A veces, justo antes de quedarme dormida, mi mente se inunda de historias.

Suelen ser sobre algo que va a acontecer o que ha pasado ya. Aunque, si os soy sincera, la mayoría de las veces son sobre cosas que jamás pasarán. Fantasías sin fundamento donde yo soy solo yo, sin mis circunstancias.

En otras ocasiones, estas historias se erigen como pesadillas que me arrebatan de los brazos de Morfeo. Advertencias de todo lo que podría ir mal. Las múltiples formas en las que podría acabar peleándome con Nico, las maneras en las que podría cagarla con algún profesor o vestigios de las razones por las que nunca nadie me va a querer de verdad.

En otros momentos, mi imaginación se embarca en relatos eróticos que me arranquen de mi consciencia, acallando todas aquellas cosas que podrían salir mal. Haciendo que nada importe. Desfiles de cuerpos sin rostro que me dan estímulos físicos para distraer a mi agotada mente.

A veces, en esas historias preoníricas, soy feliz.