02:Hazlo por el equipo

Martes 13:22 p.m

El estadio cerrado tenía un aire particular aquella mañana. Había algo en el ambiente que hacía que todo pareciera más grande, más importante. Las luces blancas del techo iluminaban cada rincón, reflejándose en el brillante suelo de madera pulida y en las gradas llenas de dojos de todo el mundo. Era como si el Sekai Taikai fuera más que un torneo; era una batalla entre mundos, un enfrentamiento de ideologías.

Había dojos por todas partes, cada uno destacando con sus uniformes y colores únicos, pero mis ojos no podían apartarse de ellos. Cobra Kai estaba al otro lado del estadio, con su característico gi negro que parecía absorber la luz. Entre todos ellos, Tory destacaba.

No era solo por el gi, aunque aquel negro parecía casi agresivo en contraste con el blanco puro de Miyagi-Do que llevaba yo. Había algo más en ella. Quizá era el hecho de que su cabello estaba más corto ahora, justo por debajo de los hombros, un cambio que no había esperado. Le daba un aire diferente, más fuerte, más decidido. Sin embargo, incluso desde lejos, podía ver una rigidez en sus movimientos, una tensión en la forma en la que se mantenía de pie junto a él.

Kwon.

El tipo no se separaba de ella. Su postura era la de alguien que sabía que tenía el control de la situación. Era alto, incluso más que yo, con el cabello negro peinado de una forma tan perfecta que parecía que ni un solo cabello estaba fuera de lugar. Pero lo que más me molestaba era su sonrisa. Siempre presente, siempre arrogante, como si supiera algo que los demás no sabían. De vez en cuando, sus ojos se deslizaban hacia Tory, expectantes, como si estuviera esperando una reacción de ella.

Intenté no mirarlos demasiado, pero no pude evitarlo. Había algo en la forma en la que Tory estaba parada, con los brazos cruzados sobre el pecho, seria, casi distante, que me desconcertaba. Ella siempre había sido fuerte, incluso intimidante, pero ahora había algo más. Algo que no podía identificar, y que no me gustaba.

—¿Estás bien? —La voz de Sam me sacó de mis pensamientos.

Ella estaba a mi lado, con una sonrisa radiante mientras ajustaba la cinta blanca de su gi. A diferencia de mí, parecía emocionada por el día que nos esperaba. Sam siempre había sido así, optimista, segura de sí misma. Me obligué a sonreírle, aunque mi mente estaba en otro lugar.

—Sí, estoy bien —mentí, volviendo la mirada hacia Cobra Kai.

Sam siguió mi línea de visión y bufó, visiblemente molesta.

—No entiendo qué hace Tory aquí. No tiene sentido.

—No sé... —murmuré, aunque sabía que no iba a ser suficiente para calmarla.

—¿Y qué pasa con ese tipo? —continuó, refiriéndose a Kwon. —Se cree tan superior. Me dan ganas de... no sé, arrancarle esa sonrisa de la cara.

Eso me hizo reír, aunque solo un poco.

—No pierdas la calma, Sam. Hoy tenemos un objetivo, ¿recuerdas?

Ella asintió, aunque su atención seguía fija en Cobra Kai.

Poco después, el sonido de un micrófono siendo activado resonó por el estadio, silenciando el murmullo de las gradas. En el centro del tatami, Gunther Braun, el organizador principal del Sekai Taikai, estaba de pie con su impecable traje gris y una expresión de autoridad que nadie se atrevía a ignorar.

—¡Bienvenidos al Sekai Taikai! —anunció, su voz firme y llena de energía. —Hoy damos inicio a uno de los torneos más prestigiosos de artes marciales del mundo. Cada dojo aquí presente ha demostrado ser digno de competir en este escenario.

Un aplauso generalizado llenó el estadio, pero yo apenas lo noté. Mis ojos seguían clavados en Tory.

—Ahora, por favor, que los capitanes de cada dojo den un paso al frente para recibir sus cintas de capitanía.

Hubo un movimiento sincronizado en el estadio mientras los capitanes avanzaban hacia el centro del tatami. A mi lado, Sam me dio una pequeña palmadita en el brazo antes de avanzar con una sonrisa confiada.

Miré a Tory de nuevo. Ella también dio un paso adelante, pero su expresión no cambió. Seguía seria, como si la cinta que estaba a punto de recibir no significara nada para ella. Kwon, por otro lado, parecía encantado. Su sonrisa arrogante seguía intacta mientras caminaba junto a ella, destacando incluso entre los demás capitanes.

Cuando todos estuvieron en posición, Gunther comenzó a entregar las cintas. Sam recibió la suya con una sonrisa radiante, inclinándose ligeramente en señal de respeto antes de regresar a su lugar. Pero cuando fue el turno de Kwon, el tipo apenas inclinó la cabeza. Su sonrisa seguía allí, como si estuviera diciendo: Ya sabía que iba a conseguir esto.

Tory fue la siguiente. Cuando Gunther le entregó la cinta, ella la tomó con una leve inclinación de cabeza, sin cambiar su expresión. Era como si estuviera allí por obligación, como si nada de esto le importara realmente.

Regresaron a sus posiciones, y mi atención volvió a ella. No podía evitarlo. Algo en todo esto me hacía sentir incómodo, y no sabía si era porque Tory estaba en Cobra Kai, porque Kwon no dejaba de mirarla, o porque sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarme a ella en el tatami.

—¿Robby? —La voz de Sam me hizo girarme hacia ella.

—¿Qué?

—Dije que ya es nuestro turno. Vamos.

Asentí, siguiendo su mirada hacia el área de entrenamiento asignada a Miyagi-Do. Mientras caminábamos, no pude evitar mirar por última vez hacia Tory. Esta vez, nuestros ojos se encontraron de nuevo, aunque solo por un segundo. Pero fue suficiente para que mi mente volviera a llenarse de preguntas.

¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué se veía tan diferente? ¿Y por qué, a pesar de todo, no podía dejar de pensar en ella?

15:09 p.m

La suite del hotel estaba sumida en un silencio incómodo, algo completamente atípico para nuestro grupo. Por lo general, cuando estábamos juntos, el ruido era incontrolable: Eli con sus comentarios sarcásticos, Demetri refunfuñando por cualquier cosa, y Miguel actuando como el eterno mediador, tratando de calmar las aguas antes de que alguien perdiera la paciencia. Pero esa tarde, después de la entrega de cintas en el estadio, la atmósfera estaba cargada de tensión.

Sam estaba en el sofá junto a la ventana, abrazada a un cojín, su mirada fija en el horizonte. Podías notar que estaba molesta solo por la forma en la que apretaba la mandíbula. Miguel, sentado a su lado, la miraba con una mezcla de preocupación y algo de resignación, como si supiera que cualquier intento de conversación no llevaría a nada.

Devon estaba en una esquina, deslizando el dedo por la pantalla de su celular, aunque estaba claro que no estaba prestando atención a nada en particular. Había dejado de emitir sus habituales comentarios ingeniosos, lo que hacía que la habitación se sintiera aún más apagada.

Y luego estaba Demetri.

Él era incapaz de quedarse en silencio por mucho tiempo, y menos aún de ocultar su frustración. Caminaba de un lado a otro, refunfuñando entre dientes y lanzando miradas rápidas a todos, como esperando que alguien rompiera el hielo. Pero nadie lo hacía. Todos sabíamos cuál era el elefante en la habitación, pero ninguno quería ser el primero en mencionarlo: Tory.

Por mi parte, me había refugiado en uno de los sillones, con los brazos cruzados y la cabeza recostada hacia atrás. Había pasado todo el camino de regreso intentando calmar mi mente, pero no había servido de nada. Las preguntas seguían ahí, una tras otra: ¿Por qué Tory está aquí? ¿Por qué sigue en Cobra Kai? ¿Por qué es la capitana? ¿Qué significa eso para nosotros?

El silencio se alargó tanto que comenzó a volverse insoportable, hasta que Demetri finalmente explotó.

—¡Esto es ridículo! —exclamó, deteniéndose en seco en medio de la sala y alzando las manos al aire como si estuviera rogando por paciencia. —¿Es qué nadie más va a hablar de lo que acaba de pasar?

Eli, que estaba sentado con las piernas extendidas en un sillón, levantó una ceja con desgano.

—¿Hablar de qué, Demetri? —preguntó, su tono burlón habitual. —¿De que Tory está aquí? ¿De que tiene una cinta que dice "capitana"? ¿De que eso te tiene al borde del colapso nervioso? Porque, sinceramente, no veo por qué tanto drama.

Demetri lo fulminó con la mirada, completamente indignado.

—¡¿No ves por qué tanto drama?! —repitió, gesticulando exageradamente. —¡Es Tory, Eli! Tory Nichols. La misma que nos hizo la vida imposible durante meses, que casi destruye a Miyagi-Do y que ahora está liderando a Cobra Kai. ¿Y tú actúas como si no fuera gran cosa?

—Porque no es gran cosa —respondió Eli con indiferencia, encogiéndose de hombros. —Es una cinta, nada más.

Sam, que hasta ese momento había permanecido en silencio, giró la cabeza hacia ellos, sus ojos brillando con molestia.

—¿"Nada más"? —dijo con un tono helado. —Esa "nada más" significa que Tory está liderando al dojo que casi nos destruye. Significa que ahora tiene aún más poder para seguir con sus juegos.

—Oh, por favor, Sam —interrumpió Demetri, todavía en modo dramático. —Esto no es un "juego". Es una declaración de guerra.

Devon, que había estado observando todo desde su rincón, finalmente dejó su celular y levantó una ceja.

—¿Y tú qué propones, nerd? ¿Qué salgamos corriendo del torneo solo porque Tory tiene una cinta en la cabeza?

Demetri se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—Por supuesto que no. Pero tampoco podemos actuar como si esto fuera normal.

—Lo único que no es normal aquí eres tú, Demetri —comentó Eli con una sonrisa burlona.

Demetri lo ignoró y giró hacia mí, señalándome como si estuviera buscando apoyo.

—Robby, tú entrenaste con ella. Dime que no te molesta verla ahí. Dime que no es completamente ridículo que esté liderando a Cobra Kai después de todo lo que pasó.

Sentí las miradas de todos caer sobre mí. No quería hablar de eso. No quería ni pensarlo. Pero sabía que no podía evadirlo.

—No lo sé —dije finalmente, apoyando los codos en las rodillas y pasándome las manos por el cabello. —Es raro, eso es todo. Verla ahí, con esa cinta... No sé qué pensar.

—Pues deberías pensar que es una amenaza —intervino Sam, apretando el cojín contra su pecho. —Porque eso es lo que significa.

—¿Ah, sí? —interrumpió Eli, levantando una ceja. —¿Y no se supone que estamos aquí para enfrentar amenazas? Porque, no sé ustedes, pero a mí me parece que eso es exactamente lo que hacemos en este torneo.

—No estás entendiendo, idiota —replicó Demetri, exasperado. —Esto no es solo otro torneo. Esto es el Sekai Taikai. Es el escenario más grande, con los mejores dojos del mundo. Y ahora tenemos que enfrentarnos a ella.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Eli, dejando escapar un suspiro exagerado. —¿Tory es buena? Seguro. ¿Es una amenaza? Quizás. ¿Podemos derrotarla? Absolutamente.

Hubo un silencio incómodo después de eso, y por un momento pensé que Sam iba a explotar. Pero, para mi sorpresa, se levantó del sofá y miró a Eli con frialdad.

—Espero que tengas razón, Eli —dijo con voz firme. —Porque si no la tienes, y Tory termina siendo un problema, más te vale que tengas algo mejor que sarcasmo para ofrecer.

Con eso, salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio aún más pesado.

Eli se encogió de hombros y sacó su celular, como si nada hubiera pasado. Miguel dejó escapar un suspiro y me miró.

—¿Estás bien?

—No lo sé —admití, mi mente todavía llena de preguntas sin respuesta.

El silencio en la suite quedó aún más denso tras la salida de Sam. Todos sabíamos que ella tenía razón en lo que había dicho, aunque nadie estaba dispuesto a admitirlo en voz alta.

Eli seguía revisando su celular como si el comentario de Sam no hubiera dejado una grieta en la sala. Demetri, sin embargo, se quedó de pie, mirando hacia la puerta como si estuviera debatiéndose entre seguirla o quedarse para terminar su queja. Devon suspiró, poniéndose los auriculares, claramente decidida a ignorar el drama que se desarrollaba frente a ella.

Miguel rompió el silencio, mirando a Demetri con paciencia.

—Demitri, si sigues pensando en eso, te vas a volver loco.

Demetri dejó caer los brazos con frustración y giró hacia Miguel.

—¿Cómo no voy a pensar en eso? —preguntó, levantando las manos como si fuera obvio. —Es Tory. La chica que nos pateó el trasero más veces de las que puedo contar. ¿Y ahora ella es la capitana de Cobra Kai? ¿Qué sigue, que Kyler sea su segundo al mando?

Eli soltó una risa burlona desde el sillón.

—Primero que Kyler deletree "capitan".

Demetri le lanzó una mirada que podría haber derretido acero.

—Esto no es un chiste, Eli.

El de cresta se encogió de hombros.

—Para mí lo es. Ustedes se están volviendo locos por algo que no importa. Al final del día, solo tenemos que pelear, ganar y olvidarnos de Cobra Kai.

—¿Ah, sí? ¿Y qué pasa si no ganamos? —replicó Demetri.

—No sé, tal vez deberíamos enfocarnos en entrenar en lugar de en hacer teorías conspirativas sobre Tory —Eli sonrió con suficiencia, volviendo a mirar su celular.

Miguel, quien había estado en silencio hasta ese momento, finalmente decidió intervenir.

—Todos tienen un punto —dijo, mirando a Demetri y luego a Eli. —Es cierto que no podemos dejar que Tory nos saque de nuestras casillas, pero también es cierto que esto no es algo que podamos ignorar.

—Gracias, Miguel, por ser tan diplomático como siempre —dijo Eli con sarcasmo, aunque sin malicia.

Miguel ignoró el comentario y se giró hacia mí.

—Robby, tú la conoces mejor que nadie. ¿Crees que Tory está aquí porque quiere ganar, o hay algo más?

Me quedé en silencio por un momento, considerando su pregunta. Tory no era alguien fácil de leer, ni siquiera para mí. Pero había algo en la forma en que había aceptado esa cinta, en la manera en que había evitado mirar a nuestro lado durante toda la ceremonia, que me hacía pensar que esto era más personal para ella de lo que parecía.

—No lo sé —admití finalmente. —Pero lo que sí sé es que, si Tory está aquí, tiene un motivo. Y no creo que sea tan simple como ganar un torneo.

Eli levantó la cabeza de su celular, su expresión burlona desapareciendo por un momento.

—¿Qué estás insinuando?

Lo miré, aunque no estaba seguro de cómo explicarlo.

—Solo digo que... Tory no es de las que se queda con algo si no cree en ello. Si sigue en Cobra Kai, es porque piensa que tiene una razón para hacerlo.

—O porque no tiene a dónde más ir —interrumpió Devon desde su rincón, quitándose un auricular.

La habitación quedó en silencio nuevamente. Aunque nadie dijo nada, todos sabíamos que Devon tenía un punto. Tory nunca había sido alguien con muchas opciones.

—Bueno, sea lo que sea —dijo finalmente Miguel, levantándose del sofá y estirándose —, lo único que podemos hacer es seguir adelante. Tenemos entrenamiento en una hora, y creo que todos necesitamos despejar nuestras cabezas.

—¿Entrenamiento? —repitió Demetri con un tono quejumbroso. —Genial, porque lo único que quiero después de un día lleno de estrés es que Chozen me derribe diez veces seguidas.

Eli sonrió, dándole una palmada en el hombro mientras se levantaba.

—Vamos, Demetri. Tal vez esta vez consigas derribarlo tú.

—Ja, ja —respondió Demetri, rodando los ojos.

Mientras todos comenzaban a moverse, yo me quedé sentado por un momento más, mirando la puerta por la que Sam había salido. Había algo en todo esto que no cuadraba, algo que seguía dándome vueltas en la cabeza.

Tory estaba aquí. Era la capitana de Cobra Kai. Y por alguna razón, no podía dejar de sentir que todo estaba a punto de cambiar.

16:11 p.m

La habitación quedó en completo silencio después de que Devon se marchó, respondiendo al llamado de Sam. Solo quedábamos los cuatro: Demetri, Eli, Miguel y yo. El ambiente estaba cargado de algo... no sé si incomodidad, tensión o simplemente el hecho de que estar encerrados juntos nunca era una buena idea.

Demetri seguía caminando de un lado a otro como si su cerebro estuviera procesando la fórmula para convertir el plomo en oro. Sus manos se movían frenéticamente mientras murmuraba cosas inaudibles para sí mismo. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba tramando algo. Y, por experiencia, eso nunca terminaba bien.

Eli estaba recostado en el sillón, con las piernas cruzadas sobre la mesa de centro, tamborileando con los dedos contra su celular como si estuviera tocando un tambor invisible. Miguel, por otro lado, estaba de pie junto a la ventana, mirando fijamente el horizonte con esa expresión pensativa que solía usar cuando algo lo preocupaba. Y yo... bueno, yo estaba hundido en el sillón, esperando que nadie me incluyera en lo que fuera que Demetri estuviera planeando.

Finalmente, Demetri se detuvo en seco, justo en el centro de la habitación, con una expresión que mezclaba emoción y locura.

—¡Lo tengo! —exclamó, apuntándonos con un dedo como si acabara de resolver el enigma de la vida.

Eli levantó la vista de su celular, arqueando una ceja.

—¿Qué tienes? ¿Una nueva manera de hacer el ridículo? Porque si es eso, no necesitas ayuda.

—No. —Demetri ignoró el comentario con la paciencia de un monje tibetano. —Tengo un plan.

Miguel se giró hacia él, cruzando los brazos con cautela.

—¿Qué tipo de plan? —preguntó, claramente preocupado.

Demetri sonrió como si estuviera a punto de dar un discurso épico.

—Escuchen. Si queremos ganar este torneo, no podemos depender solo del entrenamiento. Necesitamos... un as bajo la manga.

—¿Un as bajo la manga? —repetí, frunciendo el ceño.

—Sí, Robby, exactamente. Algo que ellos no vean venir.

Eli dejó escapar una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—Por favor, dime que no estás pensando en algo ilegal. Porque si lo estás, paso. Ya he tenido suficiente drama en mi vida.

—No, no es ilegal. —Demetri sonrió aún más, como si se sintiera muy listo. —Es... estratégico.

Miguel suspiró, claramente perdiendo la paciencia.

—¿Puedes ir al grano?

Demetri hizo un gesto dramático con las manos, como si estuviera revelando un secreto universal.

—¡Distracción!

Eli soltó una risa sarcástica.

—¿Distracción? ¿Eso es todo? ¿Esa es tu gran idea?

—¡Es una gran idea! —protestó Demetri, apuntándolo con un dedo. —Y la mejor forma de distraer a alguien es...

Hizo una pausa, alargando el momento como si estuviera a punto de revelar el final de una novela de misterio.

—¡Romance!

La habitación estalló en carcajadas. Eli casi se cayó del sillón, mientras Miguel se llevaba una mano a la cara y yo intentaba no atragantarme con mi propia saliva.

—¿Romance? —Eli lo miró como si acabara de sugerir que nos uniéramos a un circo. —¿Qué clase de película de bajo presupuesto te inspiró para esto?

—¡Piensen en ello! —insistió Demetri, con las manos en alto. —Tory está completamente concentrada en el torneo. Si logramos que alguien se le acerque, que la desconcentre, ¡podríamos tener ventaja!

Miguel negó con la cabeza, claramente horrorizado.

—Demetri, por favor, dime que no estás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo.

Demetri se giró hacia Eli con la misma intensidad con la que un científico loco revela su último invento.

—Exacto. ¡Eli tiene que ligarse a Tory!

La habitación quedó en un silencio sepulcral por un par de segundos, hasta que Eli soltó una carcajada tan fuerte que su cuerpo casi se deslizó del sillón.

—¿¡Qué!? —exclamó, llevándose una mano al pecho, como si Demetri acabara de insultar su honor. —¿Por qué yo?

Demetri alzó las manos, como si la respuesta fuera obvia.

—¡Porque tienes esa vibra rebelde, Eli! Con tus tatuajes, tu actitud de chico malo, tu... eh... peinado llamativo.

—¿Peinado llamativo? —Eli arqueó las cejas, tocándose la cabeza afeitada con una expresión ofendida. —Demetri, lo único llamativo aquí es lo ridículo de tu plan. Además, Tory me aterra. Esa chica tiene una energía asesina. Una vez me miró en la cafetería y estuve a punto de disculparme sin saber por qué.

Miguel, que había estado callado hasta ese momento, soltó una risa baja mientras sacudía la cabeza.

—Estoy de acuerdo con Eli —dijo Miguel, cruzando los brazos. —Tory no es alguien a quien puedas distraer tan fácilmente. Y, además, no veo cómo esto nos ayuda en el torneo.

Demetri bufó con dramatismo, cruzándose de brazos como si estuviera lidiando con un grupo de ignorantes.

—Está bien, si Eli no puede porque, ya sabes, le tiene miedo a las chicas rudas...

—¡Hey! —interrumpió Eli, frunciendo el ceño.

—...y Miguel no quiere porque está "felizmente comprometido" con Sam...

—Exactamente —afirmó Miguel, levantando las manos.

Demetri hizo una pausa teatral, girando lentamente hacia mí con una sonrisa de suficiencia.

—Eso nos deja a ti, Robby.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—¡No! —dije inmediatamente, levantando una mano como si pudiera detener la avalancha que se avecinaba.

Demetri ignoró mi protesta, acercándose con la insistencia de un vendedor de seguros desesperado.

—Robby, piénsalo. Tú eres el único que tiene una conexión con Tory. Ya estuvieron juntos, ¿no?

—Exacto, estuvimos juntos —repliqué, tratando de mantener la calma. —Eso fue hace mucho tiempo. Y las cosas entre nosotros terminaron mal.

—¿Tan mal? —preguntó Eli con una sonrisa burlona, inclinándose hacia adelante. —Porque, siendo honestos, parece que todavía te importa un poquito.

Sentí que mi mandíbula se tensaba.

—Cállate, Eli.

Él levantó las manos, fingiendo inocencia, aunque su sonrisa delataba lo mucho que estaba disfrutando esto.

—Solo digo.

El problema era que Eli tenía razón, aunque me negaba a admitirlo en voz alta. Las palabras de Demetri comenzaron a revolver algo en mi interior, trayendo consigo un torrente de recuerdos que había intentado enterrar.

De repente, me vi a mí mismo en aquel parque al atardecer, sentado junto a Tory en un banco de madera. Ella reía con esa risa tan única que tenía, una mezcla de sarcasmo y verdadera diversión, mientras jugaba con un anillo de plata que siempre llevaba en el dedo. Recordé cómo su cabello reflejaba la luz del sol y cómo sus ojos oscuros brillaban cuando hablaba apasionadamente de algo que le importaba. También recordé las discusiones, los gritos, las veces que su temperamento explosivo chocaba con mi propia testarudez.

Y, finalmente, recordé el día en que todo terminó. Su mirada fría, la forma en que cruzó los brazos mientras me decía que era un cobarde. Las palabras habían dolido entonces, y ahora parecían volver con más fuerza.

Sacudí la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos.

—No voy a hacerlo, Demetri. Búscate otro plan.

Pero Demetri no parecía dispuesto a rendirse.

—Robby, por favor. Piensa en el equipo.

—¡Piensa en nosotros! —intervino Eli, fingiendo dramatismo. —¿Qué clase de líder abandona a su equipo en un momento tan crucial?

—¡No soy su líder! —repliqué, frunciendo el ceño.

—Bueno, eres nuestra última esperanza —añadió Miguel, aunque había un brillo de diversión en sus ojos. —Y, sinceramente, no se me ocurre nadie más que pueda lograrlo.

—No lo voy a hacer.

—Vamos, Robby —insistió Eli, inclinándose hacia mí con una sonrisa burlona. —Solo un pequeño coqueteo. No puede ser tan difícil, ¿no?

—¡Claro que es difícil! —repliqué, alzando la voz. —¿Saben lo complicada que es Tory? ¡Es como intentar domar un huracán!

—Perfecto, entonces ya tienes experiencia —bromeó Eli, ganándose una mirada fulminante de mi parte.

Miguel trató de intervenir, esta vez con un tono más serio.

—Chicos, creo que estamos presionando demasiado. No necesitamos un plan tan elaborado para ganar. Solo tenemos que concentrarnos en entrenar.

—¿Entrenar? —Demetri lo miró como si hubiera sugerido que renunciáramos al torneo. —Miguel, esto no es solo físico. Es psicológico. ¡Tenemos que jugar con sus mentes!

Eli soltó una risa incrédula, poniéndose de pie.

—Bueno, suerte con tu plan, Demetri. Yo paso.

—Yo también —añadió Miguel, levantándose.

Ambos comenzaron a dirigirse hacia la puerta, dejando a Demetri y a mí solos. Demetri me miró como si yo fuera su última esperanza.

—Robby, por favor...

Suspiré, frotándome las sienes.

—No voy a hacerlo, Demetri.

El silencio volvió a instalarse en la habitación. Pero, a pesar de mis palabras, no podía dejar de pensar en Tory, en esos recuerdos que seguían persiguiéndome. Sabía que Demetri estaba loco, pero una parte de mí no podía evitar preguntarse qué haría Tory si intentara acercarme a ella otra vez.

Y esa idea, aunque absurda, no dejaba de inquietarme.

21:55 p.m

El día siguió como una larga cadena de conversaciones y súplicas interminables. Demetri y Eli, como dos moscas molestas, no dejaron de insistir en su absurdo plan para "enamorar" a Tory. No importaba cuántas veces les dijera que era una pésima idea o que no quería involucrarme, ellos seguían. Eli incluso llegó a hacer una lista mental de razones por las que, según él, yo era la mejor opción. Cuando la paciencia finalmente me abandonó, me levanté y propuse algo para distraernos:

—¿Qué les parece si dejamos de planear tonterías y vamos a un bar? Necesito despejarme.

Demetri asintió con entusiasmo, como si esa idea fuera suya, y Eli simplemente se encogió de hombros, probablemente pensando que una bebida gratis no le vendría mal.

Un par de horas después, estábamos en un bar que tenía un ambiente relajado y algo ruidoso. La música era lo suficientemente fuerte como para llenar los silencios incómodos, pero no tanto como para impedirnos hablar. Eli, fiel a su estilo, ya estaba pidiendo tragos que claramente no estaban diseñados para disfrutarse.

—¡Dale, Demetri! Este te va a dejar la garganta ardiendo, pero es un paso necesario para convertirte en un hombre de verdad. —Eli le pasó un vaso pequeño, lleno de un líquido ambarino que olía a puro alcohol.

—Prefiero no morir en un bar de mala muerte, gracias —respondió Demetri, apartando el vaso con una mueca.

Miguel y Sam, por otro lado, se habían perdido en la pista de baile. La música les daba una excusa para acercarse más de lo normal, y no pude evitar notar cómo Sam reía cada vez que Miguel intentaba seguir el ritmo. Parecían felices, ajenos a los problemas que el resto de nosotros cargábamos.

Yo, sin mucho interés en beber o bailar, me acerqué a la barra. Pedí algo suave, lo justo para mantenerme ocupado mientras mis amigos se entretenían. Estaba esperando que el bartender terminara mi trago cuando una sensación extraña me recorrió la espalda. Era esa intuición, ese instinto que te dice que alguien está mirándote.

Giré la cabeza y lo vi. O, mejor dicho, la vi. Tory.

Ella acababa de entrar al bar acompañada por dos tipos que reconocí al instante: Kwon y otro chico que no había visto antes, pero que Eli me había dicho que se llamaba Yoon. Ambos vestían esas chaquetas negras características de Cobra Kai, con la actitud de quien cree que el mundo entero les pertenece.

Tory destacaba entre ellos, aunque no parecía esforzarse en absoluto por hacerlo. Llevaba jeans anchos y rotos, un top con transparencias que dejaba poco a la imaginación y una chaqueta de cuero que completaba su estilo imponente. Su cabello estaba recogido de manera descuidada, pero ese desorden parecía intencional, como si incluso en su caos pudiera verse bien.

Ella miró alrededor del lugar con seriedad, evaluando cada rincón como si buscara algo. Cuando finalmente su mirada se encontró con la mía, su expresión cambió. Sus ojos, que siempre habían sido duros y decididos, mostraron algo que no supe interpretar al principio. Desconcertada, tal vez.

Hubo un momento incómodo en el que ninguno de los dos hizo nada. Luego, Tory apartó la mirada rápidamente, como si no quisiera que yo interpretara mal esa conexión. Kwon, que estaba a su lado, la guió hacia la otra punta de la barra, inclinándose ligeramente hacia ella de manera... coqueta.

Sentí cómo algo se encendía dentro de mí, algo que no quería admitir. Celos, quizá. No había hablado con Tory desde hacía mucho tiempo, pero verla con esos tipos me recordó todo lo que habíamos tenido y lo mal que había terminado. Y ahora, ahí estaba ella, actuando como si yo no existiera.

Eli apareció a mi lado, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Es mi imaginación o la realeza de Cobra Kai acaba de llegar? —preguntó, apoyándose en la barra y mirando descaradamente hacia el grupo.

—No te metas —le advertí, pero sabía que no me haría caso.

Eli sonrió, claramente entretenido.

—Mirá a Kwon, haciéndose el galán con Tory. Que peligroso ,que triste.

No respondí, pero no pude evitar seguir la dirección de su mirada. Kwon estaba inclinado hacia Tory, diciéndole algo al oído que la hizo rodar los ojos. Era una reacción que conocía bien; Tory solía hacer eso cuando alguien la irritaba, pero no lo suficiente como para alejarse.

—¿Te molesta? —preguntó Eli, dándome un codazo.

—No me molesta nada.—respondí con más brusquedad de la necesaria.

Eli se rió, claramente no creyéndome.

—Tranquilo, no es como si Tory fuera a subirse al altar con él esta noche. Aunque, para ser justos, Kwon tiene más estilo que vos.

Lo fulminé con la mirada, pero antes de que pudiera decir algo, Demetri se unió a nosotros.

—¿De qué hablamos? —preguntó, claramente más relajado después de un par de tragos.

—De cómo Robby no supera y no le saca la mirada de encima a Nichols.—respondió Eli con una sonrisa maliciosa.

—No estoy mirando a nadie —dije, girándome hacia la barra.

—Sí, claro —murmuró Eli.

Demetri, por su parte, parecía más curioso que burlón.

—Es raro verla con Kwon y Yoon, ¿no? Pensé que Tory siempre iba sola a estos lugares.

—Supongo que las cosas cambian —dije, tratando de sonar indiferente.

Pero la verdad era que no podía quitarme de la cabeza esa mirada que habíamos compartido. Aunque fuera solo por un momento, había algo ahí. Algo que no podía ignorar, por más que quisiera.

Tory se sentó al otro extremo de la barra y pidió un mojito, como si fuera cualquier otra noche. Lo sabía porque había presenciado esa escena muchas veces antes. Siempre se pedía un mojito, y no uno cualquiera: daba instrucciones precisas al bartender, como si estuviera entrenando a un novato. "Que no sea muy dulce, con mucho hielo y menta fresca", solía decir, con esa seguridad suya que era imposible de ignorar. Antes, me encantaba verla hacerlo. Era una de esas cosas que la hacían Tory: su atención a los detalles, su manera de querer que todo saliera perfecto.

Ahora, cada gesto suyo me resultaba insoportable.

La vi sacarse la chaqueta de cuero, dejándola caer sobre los brazos del tal Yoon, quien la recibió como si le hubieran dado un trofeo. Mi mandíbula se tensó automáticamente. ¿Quién diablos era este tipo? ¿De dónde había salido? ¿Y por qué estaba actuando como si tuviera algún derecho sobre ella? Era un gesto simple, insignificante incluso, pero mi cerebro lo convirtió en una declaración de guerra.

Mientras ellos hablaban, mi mente empezó a vagar. Recordé todas esas noches en las que salíamos juntos, cuando las cosas entre Tory y yo eran... diferentes. Íbamos a bares o restaurantes de mala muerte con luces de neón parpadeantes, lugares que ella elegía porque decía que eran "auténticos". Siempre pedía un mojito, y yo solía bromear con que era su excusa para parecer sofisticada.

—¿Otro mojito, Tory? —le había dicho una vez, en un bar pequeño cerca de Venice Beach.
—Alguien tiene que enseñarte a tener buen gusto, Robby —me respondió con una sonrisa que iluminaba el lugar.

La manera en que bebía el trago, con una mezcla de elegancia y desafío, solía ser algo que me dejaba fascinado. Ahora, verla repetir ese ritual con otros alrededor me hacía querer romper el vaso en mil pedazos.

Volví al presente justo a tiempo para ver a Kwon tomarla de la mano y guiarla hacia la pista de baile. La música cambió a algo más rápido, más animado, y, por supuesto, Kwon no perdió la oportunidad de lucirse. Movía los pies con demasiada confianza, como si fuera el protagonista de un video musical barato.

Tory, por su parte, parecía cómoda. Demasiado cómoda. Se reía, giraba y dejaba que Kwon la guiara como si no tuviera un solo problema en el mundo. Cada vez que sonreía, sentía cómo mi frustración crecía. Esa sonrisa había sido mía. Yo era el que solía hacerla reír así, el que la veía relajada, feliz. Ahora, todo eso parecía enterrado bajo capas de orgullo herido y resentimiento.

—No puedo creer esto —murmuré, más para mí mismo que para nadie.

Miguel apareció a mi lado, como si hubiera sentido mi tensión desde el otro lado del bar. Tenía una botella de cerveza en la mano y esa expresión en su cara que decía que sabía exactamente lo que estaba pasando.

—¿Tienes un minuto para hablar de tu nivel de autodestrucción, Robby? —bromeó, ofreciéndome la cerveza.

Lo miré de reojo, pero no respondí. Tomé la botella, más por inercia que por ganas, y volví a mirar a la pista de baile. Tory estaba girando, su cabello ondeando mientras se movía con esa gracia innata que siempre había tenido. Kwon la sostenía de la cintura con demasiada familiaridad, y cada risa que compartían me hacía apretar los dientes.

Miguel siguió mi mirada, asintiendo con un aire de complicidad.

—Entonces... ¿te estás replanteando el plan? —preguntó, fingiendo un tono inocente, aunque su sonrisa burlona decía lo contrario.

—¿Qué plan? —respondí, aunque sabía perfectamente a qué se refería.

Miguel soltó una carcajada corta, casi burlona.

—Vamos, Robby. No te hagas. El plan para desconcentrar a Tory. —Me dio un pequeño empujón en el brazo. —¿O acaso vas a dejar que ella sea la que te saque de tu juego?

Lo miré, luego miré la cerveza en mi mano, y finalmente volví a fijarme en Tory. Cada movimiento suyo parecía diseñado para irritarme. La forma en que se apoyaba ligeramente en Kwon mientras bailaban, la manera en que sus labios se curvaban en una sonrisa despreocupada... todo me gritaba que estaba perfectamente bien sin mí.

Y eso era algo que no estaba dispuesto a aceptar.

—Está bien —dije de repente, dejando la botella en la barra con un golpe seco.

Miguel arqueó una ceja, claramente sorprendido por mi tono decidido.

—¿Está bien, qué?

—Voy a hacerlo —aclaré, levantándome del taburete.

—Sabía que dirías que sí. —Miguel sonrió ampliamente, casi como si acabara de ganar una apuesta.

—No estoy haciendo esto por ustedes —dije, señalándolo con un dedo antes de girarme hacia la pista de baile. —Tory no puede venir aquí, plantarse frente a mí con ese tipo, y pretender que todo está bien.

—Claro, claro —dijo Miguel, tratando de ocultar su risa mientras tomaba otro trago. —Esto es completamente por el equipo.

Tory y Kwon dejaron de bailar después de un rato. Sus movimientos se desaceleraron, sus risas se hicieron más suaves, y finalmente, él inclinó la cabeza hacia ella, diciendo algo que la hizo sonreír antes de separarse. Lo observé caminar hacia la salida junto con Yoon, probablemente para hablar de cualquier tontería que les pareciera importante. Tory, mientras tanto, se dirigió de nuevo a la barra.

Se acomodó en el mismo taburete que había ocupado antes, moviendo ligeramente el cabello hacia un lado mientras le indicaba algo al bartender. Esta vez no pidió un mojito. Lo supe porque no dio las mismas instrucciones de siempre. En su lugar, mencionó algo que me tomó por sorpresa.

—Un negroni, por favor.

¿Un negroni? Tory nunca pedía bebidas tan fuertes. ¿Desde cuándo? Algo dentro de mí se revolvió, como si ese pequeño cambio fuera una traición personal. ¿Era esto lo que hacía ahora? ¿Adoptar las costumbres de quien estuviera a su alrededor? ¿O simplemente había cambiado tanto desde la última vez que estuvimos juntos?

No lo pensé demasiado. Antes de darme cuenta, ya me estaba acercando. Mis pasos eran firmes, casi automáticos, como si algo en mi interior hubiera decidido que no podía dejar pasar esta oportunidad. Miguel, desde la distancia, me miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Su sonrisa burlona estaba escrita en su rostro, pero no me importó.

Me planté a un lado de Tory, dejando que mi sombra cayera sobre ella. Cuando levantó la vista y me vio, su expresión cambió de inmediato. La sonrisa ligera que tenía en los labios desapareció, reemplazada por un ceño fruncido que me conocía demasiado bien.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, su tono frío como el hielo.

—¿En serio piensas ignorarme todo el torneo? —respondí con una sonrisa que sabía que la irritaría.

Tory arqueó una ceja, dejando escapar una risa corta y cínica. Luego, tomó un sorbo de su negroni, como si estuviera evaluándome antes de responder.

—Probablemente lo haga —dijo al fin, con esa seguridad que siempre había tenido, esa que me volvía loco.

Que cruel, pensé, aunque no lo dije en voz alta. Solo me limité a observarla por un momento, mis ojos bajando hasta el vaso que tenía en la mano. El color oscuro del líquido, la rodaja de naranja flotando en el hielo... No encajaba con ella. No con la Tory que yo conocía.

—¿Desde cuándo te gustan las bebidas tan fuertes? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia ella, lo suficiente como para que nuestras miradas quedaran a la misma altura.

Ella sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era una sonrisa llena de intención, como si estuviera a punto de decir algo que sabía que me molestaría.

—Kwon me lo recomendó —respondió, girando el vaso en su mano. —Dice que el negroni es mucho mejor que el mojito.

Sentí que esas palabras me golpeaban más fuerte de lo que deberían. Fue como una puñalada, pero no porque me importara el negroni o el mojito. No, esto era personal. Kwon era el negroni, sofisticado, fuerte, aparentemente mejor. Yo era el mojito, el clásico, el que Tory había dejado atrás.

Me reí, aunque no era una risa sincera. Era amarga, sarcástica.

—¿Así que ahora te dejas llevar por lo que te dicen? —dije, apoyándome en la barra y cruzando los brazos. —Que interesante.

Tory giró los ojos, como si estuviera lidiando con un niño molesto.

—¿Por qué te importa? —replicó, apoyando el codo en la barra y mirándome con esa mezcla de desafío y cansancio que siempre lograba sacar lo peor de mí. —No tienes derecho a opinar sobre lo que hago o dejo de hacer.

—No me importa —mentí, clavando mis ojos en los suyos. —Solo me parece curioso cómo has cambiado.

Ella dejó escapar una carcajada seca, pero esta vez había algo más detrás de ella. Algo más vulnerable, aunque trató de esconderlo.

—¿Cambiar? —repitió, levantando una ceja. —Por favor. Si alguien aquí cambió, fuiste tú.

—¿Yo? —reí, incrédulo. —Tory, no fui yo quien decidió unirse al equipo contrario.

—¿Y qué querías que hiciera, Robby? —espetó, su voz subiendo un poco. —¿Quedarme llorando mientras ustedes se iban a Barcelona?

Por un momento, no supe qué responder. La intensidad en su mirada me desarmó, pero no estaba dispuesto a ceder.

—No quería eso Tor...—respondí al fin, manteniendo mi tono bajo, casi amenazante. —Solo estoy tratando de entender qué te pasó.

Tory se inclinó hacia mí, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que casi me hizo retroceder.

—Lo que me pasó, Robby, es que aprendí a no depender de nadie. Ni siquiera de ti.

Esa declaración me dejó sin palabras por un momento. Había algo tan definitivo en su tono, tan hiriente, que casi sentí que había perdido una batalla que ni siquiera sabía que estaba librando.

—No estás sola, Tory —dije finalmente, mi voz más suave de lo que esperaba. —Nunca lo estuviste.

Ella no respondió de inmediato. En su lugar, tomó otro sorbo de su negroni, sus ojos desviándose hacia el vaso como si buscara una respuesta en el fondo del líquido.

—Tal vez no lo estaba —murmuró, casi para sí misma. Luego, levantó la vista y me miró directamente. —Pero cuando más te necesite ,me diste la espaldas ,te lo dije el día que terminamos y te lo repito ahora ,sos un maldito cobarde.

Sus palabras eran como un golpe directo al estómago, pero no dejé que lo notara. En lugar de eso, asentí lentamente, dando un paso hacia atrás.

—Entiendo.—dije, con un tono frío que no coincidía con el nudo que sentía en el pecho.

Ella no respondió. Solo volvió a mirar su vaso, dándome la espalda en un gesto que decía más de lo que las palabras podrían expresar.

Y ahí estaba yo, una vez más, sintiéndome como el mojito que había sido reemplazado por un negroni.


Muchas gracias por esta tremenda portada soufflehan !te quedó preciosa <3

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