Capítulo 9

No quería voltear, aun cuando la voz de Thomas había llegado de manera clara a él. Estaba nervioso, tenía miedo. Reconocía cada pequeña variación en el tono del menor, había memorizado las veces en que este le había llamado, y por esta ocasión, sabía, que Thomas se hallaba al borde de la desesperación. Era similar a cuando escaparon del Laberinto, bastante igual.

Nunca, nunca haría nada de la manera correcta. Maldito Thomas.

—Malditos larchos, ¡les dije que se largaran! —no se detuvo a pensar en el tono de su voz, siquiera cuando escuchó los pasos de sus amigos detenerse de manera abrupta. A ese punto, sus dedos continuaban acariciando el metal del lanzador, contando mentalmente, tratando de mantenerse estable pese a la situación. Sabía que, si giraba, que, si veía a Thomas, volvería a dudar de sí mismo, olvidaría momentáneamente su propio infierno y por ende, olvidaría el riesgo que permanecer a su lado implicaba.

—Es necesario que hablemos —el murmuro de Minho capturó la atención de los presentes. Newt se quedó quieto, apretando los dientes, aun sin girar.

—No te acerques más —no, no quería a su amigo cerca, no cuando estaba contemplando la idea de activar el lanzador una vez más—. Esos matones me trajeron por un motivo —el rubio hizo una pausa, ladeando la cabeza, cerrando los ojos durante un instante—. Cuando me arrojaron a este nido de ratas, dijeron que era su deber cívico —y lo recordó, escaso, como si estuviese mirando a través de un cristal sumamente empañado. Había sucedido apenas unos días atrás, aun cuando no podía ser capaz de contemplar la noción del tiempo, sabía que no debía haber transcurrido mucho desde ello.

—¿Por qué crees que estamos aquí? Lamento que hayas tenido que quedarte, que te hayan atrapado y que te trajeran a este lugar. Pero podemos sacarte de acá. A nadie le importa una garlo... —Minho detuvo sus palabras al instante en que, finalmente, Newt decidió girarse, sosteniendo el lanzador en su dirección—. ¡Shuck! Newt, pode...

—¡Nadie les pidió venir aquí! —las palabras murieron al segundo en que sus uñas se clavaron en el metal del lanzador, en un vano intento de descartar la idea de dispararle a los que una vez, había considerado sus amigos—. Les dije que se largaran.

—¿De dónde garlopa sacaste esa cosa? —de nuevo Minho habló, acercándose un par de pasos en la dirección en la que el rubio se hallaba, pero este se limitó a volver a apuntarle, dejando en claro, que los tres metros de distancia era lo seguro para todos.

—Se lo robé a un guardia... Que no me hacía feliz —no añadió más, no cuando el fugaz recuerdo invadió su cabeza, haciéndole saber que había matado a un hombre de camisa roja solo... Porque sí. Apartó la diestra del lanzador y deslizó los dedos por su enmarañada melena, rascando una vez el lugar en el que ya se había hecho una enorme herida. No, tenían que irse de ahí, debían hacerlo ya.

—Newt, tienes que venir con nosotros, este lugar... Shuck, tú no perteneces a este lugar —súplica. Newt podía leer la súplica que se pintaba en los ojos de su amigo. Se quedó un instante leyendo su rostro, observando sus labios. Minho, su amigo, Minho, el shank que lo había ayudado en las buenas y en las malas.

—Soy un crank —respondió el rubio sonriendo por lo bajo—, estoy donde pertenezco —. Esta vez hizo una pausa, terminando por apretar los labios mientras elevaba el rostro, como si pidiera un segundo más de cordura para enfrentar a sus amigos—. Por favor, no estoy bien. Tienen que irse, Minho, tienen que —sus palabras se frenaron cuando percibió el movimiento en Thomas, cuando este, hizo el ademán de acercarse hasta él. El lanzador cambió de objetivo, terminando por apuntar al castaño en menos de un instante.

—Y tú, Thomas —esta vez el desprecio tiñó su tono, no le interesaron los mieles, no le interesó nada más que destruir el sentimiento agobiante que crecía en sus entrañas—. ¿Con qué cara vienes a pedirme que me vaya con ustedes? ¿Cómo te atreves? Te miro y me dan ganas de vomitar.

Las cejas de Thomas se arrugaron, pero Newt no prestó atención a los detalles. Lo odiaba, lo aborrecía, lo detestaba. Clamaba amarlo, clamaba hacer todo por él ¿y ahora qué? ¿Estaba ahí después de leer su carta, esperando poder cambiar su último deseo? ¿Quizá mantenerlo atado como una linda mascota crank mientras enloquecía? Estaba jodido y era un miertero egoísta.

—Newt, no entiendo, Newt, nosotros...

—¿Nosotros? —interrumpió el rubio volviendo a mover la cabeza, empujando el interior de una de sus mejillas con la lengua—. No existe más un nosotros, Thomas. Toma a la shank y tengan muchos bebés. ¿No era lo que quería esa mujer? —esta vez ladeó la cabeza y volvió a sujetar el lanzador con ambas manos.

—Newt, por favor, escúchame....

—¿Escucharte? ¡Shuck, Thomas! ¿Cuántas veces deseé que tú me escucharas? ¿Cuántas veces yo...? —y no, no terminó sus palabras, no cuando su diestra de nueva cuenta había subido hasta su rubia melena, halando un largo mechón con insistencia mal disimulada. ¿Qué estaba haciendo? Bajando el lanzador con suma lentitud, Newt finalmente se permitió respirar, pensar con claridad—. Vete, Tommy, por favor —la súplica brotó en menos de un instante. Se desconocía, tenía un arma en las manos y no sabía si en un arranque, sería capaz de lastimar a su shank.

—Newt, por favor —esta vez el castaño terminó por extender la diestra, por buscar incitar al rubio a corresponder el gesto.

Newt observó aquello absorto, ajeno durante un instante. Deseaba tomar la mano de Tommy, deseaba salir del infierno y vivir, shuck, quería vivir, quería estar con él. Quería volver a besarlo, quería volver a sentirlo entre sus brazos, quería volver a sentirse entre sus brazos. Pero estaba enfermo, estaba muriendo, estaba enfilando a la locura, y no quería que Thomas fuese testigo de ello. Quería entregarse al final cuando nadie fuese capaz de verlo. Cuando cocinara su brazo, o comiera su mano, Thomas estaría demasiado lejos, a salvo, viviendo.
Tenía que sacarlo de ahí, tenía que poner un punto final a su relación. Tenía que amputarlo de sus inestables pensamientos. Era lo correcto.

—Por favor, Tommy. Se los he pedido de buena manera —esta vez volvió a apuntar el arma en la dirección en que el menor se hallaba, sabiendo que, no se atrevería a dispararle, ni a él, ni a Minho. No, no, no lo haría—. Ahora es una orden, váyanse.

Las palabras del rubio murieron en la inmensidad del lugar. Ahí, donde el vacío devoraba pensamientos y transformaba a los humanos en cosas, en cosas vivas y sin una pizca de raciocinio.
Thomas le observaba aún suplicante, deseando recuperarlo, sabiendo que pedía un imposible para el mundo, para él. Egoísmo en su estado más puro, pero no, no importaba, ya no.
Las palabras se agotaron cuando el crank del cabello negro se aproximó hasta Minho, hasta Thomas. Sus ojos se clavaron en ambos chicos, sonriendo, esperando.

—Nuestro amigo rubio dijo que se vayan. Es mejor que lo hagan —el crank habló quedo, sonriendo aún, sabiéndose superior en número y contando con esa ventaja para destazar a diestra y siniestra.

—¡Él fue nuestro amigo antes! —la voz de Minho resonó colérica, angustiada. Estaba desesperado, necesitaba sacar a Newt de ahí, no le interesaba si tenía que arrastrarlo, no le interesaba si era por Thomas por quien decidía hacerlo. No podía permitirse la idea de abandonar a su shank ahí, no podía aceptar el perderlo, no a él. Newt, su amigo, su deseo oculto, su anhelo prohibido.

—Pero ahora es un crank. Ahora es nuestro amigo —el crank de cabello negro volvió a hablar, apretando el pedazo de vidrio que sostenía entre los dedos de su diestra.

—Esto es un asunto entre Newt y nosotros, así que lárgate, crank.

Newt observó en silencio la escena. Contempló el segundo exacto en que el hombre de cabello negro se abalanzó contra Minho, y con este, una mujer que yacía en el piso. Otro crank había hecho lo suyo contra Thomas, pero Brenda había intervenido de manera oportunidad. Sangre, había sangre. Newt cerró los ojos un segundo, poco antes de deslizar los dedos por el disparador del lanzador. Bastó aquello para que volviese a regresar a la realidad, para que el permiso de cordura concedido le permitiese apuntar al crank de cabello negro, aquel, que Minho ya se había sacado de encima segundos antes.

—¡Aléjense de él! —con la mandíbula completamente tensa, el rubio finalmente disparó la primera carga contra el crank del pelo negro, ocasionando que el cuerpo de este se desplomara contra el piso, retorciéndose lentamente mientras las arañas eléctricas consumían su cuerpo. El resto de los cranks se alejó en consecuencia, al tiempo que los mieles de Thomas volvían a posarse en él, en un último intento de continuar la plática sin sentido—. Váyanse, o les juro que empezaré a disparar y esta vez, no me fijaré contra quien.

Thomas le observó desesperado. Newt lo había defendido, pese a todo, Newt no les había disparado.

—¿Acaso piensas terminar lo nuestro de esta manera, Newt? ¿Después de todo lo que hicimos para llegar a este punto? ¿Piensas que podré dejarte en este lugar, a tu suerte? —Thomas quería llorar, y Newt lo sabía, podía escuchar tu tono quebrado, perderse en los mieles que se aguaban con lentitud.

No, no quería, ¿cómo podía preguntarle semejante cosa? No existía anhelo más grande e imposible.

—Si alguna vez me quisiste, Tommy —murmuró el rubio al tiempo que cerraba los ojos, permitiéndose ser débil, llorar por primera y última ocasión frente a alguien. Se sentía roto, desesperanzado, ya no tenía la fuerza para mantenerse ahí, cuerdo para él—, lo harás.

Las palabras murieron en el aire tras aquello. Thomas quería seguir negándose a lo bestia a abandonar a Newt ahí. No podía, simplemente no podía. Se había prometido tantas veces no volver a hacerlo, no volver a herirlo, no volver a dejarlo. ¿Y ahora, justo ahora, Newt le estaba rogando por ello? No, no le cabía en la garlopa cosa que tenía por cerebro, no. Imposible. Un paso, dos, tres metros, dos, uno. Newt se había quedado temblando, sosteniendo el lanzador en su dirección, pero su diestra había abandonado el disparador, transmitiendo el nulo deseo que tenía de cumplir su promesa de volver a disparar.

—Lo hago, Newt —esta vez elevó una mano, apartó el lanzador con suavidad, rogando que los pardos conservaran un ápice del hermoso color que adoraba—. Podemos...

—No podemos, Tommy —la respuesta se entregó a la media sonrisa amarga que murió en el medio de dos torrentes salados. Newt se limitó a volver a empuñar el arma, a empujar a Thomas con la boca de la misma en un vago intento de volver a alejarlo de él. Era el final, no había más que tratar—. Olvida esto, olvida este día. Recuerda solo el garlopo día en el Cuarto Oscuro. Recuerda el Berg —esta vez el rubio tragó su llanto y le obsequió una sonrisa sincera, la sonrisa que Thomas recordaba de aquellos días en el Laberinto—. Ahora vete, vete antes de que te dispare.

Thomas le observó herido, distante. Las palabras ya no existían en su cabeza, sabía que no había nada lo razonablemente correcto para lograr que el rubio cambiara de decisión. Toda su vida había sido un miertero problema, incluyendo el desierto y la mayor parte de sus últimos días. Y ahora, justo ahora, tenía que recoger los pedazos y recuerdos que Newt le había regalado en las últimas setenta y dos horas. Debía esconderlos dentro de su memoria, transformarlos en su tesoro más preciado. Debía maquillar la escena que vivía por aquel instante, debía recordar a Newt como este le rogaba que lo hiciera. Asintiendo con suma lentitud, el castaño finalmente retrocedió sobre sus pasos, apartándose.

Los pardos le observaron a cada minuto, a cada segundo, memorizando el aroma que había percibido, memorizando una vez más la constelación que se pintaba en el rostro de Thomas, sabiendo que, probablemente, en las próximas horas, habría terminado por desechar aquellas cosas valiosas para él. Cuando estuviese matando por vivir, comiendo porquerías y gritando como loco, sus memorias preciadas estarían igualmente escondidas, floreciendo de vez en vez, recordándole que, por un momento, acarició la idea de la felicidad, de la estabilidad.
Cerró los ojos cuando la figura de Thomas desapareció de su campo de visión, llevándose con él toda esperanza, todo pensamiento y el último ápice del deseo de mantenerse con vida.

[ ... ]

Observó la oscuridad de la noche en silencio. Estaba sentado en el sucio piso de lo que alguna vez, había sido probablemente, un enorme bosque. Las ramas del árbol que tenía a sus espaldas se encontraban secas, sin vida. Horas atrás, habían abandonado el Palacio, siendo guiados por el hombre de cabello negro cuando la entrada del lugar había quedado abierta. Probablemente Thomas lo había hecho de manera inconsciente, o probablemente, simplemente no había podido ayudar a cerrar la jaula debido a los cranks que iban por ellos.
No recordaba cuantos de esos repugnantes cranks había matado. No le importaba realmente. El lanzador se había quedado sin carga, y habría tenido que pelear con uñas y dientes por comida, por mantenerse con vida. Ahora, su grupo, estaba tendido en el piso, tomando una siesta, mientras que unos más, deambulaban a su alrededor, murmurando un par de cosas sin sentido.

Elevó la diestra hasta su rostro, buscando apartar la capa de sangre y sudor que ya se pintaba en este. Debía dolerle, claro, debía. Tenía múltiples golpes, arañazos, moretones. Recordaba haber tenido que morder la cara de un crank para arrancare la mejilla, todo en el medio de una pelea que siquiera recordaba cómo empezó. Y ahora, justo ahora, tenía un segundo de cordura, recordando toda la bola de plopus que ya había hecho hasta ese momento.

Pero las heridas no dolían. Nada dolía, nada tenía suficiente sentido a ese punto, aparte del cansancio y de la pesadez de sus parpados. Habían caminado fuera del Palacio, y tenían un momento libre, de descanso. Debían recuperar energías antes de atreverse a sortear los muros de la ciudad, aunque, el hombre de cabello negro, había mencionado que debían esperar a que los cranks de adentro, les dieran acceso.

Pronto tendrían vehículos y el resto del camino, no sería la tortura que había representado hasta ese momento.

No le interesaba, no le importaba. Su mente lentamente colapsaba en un abismo negro, donde, el cansancio y el dolor comenzaban a dejar de tener sentido. Quizá por ello se permitió cerrar los ojos, dormir por un instante, olvidar que se hallaba en el medio de un lugar desconocido, muriendo a merced de una enfermedad caótica.

La oscuridad le devoró con lentitud, se relajó, se dejó llevar por primera vez en días. Y ocurrió, finalmente, soñó.


Un pasillo. Era un pasillo, un enorme pasillo. Tenía que llegar al final, sin que los guardias se percataran de su presencia. Sus pequeñas manos estaban ancladas a la pared de concreto, esperando. Cuando el guardia pasó de largo, aprovechó sus pies descalzos para correr a toda velocidad. Se detuvo un segundo y leyó la inscripción de la puerta. Era la puerta de la niña. Suspiró audible poco antes de tocar. Una bonita pelinegra de ojos azules le abrió de inmediato, sorprendiéndose de hallarlo ahí.

—Hola, soy Newt. Tienes que venir, tenemos algo importante —murmuró quedito, mientras la chica le observaba dudosa—. Venga, shank, te prometo que no es un secuestro. Además, tú novio vendrá también.

La niña dudo de nuevo, pero tras un minuto de pensarlo, finalmente asintió con suavidad.

—Me cambio y salgo en un momento —finalizó la pelinegra mientras cerraba la puerta y retornaba al interior de su habitación.

El rubio sonrió para sus adentros, volviendo a mover su pequeña cabeza vendada, asegurándose de que nadie le hubiese pillado aún. Lo siguiente, fue caminar hasta la segunda puerta, aquella donde suponía, debía encontrarse el otro niño de Elite.
Esta vez se atrevió a girar la perilla sin siquiera tocar, terminándose por sorprender al segundo exacto en que el niño castaño asomó su cabeza, como si hubiese estado esperando detrás de la puerta a que esta se abriera de manera mágica.

—Hola, soy Newt —susurró bajito—. Y sé muy bien quién eres tú —esta vez, los pardos se quedaron por un momento anclados en los mieles. Sí, el niño tenía un muy bonito color de ojos, y lunares, muchos lunares—. Vamos, quiero mostrarte algo.

El niño cerró la puerta durante un segundo, dejando al rubio ahí, de pie, ligeramente confundido. Un minuto después, la cara llena de lunares volvió a asomarse, mostrando a un niño ligeramente más decidido que antes.

—De acuerdo. ¿Puede venir Teresa con nosotros?


Teresa. Newt se removió incomodo ante el nombre, abriendo los ojos durante un instante y reparando que el silencio, extrañamente, se había hecho a su alrededor. ¿Acaso estaba recordando? ¿Cómo era aquello posible? Se llevó la diestra hasta uno de los rubios mechones, halando este con insistencia. Imposible. No, ese recuerdo no era real. La llamarada le estaba comiendo la cabeza, era eso, solo eso. Sí, eso.
Giró lentamente su cuerpo, acabando por echarse sobre su costado. Cerró los ojos con desesperación, haciéndose pequeño contra el piso, acurrucando sus piernas en su pecho. Necesitaba dormir, un poco, solo un poco. Necesitaba dejar de pensar, dejar de pensar en Thomas, en Teresa, en todo lo que ese shank movía en él.

Lento, de nuevo muy lento, el cansancio arribó por segunda ocasión.


Era una enorme cancha. Muy grande. Había gradas de madera y recordaba, que ahí, se podía ver un partido de basquetbol. Estaba sentado en un espacio vacío y Thomas, Thomas estaba a su lado.
En sus manos, sostenía una bolsa de galletas, que había terminado por guardar del almuerzo con la determinación de compartirlas con Thomas.
Le agradaba estar con Thomas. Minutos antes de detener su exploración de la noche, Teresa y el resto del grupo se habían separado, siendo guiados por Alby. Él, decidió hacer flojo y echar la culpa al dolor de cabeza que tenía. No era del todo una mentira. Había pasado por los laboratorios el día anterior, y tenía un leve martilleo que no le dejaba dormir del todo bien, pero solo eso.
Thomas se había ofrecido a hacerle compañía, pues pese a todo, Newt se negó a volver al dormitorio común.
Extrañamente, con todo y fallas, su plan de pasar un rato con Thomas había funcionado. Quería estar con él, le agradaba estar con él. El niño castaño no hablaba demasiado, pero le sacaba sonrisas sinceras, y además, parecía honesto, una cualidad excepcional en un lugar como aquel.

También, en algún momento le había acompañado a ver a Lizzy, y eso, eso sumaba demasiados puntos a su favor. Quizá por ello, Thomas era su favorito por encima de Alby, incluso de Minho.

—¿Y qué hacen ustedes? ¿Leen libros y hacen cálculos todo el día? Porque es aburrido ir a las clases con los demás —esta vez el rubio alzó los hombros, tratando de restar importancia al asunto.

Thomas apretó sus labios durante un instante, como si estuviese pensando de más lo que estaba a punto de decir.

—Algo así —respondió el castaño mientras sostenía una galleta en la diestra, observándola con cuidado. Era como si pensara que la galleta fuese radioactiva.

—No, Tommy, no te morirás. Cogí la bolsa del comedor, estoy seguro que no se dieron cuenta que me la llevé, o si lo hicieron, no les importó mucho —esta vez el rubio se echó para atrás, aunque incomodo por el siguiente nivel de la grada, alcanzó a recostarse en el lugar.

—No estaba pensando en eso. En realidad estaba pensando... —el menor hizo una pausa antes de echarse la galleta a la boca y colocar sus manos sobre el escalón de la grada, echándose hacia atrás de igual manera.

—¿En qué? Seguramente en tu novia. ¿Son novios? —esta vez Newt le observó curioso, echándose hacia adelante mientras le observaba fijamente.

—Teresa no es mi novia. Solo somos amigos —. Thomas estaba un poquito serio, quizá ¿hasta molesto? Newt contempló el extraño puchero que se instaló en sus mejillas, terminando por extender la diestra y picar una de estas.

—Entonces, ¿no te hace caso? —el rubio volvió a sonreír de manera cómplice mientras elevaba las cejas, terminando por arrepentirse al segundo en que Thomas, le observó ligeramente indignado—. Vale, vale, no era mi intención. Ella se lo pierde.

—No, es mi amiga. Es en serio, somos amigos. No tengo tiempo de pensar en demasiadas cosas —Thomas hizo una pausa poco antes de suspirar y volver a negar—. Teresa no me gusta. ¿Por qué todos piensan eso?

Newt resopló brevemente poco antes de llevar su diestra hasta uno de los hombros de Thomas, palmeando este con suavidad.

—Porque siempre están juntos. Pero va, son un montón de larchitos sin mucho que pensar, que uno de los nuestros tenga la posibilidad con alguien como Teresa, bueno, supongo que es una especie de ¿cosa para alabar? No lo sé, Tommy —Newt de nuevo se echó hacia atrás, terminando por cerrar los ojos y suspirar con suavidad.

Dos segundos después, Thomas estaba a su lado, secundando sus acciones y pegando su cabeza a la del rubio.

—No lo sé, Newt. Ella me agrada, pero no de esa manera.

Newt se quedó en silencio tras ello, terminando por ladear ligeramente el rostro, encontrándose con la mirada color miel a tan solo unos cuantos centímetros de distancia. Parpadeó confundido antes de sonreír por un instante, acción que el menor secundó. Dos segundos después, la ausencia de sonido volvió a instalarse entre ambos, aun cuando sus miradas continuaban conectadas de esa manera.
Había un traqueteo en su pecho. Era como una locomotora fuera de control. Sintió las yemas de sus dedos cosquillear. Durante un instante deseó posar su índice sobre el lunar que adornaba la mejilla de Thomas. Y un momento después, lo hizo. El castaño se quedó quieto, guardando una sonrisa ante el ligero tacto que el rubio le proporcionaba.

—Si los unes, ahí hay una estrella —murmuró el rubio mientras pintaba un camino con su índice, deteniéndose en el lunar que se perdía en uno de los hoyuelos del otro. Dos segundos después, Newt estaba notando la boca de Thomas: labios rojos, muy rojos. El castaño repasó el inferior de estos con su lengua, logrando que Newt apartara su tacto casi de manera instantánea—. Volveré al dormitorio común —sentenció poniéndose de pie de un brinco, ignorando la mirada de confusión que Thomas le dedicaba por aquel instante—. Me duele la cabeza. Te veo mañana, Tommy.

[ ... ]

Esta vez, la habitación era azul. Las paredes tenían un color sumamente triste, pero el hecho de estar con sus amigos en ese lugar, le hacía más amenas las noches.

Minho estaba a su lado, jugando con una baraja que Newt ignoraba, de donde había sacado. Le observó durante un segundo poco antes de suspirar.

—¿Alguna vez te ha gustado alguien, Min? —Newt observó la carta que Minho sostenía en la diestra, la cual, acabó olvidada al segundo en que este achicó sus ojos y le observó con curiosidad.

—No eres mi tipo, Newt —añadió el asiático mientras volvía a lo suyo, tratando de juntar las cartas en un nuevo mazo—. Lo siento. Pero podemos ser amigos.

—¡Shuck! No, no seas animal. No, no me gustas, no sueñes, cara de plopus —esta vez movió la cabeza y apretó los labios con firmeza, resoplando tras ello. Quizá Minho no era la mejor persona para hablar respecto a ello, pero Alby... No, él definitivamente quedaba fuera de la lista.

—No hay mucho de dónde escoger aquí. ¿Es Teresa? Thomas te va a larchar —Minho rió tras aquello, terminando por extender la diestra para despeinar su rubia melena—. ¿O conociste a alguien cuando fuiste a ver a Lizzy?

Newt apretó los labios una vez más, terminando por casi inflar las mejillas mientras desviaba la mirada.

—No hay muchas opciones en este lugar, Newt. Creo que aquí las cosas como esas no se dan, pero si existe una remota posibilidad, bien, creo que deberías hablar. ¿Qué puede pasar? ¿Qué te rechacen? Bah, no será la primera ni la última vez.

Quizá Minho no era tan papanatas como pensaba, quizá Minho si pensaba un poquito más de lo que aparentaba. Y quizá, Minho, si tenía razón.

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