Quieta
Aviso: no leáis este pequeño fragmento si sois muy sensibles a temas relacionados con la depresión y eso os pudiera afectar en lo personal. Y si aún así decidís leer y luego os sentís mal por ello, sabed que mi inbox está siempre abierta para quien lo necesite.
Estaba encogida con el pecho contra mis rodillas, en la ducha. Ni siquiera sabía cómo había llegado allí. Había acabado de ducharme y, de repente, estaba abrazándome las piernas. Miraba el sumidero, observando casi con envidia cómo desaparecía el agua entre sus rendijas. Podía sentir las gotas resbalando por mi espalda, tras caer de mi cabello; pero no era una sensación realmente agradable. Simplemente un contacto efímero más de mis poros con el mundo. Un recuerdo de que sigo, inevitablemente, pegada a este cuerpo.
Respiraba tranquilamente, notando cómo mis pulmones, al hincharse, hacían que mi torso se separara de mis muslos para luego unirse otra vez. Mis brazos estaban bien acomodados ahí, encerrándome en el sitio. Era consciente de que el tiempo continuaba pasando, sin pausarse ni un instante. Pero no me importaba. Pensar en levantarse era pensar en qué haría a continuación, para qué me levantaría. Y nunca respuesta llegaba a mi mente. Ninguna que realmente valiera el esfuerzo. No había nada que quisiera hacer. Ni siquiera estar ahí, abrazada a mi cuerpo. Pero no tenía más alternativa, mejor forma de hacer nada.
Si me levantaba, sería para tener que estudiar. Y eso para luego cenar, quizá ver un poco la televisión, y volver empezar el ciclo al día siguiente. Estudiar para poder continuar estudiando, y eso para algún día comenzar a trabajar en algo que tampoco me haría feliz. Que tampoco me haría querer levantarme.
Paso por lo mismo todas las mañanas, cada vez que me despierto.
Ojalá pudiera simplemente acabar el ciclo.
Pero ahí estaba esa vocecita molesta de mi mente otra vez. Esa imagen de Valeri, pidiéndome que me levantara, que siguiera haciendo como que no pasaba nada.
Salí de la ducha como un autómata, para secarme y tirarme aquí a escribir. Al menos, en mi diario no fingiré que no pasa nada. Porque sí pasa.
Pasa que perdí la fé en que llegara el momento en el que algo le diera sentido a mi vida. Porque nunca he entendido para qué estoy aquí. Jamás he comprendido por qué la gente da tanto valor a la vida, qué les lleva a quererla.
Pasa que
Pasa que ya ni siquiera me apetece seguir escribiendo este diario. Pero sé que volveré. Porque necesito que alguien me escuche. Aunque sea una simple página de papel.
A eso me ha llevado estudiar Psicología: a comprender que necesito atención pero no saber ni cómo obtenerla ni por qué mierda no puedo seguir adelante sin ella.
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