Ayúdame, aunque sonría

–La presión de la cabina está regularizada. El sistema de soporte vital y el sistema nervioso virtual están activados. La presión de Aether está ligeramente elevada, pero los conductos se estabilizaran. Es posible la respiración y combustión mecánica. Motores nerviosos activados. Fibras musculares dando respuestas y estímulos adecuados y regulados. La unidad ENJIN YEONGHON GIGYE-HANA está funcionando. Es ahora cuando puedes comenzar la polimerización, Janet.

–Estás tensa, ¿no?

–Si...

En un hangar frio e impregnado de olor a acero y algo parecido al carbón, había un robot y un único eco de tuercas, motores eléctricos y voces a través de un altavoz. Aquella maquina era más flexible que un ser humano, más articulado, incluso más ágil. No poseía rostro, apenas dos cámaras sensibles a la luz que simulaban ser sus ojos. Sus articulaciones eran esferas conectadas a extremidades flexibilizadas por fibras metálicas impulsadas por pequeños motores. Al interior de este, alambres que intercambiaban señales eléctricas a cables más grandes que intersectaban en una cabina atrás del cuello de la máquina. Su tamaño era abismal y casi inimaginable que una bestia de tal tamaño pudiese moverse con tanta gracia: medía cien metros de altura. Un cable de alimentación estaba conectado por sobre la batería interna del mecha, no muy largo pues que dependiese de tal cable era un impedimento para sus objetivos.

–A veces me siento mal haciendo esto –dijo la ingeniera que controlaba las mediciones que entregaba el mecha–. No somos los mismos de hace 18 años.

–¿Realmente importa? –respondió el bioingeniero sentado al lado de su asistente–. Lo más triste es que aquella filosofía murió hace mucho. En tiempos de guerra, la moral se vuelve una debilidad, básicamente. Uno es lo único que queda. Uno es quien debe vivir por sí mismo.

–¿A qué se refiere?

–En este mundo, tú ya no ves una niña cuya infancia fue robada cruelmente por su padre o nosotros. O el primer eslabón en una cadena de muerte y genocidio. Lo que todos ven son cien mil billones de zuzim invertidos en un nuevo programada para crear unidades "ENJIN YEONGHON". Tú tampoco ves a una niña, ves una oportunidad para ascender en tu trabajo y llegar a encabezar tu propia investigación. Tampoco tengo el lujo de ver a una niña, solo puedo ver años de investigación en un punto culmine. Si llega a morir, sentiría más frustración y odio a mí mismo que pena por Janet. Estaría tan ocupado que ni siquiera podría ir a su funeral. Para mi generación y la tuya el preocuparse por alguien más es un insulto a nuestro instinto de preservación como individuo.

–Señor... La comunicación con el GIGYE estaba activada...

–No es algo que Janet no haya oído antes.

Estaba ahí, sentada, viendo como las lágrimas caían hacia sus piernas. No podía creer como algo que había rondado tantas veces en su cabeza, que había interrumpido tantos momentos de gozo haya roto su corazón otra vez. "Ya me había acostumbrado a esto" dijo una voz fría dentro de ella, insultándola con cada silaba por lo miserable que se veía. "No soy nada" dijo otro pedazo de ella, más apegado a sus emociones, que también estaba sufriendo con cada lagrima caída. "¿Acaso sirvo para algo más? ¿Qué sentido tiene que mueva esta maldita maquina?". Se sentía sucia, asqueada, débil por romper la promesa que juró desesperadamente a su corazón.

–Janet, ¿estás lista para la fusión?

La realidad la volvió a atacar. Apretó su corazón nuevamente y domó su agitada respiración.

–Si... Solo... Estoy un poco cansada...

–¿Qué esperas entonces?

Comenzó a temblar. Las lágrimas cedieron nuevamente. ¿Acaso aquellas palabras que encaraban su incompetencia implícitamente lograron cortar otros pocos hilos que la ataban a la vida? Se había acostumbrado a llorar en silencio, o solo acompañada solo de suaves gemidos, aprovechándose de los ruidos de la maquinaria para encubrirlos. ¿Cuántas cosas la ataban a vivir? ¿La inercia de los deseos de los demás era la única fuerza que impulsaba aquel roto corazón? ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué? Aquellas preguntas hacían que se diera cuenta lo aislada que estaba de la vida, cubierta de desconfianza y sonrisas plásticas, viendo afecto y amor que ella sentía ajeno a su existencia.

Un casco grueso de acero bajo colgado de un cable únicamente móvil por los segmentos en este. Frio y liso al tacto. No poseía visor alguno para que sus ojos vieran el exterior, ni siquiera algún orificio para respirar o una salida para su boca. Era simplemente un recipiente en donde podía meter toda su cabeza.

–Iniciando enlace... –decía la asistente mientras supervisaba el proceso–. Penetrando el encéfalo y la medula espinal... Estableciendo vínculos neurológicos con ambos sistemas... Comenzando con la estimulación de la capa de Ego...

El casco de golpe comenzó a apretar la cabeza de la chica. No tuvo tiempo para siquiera soltar el grito de dolor que esto le produjo, acompañado de una corta convulsión por el choque eléctrico. Al estar sellada herméticamente, el poco aire que había en la cabina ya no podía mantenerla viva, por ende, el cable que lo unía a la maquina funciono como cordón umbilical, de cierta manera. De aquel cable surgieron varias prolongaciones con movimientos serpenteantes y ligeros, delgadas como un cabello, las cuales se clavaron lentamente en su tronco encefálico.

Cada poro de su piel comenzó a secretar un fluido blanquecino y viscoso que se volvía cada vez más y más espeso a medida que se aferraba a su piel. Ya no había centímetro de su piel el cual no estuviera cubierto por aquella membrana. Así mismo, el líquido comenzó a impregnar los circuitos, el metal y los nervios del robot. Como si fuera pintura, bañó el exterior del robot, pasando de un grisáceo y muerto tono metálico a un acabado mate blanco sin imperfecciones visibles.

La máquina comenzó a cobrar vida como si a un moribundo le inyectaran sangre nueva. Su cuerpo se volvía ligero y dócil, orgánico en cada movimiento. Comenzó moviendo los dedos de las manos y apretando los puños, desde delicados gestos interrumpidos por el pulso hasta movimientos que involucraban a cada articulación de la mano. Pronto movió sus piernas, su torso, su cuello y se levantó como un campeón de leyenda, solo descriptible como la pose de un dios.

–¿Qué tal está? Aumentamos un poco la flexibilidad de la columna vertebral y la espalda. Espero que aquello no sea un inconveniente –dijo el ingeniero.

–La verdad me siento más ligera en la máquina que en mi cuerpo verdadero.

–Se te hará más sencillo bailar en tal caso, ¿no?

–Si...

Suenan un par de golpes desde los parlantes. Al instante comienza una pieza lenta de ballet, la cual inunda el hangar y posee todo el eco. La máquina infla su pecho y da dos pasos para luego detenerse junto con los violines. Parte el contrabajo y los violines comienzan otra vez, junto con los movimientos del robot. 100 metros de altura, toneladas y toneladas de metal, y aun así encontraron la manera de que la esencia del humano se impregnara en cada movimiento. Pero de pronto, aquellos movimientos dejaron de ser coordinados. En una maquina tan grande, aquellos errores eran aún más visibles.

–¿Qué te sucede? –preguntó el bioingeniero con un poco de impaciencia.

–N-nada... solo estoy tensa –respondió la joven tímida, esforzándose en controlar su corazón.

–Ya veo...

El bioingeniero apaga el comunicador y le dice a su asistente soltando un suspiro:

–Aumenta la estimulación a la capa de Ego. Quizás eso la avive.

–No sabemos cómo reaccionará a mayor estimulación. Además, no sabemos que tiene en mente ahora mismo... ¿Qué tal si lo empeoramos?

–No lo haremos. Es solo una chica miedosa y sensible de una familia rica. ¿Qué tipo de problemas descubriríamos al estimularla? ¿El odio a su padre? ¿Resignación al ver que el chico que le gusta no la quiere? Aquella rabia hará que se ponga más despierta y quizá mejore su rendimiento. Y si no, pues volvemos a los valores normales, ¿no?

–¡Pero la capa de Ego presenta irregularidades en su frecuencia! ¡No...! No sabemos qué pasará si...

–Si aumentamos la estimulación en periodos precisos de tiempo, lograremos suprimir las irregularidades y entonces Janet estará mucho más calmada. No le pasará nada a su alma.

–Supongo que en teoría eso es aceptable...

La asistente gira lentamente una perilla que aumenta el flujo eléctrico que presentan los cables que fueron clavados en su tronco encefálico mientras que trata de crear un patrón o algoritmo para las irregularidades.

–Comenzando estimulación nuevamente...

Tan rápido como esto sucede, los movimientos de Janet vuelven a ser ligeros y dóciles, tanto que logran predecir a la música, pero no lo suficiente como para adelantarse y enmarcar un error.

–¿Qué tal ahora, Janet? –preguntó el científico ligeramente aliviado–. ¿Cómo te sientes?

–Bien.

–¿Solo eso?

–Si.

Una vez más apaga el comunicador y se acerca a su asistente, esta vez para felicitarla y relajarse.

–Hiciste bien, ¿eh? Ahora tenemos a dos robots. Más fácil de manejar.

–No creo que sea correcto hacerlo... Janet tiene problemas más allá de lo que muestra...

–"Lo correcto" murió cuando metimos a una niña a una maquina gigante. Ya cállate.

Aquella capa de Aether que cubría su alma y la conectaba con su ser era representada en las pantallas como un círculo del cual crecían picos o que incluso se ovalaba como una masa de material gelatinoso en agua. En el caso de Janet, cada pico, cada deformación era pulverizada por golpes eléctricos que la adormecían poco a poco.

Mientras tanto en la cabina, donde todo parecía silencioso, desesperadamente silencioso, los sentidos de la chica se aturdían. Lo que veían sus ojos no eran más que pigmentos de colores muertos separados por figuras geométricas. Solo escuchaba un estruendo de instrumentos irreconocibles ahogados por el metal y desfigurados por el eco. De pronto, el tacto que comenzaba a desaparecer ya parecía haber dejado de existir. Solamente sentía las vibraciones del metal al tocar el suelo. Y luego, solo sentía asco.

Los sensores registraron un pico tan alto, tan súbito, que por poco deformó absolutamente todo el interior de la capa de Ego. La angustia invadió sus pensamientos en el momento que el único pedazo de conciencia que no había sido apagado gritó por ayuda. Comenzó a tocar su cuerpo, tanto el del robot como el de ella misma para ver si es que sentía algo, aunque sea dolor. Comenzó a golpear su cabeza contra el suelo solo para despertarse o al menos ya no ser consciente del todo. ¿Qué hacía darse cuenta de todo eso si gran parte de sus sentidos estaban apagados? No, todo era desesperadamente apagado, tal como si fuera una pesadilla, deseando despertar pero reconociendo completamente lo más horrible de todo: estaba viva aun.

Se vio a ella misma en una habitación. Su cuerpo se levantó de golpe de una pesadilla, sin embargo su cuerpo aún estaba insensibilizado por la somnolencia. Giro su cabeza directamente hacia la cortina, la cual impedía que la luz le diera vida a la habitación. Se abalanzó hacia ella pero sintió como si no se hubiera movido absolutamente nada. Abrió la cortina solo para descubrir que ni el cielo estaba de su lado. Nubes grises de la madrugada impregnaban todo de un azul o violeta muerto. En frente de ella, escritos como páginas de un libro en los edificios alrededor, hay textos inteligibles a causa de la luz, pero eso no evita que con desesperación limpie sus ojos insensibles una y otra vez para ver si algo cambia. Nadie transitaba las calles y su voz se volvió estática que ni siquiera sentía salir de su garganta. La puerta no estaba donde debía estar. El viento frio si bien llenaba sus pulmones, pronto se volvía en algo insípido junto con lo que su piel le ordenaba sentir. Y así mismo, su voz se hizo una con la estática en general. Ya ni estaba segura de estar viva.

"Si es que yo muriera... ¿Quién se daría cuenta?" Se arrojó a su cama nuevamente para llorar mientras su corazón era lo único que la acompañaba, como un susurro constante de locura. Había sido confinada a sus pensamientos, los cuales instintivamente la invitaban a acabar con todo, a morir. "Quiero a Ivy aquí... ¿Dónde estás? ¡Ayúdame! Abrázame... Dime algo... ¡¿Dónde estás?!" Cuando se hizo consciente de aquel grito que desgarró de a poco su cordura, recibió una caricia. Arriba de Janet, estaba ella, con sus hermosos ojos color miel entregándole un poco más de luz.

–¿Ivy...? –su voz había dejado d ser una ilusión para ella misma.

–Hola –acabó con una suave sonrisa que inundo de alegría a Janet.

Aun así... en la realidad:

–¡No podemos regularizar la frecuencia! –dijo la asistente nerviosa, girando perillas y apretando teclas buscando normalizar la situación–. ¡Sabía que algo así pasaría!

–La capa de Ego está perdiendo brutalmente su forma. Si sigue así, causará daño irreparable a su psique y alma.

–¡Ya sabemos eso, maldición!¡Solo Dios sabe por los horrores que está pasando Janet!

–Intenta estabilizar la capa de Ego reduciendo la capa de Vitae, y luego controla ambas.

–¿¡Y si no funciona!? ¡La dejaremos como un vegetal!

–¡Si no lo hacemos, vamos a tener a un bebe con cuerpo de adolescente! Al menos la capa de Vitae puede ser reparada... dentro de la máquina.

La chica no tiene otra opción que obedecer y calmar su corazón con la fe de que lo que iba a hacer podría funcionar. Todos los cables enterrados en las partes más superficiales de su tronco encefálico y a comienzos de su medula espinal empezaron a lanzar descargas eléctricas lo suficientemente fuertes y precisas como para reducir la capa que unía su ser con su cuerpo. Pero en el intento, como si de un globo relleno de agua con agujeros, la capa de Ego comenzó a tener fugas de Aether Ego, la materia del "yo". Esta materia esencial para el individuo comenzó a mezclarse con el Aether Vitae, la materia que une al cuerpo con el ser. Para que se hagan una idea de lo peligroso que es, es como si la sangre entrase al líquido encefálico.

Aun así, en la cabeza de Janet, el amargo sabor a estar vivo iba desapareciendo. Aunque sea en su cabeza, la joven jugaba con el cuerpo de su amiga, ¿también con su inocencia? Igualmente, el placer se iba mezclando lentamente con el amor, hasta volverse una sensación donde lo carnal importaba tanto como la esencia, a pesar de que el límite no existiese entre los movimientos frenéticos.

–¡Eres... eres... maravillosa, Janet! –gemía la voz del consuelo en la cabeza de Janet.

–¡Ivy... No te vayas! –respondió entre besos.

–¡N-Nunca... Nunca lo haría...!

Exhaustas, cae Ivy sobre Janet. En un mundo donde solo permanecían colores planos, donde las sombras eran borradas por ninguna luz, donde solo se podían oír sus voces, donde las únicas sensaciones eran los roses de sus pieles y el rebote de la cama. Nuevamente comenzaron a hacerlo. Se tocaron. Se besaron. Se acariciaron. Se estimularon. Sus manos no eran lo único que les causaban placer, también sus constantes miradas a sus rostros ruborizados que solo provocaban más y más las ganas de que una le pertenezca a la otra. Aun así, la realidad y los sentimientos se estaban deformando en su alma. Ya no importaba el "por qué" de alguna sensación, solo que estuviera allí. Y esto mismo impedía que se diera cuenta de lo toxico y plástico de sus sentimientos. Lentamente, el amor que existía entre ambas chicas comenzó a desfigurarse, junto con sus imágenes. En su mente solo existían dos cosas ahora mismo, el sufrimiento y el placer. El amor ya dejó de ser el medio por donde se comunicaba el placer, ahora solo era aquella sensación que de no estar provocaría nuevamente el golpe a la realidad. ¿En qué momento Ivy desapareció? ¿Junto con su noción de tiempo, de espacio y de ella misma? La conciencia iba rompiéndose lentamente junto con los pocos recuerdos y pensamientos que quedaban. Ya la vida se había ido extinguiendo, y no solo por acto de su propio corazón, consciente de su sufrimiento, si no que por la manipulación de su frágil alma también.

Placer. Como un bebé en busca de su madre, se arrojó al placer como única salvación, la única salida que existía en este mundo de dolor en la única forma que conocía. En la única persona que sentía consuelo. Pero eso ya poco importaba. Los pensamientos complejos se habían reducido en simples sensaciones que podían ser descritas con palabras: Miedo, dolor, placer, miedo, miedo, placer, dolor, miedo, placer, placer, placer. Ella ya ni siquiera sabía por qué estaban allí. Solamente impulsada por el instinto primigenio del miedo al dolor, sin percibir la misma toxicidad que envolvía cada razón, cada motivo. Cosas que llenarían de culpa a cualquier individuo, la insensibilizada e inconsciente Janet podía pasarlas por alto.

–¡Con un demonio! –escuchó Janet de una voz masculina–. ¡Criogenícela!

Placer.

Le dolía la cabeza, en específico la nuca. Estaba bastante despierta, pero a la vez mareada. Su cama estaba desordenada y caliente. La luz que penetraba las ventanas era azulada, y eso la perturbo. Abrió la ventana y vio lentamente cada detalle del mundo. Vio como la vida seguía, como el viento soplaba y entraba en sus pulmones. Era muy temprano.

Tomó su celular y vio la hora con temor a que fuera demasiado temprano. 7:12 am. Sola. Inundada de silencio y temor envió un mensaje a "Esposa mía 7w7♥♥♥" y se dio cuenta de que seguía viva, de que era real. Se arrojó a su cama tratando de conciliar el sueño nuevamente, con el corazón latiendo demasiado como para que no se diera cuenta. Cerró los ojos, abrazó su almohada esperando calmarse, y busco algún buen recuerdo para arrojarse a dormir. La sacudió un mensaje:

"Janet... Es demasiado temprano. Duerme un poco más."

"Lo siento... tuve una pesadilla."

"¿Qué tipo de pesadilla? :("

"Es difícil de explicar... Solo quería que respondieras."

"¿Para qué?"

"Para asegurarme que estoy despierta."

"¿Y funcionó?"

Miró fríamente el celular y sintió la calidez de Ivy otra vez.

"Si."

"Que bien :3"

Ambas se desconectaron. Ivy durmió un par de horas más. Janet sintió que no descansó ni media hora.

–¡Janet, despierta! –despertó su madre a su hija desde el primer piso.

Janet se incorporó con más sueño del que tenía al despertar hace dos horas.

–¡Ya voy! –respondió restregándose los ojos sin respuesta por parte de su ánimo.

Bajó por las escaleras hacia el baño. De reojo vio a su madre preparando un desayuno simple de pan con mantequilla y un té. Bajando cada vez más, podía oír la tos de su madre cada vez más fuerte, golpeando más y más su culpa. Llegó un punto en que ya ni siquiera podía saludarla y verla al rostro a la vez.

–Hola hija, ¿cómo amaneciste?

–Bien...

Entró al baño, cerró la puerta y el mundo se consumió hasta ahí. Vio su reflejo en el enorme espejo frente a la ducha. Vio todo su cuerpo y comenzó a criticarse. "Engordé. Me salió otra espinilla. Mis caderas son demasiado anchas. No tengo pechos. Parezco una pera. Me doy asco." Era una chica de cabello castaño pero teñido rojizo. Una piel que fácilmente podía enrojecerse, salpicada de pecas en su rostro, espalda, brazos, piernas.

Tomo una navaja y de manera horizontal comenzó a tocar sus muñecas. Rozar. Irritar. Cortar. La sangre cayó al lavamanos el cual lavaba el líquido rojo gota por gota, silenciando sus gemidos de dolor con su salpicadura al tocar la porcelana. Tan rápido como comenzó el corte, un fluido blanco comenzó a brotar por la herida, regenerando las células, la piel, inclusive la sangre que perdió fue recompuesta en cuestión de segundos. Así, tan rápido como sonó. Vio sus venas como nuevas y la navaja de afeitar llena de sangre, poniendo ambas bajo la llave y lavándolas con culpa.

Lavó sus dientes amarillentos frente al espejo, consiente de cada cigarrillo que fumó a escondidas de su madre. Abrió un frasco de pastillas y lo vacío en su mano izquierda: cinco pastillas, para el control del parasito. Abrió otro: dos para posibles efectos secundarios. Abrió otro más: vitaminas y minerales que el parasito podría consumir de su organismo. El último frasco: tres pastillas -que debería ser solo una- para la depresión. Tragó una por una acompañadas por un sorbo de agua del lavamanos. Se quedó encerrada un par de minutos más para que las pastillas hicieran efecto.

El mundo se entumeció y se bañó en colores planos, su cabeza también. Se arrojó nuevamente a la vida con una sonrisa, abriendo la puerta lentamente, sin pensar, pues ya no había necesidad de aquello. Miró nuevamente a su madre y le preguntó con una energía que broto de donde a ella no le importaba:

–¿Qué hay para desayunar, mami? Estoy muerta de hambre.

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