Capítulo 7
HEY HEY *cof cof* HEY
Resulta que caí enferma durante el fin de semana y ayer perdí el olfato PERO eso me deja tiempo para terminar con las traducciones y demás.
No hay mal que por bien no venga(?
Por suerte ya me estoy sintiendo mejor, pero mañana me llevan a hisopar, ¡crucen dedos!
Como siempre, muchísimas gracias a mi hermosa beta NatalieNightray1997 por todas las ganas y tiempo que le dedica a corregir mis traducciones, la verdad no se que haría sin ella ;;;;
Hoy no tengo ninguna recomendación en particular, solo recordar que este capítulo también es algo corto. Como dije, todo es prefacio de algo grande, ¡no dejen escapar ningún detalle!
¡Disfruten de la lectura!
Tsukishima, aburrido hasta las lágrimas, empuja uno de los discos en el suelo con el pie. Terushima y Hinata están sentados en la mesa y siguen hablando: sobre Ukai, que le vendió las placas, sobre Suguru Daishou, quien fue un bastardo que trató de estafarlo, sobre Oikawa del club de motociclistas Citadel, y sobre los tipos de Bojong. Terushima vuelve a contar la escena en su propio apartamento, donde interpreta a un mártir entre hijos de puta apedreadores.
Entendiendo lo esencial y escuchando las partes más importantes, Tsukishima le indica a Hinata que deberían terminar allí. Hinata probablemente hubiese escuchado por más tiempo, pero la mirada de Tsukishima no se lo permite.
En su camino hacia la salida, Tsukishima chasquea la lengua, escéptico al ver un comercial fantasmagórico en la televisión. Cuando está a punto de atravesar la puerta, el amigo drogado de Terushima se desploma sobre el colchón.
—¿Qué, no te gusta Ines Putri? —le dice a Tsukishima.
—Bobata, vete a la mierda —grita Terushima desde el otro extremo de la habitación.
Bobata se calma de repente, de la forma en que solo las personas bajo el efecto de estupefacientes pueden hacerlo, y en un tono más amigable pregunta—: ¿Y por qué no? ¿Eh?
Tsukishima mira a Hinata, porque ya lo sabe: en el momento en que abra la boca, todos sabrán que es cualquier cosa, menos japonés.
—Él... —Hinata le devuelve la mirada, luego mira en dirección a Bobata y, con una voz cargada de simpatía, explica—: es gay.
Se necesita una enorme cantidad de esfuerzo para que Tsukishima permanezca en silencio durante los próximos cinco minutos mientras Hinata y Terushima continúan conversando sobre temas que nada tienen que ver con su área de interés.
Pero tan pronto como la puerta se cierra detrás de ellos, suelta su lengua.
—Pero realmente eres gay —protesta Hinata—, ¡no es como si estuviese mintiendo!
—¡Y tú tienes un trastorno crónico de idiotez, pero no se lo digo a todo el mundo!
Están casi llegando al coche, todavía discutiendo, cuando sienten una voz que les grita desde la puerta— ¡Oigan, chicos!
Ambos se giran en sincronía. Terushima, que ya está sosteniendo un vaso de cerveza, se acerca y les dice—: Acabo de recordar: su taxi era color azul oscuro, un Ford o algo así, ¿les sirve?
—Sí —exhala Tsukishima, arreglando sus lentes, y deja caer una de sus frases largamente repetidas—, gracias por la información.
Y luego se da cuenta de que habló en inglés.
—Ni siquiera tienes cara de japonés —se ríe Terushima, dándole una palmada en el hombro. Tsukishima se recuerda nunca más volver a usar esa camiseta—. Relájate, ¿por qué debería importarme? Paz, hermanos —y regresa por donde vino.
Tsukishima lo observa irse por un segundo, pero no se da el tiempo suficiente para pensar en lo que está a punto de hacer—. Terushima —habla en voz baja, sin pensar. Hinata instantáneamente se da la vuelta y para la oreja para escucharlo, el muy metiche. Terushima también se gira a mirarlo— ¿Alguna vez has oído hablar de... Kuroo Tetsurou?
Terushima se hecha a reír— ¿Kuroo Tetsurou? Es difícil no oír hablar de él, amigo —sonríe—. Yo, por ejemplo, escuché que ha regresado a la ciudad, pero aún no nos hemos cruzado. Una vez que lo vea, le meteré una bala en la cabeza.
Tsukishima sonríe cortésmente— ¿Por qué?
—Porque es un idiota —dice Terushima con simpleza—. Y un grano en el culo de todo el mundo. Molesta a una de cada cinco personas en Yakarta.
«¡Oye, no hacía falta la deprimente estadística!», la voz de Kuroo suena en su cabeza haciéndolo sonreír con uno de los costados de su boca.
—Te parecerá gracioso, pero es la pura verdad, amigo. Al Cartel no le agrada, a los musulmanes tampoco, los chinos simplemente no pueden soportarlo. Incluso Iwaizumi del Citadel una vez puso una recompensa por su cabeza, pero alguien... se ocupó de eso —agita la mano vagamente—. Y hace unos tres o cuatro años, incluso sus propios muchachos querían acabar con él, creo que debido a un asunto que tuvieron por algún lugar al sur. Fue entonces cuando se largó de aquí, para deleite de todos. Pero si ha vuelto, ¡está bien! —exclama con satisfacción— De todas maneras, tiene deudas conmigo desde el 2012.
Otra más para la colección.
—Gracias —dice Tsukishima en voz alta.
Y una vez que están sentados en el auto y Hinata le da una mirada sorprendida, explota— ¿Qué? ¡Vamos, conduce!
—No sabe nada útil —Tsukishima niega con la cabeza, una vez que se acomoda en una silla en la cocina del apartamento—. Ukai no dejó pistas. Literalmente se encontraron durante un minuto, le entregó las placas y se subió a un taxi.
—¿Supongo que no recordaba el número de matrícula? —Shimizu arquea una ceja.
Tsukishima niega con la cabeza—. Un Ford color azul oscuro, pero la mitad de la ciudad tiene un coche así ¿Intentamos verificar por fecha y región? Se encontraron en el centro comercial Citra Garden City. Es posible que las cámaras...
—No hace falta —Shimizu niega con la cabeza.
Sugawara frunce el ceño— ¿No íbamos a enfocarnos en Ukai? ¿Qué otra cosa queda por hacer si el Cartel tiene las placas?
—Lo pensaremos más tarde —responde Shimizu, ajustándose las gafas—. Por ahora... he concertado una reunión con la Iglesia de Lascano.
Para cuando finalmente encuentran la metalurgia en los terrenos de una fábrica de automóviles abandonada —un espacio enorme de techos altos con largas filas de puertas de vidrio y metal casi intactas—, ya van llegando quince minutos tarde a su reunión. De todas maneras, no es como si necesitasen apurarse, da la casualidad que la Iglesia no es conocida por su puntualidad.
—Digamos que llegamos a tiempo —refunfuña Hinata—, y que ellos llegaron incluso más tarde de lo que lo hicieron.
—¿Y qué crees que dirán? —Tsukishima pone los ojos en blanco— ¿Crees que comprarán pizza como disculpa?
Entonces se escucha ruido.
Los representantes de la Iglesia entran en el taller vacío con sus motores rugiendo pomposamente. Tsukishima se estremece por el sonido fuerte y resonante. Son dos autos: un Church Mercedes G-Wagen estándar y un Hummer igualmente enorme.
Dos personas salen del G-Wagen: una pequeña figura ya familiar con una sotana negra y Kuroo. Dos más, Bokuto y Shirofuku, emergen del Hummer. Él cierra la puerta desafiante, ella perezosamente. Sin embargo, una persona que necesita apoyarse en una Mauser de un metro de largo para salir de un vehículo puede permitirse ser perezosa.
Los agentes de la Iglesia se alinean frente a su trío y parecen muy seguros de sí mismos. Yaku enciende un cigarrillo lentamente mientras Bokuto inicia la conversación.
—Buenas tardes, chicos —asiente cortésmente—. Entonces, ¿cómo les va?
—Maravillosamente —Sugawara sonríe de manera cautivadora, creando la ilusión de que todos están allí para un juego amistoso de... de voleibol, por ejemplo.
—Entonces, ¿qué asuntos tienen las fuerzas especiales estadounidenses aquí en Yakarta? —Yaku deja escapar una exhalación de humo— ¿Siguen intentando atrapar a Ukai ustedes mismos o solo están tras las estereoplacas?
—Ninguna operación en el extranjero con la participación de las estructuras gubernamentales de los Estados Unidos está categóricamente involucrada con esta misión —dice Sugawara con voz sorprendida—. No tengo idea de lo que estás hablando, Yaku-san.
El honorífico japonés parece completamente fuera de lugar, sobre todo para el propio Yaku, quien, según los archivos, nació y creció en Indonesia. Hace una mueca, pero todo lo que dice Sugawara es deliberado.
—Somos turistas —sonríe.
Yaku levanta las cejas de manera tan expresiva que no necesita usar palabras. Sin embargo, dice—: Ajá, turistas. Entonces mis muchachos son empresarios.
—¿Planean abrir una agencia de turismo? —se ríe Kuroo— Siempre he querido hacer eso.
—Increíbles excursiones al fondo del Mar de China Meridional —se ríe Bokuto.
—Pensé que ya habían encontrado una tapadera —Sugawara sonríe—. La obra del Señor es la más justa, ¿no es así?
Shirofuku se lleva a una mano a la boca y susurra en voz baja—: Solo está enojado porque la sotana no le queda bien.
—El obispo me informó que solicitaron una colaboración —Yaku cambia el enfoque del asunto, ignorándola por completo.
Sugawara también deja a un lado su tono benigno—. No nos interesan las actividades de la Iglesia ni sus crímenes cometidos en territorio indonesio —mira a Bokuto—, ni en ningún otro país. Los crímenes cometidos contra o en territorio de los Estados Unidos, también están fuera de nuestra jurisdicción y área de interés —extiende los brazos—. Estamos aquí para encontrar las placas de impresión de dólares estadounidenses que tengan la capacidad de arruinar nuestra economía y eliminarlas.
—Te das cuenta de que no estamos buscando las placas para colgarlas en las celdas monásticas como decoración, ¿verdad? —Kuroo aclara, metiéndose en la conversación.
Sugawara, subrayando qué opinión de la Iglesia tiene más importancia, no despega los ojos de Yaku.
—Estamos sugiriendo una colaboración para sustraer las placas del Cartel.
—Quieres decir que quieres robarle al Cartel, niño lindo —dice Shirofuku arrastrando las palabras—. Habla con propiedad.
Tsukishima le lanza una mirada a Kuroo, quien, casi puede sentirlo, desea agregar algún comentario irrelevante y ofensivo a la discusión. En cambio, Kuroo capta la mirada de reproche de Bokuto y se queda callado.
—La mitad de la ciudad ya sabe que estamos tras las estereoplacas —continúa Sugawara—. Nadie aceptará aliarse con nosotros. Y quizás, podría parecerte que estamos en una situación en la que saldremos perdiendo, a diferencia de ustedes que todavía tienen opciones...
—Y eso es exactamente lo que parece —comenta Kuroo. Tsukishima levanta las cejas ¿Podría ese tipo dejar de intentar llamar la atención de todos, aunque sea por un minuto?
—... Si no fuese porque Nekomata Yasufumi le prometió a Washijou que no interferiría —termina Sugawara.
La mandíbula de Yaku cae. En realidad, todos quedan boquiabiertos, incluso Hinata. El propio Tsukishima se las arregla para mantener su expresión neutral hasta el último momento.
—¿De dónde sacaste esa idea? —Yaku se congela con el cigarrillo en la comisura de su boca, frunce el ceño y ahora se ve mucho más amenazador de lo habitual ¿Cómo sobrevivió Kuroo creciendo junto a ese sujeto durante diez años?
—Tenemos nuestras fuentes —espeta Sugawara.
—¿Lo leyeron en algún folleto turístico? —sugiere Kuroo.
—Nosotros...
—¡Compartan su fuente!
El párpado de Sugawara se contrae.
—La Iglesia no puede cruzarse con el Cartel —continúa, conteniendo su irritación—. Si descubren que todavía están participando en la contienda —mira al grupo a su alrededor—, la Iglesia será arrasada. No dejarán supervivientes, y lo saben.
—No nos metas en esto —Shirofuku cruza los brazos contra su pecho—. Podemos despedirnos de estos chicos cuando queramos —asiente con la cabeza hacia Kuroo y Yaku.
—¿No podrían hacerlo ahora? —Kuroo chasquea la lengua.
—¿Por qué no? Después de todo solo estamos aquí porque Bokuto vive y muere por ti, así que...
—¿Y qué hay de sus diamantes? ¿Y los trece millones de euros?
—¡Amigo!
—¿Crees que no tenemos suficiente dinero?
—¡Shirofuku!
—Creí que Bokuto tenía dinero, pero...
Yaku tiene la expresión en su rostro de alguien que aún no se ha suicidado porque teme tener que lidiar con ellos también en el más allá. Cierra los ojos y —Tsukishima apostaría la maleta con las estereoplacas— cuenta hasta diez.
La voz de Sugawara es casi comprensiva cuando continúa impulsando sus puntos de vista—. Necesitamos su ayuda. Ustedes necesitan la nuestra.
Kuroo lo ignora y sigue la discusión— ¿O debería contar la cantidad de veces que les salvé el culo? Hawái es una —y realmente comienza a contar con los dedos—, Vladivostok, dos, Marrakech, tres, esa ciudad de Albania con el nombre chistoso, cuatro...
—Teniendo en cuenta todo eso, es muy extraño que aún no te hayan atrapado —interrumpe Tsukishima. Inclina levemente la cabeza y le da a Kuroo una mirada mesurada, desde su absurdo peinado hasta los pantalones granate metidos en un par de pesadas botas.
En lugar de ofenderse, olvida toda ansia de discusión y se centra en Tsukishima.
—Aww —comenta conmovido—, ¿me buscaste en tus bases de datos secretas?
Tsukishima mantiene su expresión neutral con determinación.
—¿Encontraste algo interesante?
—Kuroo Tetsurou —recita de memoria—. Treinta y dos años. Nacido en Tokio, se mudó a Yakarta con su padre a los seis años. Expulsado de la escuela a los catorce.
—¡Aprendo mejor fuera del aula!
Tsukishima no menciona a su madre quien falleció allá en Japón ni a su padre quien murió por razones obvias cuando Kuroo todavía tenía catorce años. Además del hecho de que, a los veintitrés, él y sus cómplices lograron de alguna manera robar el casino Grand Lisboa en Macao, uno de los casinos más prestigiosos allí. En cambio, prefiere enumerar logros más modestos.
—Algunos arrestos por vandalismo, un cargo sobre posesión de marihuana, más vandalismo, comportamiento antisocial, un robo fallido en un supermercado...
—Di las mejores partes, ¡hay algunas hazañas realmente impresionantes!
—... Múltiples cargos de exhibicionismo.
—¡Eso es mentira! —Kuroo protesta— ¿Qué estabas leyendo?
Nada, Tsukishima lo inventó para ocultar su vergüenza. Inmediatamente después del «ataque» a su habitación de hotel por parte del servicio a la habitación, le pidió a Yamaguchi que le buscase información específicamente de Kuroo.
—No nos vayamos por las ramas —se adelanta Sugawara—. No vinimos a esta fábrica en medio de la nada sin motivo alguno.
Como si Kuroo fuese a escucharlo—. Hablando de eso, Yaku, ¿qué demonios fabricaban aquí? — Pregunta, balanceándose hacia adelante y hacia atrás sobre sus pies.
—Timors.
—Por favor, discutamos...
—¡Maldita sea, salgamos de aquí! ¡Odio los Timors!
—¿Podrías callarte?
—Escuchen...
—Trajimos pizza con anchoas —informa Bokuto, señalando su Hummer con el pulgar— ¿Alguien quiere pizza?
—Encuentra todo lo que puedas sobre ellos —ordena Shimizu a la mañana siguiente, antes de sentarse frente a su propia computadora portátil en la cocina. Tsukishima piensa que quizás podría haber tenido las agallas de dejar algún micrófono en la oficina de Washijou y que ahora debe estar escuchándolo.
Ayer, Sugawara logró acordar otra reunión con la Iglesia. Tsukishima no aprobó el plan, pero entendió que realmente no tenían otra opción. Necesitan una alianza con alguien de Yakarta y la Iglesia es la única opción factible.
Suspira, termina su café, toma un taburete y se sienta junto a Yamaguchi. Conocen los hechos generales: hace veinte años, después de salir de Gitarama, Yasufumi Nekomata llegó a Yakarta en un barco de refugiados ruandeses. Luego, con dinero proveniente de una fuente desconocida, compró un terreno en Putri, un lugar que, a juzgar por las fotografías, es bastante agradable desde el punto de vista estético. Donó la tierra a una iglesia católica, la Diócesis lo ascendió casi instantáneamente a sacerdote y desde allí comenzó a construir su negocio. La Santa Iglesia de la heroína sintética. Tsukishima niega con la cabeza.
La producción de la Iglesia va dirigida a Oceanía, Australia y todas las islas de la Polinesia. Ayudan a los distribuidores más pequeños con sus envíos, ayudan a distribuir el tráfico en ciertos puntos de Java y mantienen a raya a algunos competidores. Un negocio estable y exitoso.
—La Iglesia de San Lascano ¿Ese es un santo de verdad? —Tsukishima piensa en voz alta.
—Heriberto Lascano Lascano —contesta Yamaguchi distraído, rascándose la punta de su pecosa nariz y moviendo su mano en el panel táctil—. Fue un narcotraficante mexicano.
—¿Encontraste algo nuevo? — La melena anaranjada de Hinata aparece entre ellos— ¡Estarán aquí en veinte minutos!
Si alguien le interesase la opinión de Tsukishima, él diría que traer a su nueva casa a las mismas personas que arruinaron su última residencia es muy desaconsejable. Pero a nadie le interesa su opinión.
—Háblame de sus líderes —dice Shimizu en voz alta, sin levantar la vista de su computadora.
—Bueno, después de Nekomata y su mano derecha, Manabu Naoi, la siguiente persona en la jerarquía es Yaku —Tsukishima explica lo que recuerda, pero de todos modos también chequea los perfiles por si acaso—. Nekomata y Naoi son los líderes ejecutivos del negocio, Yaku es el coordinador.
—¿Ese era el... —pregunta Yachi, en voz baja—... pequeñito?
Tsukishima levanta las cejas levemente, pero sigue leyendo—: Yaku Morisuke, treinta y dos años, sacerdote, altura, en caso de que se lo pregunten: poco más de metro y medio.
—Oh, parecía más bajo en persona —sonríe Hinata sin malicia alguna.
Dios, mira quién habla. Tsukishima se cubre la cara con una mano.
—En febrero del año pasado, Yaku fue ascendido a sacerdote. Es sospechoso de los asesinatos de Wahidin Widodo, Hasan Prasetyo y David Moscowitz, pero todos los casos fueron cerrados y los expedientes, olvidados. En todos fue encontrado inocente.
Después de nombrar a Hasan Prasetyo, se escucha un silbido a sus espaldas— ¿De quién están hablando? —pregunta Sugawara. El halo de luz de la cocina parece un presagio del apocalipsis.
—De Yaku Morisuke —responde Hinata y hace un gesto con la palma de la mano en algún lugar a la altura de sus hombros. Tsukishima imagina que si Yaku viese lo alto que Hinata supone que es, le cortaría las piernas para que midiese hasta ese punto.
Shimizu levanta la vista de su computadora y, enderezando sus lentes, pregunta—: ¿qué opinas de él?
Sugawara agita sus manos en el aire pensativamente, luego responde—: Parece impulsivo, pero racional. También parece ser pensativo. Tiene una mirada desagradable, muy pesada. Nekomata no lo nombró sacerdote por sus bonitos ojos, eso es seguro. Tendremos que tener cuidado con él.
Shimizu, vacilando, asiente y vuelve a poner la vista en su pantalla— ¿quién más forma parte? Denme todos los detalles, en voz alta.
Al parecer, todo terminará dependiendo de ellos.
La cacofonía de cristales rotos, los gatos maullando y las alarmas de los coches chocan contra la ventana como una ola de sonido. Yamaguchi casi se cae de la silla, el rostro de Hinata se vuelve depredador, Sugawara agarra una pistola de la mesita de noche y se apoya contra la pared junto a la ventana. Tsukishima solo siente un enorme nudo apretado en su interior porque justamente esa es su pistola.
En el umbral de la cocina se asoman dos rostros femeninos: el de Yachi, aterrorizada, y el de la agente especial a cargo Shimizu, con el ceño fruncido.
—¡Váyanse! —grita una mujer en indonesio— ¡Váyanse de aquí!
Sugawara mira por la ventana durante unos segundos, luego baja su arma, suspira, abre la puerta y grita—: ¡Es en el edificio al otro lado de la calle!
Por favor, no me digan que...
—¡Dijiste que era en el número 33! —suena la voz de Bokuto.
—¡Eso está de este lado de la calle!
—Te lo dije —dice una voz familiar.
Tsukishima se considera una persona racional, pero en el fondo tenía la esperanza de que en algún lugar del camino a Bekasi, el auto en el que viajaba Kuroo tuviese un accidente.
—¡Tú no dijiste una mierda! —Bokuto grita desde el otro lado de la calle.
—Por favor, entren —Sugawara coloca una rejilla de metal en la ventana, por si acaso y, mirando a su equipo, resume—: Están aquí.
Tsukishima hace crujir sus nudillos, asiente y se dirige al rincón más alejado de la habitación.
—Aquí estamos —Kuroo sonríe alegremente desde el umbral.
Lo dejan entrar primero, por ser la única pérdida aceptable. Luego de él, entra Yaku, y luego Bokuto. Esta vez no está acompañado por Shirofuku, sino por un hombre perfectamente normal con una pulcra camisa abotonada. Tsukishima lo reconoce como Konoha Akinori, otro veterano de Afganistán.
Tras ellos, aparece Nobuyuki Kai, alto y despreocupado como un monje budista y, por último, el niño del coro, Haiba Lev.
—Buenas noches —la agente Shimizu, como siempre, es educada y serena.
—Tomen asiento —dice Sugawara al mismo tiempo que ella, señalando la mesa de la cocina que terminaron arrastrando hasta la sala de estar para esa reunión.
Yaku extiende su mano derecha, deteniendo a Kai, y asiente en dirección a la esquina de la ventana—. Así que tú eres quien está a cargo aquí —afirma, sentándose lentamente, sin apartar su mirada de Shimizu.
—Sí —el tono de Shimizu es frío y controlado—. Agente especial a cargo Shimizu. Yo dirijo esta operación.
Yaku deja deliberadamente su arma sobre la mesa, justo al alcance de su mano, luego se recuesta en su silla y suspira—. Está bien, señorita Shimizu —sigue frunciendo el ceño, pero no lo suficiente como para generar preocupación—, charlemos.
—¡Trajimos un mapa! —Bokuto sacude triunfalmente un pedazo de papel doblado y se acerca a la mesa.
Yamaguchi quita su computadora portátil, porque Bokuto parece listo para colocar el mapa sobre la mesa en ese mismo momento, viéndose confundido.
—No preguntes —Yaku lo mira y luego pone los ojos en blanco—. Lev, deja de tocar cosas ajenas.
Tsukishima, al ser una persona educada, no hace preguntas acerca de por qué Yaku casi enérgicamente sienta a Haiba junto a él y le prohíbe abandonar su silla.
—¿Qué ocurre con tu cara, lindo? —Kuroo se acerca, como si estuviese a punto de poner sus manos sobre los hombros de Tsukishima, pero este se levanta a tiempo y patea el taburete debajo de la mesa, volteándolo.
—Estoy incontrolablemente emocionado de verte —dice entre dientes. Luego, impulsivamente, le da la espalda. No funciona, Kuroo sigue parado exactamente en el mismo lugar detrás de él.
La habitación es ruidosa, alguien pide que se encienda la luz del techo, alguien golpea accidentalmente y tira una lámpara al suelo. Por otra parte, otros preparan lo necesario para la reunión. La vacilación de Tsukishima solo es notada por Yamaguchi.
Tsukishima nunca tuvo problemas para ignorar los afectos persistentes de nadie. Excepto que Kuroo nunca expresó afecto alguno, solo trató de romper su coraza interior a cualquier costo. Y, a pesar de que su rostro siga cubierto de arañazos, de que su cabello siga siendo estúpido, de que su acento siga siento terrible, de que la expresión de confianza siga permanentemente pegada en su rostro...
Repasa la lista en su cabeza e intenta no reírse.
—Es difícil no ver la alegría en tu rostro —comenta Kuroo.
...Kuroo Tetsurou es guapo, pero eso no tiene por qué influir en nada. Pero tal vez sería más fácil si fuese calvo y bizco.
—Sugiero que empecemos —la voz de Sugawara es tan filosa que podría cortar la presa de Hoover justo por la mitad. Tsukishima se aleja de Kuroo para sentarse en la otra punta de la sala de estar.
—¿Están seguros de que nadie los siguió? —pregunta Shimizu. Inusual ya que, por lo general, prefiere controlar la situación en silencio y dejar que Sugawara lidere las conversaciones.
—Imposible, estuvimos atentos a eso —responde Yaku, casi indignado.
—¿Y saben dónde están guardadas las placas?
—El Cartel tiene un hombre muy... religioso —explica Kai—. Así que sabemos dónde guardan las placas.
Sugawara levanta las cejas, expectante.
Yaku se saca el cigarrillo de la boca con seriedad y admite—: No les gustará.
—Ya no me gustaba desde antes—suspira Sugawara—, ¿entonces?
El pequeño sacerdote se rasca la frente, como si todavía estuviese pensando en si debería o no decírselos, luego continúa—: Están guardadas en la caja fuerte de Washijou, en su oficina privada, en el septuagésimo tercer piso de la Torre Hamaima, uno de los edificios de oficinas más caros y con mejor seguridad en Yakarta.
Sí, el apellido se repite dos veces. Literalmente se llama «Lascano Lascano». En la traducción original solo lo ponen una vez, pero preferí ponerlo como es realmente.
También me pasé por el Instagram de Ines Putri, ¡es muy linda!
En cuanto a los nombres de los ajusticiados por Yaku no pude encontrar mucho, pueden ser tanto empresarios indonesios como nombres inventados. Puede que haya habido algún fallo en la traducción del alfabeto cirílico, pero bueno.
En el siguiente capítulo veremos en vivo y en directo cómo es que se desarrolla un plan perversamente inteligente, ¡sigan sintonizados!
Nos leemos el lunes que viene, ¡besitos!
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