cama después de haber parido.
Les ordenó a las sirvientes que todo aquel que hablara sobre el príncipe estaría muerto.
A su deforme, lo mando con una criada para que lo amamantara, según ella con la excusa que no le daría de comer a una criatura tan asquerosa.
No merecía su afecto en absoluto.
Su segundo hijo fue enterrado en silencio en el lugar donde estaba Rodolfo.
Por sus propias palabras, no permitió que nadie la visitará, la viera, o la escuchara.
Estaba decepcionada.
Culpando el veneno que ella misma bebió para incriminar a Alysa de la deformidad de su hijo y la muerte del segundo.
—Fui una estúpida, y esa perra tiene la culpa por no irse antes —una lágrima se desprendió de sus ojos
Como un acto de misericordia, lo último que hizo fue nombrar a sus hijos.
Al muerto, lo nombro: Andrew
Al deforme: Freema
No le cambio mucho a su primer hijo, puesto que esa palabra significaba: Deforme
Pasadas dos semanas de aquel accidente, Eileen retomo sus labores como emperatriz con ayuda de Charlotte.
Su conocimiento luego de haber alcanzado la corona le ayudaría a la a pelirroja.
No había manera de ignorar la expresión que tenía luego de las dos semanas de vida de su hijo.
Incluso Charlotte, que había sentido asco por Támara cuando la vio, sintió pesar por ella.
De todo el palacio, nadie había visto a la criatura de sus majestades.
—Emperatriz, ¿necesita descansar?
—Necesito beber, Charlotte —la mujer se levantó del asiento caminando en círculos
—Por su estado, me temo que eso no será posible —contestó
Eileen suspiro profundo, cerró los ojos y fue a un sofá sentándose allí.
—Puedo saber... ¿por qué no respetó el tiempo en dieta? —Charlotte desvio su rostro observando a la emperatriz
—Porque Alysa... no la hubiera tomado, y quiero ser tan importante como ella en ese imperio —contestó
Charlotte calló unos instantes, luego se levantó tomando a la emperatriz de hombro.
—Ella no es tonta, y aunque el imperio se esté cayendo, ella nunca pondría su salud por debajo del imperio, recuerda es una mujer egoísta —dijo la ex reina llevándose a la emperatriz
Caminaron juntas con cuidado hacia la habitación, le ayudó a quitar las prendas ajustadas qué cargaba encima, luego la dejó en un camisón recostándola en la cama.
—¿Qué pasará con el trabajo?
—Usted es la emperatriz, merece descansar de vez en cuando, ¿Desea las almohadas más arriba? —inquirió con voz melodiosa
—No se moleste, llamaré a Catalina, ese es su trabajo —respondió tratando de pararse
Charlotte la detuvo, no la dejó moverse por su salud, alcanzó algunas almohadas dejándolas sobre su cabeza.
—¿Por qué me ayudas tanto, Charlotte?
—Porque usted es mi amiga, su majestad, y la entiendo, también soy madre —contestó
Eileen sonrió.
—Pero tu hija es normal, es bella como tú —esta vez el tono de la emperatriz fue débil, y un ligero gallo salió de sus labios
—Yo tampoco quise a la mía, en su momento era negra, más oscura que la noche, parecía una rata y sus tres pelos eran asquerosos. Todo recién nacido es feo, ¿por qué siente tanto repudio por su hijo? Es un varón debería sentirse feliz por eso.
Ella negó con la cabeza.
—El ser varón no me garantiza nada, Charlotte —sollozo —es deforme, mi hijo es horrible, esa cosa es un demonio
Cuando las lágrimas no pudieron más, Charlotte las recogió.
Al igual que Bennett, cada vez que cerraba sus ojos podía ver el físico de su hijo.
La cosa más horrible que había visto.
Charlotte acarició su frente.
—¿Es tan malo?
—Es horrible, tiene un ojo más abajo de la cara, una nariz extraña, manos grandes, tiene el mismo color de cabello qué él mío, no por nada se llama Freema.
Charlotte hizo una expresión complicada, con una descripción así, no podía decir u opinar nada, era complicado.
—Descanse du majestad, su cuerpo no está preparado para tales actos
Ella se retiró, dejó un beso en la frente de la emperatriz, luego cerró la puerta con cuidado, un sirviente llamó la atención con sus pasos pesados y rápidos.
Descanso en la puerta recuperando el aliento, con una mano en la perilla.
—Necesito hablar con la emperatriz —dijo entre jadeos
—Lo lamento, pero ella está descansando, no puede atender ahora al imperio.
—No se trata del imperio en estos momentos —habló agitado —es el emperador
—¡Despertó!
Él asintió con la cabeza, Charlotte observó la puerta de la emperatriz, soltó la perilla tomando la mano del sirviente.
—Vamos —dijo
—¡Pero la emperatriz!
—Ella está enferma, si se expone a emociones fuertes se debilitará. Y no podemos seguir teniendo dos emperadores enfermos o ¿sí?
El sirviente lo pensó, negándose de inmediato.
Charlotte siguió tirando de él hasta apartarse de la puerta de Eileen, la observó a la distancia, para luego volver a lo suyo.
La habitación del emperador estaba llena de empleados, doctores y enfermeros que analizaba el estado de su majestad.
Su cabeza estaba vendada, los raspones también, lo fueron levantando con cuidado, mojaron sus labios, le hicieron preguntas a lo que él asentía con la cabeza.
—Con permiso —hizo acto de presencia
Bennett la analizó, recordando de inmediato quién era.
—Charlotte, ¿por qué no te has ido? —inquirió
—Gracias a los dioses usted está bien, no se esfuerce su majestad, usted necesita descansar tanto como la emperatriz —su comentario no le agrado
Ni a él, ni a los médicos.
El estado de Bennett no estaba para hacer comentarios imprudentes, mucho menos subidos de tono.
—¿Cómo está ese demonio? —inquirió
—En perfecto estado su majestad —contestó
—¿Perfecto estado? ¿Acaso lo viste como para decir que está en perfecto estado? —volvió a preguntar
Sabía a la perfección a que se refería, después de la descripción de Eileen ella quiso vomitar.
—Al fin de cuentas es su hijo, majestad
—No... es el hijo de esa perra pecadora, no el mío
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