Capítulo 1
Me preguntaba si en algún momento dejaría de sentir que lo mejor mi vida aún estaba por venir, que el presente era solo la fase intermedia a mí propia felicidad. Luego me daba culpa. Siempre me dijeron que debía estar agradecida por todo lo que tenía y era verdad, no me iba mal, tenía una casa propia, una familia amorosa, un trabajo estable y lleno de desafíos y una buena base económica. Tenía todo lo que muchos deseaban y no podían conseguir. Aún así, algo faltaba, lo sentía en mi corazón.
Estaba en mi oficina con vista al parque, en plena ciudad, donde todo era negocios y lujo. Mi empresa era pequeña comparada a otras cadenas de inmuebles con más años de trayectoria pero nos iba bien y estábamos acaparando cada vez más y más territorio. Era difícil competir contra los grandes peces pero yo sabía que también era uno de ellos y pisaría a todo aquel que se interpusiera en mi camino.
—Señora Vandyke, su esposo está en la línea —avisó mi secretaria por el intercomunicador.
Dejé de contemplar el parque y me senté junto al escritorio para atender el llamado de mi esposo. Me había estado llamando a mi teléfono personal reiteradas veces pero había elegido no contestar, a veces sus llamados me sofocaban.
—¡Hola! —respondí cambiando mi voz a una más amigable— ¿Qué hacen los hombres de la casa?
—¡Hola, mamá! —dijo él, imitando la voz de un niño, ya que nuestro hijo era demasiado pequeño para hablar— Te extrañamos, vuelve pronto.
—Haré lo que pueda.
—¿Todo está en orden? —preguntó él, volviendo a su voz normal— Intenté llamarte antes pero no contestabas.
—Ah, sí, estaba en una reunión. Recién puedo respirar un poco. —No era verdad pero tampoco era una mentira, sí había tenido una reunión pero no había querido llamar apenas había terminado—. ¿Ustedes? ¿Quieres cancelar la salida de hoy y...?
—No, no, claro que no. Llevo esperando meses por esto.
—Bien, los veré allí a las cuatro —dije, terminando la conversación.
Suspiré. Estaba cansada de mi vida monótona, de haber elegido este camino. Amaba a mi esposo y a mi hijo pero sentía que solo había formado una familia por presión, por el qué dirán y porque se suponía que eso hacía la gente y de eso se trataba la vida. Mi libertad ya no existía, mi ego había sido desplazado y todo giraba en torno a mi familia.
Yo era quien proveía para sostener a la familia. Había elegido trabajar después de tener a mi hijo dado que mi salario era mucho mayor que el de mi esposo y porque también anhelaba y necesitaba tiempo para mi misma, un descanso mental. En un momento pensé que podría tratarse de depresión post parto pero no, amaba a mi hijo, no se me dificultaba vincularme con él, tampoco tenía falta de apetito o dificultad para realizar mis rutinas o pensamientos suicidas. No, al contrario. Tenía un deseo incontenible por volver el tiempo atrás y redireccionar mi vida. Quería viajar, conocer otro tipo de cultura y gente. Dejar la rutina, las imposiciones sociales y por fin vivir.
A las cuatro de la tarde me encontré con mi esposo y mi hijo en la entrada del parque colonial. Era una atracción nueva cerca del río Savannah en la cual se intentaba representar la época de las primeras colonias en américa del norte. No tenía mucho interés por esa parte de la historia pero a mi esposo le había parecido una buena idea pasar más tiempo juntos y hacer algo fuera de lo común.
—¿Lista? —dijo él, dándome a nuestro hijo, visiblemente entusiasmado por entrar— Dicen que han ambientado todo exactamente a como era en aquella época: la vestimenta, los bares, las posadas, todo. ¿No es emocionante?
—¿También los nativos muertos? —susurré por lo bajo, haciéndole caras a mi bebé.
El parque no estaba mal, el suelo era de adoquines, todo se veía rústico y había una mezcla de personajes coloniales: oficiales, peregrinos, nativos con grandes penachos, piratas con patas de palo, que daban charlas en las distintas casas y tours informativos. También había juegos antiguos para niños y adultos, y restaurantes.
—Mira, ahí dice que hay un barco para pasear por el río. Parece bastante costoso pero podría ser divertido —dijo mi esposo, arrastrándome hacia la larga fila para entrar al barco.
Tenía un poco de aprensión a su idea, no por lo costoso ni porque el vaivén del barco me diera mareos, sino que... no lo sé, algo me daba mala espina. Los barcos no me asustaban, de adolescente solía navegar con amigos, estaba acostumbrada al movimiento, a nadar, pero quizás luego del parto algo había cambiado en ese aspecto.
El barco era mediano, todo blanco, con tres pisos. La planta baja con vista muy cercana al mar y el primer piso eran restaurantes y la cubierta era un bar. No creía que fuera buena idea poner un bar en la cubierta dado que el barandal no era suficiente para detener a algún ebrio descuidado pero qué más daba, era su problema.
Nos quedamos en el primer piso, en el restaurante. Era un lugar bastante sofisticado, la ambientación parecía salida de la película "Titanic" y no había una banda en vivo como en la película pero se podía escuchar música clásica. ¿Qué podía decir? Me gustaba la buena vida, las joyas, las marcas, las vacaciones en el caribe, los sitios de renombre. Mi esposo, por el contrario, era más... austero. Ambos proveníamos de familias adineradas pero mientras a mí me gustaba gastar dinero en lo que quería sin importar el precio, él prefería ser más recatado con sus compras, gastaba solo en lo necesario. Supongo que por eso me había enamorado de él, por su simpleza, por su autenticidad, su vulnerabilidad, era difícil encontrar a alguien así, en un mundo donde la empatía parecía ser una debilidad, él era un diamante en el mar.
—¿Estás bien? —preguntó él, poniendo su mano sobre la mía— Te ves un poco pálida.
Sonreí.
—Debe ser que estoy un poco cansada, eso es todo. —Me sentía extraña, no mareada ni con nauseas, solo... extraña—. Quizás deba tomar un poco de aire. Vuelvo en un momento.
Subí las escaleras aferrándome al barandal, sentía escalofríos, sentía algo profundo en medio del pecho... Me sentía... Devastada. Sí, esa era la palabra. Me sentía triste, muy triste y no sabía por qué. ¿Estaba teniendo un ataque de pánico? ¿Tendría depresión post parto? No entendía por qué repentinamente me sentía de tal manera, no me había sucedido nada malo, todo era perfecto. Tenía todo lo material que quería, tenía una familia hermosa, tenía un trabajo gratificante, tenía buenas amistades. No tenía nada por lo cual estar triste de aquella manera. No, no era eso. La razón de ese sentimiento provenía de otra cosa, de otra persona...
El sol se estaba ocultando, el cielo era anaranjado y rosado, en la cubierta todos estaban metidos en sus asuntos, bebiendo, conversando. Me sostuve del barandal y miré el agua.
Parpadeé, mi vista parecía nublarse. Había algo en el agua, había alguien en el agua, alguien tratando de nadar hacia la superficie, mirándome fijamente, pidiendo ayuda con su mirada desesperada por aire. Miré a mi alrededor. Nadie prestaba atención. Pensé en buscar ayuda pero sería demasiado tarde para esa persona. No había tiempo que perder.
Crucé el barandal y salté.
La veía. Era una mujer y tenía algo en sus pies, algo la estaba empujando hacia el fondo del mar y sus intentos de nadar con los brazos eran inútiles. Nadé, nadé lo más rápido que pude, pero no la alcanzaba. Estiré mi mano y solo alcancé a rozar sus dedos. La mujer dejó de luchar y, aún con sus ojos abiertos, desapareció en la oscuridad. La perdí.
Nadé hacia arriba, pensando qué podría haber pasado. ¿Alguien del barco había tirado a otro pasajero? ¿Por qué nadie se había dado cuenta? ¿Quién sería tan cruel de atar algo a los pies de una mujer y tirarla por la borda? Y yo era la única testigo. ¿Y si su asesino me perseguía a mí y a mi familia?
Salí a flote dando una gran bocanada de aire. Era de noche. Y no había señales del barco del parque. O de nada. Ya no parecía estar en el río sino en el medio del mar.
—¡Hombre al agua! —escuché a varias personas gritar a lo lejos.
Miré a un costado, buscando esas voces, y mi mirada se alzó ante un barco enorme de madera. Parecía un barco muy antiguo, con velas enormes, un poco rotas, y sogas colgando por doquier. En lo alto, pude ver una bandera negra... con una calavera y huesos cruzados.
Dos hombres saltaron y nadaron en mi dirección. Intenté nada, alejarme, pero me alcanzaron. Y no solo me alcanzaron, sino que además me rodearon con una manta hecha de sogas hacia el barco. Mis intentos por zafarme o intentar hablar con ellos eran inútiles, los malditos no dejaban de reírse.
Me subieron como si fuera la pesca del día y me tiraron dentro del barco.
Me saqué esa manta de sogas de encima y me vi rodeada de hombres. Hombres un poco feos, desalineados y rudos. Y todo olía a mar, a pez, a sal.
Un hombre y una mujer se hicieron paso dentro del círculo que se había formado a mi alrededor y sonrieron.
—Vaya, vaya, vaya, ¿qué nos ha traído la corriente?
—¿Qué es todo esto? ¿Así tratan a sus invitados? Si este es algún tipo de tour pirata entonces no quiero formar parte, no pagué por esto, quiero que me lleven al puerto ahora.
Todos me miraron como perplejos, como si no entendieran mis palabras. Luego comenzaron a reírse.
—¿Pirata? Sí. ¿Tour? ¿Qué es un tour? —dijo el hombre, quien parecía estar a cargo.
Aparté a los hombres que me rodeaban y miré por la borda hacia el puerto. No había ningún puerto, no había nada, tampoco se veían edificios, todo estaba oscuro, solo se veía un poco de luz a lo lejos, que más parecían antorchas prendidas y no electricidad.
—¿Qué es esto? ¿Qué pasó? —Me miraban como si estuviera loca— ¿Qué... que año es este?
Otro hombre apareció entre la multitud, mirándome de abajo hacia arriba, como si estuviera observando algo extraño y desconocido.
—1680 —contestó la mujer, la única mujer al parecer—. ¿Tendrá agua en el cerebro? —preguntó al líder.
¡¿1680?!
—¿Qué...? ¡¿Qué demonios?!
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