Cap. 5: Plan de seducción
REENCUENTRO
Capítulo 5: Plan de seducción
—Todo va bien, sólo nos queda hacer algo con tu manera de hablar —habló Joanna de pronto, mientras revisaba una libreta de anotaciones.
Ella era una mujer rubia de unos 45 años o más, quizá, y estaba ahí para instruirla en cómo comportarse la noche del dichoso baile. Ya llevaban trabajando un par de semanas luego de la reunión que habían tenido con el señor Sesshomaru, donde Goro le había explicado lo que tendría que hacer, y hasta ahora todo parecía marchar bien.
—¿Qué problema hay con mi manera de hablar? —preguntó Rin.
—Para empezar, hablas demasiado. A los hombres no les gusta que las mujeres hablen tanto.
La castaña resopló y rodó sus ojos con fastidio.
—Y eso, justo ahí —dijo la mujer, apuntándola con el lápiz que tenía en la mano—. Haces demasiados gestos con tu cara. No es correcto. Es... —Negó e hizo un delicado movimiento con la mano—. No. Simplemente no lo hagas. No resoples ni relinches, no eres un caballo. Tampoco hagas... eso con tus ojos. —Agitó el lápiz cerca de su cara.
—¿Algo más?
—Cuida el lenguaje que usas. Maldices demasiado. El evento estará lleno de políticos y gente importante, no vas a mezclarte entre ellos si alguien te escucha hablar como un cantinero.
Rin frunció su boca en un mohín.
—No maldigo tanto —murmuró por lo bajo.
La mujer arqueó una ceja.
—¿Crees que no te estaba escuchando el otro día mientras desenredaba tu cabello? La mitad de las groserías que balbuceaste no las había oído jamás.
—Bien —aceptó, rendida—. Pero sinceramente no entiendo qué tiene de malo hablar como un cantinero. Los cantineros son gente agradable.
—El señor Kirinmaru no va a fijarse en uno.
Había escuchado ese nombre cientos de veces en las últimas semanas. El señor Kirinmaru... El hombre de quién no sabía absolutamente nada más, además de una vieja fotografía de revista que Goro le había entregado, y a quien tenía que lograr identificar esa noche.
Encontrarlo y lograr, de alguna manera, que se quitara la dichosa máscara.
El disimulado gesto que hizo con sus ojos no pasó desapercibido para la mujer que tenía enfrente.
—Sólo compórtate como una señorita —le espetó, mirándola con reproche.
Rin se inclinó en una pomposa reverencia.
—A sus órdenes, Lady Joanne.
El gesto serio de Joanna flaqueó por un breve segundo.
—Y no te burles.
La castaña contuvo la sonrisa en sus labios.
—No relinchar, no maldecir, no burlarme y no hablar como cantinero. Perfecto. ¿Eso es todo?
Al parecer, tenía que convertirse en una momia.
—¿Todo? —La mujer rió suavemente, cubriendo su boca con una mano—. No. Estamos recién empezando. Ahora debo tomar las medidas para tu vestido —dijo, cerrando la libreta en su mano y levantándose de su asiento.
Rin se levantó también.
—¿Para mi vestido?
—Claro, niña, ¿o pretendes ir con esos harapos?
—¿Qué tiene de malo el que llevo puesto? —preguntó, bajando su mirada para detallar su ropa.
Sí, era el que llevaba prácticamente todas las noches y Jeffrey la había ayudado a remendarlo un par de veces, pero no estaba tan mal.
Además, le quedaba bastante bien. Era su vestido de la suerte.
—Nada para una noche en un bar de cuarta, pero definitivamente no puedes usarlo para un baile de máscaras en la embajada.
—Bueno, pero me temo que no tenemos muchas más opciones, Joanna —murmuró la castaña con gesto consternado y se encogió de hombros—. No puedo costearme un vestido nuevo.
—No se preocupe por eso, señorita —dijo Goro con gesto inexpresivo, sin despegar la mirada del periódico que leía en una de las mesas a un costado—. El vestido y todo lo que pueda necesitar es cortesía del señor Sesshomaru.
Rin agradeció que Goro no la estuviera mirando al decir esas palabras, porque pudo sentir sus mejillas sonrojarse con fuerza.
Cada vez que se juntaban en aquel salón, a unas cuadras del hotel donde ellos se hospedaban, el peliblanco solía llegar casi al final de sus ensayos. Algunas veces para tratar temas con Goro y sus hombres, otras sólo llegaba y se sentaba ahí, acompañándola, para después caminar juntos hasta el bar, su pieza o cualquier lugar al que tuviera que ir esa noche. Jamás le había preguntado por qué lo hacía, las cosas simplemente se habían dado así. A veces creía que era porque quizás él no encontraba seguro que ella se fuera caminando sola por las calles de esa ciudad a esas horas de la noche, otras veces... deseaba creer que muy en el fondo de esa dura fachada de piedra, tal vez, él disfrutaba de su compañía tanto como ella disfrutaba la de él.
Pero sus razones no eran más que un misterio.
Seguramente, lo hacía sólo porque era amable con ella. Seguramente, eso no significaba nada más y, aunque no pudiera evitar que sus mejillas se sonrojaran cada vez que pensaba en sus ojos dorados, eso... estaba bien. Él era diferente a cualquier otro hombre que hubiese conocido antes y sólo poder pasar un momento a su lado era... reconfortante. No necesitaba nada más.
No podía pedir nada más.
—Gracias señor Goro —murmuró bajito, con una tímida sonrisa.
El hombre asintió despreocupadamente.
En estas semanas también había aprendido a conocerlo a él y, pese a sus primeros encuentros, había logrado entender por qué el señor Sesshomaru lo tenía a su lado. Goro era muy leal a él y muy devoto a su trabajo también —sea cual fuera, porque eso también seguía siendo un gran misterio para ella—. Lo había comprobado en las muchas ocasiones en que le preguntó cuáles eran los motivos de todo esto. Por qué buscaban a ese hombre, quién era y por qué se tomaban tantas molestias para identificarlo...
—Las razones no deberían interesarle más que a mí —respondía él cada vez—. Si algo es importante para el señor Sesshomaru, se hace, sin cuestionamientos.
Tenía que admitir que le parecía una actitud un poco exagerada y no hacía más que causarle aún más intriga, pero podía entenderlo. Goro lo admiraba, era evidente, y, además, podía ver algo más en sus perspicaces ojos de halcón; algo que ella reconocía bastante bien. Por alguna razón... Goro se sentía en deuda con él.
—Ven conmigo —le dijo Joanna, sacándola de sus pensamientos—. Y ustedes, espérennos aquí.
Los hombres asintieron respetuosamente. Dos de ellos no solían hablar mucho, sólo los seguían a todos lados como un par de pingüinos, aportando algún frío comentario de vez en cuando. Y Utagawa... Él le seguía pareciendo tan desagradable como cuando lo conoció.
La mujer la guió detrás de una mampara en el amplio salón.
—Quítate los zapatos —le ordenó mientras estiraba la cinta para medir y abría su libreta de anotaciones—. Las pantis también.
Rin frunció su ceño levemente.
—¿Es... necesario? Puede medirme así, ¿o no?
—Necesito verte bien para saber qué tipo de vestidos y de zapatos te quedarán mejor —respondió ella en tono neutro, sin prestarle mayor atención.
La castaña asintió a regañadientes y comenzó a quitarse las pantis que cubrían sus piernas con una lentitud inquietante.
—Vamos, niña, no tengo todo el día. —Joanna terminó de quitarlas por ella y le hizo poner uno de sus pies sobre una silla, para poder medirlo con facilidad.
Rin pudo ver cómo sus músculos y facciones se crisparon ligeramente, por más que la seria mujer lo intentó disimular.
Sabía que sus pies ya no estaban sucios. Sabía que su piel ya no estaba tan endurecida como en algún momento lo estuvo y que ya no le quedaban los callos que la protegieron al caminar descalza por las frías calles y tejados durante años... Pero las cicatrices seguían ahí; recordándoselo.
Demasiadas para poder contarlas.
—M-me caía mucho cuando era chica —murmuró, justificándose e intentando llenar el incómodo silencio que se había creado—. Era un poco torpe.
Joanna sólo continuó midiendola. Rin podía sentir su mirada desplazándose lentamente entre sus pies y sus rodillas.
—Llevo haciendo esto por mucho tiempo, ¿sabes? —dijo de pronto la mujer, en voz baja—. Y he aprendido que los pies pueden llegar a decir mucho sobre una persona. —La hizo girarse sobre sus talones en silencio y llevó la cinta desde sus tobillos a sus muslos, levantando su vestido. Una cicatriz más grande que el resto en su pierna derecha llamó su atención, justo debajo de su trasero—. La mayoría de los pies que veo son suaves, hermosos y delicados y jamás han pisado la hierba desnudos.
Rin bajó su mirada y esbozó una débil sonrisa rota.
—Siento no tener pies de señorita.
La mujer bufó suavemente.
—No, definitivamente estos no son pies de señorita —respondió—. Son los pies de alguien que aprendió a valerse por sí misma.
La castaña sintió una ligera punzada en su pecho. Sus ojos se empañaron y tuvo que agradecer, nuevamente, que nadie la estuviera viendo a la cara.
La mujer a sus espaldas dio una suave palmada en su pierna.
—Tranquila —le dijo con gentileza mientras se ponía de pie—. Con los zapatos adecuados y un poco de maquillaje nadie lo notará. Quedarás justo como una de esas princesas mantenidas.
Rin soltó una risotada mitad sollozo y asintió.
—Gracias, Joanna.
La mujer acarició su mejilla por un breve segundo. Una pequeña sonrisa se insinuó en sus labios finos.
—Volvamos, todavía nos quedan algunos detalles que repasar.
Rin se puso sus pantis y sus zapatos y la siguió hasta el otro lado de la mampara. Joanna tomó asiento en su silla e hizo algunas anotaciones en su libreta.
—Las clases de baile anduvieron bien. Ya te mueves adecuadamente, pero necesito ver cómo están tus... encantos.
Utagawa, parado custodiando la puerta a lo lejos, soltó un bufido. Rin lo fulminó con su mirada.
—Mis encantos están bien.
Joanna arqueó una ceja.
—Eso lo decido yo —dijo, y señaló al mismo hombre con su mano relajada—. Tú, acércate —ordenó. Luego miró a Rin—. Bailarás con él.
—No, no no no. Definitivamente no. —Negó, agitando sus manos frente a su cara—. No voy a bailar con Utagawa, Joanna. No voy a coquetear con Utagawa. Además, ya lo hice una vez, no tiene sentido hacerlo de nuevo.
—Tsk. Yo tampoco quiero bailar con ella —espetó el hombre desde su lugar—, ya tuve suficiente con la primera vez.
La mujer negó con hastío.
—No se trata de querer o no, ¿saben? Esto es un trabajo. —Rin seguía mirándola con el ceño fruncido, Joanna dejó escapar un suspiro, apoyando su frente delicadamente en una mano—. Qué fastidio... —Dejó su libreta cerrada en sus piernas y levantó su mirada—. Señor Goro —lo llamó e hizo un ademán con su mano, invitándolo a buscar a la castaña—. Por favor.
El hombre asintió y Rin le sonrió con culpabilidad.
—Pero antes... tengo una pregunta —murmuró. Joanna la miró fijamente mientras ella jugueteaba con los pliegues de su vestido, nerviosa—. Es que... estamos haciendo todo esto, asumiendo que el señor Kirinmaru querrá bailar conmigo, pero ¿qué pasa si simplemente él no se interesa en mí? Si no logro acercarme, nunca me saca a bailar y no puedo... lograr que se quite la máscara. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿No hay algo más que pueda hacer? Robarle la billetera y revisar su identificación, no lo sé. Algo.
Realmente no quería defraudar al señor Sesshomaru. Sabía que, aunque él no lo dijera, por algún motivo... esto era importante para él y ella deseaba poder ayudarlo.
Goro negó.
—No la buscamos para eso. Robarle a Kirinmaru sería casi tan imposible como intentar robarle al señor Sesshomaru —dijo tranquilamente—. No saldría viva de ahí, así que no lo intente. —Rin tragó pesado y asintió—. Por lo demás, no son el tipo de hombres que lleven una identificación a donde van.
Ese era un buen punto. Si era un hombre difícil de hallar, era de imaginarse que no llevaría una identificación con él. Quizás no una verdadera...
Ni siquiera ella tenía una, pero este no era el momento para pensar en eso.
—Está bien, sólo digo que, quizás, deberíamos ver también otras opciones. Todo el plan no puede depender sólo de que... él se fije en mí. ¿Qué pasa si ni siquiera soy su tipo?
—Si usted no fuera su tipo, en este momento estaríamos preparando a Utagawa, señorita Rin.
Utagawa gruñó a lo lejos. La castaña resopló.
—Que le gusten las mujeres no necesariamente quiere decir que voy a gustarle yo.
La puerta se abrió en ese momento.
Rin se volteó a ver al peliblanco que entraba en el gran salón y le sonrió tímidamente. Él sólo asintió a modo de saludo, se quitó la chaqueta para dejarla sobre un colgador y, sin decir nada, caminó tranquilamente hasta sentarse en una de las sillas a un costado, cerca de donde minutos atrás había estado Goro.
—Señor Sesshomaru —saludó él, haciendo una corta reverencia.
—¿Dónde está lo que tengo que firmar?
Uno de los hombres con apariencia de pingüino se acercó para entregarle un sobre.
Él lo recibió, dejó su tobillo derecho relajadamente encima de la otra rodilla y sobre su muslo los papeles que extrajo de el. Apoyó su barbilla sobre un puño mientras sus ojos viajaban concentradamente por las hojas.
Parece un rey sentado en su trono, pensó Rin.
—Continúen —espetó él, sin mirarlos, cuando el silencio persistió.
Joanna dejó escapar un corto suspiro y volvió a ver a la castaña.
—No tienes que preocuparte de eso, querida, créeme. —Hizo un despreocupado movimiento de manos. Rin la miró fijamente; había olvidado lo que estaban conversando—. Cuando termine contigo, todos los hombres en esa fiesta desearán acercarse a ti.
Oh, era eso.
Frunció su boca.
Sabía que sólo debía preguntar por él, acercarse, lograr que se quite la bendita máscara y luego desaparecer, lo había hecho ya muchas veces... La gran diferencia era que solía hacerlo con idiotas desagradables que no le quitaban la mirada repulsiva de encima. Idiotas que no dejaban de fastidiarla, como Utagawa. Engañarlos a ellos era fácil; hacerlo con alguien de quien no tenía mayor información, que no sabía qué quería o cómo actuaría, era otra historia.
Sobre todo porque debería llamar su atención, cuando había aprendido toda su vida a hacer justamente lo contrario...
Era mucha presión y sus respuestas no la convencían en lo más mínimo, pero tener que seguir conversando sobre eso con el señor Sesshomaru ahí, se sentía... extraño, así que sólo guardó silencio y se limitó a asentir.
—Y si por algún motivo él no te saca a bailar, como último recurso, lo haces tú —agregó Joanna—. Debe ser sutil y debes hacerle creer que es él quién tiene el control de la situación. Recuerda que los hombres suelen ceder más fácilmente cuando creen que son ellos quienes tienen el control. —Sacudió su mano—. Pero bueno, ya hemos hablado sobre eso.
Goro aclaró su garganta.
—Y en el caso de que él no quite su máscara, la confirmación de su cicatriz bastará —dijo el hombre.
Era verdad, la cicatriz.
Ese era el único detalle adicional que Goro le había dado sobre aquel hombre.
Tenía una reconocible cicatriz en su cuello...
Había oído mencionar a Utagawa el rumor de que el mismo señor Sesshomaru se la había hecho y, aunque ella no había preguntado nada más al respecto, tenía que admitir que todo el asunto le causaba bastante curiosidad.
Tomó aire y asintió, más tranquila. Al menos, eso le daba un poco más de opciones.
—¿Tienes su foto? —le preguntó Joanna de pronto.
—Sí. —Rebuscó entre sus cosas y le entregó el viejo recorte de revista que Goro le había dado.
El hombre en la imagen era apuesto. De rasgos masculinos, pelo rojo y ondulado y de unos llamativos ojos verdes. La cicatriz no se veía a simple vista, probablemente estaba por debajo del cuello de la camisa.
Joanna dejó escapar un suave bufido al recibirla.
—Bien, si se quita la máscara no será un problema identificarlo. No es alguien a quién puedas confundir fácilmente —rió. Goro frunció su ceño ligeramente—. Sólo... no debes olvidar que, por más imponente, peligroso o importante que sea, sigue siendo sólo un hombre y esto no es más que un plan de seducción. Sólo haz lo que ya sabes hacer; insinuate delicadamente, hazle creer lo que él desea creer y accederá a todo lo que quieras, porque al final de la noche, todos los hombres piensan exactamente en lo mismo.
Las mejillas de Rin se sonrojaron con exageración.
—Joanna... —murmuró en voz baja.
Sesshomaru frunció su ceño desde su puesto, sin levantar la mirada de los papeles que revisaba.
Esa conversación lo estaba haciendo sentir molesto en todas las maneras posibles, incluso unas hasta ahora desconocidas. Y lo que más le enojaba en ese momento era que, si fuera por él, sólo entraría en esa maldita embajada y los asesinaría a todos...
¿Por qué carajos simplemente no hacía eso?
"Si decide ir usted mismo y resulta ser sólo un emisario... corremos el riesgo de volver a perder su pista por años".
Chasqueó su lengua con molestia.
Lo peor de todo era que el imbécil de Goro tenía razón. Ya estaba harto de perseguir a Kirinmaru y si volvía a escaparse una vez más, estaba seguro de que terminaría por destruir el mundo entero sólo para encontrarlo.
Pero la idea de usarla a ella en esto, comenzaba a desagradarle cada vez más...
La música de un vals lento llegó a sus oídos, sacándolo de sus pensamientos. La mujer de los cabellos rubios seguía hablando estupideces sin sentido, pero dejó de escucharla en cuanto vio a Goro acercarse a la castaña, tomar su mano y guiarla hasta el centro del salón.
El hombre posó una mano en la espalda de la humana, mientras con la otra la guiaba, entrelazando sus dedos. Murmuró alguna estupidez en su oído y ella rió, apoyándose delicadamente en su hombro.
Luego fue ella quién le habló.
La mano de Goro bajó hasta su cadera.
Sus entrañas se revolvieron.
¿Qué carajos estaba pasando con él? Por alguna razón, de pronto comenzó a sentir unos deseos irracionales de cortarle las malditas manos sólo para sacárselas de encima.
Apretó sus dientes y se obligó a volver la vista a los documentos que revisaba. Nada de eso debería interesarle. Ni siquiera tenía por qué estar ahí...
—Bien —dijo la mujer que los observaba. La música se detuvo—. Pero no es suficiente. —Leyó algunas anotaciones en su libreta y levantó la mirada—. No te sientes intimidada con Goro, él te agrada y no sabemos si este hombre lo hará... Necesito que practiques con Utagawa —decidió—. Hacerle ojitos a un hombre desde lejos y lograr robarle la billetera no es lo mismo que bailar con él. Estarás entre sus brazos y necesito saber si puedes aguantarlo.
El peliblanco miró por el rabillo de su ojo al hombre junto a la puerta.
Si ese imbécil la tocaba, iba a partirle el cuello.
Y a esa irritante mujer también.
Maldición, tenía que salir de ahí...
—Joanna... Utagawa tampoco me hace sentir intimidada, sólo me desagrada... —murmuró la castaña en voz muy baja y cansina—. Puedo hacerlo, pero no creo que sea necesario...
—Tienes razón en algo... —dijo la mujer. Golpeó sus labios un par de veces con el lápiz que sostenía, en un gesto pensativo y de pronto sus ojos se abrieron más de lo habitual—. ¿Señor Sesshomaru...? —lo llamó.
El peliblanco dirigió su fría mirada hacia ella.
Goro palideció al ver su expresión.
¿Iba a matarla?
—No molestes al señor Sesshomaru con esto, mujer —dijo casi con preocupación.
—Es verdad —murmuró Rin, con sus mejillas cada vez más sonrojadas—. Joanna, realmente no creo que sea necesario...
—Por favor —insistió ella, sin prestarles atención y volviendo su mirada al peliblanco—. Si la chica puede desenvolverse bien con usted, entonces podemos darnos por satisfechos.
Sesshomaru dejó sus papeles a un lado y se paró de su puesto. Goro tragó pesado. La mirada dorada se desplazó entre él y sus hombres.
—Fuera —les ordenó con voz gélida.
Goro miró por última vez a la mujer de los cabellos rubios con gesto preocupado antes de salir de ahí, en silencio.
Sesshomaru comenzó a caminar hacia ellas con toda su usual calma y elegancia, pero Rin pudo ver algo extraño en su mirada...
¿Estaba enojado?
Sus ojos se abrieron más cuando el peliblanco se detuvo frente a ella. En completo silencio él estiró su mano, ofreciéndosela. ¿De verdad él pensaba...?
Oh por Dios.
Ella la aceptó sin pensarlo más, sin poder despegar sus ojos de él. Una corriente de electricidad recorrió su cuerpo en ese momento y estaba casi segura de que él la había sentido también, porque pudo ver el momento exacto en que su ceño se arrugó muy ligeramente justo cuando sus dedos se tocaron.
¿Le molestaría tener que hacer esto?
Le estaba costando tanto controlar el calor de sus mejillas y los latidos alborotados de su corazón en ese momento. Estaba nerviosa. Por supuesto que estaba nerviosa, si la única vez que lo había tocado antes de esto había sido por accidente a las puertas de su hotel...
Y ahora él estaba ahí, rodeándola con un brazo por su cintura, haciéndola sentir tan ligera, tan jodidamente liviana como una pluma.
Su mano apenas descansaba en su espalda, la tocaba casi con cautela, como si no quisiera romperla o lastimarla de alguna forma. Su aroma tan embriagador la tenía abrumada. Su camisa se tensaba sobre sus músculos con cada fluido movimiento. Su cuerpo era duro y firme y su agarre, tan sorprendentemente tierno...
Todo en él eran contrastes perfectos.
—¿D-Dónde aprendió a... bailar tan bien, señor Sesshomaru? —le preguntó en un hilito de voz, tan bajo, que dudaba que él hubiese alcanzado siquiera a oírla.
—Ya te he visto hacerlo un par de veces.
Rin soltó una pequeña risita, demasiado azorada por su contacto para poder llegar a ser una risa en toda su libertad.
Claro, el hombre que conocía todos los idiomas, había aprendido a bailar de esa forma con sólo verla practicar un par de veces. Tenía sentido.
Pero sólo que no, no tenía ningún sentido...
Nada en él tenía algún sentido.
—¿Se está burlando de mí?
—No suelo tener problemas para ordenarle a mi cuerpo qué hacer —respondió contra su oído mientras su mano grande subía lentamente por su espalda.
Su voz grave había resonado contra su pecho. Su piel se erizó y Rin no pudo hacer más que sonreír, incapaz de decir cualquier cosa. Cualquier respuesta ingeniosa hubiera quedado atrapada en su garganta mientras él la guiaba a sus antojos.
Era tan imponente, tan atractivo; la manera en que sus músculos se tensaban era fascinante.
¿Él sentiría la misma sensación cosquillosa cada vez que se acercaban?
Sus cuerpos iban y venían con la cadenciosa música. Sesshomaru se alejó de ella para hacerla girar delicadamente con una mano, y Rin tuvo que admitir, muy para sus adentros, que había encontrado algo verdaderamente... llamativo en un hombre que sabía bailar bien.
Él volvió a rodearla con un brazo por la espalda e inclinándose ligeramente sobre ella la impulsó levemente hacia atrás. Rin pudo relajarse y dejarse llevar; su cuerpo cayó en su brazo suavemente y él se inclinó aún más sobre ella; sus cabellos plateados cayeron a un lado, sus rostros quedaron tan juntos que podía sentir su respiración fresca y calmada chocandole en la cara. Sus ojos dorados brillaban. Si sólo se acercaba un poco más, podría incluso besarlo sin mucho esfuerzo...
¿Él se molestaría si lo hiciera?
Probablemente...
Maldición. ¿En qué estaba pensando? No podía dejar de mirarlo. No podía dejar de preguntarse qué sabor tendrían sus labios... ¿Serían duros y cortantes como sus facciones serias y afiladas? ¿O tan suaves y cálidos como le parecían justo en ese momento?
—No vas a encontrarla a simple vista.
Dio un ligero respingo. Su voz la descolocó nuevamente. Volvió a estar derecha, pestañeó un par de veces y, con las mejillas ardiendo, se obligó a apartar su mirada.
—¿C-Cómo? —preguntó, turbada.
—La cicatriz.
Por supuesto. La cicatriz. El baile. Kirinmaru.
Todo por lo que estaba ahí...
Tomó aire profundamente, en un mal intento por recuperar la compostura, y asintió.
—C-Claro...
Posó las manos en su firme pecho y le sonrió con timidez, como si le pidiera permiso implícitamente para lo que estaba apunto de hacer.
Él sólo la miró a los ojos mientras sus pequeñas manos reptaban por su ropa con suavidad, hasta tocar su cuello. Sus pulgares acariciaron su tersa piel en un delicado roce mientras el resto de sus dedos jugaban con el borde del cuello de su camisa, adentrándose lentamente.
Inconscientemente, él la acercó más a él.
La figura de la castaña se aplastó contra la suya y Rin pudo sentir una calidez antes desconocida esparcirse por su cuerpo para terminar arremolinada en su bajo vientre. Mordió su labio para ahogar cualquier vergonzoso sonido que quiso escapar de su boca y sus grandes ojos cafés se abrieron, brillantes.
Sesshomaru la miró fijamente; los labios rosados y gruesos de la humana volvieron a estar ligeramente entreabiertos y entonces, su olor lo golpeó con fuerza.
Por esos fugaces segundos no fue capaz de concentrarse en nada más que en el tacto suave de esos dedos en su piel, en los latidos acelerados de su frágil corazón y en su olor. Un olor ligeramente distinto, diferente, más... atrayente. No podía ver nada más, no podía sentir nada más. Sólo era vagamente consciente de la música que los envolvía...
—Perfecto. —La voz de la mujer que los observaba los sacó a ambos de su trance. El silencio les cayó encima como un balde de agua fría. La castaña mantenía sus pequeñas manos en su cuello y él en su cintura. Los dos seguían mirándose—. ¿Podrían...?
—Suficiente por hoy —espetó el peliblanco, interrumpiéndola con voz más fría que lo usual.
Soltó a la castaña, alejándose rápidamente, y comenzó a caminar hacia la salida. Tomó su chaqueta y salió por la puerta sin mirar atrás.
—Llévenla a su casa —ordenó a los hombres que seguían de pie en el pasillo, custodiando la entrada.
Rin se apresuró hacia la salida también, pero Goro la detuvo justo en la puerta.
—Vamos, señorita, la llevo.
Ella frunció su ceño.
—No. No, no es necesario. —Negó, extrañada—. Puedo ir sola...
Salió sólo un par de segundos después, buscándolo, pero él se había esfumado. Había desaparecido como por arte de magia, como si la ternura de su agarre segundos atrás no hubiese sido más que producto de su imaginación.
Corrió por el largo pasillo rápidamente hacia la oscura calle y miró a ambos lados en la vereda sólo para confirmar lo que temía...
Él ya no estaba ahí.
Nota de autora
Este capítulo salió un poco antes de lo pensado, espero que les haya gustado, aunque tengo que disculparme por el final un poco sad. ¡No se enojen mucho con el Sessho por arrancar así!, está chiquitito, esto es nuevo para él y no entiende todo lo que está sintiendo. Aún así, vamos viendo más acercamiento entre los dos y a Sesshomaru, que sin importar lo que cree, no puede mantenerse muy lejos de ella. Esperemos que ahora no lo arruine.
Y bueno, yo sólo pasaba por aquí para agradecerles por todo su apoyo, por sus votos y todos sus lindos comentarios en cada capítulo, ¡realmente son un sol! Me encanta saber lo que piensan y opinan sobre lo que va ocurriendo, me emocionan mucho. De verdad, no creí que esta trama llamaría su atención, así que realmente, no saben el ánimo que me dan sus palabras y reacciones para seguir escribiendo.
Por eso, muchas gracias por llegar hasta aquí. ¡Un abrazo gigante y nos leemos la próxima semana!
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