Regreso al origen.

—Aquí estoy, mami, como me has pedido —expreso en voz alta, arrodillándome para depositar el ramo de rosas blancas.

  Es dos de noviembre y me encuentro frente a su sepulcro: ella me ha convocado.

El Día de los Muertos, a las seis de la tarde en punto, vení a verme a mi tumba, Norma —me ha pedido en el sueño, acariciándome con ternura la cara.

  Las dos vestíamos de blanco en esa ensoñación tan vívida. Rozábamos, con los pies desnudos, la arena húmeda de la playa de Malvín. Como tantas noches del dos de febrero, juntas en la realidad, le rendíamos homenaje a Iemanjá, la diosa del mar y de la fertilidad, una de las más importantes de nuestras creencias umbanda. ¿Se entristecía porque la he cambiado por los dioses celtas gallegos?

No, mi nena —ha negado mamá enseguida—. Ni ella ni Omulu están celosos. Y mirá que él cortó los hilos de mi vida sin avisarme antes siquiera. Pero sí te piden, pequeña, que el Día de los Muertos regresés a tu origen [1].

  En el mar de mis visiones las olas rompían, despiadadas, contra el muelle. Posesivas, dispuestas a devorar todo lo que arrojáramos en sus fauces abiertas. A pesar del viento, mi madre y yo nos agachábamos y llenábamos la barca con las ofrendas. Pulseras con collares a juego, en oro, con dijes que alternaban las figuras de los dos orixás [2]. Varios frascos de mis perfumes preferidos, eau de perfum, lo mejor para ella: Paloma Picasso y J'adore de Dior. Copas azules, comidas elaboradas con arroz, cientos de rosas blancas y jazmines, cuyas fragancias traspasaban el velo de la muerte hasta llegar a la cama en la que yo dormía.

Igual que antes, mi niña —me ha dicho mi progenitora, mientras entre las dos hemos cargado la barca hasta la orilla.

  Como respuesta la he abrazado. Aunque, en mi interior, he sabido todo el tiempo que se corporeizaba con retazos de vapor y añoranzas.

Al agua, entonces —he expresado, deshecha en lágrimas.

Un momento —me ha detenido, haciendo que dejáramos caer suavemente la embarcación.

  Luego, ha señalado miles de notas que han aparecido al lado de nuestros regalos.

Leelas —me ha pedido.

  He cogido una de las cartas y la he desplegado. Decía:

  Regresá al origen.

  Intrigada, he abierto las demás. En todas han escrito las mismas palabras:

  Regresá al origen.

  Hemos vuelto a levantar el barco y entrado con él en el estuario. El agua salada nos lamía las rodillas, mojando nuestras vestimentas. Desde lo más profundo, Iemanjá, la diosa del principio de la vida, abría los brazos para recibir nuestros obsequios. Antes de que desaparecieran absorbidos por un remolino, ha señalado hacia tierra.

  Allí, Omulu se acercaba hacia nosotras. Lucía como un chamán, con el rostro y parte del cuerpo cubierto de paja. Sobresaltada, me he despertado. Reposaba sobre mi lecho. Escuchaba, de lejos, el sonido del oleaje y olía a rosas, jazmines y J'adore.

  Al día siguiente, sin importar el precio, he tomado el primer vuelo desde Santiago de Compostela a Montevideo. Y aquí estoy, esperando en el cementerio, impaciente, a que sean las seis de la tarde.

  Está repleto de gente, todos con ramos tornasolados en las manos. Como aún falta media hora, camino entre las lápidas más antiguas que brotan del suelo. Las protegen las ramas de los pinos, de los cipreses y de los eucaliptos, a diferencia de las recientes.

  Los recuerdos me sacuden como ráfagas, implacables. Diez años hace que no recorro estas sendas, me fui del país al día siguiente de que enterraron a mi madre. Mi trabajo en la sucursal gallega de una multinacional de origen español. Decenas de amores pasajeros. Soledad. Melancolía. Me encierro en mí misma. Vacío.

  Casi es la hora así que vuelvo sobre mis pasos, quiero saber. No sé qué espero. Quizá que mami se deslice desde dentro de su tumba, transparente, hecha de humo. Y que me hable, tierna, igual que en el sueño.

  A medida que me acerco, la figura de un hombre de espalda ancha en la sepultura reciente, contigua a la de mi madre, me resulta conocida. Es o se parece a la de Sergio, mi primer novio. Nos conocimos un dos de febrero en la playa de Malvín, cuando íbamos a entregarle nuestras ofrendas a Iemanjá. No hay duda, es él, con una expresión de dolor.

—Hola, guapote —le digo, con suavidad.

  Él gira bruscamente y me mira fijo.

—¿Vos aquí? —me pregunta, desconcertado—. ¿No vivís en España?

—Sí, vengo a verla —manifiesto, señalando la tumba—. ¿Y tú?

—Acabo de perder a la mía... ¿Sabes? Sigo pensando en ti.

  Y me percato de que mi mami no va a aparecer. Ella, Iemanjá y Omulu me han hecho un regalo, premiando mi fidelidad a los tres.



NOTAS.

[1] Religión que fusiona el catolicismo, el espiritismo, el ocultismo, las corrientes religiosas africanas bantúes y de los indios sudamericanos, entre otras.

[2] Dioses o energías de la naturaleza.

800 palabras, sin contar las notas.

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