03:Acuario

Miércoles 10:22 a.m

El día comenzó como cualquier otro, pero mi humor estaba hecho pedazos. No podía sacarme de la cabeza lo que Tory me había dicho en el estacionamiento: "Sos un maldito cobarde". Sus palabras me seguían como un eco desagradable, haciendo que cada pensamiento girara en torno a ellas. Y lo peor era que, en el fondo, no podía contradecirla. Había escapado cuando las cosas se pusieron difíciles, y ella nunca me lo iba a perdonar.

El ruido de mi teléfono vibrando en la mesa de noche me sacó de mi ensimismamiento. Un mensaje de Eli: "Estamos abajo. Si no bajas en diez, nos comemos todo el buffet. No es amenaza, es promesa."

Suspiré, dejando el celular a un lado. Ni siquiera tenía ganas de desayunar, pero sabía que si no bajaba, Eli y Demetri no me dejarían en paz en todo el día. Me vestí rápido con lo primero que encontré: una camiseta negra y unos jeans desgastados. Mientras me miraba en el espejo, me di cuenta de que tenía unas ojeras que gritaban "noche de mierda". Y no era para menos.

Cuando llegué al comedor del hotel, Eli y Demetri ya estaban en su salsa. Eli, con su energía desbordante y su sonrisa de suficiencia, estaba sirviéndose un plato enorme de huevos revueltos, mientras que Demetri apilaba waffles en su plato como si estuviera construyendo una torre. Ambos se veían demasiado animados para alguien como yo, que apenas podía fingir que estaba despierto.

—¡Mirá quién decidió unirse al mundo de los vivos! —exclamó Eli al verme acercarme. —Pensé que te habías quedado llorando en la cama por tus malas decisiones de vida.

—Buen día para vos también, Halcón —repliqué con sarcasmo, tomando un plato del buffet.

—No, en serio, ¿estás bien? —preguntó Demetri, mirándome de reojo mientras agarraba un par de fresas. —Tenés la pinta de alguien que intentó pelearse con un camión y perdió.

—Gracias por el apoyo emocional. Es justo lo que necesitaba esta mañana —respondí, dejando caer una tostada en mi plato con algo más de fuerza de la necesaria.

Mientras estábamos en el buffet, Demetri aprovechó un momento en el que Eli estaba distraído para acercarse. Su tono fue más bajo, pero el brillo de complicidad en sus ojos era inconfundible.

—Eli me contó que aceptaste el trato —murmuró, como si estuviera compartiendo un gran secreto. —¿Es cierto? ¿Vas a acercarte a Tory para desconcentrarla?

Por un instante, consideré negarlo. Decirle que Eli estaba exagerando o que todo era una mala interpretación. Pero, sinceramente, no tenía ganas de mentir. No después de la noche que había tenido.

—Sí, acepté —admití, riendo entre dientes mientras negaba con la cabeza. —Aunque, sinceramente, no creo que haga mucha diferencia. Tory no es alguien que se distraiga fácilmente, y menos conmigo.

—Ah, pero ese es el truco, Robby —interrumpió Eli, apareciendo de la nada con un vaso de jugo en la mano. —Ella no necesita distraerse. Solo necesita recordar que vos existís. Y ahí es donde entra tu magia.

—¿Mi magia? —repetí, levantando una ceja. —No sé si te diste cuenta, pero la última vez que hablé con Tory, me dejó claro que no me quiere ni cerca.

—Exacto. Y por eso va a funcionar. Porque, aunque te odie, no puede ignorarte. Es como una regla universal —dijo Eli con una sonrisa de suficiencia.

—¿Una regla universal? —repliqué, incrédulo. —¿Desde cuándo sos filósofo?

—Desde que soy un genio del plan maestro —respondió Eli, encogiéndose de hombros.

Antes de que pudiera decirle algo más, mis ojos la vieron. Tory estaba en el buffet, riéndose de algo con Kwon. Parecía relajada, casi feliz, mientras él le decía algo que la hacía sonreír. Su cabello caía sobre un hombro, y por un instante, no pude evitar recordar todas las veces que había sido yo quien la hacía reír de esa manera.

El nudo en mi pecho se hizo más pesado, transformándose en algo más oscuro. Rabia. Confusión. ¿Cómo podía estar ahí, tan tranquila, como si todo estuviera bien? Como si yo nunca hubiera existido. Pero lo que más me molestaba no era ella. Era él. Kwon, con su sonrisa estúpida y su intento patético de ser el tipo que Tory necesitaba. ¿De verdad creía que tenía alguna oportunidad con ella? ¿Que podía reemplazarme?.

—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —comentó Eli, siguiendo mi mirada. —¿No se supone que vos sos el que debería estar con ella?.

—Callate.—murmuré, sin apartar la vista.

Pero Demetri no iba a dejarlo pasar tan fácil. Se inclinó hacia mí, hablando en voz baja, pero con ese tono de hermano mayor que siempre usaba cuando quería darme un consejo.

—¿Seguro que querés hacer esto? —preguntó, sus ojos pasando de Tory a mí. —Porque, sinceramente, no parece que estés listo para jugar este juego.

—¿Qué juego? —dije, sin apartar la vista de Tory y Kwon. —No hay ningún juego, Demetri. Solo estoy haciendo lo que vos me pediste que hiciera.

Demetri se quedó en silencio un momento, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir insistiendo. Pero Eli, como siempre, no podía quedarse callado.

—Sí, pero la idea era que vos tuvieras el control —intervino, su tono casi burlón. —Y ahora mismo, parece que el control lo tiene Kwon.

Quería responder, decirles que estaban equivocados, que todo estaba bajo control. Pero no podía. Porque, en el fondo, sabía que tenían razón. Kwon estaba ganando, y no lo iba a permitir. No iba a dejar que ese idiota pensara que podía tener algo con Tory.Tomé mi plato y fui a sentarme, ignorando la sensación de que estaba perdiendo en un juego que ni siquiera había empezado a jugar. Pero mientras me sentaba, una idea empezó a formarse en mi mente. Si esto iba a ser un juego, entonces iba a jugar para ganar. Y la primera regla era simple: Kwon no sabía con quién se estaba metiendo.

El plan se iba armando en mi cabeza mientras seguía observando a Tory y Kwon desde mi mesa. Había algo en esa escena que me provocaba una mezcla de emociones difícil de descifrar, pero ninguna de ellas era buena. Tory inclinándose hacia él, sonriéndole como si lo que él dijera realmente le interesara... era casi cómico, un chiste mal contado que solo yo parecía entender. Kwon, con esa mirada confiada y esos gestos torpes, actuaba como si tuviera una oportunidad real con ella. Si no fuera tan patético, hasta me habría dado lástima.

Pero no era solo el momento lo que me irritaba. No era siquiera Kwon, ese eterno segundón que intentaba jugar en ligas que claramente no eran las suyas. Lo que de verdad me quemaba era lo que Tory representaba ahora, lo que había decidido ser. Cobra Kai. El bando de los malos, como siempre. Ellos eran la raíz de tantos problemas, los que se alimentaban del conflicto, del odio. Verla con ese logo negro y plateado en el pecho era como ver una bandera de guerra ondeando frente a mí.

Había un tiempo en el que estábamos del mismo lado. En el que, aunque todo era caótico, había una especie de entendimiento entre nosotros. Pero eso ya no existía. Ahora, Tory no era más que un recordatorio de todo lo que yo quería dejar atrás. O eso me decía a mí mismo. Porque, en el fondo, sabía que no se trataba solo de Cobra Kai. Había algo más. Algo más personal.

Sentí un calor subir por mi pecho, un ardor que no podía ignorar. Era rabia, sí, pero también algo más oscuro, más rencoroso. Tory había elegido ese camino. Había decidido ser parte de ellos, y ahora yo iba a asegurarme de que sintiera cada consecuencia de esa elección. Fastidiarla no solo sería un placer; sería justicia. Una pequeña venganza por todo lo que Cobra Kai había hecho, no solo a mí, sino a todos los que alguna vez intentaron enfrentarlos.

Y si Kwon salía herido en el proceso, mejor todavía. Porque ese idiota necesitaba un baño de realidad. Pensar que tenía alguna chance con Tory era el chiste más grande de todos. Ella no lo veía a él. No realmente. Porque, por mucho que lo negara, Tory todavía estaba enganchada conmigo. Y yo sabía cómo entrar en su cabeza, cómo desmantelar esa fachada de dureza que siempre intentaba mostrar.

Había algo casi adictivo en la idea de jugar este juego. De entrar en su mundo solo para destrozarlo desde adentro. No porque quisiera algo con Tory. Eso estaba más que claro. Lo que quería era hacerle saber que no podía simplemente ignorarme, que no podía escapar tan fácilmente de mí. Que, por mucho que intentara aparentar otra cosa, yo seguía siendo alguien que podía hacer tambalear su mundo.

Mientras observaba cómo Tory seguía riéndose con Kwon, mi mandíbula se tensó. Esa sonrisa, esa actitud relajada... Era como si el pasado no significara nada para ella. Como si todo lo que habíamos vivido pudiera ser reemplazado por un idiota con cero carisma y una confianza que no había ganado.

El rencor se asentaba en mi pecho como una piedra, pesado y constante. No era algo que pudiera simplemente ignorar. Tory había tomado su decisión, había cruzado esa línea, y ahora era mi turno de recordarle quién era yo. No el Robby que había intentado ser mejor, el que quería dejar atrás los errores. No. Ella iba a conocer al Robby que no olvidaba, que no perdonaba.

Y cuando Kwon finalmente se diera cuenta de que Tory todavía estaba enganchada conmigo, cuando viera que, por mucho que intentara, nunca podría competir conmigo... Ese sería el verdadero premio. Porque, al final, esto no era solo un juego para mí. Era algo personal. Era una cuestión de orgullo.

Fastidiar a Tory no era solo un deseo; era una necesidad. Una forma de liberar todo lo que había estado guardando, toda esa rabia y ese resentimiento que habían estado creciendo en mí desde que todo se fue al carajo. Y no iba a detenerme hasta que lo lograra.

El llamado para que todos subiéramos a los autobuses llegó como una salvación. Me levanté de la mesa con una mezcla de alivio y anticipación. Necesitaba un cambio de ambiente, algo que me ayudara a despejar la cabeza... o al menos un nuevo escenario donde planear mi próxima jugada. Eli y Demetri estaban ya esperándome en la puerta, riéndose de algo que no me interesaba en lo más mínimo.

El viaje al acuario fue ruidoso y caótico, con demasiada gente hablando al mismo tiempo y un par de entrenadores intentando mantener el orden. Yo me senté en la última fila, intentando mantenerme al margen de la energía desbordante que parecía llenar el autobús. Pero, a pesar de mis esfuerzos por ignorarla, mi mirada seguía encontrando a Tory, sentada unas filas adelante, al lado de Kwon. Sus risas se colaban entre el ruido, cada carcajada como un recordatorio molesto de lo bien que parecía estar pasándola.

Cuando finalmente llegamos al acuario, todos los dojos se agruparon en el estacionamiento. Había una cantidad ridícula de personas; dieciséis dojos en total, lo que significaba que la competencia iba a estar reñida. Pero lo que más llamó mi atención fue el anuncio de los organizadores.

—Antes de entrar, queremos una foto grupal de los capitanes de cada dojo —anunció uno de los entrenadores con un megáfono. —Por favor, los capitanes, acérquense a la entrada principal.

Suspiré. Fantástico. Ahora tenía que posar para una foto al lado de Sam, quien probablemente me mataría con la mirada por el simple hecho de existir. Caminé hacia el grupo con las manos en los bolsillos, intentando parecer indiferente. Sam ya estaba ahí, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba fastidio con orgullo.

—¿Listo para posar? —me preguntó con sarcasmo cuando me paré a su lado.

—Siempre estoy listo, princesa —respondí con una sonrisa irónica.

Ella bufó, pero no dijo nada más, lo que consideré una pequeña victoria. Mientras tanto, los demás capitanes se acomodaban en el lugar designado. Tory estaba al otro lado del grupo, junto a Kwon. Él le pasó un brazo por los hombros, y ella no solo no lo apartó, sino que se rió como si estuvieran compartiendo algún chiste privado.

El ardor en mi pecho volvió, más fuerte esta vez. Intenté concentrarme en cualquier otra cosa, pero mis ojos seguían volviendo a ellos. Kwon parecía tan cómodo, tan confiado, como si realmente creyera que pertenecía ahí, a su lado. Y Tory... bueno, Tory parecía estar disfrutando del espectáculo.

—¿Podrías dejar de mirar como si quisieras matarlos? —susurró Sam de repente, interrumpiendo mis pensamientos.

—No estoy mirando a nadie —respondí rápidamente, demasiado defensivo para sonar convincente.

Ella levantó una ceja, claramente divertida por mi reacción.

—Claro, y yo soy la reina de Inglaterra.

Rodé los ojos, pero no respondí. El fotógrafo nos hizo señales para que nos acercáramos más, agrupándonos en un espacio reducido. Sam y yo quedamos en el centro, mientras Tory y Kwon estaban al otro lado. El brazo de Kwon seguía firme sobre los hombros de Tory, y cada vez que ella se reía, sentía como si alguien estuviera apretando un tornillo en mi cabeza.

—¿Qué te pasa? —preguntó Sam en voz baja, notando mi tensión.

—Nada.

—Ah, claro. Porque nada es exactamente la expresión que estás poniendo ahora mismo.

La ignoré, apretando la mandíbula mientras el fotógrafo nos daba más instrucciones. Pero no podía apartar la vista de ellos. Tory parecía tan cómoda, tan... diferente. No era la Tory que yo conocía, la que siempre estaba a la defensiva, lista para atacar. Esta versión de ella era relajada, casi despreocupada, y eso me molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Cuando finalmente tomaron la foto, me alejé rápidamente, deseando poner algo de distancia entre nosotros. Pero no había escapatoria. Todo el día estaríamos juntos, recorriendo el acuario, y no podía evitar sentir que el universo estaba haciendo todo lo posible por probar mi paciencia.

Demetri apareció a mi lado mientras nos preparábamos para entrar, con una sonrisa que me hizo sospechar.

—Entonces, ¿cómo te sentiste al posar para la foto? —preguntó con falsa inocencia.

—Perfectamente bien. ¿Por qué lo preguntás?

—Oh, no sé... Tal vez porque parecía que estabas a punto de prender fuego el lugar con la mirada.

Eli se unió a nosotros, riéndose mientras ajustaba su chaqueta.

—¿Es porque Kwon le puso el brazo a Tory? Admitílo, Robby. Te afectó.

—No me afectó nada —respondí con firmeza, aunque mi tono probablemente traicionaba mis palabras.

—Claro que no —respondió Eli, dándome una palmada en la espalda. —Entonces no te va a importar si yo me acerco a mi amiga y le pregunto si ya está pensando en invitar a Kwon a una cita.

Lo fulminé con la mirada, pero él solo se rió más fuerte.

—No tenés que hacer nada. En serio.

—Ah, pero eso no sería divertido, ¿no? —intervino Demetri. —Vamos, Keene. Si no te importa, entonces no debería molestarte.

No respondí. Sabía que si lo hacía, solo les daría más munición. En lugar de eso, respiré hondo y caminé hacia la entrada del acuario, decidido a dejar atrás esa conversación... aunque no estaba seguro de si podría dejar atrás todo lo demás.

13:17 p.m

El grupo empezó a dispersarse una vez que nos dejaron entrar al acuario. Todos se movían en distintas direcciones, maravillados por los tanques gigantes y la increíble cantidad de vida marina que llenaba el lugar. Era el tipo de actividad que podría haber disfrutado si no tuviera tantas cosas en la cabeza. Pero no estaba ahí para mirar peces.

Mi atención estaba fija en Victoria, quien se alejaba del grupo con la misma confianza despreocupada que había mostrado durante la foto. Observé cómo caminaba sola hacia la sección de los tiburones, apartándose de Kwon, que parecía haber quedado atrapado en una discusión acalorada con algunos chicos de otro dojo. No pude evitar sonreír un poco ante la escena. El pobre tipo ni siquiera se daba cuenta de que Tory lo había dejado atrás.

Sin pensarlo demasiado, decidí seguirla. Había muchas cosas que necesitaba decirle, muchas cosas que tenía que intentar arreglar, aunque fuera un poco tarde. Apuré el paso para alcanzarla y, cuando llegué a su lado, lo primero que salió de mi boca fue:

—Hola.

Ella se sobresaltó ligeramente, como si no me hubiera escuchado acercarme. Pero cuando me vio, su expresión cambió rápidamente a una mezcla de fastidio y cansancio.

—¿Qué querés? —preguntó sin molestarse en ocultar su irritación.

Por un momento, pensé en dar media vuelta y dejarla en paz. Pero sabía que si no lo intentaba ahora, no habría otra oportunidad.

—Sé que ayer las cosas no salieron bien —comencé, intentando sonar honesto. —Tenés razón. Me comporté como un cobarde, y no hay excusa para eso. Perdón por no salir detrás tuyo, Tory.

Ella se cruzó de brazos, su mirada dura como el acero.

—¿Y pensás que algo de lo que digas va a cambiar las cosas? Perdón que te baje a tierra, Robby, pero no.

Su tono era frío, definitivo. Pero yo no iba a rendirme tan fácilmente.

—Ya sé que no va a cambiar nada —admití. —Tenés todo el derecho del mundo a estar enojada. Pero, aun así, quiero intentar arreglar las cosas.

Tory abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, un grupo de chicos apareció detrás de nosotros. Reconocí los uniformes; eran del dojo de Grecia. Sus actitudes prepotentes y las sonrisas burlonas en sus caras me dieron mala espina desde el primer segundo.

—Mirá quiénes están acá —dijo uno de ellos, con un acento marcado y un tono cargado de desprecio. —El gran equipo de alianzas entre Miyagi-Do y Cobra Kai. ¿Qué pasa? ¿Tan patéticos son que necesitan trabajar juntos para no perder?

Sus amigos rieron a carcajadas, y sentí cómo la sangre empezaba a hervir en mis venas. Tory tampoco parecía impresionada. Su mandíbula se tensó, y sus ojos se llenaron de esa chispa peligrosa que conocía tan bien.

—¿Y a vos quién te pidió tu opinión ,imbecil? —respondió ella, con una sonrisa cínica que era tan letal como cualquier golpe.

—Oh, mirá, la chica tiene actitud —replicó otro de ellos, dando un paso más cerca. —Que adorable.

No hizo falta más. Antes de darme cuenta, ya estábamos enfrascados en una pelea. Los chicos griegos atacaron primero, pero Tory y yo reaccionamos como si nunca hubiéramos dejado de entrenar juntos. La conexión estaba ahí, intacta, como si el tiempo y las diferencias no existieran.

Uno de ellos se lanzó hacia Tory, pero ella lo esquivó con facilidad y, girando sobre sus talones, le dio un golpe directo en las costillas. Otro vino hacia mí, pero lo derribé con una patada rápida. Sin necesidad de palabras, nos movíamos en perfecta sincronización, como si estuviéramos siguiendo una coreografía que habíamos practicado mil veces.

En un momento, hicimos una patada doble que me trajo un flashback. Era un movimiento que nos habían enseñado Kreese y Silver cuando todavía era parte de Cobra Kai. Tory me agarró de las manos y giró, usando el impulso para derribar a los dos últimos oponentes. Cuando cayeron al suelo, jadeando de dolor, nos miramos, sorprendidos.

Había algo en su expresión que me desarmó. Por un instante, parecía que todo el enojo, la tensión, y el resentimiento habían desaparecido. Pero antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, escuchamos el sonido de pasos apresurados y voces alarmadas.

—¡Guardias! —exclamó Tory, y sin dudarlo, salió corriendo.

No necesité que me lo repitieran. Corrí en dirección opuesta, esquivando a los curiosos que empezaban a amontonarse. No paré hasta que llegué al área donde estaba mi dojo. Miré hacia atrás, pero no vi a Tory por ningún lado. Había vuelto a desaparecer, como siempre.

Desde mi posición oculta, observaba cómo la dinámica entre los chicos del dojo comenzaba a calentarse. Habían armado un juego improvisado que consistía en ver quién lograba patear más alto, un desafío típico que parecía sacado de un entrenamiento básico. Kwon estaba en el centro de todo, por supuesto. Su postura egocéntrica y la sonrisa satisfecha que llevaba me daban ganas de atravesarlo con la mirada. Estaba ganando, por ahora, y disfrutaba de cada segundo.

Eli estaba a punto de competir. Lo conocía lo suficiente para saber que no iba a dejarse intimidar tan fácilmente, pero Kwon y su grupito no hacían más que provocarlo.

—¿De verdad eres lo mejor que tiene tu dojo? —preguntó uno de los chicos de Cobra Kai, un tal Yoon, con una sonrisa burlona mientras miraba a Eli de arriba abajo.

Eli alzó una ceja y se cruzó de brazos, pero su tono era tan seguro como siempre.

—Estoy seguro de que puedo patearte el trasero —respondió, clavándole la mirada.

Kwon, que estaba de brazos cruzados y claramente disfrutando del espectáculo, soltó una risa desdeñosa.

—Por favor —intervino con su tono condescendiente de siempre—. Ni siquiera eres el capitán. Por cierto, ¿dónde está él?

No pude soportarlo más. Salí de mi escondite, sin dejar de mirarlo directamente a los ojos.

—Aquí —dije con firmeza, avanzando hacia ellos.

El silencio que siguió fue palpable. Incluso los chicos de Miyagi-Do parecían un poco sorprendidos de verme aparecer de la nada. Sin embargo, antes de que las cosas se salieran de control, me dirigí directamente a ellos.

—Chicos ,vámonos.—ordené, señalando con la cabeza hacia la otra parte del acuario.

Kwon dio un paso al frente, con esa misma sonrisa egocéntrica que no había desaparecido en ningún momento.

—Siempre le huyes a los desafíos, ¿o es que tu novia está en mi equipo? —dijo, con un tono venenoso que sabía exactamente cómo presionar mis botones.

Sentí cómo toda la sangre me subía a la cabeza. Mi mandíbula se tensó, y tuve que hacer un esfuerzo consciente para no dejar que la rabia me controlara.

—Cuidado con lo que decís, imbecil. —le advertí, con un tono bajo pero cargado de amenaza.

Él se rió, como si mi advertencia no significara nada para él.

—¿Qué pasa, Keene? ¿Te duele saber que ella está mejor aquí que contigo? Tal vez si fueras un mejor líder, o un mejor... todo, no la habrías perdido.

Sus palabras eran como gasolina sobre un fuego ya encendido. Di un paso más cerca, cerrando la distancia entre nosotros, hasta que estábamos cara a cara.

—¿Querés probar suerte? —pregunté, mi voz gélida, mientras lo miraba fijamente a los ojos.

Por un momento, pensé que iba a retroceder, pero, como era de esperarse, Kwon mantuvo su postura.

—¿Por qué no? —dijo con una sonrisa burlona. —Aunque no sé si valga la pena. No sería una pelea justa. Ya sabes, teniendo en cuenta lo patético que sos.

El ambiente se tensó en cuanto la apuesta quedó sellada. Miré la madera con las marcas de las alturas de los saltos previos, las líneas de tiza que habían establecido los niveles, y luego le quité la tiza a Eli, que parecía dispuesto a decir algo pero se contuvo.

—Entonces, ¿tengo que superar esta línea? —pregunté, apuntando con el pie a la marca más alta que había conseguido Kwon.

Kwon sonrió con esa actitud de suficiencia que ya me tenía harto.

—¿Te parece fácil? Muy bien, mejoremos esto. Patea vos primero y después yo. Si no puedo superarte, te doy mi habitación. Pero si yo te supero, me das la tuya.

Me lo quedé mirando por un segundo. Sus palabras eran arrogantes, pero había algo en su tono que dejaba claro que pensaba que ya había ganado. Eso fue suficiente para hacerme aceptar.

—Muy bien —respondí con calma, aunque por dentro ya estaba planeando mi movimiento. Comencé a caminar unos pasos hacia atrás, preparándome para tomar impulso, mientras usaba la tiza para marcar mis zapatos.

—Es una mala idea —escuché decir a Devon detrás de mí.

Volteé ligeramente la cabeza para mirarla, pero antes de que pudiera decir algo, mis ojos captaron algo más. Tory estaba a un lado del grupo de Cobra Kai, con una expresión entre fastidio y frustración, reclamándole algo a Kwon. No alcancé a escuchar sus palabras, pero podía notar que no estaba cómoda con lo que estaba pasando.

—Acabo de ganar otra habitación. Ustedes tranquilos —les dije a los de Miyagi-Do con una sonrisa confiada.

Volví a enfocarme en la madera frente a mí. Inspiré profundamente, visualizando el salto. Este no era solo un desafío físico; era un mensaje. No iba a dejar que Kwon se saliera con la suya. Me enfoqué, corrí hacia la madera y salté con todas mis fuerzas. Mi pie derecho golpeó la marca más alta que había hecho Kwon, superándola por unos centímetros.

El grupo de Miyagi-Do estalló en vítores, pero mi mirada se fijó en Kwon, quien simplemente comenzó a aplaudir de manera sarcástica.

—Nada mal, Robby. Nada mal. —Dio un paso al frente, estirando los brazos como si estuviera calentando—. Pero tranquilo, ahora es mi turno.

Lo observé en silencio mientras se preparaba. Kwon no se molestó en esconder su confianza. Dio un par de pasos hacia atrás, tomó impulso y, para sorpresa de todos, saltó. Su pie pasó claramente por encima de mi marca, superándola con varios centímetros.

Un silencio incómodo cayó sobre el grupo. Kwon aterrizó con gracia, enderezándose y mirando a su grupo de Cobra Kai, que lo ovacionó como si acabara de ganar un torneo. Luego, se giró hacia mí con esa sonrisa burlona que siempre lograba sacarme de quicio.

—Tranquilo, Robby. —Se acercó lo suficiente como para que solo yo lo escuchara—. Le voy a decir a Tory que deje tus cosas afuera.

Sus palabras eran como una daga directa al orgullo. Kwon se rió mientras se alejaba, seguido por los otros de su equipo. Tory lo miró por un momento, luego nos lanzó una mirada rápida antes de seguirlo.

—¿Eso es todo? —preguntó Eli, rompiendo el silencio. Su tono era una mezcla de incredulidad y molestia.

—Por ahora, sí —respondí, aunque mi mandíbula estaba tan tensa que apenas pude pronunciar las palabras.

Miguel, que había estado callado durante todo el desafío, finalmente habló.

—Ahora estamos los cuatro en la misma habitación. Esto va a ser un desastre.

Demetri resopló, ajustándose los lentes.

—Un desastre sería un elogio. ¿Sabés lo que significa compartir un cuarto con vos tres? Esto es el fin de mi paz mental.

Eli le lanzó una mirada burlona.

—¿Paz mental? Vos siempre estás quejándote. Esto no cambia nada.

—¡Exacto! —exclamó Demetri, apuntándolo como si acabara de probar su punto—. Ahora voy a tener aún más cosas de las que quejarme.

A pesar de todo, no pude evitar soltar una risa seca. Su absurda pelea era justo lo que necesitaba para no seguir pensando en Kwon y en esa maldita apuesta.

—Vamos, chicos —dije, poniéndome en marcha hacia nuestra habitación—. Si vamos a sobrevivir a esto, necesitamos una estrategia.

Miguel me miró curioso.

—¿Sobrevivir a qué? ¿A compartir habitación o a los pedos de Demetri?

—A las dos cosas —respondí, sin dejar de caminar.

15:18 p.m

El ambiente en el autobús estaba tan caótico como siempre. Me había sentado al lado de Miguel, más por necesidad que por elección, ya que Eli y Demetri se habían enfrascado en una discusión absurda sobre quién era el culpable de los pedos nocturnos que, aparentemente, habían arruinado la noche para todos.

—¡Te digo que no fui yo! —protestaba Demetri, gesticulando exageradamente.

—Por favor, Demetri, la evidencia está en contra tuya —respondió Eli, con ese tono burlón que siempre usaba para molestarlo—. Vos fuiste el que comió tres porciones de tacos anoche. TRES.

—Eso no prueba nada. Podrían haber sido los nervios del torneo... o Miguel. Él también comió.

Miguel suspiró a mi lado, cubriéndose la cara con una mano.

—¿Podemos no hablar de pedos, por favor? —pidió, aunque su tono dejaba claro que no esperaba que le hicieran caso.

—¿Miguel? —Eli se giró hacia él, señalándolo como si acabara de resolver un caso policial—. ¿Vos fuiste? Decilo ahora, y todo quedará en el pasado.

Miguel lo miró incrédulo.

—¿En serio, Halcón? ¿Ahora soy sospechoso?Estuve menos de media hora en su habitación.

—¡Ya dije que no fui yo! —saltó Demetri, como si estuviera ofendido de que su mejor amigo siquiera lo considerara culpable.

Yo los ignoraba lo mejor que podía, pero era imposible no escuchar. Miguel soltó un resoplido exasperado y murmuró algo como "esto es ridículo", mientras Eli y Demetri seguían discutiendo.

Mi mente, sin embargo, estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en lo que había pasado con Kwon. Su actitud, su arrogancia, la manera en que me había dejado en ridículo frente a todos... No era fácil sacármelo de la cabeza. Pero entonces algo llamó mi atención.

Desde mi asiento, tenía una vista clara hacia el frente del autobús, donde Tory y Kwon estaban sentados. No estaban teniendo una conversación tranquila, eso estaba claro. Aunque no podía escuchar del todo, podía distinguir los gestos y algunas palabras que se decían.

Tory estaba visiblemente molesta, con los brazos cruzados y una expresión que habría asustado a cualquiera. Kwon, en cambio, parecía tan relajado como siempre, aunque su postura tenía ese toque desafiante que me resultaba tan familiar.

—Idiota... no los molestes... —alcancé a escuchar a Tory, aunque su voz era baja.

Kwon se encogió de hombros y respondió algo que no pude captar, pero fue suficiente para que Tory le señalara con un dedo en el pecho.

—¡Sos insoportable! —espetó finalmente, tan fuerte que incluso algunos de los otros chicos del autobús se giraron para mirar.

No pude evitar sentir una pequeña satisfacción al ver a Kwon recibiendo lo que se merecía, aunque no era mi lugar intervenir. Tory era más que capaz de manejarlo por sí sola.

—¿Qué mirás? —preguntó Miguel, notando que me había quedado mirando fijamente hacia adelante.

—Nada... —murmuré, desviando la mirada, aunque no podía evitar echar otro vistazo de reojo.

En ese momento, Eli se giró hacia nosotros, claramente buscando apoyo.

—Robby, decí la verdad, ¿no creés que fue Demetri?

Demetri lo miró con los ojos entrecerrados, como si lo hubiera traicionado.

—¡Vos tenés la cara de culpable acá!

—¿Podemos dejar este tema, por favor? —pidió Miguel, levantando las manos como si se rindiera.

Yo solté un suspiro, sin ganas de sumarme al caos.

—A nadie le importa quién fue —dije finalmente—. Lo que sí importa es que alguien abra una ventana la próxima vez.

Eli y Demetri se miraron por un momento y luego asintieron, como si esa fuera la solución más lógica del mundo.

—Buena idea —dijo Demetri, acomodándose en su asiento con una sonrisa satisfecha.

—Claro, siempre pensando en el bienestar del equipo —agregó Eli con sarcasmo, mientras se recostaba con los brazos detrás de la cabeza.

Miguel me lanzó una mirada que decía: "Esto es lo que tengo que aguantar todos los días".

Sonreí un poco, pero mi mente volvió rápidamente a Tory y Kwon. Aunque la discusión entre ellos parecía haber terminado, todavía había algo en su lenguaje corporal que me hacía sentir inquieto. Tory seguía con la mirada fija hacia adelante, claramente molesta, mientras Kwon simplemente se cruzaba de brazos con una sonrisa triunfante.

Algo me decía que esta situación con Kwon estaba lejos de terminar. Y sabía que, tarde o temprano, iba a tener que enfrentarlo de nuevo.






Seguramente les caiga mal este Robby y su personalidad de mierda pero tiempo al tiempo mis hermanas.

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