Capítulo 16
HEY HEY HEY
¡Servicio a la habitación!
Perdón por la tardanza, estaba editando el capítulo en la compu de la oficina y justo llegó mi jefe así que tuve que cerrar todo a las apuradas. Resulta que se quebró la pierna, hoy lo operan e IGUAL VINO A TRABAJAR (¡Señor, vaya a hacer reposo!). Muy Capricornio, ambos jaja
En fin, como siempre, muchísimas gracias a mi beta NatalieNightray1997 por haberse tomado el tiempo de corregir esta traducción.
Hoy no tengo nada que acotar, solo que las oraciones en italic son pensamientos. No creí que fuese necesario aclararlo pero por las dudas igual se los recuerdo.
Por cierto, ¡acabo de publicar el primer capítulo del fic para el Omigiri Exchange! Ayer me quedé levantada hasta las 2 de la mañana para terminar de cerrar el maldito capítulo, justo antes de la fecha límite. Podrán encontrar el fic en mi perfil de Wattpad y Ao3 (en donde también estará en inglés). Por las dudas, también voy a estar publicando los links en Twitter así que aprovechen y pasen a chusmear todos los arts y demás cositas que se están publicando.
Dicho esto, rompan una botella, pónganse cómodos y disfruten el capítulo.
Si los intrusos disparando fuesen pequeñas pandillas o la Tríada, estarían obligados a luchar para sobrevivir. Pero si se tratase del Cartel, todos podrían empezar a darse por muertos.
Iwaizumi se acerca a la ventana con la vista panorámica de la pista de baile. Tsukishima no está seguro de cuánta libertad de movimiento tiene permitida, pero Oikawa cruza una pierna sobre la otra y pregunta—: Entonces, ¿quién es?
Los hombros rectos y cubiertos de tatuajes de Iwaizumi se tensan. Levantan la cabeza y gruñe, luego hace un gesto en dirección a la ventana—. Nunca adivinarás.
Tsukishima se acerca a la ventana en dos pasos, sin prisas, y ve la respuesta con sus propios ojos. Justo en ese momento, la respuesta está golpeando a un guardia de seguridad contra el borde de la barra del bar antes de arrastrarlo por encima, rompiendo vasos en el proceso. Luego se da vuelta hábilmente, agita la mano que sostiene su arma hacia otro tipo y comienza a caminar hacia algún lugar a la derecha, donde, según sus cálculos, está la escalera que lo conduce allí.
—¿Tendou? —Oikawa frunce el ceño— ¿No? ¿Xiaolun? ¿Tampoco? No me digas que es Ushiwaka...
—Cállate —Iwaizumi lo regaña y Oikawa abre los ojos con fingida sorpresa—. Hanamaki, agarra las placas estereoscópicas, escóndelas con Matsukawa, ya sabes dónde. Y llévatelo —señala a Tsukishima con la cabeza— a algún lugar fuera de aquí.
—No ensucies el coche —Oikawa sonríe con la comisura de su boca.
—No, simplemente llévatelo, no lo lastimes.
Tsukishima quiere construirle un monumento. Iwaizumi rápidamente se está convirtiendo en su residente favorito de Yakarta.
—¿Qué haremos nosotros? —Oikawa endereza el brazo que tenía puesto sobre el respaldo del sofá.
—Nosotros tendremos una buena charla corazón a corazón con Kuroo Tetsurou —vuelve a mirar por la ventana, por donde puede ver cómo una lámpara de neón sobre unos estantes cae al suelo, llevándose todas las botellas consigo—. De paso, también discutiremos cuanto nos debe en concepto de daños y perjuicios.
Oikawa comienza a balancear nerviosamente su pierna. Tsukishima cree que está luchando contra el deseo de saltar, correr hacia Kuroo y golpearlo con su arma.
—Hanamaki, vete —Iwaizumi estira el cuello.
Parece que la «discusión» no será con palabras.
Y se van. Tsukishima todavía no puede creer que lo estén dejando ir tan fácilmente ¿Quién podría haber adivinado que los tipos más amables de la ciudad son motociclistas? Aunque mirando a Hanamaki o a Oikawa, es difícil imaginar que ellos también lo sean. Recuerda el informe: el recuento total de miembros del club de motociclistas Citadel es de 200 personas. Otros cien son varios tipos de delincuentes, comenzando por chantajistas y terminando con personas como Oikawa. El expediente está firmemente presente en su mente, aunque sigue sin creer que él sea el líder. Pero probablemente se deba a que los informes de asesinatos y maquinaciones financieras están adjuntos a una foto de su cara irritantemente cursi.
Cruzan el pasillo ahora vacío repleto de bebidas abandonadas por doquier, caminan por otro corredor estrecho e ignoran las escaleras por las que subieron originalmente.
Hanamaki lleva la bolsa al hombro y el teléfono en su mano—. Mattsun, ¿ya estacionaste? Genial, ahora voy. Tenemos —se oye el ruido de vidrio rompiéndose a sus espaldas— a Kuroo Tetsurou aquí.
Con «aquí» se refiere a que ya les está pisando los talones. Un nudo de emociones se atora en la garganta de Tsukishima. Tiene muchas ganas de golpear ese rostro engreído y preguntar en qué momento lo entregó a Washijou. Aunque su sentido común le dice que puede que ni siquiera haya sido él, pero, ¿quién más tiene motivos?
—Okey —responde brevemente Hanamaki, finaliza la llamada y vuelve a guardar su teléfono. Su tono es totalmente lo opuesto a cómo la gente suele hablar de las celebridades, con risas nerviosas y escepticismo, pero encaja perfectamente para hablar de Kuroo.
Hanamaki endereza la bolsa en su hombro.
Ahí está, solo estírate, agárrala y corre.
Hay disparos a sus espaldas y hay gente esperando por él más adelante, pero es la primera y única oportunidad que tiene de recuperarlas. Una vez que la deje ir, estará en un auto sin posibilidades de escapar.
Comienza a formular un plan. Uno terrible, si es honesto. Antes de Yakarta, nunca se hubiese comportado así, pero en un lugar en donde tienes que saltar de un lado a otro para buscar aire fresco entre carbones encendidos, no tienes muchas opciones. Lo único que contrarresta los aspectos negativos de la situación es un poco de oropel emocional.
Entonces, si bien esto es lo que haría un cerdo ingrato, no quita que de vez en cuando uno deba hacerlo.
Corto y al tobillo.
Tsukishima suspira, estira sus dedos temblorosos y golpea a Hanamaki con fuerza en las orejas. Hanamaki se da la vuelta, hace una mueca y abre los ojos de par en par. Tsukishima intenta forzar su cabeza contra la pared, pero no lo logra. En su lugar, recibe un golpe en el plexo solar.
—Esto no es gracioso —dice Hanamaki— ¿Para quién trabajas? Si estás intentando esto es porque...
Tsukishima tiene su propio estilo de lucha de «golpea y corre» al cual bautizó «Golpea con lo ojos cerrados donde puedas alcanzar y corre lo más rápido posible». Golpea a Hanamaki en la rodilla, pero no se oye ningún crujido.
—Que bastardo ingrato eres —Hanamaki alcanza la pistolera en su cinturón.
Eso no es nada bueno. Tsukishima lo golpea en el brazo con el puño, le da un codazo en las costillas y le quita la bolsa del hombro, pero Hanamaki no la suelta. Tira de la correa y muerde a Hanamaki en la muñeca con tanta fuerza que puede sentir los tendones moverse debajo de sus dientes. Cuando se queja del dolor, agarra la bolsa y corre.
Correr hacia adelante no es una opción por que ahí es donde está Matsukawa, escabullirse sin ser notado definitivamente es algo que tampoco funcionará, así que vuelve corriendo por donde vino.
Lo más probable es que Iwaizumi, Oikawa y Kuroo estén manteniendo su conversación en el área de relajación, posiblemente con algunos disparos de por medio. Así que tiene dos opciones, ambas igual de horribles: podría esconderse de Hanamaki, atacarlo por la espalda y luego salir silenciosamente del club; o podría salir del club ahora mismo, pero eso solo sería factible en el caso de que el tiroteo en primer piso haya eliminado a todos los guardias y a los clientes.
Pero hay una razón por la cual Dios se ríe de los planes perversamente inteligentes.
Hay un cuerpo tendido en la entrada al área de relajación: es un guardia de seguridad fornido, sin sangre ni heridas de bala, solo está inconsciente. Tsukishima gira por la derecha y comienza a bajar por la escalera de caracol.
—¡Mierda, espera! —Hanamaki le grita.
Cada paso que baja por la escalera produce un sonido metálico similar a un timbre. Después de una vuelta y media, llega a la planta baja y comienza a correr. El vidrio roto cruje bajo sus pies, salta sobre un cuerpo con traje negro tendido boca abajo y aterriza sobre un charco azulado de cóctel. Sus zapatos se resbalan hacia adelante y la pesada bolsa lo arrastra hacia la izquierda. Gasta toda su energía en mantenerse erguido y saltar sobre un taburete volcado frente a él, solo para estrellarse contra un hombro vendado.
—¡Dios, maldita sea, Jesús!
—Dios, maldita sea, Jesús —Tsukishima hace eco de él en voz baja.
Delante de él está Oikawa, con una mano en su cinturón y un dedo en el gatillo de su arma apuntando a Kuroo mientras Iwaizumi también lo tiene en la mira, y Kuroo, a su vez, está apuntando a Iwaizumi con la suya. O así era hasta que Tsukishima chocó contra él y empujó su mano.
En ese momento, Hanamaki los alcanza y se detiene a un brazo de distancia.
—¿Qué está pasando aquí? —Iwaizumi pregunta con calma, pero Tsukishima todavía tiene piel de gallina.
—¿A ti que te parece? —Hanamaki asiente hacia la bolsa en manos de Tsukishima.
—¿Son las estereoplacas o acabas de venir de pilates? —Kuroo se inclina, examinando la bolsa Adidas con rayas negras.
—¿Te crees muy gracioso? —Oikawa sonríe dulcemente.
Tsukishima no puede imaginar quién lo consideraría gracioso, solo quiere salir vivo de allí lo más rápido posible. Y tal vez apuñalar la herida de Kuroo por entregarlo a Washijou.
—No, no empieces —ordena Iwaizumi. En sus ojos claramente se ve decepción. Tsukishima no se siente listo para enfrentar las consecuencias de sus actos.
—Tú —apunta a Tsukishima—, pon la bolsa en el suelo y vete.
—¿Por qué estás tan decidido a dejarlo ir? —Oikawa entrecierra los ojos.
—Y tú, Kuroo —dice Iwaizumi, ignorando la pregunta—, te quedas. Tenemos mucho de qué hablar.
Kuroo mira a Tsukishima de arriba abajo, evidentemente solo está allí para recuperar las placas— ¿Cómo qué?
—Golpeaste a todos nuestros guardias.
—Ellos me estaban disparando, así que me ofendí.
—Asustaste a nuestros clientes.
—Es publicidad gratuita.
—Destruiste nuestro bar —Oikawa sugiere otra opción—, y no solo el bar.
—Estaba buscando las estereoplacas y a mi princesa, tenía mis razones —declara Kuroo con dramatismo. Al ver que no obtendrá ninguna de las reacciones deseadas, agrega—: ¿Qué, no les alcanza?
—Ya hemos establecido nuestros términos —responde brevemente Iwaizumi, cortando la charla—. Y no, no nos alcanza.
—Creo que es bastante interesante —aporta Hanamaki de manera neutral.
—¿Encontraste a tu princesa? —Oikawa bufa.
Kuroo mueve elocuentemente su mano desde la cabeza de Tsukishima hasta sus pies.
—¿Y entonces? —pregunta Iwaizumi, con poco o nada de paciencia.
—No, creo que solo me llevaré las placas —dice Kuroo, confirmando las conjeturas de todos, y bosteza.
Hanamaki se contagia el bostezo— ¿Qué? ¿Nos dispararemos otra vez?
Tsukishima quiere girarse hacia él y gritar «¡No!», luego volverse hacia Kuroo y gritar «¡¿Acaso eres idiota?!» y también quiere decir «En serio, son tres contra dos, además de que solo uno de nosotros tiene un arma y solo uno tiene los dos brazos completamente funcionales».
Tsukishima mira a Kuroo y Kuroo le devuelve la mirada con los ojos entrecerrados, hasta que capta su idea, se da vuelta y sonríe.
—Bueno, sí, aunque... —asiente con naturalidad— ¿Puede ser sin Oikawa? Podría arruinar su peinado.
—¿En serio? ¿TÚ me estas diciendo eso a MÍ? —Oikawa deja escapar una risa de incredulidad y automáticamente alisa su cabello— ¿Es que acaso te pagan por caminar con eso en la cabeza?
—Iwaizumi —dice Kuroo con tono fúnebre—, ten en cuenta de que no fui yo quien destruyó la más pequeña esperanza de paz.
Y después de eso comienza el pandemonio: Kuroo se arroja detrás de la barra, Tsukishima golpea la pesada bolsa contra el brazo de Hanamaki y se lanza tras él. Aterriza justo en la encimera, se arrastra hacia abajo, casi rompiéndose el cuello contra una máquina rompehielos y terminando en el suelo junto a Kuroo.
—Otra vez estamos en la misma trinchera —Kuroo dispara unas cuantas veces y se gira a mirarlo.
Tsukishima está sentado en el suelo, con las rodillas dobladas, escondiendo la cabeza entre los hombros y con la bolsa de las placas firmemente agarrada. La desventaja en todo esto es que, si logran salir de allí, todavía tendrán que luchar entre ellos por las placas.
—Desafortunadamente —responde con cortesía y se frota la cara.
—¡Tregua! —grita Oikawa.
Se hace el silencio, Kuroo asoma la cabeza cautelosamente desde detrás de la barra.
—¡Es broma! —dice Oikawa y vuelve a disparar.
—¡Nunca has tenido sentido del humor! —hay algo vengativo en el tono de voz de Kuroo al decir eso.
—¡Tengo un excelente sentido del humor! —Oikawa protesta y Tsukishima tiene un deja-vu.
—¿Esto es una venganza por lo de la chica puertorriqueña? —Kuroo pregunta indignado, completamente cubierto de fragmentos de vidrio roto.
—Era chilena —lo corrige Oikawa con pedantería— ¡Y no, esto no es una venganza por lo de la chilena!
—Oikawa, ¿cuántos años pasaron? Supéralo —Kuroo pone los ojos en blanco, carga un nuevo cartucho en su arma y tira el viejo a un lado sin mirar.
No, Tsukishima en realidad no está interesado. No le interesa, pero Kuroo lo mira y le asegura— ¡Oikawa y yo nunca tuvimos nada serio! Solo era una aventura.
—¡¿Tres años no eran nada serio?! —se escucha.
Tsukishima lo mira con las cejas levantadas y Kuroo le susurra—. Está mal de la cabeza, no le hagas caso.
—¡Está bien, todos cállense! ¡Hanamaki, calla a Oikawa! ¡Tsukishima, calla al idiota! —Iwaizumi restaura el orden— ¡Tregua!
Kuroo y Tsukishima intercambian miradas. Tal vez Kuroo sea capaz de idear otro plan perversamente inteligente, pero Tsukishima no, por lo que entiende que, en esa posición, con esos recursos, no podrán resistir mucho más tiempo.
Kuroo responde—: ¡No te creemos! ¡Primero dispárale a Oikawa!
Sin embargo, lentamente se asoman desde detrás de la barra. Como deberían haber esperado, una bala vuela instantáneamente hacia una botella en el estante a sus espaldas. La botella estalla. Tsukishima se inclina, protegiendo su cabeza de los fragmentos de vidrio. Sus manos arden del dolor y está empapado en alcohol.
—¡Iwa-chan acaba de decir que no dispares Makki! —Oikawa se queja con irritación— ¡Acabas de volar una botella de Calvados de setenta dólares!
Pero eso no hace que Tsukishima se sienta mejor: ahora solo puede oler alcohol.
—La botella aguantó ahí con tanta valentía y tú... —sigue Oikawa.
—Entonces, ¿tregua o no? —pregunta Kuroo, apoyando las manos contra la barra. Uno de los fragmentos de vidrio, uno pequeño, está clavado en su espalda, pero parece no notarlo.
—Pero era un Calvados... —Oikawa suspira.
Kuroo de repente jala a Tsukishima hacia él y le pasa la lengua por el cuello—. Sí, y era un Calvados bastante bueno.
Tsukishima lo golpea en la muñeca, lo mira y comienza a limpiarse la saliva en el cuello con la manga.
En ese momento, se escucha una explosión en la distancia.
Está seguro de que es una explosión, porque los edificios solo se sacuden así con una explosión o por un terremoto, pero no cree en el sentido del tiempo de la naturaleza. Es más probable apostarle al sujeto del Cartel que suele cargar granadas.
Y en el siguiente instante, ve cómo un grupo del Cartel aparece desde el primer piso, liderados por Tendou Satori.
—Bueno, mierda —sisea Tsukishima.
—Bueno, mierda —concuerda Kuroo. Y luego grita a todo volumen—: ¡Tendou, no fuiste invitado a esta fiesta! ¡Vete!
—¡Kuroo! —Tendou le grita— ¡Dios, solo has estado en la ciudad por dos semanas y ya me tienes harto!
—¿Tienes algún arma? —pregunta Kuroo, girando la cabeza hacia Tsukishima, quien le muestra sus manos vacías. Kuroo insulta entre dientes, alcanza la botella más cercana y le rompe el fondo contra el borde de la barra. El alcohol salpica para todos lados, empapando sus dedos y la manga de su camisa, pero lo ignora y le alcanza la botella a Tsukishima.
—¿Y cómo se supone que esto me ayudará contra los disparos? —pregunta, en lugar de agradecer.
—¡Si Dios quiere! —Kuroo responde con irritación.
—¿De repente reconsideraste la idea de matarme?
Se miran durante unos segundos, hasta que los disparos, los gritos y los insultos vuelven a comenzar. Sobre todos ellos se oye un grito especialmente fuerte de Iwaizumi— ¡Dejen de destrozar mi club!
—Estoy dejando un poco de lado esa idea —responde Kuroo de manera neutral, sin una pizca de broma, mientras recarga el arma. Trata de no mover su hombro, pero aún así utiliza su mano—. Todo depende de cómo te portes.
Luego levanta el brazo y dispara varias veces al azar.
Los disparos ahora también vuelan en su dirección. Kuroo dispara un par de veces más y luego se levanta. Tsukishima no quiere seguirlo, pero Kuroo sale desde atrás de la barra y le dispara a alguien, por lo que decide que él también debería levantarse.
Y luego se da cuenta de algo que Kuroo no: Semi lo tiene fijamente en la mira, a sus espaldas.
Sus piernas se mueven hacia adelante tan rápido que ni siquiera tiene tiempo para pensar cuando empuja a Kuroo hacia un lado y ambos caen al suelo, directamente sobre el vidrio roto y el alcohol derramado.
—¡Maldita sea! —Kuroo lloriquea, acostado a su lado. Tsukishima se apoya sobre su codo, sintiendo como caen pequeños fragmentos de vidrio desde su rostro, pero no le molesta.
Ambos están vivos.
—¡Mi braaaaaaaaazo! —Kuroo continúa quejándose.
—Si sigues acostado allí, te matarán —Tsukishima comparte sus optimistas observaciones, arrodillándose y tratando de orientarse en el espacio.
Les están disparando desde todos los rincones. Kuroo instantáneamente deja de quejarse y se pone de pie, pero antes de esconderse tras una esquina, dice—. Solo para que lo tengas en cuenta, si me matan a mí, nos matan a los dos. Por tu cuenta estás tan indefenso como un gatito —y esquiva los disparos provenientes de la derecha. Tsukishima rueda hacia la izquierda, pero de forma mucho más torpe que Kuroo y ni siquiera porque tenga la bolsa en brazos. Bueno, es posible que tenga razón.
Mirando a su alrededor, Tsukishima decide llegar a la otra escalera así que se pone de pie, tratando de correr para evitar las balas.
Y luego alguien le quita la bolsa del hombro. Vuela hacia atrás con fuerza, tropieza contra algo y cae al suelo. Ese algo resulta ser un cadáver lleno de agujeros de bala. Toma aire, en voz alta, y casi comienza a ponerse histérico. Parece que el próximo cuerpo será el suyo.
Un tipo de cabello claro con un corte de pelo lacio sostiene la bolsa con una mano y le apunta con una pistola con la otra. Y este tipo en particular, no luce como alguien que apunta armas en broma. No, este tipo tiene verdaderas intenciones de matarlo.
Esa idea le llega un momento antes de que el tipo apriete el gatillo. Shirabu, recuerda repentinamente, estaba en el hotel aquella vez. Se da la vuelta y se tira detrás de una mesa volcada: la sangre y el alcohol hacen que sus zapatos resbalen y que sus piernas se abran, pero aún así logra llegar con vida.
A la izquierda: nada. A la derecha: nada. Detrás: Shirabu.
Se obliga a pensar. A la derecha, detrás de la barra, tiene a Kuroo disparándole a alguien. A la izquierda, tiene a Iwaizumi golpeando a algún sujeto con una silla. No alcanza a ver a Oikawa, pero es la última persona a la que le pediría ayuda. Nadie allí querría ayudarlo a robar las placas solo porque sí, ¿verdad?
De repente, una bala impacta contra el borde de la mesa metálica. La mesa vibra y Tsukishima gira la cabeza para ver una pequeña abolladura. Entiende que lo único que lo separa de una bala como esa es una delgada lámina metálica del grosor del marco de una puerta.
Se pregunta a sí mismo qué es lo que elegiría Akiteru: ¿Las estereoplacas o la vida de su hermano menor?
Bueno, Akiteru lo ama. Esa es la respuesta.
Reuniendo todo su ingenio, corre hacia adelante. No está listo para renunciar a su vida por una bolsa con placas de impresión perfectas, por lo tanto, elige la opción que le permitiría sobrevivir.
—¡Oye! ¿A dónde vas? —Kuroo grita desde el otro extremo del cuarto, pero Tsukishima lo ignora y acelera hasta la puerta. Allí hay menos víctimas, al parecer lograron evacuar el club antes de la llegada del Cartel.
Las balas siguen volando muy cerca, una hasta llega a rozarle levemente la cadera. Pero incluso si no fuese leve, tampoco lo hubiese notado en ese momento.
Solo se concentra en maldecir.
Maldice esa ciudad, maldice esa semana, maldice ese día.
Ni siquiera recuerda cómo exactamente se las arregla para alejarse de Shirabu. Solo corre. Por primera vez ese día, no mira hacia atrás. Solo quiere salir de allí.
Su carrera lo lleva por distintas calles, pero sigue corriendo como loco hasta llegar a la carretera. O el destino finalmente decide compadecerse de él, o es el comienzo de sus desventuras. Por segunda vez en veinticuatro horas, sangrando y empapado en alcohol de pies a cabeza, se sube a un taxi.
Una hora y media después, definitivamente siente deseos de morir. Siente deseos de acostarse, morir tranquilamente y que alguien lo encuentre debajo de la cama tres días después.
Vierte antiséptico en sus cortes y coloca enormes curitas. La niña china del mostrador le entregó el botiquín de primeros auxilios con desgana, mirándolo como a un degenerado enfermo solo hasta que pudo ver el corte en su brazo. No hay argumento más convincente que ese.
En la habitación del hotel pasa mucho tiempo lavándose la suciedad y la sangre de debajo de las uñas. La puerta de vidrio de la ducha está empotrada en la pared, junto a la pileta, que tiene un rastro de óxido que se extiende desde el grifo. Trata de pensar en pequeñas cosas, en lugar de recordar que tiene la mierda hasta el cuello.
Recuerda los trajes planchados que dejó en Miami, sus zapatos lustrados, los informes de cambio y sucursales bancarias. Mira su reflejo en el espejo: un hematoma en el pómulo, sangre en la frente y un corte en la barbilla. En lugar de un traje planchado, solo tiene una camisa con una manga rota manchada de sangre seca y licor color marrón.
Todo el dinero que le sobraba lo gastó en esa habitación de motel. No tiene ropa para cambiarse y mañana por la mañana debe irse. Eso será como una carrera olímpica a través de un campo minado.
Se lava la cara, se frota las sienes con agua y se pone sus gafas. No cree que pueda dormir, tampoco ducharse: tiene demasiado miedo de que el agua oculte el ruido de alguien que intente entrar.
Cuando sale del baño, el dormitorio lo recibe con una colcha de satén reluciente sobre una cama enorme y una lámpara de neón roja en la pared con forma de labios de mujer. Es tan espantoso que hasta le resulta divertido.
El lado bueno es que sobrevivió por hoy. El lado malo... bueno, todo lo demás. Las placas estereoscópicas reales probablemente estén en manos del Cartel.
Arruinó todo.
Al parecer, él no era el más indicado para esa misión. En su momento, no dijo que no iba a lograr nada, porque la situación no se lo permitió, pero sí lo imaginó. Mañana admitirá honestamente que arruinó todo. Mañana, estará flotando boca abajo en el mar de Java, o quizás estará de regreso en los Estados Unidos, lejos de las guerras de pandillas, tiroteos y peleas. Lejos de ser golpeado en la cara con el costado de un arma, lejos de los besos en callejones, lejos de las pistolas robadas, lejos de idiotas presuntuosos saltando de rascacielos, y lejos de esa sensación punzante y caliente de que algo está a punto de estallar en su interior.
Se sienta en la cama y esta se hunde. Hacer el amor en una cama como esa probablemente sea como subirse a un toro mecánico. Si Kuroo no lo hubiera entregado a Washijou, entonces...
Sus pensamientos son tragados por una incipiente migraña y algo de autoengaño. Se frota las sienes doloridas hasta que la puerta vibra cuando alguien toca. Es pasada la medianoche. Si entre las reglas para sobrevivir en Yakarta hay una que se debe seguir a rajatabla, es que no se debe confiar en los invitados nocturnos. Esa regla seguramente esté escrita en la primera página, con fuerte relieve y resaltador dorado.
—¡Servicio a la habitación! —la voz de Kuroo dice desde el otro lado.
¡Servicio a la habitación!
¿Coincidimos en que Oikawa tiene pinta de cornudo? Encima con una chilena, pobre. Al Argentoto le debe estar doliendo el orgullo jaja
Nuestro Tsukki está con la mierda hasta el cuello y con pocas horas para decidir qué hacer, ¿alguna teoría?
¡Creo que eso es todo por hoy! Me voy corriendo a dejar todo publicado, armar los post de Twitter (que por cierto, ¡este capítulo viene con art!) y a terminar los planos.
Los veré el siguiente lunes con otro capitulazo, ¡besitos!
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