Cap. 3: Confiar en una ladrona

REENCUENTRO

Capítulo 3: Confiar en una ladrona



—¿Me estás diciendo que dejaste que una mujer que es un cuarto de lo que eres tú, te quitara la billetera, Utagawa? —le preguntó Goro, con ironía y sorna en cada palabra.

El hombre apretó sus puños con ira.

—¡La muy maldita me engañó! Ni siquiera la sentí, Goro... ¡Carajo! —gruñó y se puso de pie—. Voy a encontrar a esa perra y voy a darle su merecido...

—No —lo frenó, tomándolo del brazo y bajándolo para que volviera a sentarse—. No lo harás.

Utagawa lo miró con el ceño fruncido, sin comprender.

—¿Qué...?

—¿No lo entiendes todavía? ¿Es que tu cerebro es tan lento? —preguntó con voz templada, ladeando su cabeza ligeramente sin ninguna expresión en su rostro—. La niña no sólo te engañó a ti, Utagawa. Nos engañó a todos —sonrió—. Llevamos días buscando a una mujer que sea capaz de engañar al Rey Bestia y la acabamos de encontrar.

Utagawa negó.

—No, no no no. Es una pésima idea. Todo el mundo sabe que no se debe confiar en una ladrona, Goro.

—No se debe confiar dinero a una ladrona —terció—, pero no vamos a darle dinero. Cuando la encontremos, no tendrá otra alternativa más que obedecernos y hacer lo que le ordenemos si quiere seguir ocupando esas bonitas manos. Y eso sólo es lo que ya sabe hacer muy bien: engañar.

Utagawa chasqueó su lengua, disconforme.

—Es una ladrona de calle —mencionó otro—. No la dejarán entrar al evento, no así.

—¿Y qué será más fácil? —preguntó Goro— ¿Enseñarle a una modelo a engañar como una ladrona? O, ¿enseñarle a una ladrona a comportarse como una modelo?

—Ninguna —respondió el mismo hombre, con una sarcástica sonrisa de lado.

—Es verdad, ninguna. Pero con ella, al menos ya tenemos la parte más importante: la mujer. Y por lo demás, no está nada mal.

De pronto Utagawa abrió sus ojos, como si acabara de recordar algo, algo importante, y comenzó a toquetear sus bolsillos con desesperación.

—Maldición —masculló, más pálido que lo normal—. Estoy muerto.

—¿Qué ocurre ahora? —le preguntó Goro, con voz seria y calmada.

—La-la llave... La llave que me entregaste... estaba en mi billetera.

—¿La llave de la propiedad del señor Sesshomaru? —preguntó con una ceja arqueada. El hombre tragó pesado y luego asintió—. Sí, estás muerto.

—¡Joder, Goro! ¡¿Qué hago?! Me va a matar cuando se entere, ¿verdad?

Goro dejó escapar un lento suspiro.

—Supongo que ahora con mayor razón debemos encontrarla.

—Maldición, juro que cuando la encuentre...

—¿Qué harás cuando la encuentres? —preguntó una grave voz tras ellos.

El hombre se estremeció.

—Se-señor Sessh... —su voz se hizo más baja a cada segundo ante la mirada inquisidora del demonio. Aclaró su garganta con dificultad para volver a intentarlo—. Voy a solucionarlo, le prometo que...

—Si pones tus sucias manos sobre ella, será lo último que hagas.

Utagawa lo miró fijamente por largos segundos, paralizado, y luego asintió, dando varias cabezadas en silencio. Los demás hombres no pudieron evitar abrir más sus ojos al escuchar esas palabras, pero Sesshomaru sólo desvió su mirada hacia Goro, sin prestarles atención.

—Cuando la encuentren, me la traen.

—Entendido, señor. —Goro hizo una corta reverencia y luego volvió a verlo—. ¿Le parece una buena idea usarla para...?

—¿Tengo que repetirme, Goro? —lo interrumpió—. Recuerdo haberte dicho que no me molestaras con los detalles. Sólo quiero la confirmación.

El hombre asintió.

—Yo me encargaré, señor.

Sin decir más, Sesshomaru desapareció de aquel lugar.

No le interesaba lo que ocurriera con esa humana, sólo necesitaba aclarar lo que había creído escuchar.

Rin...

Esa voz no dejaba de resonar en su cabeza.

***

La castaña soltó una risa, más nerviosa que nada, al ver la manera en que su amigo la miraba, con su boca y sus ojos exageradamente abiertos por la sorpresa.

—Es que simplemente no me lo creo —dijo el hombre, apoyando ambas manos al mismo tiempo sobre la barra, estrepitosamente.

Él era un chico apenas un par de años mayor que ella y trabajaba en aquel bar, escondido entre las calles de la ciudad.

—Vamos, Jeffrey, no es para tanto.

—¿Que no es para tanto? —repitió, alzando sus cejas y haciéndose el ofendido—. ¿Tengo que recordarte cuánto tiempo tardaste en darme a mí tu verdadero nombre? Y de la nada aparece este apuesto desconocido ¿y qué? ¿Se lo das sin que ni siquiera te lo pida? —Apoyó la palma de su mano en la frente de la castaña, levantando su flequillo.

—¿Qué haces? —le preguntó ella, riendo.

—Compruebo si es que tienes fiebre o sólo perdiste la cabeza. —Rin negó entre risas—. Me imagino que debe ser un jodido dios griego, para que hayas caído rendida a sus pies de esa manera, digo.

—No se trata de eso.

—¿Entonces? ¿Puedes contarme por qué le darías tu nombre así de fácil a un desconocido justo después de robar en el mismo hotel en que se está quedando, preciosa?

—No es un desconocido —murmuró en voz baja.

—¿No? —preguntó él, frunciendo su ceño con extrañeza—. Porque, por lo que me acabas de contar, a mí me parece que sí lo es —entrecerró sus ojos—. ¿O hay algo más que no me estás diciendo?

Rin dejó escapar un silencioso suspiro. No podía explicárselo. O en realidad... no quería.

El porqué de lo que había hecho sería algo que guardaría sólo para ella...

—No, eso es todo. Él se presentó también y sólo... me pareció correcto.

Jeffrey resopló negando dramáticamente. Sus cabellos rubios como el trigo se mecieron con el movimiento.

—Es que no me lo creo. Realmente, no me lo creo.

—¿Qué es lo que no crees? —preguntó Daniel, colgando el viejo trapo que había ocupado para limpiar las mesas sobre su hombro izquierdo.

Daniel era el dueño del bar en el que conversaban y tío de Jeffrey; ambos eran la única familia del otro.

Era un hombre alto y fornido, amable y sonriente. Debía tener un poco más de diez años más que ella, sus cabellos rubios eran sólo un poco más oscuros que los de su sobrino y tenía los ojos de un impresionante color azul, como el del mar abierto en un día soleado.

Al escucharlo acercarse a ellos, Rin le hizo una disimulada seña a Jeffrey, pidiéndole con la mirada que no dijera nada al respecto de lo que acababan de conversar.

Él aclaró su garganta y esbozó una brillante sonrisa.

—Lo bien que cantó nuestra chica hoy —respondió, señalando a la castaña con ambas manos—. Tan bien, que incluso el diablo y todos sus demonios llorarían si la oyeran.

Rin rodó sus ojos mientras negaba, riendo.

—Es verdad, siempre lo hace —le concedió Daniel con una suave sonrisa—, pero vamos, ¿qué ocurre? —insistió, al ver la mirada extraña que aún tenía su sobrino y que tanto se esforzaba por ocultar.

Lamentablemente para él, Jeffrey era como un libro abierto.

—El señor Williams me dejó plantada —contó Rin, antes de que su amigo pudiera decir alguna otra tontería.

Daniel frunció su ceño.

—Te dije que ese hombre no me daba buena espina, Rin —negó—. No es un buen hombre.

—Creo que me acaban de llamar de por allá —murmuró Jeffrey, señalando cualquier lugar a lo lejos en el bar ya vacío y cerrado y alejándose lentamente de aquella conversación.

El mayor lo miró por el rabillo del ojo y Rin negó, rodando sus ojos por décima vez y conteniendo su sonrisa.

—Si vas a arrancar así, al menos vete a subir las sillas —le gritó su tío mientras lo veía alejarse. El más rubio hizo un despreocupado movimiento de manos, de espaldas a ellos. Daniel suspiró y volvió su atención hacia la castaña nuevamente—. Entonces... ¿volverás a verlo?

—Sólo si él me encuentra, no lo buscaré yo esta vez.

—Ya te dije que yo podía...

—Dan... —susurró la castaña, interrumpiéndolo con voz cansina.

—No es lo que crees que voy a decir —se defendió él.

Rin levantó una ceja, esbozando una pequeña sonrisa.

—¿Qué vas a decirme entonces?

—Puedo encontrar a alguien mejor que ese idiota. No me agrada la manera en que te mira y ahora, además, se atreve a dejarte plantada —frunció su ceño y apretó su mano en un puño—. Sólo... ten un poco de paciencia, ¿si? Estoy seguro de que aparecerá alguien...

La castaña dejó una mano sobre la de él y la acarició con su pulgar suavemente, llamando su atención.

—Es muy dulce de tu parte que creas que merezco algo mejor —dijo mirándolo a los ojos, con una débil sonrisa—. Pero en realidad no es así —se encogió de hombros con simpleza—. Sólo tengo una voz medianamente buena, pero no es nada excepcional. Tengo suerte de tenerlo siquiera a él...

—Rin...

La castaña negó.

—Dime, Dan y, por favor, sé sincero: ¿tú contratarías a un músico desconocido sin ningún tipo de entrenamiento? ¿Sin instrumento propio? —¿A una ladrona sin lugar para caerse muerta?, pensó.

Él esbozó una sonrisa rota y apretó su mano entre la suya.

—Yo y cualquiera con oídos para escucharte... Cualquiera con ojos para verte.

Rin abrió más sus ojos y rápidamente bajó su mirada, con sus mejillas ligeramente sonrojadas. Soltó su mano y, sin decir nada, se puso su abrigo sobre su vestido negro.

—Ya... debo irme —susurró.

—Déjame llevarte, Rin.

Ella negó y le regaló una última sonrisa.

—Gracias...

Daniel asintió con resignación, en silencio, y continuó limpiando las mesas mientras la veía despedirse de Jeffrey y salir por la puerta trasera.

—No sacas nada con presionarla —le dijo su sobrino una vez que estuvieron solos—, ¿lo sabes, cierto?

—No tienes que decírmelo.



Rin tomó aire profundamente y lo dejó salir en una lenta exhalación, para luego perderse entre los oscuros callejones. Pero algo además de esa conversación la mantenía intranquila...

Podía sentir que la estaban siguiendo.

Intentó salir de las solitarias calles que solía usar y tomar una de las avenidas más transitadas, pero fue demasiado tarde.

Un auto la interceptó justo al doblar en una esquina y, como un reflejo adquirido en todos esos años de calle, sin pensarlo echó a correr lo más rápido que pudo, sin detenerse y sin mirar atrás.

No sabía quiénes la seguían ni cuántos eran, sólo corrió y corrió, perdiéndose entre calles estrechas, pasadizos y entradas, sin tiempo para detenerse a pensar en lo aterrada o mucho menos en lo agotada que estaba. Pero aún así no fue suficiente, aún así no tardaron en alcanzarla y acorralarla en un callejón sin salida, sin puertas ni ventanas y sin ni un maldito lugar en el que esconderse.

Los hombres comenzaron a acercarse. Comenzó a escuchar sus voces y sus siluetas se hicieron cada vez más distinguibles...

—Mierda —susurró al reconocerlos.

¡¿Cómo carajos la habían encontrado?!

—Queremos invitarla a dar un paseo, señorita —dijo el más serio de ellos, el hombre con la mirada de halcón, Goro.

Su voz sonó tan calmada como siempre y antes de que tuviera tiempo de hacer algo más, la tomaron de sus brazos y la obligaron a entrar en el auto que los esperaba sólo a un par de metros más allá.

Su corazón latía desbocado.

Podía imaginar muy bien cómo iba a terminar todo esto... ¿Cómo había dejado que algo así sucediera? ¿Es que había sido tan distraída para dejar que esos hombres la siguieran? ¡¿Desde cuándo?!

Sabía que si decía alguna palabra su voz temblaría, así que decidió guardar silencio mientras intentaba calmarse. No habían vendado sus ojos, podía ver por las ventanas del auto y reconocía las calles que estaban tomando. Sólo tenía que ser paciente y esperar por el momento indicado para escapar.

Todavía podía zafarse de esto.

De pronto entraron en el estacionamiento de aquel hotel y detuvieron el auto. Abrieron la puerta para ella y todos los hombres bajaron.

—Síganos, por favor.

No la estaban presionando; sólo estaban de pie, esperándola, como si no quisieran acercarse más. Tampoco la habían golpeado —por ahora—, pero eso sólo le hacía pensar que le esperaba algo aún peor.

Miró hacia la salida, pensando en cuánto tiempo le tomaría llegar hasta ahí. ¿Lograría hacerlo antes de que la alcanzaran?

No, probablemente no, esa no era una opción. Pero tampoco iría más lejos con ellos. Tenía que pensar en algo, rápido.

¿Quizás hacer tiempo hasta que apareciera alguien?

—No pienso ir a ningún lado —dijo sería y rígida— y si alguno de ustedes se me acerca voy a hacer un maldito escándalo.

—No vamos a hacerle nada. Es más, todo esto le conviene, señorita.

La castaña soltó una risa sarcástica.

—¿Me conviene? —bufó—. Ya he escuchado esa historia muchas veces antes. Lo siento, caballeros, pero yo no soy tan ingenua como ustedes.

—Maldita zorra —gruñó en voz baja el más desagradable de ellos, al que le había robado la billetera—. Sólo recupera la llave y entrégala al jefe, Goro. No podemos confiar en ella.

¿Confiar? ¿Entonces Goro no era su jefe?

—No le haga caso, señorita —dijo Goro con calma—. No estoy mintiendo, tengo algo que ofrecerle —sonrió—. Un trato. Usted hace un pequeño trabajo para nosotros y nosotros olvidamos completamente todo lo que ocurrió, además de dejarla con una generosa compensación, por supuesto.

—Yo no hago tratos con nadie —negó—. Ya me deshice de todas sus cosas y no me importa si olvidan o no lo que ocurrió; se lo merecían. Así que, si no hay nada más que hablar... me iré.

Intentó alejarse, pero rápidamente dos de los hombres se interpusieron en su camino.

—Por favor, no intente alguna estupidez y sólo síganos —insistió Goro, señalando la puerta de entrada—. No perdamos más el tiempo. Debo llevarla con mi jefe y luego, si se encuentra en condiciones, le comentaré más acerca de aquel trato que le mencionaba y que, lamentablemente, no tiene opción de rechazar.

La castaña tragó pesado.

¿Si se encuentra en condiciones? ¡¿Qué significaba eso?!

¿Y de verdad esos hombres creían que los seguiría voluntariamente a la boca del lobo, callada?

—Si está pensando en escapar —habló el hombre, como si pudiera leer sus pensamientos— le aseguro que volveremos a encontrarla, una y otra vez y cada vez será peor. Así que, ¿por qué sólo no nos ahorramos eso? Estamos siendo muy considerados con usted, pero está comenzando a agotar nuestra paciencia.

—¿Ustedes creen que son los primeros hombres en amenazarme? ¿Creen que no voy a defenderme? ¿O que no desapareceré en cuanto salga de aquí para deshacerme de ustedes? —espetó, furiosa—. He cambiado de nombre y de casa más veces de las que he cambiado de ropa. No me importa perderlo todo y nada de lo que digan me hará cambiar de opinión, así que mejor búsquense a alguien más y déjenme tranquila, que conmigo no van a conseguir nada. Absolutamente nada.

La puerta se abrió distrayéndolos a todos justo en el momento en que pensó que terminarían arrastrándola hacia adentro.

Dio un respingo y sus ojos se abrieron por completo al ver a la persona que comenzó a caminar tranquilamente hacia ese mismo lugar.

La mirada dorada se deslizó lentamente entre todos para terminar fija en ella y sus piernas temblaron al comprender lo que estaba ocurriendo.

Él...

Mordió el interior de su labio para calmar su ansiedad.

Un silencio tenso y sepulcral invadió el estacionamiento en ese momento, interrumpido únicamente por su respiración acelerada y los pasos firmes, decididos y fluidos de aquel hombre.

Su estómago se revolvió. ¿Estaba aterrada? Sabía que debería estarlo, pero no...

Él no iba a hacerle daño.

Realmente no sabía qué era lo que sentía en ese momento, sólo sabía que no podía dejar de verlo. Estaba completamente hipnotizada por esos fríos ojos dorados. Es que, ¿había visto alguna vez a un hombre tan imponente?

La manera en que la escasa luz del lugar iluminaba tenuemente sus facciones afiladas era inquietante.

Él no dejó de acercarse hasta que se detuvo frente a ella, tan cerca que podía olerlo. Su aroma era tan agradable y embriagador... y contrastaba tanto con la ligera mueca de disgusto que llevaba en la cara.

Estaba molesto.

Por supuesto que estaba molesto. ¡¿Qué esperabas, tonta?!

Tragó pesado.

Sus latidos se hicieron cada vez más rápidos al ver la manera en que ese hombre la analizaba tan detenidamente...

A él no parecía importarle en lo absoluto la falta de espacio personal entre ambos, mientras que ella sentía que en cualquier momento su corazón alborotado saltaría de su pecho para caer directamente a sus manos, como una humilde ofrenda.

Una que probablemente él no aceptaría. Menos en este momento...

—Tienes algo que me pertenece.

Su voz grave, aún peligrosamente baja y calmada, había sonado como un trueno que retumbó en todo su cuerpo, haciendo eco a su alrededor.

Abrió su boca para responder, pero todas las palabras parecían haberla abandonado.

¿Qué le estaba pasando? ¿A dónde había quedado la mujer temeraria y respondona de hace menos de un par de minutos atrás? Los hombres que la llevaron parecían casi tan impresionados como ella por su cambio de actitud, ¿o es que ellos sí estaban aterrados?

Y él sólo seguía mirándola.

—Yo... yo no... —¡Habla! ¡Dí algo, maldición, lo que sea!—. Yo no sabía que usted...

Carajo.

Tomó aire profundamente y volvió a intentarlo.

—Lo siento mucho.

—Deja de decir eso —espetó.

Rin bajó su rostro sin saber qué más hacer, sus mejillas se habían sonrojado ligeramente.

Sesshomaru miró a sus hombres, y sólo eso bastó para que todos desaparecieran de ese estacionamiento, sin dejar rastro.

—¿Cuál es tu nombre?

La castaña volvió a verlo. Frunció su ceño ligeramente, extrañada.

—Ya... se lo dije, mi nombre es Rin...

El peliblanco bufó por su nariz suavemente, con sarcasmo. Parecía más molesto e irritado con cada segundo que pasaba, aunque sus facciones apenas se crispaban; podía sentirlo.

El aire parecía electrizarse a su alrededor.

—Tu verdadero nombre —aclaró con frialdad.

—¡Ese es mi verdadero nombre! —apretó sus puños y volvió a sonrojarse al notar que había levantado demasiado la voz—. M-mi nombre es Rin, señor Sesshomaru.

Él apretó sus dientes. Los músculos de su cuello y de su mandíbula se tensaron.

—No juegues conmigo, humana.

Eso había sonado casi como un gruñido que la obligó a dar un paso atrás.

¿La había llamado humana?

Sintió algo extraño en lo más profundo de su pecho. A pesar de todo, todavía no estaba aterrada, ni mucho menos molesta. Era más como... si le hubiese dolido que él no le creyera.

—No estoy mintiendo... —dijo bajo, casi en un hilito de voz—. No a usted.

Él frunció su ceño, como si aquellas palabras lo hubiesen tomado desprevenido. Sus ojos dorados centellearon y por menos de una milésima de segundo a la castaña le pareció ver que su fachada dura y fría se resquebrajaba.

O quizás sólo había sido su impresión.

—Tu apellido —exigió, con la misma frialdad de antes.

Ella tomó aire y se encogió de hombros con simpleza.

—Sólo Rin —admitió y al ver que él no decía nada, dejó escapar un resoplido—. Oí a sus hombres mencionar algo sobre... una llave —murmuró—. Si eso es lo que quiere, puede... acompañarme a buscarla y se la devolveré. Está guardada...

Sin dar más explicaciones, Sesshomaru comenzó a caminar hacia la salida. Rin se quedó de pie, viéndolo alejarse.

—Andando —le oyó decir, de espaldas a ella.



No significa nada, se dijo el demonio, que ese sea su nombre en realidad no significa nada.

Rin no era Rin por su apariencia, por su aroma o por la sangre que corría por sus venas, así como tampoco lo era por su nombre. Era algo mucho más complejo que eso; lo era por todo lo que había visto, por todo lo que había vivido, por cada decisión que había tomado... y eso, jamás podría pertecenerle a alguien más.

Lo sabía, lo tenía perfectamente claro...

Aún así, por alguna razón desconocida, ahí se encontraba él, caminando por las calles de la ciudad al lado de esa mujer.

—Sé que está molesto —habló ella, luego de varios minutos de completo silencio—. Yo... de verdad lo siento, no sabía que ellos trabajaban para usted, yo no hubiese...

—¿Existe alguna diferencia? —cuestionó él, secamente.

La castaña levantó su rostro para verlo.

—¡Claro que existe! —se apresuró a responder, con sus ojos muy abiertos. Rápidamente sus mejillas adquirieron ese rojo natural—. Ellos... ¡Ellos se lo merecían! ¡Se estaban comportando como unos idiotas! Usted no...

Él alzó una ceja y ella dejó escapar un resoplido.

—Es diferente —aclaró, como si pudiera comprender lo que había pensado.

Guardó las manos en sus bolsillos, manteniendo su mirada fija en el camino y en sus pies. Se sentía arrepentida, quizás un poco avergonzada y... sí, todavía le dolía que él no le creyera. ¡Le había dicho su nombre!, aún sin conocerlo estaba guiándolo de madrugada al lugar donde dormía —porque no podía llamarle casa o mucho menos hogar—, cuando jamás con nadie había hecho eso... ¡Ni siquiera con Jeffrey! Y él era algo así como su único amigo en esa ciudad...

Pero no lo podía culpar. No cuando él sabía el tipo de persona que era.

—Fue insensato lo que hiciste —espetó él, luego de varios minutos de silencio.

Rin se volvió a verlo, ligeramente sorprendida. ¿Eso había sido un reproche? ¿La estaba regañando?

Aún entre todas sus amargas preocupaciones, no pudo evitar sonreír levemente.

Esa situación era tan bizarra y aún así, a pesar de todo... extrañamente no se sentía incómoda.

—Lo sé —murmuró—, pero no tenía intenciones de volver a ese lugar. Y además, conozco a ese tipo de hombres, jamás hubiesen ido con la policía.

—No. Te encontraron por su cuenta —apuntó.

—Es verdad... me hicieron pasar un buen susto —admitió con un resoplido, manteniendo su mirada gacha, y luego negó con un suspiro—. No suele ocurrir —contó, con una débil sonrisa apenada—. Me he pasado la vida observando a la gente, sé cómo pasar desapercibida entre ellos, he aprendido a esconderme y escabullirme bastante bien, pero... supongo que, aún así, siempre está la posibilidad de que te encuentren.

Sesshomaru la miró de reojo.

Quizás tenía razón. Sus hombres estaban teniendo bastantes problemas para ubicarla y si él no les hubiese dicho dónde buscar, probablemente jamás la hubiesen encontrado.

—Es aquí —habló la castaña de pronto—. ¿Me espera? Regreso enseguida.

Sesshomaru asintió.

—Ve.

La vio entrar en un viejo y deteriorado edificio, de fachada sucia y resquebrajada, ignorando los murmullos inentendibles de un anciano maloliente a licor. Escuchó sus pasos apresurados corriendo por las escaleras y salir poco después.

—Aquí está —le dijo, entregándole su llave—. Le daría la billetera, pero de verdad me deshice de ella. No suelo... guardar las cosas personales, excepto cuando me llaman mucho la atención —comentó, apenada—. De verdad siento haberla robado, no era mi intención causarle problemas. Es una llave muy bonita y debe ser muy antigua también, ¿no?

—Lo es.

La castaña le sonrió débilmente.

—Me imagino que guarda muchos secretos.

Él sólo la miró de reojo, sin decir nada. Ella seguía parada frente a él, y a lo lejos, el sol comenzaba a salir entre los gigantes edificios.

—Entonces... ¿Cuándo me explicarán lo que tengo que hacer? —se atrevió a preguntar. Él la cuestionó con su mirada, entrecerrando sus ojos—. Sobre... lo del trabajo —aclaró.

—No tienes que hacer nada.

—¿Era una mentira?

—No.

—¿Entonces...? Es un trabajo para usted, ¿verdad? Supongo que después de todo, se lo debo.

Sesshomaru miró la llave que sostenía en su mano y luego a ella.

—Ya no me debes nada —dijo con sequedad y desvió su mirada hacia el horizonte. Sus ojos dorados brillaron con el débil reflejo del sol y Rin no pudo evitar admirarlo disimuladamente—. Déjalo. Si estoy molesto con alguien, es con el imbécil que se dejó robar.

Ella soltó una risotada.

—Aún así... me gustaría ayudarlo.

Él volvió su vista a ella y alzó una ceja.

—Creí que no tenías la intención. —Negó y dio la media vuelta para irse—. Olvídate de eso.

La castaña bajó su mirada, apretando sus puños en los bolsillos de su abrigo. No quería que se fuera, no todavía. Si él se iba ahora... ¿volvería a verlo alguna vez?

—Me van a pagar, ¿no? —le preguntó rápidamente, antes de que el peliblanco pudiera alejarse más.

Hubiese deseado decirle que quería hacerlo por él. Que, aunque él lo negara, realmente sentía que se lo debía... y además, si gracias a eso podía pasar más tiempo a su lado, sólo... quería aprovecharlo.

Pero no podía. No podía decirle nada de eso... porque ni siquiera ella lo entendía con certeza y, sobre todo, tenía el fuerte presentimiento de que no conseguiría nada intentándolo. Quizás, incluso lo alejaría todavía más...

Él se detuvo al escucharla. De espaldas, soltó un ligero bufido por la nariz, como si se burlara de ella, y giró levemente su rostro para verla por sobre su hombro.

—Sí, así es.

—¿Y no es nada... inapropiado?

Aunque había corrido la mirada al hacer aquella pregunta, el ligero sonrojo en sus mejillas no pasó desapercibido para el demonio.

Sesshomaru la miró fijamente.

Ella seguía siendo sólo una niña, aunque su cuerpo ya no fuera el de una, a sus ojos todavía lo era. Y ese profundo deseo interno de protegerla se estaba volviendo realmente molesto.

Al parecer, sus instintos todavía no comprendían que ella no era nadie. Que era sólo una humana cualquiera. Y quizás permitirle hacer esta estupidez era justo lo que necesitaba para terminar de convencerse.

—Es un baile. Puedes conversar los detalles con Goro.

La castaña abrió más sus ojos.

—¿Qué clase de baile? —le preguntó, pero él sólo comenzó a caminar alejándose de ahí—. ¿Y qué tengo que hacer? ¿Cuándo conversaré con él? ¡¿Dónde?!

—Te lo informaré. —Fue todo lo que respondió con su voz grave y calmada mientras desaparecía por el oscuro callejón.

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