Capítulo 6
Un poco más, solo un poco más.
Las piernas le dolían, la vista le fallaba, pero los alaridos de esas criaturas a la distancia lo mantenían de pie, consciente. El vientre le escocía, pero siquiera era capaz de dimensionar el daño, no aún no. A ese punto, sus pardos solo se concentraban en el metal del Berg y en la rampa que se abría, permitiendo que la castaña ingresara.
Un minuto, probablemente dos. No dimensionaba el tiempo, no en ese momento, no cuando fue capaz de distinguir la figura tan familiar que salió del interior de la nave: Thomas. El castaño se demoró apenas unos segundos en examinar a la chica, para después, centrar su atención en él.
Veinte metros. Newt jadeaba, el aire le faltaba, la renguera le jugaba en contra, el dolor amenazaba con vencerlo. Apretó los labios antes de notar como el castaño corría directo hacia él, sin importarle los gritos de Brenda, sin importarle que el ejército de cranks estaba a punto de alcanzarlo.
Diez metros. La meta había cambiado, los pardos estaban fijos en la figura de Thomas. Thomas, el mejor corredor del laberinto, Thomas, el maldito Thomas, el maldito shank que ponía su mundo de cabeza.
Cinco metros. A ese punto, los músculos fallaban, el cansancio lo amenazaba en cada zancada, el ardor de la herida estaba a punto de volverle loco. Cerró los ojos un segundo, y sucedió, simplemente sucedió. La calidez de los brazos de Thomas en su cuerpo, en sus caderas. Se sintió ligero, percibió el segundo en que sus pies abandonaban el piso. Cuando sus parpados otorgaron tregua, se permitió observar el rostro de Thomas y esos valiosos segundos en que subieron al Berg, dejando atrás la pesadilla momentánea en la que se había sumido.
El súbito movimiento de la rampa elevándose, logró que el castaño se tambaleara, que casi perdiese el equilibrio. Newt gimió ante ello, ante el súbito dolor que finalmente se acentuó en su vientre, haciéndole consciente de la situación en la que se hallaba.
—¡¿Por qué demonios le dejaste solo?! —la voz de Thomas recriminaba, juzgaba. Brenda le observaba al otro lado del pasillo, jadeando aun, recuperándose de la alocada carrera que había ejecutado minutos atrás.
—¡¿Cómo hubiese podido cargarle yo sola?! ¡Podríamos haber muerto ambos! —subiendo las manos hasta la melena castaña, la chica simplemente se dio la media vuelta, ignorando la mirada del castaño, huyendo de su evidente enojo ante la situación.
—Sabía que no podíamos confiar en esa shank —añadió el asiático entrando en escena, caminando con decisión hacia Thomas, con el único objetivo de verificar el estado en que el rubio se hallaba.
Pero aquello no sucedió. Habían bastado apenas aquellos segundos de discusión para que el rubio recuperase los últimos gramos de fuerza que restaban en su cuerpo. Estaba herido, herido por cranks. Olía a ellos, olía a muerte. La desesperación le invadió en menos de un instante, devorando la nula quietud que mantenía a ese punto. No le interesó bajar de los brazos de Thomas casi cayendo al piso, ni mucho menos empujarle cuando este intentó acercarse a él una vez más.
—¡Aléjense de mí, mierteros inútiles! —el grito sonó desde el fondo de su garganta, cabalgando en la desesperación que comenzaba a apoderarse de él por aquel instante.
No sabía si quería llorar, gritar o maldecir. A ese punto simplemente se había dado la media vuelta, dejando al par en la vieja sala del Berg, dirigiéndose cuanto antes al estrecho pasillo que llevaba hasta donde hallaban las literas y el escaso baño funcional. Cranks, cranks, olía a cranks. Se estaba convirtiendo en uno de ellos. Se llevó la diestra al rostro, hundiendo los dedos sobre la piel de sus mejillas, sobre las heridas de las que aún no era consciente. El horror de la sangre le hizo ahogar un grito. Sus pies no se detuvieron, no hasta que se halló dentro del baño y azotando la puerta detrás de sí.
Bastaron apenas unos segundos para que sus pardos fuesen a parar hasta el pequeño espejo que descansaba sobre el lavamanos, haciéndole notar los múltiples cortes que adornaban su cara, su cuello, su cuerpo: arañazos, mordidas, no sabía ni cuantos eran. El terror volvió a hacerse presente, el rubio apenas fue consciente del segundo en que arrancó las ropas de su cuerpo, abandonándolas en el piso junto con su calzado.
Tenía que deshacerse de la sangre de crank, tenía que limpiarse, tenía que borrar aquello de su piel. Abrir el grifo de agua de la regadera fue casi mecánico, si quiera le interesó la fría temperatura con que esta le recibió. No, a ese punto estaba más enfocado en repasar su piel, en arrancarse cada rastro que los cranks habían dejado en él.
—Maldición... Maldición... —no era consciente del temblor de su voz, no era consciente de que sus uñas escarbaban en las heridas abiertas, no era consciente de que estaba haciéndose daño. Quería limpiar cada partícula de la infección, deshacerse de la remota posibilidad de agravar su propia enfermedad por permitirse ser tan descuidado. ¿Podría acaso acelerar la llamarada en su cuerpo el hecho de haber sido herido por otros cranks? La cabeza le daba vueltas, el dolor había desaparecido, pero el aroma a muerte y sangre prevalecía—. ¡Shuck! ¡Bórrate! —sus uñas bajaron, se instalaron en la herida de su vientre, tallando, ignorando la sangre que manaba de esta.
Tenía que desaparecer, tenía que limpiarse, tenía que mantener la infección a raya.
Bórrate, bórrate, bórrate.
Las palabras rebotaban en su cabeza, logrando que la cantaleta se mantuviera como única instrucción razonable. Cerró los ojos un segundo, hundió los dedos en la herida más abierta que portaba, escarbando, buscando cualquier rastro que pudiese haberse deslizado debajo de su piel. Pero sus acciones se detuvieron al segundo en que un par de manos le sujetaron, deteniéndole completamente al instante.
—¡¿Qué plopus estás haciendo?! —Thomas. ¿En qué segundo el castaño había entrado en el lugar? —Newt, Newtie, shuck —con la voz pendiendo de un hilo, el menor se había permitido observar los pardos enloquecidos del rubio, a ese punto, no le interesaba haber irrumpido su baño, ni mucho menos, estar completamente vestido debajo del inclemente chorro de agua helada que lamía su piel por aquel instante.
—¡Largo! —con la voz atropellada, la orden brotó de los escasos segundos de lucidez que se llenaron la cabeza del más alto. No, no, Thomas podía infectarse, Thomas...
—¿Acaso no te das cuenta que estás haciéndote daño, shank? —ignorando de manera olímpica la instrucción del rubio, el castaño finalmente se había permitido apartar el delgado cuerpo, llevarlo contra una de las paredes enlosetadas, examinándole en silencio.
—Tengo sangre de esos malditos cranks, Tommy, shuck si no te alej... —las palabras murieron al segundo exacto en que los dedos del castaño se deslizaron sobre el mentón del rubio, obligándole a elevar la vista, a observarle.
—No me importa, Newt —la voz de Thomas brotó firme, sin duda. Los mieles escrutaron los pardos antes de que el velo del deseo descendiera entre ambos, logrando que el titubeo momentáneo del rubio, ocasionara la pauta perfecta para que los labios de Thomas visitaran su boca en un beso efímero, escaso—. No me importa nada más, Newt, ¿por qué aun no puedes comprenderlo?
Newt se quedó quieto, estático. Durante un instante el recuerdo del laberinto le invadió, sumiéndole en una tormenta de imágenes que apenas y fue capaz de controlar. Thomas, Thomas, Thomas. Todo su mundo había acabado desde el segundo en que ese maldito shank entró a su vida. Lo había intentado, mil veces había intentado alejar a ese imbécil de su vida, ¿y las pruebas? ¿Y el desierto? ¿Por qué nada de ello podía mermar la desesperación de mantenerlo en su vida? ¿Por qué el frágil y extenuante sentimiento no se esfumaba en el olor a coco que desprendía el cabello de Teresa? ¿Por qué simplemente no podía haber una maldita fórmula para des- enamorarse de él?
—Púdrete, Tommy —la sonrisa de victoria que brotó de los labios de Thomas fue señal suficiente de derrota. Todo rastro de desesperación se había esfumado lejos de su sistema, Newt volvía a ser Newt, y quizá era por ello que justo por aquel instante, estaba permitiendo que el castaño examinara las heridas en su piel.
—Lo haré después —el murmuro continuó con aquel tono pasivo, lento. Thomas mantenía sus mieles fijos en los arañazos más prominentes, notando que fuera de la herida sobre el estómago de Newt, lo demás no parecía ser grave. Quizá por ello optó por volver a colocarlo debajo del chorro de agua, quitando con suma suavidad la tierra que aun adornaba los cortes, los últimos rastros de sangre.
—Puedo bañarme solo, Tommy —¿por qué negar que le encantaba estar siendo aseado por Thomas? Lo cierto era, que, si el brazo del shank no estuviese en su cuerpo, estaba seguro que hubiese acabado inminentemente contra el piso.
—Evidentemente no, por eso estoy aquí. Venga, hay que vendar las heridas —Newt siquiera fue consciente del momento en que Thomas cerró el grifo, ni mucho menos, cuando este le guió fuera del pequeño cuarto, hasta la habitación de las literas.
Parpadeó confundido cuando fue capaz de notar la soledad que les rodeaba, limitándose a tomar asiento sobre uno de los colchones en el que, curiosamente, el botiquín ya descansaba. Un minuto y notó la suave tela que se instaló sobre sus hombros, aliviando el temblor que no había sido consciente que poseía. Un segundo más, y Thomas se encargó de colocar una toalla más sobre sus caderas, asegurándose de cubrir su desnudez.
—¿Y tu novia? —la pregunta brotó casual, Newt siquiera fue capaz de detener la inseguridad que brotó por aquel instante. ¿Debía sentirse tonto por continuar pensando en las acciones de Brenda?
—No es mi novia, Newt. Probablemente no es algo que ella entienda del todo, pero no me interesa. Ni ella, ni Teresa —las palabras cesaron al segundo en que el castaño se colocó de rodillas en el piso, quedando por debajo de la altura del rubio. Por supuesto, Thomas ignoraba sus ropas mojadas y las pequeñas gotas de agua que se deslizaban de sus hebras ligeramente húmedas—. Probablemente los golpes alejan a los shanks, pero no funciona igual con una mujer y además, no voy a golpear a Brenda —fue una sonrisa escasa, con sarcasmo, las mujeres no funcionaban como los hombres, aunque por supuesto, no recordaba de donde había obtenido esa información.
—Teresa te abandonó —soltó el rubio desviando la mirada, ignorando el ardor que la gasa con alcohol produjo en su piel abierta. Mordió su labio inferior, ahogó el chillido que casi dejó escapar. Thomas le observó durante un instante, deteniendo sus acciones, asegurándose de no ser tan brusco con el rubio cuando volvió a repasar la herida.
—Teresa es importante y no comprendo por qué. Brenda me ayudó en el desierto y fue relativamente sincera. Eso es todo. Las cosas que tú despiertas en mí, no se comparan con los sentimientos controlados que me movieron en mí. No soy un experto en esto, Newt —el castaño hizo una pausa, suspiró de manera audible, y volvió a limpiar una vez más la herida más grave—, pero si de algo estoy seguro, es que sigo amando a un solo shank. Y eso es probablemente, lo único verdadero en mi cabeza —finalizó, poco antes de comenzar a vendar con suma suavidad el vientre del rubio.
¿Y cómo se suponía que debía tomar aquello? El mayor de nuevo había permitido que el silencio se instalara en el lugar, dejando que el único sonido audible, fuera el de las manos de Thomas recorriendo y curando sus heridas. Apretó los labios un segundo y finalmente permitió que su cuerpo comenzara a relajarse, rindiéndose ante la sensación de bienestar que el castaño despertaba en él. Le tomó aproximadamente un minuto el darse cuenta de la verdad que el menor soltó, distraído, absorto en su tarea... Fue... Natural. ¿Cómo hablar de algo que siquiera recordaba conocer? Thomas era sincero, no se comparaba en nada con él. Quizá por ello las cosas habían tomado el rumbo actual. De haber sido sincero desde un principio, probablemente nada de lo que aconteció en el laberinto, hubiese tenido pie a pasar.
—Puedo continuar desde aquí —Newt se mantuvo en un tono neutro, con los pardos fijos en cualquier otro punto que no fuese la bonita mirada color miel que poseía su shank—. No necesito cuidados especiales, Tommy, shank, en serio, deja de perder tu tiempo en esto, de cualquier manera yo no... —y las palabras murieron en sus labios en el preciso instante en que la boca de Thomas aterrizó sobre estos, sellando el momento y haciéndole perder la noción de lo que estaba soltando.
¿Por qué a Thomas le encantaba hacerle perder el control de esa manera? ¿Por qué los besos de Thomas desmantelaban su razón y le hacían actuar ajeno a su propia persona? Shuck, debía pegarle, volver a lanzar al shank al piso y decirle un par de verdades. ¿Y cuáles verdades? ¿Qué moriría? ¿Qué debía olvidarse de la plopus que lentamente volvían a construir? ¿O quizá que lo único bueno en su vida continuaba siendo él? ¿Qué lo único que le hacía bien era esa plopus estúpida en la que estaba sumido hasta las narices?
Ir y venir, soltar, aflojar, estirar, ¿hasta dónde? ¿Hasta dónde podía continuar negando la situación? ¿Hasta cuándo podría mantener a Thomas alejado? ¿Hasta cuándo finalmente admitiría que lo más aterrador siempre sería la idea de lastimarlo en el medio de la enfermedad?
Lento, muy lento, Newt finalmente se permitió deslizar la cortina de resistencia, permitiendo que el eco de las palabras del menor guiaran sus acciones y lo condujeran hasta el inexorable final que aguardaba por él.
El sentido de pertenencia se desvanecía en el medio de la bruma de emociones que el simple tacto del menor causaba en él. El deseo se perdía lentamente, dando pauta para que las caricias y roces sin más afán que borrar la distancia entre ambos, permitiesen emerger el sentimiento destruido que las arenas del desierto habían hundido.
El beso murió y revivió al segundo en que Thomas se alejó, y por ende, el rubio le buscó. Un beso, dos, tres, más. Ahí estaba de nuevo la aterradora sensación de necesidad, de vacío. No había más que la verdad escribiéndose lentamente, deslizándose de manera cómplice en el medio de besos húmedos y caricias tímidas. Y la necesidad reinando, reinando por primera vez sin deseo, solo con afán, con el sentimiento abrasador que los quemaba a ambos y los consumía con lentitud.
La comprensión llegó al segundo en que el rubio finalmente se permitió volver dos segundos a la realidad, notando como Thomas se había hecho espacio entre sus piernas, y que sus labios, habían repartido besos sobre las heridas recién vendadas. Había devoción, delicadeza sin intención oculta. La toalla que descansaba sobre las caderas del rubio y no había sido tocada, más que para mantenerla en su posición.
—Lo siento, Newt —el susurro de Thomas fue escaso, acabando por morir en un beso que se ahogó en la cresta ilíaca del rubio.
¿Perdón? A ese punto, Newt ya había perdido la cuenta de las veces en que Thomas pidió disculpas. Quizá por ello, la respuesta se limitó a una sonrisa, a llevar sus manos hasta los amplios hombros de su shank. Dos segundos después, la boca de Thomas ya estaba devorando una vez más sus labios, como si aquella fuese la única manera en que ambos pudiesen respirar. Esta vez fueron las manos de Newt las que recorrieron el cuerpo del menor, las prendas húmedas, las curvas que estas permitían ver y que le tentaban por igual.
El cinturón de cuero fue el primero en desaparecer en un tintineo sobre el piso. La sonrisa abordó los labios de Thomas tras ello, deteniendo el beso en consecuencia, observando a Newt en silencio, como si le cuestionara una vez más sobre sus acciones. Hacía un par de horas, habían sido precisamente esas acciones las que volvieron a larchar las cosas entre ambos.
Y la respuesta de Newt fue clara, concisa. El mensaje voló en el aire cuando los pantalones de Thomas descendieron ante el nada sutil movimiento del rubio. Fueron las manos de Newt sobre sus caderas recorriendo centímetro a centímetro su piel, las que lograron que su cuerpo entero entrara en tensión. Pero la sensación desapareció con un beso, con dos. A ese punto, el calzado finalmente cayó al suelo, haciendo un ruido sordo en la desolada habitación. Bastaron dos minutos más para que el resto de la tela en ambos, tomara el mismo rumbo y se reuniera en el piso del lugar.
Un gemido, y Newt había perdido la última torre de la fortaleza interior que el desierto había dejado en él.
—Tommy —el deseo brotó con naturalidad, efímero, escaso. El rubio se permitió deslizar sus manos hasta el estrecho pasaje que las nalgas de Thomas escondían, permitiéndose separar estas con suavidad, tentando la zona, atento a las reacciones del rostro adornado en lunares.
Y la razón se esfumó una vez más cuando fue capaz de notar como Thomas apretó los ojos y separó los labios en búsqueda de aire. No más, ya no más. La alarma se disparó en consecuencia, permitiéndose dejar ir sus dedos hasta el pequeño y apretado pasaje, buscando hundir el primero, buscando hacerse espacio en el lugar que, hasta el momento, solo le ha pertenecido a él. A nadie más. Debería ser egoísta, debería hacerle entender a Thomas, debería, pero él no era así. Nunca haría nada para dañarlo, nunca. Thomas no le pertenecía, siquiera en la intimidad.
Con la duda aun pintándose en sus acciones, Newt finalmente permitió que el segundo dedo se colara, logrando que las paredes de Thomas se expandieran, que el gemido de este acompañara al silencio del lugar. Sabiendo que la necesidad era aterradora a ese punto, Newt se permitió buscar su propia y despierta anatomía, deslizando la diestra hasta el espacio entre ambos cuerpos, capturando ambas longitudes en su palma con extremo cuidado.
Thomas siempre había sido el encargado de mimarlo, de brindarle placer, de unirlo a él. Sabiendo que probablemente aquella sería la última vez que compartían un acto tan súblime como aquel, Newt finalmente comenzó el lento movimiento de vaivén, completamente atento al rojo que ya se había instalado en las mejillas del menor.
Con un gemido ausente, el rubio continuó con su mortal tarea, hundiendo las falanges más allá de los nudillos, buscando que sus yemas tocaran el punto exacto que despertaba la voz que había olvidado en el castaño. Quizá era por ello que Thomas había buscado moverse, llevando las manos hasta la cama, con el único afán de no dejar caer su peso sobre el herido cuerpo que el rubio ostentaba.
—Venga, Tommy, te necesito arriba —no fue una orden, fue una petición. La voz que brotó de los labios del mayor estaba teñida del sentimiento que le pertenecía a Thomas. A ese punto, Newt había llegado a la conclusión, de que correspondía, que las palabras no estaban deslizándose fuera de sus labios, pero que estaban ahí, atoradas en algún punto de su garganta.
Thomas simplemente le observó con un dejo de duda, que dos segundos después, se convirtió en una sonrisa. Con sumo cuidado, esta vez fue el castaño quien tomó lugar sobre las caderas del rubio, cuidando de mantener su peso anclado en sus rodillas, mientras que la anatomía despierta del ex encargado, consumía el calor que el espacio entre sus nalgas le brindaba.
—Estás herido, Newtie, ¿en serio quieres hacer esto?
El rubio simplemente sonrió como consecuencia, permitiéndose deslizar sus dedos fuera del otro con cautela, liberando su diestra al acto, subiendo los pardos para detallar cada centímetro de la vista que el cuerpo de Thomas le estaba brindando.
—Cállate, shank —con la sentencia estipulada, el rubio finalmente optó por separar el bonito par que ostentaba el menor, permitiendo que la punta de su erección bailara contra el palpitante canal que se cerraba ante la agonía de la espera.
Bastaron apenas unos segundos antes de que el mismo castaño, fuese el que diese la pauta para continuar, meciendo sus caderas hacia abajo, comenzando a devorar con suma lentitud la erecta extensión que el rubio poseía por aquel instante.
Con un gemido deslizándose fuera de sus labios, el rubio finalmente regresó a la realidad, utilizando una vez más los índices para separar el tenso canal que se negaba a recibirlo en totalidad. Para ese instante, Thomas había cerrado los ojos, desviando la mirada hacia a algún punto inexacto de la habitación.
Con los minutos devorando la ansiedad, fue Newt quien finalmente llevó la diestra hasta la erección del menor, comenzando a bombear, a utilizar el pulgar para estimular la rosada punta. Un momento después, el cuerpo del castaño finalmente comenzó a ceder, permitiendo que toda la longitud del rubio se abriera paso dentro de él.
Thomas debía maldecirse por olvidar como se sentía aquello, de verdad que sí. Lo había hecho un par de veces más con su shank, y nunca había vuelto a ceder, no como la primera vez que ambos hallaron el límite de la realidad. Tragando de manera audible, el castaño finalmente comenzó a moverse, a vacilar en el extraño vaivén en que sus caderas comenzaron a sumirse. Arriba, abajo, lento, muy lento, casi ensayado. Con los pardos fijos en él, el castaño no pudo evitar sonreír, casi llevar sus manos hasta la extraña mirada que el rubio le otorgaba por aquel instante, pero el gemido ahogado que brotó de los labios de este, le hizo saber de inmediato que la idea era terrible.
Y esta vez, fueron las manos de Newt las que obligaron a Thomas a inclinarse, a buscar devorarse la boca por milésima ocasión en la noche.
La última vez, una última vez. El escenario del desierto se repitió por segunda ocasión en su cabeza, haciéndole notar que la vida consciente que le restaba, no era más que un suspiro en la inmensidad del universo.
—Te perdono —susurró finalmente el rubio al instante en que sus labios se separaron, en que sus ojos buscaron los mieles que expectantes, los que parecían negarse a creer las palabras que acababa de soltar por aquel momento.
Newt no dudó en aprovechar aquel segundo de confusión de Thomas, llevando sus manos hasta las caderas de este, incitándole a moverse una vez más, a aumentar el ritmo que su cuerpo había establecido como tortura para él. Los gemidos abordaron los labios del menor casi al instante, quien, obligado por la posición, terminó por arquear la espalda, echando la cabeza hacia atrás como mera consecuencia.
La escena bastó para que el orgasmo lentamente se construyera en el vientre bajo del rubio, al tiempo que continuaba meciendo las caderas de Thomas sobre las propias. Caliente, apretado. Lo estaba enloqueciendo, literal. A ese punto, el rubio sabía que ya no era capaz de controlar los gemidos que brotaban de sus labios. Bastó que el menor volviese a dejarse ir una vez más sobre su cuerpo, para que Newt alcanzara el orgasmo, derramándose con extraña lentitud dentro del pasaje que pareció asfixiarle al instante.
El cuerpo de Thomas permaneció estático durante un momento, al tiempo que sus mieles se bebían la imagen que el rubio le obsequiaba. Era extraño, a ese punto, ya había olvidado las veces en que este le había brindado calma con una simple expresión. Quizá por ello, no demoró mucho más en impulsarse hacia arriba, deslizando el sexo del rubio fuera de su cuerpo, asegurándose de volver a ocupar el espacio que inicialmente, este le había brindado entre sus piernas.
Los besos llegaron tras ello: besó la barbilla del rubio, sus ojos cerrados, sus mejillas. Bajó por el cuello, por las heridas vendadas, deteniéndose sobre la más prominente. Cuando sus parpados cedieron, volvió a encontrarse con la mirada color pardo clavada en él, expectante, deseosa.
Bastó aquella expresión por parte del encargado, para que el castaño finalmente se atreviera a deslizar sus manos hasta las caderas de este, hasta sus nalgas, hasta el rosado lugar que se cerró al preciso segundo en que sus yemas le alcanzaron.
—Newtie... —con la lasciva deslizándose a modo de palabras, el menor finalmente se permitió separar las largas piernas del otro, buscando acomodarse en el resto de la pequeña e incómoda cama que compartían por aquel instante.
Era la primera vez que lo hacía con Newt en un lugar como aquel. Sabía que, la intimidad debía ser ahí, en una cama, en una alcoba. No sabía exactamente por qué, pero lo sabía. Con devoción casi practicada, esta vez se permitió besar el muslo interno del rubio, ahí, donde las heridas, aunque menos, aun eran rojas y visibles. Se detuvo cuando sus labios alcanzaron la semi erección del mayor, pasándola de largo, llevando su atención hasta el lugar que se escondía debajo, hasta donde sus manos se ocupaban de separar las nalgas del rubio, dándole total acceso al extraño ritual de besos que llevaba por aquel momento. Separó sus labios, permitiéndose hundir la lengua en el pequeño canal que volvió a apretarse casi al instante. Las manos de Newt se instalaron en sus cabellos, y la mirada de este, recriminándole en silencio por sus acciones.
—Me detendré si es lo que quieres —y aunque probablemente no era lo que él mismo quería, Thomas no volvería a cometer el mismo error, no dos veces.
Pero Newt cedió, tras dudarlo un segundo, finalmente cedió, terminando por apartar sus manos, por volver a dejarse ir sobre la suavidad del pequeño colchón. Bastó aquella señal para que el castaño volviese ocuparse en su labor, hundiendo la lengua en el rosado anillo que apenas y comenzaba a ceder para él. Los gemidos que comenzaron a brotar de los labios de Newt, fueron la confirmación de que, pese a que estaba adivinando un par de cosas, la mayoría, las había supuesto bastante bien.
Quizá por ello sonrió, quizá por ello utilizó los índices para abrirse paso y deslizar su lengua aún más adentro, percibiendo el segundo exacto en que el cuerpo del rubio se estremeció para él por completo.
Basta, la tortura era demasiado para él. Newt lo había llevado casi a su límite, y necesitaba alcanzarlo, necesitaba demostrar la misma devoción que este había demostrado minutos atrás. Apartándose con lentitud del rubio, Thomas volvió a acomodarse entre las piernas de este, llevando la diestra hasta el sexo del mayor con el único afán de recoger los vestigios que el orgasmo había dejado en él.
Recogiendo la semilla del otro con extrema sutileza, Thomas se permitió utilizarla para lubricar su dolorosa erección, poco antes de finalmente, terminar por deslizarla con suma lentitud contra la palpitante abertura en el medio de las nalgas del rubio. Bastaron un par de segundos antes de sentir como el interior de Newt le apretó, obligándole a mantenerse ahí, justo a la mitad, en el medio de la locura y el placer.
—Newt yo... —las palabras murieron al segundo en que la mano del rubio subió hasta la boca del castaño, obligándole a guardar las palabras que seguramente, serían una disculpa ensayada que acabarían con su paciencia.
—Muévete... Tommy —con la voz pendiendo en un hilo, el rubio finalmente relajó su cuerpo, dejando que la sensación de dolor desapareciera al segundo exacto en que el menor se dejó ir hasta el fondo, de un simple y llano movimiento.
Esta vez la diestra del rubio acabó sobre sus propios labios, con los dedos entre sus dientes, anhelando detener la lascivia que el doloroso movimiento había despertado en él. Lo estaba permitiendo, de nuevo ahí estaba, entregándose sin barreras a Thomas, anhelándose sentirse uno con él. Bastaron apenas unos minutos antes de que el menor le sujetara con suavidad de las caderas, saliendo con suma lentitud, entrando con la misma parsimonia. Esta vez lo hacían sin prisas, esta vez no estaba contra un lavamanos, esta vez, él había tomado a Thomas y Thomas, ahora lo tomaba a él. Recíproco, ambos cedían, ambos se pertenecían. Ambos habían sido sinceros sin necesidad de palabras.
La sensación de bienestar comenzó a subir lento, muy lento. Aun con el dolor instalado en su vientre, y en el esfuerzo que hacía por recibir al menor, el rubio se permitió apartar la diestra de sus labios, ignorando el segundo exacto en que Thomas se inclinó en su dirección, besándole en consecuencia.
—No pares... No pares... —la súplica brotó al preciso instante en que los labios del menor abandonaron su boca, permitiéndose ladear el rostro, disfrutar de la lentitud con la que Thomas se mecía contra él.
Fue entonces, que finalmente pudo sentir los brazos de Thomas alrededor de su cuerpo, envolviéndolo en un abrazo sutil, al tiempo que el suave vaivén se mantenía, firme, lento, escaso, sin prisa. ¿Acaso Thomas también comprendía que aquella significaba la despedida para ambos? No había tiempo de pensar en algo como ello, no quería pensarlo en realidad, no cuando podía sentir como el menor comenzaba a derramarse en su interior, llenándole con lentitud, sin dejar de moverse. Obligándose a cerrar los ojos, el rubio se permitió hundirse una vez más en la placentera sensación del acto, llevando sus manos hasta la espalda de Thomas, al tiempo que el susurro de sus sentimientos moría contra la piel del cuello de este.
La verdad brotó casi en silencio, la suave confesión de todo el mar desbordado de sensaciones que Thomas despertaba en él. Probablemente un decibel más alto, habría bastado para que el castaño fuese testigo de ello, pero la verdad se mantuvo oculta detrás del segundo orgasmo rubio. Pero ambos sabían, que a ese punto, las palabras sobraban, que las acciones hablaban, que sus cuerpos habían expresado lo que sus labios siempre negaban.
Una última vez, Thomas y Newt, Newt y Thomas, juntos, destinados sin saberlo, complementándose.
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