Regalos (cuento)

Navidad, 8:00 de la noche

Una intensa batalla se estaba librando. El soldado Ramírez, con una mancha amarilla en la espalda, estaba colocado frente a un adversario formidable: un dragón de tres cabezas. La bestia superaba en tamaño a Ramírez, pero el soldado, al igual que su pelotón, contaban con su astucia para detenerlo.

Empezó a moverse hacia el dragón, y la bestia desconocía que se trataba de una trampa. Los compañeros de Ramírez lo estaban rodeando. Fue entonces que perdió el equilibrio y una figura humana, mucho más grande, lo volvió a poner en su lugar.

Aquel gigante, un niño de 12 años con una ávida imaginación, era Cristofer García. Delante de él había una mesa, adornada con un gran trozo de poliespuma pintado para parecer un campo de batalla. Allí estaban ubicados los soldados de juguete y el dragón que estaba usando para filmar su película en stop motion. Llevaba un buen rato así, grabando cada movimiento. El resultado, se aseguraba, valdría la pena.

Fue entonces cuando su madre abrió la puerta. Andaba con una bufanda y abrigo azul, que combinaba con el color de sus pantalones.

-¿Cristofer?-llamó.

-¿Sí, mami?-respondió el niño.

-Tu padre y yo saldremos un momento a hacer algunas compras, pero volveremos enseguida.

-Está bien.

Su madre echó un último vistazo a su cuarto, mientras Cristofer reanudaba su actividad. Las paredes estaban llenas de posters de películas como “Tiburón”, “Alien” o “Los Gremlins”. A veces se preguntaba cuándo dejaría su hijo aquella fantasía de filmar películas y se empezaría a centrar más en los estudios. Descartó ese pensamiento rápidamente y se fue, cerrando detrás de ella la puerta.

Volvió a abrirla luego de un instante.

-Oye, otra cosa.
Cristofer le dirigió la mirada.

-¿Sí?

-No abras los regalos hasta que lleguemos, ¿sí?

-Okey.

-Bien.

Cerró nuevamente la puerta. Después de unos segundos, Cristofer escuchó el motor del carro de su padre. Se asomó por la ventana de su cuarto. El jardín estaba casi cubierto de nieve y el coche pasaba a través de un pequeño camino.

Bajó de su cuarto a la cocina para tomar un poco de agua. Estar trabajando tanto tiempo en su película lo había dejado un poco agotado. Mientras tomaba agua, su mirada se acabó dirigiendo a la sala. Allí estaba el recientemente decorado árbol de Navidad, un poco más pequeño que los árboles habituales para esas fechas. Esto debido mayormente a la escasa situación económica que andaban atravesando sus padres. Debajo de él estaban los regalos. Había decenas de ellos, en cajas de todos los tamaños y colores. Desconocía su procedencia, y dudaba que sus padres hubiesen tenido tanto dinero. Cristofer ya sabía que no existía Santa Claus, así que aquellas cajas eran un misterio para él.

Se vio muy tentado a abrirlas, hasta que recordó que su madre quería que esperara a que volvieran. De todos modos, volverían enseguida, ¿verdad? Apartó su idea y subió las escaleras hasta su cuarto. Sin que él lo notara, algo empezaba a salir del interior de los regalos.

Los soldados casi habían derrotado al dragón. En poco tiempo, tendrían la victoria. A Cristofer solo le quedaba una toma más y acabaría. De repente, se apagó la luz. Afortunadamente, estaba cerca de su escaparate. Caminó unos cuanto pasos a ciegas, esperando no romper nada. Tocó una puerta de madera y jaló el cerrojo. Empezó a buscar hasta sentir su linterna. La encendió luego de cogerla. Miró hacia su mesa. Allí estaban los juguetes y la cámara Súper 8 que estuvo usando para grabar. Maldijo a la compañía de electricidad. Estaba a punto de acabar. Al menos, todo estaba en su lugar.

Escuchó un ruido metálico venir de la cocina. Un ligero escalofrío recorrió su espalda. No podía ser un ladrón; sus padres siempre cerraban bien la puerta. Probablemente fuera el viento.
Permaneció inmóvil unos segundos, hasta armarse de valor y abrir la puerta. Se maldijo a sí mismo por no tener un arma a mano. Bajó despacio las escaleras, tan tenso que podía escuchar su respiración. Descubrió que estaba sudando, aún cuando hacía frío en el interior de la casa.

Alumbró hacia la cocina. En el piso había un sartén. ¿Cómo pudo llegar ahí? La pregunta le inquietaba, hasta que sintió algo a sus espaldas. Se giró de pronto, viendo los regalos del árbol de Navidad abiertos. Fue entonces que notó que algo se movía entre ellos. Se acercó un poco, invadido por el miedo y la curiosidad. Se detuvo al fijarse bien en lo que era: un Carrobot de juguete. Estaba encendido, chocando repetidamente contra la pared, hasta que se detuvo bruscamente.

Entonces, giró en dirección a Cristofer, que cayó hacia atrás. El Carrobot se comenzó a mover hacia él, perdiéndose entre los regalos abiertos. El niño torpemente se levantó, alejándose lo más posible del juguete. No tenía un buen presentimiento. Eventualmente notó que las cajas y el árbol empezaban a moverse.

Descubrió con horror mientras alumbraba en esa dirección, que salían varios juguetes hacia él.
Arañas mecánicas, un Godzilla pequeño, dos Legos, un vampiro de juguete y tres bichos de juguete similares a los Gremlins de la película de los 80s. Entonces se dio cuenta de que tenían cuchillos.

Cristofer salió corriendo a toda velocidad hacia su cuarto, cerrando la puerta del tiro y pasando el seguro. Se detuvo un momento para calmarse. Sus ojos seguían sin creer en lo que habían visto. Se sorprendió cuando se dio cuenta de que todavía tenía entre sus manos la linterna. Rápidamente, sintió como si le hubiera dado un proyectil pequeño. Se giró con la linterna, justo para recibir un golpe en el ojo de lo que parecía una pequeña piedrecilla. Le costó un poco abrir el ojo, y vio a sus soldados de juguete en la misma mesa donde los dejó, pero esta vez con un pequeño tirapiedras improvisado. La escena provocó que Cristofer abriera su ojo de golpe.

Los soldados volvieron a disparar, dándole en la mejilla. Recordó al dragón, aquel que usó como el villano de su historia, y que ahora se encontraba volando en dirección a él. Le empezó a picotear la cabeza, imitando el comportamiento de los pájaros. Encima, notó, había un soldado de juguete. Entonces, sus atacantes se abalanzaron sobre él.

Cristofer hizo todo lo posible por quitárselos de encima, arrojándolos al otro lado de la habitación. Algunos estaban agarrados fuertemente de su ropa, clavándole un objeto punzante.
El niño sintió un dolor horrible en el pecho y trató de descubrir qué era. Los desgraciados le habían clavado agujas de coser. Soltó un grito de horror y trató a quitárselos. Sin embargo, los soldados empezaban a treparse encima de él nuevamente. El dragón también le volvió a atacar.
Fue en ese momento que una ola de ira poseyó al joven.

Agarró por la pierna al primer soldado que tuvo y doblándosela, logró partirla. Luego la arrojó al piso. Trató de hacer lo mismo con el resto de los soldados, rompiéndoles varias extremidades. Logró atrapar al dragón, que revoloteaba encima de él. Con una rabia incontrolable, le arrancó una cabeza, y luego otra, y luego la que faltaba. Para rematar, le arrancó las alas y los brazos.
Luego tiró el juguete con furia.

Contempló el suelo, todavía se movían algunos soldados. Pensó la solución más rápida y sencilla. Recordó que su padre había dejado el martillo en algún lugar de su escaparate. Lo abrió y empezó a buscar por los cajones, iluminándose con la linterna. Logró encontrarlo, junto a algunas otras, en el cajón de las herramientas. Volvió su vista esta vez al suelo, esta vez alrededor de la mesa. Su cámara de video estaba rota en el piso, probablemente se cayó cuando cobraron vida esos malditos. Eso le bastaba para acabar con ellos en ese instante. Uno a uno, fue aplastando sus cabezas constantemente hasta que no se movieron más.

Al concluir, recordó los juguetes de la sala. No sabía cómo llegaron a su casa, o cómo cobraron vida, pero se iba a asegurar de que se les terminaran pronto. Con martillo y linterna en mano, se dispuso a abrir la puerta. El pasillo estaba tranquilo. Empezó a bajar la escalera adyacente con mucha cautela. Una punzada de dolor seguía en su pecho y sentía que apenas podía respirar. No se había sacado todavía las agujas, por miedo a que eso pudiera empeorar su condición. Solo rezaba porque no le tocara en ningún órgano vital.

Divisó a lo lejos al resto de los juguetes, que estaban agrupados en la cocina, todavía con los cuchillos. Se les acercó, tratando de que no lo notaran. Apagó la linterna y empezó a caminar en la oscuridad. Por suerte, conocía bastante bien su casa. De pronto, sintió como si algo le cortara el tobillo.

Cayó gritando de dolor en el piso, tratando de alcanzar la linterna y el martillo. Agarró uno, dándose cuenta de que era la linterna. La encendió inmediatamente y se horrorizó al ver que los juguetes estaban en frente de él, con sus cuchillos listos para mutilarlo. Comenzaron a acercarse.
Cristofer buscó desesperadamente el martillo, sin apartarles de vista. Le cruzó por su mente la idea de alumbrarse rápidamente con la linterna para buscarlo, pero le daba la sensación de que aprovecharían esa oportunidad. Seguía deslizando la mano por su alrededor, mientras aquellos malditos se acercaban más y más. Se dio por vencido y trató de pararse con esfuerzo. Siguió alumbrándoles, y luego arremetió una patada contra algunos, cortándose el otro pie en el acto.

Fue entonces cuando los juguetes restantes se abalanzaron encima de él y empezaron a cortarlo con los cuchillos. Cristofer gritaba adolorido. Se los intentó quitar, pero sintió otro dolor insoportable en la mano. Descubrió horrorizado que no la podía mover. Era como si estuviera clavada de alguna forma. Con su otra mano, se dio cuenta del problema, sin necesidad de la linterna. Le habían clavado un cuchillo. Agarró el cabo y empezó a sacárselo, mientras el resto de los juguetes le llenaban el cuerpo de más cortes y arañazos.

De pronto, un fuerte golpe en la cabeza lo dejó inconsciente.

Sus padres llegaron al poco tiempo, cuando ya había vuelto la luz. Su madre, al fijarse de casualidad en el árbol de Navidad, no pudo evitar gritar aterrada.

Su hijo estaba arrecostado en el árbol de Navidad. Sus ojos se habían sustituido por bolas de colores, de las que salía chorros de sangre. Había una, puesta de igual manera, dentro de su boca. El cadáver del niño estaba lleno de cortes, manchando de sangre su pijama. Y los regalos, abiertos, tenían otra vez en su interior a los juguetes.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top