Capítulo 19

HEY HEY HEY

Dios, ya estamos acá. Esto me resulta terriblemente surrealista.

¡En fin! Como siempre, estoy extremadamente agradecida con mi beta NatalieNightray1997 por ayudar a dar a luz esta traducción.

Hoy tengo muchísimas cosas para acotar antes y después de este capítulo, por lo que no estoy segura de por donde empezar.

Primero: recuerden que este capítulo es el triple de largo y viene acompañado por el epílogo, así que recuerden chequearlo.

Hoy tendremos comunicaciones por radio las cuales se escucharán en italic a menos que sean de los ocupantes del Hummer. También habrá una llamada telefónica, pero solo será unilateral, así que no hay nada para acotar al respecto.

Como verán, hay una canción adjunta, así que creo que ya saben qué es lo que hay que hacer. No les diré en que momento reproducirla, de eso se van a dar cuenta solos jaja

La semana pasada pregunté por su canción favorita de Ariana y solo una persona acertó, pero luego cambió de elección. No obstante, igual me sentí mal así que iby-sakka esto es para vos.

Por último, cambié el diseño del separador de este capítulo una veintena de veces y aún así no me convenció ninguno. Terminé escogiendo este pero sigo sin estar del todo convencida.

Dichi esto, acomodense, saquen sus armas, sírvanse vino, pongan la playlist de Ariana Grande y disfruten de la lectura.


A Tsukishima no le gusta la mirada paternal que Kuroo les da a Shirofuku, luego a él, y finalmente a Bokuto.

Yaku enciende su mechero. El resplandor anaranjado de la llama en su rostro se funde con la luz del sol naciente. El reloj marca casi las seis de la mañana. Yaku enciende tristemente su cigarrillo, exhala el humo y, tan pronto como Kuroo abre la boca para decir algo, dice—. No sujeto a apelación —cortándolo antes de que hable.

—Mis palabras tienen una pizca de valor para ellos —resopla presuntuosamente Kuroo, inclinando la cabeza a un lado.

—Tienes una muy buena opinión de ti mismo —dice Shirofuku, con un subtexto tan palpable en sus palabras que casi ni siquiera es gracioso.

Tsukishima no parpadea. Las horas previas al amanecer no están hechas para emociones positivas. Se frota los ojos por debajo de las gafas y, cuando los vuelve a abrir, todo sigue igual.

—Supongamos que estoy de acuerdo con que Kei viaje con Bokuto.

Que no está de acuerdo ni qué ocho cuartos, sobre todo porque Nekomata dijo «Muchacho, si planeas viajar con nosotros, iras en el vehículo más blindado».

Bokuto inconscientemente genera en Tsukishima todo un espectro de emociones que va desde el horror hasta la sorpresa. Yaku dice que tiene tendencias suicidas mezcladas con el heroísmo característico de los pequeños ejércitos guerrilleros de Latinoamérica. También dice que un vehículo blindado es genial, pero solo hasta que Bokuto decide usarlo para atravesar una pared. En resumen, «prepárate, será divertido».

—Pero, ¿por qué tengo que ir con... —Kuroo mira a Shirofuku—... ella?

—Técnicamente, no solo irás con ella, sino también con Suzumeda —dice Yaku como argumento, aunque sea completamente inútil. A juzgar por el rostro de Kuroo, la mencionada Suzumeda tampoco mejora la situación.

El plan es tan simple que incluso es difícil llamarlo un plan: tres autos se dirigirán a la sede central del Cartel del Amanecer en Tangerang y uno hacia el aeropuerto. Yamamoto y Yaku irán en el primer auto, el Church Brabus, Kuroo y las damas en el segundo, Tsukishima y Bokuto en el Hummer Alpha militar. Tsukishima no está seguro de esa ostentación suicida: toda la ciudad sabe lo que impulsa a la Iglesia. Al igual que toda la ciudad también sabe lo que impulsa al tipo que destruyó la Torre Hamaima hasta sus cimientos ¿Quizás él también debería dibujar un tiro al blanco en su pecho?

Se supone que Konoha, Akaashi e Inuoka irán al aeropuerto en un Hummer más pequeño para informar de la situación en vivo y en directo y, de ser necesario, también ofrecer apoyo. Tsukishima no quiere imaginar lo que implica ese «de ser necesario», pero comprende la importancia de tener un plan de respaldo por cada letra del alfabeto.

Yaku con el ceño fruncido parece cinco años mayor, y con un cigarrillo, incluso diez. Entonces ahora sí es creíble decir que tiene treinta y dos años.

—Entonces, llegamos a la casa de Washijou a las afueras de la ciudad —o sea, a la sede local del Cartel— y esperamos a que salga —dice.

—¿Por qué nunca escuchas lo que digo? —Kuroo levanta las cejas, perplejo.

Akaashi lo mira con la expresión de un hombre profundamente cansado. En esos momentos, Tsukishima se avergüenza de que exista algo que lo conecte con Kuroo.

¿Quién es este? No lo conozco.

—Washijou no estará solo, tendrá a sus chicos con él. En cualquier caso, busquen el Mercedes Maybach negro.

—Imagínense que Washijou decida viajar en un Timor plateado en lugar del Mercedes —dice Bokuto, con una mirada divertida en su rostro.

Como era de esperar, Kuroo le sigue el juego—. O mejor, imagínense que sean cuatro Timor plateados en lugar de uno —Tsukishima ya ni siquiera sabe de qué están hablando.

—Y que en cada uno de esos Timor haya cuatro Washijous —agrega Bokuto.

Él y Kuroo se miran durante unos segundos y luego chocan los cinco, en sincronía con Yaku quien se golpea en la frente con la palma de su mano.

—Otra cosa más: vamos a usar las líneas de comunicación compartida nuevamente, así que no obstruyan la transmisión.

Dos personas más aparecen detrás de la cerca: Nekomata y su eterno guardaespaldas Naoi. En los brazos del obispo está la misma caja que Kuroo rescató del sótano de la iglesia destruida. Hace un gesto ceremonioso con la mano, y los clérigos, todos excepto por Kuroo quien fue expulsado, vestidos con sus sotanas nuevamente, se reúnen.

Cuando abre la caja, Tsukishima ve...

—¿Vino? —no lo puede creer. Gira la cabeza hacia Shirofuku, quien está recostada contra el maletero del coche chupando una piruleta— ¿Nos envió a las ruinas por algunas botellas de vino?

—Es Nekomata —ella pone los ojos en blanco— ¿Qué esperabas de ese viejo alcohólico?

—Probablemente tomarán la comunión —sugiere tímidamente la chica con la cola de caballo.

Suzumeda, francotiradora, el miembro más nuevo y más joven del equipo de Bokuto, según le dijeron a Tsukishima.

—Kuroo, tú también ven aquí —ordena Nekomata en voz baja.

Kuroo corta su conversación con Bokuto y se dirige a los clérigos, reunidos en un semicírculo. En la penumbra del amanecer, la situación parece casi irreal.

Naoi pasa vasos y saca un cuchillo para abrir una de las botellas. Cuando elige una, Shirofuku se apoya en sus codos y silba— ¡Oh! Bueno, eso lo explica todo.

Tsukishima la mira sin comprender y se arregla las gafas— ¿Les importaría explicarme?

—Bueno, si no me equivoco, y normalmente no me equivoco con estas cosas, entonces la caja contenía un Romanée-Conti —esto no le dice nada en particular—. Es un borgoña, del 34. Casi doscientos mil dólares la botella, coleccionable ¡Maldita sea ese viejo! ¡Justo ahora decide abrir esa cosa!

Tsukishima está de pie, justo al amanecer, a la salida del barrio de la prostitución, observando como un obispo narcotraficante realiza una misa con uno de los vinos más caros del mundo.

No podría inventar eso ni aunque lo intentara.

Mientras tanto, Nekomata levanta su copa. Los clérigos, quienes estaban hablando entre ellos hasta ese momento, se callan. Yaku tira su colilla y la pisa. Una de sus mangas está cortada para adaptarse a su yeso y sostiene el vaso con la otra mano.

—La Santa Cena —declara Nekomata en voz alta—, llena de la gracia de Dios, impide el regreso del maligno, exiliado por el arrepentimiento, a lo profundo de sus almas ¡Celebremos la Santa Cena y bebamos del vino como la sangre de nuestro Señor Jesucristo para la remisión de los pecados y la vida eterna! Palabra del señor —termina con voz suave.

Todos levantan sus copas y comienzan a hablar por orden.

—De verdad, de verdad os digo, que a menos que comáis la carne del Hijo del Hombre y bebáis de su sangre...

—... no tendréis vida eterna.

—Solo el que coma mi carne...

—... y beba mi sangre...

—... tendrá vida eterna... —continúa Kuroo.

—... y lo resucitaré en el día del juicio... —¡E incluso Haiba!

—... porque mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida...

—... y el que come mi carne y bebe mi sangre, a mí pertenece, y yo a él —finaliza Yaku.

Y se lo beben todo.

—Esta es la ciudad más loca en la que he estado —finalmente admite Tsukishima en voz alta, asegurándose de recordar esa imagen.

Shirofuku lo mira con algo de condescendencia— ¿Y estos tipos son los sacerdotes más locos que has conocido?

—Y los más falsos. Ya no tengo fe en las instituciones religiosas.

—Oigan —exclama Bokuto, indignado— ¿No piensan compartir o qué?

Shirofuku lo respalda— ¡Nosotros también vamos a arriesgar el pescuezo por su bien!

El obispo los mira burlonamente— ¿Y acaso ustedes son cristianos justos?

—Oh, ¿así que solo los cristianos justos pueden beber? ¡Entonces no sé qué hacen ustedes bebiendo, chicos!

Todos ríen. El ambiente es agradable, pero serio. La expectativa de acción está en el aire. Los coches están aparcados fuera de las fronteras de Raandu y lo único que les queda por hacer ahora es esperar.

Finalmente, Yaku chequea su reloj, asiente y dice en voz alta—: Es hora. Akaashi, Sou, Konoha, partan hacia el aeropuerto. Todos los demás, en veinte minutos salimos hacia Tangerang.

Konoha salta del parachoques del Hummer grande, el monstruo de Bokuto en el que le tocará viajar, y estira los hombros y el cuello— ¡Vamos!

Y parten.

—Entonces, estábamos en Guadalajara —comienza Bokuto por tercera vez—, año 2014. Teníamos una maleta gigante llena de moolah y una pintura de una chica con las tetas al aire. Bueno, en realidad, una mujer.

Una señora —sugiere Kuroo a través del micrófono.

—Sí, básicamente una dama —Bokuto asiente con elocuencia—, con las tetas al aire.

Tsukishima se encoge impotentemente en su asiento.

Pero en caso de que se lo estén preguntando, esta no es una historia sobre bellas artes —dice Kuroo arrastrando las palabras—. Es la historia de cómo Bokuto sorprendió a Akaashi robando una pintura en su apartamento y simplemente se la dio como regalo.

Sentado en el enorme —porque en serio, ha viajado en autos grandes pero este monstruo está a otro nivel— Hummer, Tsukishima aún se siente ansioso. Akiteru le hizo prometer al obispo a través de una llamada telefónica que él estaría a salvo. No se había sentido tan avergonzado en mucho tiempo. Su hermano, obviamente, cree que todavía tiene catorce años, aunque haya sido él mismo quien insistió en que fuera a Yakarta. Así es como terminó dentro del Hummer militar. Véase: un tanque. Un tanque con otro tanque dentro.

—¡Hermano! —El tanque antes mencionado exclama alegremente en el micrófono— ¡No te saltes hasta el final! ¡Así no es divertido!

Y en la cabeza de Tsukishima aún no tiene mucho sentido el cómo una persona puede ser un osito de peluche inofensivo, una máquina de matar completamente despiadada, un líder y comandante maravilloso, y un generador de bromas estúpidas en coautoría con Kuroo todo al mismo tiempo.

Una vez que llegaron a la base del Cartel, Tsukishima siguió mirando desesperadamente el reloj: la hora de salida prevista de Washijou variaba desde las ocho de la mañana a las dos de la tarde. Lo cual también significa estar seis horas encerrado en un auto con Bokuto Koutaro. No sabe cómo será en los otros autos, pero en el Hummer de Bokuto, la voz del transmisor, generalmente Kuroo, suena por los parlantes.

Está bien, está bien, me callo —Dios, nadie te cree.

—¡No, es demasiado tarde! —Bokuto golpea el volante con un ritmo alegre—. Ya no les contaré más historias interesantes.

Gracias a Dios —suspira Yaku en algún lugar.

Tsukishima hace eco de su profundo suspiro y se frota el puente de la nariz, recostándose en el asiento en un intento de estirar las piernas lo más posible.

¿No te gustan las geniales historias de Bo? —pregunta Kuroo con exagerada decepción.

Definitivamente no —bufa Yaku—. Y no olvides que sigues transmitiendo.

Pero Kuroo lo ignora—. Típico de Yaku —se queda callado por unos segundos, pero nadie hace tiempo de celebrar la ocasión— ¿Y a ti, Kei?

—Perdón, pero, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? —Tsukishima apoya el hombro contra la puerta.

Oye, ¿qué llevas puesto ahora mismo?

En los parlantes se empiezan a escuchar un coro de quejas, con Yaku haciendo un solo estelar con lo último que le queda de paciencia.

—Me viste por la mañana —dice, sin comprender del todo la situación, pero sospechando vagamente una trampa.

La verdad, no rechazaría beber algo de vino en ese momento. No puede imaginar cómo hará para arreglárselas con todo estando sobrio.

Oh, genial, así que... te desabrocharía la camisa lentamente...

Y solo con eso, Bokuto se echa a reír y mira a Tsukishima. En algún lugar, se oye a Yaku maldiciendo. Kuroo no se ríe en absoluto, está imperturbable y decidido. La próxima vez lo pensará tres veces antes de acostarse con un chico cuyos chistes son vergonzosos el 80% de las veces.

Botón tras botón...

Kuroo, solo cállate —refunfuña Yaku.

No queremos escuchar esto —agrega Shirofuku.

Besaría tus clavículas...

Tsukishima intenta mostrarse imperturbable y decidido, aunque por dentro arda en vergüenza. Dios, la última vez que contó, había como catorce personas conectadas a esa línea.

Te quitaría la camisa por los hombros...

Hablando de hombros.

Se inclina hacia el micrófono y responde—: Presionaría lentamente sobre la herida de tu hombro... —y luego, con una voz completamente tranquila, agrega—: Gritarías y dejarías de hablar.

Kuroo se queda en silencio por unos segundos y luego enfáticamente exclama— ¡Aaaaay! ¡Auch!

De hecho, esta versión me gusta, continúa —se ríe Yaku.

Kuroo se mete en la conversación nuevamente—. Yamamoto, asegúrate de que Yaku tenga las manos donde puedas verlas.

Todo eso sucede mientras el automóvil de la Iglesia espera justo al otro lado de la calle frente a la lujosa casa de Washijou Tanji. Es primera hora por la mañana. Finalmente decidieron que interceptarlo en la ciudad es la mejor opción, ya que dentro del complejo están todos los soldados del Cartel esperando por ellos. Además, volar el lugar como lo hicieron con la Torre Hamaima, tampoco es seguro, ya que no están seguros de qué tan bien resguardadas estén las placas allí dentro.

¿Alguien quiere escuchar otro chiste? —pregunta Kuroo por los parlantes.

Tsukishima, cansado, apoya la cabeza contra la ventana.

Después de otra hora, su nivel de irritación está dejándolo a un paso de volverse completamente salvaje.

En su percepción interna del mundo, siente como si estuviese intelectualmente envenenado. Por supuesto, existe el envenenamiento físico y el envenenamiento intelectual: puedes comer alimentos caducados o puedes cruzarte con Bokuto y Kuroo.

—Y luego, después de eso, les digo... —explica Bokuto con entusiasmo a la línea de comunicación actualmente silenciosa. Esta es la tercera historia que cuenta en quince minutos. Pero luego se interrumpe, y su tono cambia tanto que Tsukishima se sobresalta—. Están saliendo. Prepárense.

¡El comandante ha despertado! —Kuroo arrastra las palabras y hasta suelta un bostezo.

Bokuto regresa instantáneamente a su estado habitual— ¡Oye, yo nunca duermo!

Definitivamente hay movimiento a su derecha.

Las enormes puertas de hierro, con dos torres de tres metros a cada lado y varios guardias armados, comienzan a separarse lentamente. Pronto, el primer Mercedes de la caravana sale a la carretera.

Shirofuku, con algo metido en la boca, seguramente otra paleta, dice con la boca llena—. Bueno, mierda, ¡el anciano no escatimó en seguridad!

Tsukishima cuenta quince automóviles y dos motocicletas. En algún lugar de ahí, de acuerdo con las sinceras garantías de Kuroo, viaja Tendou Satori. Aunque todos ya lo sabían incluso sin que lo dijera.

Tras ellos —ordena Yaku.

Y arrancan.

Las dos carreteras principales de Tangerang son de seis carriles. Luego de recorrer varias calles estrechas, la caravana del Cartel se adentra en una de ellas. Incluso allí, la gran cantidad de vehículos es asombrosa; se acomodan y ocupan tres carriles, formando un pulcro rectángulo de cinco filas.

¿Washijou estará en el de adelante o en el del medio? —pregunta Yaku, al parecer fumando.

—Es una formación estándar de escolta —responde Bokuto—. Lo más probable es que esté en el segundo coche de la tercera fila, es el lugar más seguro de la formación.

Los coches de la Iglesia evitan el tráfico y se posicionan casi directamente detrás de la caravana. Es poco probable que los Brabus y los Hummer hayan pasado desapercibidos, pero aun así se ven obligados a ocupar todos los carriles, prácticamente gritando «¡Ey! ¡No nos esperaban, pero llegamos!».

Bokuto y Kuroo, no estaban bromeando cuando dijeron que ya no se esconderían.

Ese tipo de perseguidores molestos deben ser imposibles de ignorar. Y, aparentemente, también imposibles de no saludar: una motocicleta se separa de la caravana del Cartel y reduce la velocidad.

Tsukishima reconoce al conductor. Es difícil no hacerlo: solo una persona en toda Yakarta tiene un cabello así de horrible... oh, esperen, no importa. Tendou Satori ralentiza la marcha y golpea la ventanilla de su lado.

El flujo de tráfico es tan sólido que hasta es interesante, por lo que ni siquiera se molesta en mirar a un lado.

Tendou golpea la ventanilla con más insistencia.

—Dios, ¿qué quiere? —Bokuto entrecierra los ojos y luego dice por el micrófono—: Tenemos a Tendou Satori golpeando y llamando a nuestra ventanilla.

¿Es eso una metáfora? —pregunta Kuroo con voz casi seria.

—¿Tenemos alguna forma de deshacernos de él? —Tsukishima aún intenta no mirar a un lado.

Bokuto, sin apartar los ojos de la carretera, levanta la mano—. Un segundo —y se inclina hacia atrás, tratando de alcanzar algo que yace sobre la alfombrilla frente a los asientos traseros—. Ten.

Y le entrega una pistola. Tsukishima la agarra automáticamente, actuando por el reflejo de agarrar lo que le dan, pero también dice—: Esto no es exactamente lo que tenía en mente.

—No le hará daño —Bokuto lo desestima.

¿Qué hiciste? —suena la voz de Kuroo.

—Le di una Mauser a tu chico —Bokuto se encoge de hombros.

Oh, bueno —Tsukishima ya sospecha algún comentario—. Seduce a Tendou y dispárale a quemarropa, ya sabes cómo hacerlo.

Así que ahora la pelota está de su lado de la cancha.

—¿Cuántas veces más me vas a recordar eso?

Oh, no, no te lo recordaré más, pero un día tu alegría se convertirá en cenizas en tu boca y sabrás que la deuda está pagada.

—¿En serio? ¿Estás citando...?

No te distraigas, cambio —lo interrumpe Kuroo.

Tsukishima sostiene el arma con fuerza y baja la ventanilla. Como última medida, mira a Bokuto como diciendo «si muero, es tu culpa» y que solo tiene una mano en el volante, la otra está posada con una pistola en su rodilla y golpetea una animada melodía.

—Espera un momento, ¿puedes? —grita Tendou.

El aire caliente golpea su rostro, Tsukishima se acomoda las gafas con la muñeca y pregunta—: ¿Qué quieres?

Tendou se queda mirándolo en silencio por unos momentos y luego estira el cuello hacia adelante—. Oh, Bokuto, estás vivo.

Bokuto no reacciona: o no quiere escucharlo, o de plano no lo escucha, aunque eso sea poco probable.

—¿En qué coche está Kuroo Tetsurou? —Tendou pregunta, y sí, por supuesto, ¿qué otra cosa podría interesarle a alguien en Yakarta además de las estereoplacas?

Tsukishima no está seguro si debe responder o no, y cuando no está seguro, normalmente pregunta, aunque en esa situación debe disfrazarlo de pregunta casual. Desactiva el altavoz y vuelve a sus auriculares—. Está preguntando en qué coche estás —y luego por si acaso, aclara—. Te hablo a ti, Kuroo.

Sí, ya sé que me hablas a mí —suspira desde el otro extremo de la línea—. Dile que se vaya a la mierda.

Entendido.

—Kuroo dice —grita Tsukishima, casi sacando la cabeza por la ventana, y Tendou se inclina más cerca de él— que no está.

—Dile que estoy ofendido —grita Tendou dos veces, primero al aire y luego en su oído.

—Lo has herido emocionalmente —explica Tsukishima al micrófono.

Dios, me importa una mierda —Kuroo chasquea la lengua.

Realmente eres escoria —dice Shirofuku con desaprobación, y Tsukishima puede imaginarla claramente sacudiendo la cabeza en reproche.

—Me decepcionas, hermano —agrega Bokuto—. No tienes corazón.

Tsukishima los ignora, se inclina hacia Tendou y dice—: Le es indiferente —y luego agrega—. Auto del medio.

Tendou, Dios, ¿quién lo hubiera pensado? asiente con gratitud y retrocede. La siguiente vez que aparece en su rango de visión, está conduciendo entre el Hummer y el Brabus, pero esta vez del lado de Bokuto.

Y luego sucede algo. En realidad, ese algo tiene nombre, pero a primera vista, Tsukishima está tan confundido que no puede entender de inmediato qué está viendo. De repente, el camino parece estar siendo consumido por un enorme hormiguero y la carretera se impregna de color negro con manchas verdes y blancas.

Y luego recuerda dónde es que vio esa combinación de colores antes.

Tenemos compañía —advierte Yaku con amargura—. Como si necesitáramos de estos tipos aquí.

La carretera está llena de motocicletas.

¿Qué? —Shirofuku reacciona a la conmoción— ¿Vinieron las florcitas?

¿Por qué los llamas así? —Suzumeda pregunta de repente.

Florcitas, plantitas, chicos césped, Pokémon tipo planta, diles como quieras —resopla Shirofuku—. Pusieron algunas hojitas sobre una calavera y creen que ese es su emblema. No me agradan ¿Qué mierda quieren?

Mientras tanto, el torrente de motociclistas con chalecos de mezclilla blanco y menta con el emblema que tanto molesta a Shirofuku se acerca.

¿Por qué me miran a mí? —Dice Kuroo— ¿Creen que yo los invité...? ¡Vete al demonio, Tendou!... ¡No sé por qué están aquí! Oh, creo que ya sé, ¡fueron los chicos del Cartel los que destruyeron su club la otra vez!

¿Acaso Tendou no está feliz? —pregunta Yaku.

¡No! —Kuroo grita— ¿Qué...? No voy a repetir eso, vete al infierno.

Bueno, pero, ¿por qué te enojas?

No estoy enojado —la voz de Kuroo se vuelve quejumbrosa—. Estoy irritado, ¿podemos deshacernos de él? También de aquellos tipos ya que estamos.

Bueno, como han podido oír, ambos están descontentos. Uf, cierra la ventana, estoy harta de él.

Mientras escucha el emocionante diálogo sobre quién no disfruta de la presencia de quién, Tsukishima se pierde el momento en que uno de los motociclistas se detiene junto a su ventana: la pandilla acaba de alcanzar a los autos de la Iglesia y ahora, jinetes vestidos con chaquetas blanco y menta, montando caballos de metal, los rodean creando una corriente pausada.

Tsukishima gira la cabeza.

Oikawa Tooru le sonríe alegremente.

—Bokuto —dice Tsukishima de inmediato—. Bokuto, tenemos un problema.

Él, aún escuchando las quejas de Kuroo, gira la cabeza y prácticamente grita— ¡Oh! ¡Kuroo, es tu ex malvado!

Tsukishima chasquea la lengua con escepticismo.

Lo interesante es que es Yaku el primero en reaccionar ante el comentario— ¿Qué? ¿Apareció Oikawa? ¡Dios, él es tan motociclista como yo soy una estrella del pop! Quiero decir, que se parece más a una estrella del pop que a un motociclista ¿Qué mierda quiere ahora?

¿Las tablillas sagradas? —Sugiere Kuroo— ¿Compensación por lo de su club? ¿Compensación por daños emocionales? ¿Unas cuantas Budweiser y un picnic?

—Disculpas por lo de la chilena... —espeta Tsukishima. Y, para evitar más comentarios, grita—: No, no voy a abrir la ventana.

Oikawa parece leer algo en su expresión, porque levanta la mano y golpea el vidrio. Con una pistola.

—Definitivamente no voy a abrir la ventana.

Bokuto se inclina para que Oikawa lo vea y, al hacerlo, levanta las cejas con escepticismo. Bokuto señala el auto a su izquierda, es decir, el auto en el que viaja Kuroo, y luego despeina su cabello hasta volverlo un desastre. Estos intentos de imitación parecen decirle a Oikawa exactamente lo que quiere escuchar, por lo que frena y conduce rodeando el Hummer por detrás.

—Lo mandamos para allá —Bokuto se ríe.

¿Qué soy yo, un lugar de peregrinación? —Kuroo refunfuña— ¡Ya tengo a Tendou en la ventana!

Pero mi ventana está libre —declara Shirofuku y, a juzgar por el sonido, le pone el pestillo a la puerta.

Yaku reaparece en la línea— ¡Ni se les ocurra dispararle! Primero averigüen lo que buscan; creo que podrían estar aquí por el Cartel, no por nosotros.

Bueno, en cualquier caso, también están tras las tablillas... —Shirofuku vacila, Kuroo se ríe satisfecho—... estereoplacas, ¿no?

Primero hablen —espeta Yaku.

Tsukishima no cree que dos personas que hayan tenido un tercero en discordia (¿Una chilena?) que arruinase su relación, puedan tener una conversación civilizada. Pero creer en sus aliados es parte importante de la batalla, por lo que se queda en silencio, mirando hacia el coche que conduce Kuroo con un temor apenas palpable.

¿Quizás debería enviártelos a ti? Digo, visto que eres tan inteligente... —Kuroo sugiere con voz melancólica.

—¡Apuesto a que dirán tres palabras y saldrá el tema de la argentina! —Bokuto exclama.

¿... argentina?

Apuesto cien dólares a que será en cinco palabras —se ríe Shirofuku—. Es un tema serio.

Cuatro palabras —interviene Yaku de repente—. Y era colombiana.

¿... colombiana?

—Oh, Tsukishima, deberías ver tu cara —se ríe Bokuto.

¿Acaso pensaste que era solo una chica? —Shirofuku se burla—. Fueron tantas...

—Y nadie sabe cuál de todas fue la que los separó —concluye Bokuto.

Kei, no los escuches —Kuroo interrumpe la conversación— ¡Eso solo fue algo físico! ¡Yo tengo sentimientos reales por ti! Oikawa, vete a la mierda, no estoy hablando contigo ¡Tendou, no le dejes el lugar! ¡Se supone que se odian!

Parece que los tres se odian por igual. Qué conmovedora reciprocidad de sentimientos.

Entonces —dice Shirofuku—... parece que tendremos una pelea.

¡¿Me estás tomando el pelo?! ¡Guarda el arma!

—¿Oikawa le está apuntando? —pregunta Bokuto sonriendo.

Sí, está diciendo algo sobre una coreana... —de repente, se oye un ruido ensordecedor en la línea, y Shirofuku y Kuroo comienzan a insultar al unísono— ¡Mierda! ¡Suzumeda, dame mi Mauser!

—¿Qué pasó?

¿Qué ocurre ahí?

¡Ese bastardo se quiere meter en el coche! ¡Kuroo! ¡Mantén a tus ex bajo control!

¡Como si alguien pudiera controlar a Oikawa! —Kuroo responde. A juzgar por la acústica, cerró la ventana. Se escuchan sonidos de golpes en la línea mientras que, en la calle, esos mismos hacen eco con sonidos metálicos. Entonces Tsukishima nota que deben estar disparando contras las ventanas del auto de Kuroo.

Y luego escucha un sonido. Primero piensa que no, imposible, se lo debe estar imaginando, especialmente porque Bokuto no parece notarlo, pero luego se da vuelta y lo ve.

Bueno, en realidad no, primero ve a Hanamaki del Citadel en una motocicleta junto a su ventana (¿Por qué todos se sienten atraídos a esa estúpida ventana? ¿Es magnética o qué?) saludándolo. Pero lo importante es lo que viene después.

En algún lugar detrás del enjambre de motocicletas negras, autos plateados, y el atronador sonido de los disparos y voces, logra oír el retumbar de una voz hablando a través de un megáfono.

«... ji, entréguennos a Kuroo Tetsurou y nadie saldrá herido».

Dios, ¿qué?

«Repito: Les habla Futakuchi Kenji, entréguennos a Kuroo Tetsurou y nadie saldrá herido».

¡Kuroo! —suena la voz indignada de Shirofuku.

Kuroo, maldita sea —refunfuña Yaku.

¿Quién es? —pregunta una tranquila voz femenina.

Date.

—¿Quién? —pregunta Tsukishima.

Bueno, Aone —aclara Shirofuku en un susurro reverente, pero esa explicación no explica nada en absoluto.

No me van a entregar, ¿verdad? —Kuroo afirma más que pregunta.

Dudoso, aunque ganas no les faltan.

¿Cómo te encontraron? —Yaku murmura.

Probablemente solo era cuestión de tiempo —Tsukishima prácticamente puede ver a Kuroo rascándose la barbilla al decir eso.

Y luego, alguien dispara. Un entorno en el que todos están armados hasta los dientes es como una fábrica de fuegos artificiales, solo hace falta de una pequeña chispa para que todo vuele por los aires.

—¿Quizás deberíamos encender la radio? —Bokuto refunfuña en voz baja.

El Hummer está recibiendo una balacera, ¿y le preocupa la radio?

No lo hagas, solo agregará estática a la línea —responde Yaku.

Hay sujetos intentando reventar las ruedas del Brabus, ¿y le preocupa la estática?

Tsukishima repentinamente siente náuseas, por lo que presiona la espalda contra el asiento. Hanamaki sonriendo insistentemente en su ventana no mejora la situación.

Cuando la intensidad de la lluvia de disparos comienza a disminuir, Tsukishima sabe, quizás por la experiencia, que eso no terminará bien. Nada en esa estúpida ciudad termina bien.

Y si los coches delante de ti bajan la velocidad y comienzan a tomar rutas laterales, solo significa problemas.

Problemas especialmente para ti.

—No me gusta esto —declara Tsukishima con indiferencia.

Él, por supuesto, siente cierto nivel de calma teniendo a Bokuto a su lado, pero su nivel de ansiedad también aumenta lentamente. Y sí, eso también es por tener a Bokuto al lado. Lo que dijo Yaku sobre «atravesar paredes» y «diversión» todavía está fresco en su mente. No hay ninguna pared a la vista, pero con ese Hummer, Bokuto definitivamente podría pasar por encima o atravesar una amplia y diversa gama de cosas; desde vehículos cercanos, hasta pequeños ejércitos y masas indignas.

—¡Tsu-ki-shi-ma! —canta Bokuto— ¡A ti nunca te gusta nada! ¡Relájate!

Tsukishima se muerde la lengua, no hay necesidad de ser grosero con alguien que podría romperle la columna con solo un pequeño golpe.

Parece que el Citadel que los rodea y Date en sus Timors plateados también entienden que algo no pinta bien unos metros más adelante, porque los disparos comienzan a disminuir hasta que se detienen por completo.

Y eventualmente todos: el Cartel, la Iglesia, el Citadel y Date, tienen la oportunidad exclusiva de ver qué es lo que detuvo el flujo de tráfico.

Frente a ellos logran ver luces azules y rojas parpadeando sobre autos blancos. Toda una barricada de policías.

Ya llegamos —comenta Shirofuku y, a juzgar por el ruido, abre otra piruleta.

Es la policía local ¿Cómo se dieron cuenta tan rápido? —Yaku suena incrédulo— ¿Qué mierda significa esto? ¡No los vi actuar tan rápido ni cuando Kuroo y Bokuto destruyeron toda ciudad disparando contra la Tríada!

Dices eso como si no hubieses estado ahí —responde Shirofuku— ¿O tengo que recordarte quién inició un tiroteo masivo? Déjame refrescarte la memoria: fue un niño pequeño con armas enormes.

Cállate —espeta Yaku—. Saldremos e iremos hacia Washijou a pie; no puedo avanzar más, incluso desde aquí puedo ver erizos checos. Eso no puede ser coincidencia. Especialmente si están en camino del Cartel... ¡Ellos nunca se atreverían a interferir con el Cartel!

—Creo... —señala Tsukishima de repente—... que nos denunciaron.

¿Perdón? —prácticamente puede imaginar a Yaku frunciendo el ceño.

Tsukishima suspira profundamente y llama la atención de Bokuto señalando un punto en la carretera. Al parecer, nada es simple en esa ciudad—. Mis antiguos colegas deben haber decidido participar en esta... ¿Cómo le llamó Kuroo? ¿Fiesta?

Hay un automóvil muy familiar estacionado en el carril más lejano.

Vista desde arriba, la carretera parece una presa en la que ha quedado atorada un montón de basura. La caravana de vehículos idealmente estructurada del Cartel del Amanecer se convierte en un caos obligando a todos a frenar, incluso a los motociclistas del Citadel.

O en realidad, todos frenan excepto...

¡Tsukishima, espera! —y no necesitan que se lo digan dos veces, pero no es él quien maneja.

Bokuto frunce el ceño, agarra el volante con ambas manos y —Dios, por favor, dime que no­— comienza a dividir la multitud como Moisés dividió el Mar Rojo. El choque hace que Tsukishima salga despedido con fuerza a pesar de estar agarrado del asiento, y si todavía tiene los dientes bien puestos es solo gracias al cinturón de seguridad.

¿Dónde están? —la voz de Yaku suena a través del auricular.

—Un segundo —responde brevemente Bokuto, baja la ventanilla y dispara al aire unas cuantas veces— ¿Escucharon eso?

Bo, no quiero molestarte, pero todos están disparando aquí —dice Kuroo arrastrando las palabras— ¿Está todo bien por allá?

No, nada está bien. Además, probablemente deberían dejar de pasar por encima de los coches de otras personas, las náuseas de Tsukishima no hacen más que aumentar mientras es reboleado de un lado a otro.

—No, hasta aquí llegamos, no vamos a poder ir más lejos —dice Bokuto.

Tsukishima se gira en su asiento y solo ve un camino plano detrás de ellos. También ve al Cartel disparando contra el Citadel y otros más, probablemente esos que trabajan con —susurro reverente— Aone.

—¿Nos vamos? —pregunta Tsukishima, tratando de averiguar a través del vidrio polarizado si es seguro salir o no. Aunque, por supuesto, no tiene otra opción.

Encuentren a Washijou —ordena Yaku brevemente. Tsukishima asiente (¿Por qué otra cosa estaría ahí sino?) pero luego se da cuenta de que Yaku no puede verlo. Bokuto felizmente patea la puerta para abrirla, noqueando a un soldado del Cartel mal posicionado en el proceso.

Kei —Kuroo de repente comienza a hablar en tono de mentor—, mantente cerca de Bokuto.

Lo único que le queda hacer por respuesta es poner los ojos en blanco, abrir la puerta y salir del auto para evitar ser alcanzado por una bala perdida. Estar cerca de Bokuto significa asumir el riesgo de tu propia seguridad personal. Bueno, a menos que seas el propio Bokuto, claro.

El auto de Washijou es probablemente el que se vio forzado a detenerse ligeramente a la derecha del carril central. Tsukishima mira a su alrededor: la policía grita algo en indonesio mientras los agentes del Cartel empiezan a salir de sus coches. Incluso llega a ver cómo Tendou baja de su motocicleta.

Su objetivo, en teoría, está a solo unos metros de él. Gracias al hecho de que Bokuto carece del concepto de «es imposible», «no está permitido» y «probablemente no deberías hacer eso», tiene que admitir: lograron meterse mucha más tierra adentro en el embotellamiento que todos los demás. Y visto que el Cartel tiene las manos ocupadas principalmente con la policía y los motociclistas, es posible que tenga una oportunidad.

Le hubiese pedido a Bokuto que lo cubriera si no sonara demasiado cinematográfico. O si Bokuto no se hubiese desvanecido instantáneamente para ir a pelear con alguien al azar. Por el rabillo del ojo, puede ver como casi decapita a alguien con solo el golpe de su puño tan poderoso como un martillo.

Justo en medio de esa carretera federal, se desarrolla un tumulto en toda regla. Uno que ni siquiera varios patrulleros llenos de policías pueden detener.

Todo parece una escena de alguna película de acción de bajo presupuesto en donde se escuchan docenas de disparos a la vez y la salsa de tomate fluye libremente simulando ser sangre.

Dios, ¿de qué está hablando?

¡Todo su tiempo en Yakarta parece una conjunción de escenas sacadas de una película de acción de bajo presupuesto!

Eso es lo que piensa Tsukishima mientras cae al suelo, evitando los disparos que vuelan directamente sobre su cabeza.

Aterriza dolorosamente sobre sus manos y rodillas. Siente como si se hubiera raspado algo, otra vez, pero nada puede obligarlo a acostumbrarse a esto luego de veintiséis años de vivir cómoda y ordinariamente. No obstante, igual se arrastra hacia adelante obstinadamente usando como punto de orientación el maletero del coche que hipotéticamente pertenece a Washijou Tanji.

Ha pasado por tanto solo para conseguir esas tablillas... no, Dios, no, las estereoplacas, que tener las rodillas raspadas no le detendrá. Bueno, ni las rodillas, ni el cadáver de un extraño vestido con un chaleco color blanco y menta cayendo junto a él.

Sintiendo cómo una oleada de náuseas lo recorre, Tsukishima se arrastra hacia adelante y solo se detiene una vez que llega al maletero del automóvil objetivo. Todavía lucha contra las náuseas, pero al menos ya no tiene que pensar en qué tan cerca estaba ese cuerpo, en dónde miraban sus ojos y por dónde se filtraba la sangre... no tiene tiempo para eso. Teniendo eso en mente, planea pararse, cuando la puerta trasera del vehículo se abre de golpe justo en frente de su nariz.

Mira hacia arriba, enderezando automáticamente sus gafas con la muñeca de la mano con la que agarra el arma.

El hombre frente a él le resulta familiar. Es...

Se concentra, tratando de recordar el nombre de entre la sobrecarga de información recibida en los últimos días. Pero su memoria rara vez lo traiciona, incluso en las situaciones más extremas.

Es Azumane Asahi, oficial del grupo policial antinarcóticos japonés.

Es enorme, un poco más bajo que él y con menos músculos que Bokuto, pero igual es enorme. Tsukishima toma el arma con más fuerza. Bueno, esto no debería ser tan extraño, ambos ya se dispararon una vez. La única diferencia es que, en aquella ocasión, todos se disparaban con todos dentro de la suite del hotel, y ahora, si dispara, será premeditado.

Sin embargo, los tenientes Sawamura Daichi y Nishinoya Yuu aparecen a sus espaldas. Los tres visten jeans andrajosos y camisetas viejas, escondiendo la cabeza entre los hombros debido al tiroteo. Con ellos también hay varios hombres del Cartel vestidos de colores brillantes, todos ellos altos y calvos. Evidentemente, los policías encubiertos fueron aceptados en el destacamento de seguridad. A juzgar por lo que escuchó del Servicio Secreto, a Washijou le gusta rodearse de hombres de etnia japonesa.

Tsukishima se recuesta detrás del coche y respira con dificultad.

—Jefe, lo sacaremos de aquí —dice Sawamura, cubriendo desinteresadamente a Washijou mientras este sale del auto.

Parece que alguien al otro lado del Mercedes les dispara con una automática, porque los disparos resuenan por todos lados y ellos se alejan más del automóvil.

—¡Deprisa, jefe!

Lo único que alcanza a ver es el mechón rubio de la cabeza de Nishinoya mientras este dispara contra los motociclistas del Citadel.

—¡Tenemos que irnos, jefe! —dice Azumane.

Sus pensamientos, o al menos los que no están centrados en su propia supervivencia, pasan por su mente a toda velocidad tratando de encontrar una explicación para lo que está sucediendo ahí. Según tiene entendido, Japón no tiene un acuerdo de extradición con Indonesia, eso debe haber alargado notablemente la duración de su misión. Eso y la presencia constante de docenas de guardias de seguridad alrededor de Washijou en todo momento.

Tsukishima observa: a la altura de sus ojos, en la puerta abierta, ve una pierna en pantalones oscuros con una bota negra. Se inclina aún más, prácticamente gateando debajo del auto, enroscándose en una bola hasta que le duele el cuello. Mientras tanto, Washijou aparece en su campo de visión. El delgado y diminuto líder del Cartel del Amanecer, rodeado por sus enormes guardaespaldas, parece un anciano completamente inofensivo. Solo la expresión mezquina y concentrada en su rostro —indicador de que no disfruta de los eventos, piensa Tsukishima con malicia—, junto el traje, demasiado caro para un anciano común y corriente, delatan que no hay nada inofensivo en él.

—¡Ushijima! ¡Toma las placas estereoscópicas y tráelas aquí! —la voz ronca de Washijou resuena en algún lugar a unos metros de él. Sin embargo, no puede permitirse levantarse a mirar —Washijou declaró ser el dueño de toda la ciudad, Tsukishima todavía lo recuerda—, por lo que no es muy recomendable ser visto. El mero hecho de que exista la posibilidad de que Ushijima aparezca en su rango de visión ya le obliga a despedirse mentalmente de su familia. De todos excepto de Akiteru, porque ese imbécil fue quien lo envió allí en primer lugar. Quizás después de muerto, se dedique a perseguirlo por el resto de sus días.

—Jefe —dice Sawamura empujando a un lado a uno de los gorilas calvos que intentan hablar con Washijou—, jefe, lo sacaremos de aquí.

El teniente Sawamura parece tan confiable que el propio Tsukishima hubiese confiado felizmente en él. Tipo «no soy su jefe, pero, por favor, sáqueme de aquí también».

Intentando ahuyentar el pánico, Tsukishima se obliga a pensar.

La opción ideal sería obligar a Washijou a entrar en territorio de la embajada japonesa, y el mejor momento para hacerlo es ahora mismo. Solo unos pocos guardaespaldas, los que no han sido arrastrados a la pelea, no deben ser un obstáculo serio para luchadores entrenados, especialmente si tienen a ese barbudo de Azumane de su lado.

—Vamos —Nishinoya dice casi con cariño desde el otro lado. Washijou les permite guiarlo a través de la batalla de Soekarno-Hatta como si estuviera completamente de acuerdo con el estado actual de los eventos. Solo parece verse pisar con aprensión cuando los guardias lo llevan por entre los automóviles.

Tal vez los japoneses incluso tengan un acuerdo con el Servicio Secreto sobre llevar a Washijou a través de la línea policial sin problemas.

Mientras se van, Tsukishima está de alguna manera seguro de que su destino no será del agrado de Washijou. Una vez que tiene oportunidad de salir debajo del auto, le duele todo el cuerpo, pero no tiene tiempo de sufrir. No tendrá otra oportunidad así de buena para recuperar las estereoplacas.

Pero se endereza y ve a Ushijima.

E inmediatamente se agacha, casi cubriéndose la cabeza con los brazos.

¡La puta madre!

Luego se endereza un poco y trata de ver qué planea hacer Ushijima.

Ushijima planea hacer muchas cosas: por ejemplo, saltar de lado en dirección al Mercedes de su jefe y recuperar, como se le ordenó, las placas estereoscópicas.

Su posibilidad de recuperar las tablillas sagradas solo sigue existiendo por el simple hecho de que Ushijima, a pesar de ser un titán, no es a prueba de balas. En algún lugar al oeste, a juzgar por la voz y los disparos histéricos, está Oikawa, distrayendo al ayudante favorito de Washijou de su misión.

—¡U-shi-wa-ka! ¡Hola, feo!

Oikawa parece estar divirtiéndose, Ushijima solo se limita a continuar con un antiguo diálogo entre ellos, y Kei acaba de decirles tablillas sagradas a las estereoplacas.

Quiere reprenderse a sí mismo por caer bajo la influencia de otra persona, pero las armas a su alrededor se disparan con demasiada frecuencia, la gente comienza a enloquecer y él... está actuando demasiado lento.

Tsukishima se lanza hacia la puerta abierta del coche.

Los problemas de Ushijima también son sus problemas. La prioridad número uno de ambos es recuperar las estéreo...

...placas.

La maleta está justo en el asiento donde Washijou estaba sentado hace menos de un minuto. Del otro lado —Tsukishima necesita respirar hondo un par de veces para mantener la ccalma—hay un cadáver.

¿Acaso no salió del auto por quedarse con las estereoplacas?

Sin darse tiempo de pensar, entra en el auto y agarra la maleta.

A veces, por momentos, le parece que las estereoplacas de Ukai Ikkei, como todos los elementos legendarios, también están un poco malditas. Tan pronto como la maleta acaba en sus manos, el remolino de atentados que amenazan su vida parece subir en peligrosidad poco a poco y todo va para peor. Incluso cuando parece que la única forma en que las cosas podrían empeorar sería con su muerte.

Tsukishima agarra el asa de la maleta blindada, muy similar a la que robó en su primer día en Yakarta, mete la cabeza entre los hombros y corre hacia su base. El Hummer se ve como una fortaleza de seguridad y tranquilidad, todo estará bien si logra llegar allí. Solo tiene que llegar primero.

Pero no llega primero.

Se tambalea hacia atrás y choca contra el hombro de alguien. Cuando levanta la vista, resulta ser un hombre de más de treinta años con el ceño fruncido. Si el otro participante tiene el cuerpo de Ushijima Wakatoshi, la cara de Ushijima Wakatoshi, y frunce el ceño como Ushijima Wakatoshi, entonces Tsukishima ya no quiere jugar más.

Ushijima tiene un yeso en su brazo izquierdo, pero eso no ayuda de mucho. Simplemente significa que le romperá el cuello en siete segundos en lugar de en cinco.

—Las estereoplacas —dice, exigente, pero al mismo tiempo cortés y amistoso. Después de todo, no es como si le viese como una amenaza.

Tsukishima mira a su derecha: Bokuto tiene una mano en la parte posterior de la cabeza de un tipo y golpea su cara un par de veces contra el capó de un vehículo blindado. A su izquierda: solo hay disparos, ninguna cara familiar. Según los archivos de la información del Servicio y la información que le envió Ukai, Ushijima no es el tipo más agresivo de Yakarta. Entonces, si le entrega la maleta con las estereoplacas antes de que Tendou aparezca por ahí con las arterias llenas de sed de sangre, es posible que pueda vivir para contarlo.

En lugar de comportarse como un chico inteligente graduado de Standford, se comporta como un estúpido y golpea a Ushijima en la cara con la maleta. Sigue corriendo, intentando rodear el auto, ya preparado para recibir un balazo en medio de la frente, cuando alguien lo agarra del codo, prácticamente haciéndolo girar en noventa grados. Entonces esa persona dice—: Bueno, bueno, Ushiwaka, eso es suficiente. Guarda el juguete.

—Llegas justo a tiempo —admite Tsukishima.

Kuroo sonríe—. Ni siquiera puedo imaginar qué harías sin mí.

Tsukishima solo quiere tomar su estúpido rostro entre sus manos y besarlo.

Así es como empieza todo. Con ese simple «Ni siquiera puedo imaginar qué harías sin mí» —el cual lo transporta a una paz que no tenía desde que vivía tranquilamente a ocho mil kilómetros de distancia— y un arma apuntando a Ushijima Wakatoshi.

Ushijima también tiene un arma. Y le apunta a Kuroo.

Eso. Con eso empieza todo.

Porque si has escuchado proverbios antiguos, seguramente sepas, por ejemplo, que donde hay un problema, hay dos. Y que donde hay dos, hay más.

Donde hay una pistola, hay dos.

Donde hay dos, hay más.

—Baja el arma —repite Kuroo con forzada amabilidad en su tono—. Vamos, amigo, me agradas. No quiero dispararte.

—Entonces no dispares —sugiere Ushijima con su voz baja y profunda—. Yo tampoco quiero. Entreguen las estereoplacas e iremos por caminos separados.

—¿Podemos saltarnos la primera parte e ir directamente a la segunda? —Kuroo levanta una ceja.

Las balas todavía vuelan a su alrededor, aunque a un ritmo considerablemente más raro. En primer lugar, porque como sospecha incluso sin apartar la mirada de Ushijima y su arma apuntando a Kuroo, una buena mitad de los participantes han logrado matarse entre sí. En segundo lugar, porque lo más probable es que al estar demasiado cerca de Ushijima, los miembros del Cartel no se atrevan a intentar dispararles.

—Pero si a mí me gusta el plan de Wakato-o-shi —dice una voz cercana. Tsukishima se gira bruscamente: Kuroo se ha ido de su lado. Aunque, ¿por qué se quedaría? En cambio, ahora tiene un arma apuntando justo a su nariz.

Ahí es cuando recuerda los antiguos proverbios.

Tendou Satori —Dios, qué cara más extraña tiene— prácticamente presiona la boca de su pistola contra su cara. La vista de esa cosa negra justo frente a sus ojos hace que su corazón lata contra sus costillas mucho más rápido.

—Danos las placas, cuatro ojos —sugiere Tendou, sonriendo.

Tsukishima tiene la sensación de que cualquier palabra o movimiento descuidados harán que su cabeza salga volando, pero aun así dice—: Creo que «cuatro ojos» está de más. Esa no es forma de referirte a alguien a quien quieres pedirle algo —y sonríe en respuesta.

Va a disparar. Definitivamente va a disparar.

Pero Tendou solo levanta las cejas y mira a Kuroo— ¿De dónde sacaste un imbécil tan valiente?

—Es su culpa. Él contagia la estupidez como si fuera una ETS —¿Por qué no puedo callarme? Piensa Tsukishima desesperadamente—. Y por favor, te pedí que te refieras a mi persona de otra forma.

—Kuroo —Tendou casi grita— ¡Me gusta este! Y lo mataré ahora mismo si no me da la maleta. Vamos —mueve el arma—, dile a tu novio que la entregue. Ya sabes, no es nada personal.

—Nada personal —coincide alguien a espaldas de Tendou—. Baja el arma, ¿de acuerdo?

Yaku sostiene su Beretta con una mano y su cigarrillo encendido con la otra. Probablemente sea por eso que tiene un rostro malhumorado: el yeso no se dobla, por lo tanto, no puede llevarse el cigarrillo a la boca.

Tsukishima siente alivio. Quizás hoy no muera después de todo.

—Quizás debas ser tú el que baje el arma, pequeño. Las armas no son juguetes para niños. Por cierto, Kuroo, vete a la mierda, ¿puedes?

Ojalá.

Detrás de Yaku, está Oikawa, tratando de recuperar el aliento. Todo su rostro está cubierto de hollín, sangre y suciedad. Su ropa está rota, pero su peinado no se ve afectado en absoluto.

—No te ves para nada adorable —dice Kuroo, y estira las comisuras de la boca en algo parecido a una sonrisa.

Tsukishima evalúa la cadena: Primero Ushijima y luego lo siguen Kuroo, él, Tendou, Yaku y Oikawa. Cinco armas y seis personas. A medida que los segundos pasan, la locura se intensifica.

—No estás en posición de hacer bromas —responde Oikawa, como si estuviera apuntando a Kuroo y no a Yaku.

Tsukishima decide hacer la pregunta que preocupa a todos para detener la escaramuza antes de que siquiera comience—. Entonces, ¿cómo vamos a resolver esto?

Pero nadie le presta atención.

—Y tú no estás en posición de que ser escuchado por nadie.

—Pero tú tampoco estás en condiciones de...

Dios, tiene que pensar en algo más.

La escaramuza lentamente se está degradando de una guerra de pandillas a una disputa en el mercado de agricultores. Tsukishima mira la parte de atrás de la cabeza de Kuroo y por un momento realmente quiere que Ushijima se decida y le dispare.

—Oikawa —la voz de Ushijima resuena ahogando los parloteos.

—Ahora no —Oikawa lo desestima con una expresión de «cualquier cosa menos esto»—. Es en serio, Ushiwaka, ¡ahora no! ¿No ves que estoy teniendo una conversación?

—¡Una conversación! ¡Y no nos incluyen! —un tipo cuyo flequillo podría rivalizar con el cabello de Kuroo aparece en su campo de visión y se para al final de la cola, apuntando a Oikawa en la cabeza.

—Futakuchi, vete. Realmente no te necesitamos por aquí —suspira Kuroo.

Ah, sí, el tipo del megáfono.

—Oh, nos ocuparemos de ti más tarde —Futakuchi le informa y está a punto de decir algo más cuando...

—¿Qué clase de circo es este? —suena la voz severa de Iwaizumi.

Ushijima, Kuroo, Tsukishima, Tendou, Yaku, Oikawa, Futakuchi, Iwaizumi. Unos pocos más y la cadena será tan larga como la cola en la Apple Store el día del lanzamiento del iPhone.

Todos dudan. La cadena ahora es demasiado larga como para rastrear dónde es que comenzó. Tsukishima se siente como un anciano que vivió durante la segunda guerra mundial y estuvo ahí cuando estalló todo.

—Uno divertido, con payasos —Kuroo asiente—. Ve y encárgate del tuyo, por cierto —hace un gesto en dirección a Oikawa.

Oikawa niega con la cabeza con altivez y arruga su nariz recta—. No puedo entender cómo es que...

—Simplemente eres desagradable —Kuroo le sonríe—. Bo, confirma.

—¡Bo confirma! —Bokuto responde y presiona el cañón de su arma contra la parte posterior de la cabeza de Iwaizumi.

—Está bien, ¿ya estamos todos o falta alguien? —dice el chico del flequillo, Futakuchi, con quien Tsukishima siente una especie de conexión extraordinaria, porque él también ha estado deseoso de preguntar lo mismo. La única diferencia es que él sabe que esto no puede terminar tan fácilmente.

Recuerda que, en su familia solo su tía abuela era psíquica, falsa, por supuesto, lo cual es desafortunado porque ahora nota que eso de adivinar desgracias quizás se le dé bien porque...

—¡Buenas tardes! —dice el agente Sugawara.

—¿Y este quién diablos es? —Oikawa levanta las cejas en confusión.

Sugawara le apunta a Bokuto, pero Tsukishima aún así dice—: Creo que este es para mí.

—Oh, nos ocuparemos de ti más tarde —Sugawara le sonríe peligrosamente.

Kuroo se echa a reír y Tsukishima entiende por qué: ambos han escuchado eso antes en alguna parte.

—¿Quizás deberíamos sacar más armas? —Sugawara sugiere, encuestando con escepticismo al grupo allí reunido—. Porque yo sí tengo extras.

—No nos subestimes, amigo —gruñe Iwaizumi—. Ningún idiota en Yakarta anda por ahí solo con un arma.

Y ahí es cuando todos sacan una segunda pistola.

—Entonces —Kuroo hace amague de apretar el gatillo—, estamos hoy reunidos aquí, en este hermoso día, para...

—Cállate —gritan Oikawa y Tendou simultáneamente.

—Auch —jadea Kuroo, fingiendo estar horrorizado, y luego de repente hace una mueca de indiferencia—, solo estaba hablando.

Ahora es casi imposible determinar quién le apunta a quién: todos le apuntan a todos. Cambian miradas de enojo por doquier, de rostro a rostro, sin dejar a nadie fuera de su vista. La desventaja es que todos tienen dos pistolas cada uno, y Kuroo, con su brazo izquierdo, véase, el herido, sostiene a Tsukishima por la cintura.

—Crees que podrías... —le susurra Kuroo al oído, quien evidentemente comparte el mismo hilo de pensamiento. Tsukishima puede, y lo hace. Desliza un brazo por la espalda de Kuroo hasta donde tiene una segunda pistola en su cinturón, la cambia de mano y luego apunta a Oikawa.

—¿Qué? —Dice Oikawa indignado— ¡Ya hay al menos tres armas apuntándome! ¡No es justo! ¡Apuntale a Ushijima con eso!

—Simplemente no me agradas mucho —dice Tsukishima con una sonrisa educada y se endereza las gafas. Aunque, honestamente, un arma no hace mucho por cambiar el equilibrio de poder.

—¿Dónde están las placas? —sisea Kuroo, de modo que Tsukishima sea el único que pueda oírlo mientras le sonríe fijamente a Futakuchi.

Tsukishima baja disimuladamente la mirada a sus pies: están parados muy convenientemente justo detrás del parachoques de un auto, por lo que la mayoría de las personas que los rodean no pueden ver ni sus pies, ni la maleta. Kuroo mira hacia abajo por una fracción de segundo.

—¿Qué tanto están susurrando ahí? —Futakuchi pregunta con sospecha.

Y Kuroo, ignorándolo, susurra en voz alta, abrazando a Tsukishima aún más cerca por la cintura—. Bebé, ¿ahora mismo? Pero eso es indecente, ¿qué pensará la gente de nosotros?

Y mueve discretamente su pierna. Tsukishima resopla y susurra igual de fuerte, mirando a Oikawa a los ojos—: No harás nada peor que engañarme con una chilena, así que, ¿por qué debería preocuparme por la reputación?

Oikawa levanta la cabeza, ofendido.

Se quedan parados así, en un enfrentamiento mexicano en donde todos se apuntan con todos hasta que se oye un grito a lo lejos—: ¡Daishou, hijo de puta, pagaras por eso!

Tsukishima piensa: Oh, Dios, no.

Tsukishima también piensa: Dios, ¿por qué ahora?

La cara de Kuroo dice algo parecido, solo que con un poco más de «qué espectáculo de mierda» y menos «oh, Dios, no» ¿Alguien envió una invitación masiva a todos los criminales de Yakarta?

—Escuché la voz de Terushima —dice Yaku con seriedad—. Maldita sea, necesito fumar.

—Y estaba gritándole a Daishou —concuerda Iwaizumi, quien, a pesar que de apunta con su pistola en dirección a la cabeza de Yaku de todas maneras, pregunta—: ¿Estás fuera o solo necesitas fuego?

—Cuando te de la señal —susurra Kuroo, apenas audible—, corremos.

Tsukishima entiende que van a usar la aparición de esos dos para correr. O al menos cree que le ha entendido bien.

¿Señal? Empuña el arma con nerviosismo ¿Entenderá la señal?

Las voces se acercan cada vez más y, como era de esperar, Tsukishima finalmente puede distinguir a Daishou, a quien vio por última vez en las Hermanas Mayores, y a Terushima. Ambos finalmente aparecen: Daishou salta hábilmente sobre el capó de uno de los autos, dispara al azar unas cuantas veces y prácticamente se topa con los brazos extendidos de Oikawa y Yaku. A último momento se las arregla para agacharse, pasar por debajo de ellos, y terminar justo en medio de su pequeña reunión de Portadores de Armas Anónimos.

—Ah —dice Daishou, examinando la situación— ¿No es buen momento?

—No —dice Sugawara.

Futakuchi lo respalda—. Saca tus armas y únete a la diversión, ¿a quién te gustaría apuntarle?

—¿Está Kuroo por aquí? —Daishou pregunta de buena gana.

Tsukishima cuenta: una, dos... ocho. Ocho armas apuntándole a Kuroo. Hasta parece que pronto toda la ciudad aparecerá para tomar lugar en esa fila.

Y ahí es cuando aparece Terushima. Es admitido instantáneamente en el club ya que tiene una Glock en cada mano. Se orienta mucho más rápido que Daishou y se acomoda para apuntarle a quien sea.

—Tengo la sensación —susurra Kuroo— de que solo soy bueno para ser objetivo de tiro.

Tsukishima no está seguro de si debería tomar ese comentario como otro reproche por el tiro en el hombro, así que se gira a mirarlo.

Y Kuroo lo besa, con la boca cerrada, pero con firmeza, justo en los labios.

Solo dura unos milisegundos, porque Tsukishima es un tipo inteligente, así que lo entiende.

Y tan pronto como entiende, ellos —y en ese momento le llega un gran deja vu— corren.

I know you're never gonna wake up, I gotta give up, but it's you-u-u~ —Kuroo canta con la música de la radio en voz baja, golpeando el volante con un dedo. Luego, agarra el micrófono del megáfono con su mano libre y dice—: Probando, probando, uno, dos. Futakuchi, chúpame la polla.

Tsukishima hace una mueca: la frase resuena tanto dentro como fuera del coche. Tiene que agradecer a todos los dioses que Kuroo, profundamente sordo de oído musical, no haya tenido la idea de cantar en el megáfono.

El primer automóvil justo al final del embotellamiento, en el que deciden entrar para escapar de las balas, los gritos y los insultos, resulta ser —Kuroo insulta en voz alta como si el vehículo fuese una ofensa personal— un Timor plateado. Pero está estacionado justo al final, por lo que tienen vía libre para maniobrar lejos del caos automovilístico sin obstáculos de por medio. Kuroo prácticamente vuela hacia el asiento del conductor y arranca en dirección a la salida más próxima.

Y sí, ese es el auto del megáfono.

It's Iggy Iggs! Uh, what you got? Smart money bettin' I'll be better off without you, in no time I'll be forgettin' all about you~!

Pronto transmitirá eso para toda la carretera. Y es incluso peor rapeando que cantando. Tsukishima no lo soporta más y le roba el micrófono. En primer lugar, porque es terrible, y porque si está tratando de desmoralizar al grupo Date con su canto, simplemente no vale la pena. En segundo lugar, porque cuando conducen a 150 kilómetros por hora, lo último que quiere es que Kuroo quite las manos del volante.

—¿A dónde vamos? —nunca ha tenido el impulso de hacer preguntas redundantes, y ahora mismo quiere preguntar «por qué» más que «dónde», porque es obvio que se dirigen al aeropuerto de Soekarno-Hatta. Kuroo abre la boca para responder mientras mira por el espejo lateral, el cual inmediatamente es destrozado por una bala. El otro ya está roto desde hace un rato.

—Desgraciado —respira hondo, evidentemente conteniéndose de decir otra palabra, y luego, sin responder a la pregunta, le dice a Tsukishima—: Agárrate fuerte.

Y ese tipo de sugerencia no suele significar nada bueno. El Timor comienza a zigzaguear por la carretera. Aparentemente, es un método para esquivar las balas que intentan explotar lar ruedas del auto, pero Tsukishima no puede saberlo ya que ni siquiera tiene licencia de conducir. No es de los que critican la conducción de otras personas, pero clava los dedos en su asiento y piensa en que debería haber probado un poco del vino de la Iglesia esa mañana —aunque no le hayan convidado— porque ofrecía la vida eterna después de la muerte.

Y después de otro giro, ven la valla del aeropuerto justo frente a ellos.

No, piensa, no lo hagas.

Gira la cabeza —porque mirar hacia adelante es aterrador— y mira a Kuroo, quien está concentrado, agarrando el volante con ambas manos.

—No lo hagas —murmura Tsukishima débilmente.

Kuroo, sin apartar la mirada de la carretera, sonríe—. Espero que te hayas abrochado el cinturón de seguridad.

Y hace exactamente eso.

Pasa con el coche por encima de la maldita valla a toda velocidad.

Tsukishima, levanta la vista luego de meter la frente entre sus brazos —que es considerablemente menos peligroso que salir volando y golpear la guantera con la cabeza— y se endereza lentamente. Primero siente alivio por el hecho de que los airbags no se abrieron —si es que el auto siquiera tiene— y, de inmediato, también siente le invade rabia dividida por esa extraña y confusa sensación que las personas suelen tener cuando el sujeto a su lado hace lo que nunca podrían haberse atrevido a hacer. Ahora mismo mira a esa persona y no sabe cómo reaccionar, lo cual es algo que le ocurre cada vez más seguido.

—Estás demente —así es como finalmente reacciona Tsukishima, frotándose el ceño fruncido con una mano— ¿Por qué siquiera me involucré contigo? No eres normal, estás mal de la cabeza.

Después de pasar por encima de la valla, cruzan el aeródromo y Tsukishima considera que es un excelente final para todo ese drama...

¿O tragicomedia? ¿Comedia de humor negro? Quizás sí sería eso si los atropellase un avión en pleno despegue.

—Porque te gusta que no sea normal —responde Kuroo con simpleza, mirando hacia adelante y buscando algo en el enorme predio asfaltado. Tsukishima ni siquiera puede argumentar nada contra esa lógica, porque negarlo y mentir abiertamente sería muy estúpido. Especialmente ante una muerte inminente, por lo que quizás no sea el mejor momento para bromear.

—¿Eso también me vuelve menos normal, entonces? —murmura, apretando la maleta.

—Se transmite sexualmente, como las ETS —se ríe—. Está bien, escoge uno —Kuroo indica la fila de Boeings blancos con un brazo, y Tsukishima está seguro de que debe ser una broma.

—Primero —se queda en silencio para enfatizar el ruido de los motores de sus perseguidores— deshazte de ellos.

Obviamente, los autos de Date —dos Timors plateados absolutamente idénticos— ingresan al predio del aeropuerto justo después que ellos.

Kuroo quiere responder algo, pero esta vez los zigzags no ayudan. Su neumático se pincha, nota. El coche gira repentina y bruscamente, la goma chirría, Tsukishima golpea su cabeza con fuerza mientras mira a Kuroo quien sujeta el volante con un agarre de acero. Sin embargo, todavía terminan girados y presionados contra el tren de aterrizaje del avión más cercano.

Kuroo, gime, sujetándose el hombro, pero le susurra a Tsukishima—: Agarra las placas y vete —abre la puerta del lado del conductor— ¡Rápido!

Si siguen adelante es porque darse la vuelta y pedirle al Date que se vayan a casa no parece ser una buena opción. Tal vez podrían esconderse en algún lugar por un tiempo, al menos hasta que las cosas se calmen, y luego podrían idear otro método para sacar las estereoplacas del país.

Pero ahora ambos están sentados en ese Timor, cuyo parachoques está doblado en forma de acordeón y seguramente tenga una avería.

—Esos tipos te buscan a ti —espeta Tsukishima, abriendo la puerta y escondiéndose detrás del coche.

—Pero pensé que estábamos juntos en las alegrías y en las penas —espeta Kuroo alegremente, y luego agrega— ¿O acaso planeas abandonarme de nuevo?

Si no lo abandonó por su propia voluntad antes, no lo hará ahora. Pero si Kuroo plantea el tema una vez más, definitivamente tomará un bolígrafo y lo apuñalará en el agujero de bala en su hombro con él.

—No —exhala.

Date se acerca por su derecha, así que cambian de lugar.

—Deberías —Kuroo dispara algunos tiros contra el primer auto, escucha un vidrio romperse y un par de gritos—. Dos menos —se da vuelta y lo mira—. Espérame aquí, volveré por ti.

Ya ha escuchado eso antes. También recuerda cómo terminaron aquella vez.

Y quizás esa sea la razón más válida de todas para que Tsukishima lo mire como si fuera un idiota.

Pero Kuroo ignora su mirada, saca su teléfono y llama—. Konoha, necesitamos una distracción —se queda en silencio, se encoge de hombros y aprieta el gatillo tres veces al azar, la última vez sin sentido porque es entonces cuando se le acaba la munición— ¡No sé, algo que realmente distraiga!

Entonces Tsukishima recuerda que Konoha es como su hombre de las explosiones, pero no se le ocurren muchas otras formas interesantes de distraer a una docena de personas en un aeropuerto.

—Cuando te de la señal, corremos hasta aquel vehículo de asistencia —Kuroo apunta con el arma en la dirección correspondiente—. Luego nos separamos y tú me esperas allí —Kuroo describe una trayectoria desde el punto A (el vehículo naranja brillante) hasta el punto B (un hangar para aeronaves pequeñas-—. Volveré por ti.

—No planeo dejarte —sisea Tsukishima enojado. Kuroo se gira a mirarlo y por un momento piensa en que lo va a besar, pero solo lo mira durante unos segundos y luego carga su arma nuevamente antes de seguir disparando.

En el corto lapso de un segundo comienza una conmoción. Un Audi negro pasa por encima de la valla aplastada y más personas comienzan a dispararles a través de la ventana. Tsukishima reconoce a Hinata y maldice en voz alta entre dientes ¡Él es lo último que necesita ahora mismo! El coche avanza y Kuroo retrocede, mientras que él se esconde detrás del tren de aterrizaje. Cae, se golpea la cabeza contra el asfalto, se gira y trata de ponerse de pie de nuevo para orientarse.

Pero en lugar de encontrarse con Kuroo, escucha—: ¡Tsukishima! ¡Kei Tsukishima! —y siente que no debería darse la vuelta. Reconoce perfectamente esa voz— ¡Manos arriba!

Tsukishima se congela, pero no se apresura en levantar las manos, ya que las está usando para sostener la maleta, por lo que solo se muerde el labio.

¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué las cosas no pueden simplemente... salir bien? El pensamiento es doloroso e infantil, pero aún así sigue dando vueltas en su cabeza.

Se da la vuelta.

El agente Sugawara está parado allí con un arma apuntada directamente a él.

Siente oleadas de irritación, ofensa, rabia y también, inesperadamente, preocupación; porque entiende que con cada segundo que pierden allí, Kuroo y él tienen menos posibilidades de salir de todo eso con vida.

—¿Pensaste que te saldrías con la tuya fácilmente? —Sugawara no sonríe. Su arma apunta directamente a su frente y él sabe bien que Sugawara nunca falla. Especialmente desde esa distancia—. Danos las placas, Kei, y ríndete.

Tsukishima mira a su alrededor. Kuroo está justo al lado de la terminal, defendiéndose de Futakuchi y Aone. Desde el otro extremo del aeródromo, puede ver cómo la seguridad del aeropuerto se acerca a ellos. Su tiempo de acción máximo es el tiempo que le tome a los guardias cruzar esos quinientos metros.

Lo que significa que ya no tienen tiempo.

Para nada.

—Te daré las placas —responde—. Te las daré y tú... nos dejarás ir.

Sugawara niega con la cabeza—. No es así como funciona esto, y lo sabes.

Sí, lo sabe. Él no es Kuroo, quien sale de situaciones de mierda usando su carisma, ni Bokuto, quien usa su fuerza para ganar. Él, por el contrario, es muy malo para mendigar piedad. El pánico que se extiende por su cuerpo hace que se paralice con la maleta aún en sus manos.

—Dámelas —repite Sugawara—, o disparo.

Deja la maleta en el suelo. Conoce el protocolo y sabe en qué situaciones Sugawara debe disparar. Lentamente la empuja lejos de sí mismo con un pie, mientras las manijas de metal raspan contra el cemento.

Él y el agente se miran durante unos segundos. Valiosos segundos que no tiene para perder. Vuelve a mirar a Kuroo, todavía deshaciéndose de la gente de Date. Ya no tienen tiempo.

—Escucha, Kei —comienza Sugawara en ese mismo tono que Tsukishima siempre odió desde el minuto uno; ese tono suave e insistente—, pon tus manos detrás...-

Y detrás de Sugawara, en ese preciso momento, explota un avión.

Y no es una exageración: literalmente tiene que cubrirse la cara con los brazos para protegerse del ruido y del calor, pero aún así la onda expansiva lo arroja al suelo, haciéndolo aterrizar dolorosamente. Intenta abrir los ojos lo más rápido posible. La explosión fue en uno de los aviones de tamaño medio estacionados más lejos de su posición, aunque del lado de Sugawara, y aun así igual logra sentir el calor de las llamas altísimas incluso desde donde está. Sacude la cabeza, se apoya en sus codos y ve una pistola a dos pasos de él. A tres pasos está Sugawara, también recuperándose del impacto en el suelo. Está tirado a su derecha, pero es quien está más lejos del arma.

En las dos semanas que ha estado en Yakarta, Tsukishima ha aprendido muchas reglas, y una de ellas dicta: «El tipo a cargo es aquél que tiene la pistola».

Solo tiene que alcanzarla. Son solo dos pasos. Solo tiene que agarrarla y...

A mitad de camino hacia el arma, recibe un gancho de derecha. Sin embargo, este golpea conta algún lugar en su hombro y logra esquivarlo a último momento. Sugawara y él se miran el uno al otro por unos instantes, antes de patear el arma lo más fuerte y lejos posible de ambos. Y, saltando lejos, corre lo más rápido que puede.

Siente que hoy ha corrido lo suficiente como para no correr nunca más en su vida. Claro, si es que no recibe un disparo y puede seguir viviendo el día de mañana. Siente como si hubiese tenido ese pensamiento antes... Bueno, al diablo. Después de todo, esto es Yakarta.

Tsukishima corre con todas sus fuerzas y, si es honesto, no tiene idea de hacia dónde se dirige, solo espera que sea hacia algún lugar lejos de allí en donde no puedan matarlo. Lo averiguará más tarde, por ahora solo necesita encontrar a Kuroo...

Algo traquetea a sus espaldas, parecen trozos del avión aún en llamas, porque el rugido es considerablemente más silencioso.

Y luego, algo golpea contra él.

—A Konoha se le ocurren grandes distracciones ¡No mires atrás! ¡Lo más importante ahora mismo es no mirar atrás! —dice eso en un tono tan horrible, mientras corren hacia los Boeings más cercanos (¿Qué van a hacer allí?), que Tsukishima obedece. Especialmente porque ahora tienen que correr extremadamente rápido.

Pero aún así pregunta—: ¿Qué hay detrás?

Kuroo toma su mano, entrelaza sus dedos y responde— ¡Nada! ¡Solo chicos geniales que no se distraen con explosiones!

Y por alguna razón, Tsukishima se ríe.

La situación no podría ser peor: perdieron las estereoplacas, Date y el agente Sugawara todavía están tras de ellos y cerca de Soekarno-Hatta hay una gran cantidad de personas esperando para atacarlos. Hace diez minutos, solo ese pensamiento lo hubiese sumido en la desesperación.

Qué mierda, piensa, obedientemente corriendo sin ver a dónde mientras sigue riendo, sus bromas son horribles.

Con Kuroo a la cabeza, giran y se esconden detrás del tren de aterrizaje de uno de los aviones justo a tiempo: los guardias corren en dirección por la que vinieron y los pasan de largo. Kuroo mira hacia arriba, nota que están debajo de un pequeño avión privado y murmura—: Sí, esto servirá.

Tsukishima, tratando de recuperar el aliento sin escupir sus pulmones en el proceso, apoya las palmas en sus rodillas y sin levantar la vista, pregunta—: ¿Qué quieres decir...? ¿Qué se supone que... haremos ahora?

—Mantén la calma —dice Kuroo con absoluta seriedad—, tengo un plan perversamente inteligente.

Tsukishima se sobresalta— ¡Pero prometiste... no más... planes perversamente inteligentes!

—No era yo mismo en ese momento —responde Kuroo, primero mirando el avión y luego a él—. Escucha, esto es lo que haremos...

No debería de haberlo escuchado.

Es una idea basura. Tsukishima está seguro de que en Yakarta esa clase de secuestradores de baja calaña aparecen al menos tres veces por semana. Aún así, Kuroo lo mira con seriedad, como si esperara seriamente una respuesta en lo posible positiva.

—Tenemos un arma —le recuerda Kuroo nuevamente.

—Me di cuenta —responde Tsukishima.

—¿Confías en mí? —pregunta Kuroo, agarrando su muñeca.

Peleando, sí. Follando, sí. Pero no secuestrando aviones juntos, ¡Dios santo!

Están perdiendo segundos valiosos, pero Tsukishima igual responde—. No —pero luego se corrige— ¿... tal vez?

—Con eso me alcanza —Kuroo asiente— ¡Vamos!

Tsukishima está seguro de que este es un plan terrible incluso en la escala de planes horribles de Kuroo.

Terrible. Horrible. Muy por debajo del promedio. Un cero absoluto.

Kuroo lo sube al avión, sosteniendo sus brazos firmemente en su espalda y mirando a su alrededor.

El interior del avión es más que lujoso.

—¿Quién eres tú? —Kuroo exige al hombre indonesio frente a ellos, apuntando su única arma en dirección a la oreja de Tsukishima— ¿De quién es este avión? ¿Quién está a cargo aquí?

—Es mío —la voz del hombre tiembla—. Mi nombre es... Gunther Perkasa. Este es mi avión... mi esposa y yo estamos a punto de irnos de luna de miel... Si necesitas dinero, puedo dártelo... mi padre es muy rico... Por favor, no nos lastimes...

—¡Gunther, amigo! —dice Kuroo, sonriendo ampliamente. Una de sus manos pellizca el trasero de Tsukishima y este apenas se refrena de darle un codazo en su hombro herido—. Dile a tu piloto que despegue, ahora.

—Pero mi esposa... —dice Gunther, sin comprender, pero Kuroo apoya la fría boca del arma en el cuello de Tsukishima y dice—: ¿Quieres tener la sangre de un hombre inocente en tus manos? ¡Este tipo solo es un trabajador ordinario! ¡Lo tomé de rehén mientras limpiaba el aeródromo! ¿Qué pasa si tiene... no sé, dos hijos? ¿Dejarás huérfanos a esos niños?

Tsukishima no reacciona en absoluto y Kuroo lo pellizca de nuevo, esta vez con más fuerza.

—Oh —dice Tsukishima de la forma más inexpresiva posible, poniendo los ojos en blanco—. Por favor, sálveme.

—¡Kei! —Kuroo se queja— ¡Así no es divertido actuar contigo! —y luego envuelve un brazo alrededor de su cintura para acercarlo más. Ahora apunta con el arma en dirección a Gunther Perkasa, cuyo nombre a Tsukishima le parece vagamente familiar—. Bueno, como sea. Vamos, dile al piloto que estamos eh...

—Estamos secuestrando su avión —completa Tsukishima, y Kuroo le sonríe.

—Tengo todo bajo control —dice Tsukishima, cerrando el teléfono de golpe. La Iglesia le proporcionó un celular con tapita del año 2005 o 2006 y todavía lo lleva encima.

La cabina del piloto zumba uniformemente. Tsukishima suspira cuando siente el cambio brusco de altitud: el tren de aterrizaje ya se ha despegado del suelo. El aeropuerto se desvanece tras las ventanillas.

Despegue exitoso.

—¿Ruego me disculpe? —el comandante de la tripulación pregunta débilmente.

Kuroo se inclina hacia adelante sin quitar el arma de su cabeza y hace una mueca de intriga— ¿Sí, Frank? —y sonríe alegremente. Al parecer, es otra de las bromas que solo él entiende y que solo él encuentra divertidas.

Especialmente porque el hombre dice—: No soy Fra-

Clásico. El comandante no termina de hablar, traga y mira a Kuroo por encima de su hombro. El arma le roza la oreja.

El segundo piloto está considerablemente más tranquilo. Durante su ataque, le quitaron su Mauser reglamentaria. Ahora, Tsukishima se encuentra con la espada apoyada contra una de las paredes de la cabina, la cual vibra silenciosamente, agitando su arma recientemente adquirida de un lado a otro mientras observa cómo se desarrollan los eventos.

—¿Dónde le gustaría aterrizar el avión? —pregunta el piloto obedientemente.

¡Qué complaciente! ¿Siempre es tan agradable secuestrar aviones? Tsukishima considera que está a un paso de estar sobrecalificado.

Kuroo, apoyado en los asientos del piloto con los codos y luciendo absolutamente a gusto con la situación (¿Cuántas veces ha hecho esta mierda y por qué no lo han atrapado aún?) pone los ojos en blanco.

—Me encanta esa pregunta —sonríe— ¿A dónde se supone que debían ir?

El piloto responde, mirando el arma—. A Honolulu.

Kuroo frunce el ceño y se rasca la cabeza con la pistola.

—¿Dónde queda eso? —Dios, ¿qué tan poco sabe de geografía?

Tsukishima suspira como diciendo «no tienes remedio» y, a juzgar por el hecho de que Kuroo lo mira atentamente, se da cuenta de que entendió la implicación así que responde—. Está en Hawái.

—¡Excelente elección! —Kuroo aplaude, dando una palmada en el hombro del piloto con aprobación. Si vuelve a sacudirlo así, estrellará el avión y no llegarán a ninguna parte. Kuroo se estira y luego exclama— ¡Volaremos a Hawái!

No es mala elección. Deben llegar a los Estados Unidos, pero aterrizar en el continente con un avión robado es mucho más difícil. En el continente, cualquier amenaza de actos terroristas es una convocatoria instantánea de un equipo SWAT, y Tsukishima no tiene deseos de volver a probar la durabilidad de su cuerpo. Ya no.

Y si Honolulu no resulta, hay muchos aeropuertos privados en toda la isla. Además de que llegar a la costa oeste desde allí es muy fácil.

—Descansaremos bajo las palmeras, beberemos cócteles y haremos el amor —dice Kuroo felizmente.

Tsukishima no está seguro de expresar su aprobación en voz alta. Pero... visto que ya no tienen las placas, no necesitan llevarlas a ningún lado. Por lo tanto... no necesitan apresurarse. Si Kuroo logra no volverlo loco durante las siguientes nueve horas de vuelo, entonces... y después del «entonces» piensa «¿Por qué no?», pero Kuroo no necesita saber eso. Abre la boca para decir alguna especie de comentario hiriente, pero no se le viene ninguno a la mente.

—Bien —Kuroo golpea sus jeans con una mano—. Y ahora, necesito hacer una llamada.

Marca un número y se apoya contra uno de los asientos. Mientras espera que la otra persona conteste, le quita la gorra al piloto, se la pone sobre su cabeza y se alegra cuando finalmente oye una voz que animadamente contesta desde el otro lado de la línea— ¡Hola, Bo! Así que uh... Sí, sí, escucha... Sí, ¡todo está bien! Escúchame... Sí, préstame atención...

Tsukishima lo mira de reojo con curiosidad.

—Secuestré un avión —confiesa Kuroo, sin un ápice de arrepentimiento en su voz.

Bokuto, al otro lado de la línea, pregunta algo. Kuroo mira a Tsukishima, sonriendo de oreja a oreja.

—Armado con ese mismo encendedor, amigo.

Y esa es la pura verdad. Pero claro, las cosas no terminan ahí.

* chef kiss * amo terminar mis propios fics cerrando el círculo tal cual hicieron aquí.

Espero que la escena de la misa haya quedado bien. Googleé un montón acerca de la misa de la última cena para traducirla correctamente pero no encontré mucho, así que terminé yendo a una iglesia para consultar jaja

Solo Dios sabe que la consulta era para un fic de narcos gays.

Como datos curiosos:

Moolah es una palabra de jerga inglesa o yanqui para decir «dinero».

Lo de Pokémon tipo planta no estaba en el original ruso, eso fue una idea de la traductora al inglés y me resultó bastante cómico dejarlo.

¡Ahora sí! Sigan de largo y vayan a leer el epílogo.

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