Capítulo 8
HEY HEY HEY
He vuelto recuperada y con grandes noticias: ¡FINALMENTE HE TERMINADO CON LA TRADUCCIÓN!
Como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por acompañarme en todo este camino y aconsejarme. Ella es en gran parte lo que me motivó a seguir traduciendo cuando me encontré superada con la carga, así que ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!
Hoy no tengo ninguna recomendación en particular, solo que disfruten la lectura y armen sus teorías.
—Así que... —Yaku cruza sus brazos bajo su pecho— ¿Están sugiriendo que robemos las estereoplacas directamente de la caja fuerte en la oficina privada de Washijou? ¿En su cuartel general? ¿Justo en el centro de la ciudad?
—¿Por qué tu tono me hace pensar en que no crees que seamos capaces de lograrlo? —pregunta Bokuto, apoyándose en la jamba de la puerta. Encontró una bolsa de papas fritas en algún lado y ahora la vacía metódicamente.
—Les recuerdo que fui yo quien robó las tablillas de la Tríada —comenta Kuroo, y Sugawara sonríe.
—Y luego nosotros te las robamos a ti.
—¡Me distraje! Me perdí en sus ojos —señala a Tsukishima, sentado en el extremo opuesto de la mesa.
—¿Podrían controlarlo? —Sugawara se dirige a Yaku— Sus... muestras de afecto hacia nuestro colega son innecesarias en esta conversación.
Yaku se ríe, exhala humo y hace un gesto hacia Kuroo con su cigarrillo—. Obviamente notarás que es un idiota, y me disculpo en su nombre, pero también es el único de los presentes capaz de crear un plan viable para irrumpir en la Torre Hamaima. Está un poco chiflado —concluye—, pero es útil.
Kuroo cruza los brazos sobre su pecho y mira a Yaku con escepticismo—. No sé si fue un insulto o un cumplido.
—¿Se le ocurre algún plan? —Sugawara interrumpe, todo su comportamiento demuestra que no está allí para bromear. Porque intentar robar al Cartel del Amanecer no es una broma. Ninguno de ellos se pondría en la línea de fuego si no estuviesen seguros de obtener lo que buscan.
Kuroo pasa su mirada tranquila y casi perezosa de Yaku a Sugawara.
—Sí —afirma simplemente—, se me ocurre una forma en la que podríamos robar las placas de Washijou.
—¿Y qué necesitamos? —pregunta Shimizu.
Ella está de pie, apoyada contra la pared, mirándolo como si estuviese lista para seguir todas sus órdenes. Kuroo le sonríe—. Solo una cosa.
Tsukishima aún no sabe qué va a decir, pero ya siente la necesidad de poner los ojos en blanco.
—Un plan perversamente inteligente.
—No —dice Yaku—, ya estamos cansados de esa mierda. Danos algo razonable.
—Pero...
—Deshazte de tu ego de «Dios de los planes maestros» y pon manos a la obra.
A juzgar por el mapa, la Torre Hamaima está ubicada casi en el centro de la región más cara y elitista de Yakarta: Setiabudi. La sede del Cartel ocupa los tres pisos superiores y la oficina de Washijou se encuentra sobre estos. Al comenzar a discutir la forma de llegar allí, Yaku hace una mueca y murmura algo sobre los interminables embotellamientos.
—¿Podemos saltar desde un helicóptero y atravesar el techo?
—No, Bokuto, no podemos. Es un plan estúpido.
—¡No es estúpido! ¡Funcionó en Cuba en el 2011!
La estereoplacas se encuentran ubicadas en una caja fuerte debajo de una versión falsificada de la pintura «Casa con techo de tejas» de Egon Schiele.
—Sin embargo, nuestro problema es cómo llegar a la caja fuerte, no cómo abrirla, ¡porque tenemos a Konoha Akinori de nuestro lado! —Kuroo se quita un sombrero imaginario en honor a Konoha—. Miren de cerca a este chico, está preparado para ir al infierno y sacrificar su vida por cada uno de ustedes.
A juzgar por lo rápido que la sonrisa desaparece del rostro de Konoha, no está preparado para eso después de todo.
—Pensé que Konoha Akinori era su experto en explosivos... —murmura Sugawara, confundido.
Yaku sonríe— ¿Estudiaste nuestros archivos?
—¿Yo tengo un archivo?
—Cállate, Lev.
Konoha levanta las cejas y mira a Sugawara—. Sí, normalmente soy el chico de las explosiones. Pero si la información que tenemos sobre la caja fuerte es precisa, podré abrirla —sonríe—. Hice de todo estando al servicio del Imperio.
—Setenta y tres pisos —dice Yamaguchi desde el rincón más alejado de la mesa. Mira fijamente la pantalla de su computadora portátil, luego la señala con el dedo, y Shimizu, de pie cerca, se inclina a mirar—. La única información de acceso público que existe son los datos del Departamento de Planificación Urbana, dudo que nos sean de utilidad. Puedo intentar averiguar sobre el sistema de plomería...
—Y eso no nos servirá de nada —interrumpe Kuroo, apoyándose en el respaldo de su silla—. No eres el primer sabelotodo que intenta meterse bajo las faldas del Cartel con ese método.
Yaku gruñe con disgusto, apartando la mirada de la pantalla—. Sin metáforas, por favor.
—No puedo hacer nada sin mi don natural para contar historias ¿Alguna vez te conté sobre lo que pasó en Taiwán?
—Oh, ¿fue esa vez que te escapaste de los traficantes argentinos que citaban a Star Trek? —Bokuto se emociona al instante.
—Sí, esos. Todavía tengo una cicatriz en la espalda de aquella vez —rápidamente mira a Tsukishima— ¿Quieres ver?
—No, gracias —luce realmente inquieto por ese nivel de descaro—. Y ahora que ya has terminado de contar algo que nadie encuentra interesante podrías...
—Es una historia interesante, ¡confírmame, Bo!
—¡Bo confirma!
—Fantástico —espeta Yaku, frotándose el puente de la nariz, y Tsukishima no logra recordar cuándo fue la última vez que sintió tanta lástima por alguien— ¿Cómo se supone que eso nos ayudará a robar las placas de la caja fuerte?
—Bueno, al menos ahora saben que están en buenas manos —Kuroo se cepilla el cabello hacia atrás, sin dejar de mirar fijamente los ojos de Tsukishima—. Manos capaces y muy hábiles.
Tsukishima comprende que solo habla así para entretener a los demás, pero cada vez que ocurre siente que una oleada de vergüenza e irritación lo invade. Cada maldita vez.
—Eres insoportable —concuerda Yaku.
—Entonces, ¿cómo entraremos? —Sugawara se endereza y vuelve a cruzar los brazos.
—Esperaba que lo preguntaran, hermoso público mío —se ríe—. Básicamente hay tres entradas principales a la Torre Hamaima y dos salidas de emergencia. En total, cinco puertas para elegir. Nosotros usaremos las principales.
—Excelente —Yaku hace una mueca— ¿Y por qué crees que no nos dispararán apenas nos vean?
—¡Otra vez criticas sin terminar de escuchar! —Kuroo contesta con otra mueca— ¡Se supone que nos tienen que disparar en cuanto nos vean!
Después de permanecer en silencio como por un segundo, Yaku asiente y dice—: Oh, claro, ¿por qué no se me había ocurrido? —y finalmente termina por perder la paciencia— ¡Kuroo, te juro por Dios que si no dejas de joder...! ¡Vamos, dilo ya!
Y Tsukishima, por alguna razón, está seguro de que esta está lejos de ser la primera vez en que los planes de Kuroo suenan como un plan para una misión de suicidio en masa. Sus camaradas ponen los ojos en blanco al unísono y Haiba ni siquiera levanta la vista del juego en su Smartphone.
—¡Bueno, está bien, dame un segundo! Empecemos por el preludio. El obispo dijo que no hay cámaras de seguridad en la oficina de Washijou. De ahí llegué a la conclusión de que... ¡Yaku, deja de pisarme! ¡¿No ves que intento lucirme frente a un chico lindo?!
Kuroo le lanza una mirada lánguida a Tsukishima e instantáneamente estalla en carcajadas cuando Yaku aprieta bajo sus costillas.
—Tu reputación ya está arruinada sin posibilidad de recuperación —Tsukishima le sonríe de manera amigable y comprensiva, recostándose contra su silla.
Kuroo se inclina ligeramente hacia él—. Qué desafortunado, pero ya tengo una reputación de chico malo, ¿sabes?
—Tienes reputación de excéntrico —Tsukishima se contiene al último segundo de decir «idiota»—, uno que lo único que hace es meterse en el camino de todos los demás.
—Bueno, un excéntrico en este mismo cuarto está interesado en ti.
—¿Y ese quién sería? ¿Haiba? —sugiere.
Haiba lo mira sorprendido desde el fondo, cerrando su juego.
—¡Intenta otra vez!
—Jesucristo —explota Yaku, agarrándose la cabeza con las manos—, ¡cállate ya!
—Debilucho —se ríe.
—¿Dónde está tu fuerza de voluntad, Yaku? —Bokuto agrega.
Tsukishima parpadea: esos dos parecen haber estado esperando a que Yaku finalmente estallara, y ahora que lo hizo se ven completamente satisfechos. Y Yaku, al parecer, va a explotar y dejar un cráter decentemente grande a su paso.
—Son unos malditos idiotas —sisea—. Váyanse a la mierda. Voy a tomarme un descanso para fumar.
El propio Tsukishima hubiese enviado felizmente todo ese circo a la mierda junto con Yaku, pero desafortunadamente, no fuma.
—¿Descansamos un momento? —Sugawara levanta las cejas y mira a Shimizu. Ella asiente con aprobación, endereza sus gafas y luego mira hacia el lado opuesto de la mesa; allí, suceden cosas horribles. Bokuto y Kuroo rodean a Yaku, bloqueándole la puerta, haciendo bromas sobre la nicotina y las personas de baja estatura con pulmones pequeños.
Tsukishima se niega a estar en la misma habitación que ellos, pero suspira y se levanta del taburete.
Mientras todos los demás salen a fumar, las únicas personas que se quedan en la habitación son Kai y Yamaguchi. Tsukishima se dirige a la cocina, con esa humedad es difícil no tener ataques de sed constantes, y se dispone a beber un poco de agua mineral que recuerda haber visto en algún lugar de la heladera. Si Bokuto no lo bebió ya, por supuesto.
Está a punto de cumplir su cometido cuando siente que alguien más entra a la habitación. Mira por encima del hombro y...
Jesucristo, ¡¿por qué?!
—Calma —Kuroo se apoya contra el marco de la puerta sin intención de irse—, no muerdo.
Tsukishima se endereza y cierra de golpe la puerta de la heladera. Entonces, recuerda su conversación con Terushima: eso es mentira. Si quisiera, Kuroo podría arrancarle la cabeza de un mordisco antes de que tuviese tiempo de reaccionar.
—No lo dudo —responde en cambio. La botella está cerrada con tanta fuerza que apenas logra desenroscar la tapa. Se sirve un vaso de agua fría, arroja la botella en el estante inferior de la heladera, vuelve a cerrarla de golpe y bebe un sorbo—. Estoy seguro de que te están esperando afuera.
—¿A mí? Bueno, después de todo, ellos no son nada sin mí —se rasca una costra en el mentón y luego sonríe— ¿Qué pasa si prefiero tu compañía esta noche?
—Esto en verdad es sorpresivo —finge sorprenderse—, pero por alguna razón no me siento halagado.
—Deberías —comenta sentándose en una de las sillas junto a la pared.
La cocina sin la mesa luce más espaciosa, pero a la vez más sucia. Todos los rincones sin limpiar y las esquinas del linóleo descascaradas ahora son mucho más visibles.
—Entonces, ¿cómo me dijiste que era tu nombre? —Kuroo abre las piernas y entrelaza los dedos.
Tsukishima no se ofende, pero su autoestima está ligeramente golpeada. Intenta esconder su rostro en el vaso y toma unos sobros de agua mineral, sintiéndose más fresco.
—No te lo dije —se apoya en la encimera a sus espaldas.
—Entonces dime.
A primera vista, suena mayormente inofensivo. Pero la naturaleza adulta y razonable de Tsukishima está en guerra con su estúpida e infantil terquedad. Mira a Kuroo durante unos segundos, sin saber si responder o no.
Finalmente dice—. Tsukishima. Kei Tsukishima.
Kuroo luce sorprendido—. Eh, pensé que sería algo más... americano ¿Y tus padres?
—Son americanos.
—¿Sabes japonés? —asiente en dirección a la sala de estar—. Tu pequeño colega sabe, también tus jefes.
—La especialidad de la agente especial Shimizu es el indonesio. Yo lo estudié en la universidad, pero nunca lo necesité hasta ahora. Nunca había salido de los Estados Unidos por razones laborales —explica, ahora más tranquilo. Curiosamente, cuando Kuroo no está usando su cerebro para ser un idiota, en realidad es posible hablar civilizadamente con él. Bebe un poco más de agua y, por alguna razón, agrega—: Soy economista.
—¿De Stanford?
Eso lo toma desprevenido.
—¿Por qué asumes eso? —apenas se abstiene de preguntar «¿Cómo lo supiste?».
Kuroo se encoge de hombros y pasa una mano por la parte de atrás de su cuello (Tsukishima apenas se da cuenta de que sigue todos sus movimientos con la vista), y, mirando lentamente los gabinetes de la cocina, responde—: Por tu autoestima —asiente para sí mismo y lo mira—. Es tan fácil molestarte y te encanta ser más inteligente que los demás, nunca te hubieses perdonado no ingresar a la mejor universidad del país. O brillas académicamente, o no brillas —sonríe—. Cualquier idiota lo hubiese notado.
Esto, por alguna razón, hace que se sienta incluso menos cómodo que cuando Kuroo solo está siendo idiota.
—Crees —continúa, mirándolo con pereza—, que eres tan recatado y particular, que a las personas a tu alrededor les resulta difícil leerte o entenderte, pero en realidad... —vuelve a sonreír, pero esta vez, esa sonrisa no presagia una payasada. Esa sonrisa en particular hace que Tsukishima quiera salir corriendo de la cocina—. En realidad, eres muy irritable. Y tienes mal genio. Y es más fácil lastimarte que cualquier otra cosa, porque tus puntos débiles no son especiales, son exactamente los mismos puntos débiles que tiene cualquier otra persona: autoestima —cuenta con los dedos—, orgullo, sentido de pertenencia, algún trauma infantil... una combinación clásica, lo único más común que eso es un Bloody Mary en una fiesta gótica. Y créeme, he asistido a muchas de esas fiestas— suspira—. Y también he bebido muchos Bloody Mary.
En la cocina se extiende un sonoro silencio, a pesar de las conversaciones y el ruido entrando por las ventanas. Los dedos de Tsukishima, presionados contra el borde de la encimera de plástico hasta quedar pálidos, duelen.
—Así que crees que me conoces —se arregla las gafas, ganándose unos momentos sin contacto visual.
Kuroo se ensaña específicamente con él porque entiende exactamente cómo es que funciona, y no es un pensamiento particularmente nuevo.
—¿No entendiste mi metáfora? —chasquea la lengua, decepcionado.
—Después de todo, has conocido a toneladas de personas como yo... —interrumpe Tsukishima, frunciendo el ceño—. Dejando de lado mis momentos de... extravagancia individual, claro está —vacila por un segundo. No le gusta hablar de sí mismo con extraños, mucho menos con Kuroo—. Pero entonces, ¿por qué estás tan obsesionado conmigo específicamente?
—Bueno... —Kuroo se rasca la barbilla pensativamente— no diría que le presto atención a todos los chicos con problemas de autoestima tanto como a ti, así que no te preocupes, la mayoría de ellos no son ni la mitad de lindos que tú.
Tsukishima se siente perdido. Su conversación tiene pinta de ser bastante seria: Kuroo no lo evade ni hace bromas como de costumbre, además de que parece considerar que es una discusión de lo más razonable.
Todavía está convencido de que sus comentarios frente a todos y su coqueteo imparable solo son para distraer y entretener a los demás. Ni siquiera está seguro de que Kuroo sea gay; las personas como él, provocadores y payasos, solo quieren llamar la atención.
—Entonces, ¿estás interesado en mí... sexualmente? —pregunta directamente, inclinando ligeramente la cabeza.
No es como si la respuesta cambiase nada, pero aún intenta entenderlo. Nunca se ha preocupado por su propio atractivo, que este sea tenido en cuenta a ojos de Kuroo lo pone nervioso y lo intriga.
Kuroo lo mira por unos momentos antes de responder. Desliza sus ojos por su rostro, cuello, brazos, bajando por las mangas cortas de su camisa, luego descendiendo por sus caderas y sus piernas. Él no sonríe, ni siquiera cuando vuelve a subir su mirada hacia su rostro—. Sí, bastante.
Tsukishima traga saliva.
La mirada de Kuroo es pesada, pero nada con lo que Tsukishima no pueda lidiar. Pasa la lengua por el labio superior sonriendo y luego, comienza a reír, echando la cabeza hacia atrás—. Oh, deberías haber visto tu cara ¡No tiene precio! No la cambiaría por nada del mundo.
Tsukishima, en cambio, la cambiaría por cualquier cosa, e incluso pagaría fortuna solo para que alejen a ese hijo de puta de él lo más posible.
El tiempo, que parecía haberse ralentizado, vuelve a su ritmo habitual.
Al llegar allí, se había preparado para cualquier dificultad relacionada con su trabajo, incluso se había mentalizado sobre tener que disparar contra algunas personas. Pero no estaba preparado para el hecho de que necesitaría estar en contacto constante con alguien cuyo único objetivo es desequilibrarlo a toda costa.
—Creo que la agente Shimizu me está llamando —Tsukishima comenta, levantando una ceja en su dirección como diciendo «interpreta eso como quieras». Termina su bebida, pone el vaso en el oxidado fregadero y se gira en dirección a la puerta.
—Es de mala educación huir así —Kuroo lo mira como un león descansando bajo el sol y, al darse cuenta de que su broma no provocó reacción alguna, hace un puchero—. Me enojaré y dejaré de hablarte.
—Eso me sería muy útil para nuestra reunión de hoy —estira los labios en su sonrisa más educada, se endereza las gafas con su palma transpirada y agrega—: Siéntete libre de enojarte.
—Ay —Kuroo se ríe brevemente, inclinando la cabeza hacia un lado y exponiendo su cuello, brillante por la transpiración, a la luz amarilla de la lámpara titilante—, ¿eres así de malo con todo el mundo? ¿O simplemente no te gusto?
—A juzgar por los comentarios de tus colegas, generalmente no le gustas a muchas personas.
—No te guíes por lo que dicen —agita su camisa en un intento por refrescarse—, ellos no me comprenden.
Y en ese momento, Tsukishima se da cuenta de que sigue congelado a medio salir de la cocina. Al mirar al hombre frente a él, definitivamente logra comprenderlo: Kuroo sigue sentado en una silla cerca de la entrada sin puerta, solo con bisagras vacías. Kuroo exhala largamente a través de sus labios estirados, como lo hace la gente normal a treinta y siete grados centígrados, e incapaz de soportarlo más, se quita la camiseta por los hombros.
—Prefiero sacar mis propias conclusiones —mete las manos en los bolsillos para secarse discretamente las palmas transpiradas. Ni siquiera sabe por qué sigue en esa conversación. Van en círculos, intercambiando comentarios como si fuese una pelota de ping-pong. Dice algo rápido, él lo agarra, lo replica, lo recibe y lo responde.
Sin embargo, sigue allí, parado a medio camino de la libertad, pero sin ir a ninguna parte.
—Oh, ¿y qué es lo que has concluido sobre mí? —pregunta Kuroo, apoyando la espalda contra la pared y levantando la cabeza—. Estoy muy interesado.
Debajo de su camiseta se habían ocultado rastros de peleas recientes: moretones extendiéndose por sus brazos y raspaduras tan anchas como si alguien lo hubiese arrastrado por el asfalto.
«Sobre ti,» piensa Tsukishima, mirando los moretones «nada. Pero sobre tus colegas, muchas cosas buenas, como que son muy buenos jueces de carácter, por ejemplo».
De hecho, sin sus compañeros y sus miradas comprensivas, es mucho más fácil interactuar con Kuroo. Sobre todo, sin el agente Sugawara, pidiéndoles periódicamente que dejen de coquetear.
En primer lugar, porque bajo esas circunstancias, Kuroo permanece más calmado y no es tan irritante, y en segundo lugar, porque es mucho más fácil hablar cuando dichas personas comprensivas no se ríen de él ni le acusan de coquetear. Porque él no coquetea, solo devuelve los insultos con ingenio. Aunque ese no fuese el caso en ese momento.
—Nada que no sepas ya.
—¿Que te gusto? Sí, estoy al tanto —Kuroo se regodea satisfecho, para variar.
—Hace cinco minutos constatamos que yo te gusto a ti —levanta una ceja—. Solo terminemos esto por las buenas.
Y sonríe, Kuroo le sonríe en respuesta.
Tiene un cuerpo musculoso y vigoroso. Tsukishima nota con el rabillo del ojo el suave relieve de sus músculos, brillando bajo la luz eléctrica. Cuando este mueve sus hombros levemente, como si los estuviese estirando, logra ver cómo los músculos se flexionan bajo la piel.
Se levanta de la silla y Tsukishima instintivamente da un paso hacia atrás, incluso sin la mesa, la cocina ahora se siente abarrotada. La ilusión de seguridad desaparece e intenta no pensar en de qué clase de seguridad se trata.
—Me gusta —dice Kuroo en voz baja, dando un paso adelante hacia él. Es un poco más bajo, pero Tsukishima entiende que eso no le da ningún tipo de ventaja en particular— tu forma de decir «adiós». Es algo muy freudiano, ¿no lo crees?
Tsukishima toma una respiración profunda, buscando frenéticamente alguna respuesta. Kuroo lo mira con sus ojos marrones, oscuros y profundos. A la sombra, lucen casi negros.
El silencio se rompe repentinamente por la fuerte voz de Yaku— ¡Bokuto, llama a los otros idiotas!
Tsukishima subconscientemente se considera demasiado normal para ser uno de «los otros idiotas», así que cuando Bokuto se asoma en la cocina, apoyado contra el marco de la puerta, resulta en un descubrimiento particularmente desagradable para él.
—¡Oigan «otros idiotas», vamos! —se ríe alegremente—. Vamos, niños, basta de peleas y coqueteos.
¿Así es como realmente el resto interpreta esa situación? Al parecer tendrá que hacer más énfasis en su actitud.
Sale, obligando a Bokuto a moverse hacia un lado y presionar sus doscientas veinte libras de músculo contra el marco de la puerta.
Luego de permanecer tanto tiempo en la cocina en penumbras por la mala iluminación, la sala de estar le resulta insoportablemente luminosa.
—... Así que solo deberíamos enviarlo a él y a alguien más con la capacidad de infiltrarse en las oficinas contiguas al Cartel sin problemas. Eso será bastante peligroso —Sugawara golpea la mesa en un patrón lento.
—Esto requerirá un muy buen camuflaje —Kuroo frunce el ceño, preocupado, y solo el hecho de que todo su cuerpo esté girado en dirección a Bokuto comunica que están a punto de dejar caer el coeficiente intelectual colectivo de los presentes en la habitación nuevamente hasta números negativos.
—Bigotes falsos, sí —Bokuto asiente con fervor—. O tal vez incluso una barba.
—Gafas y un bombín —Kuroo se rasca la barbilla—. Y también...
—Y también o te callas ahora, o te retiras —dice Yaku apretando los dientes.
—Solo si es con Bo. Iría a cualquier parte contigo, hermano.
—Encantador —espeta Yaku—, ¿qué tal si se van a dar un paseo por la sede del Cartel y nos consiguen su código de acceso?
—Serán reconocidos apenas estén en su rango de visión —dice Konoha arrastrando las palabras.
—¡Entonces deberían peinarse hacia el otro lado!
—¡Pero yo ni siquiera tengo el cabello dividido!
—De todos modos —Sugawara suspira profundamente, interrumpiendo ese espectáculo de circo/conflicto—, en estas últimas cuatro horas logramos ponernos de acuerdo en casi todos los detalles del plan, solo quedan dos puntos, ¡volvamos al tema!
En esas cuatro horas antes mencionadas, Sugawara se comportó como el único hombre cuerdo en todo ese caos. Por ejemplo, Yaku y Kuroo empezaron a discutir sobre cualquier cosa, trabando la conversación. Haiba, con una falta de tacto infantil, les dijo a todos la verdad en sus caras hasta el punto de ser ofensivo. Especialmente para su propio jefe, Yaku, quien, a su vez, provocó episodios de molestia en Konoha. El único que se dedicó a molestar a todos por igual fue Kuroo, pero combinado con Bokuto, ambos convirtieron su reunión secreta en una farsa.
Shimizu desapareció en algún lugar bajo la mirada desesperada de Sugawara, dejándolo lidiando contra los agentes del inframundo de Yakarta, uno por uno.
—Uno se arrastrará por las rejillas de ventilación —señala Sugawara en dirección a la computadora de Yamaguchi, quien tiene en pantalla un mapa del sistema de ventilación de la Torre Hamaima—, y otro ayudará a Tadashi a piratear las computadoras del Cartel desde las oficinas.
—¡Yo! —Hinata se levanta de un salto. No es la primera vez en el día que ocurre— ¡Déjenmelo a mí!
Konoha chasquea la lengua con escepticismo—. Bueno, Yamaguchi-kun es demasiado grande como para pasar por las rejillas de ventilación —Konoha, criado en Japón, se refiere a ellos de la misma manera en que lo hace Haiba. Tsukishima se siente algo incomodo al respecto, al igual que Yamaguchi, quien es tan japonés como él— ¿De cuánto es el diámetro del eje?
—Veinte pulgadas, que son unos cincuenta centímetros.
Todos permanecen callados, mirándose los unos a los otros como si estuviesen tratando de calcular mentalmente las medidas de sus hombros, cintura y cadera. Bokuto, instantáneamente descartado, dice—: Tienen que ser la pequeña rubia o Yaku.
Sin esperar el final de la oración, alguien comienza a reír. Primero Kuroo, ahogándose con una risa repentina, tratando de taparse la boca con una mano, y le sigue Bokuto, luego de recibir un poderoso golpe en el plexo solar.
Sugawara mira con asombro a Bokuto doblado entre jadeos—. Hermano, amigo, chico, vamos —y luego mira a Yaku, quien hace crujir sus nudillos con irritación.
—¿Quién es la pequeña rubia? —pregunta con tono serio, mirando amenazadoramente a todos los presentes.
Yachi se pone visiblemente pálida y luego se levanta de su silla, dando a conocer su presencia. Casi todo el mundo se gira a mirarla y ella estira un mechón delgado de su cabello, mirando hacia algún lugar por encima de las cabezas de todos los demás.
—Cincuenta centímetros es muy poco —dice Konoha pensativamente, balanceándose sobre las dos patas traseras de su silla—. Incluso una chica tan pequeña como ella apenas cabría, pero ni Shirofuku, ni Suzumeda lograrían entrar. Así que es posible que ella sea nuestra única opción.
Mira a Sugawara, pero continúa luciendo inseguro.
—Puedo hacerlo —Yachi interrumpe, con voz débil—. En realidad, comprendo la tarea y creo que está... —traga saliva—... dentro de mis capacidades.
Parece una colegiala, con su pequeña estatura y sus extremidades tan delgadas como escarbadientes, pero cursaron al mismo tiempo en la Academia y Tsukishima ha visto sus resultados en el campo de tiro, en el entrenamiento de fuerza, así como su resultado personal en la simulación de operación grupal en situaciones de crisis. Además, escuchó de Shimizu que ha estado todo el año pasado en la parte más volátil del Triángulo Dorado: Laos.
—Bueno, ya que todos están de acuerdo con la participación de la pequeña rubia, escojamos al último miembro de nuestra super misión —Kuroo aplaude.
Yaku niega con la cabeza, cruzando los brazos sobre el pecho—. No es «nuestra», solo es tu nuevo estúpido plan. Ya es el segundo en tres días.
Kuroo pone los ojos en blanco y dice—: Escucha, esa era la única forma de robarle a los chinos, ¿por qué te quejas? Está bien, dispararon contra el auto, ¡pero todavía no es tuyo, es de la Iglesia! Además, ¿el plan funcionó? Sí, ¡por todo lo demás, cúlpenlo a él! —asiente en dirección a Tsukishima—. Y sí, esta es la única forma de robar las tablillas sagradas de la super caja fuerte de Washijou ¿Quieres conseguirlas? ¡Entonces tendremos que ir por ellas!
Yaku lo mira durante unos segundos y luego asiente. La conversación vuelve a su dirección anterior.
—El piso debajo de la oficina de Washijou tiene una sucursal del banco local —dice Kuroo, girando una de las computadoras portátiles en su dirección—. Muchas personas contando dinero con caras serias.
—¡Yo voy! —declara Hinata con valentía.
Yaku pone los ojos en blanco. El único lugar al que irá Hinata en los próximos veinte minutos será al infierno.
—No, lo siento, cabeza de zanahoria, pero necesitamos a alguien con cara de inteligente —Kuroo niega con la cabeza. Tsukishima coincide con él por primera vez—. Tal vez podríamos enviar a la otra rubia, no es malo fingiendo ser inteligente.
—Oh, no —protesta Bokuto— ¿Recuerdas cómo se arrastró debajo de la cama?
En los próximos veinte minutos, Bokuto irá al mismo lugar que Hinata.
—Pero tienes razón, es un plancton de oficina, no servirá para una infiltración —Kuroo rechaza su propia idea, examinando inquisitivamente a todos los demás. Las entrañas de Tsukishima hierven de rabia—. Necesitamos a alguien que sea capaz de pensar y actuar sobre la marcha.
Resultados de puntería: seis sobre diez. Resultados en el entrenamiento de fuerza: lo mínimo requerido. Resultado personal en el examen grupal: la calificación más baja requerida para aprobar. Formación complementaria en trabajo de campo: ninguna. Habilidades en artes marciales complementarias: ninguna. Lo único en su haber es un año analizando el fraude bancario en Omaha.
—Oye, gran jefe, tal vez podrías...
—Iré.
—¿Qué?
—Iré —repite Tsukishima, mirando a Kuroo directamente a los ojos.
Él, como todos los demás, mira a Tsukishima a través de su flequillo durante varios segundos, y luego sonríe con una expresión que es tan significativa que es casi obvia: «estuviste de acuerdo solo porque dije que no podrías».
—¡Exceleeeeeenteeeeee! —Kuroo estira las vocales— ¡Qué asombroso nivel de dedicación al trabajo y voluntad de hacer cualquier cosa por el resultado final!
En sus ojos se leen brillantes letras de fuego diciendo «Sabes que no estoy hablando del trabajo, yo sé que no estoy hablando del trabajo, y ambos sabemos que estás haciendo esto solo debido a mí», sin embargo, su boca dice algo totalmente distinto.
—Después de que nuestro cerebrito consiga las contraseñas, no nos quedará mucho más por hacer. Bokuto y su grupo distraerán a todos los que estén abajo, todos los guardias se dirigirán allí. Pequeña rubia... ¿Dónde está? Oh, allí está. Eres tan pequeña que es fácil perderte de vista —le guiña un ojo—. Te arrastrarás por las rejillas de ventilación y apagarás los detectores de radiación térmica, y luego Konoha robará nuestro pasaporte hacia una vida feliz. Estaré esperando en el techo en caso de que algo se salga de control, pero en serio, es un plan perfecto llevado a cabo por un equipo profesional, ¿qué podría salir mal?
¿Qué podría salir mal? Já.
Amo las referencias latinoamericanas en este fic, btw.
¡El próximo capítulo es lo que todos han estado esperando! ¡Acción, drama, planes perversamente inteligentes! ¡Sigan sintonizados!
Nos leemos el lunes que viene, ¡besitos!
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