Cap. 2: Al otro lado del mundo
REENCUENTRO
Capítulo 2: Al otro lado del mundo
Sesshomaru masajeó el puentecillo de su nariz con irritación.
Tener que lidiar con el ruido de los autos, de sus bocinazos y sirenas, de los edificios en construcción, las luces fuertes, olores viniendo de todas partes y cada uno más desagradable que el anterior... Todo era demasiado molesto para sus sentidos agudos.
Hastiado, entró al gran hotel frente a él, junto a los hombres que lo seguían.
Esa ciudad estaba creciendo demasiado y demasiado rápido. Todas lo hacían...
Los humanos se habían convertido en una molesta plaga.
Se habían extendido por cada rincón como la peste, arruinando todo lo que tocaban. Se mataban entre ellos y habían llevado a cientos de otras especies a su extinción. Todo por ese maldito afán de intentar deshacerse de todo lo que sus estrechas mentes no eran capaces de comprender.
Y ahora él se veía obligado a mezclarse entre ellos, a vestir como ellos, a andar como ellos...
Pero ese era su límite.
Él jamás se rebajaría como lo estaba haciendo el maldito de Kirinmaru. Él se negaba a ser parte de aquel ridículo sistema que le daba a los hombres una vaga ilusión de poder.
Si él quería poder, lo tomaba con sus propias manos; como llevaba haciéndolo por milenios.
—...el problema es que aún debemos confirmar si realmente se trata de él y no de una simple marioneta o extensión, como en ocasiones anteriores.
Aquellas palabras lo sacaron de sus pensamientos.
Sus ojos dorados se fijaron en el hombre frente a él. Sangre de demonio corría por sus venas, pero era demasiado lejana como para marcar una diferencia. Aún así, el humano no era un completo inútil —la mayor parte del tiempo— y junto con otros tres hombres se encargaban de los detalles de aquel nuevo mundo con el que él no quería lidiar.
—¿Y por qué eso significaría un problema, Goro? —preguntó con tono serio y desafiante.
—Porque... es un baile de máscaras —respondió el hombre, con su mirada baja.
Sesshomaru entrecerró sus ojos.
¿Un baile de máscaras? ¿De qué carajos estaba hablando?
La poca paciencia que aún le quedaba estaba terminando de agotarse.
—Sé que esto no es realmente un problema para usted, señor Sesshomaru —se apresuró en explicar el hombre, al ver su expresión molesta—. Usted fácilmente podría ir e identificarlo sin ningún inconveniente, una simple máscara no lo detendría, por supuesto. Pero si decide ir usted mismo y resulta ser sólo un emisario... corremos el riesgo de volver a perder su pista por años.
Su ceño se frunció todavía más.
—¿Qué sugieres?
—No debe ser usted quién lo busque —se atrevió a decir—. Debemos infiltrar a alguien para asegurarnos. El evento es sumamente privado y exclusivo, señor. Tuve que descartar la idea de enviar a alguno de mis hombres como parte del personal, porque ya están todos registrados e inspeccionados. He pensado en que lo más factible sería infiltrar a una modelo que se encargue de identificarlo. Será lo más efectivo, sólo debemos encontrar...
—Los detalles no me interesan —lo interrumpió, fastidiado—. No me molestes con eso. Sólo encárgate y avísame en cuanto tengas la confirmación o me buscaré a alguien más que cumpla con tus deberes.
Sin más instrucciones, Sesshomaru se puso de pie y se dirigió hacia la salida, tronando sus dedos con ansias asesinas.
Esta vez Kirinmaru no volvería a escapar. Él se encargaría de ponerlo en su lugar de una vez por todas...
Cruzó la puerta del hotel y justo en el momento en que ponía un pie afuera, una apresurada mujer chocó de frente con él, interrumpiendo todos sus pensamientos.
La muy imprudente intentó frenarse torpemente, apoyando una de sus manos en su pecho para no caer sobre él y Sesshomaru tuvo el breve impulso de agarrar su muñeca sin ni una pizca de consideración antes de que ella pudiera siquiera tocarlo, pero no llegó a reaccionar; estaba demasiado atónito como para poder hacerlo, aunque sus duras y afiladas facciones no lo demostraran.
¿Cómo? Fue todo lo que pudo cuestionarse.
Había pasado casi una década. Diez malditos años. Estaba al otro lado del mundo, miles de kilómetros recorridos desde entonces, un jodido océano entre ellos y sin embargo, ahí estaba esa niña, mirándolo fijamente con esos grandes ojos cafés.
Tenía que ser una maldita broma.
Él bajó su mirada desde sus ojos hacia la mano que ella aún mantenía en su pecho y ella sólo pestañeó un par de veces y retiró su mano rápidamente, avergonzada. Tenía la respiración agitada y sus mejillas estaban rojas.
—¡Ay! Lo siento, que descuidada —farulló nerviosa, removiéndose en su abrigo sin despegar los pies del suelo.
Era ella. Era su voz, era su olor detrás del molesto aroma a algún perfume artificial, suave aunque muy discernible entre todos los olores de aquella ciudad.
Así que no había muerto después de todo. Y se veía bastante diferente a la última vez...
Ya no parecía un niño.
—Camina con más cuidado.
—Sí, claro, l-lo siento mucho —repitió, haciendo una muy leve y atolondrada reverencia y, por primera vez desde que tenía consciencia en sus diecinueve años, la castaña retuvo el impulso de hurgar en los bolsillos de aquel malhumorado desconocido.
No atinaba ni siquiera a moverse, a alejarse de él. Es que por alguna razón no podía dejar de mirarlo.
Esos ojos...
—Disculpe... ¿nos conocemos? —se atrevió a preguntar, con timidez.
Sesshomaru frunció su ceño ligeramente.
—No —respondió con sequedad. No era posible que ella lo recordara, pero tampoco se quedaría a averiguarlo. Así que, sin decir más, comenzó a caminar alejándose de ahí.
Ella se quedó viéndolo por un par de segundos más antes de entrar y él no pudo evitar detenerse poco después, sin estar realmente seguro de qué era lo que quería averiguar. Sólo se quedó ahí de pie, oyéndola a través de las gruesas paredes...
—¡Hola! —habló la castaña, apoyando sus manos sobre el mostrador y empinándose en la punta de sus pies para llamar la atención de la mujer que en esos segundos se volteaba a verla—. Buenas tardes, estoy buscando al señor Garrett Williams. ¿Podría... decirle que estoy aquí?
—Buenas tardes —saludó la recepcionista con una ligera mueca que rápidamente reemplazó con una sonrisa de fingida amabilidad—. ¿Tiene el número de habitación del señor Williams?
—Sí, uhm, enseguida —pidió, mientras rebuscaba en sus bolsillos para sacar de uno de ellos un arrugado papel—. Es la habitación 1406.
—El señor Williams de la 1406 —repitió la recepcionista, frunciendo sus labios perfectamente pintados de un rojo carmín—. No se encuentra, pero dejó un mensaje. ¿Cuál es su nombre, señorita?
—Emily —respondió, luego de un breve segundo de vacilación—. Emily Jones.
—Emily —repitió Sesshomaru en voz baja, con un amargo sabor en la boca.
***
El peliblanco arrugó un papel en su mano que dejó caer sobre la mesa con indiferencia.
Habían pasado un par de días desde aquel encuentro y por alguna razón, no podía dejar de pensar en ello.
Por un momento creyó que saber su verdadero nombre ayudaría.
Ella no era Rin.
Ahora lo tenía más claro que nunca, pero aún así...
Frunció su ceño; se sentía fastidiado.
Ni siquiera mantenerse ocupado había resultado, de alguna u otra forma su mente siempre encontraba la manera de regresar a ella. Era molesto e irritante. Aún podía sentir un leve cosquilleo en la zona donde ella había apoyado su mano. Aún podía sentir ese reconocible olor en el aire...
Su aroma había dejado un rastro en esa despreciable ciudad. Ella andaba por ahí, moviéndose entre la gente. Lo sabía, podía sentirlo...
Y aunque no quisiera admitirlo, había una parte de él que quería ir y seguirla.
Ese maldito instinto.
Apretó sus dientes tensando los músculos de su mandíbula.
Goro, sentado a su lado, aclaró su garganta ligeramente, sacándolo de sus cavilaciones y buscando su atención.
¿Qué había dicho? Le había hecho una pregunta...
—Haz lo que quieras —respondió sin pensarlo más.
—Es usted muy considerado, señor Sesshomaru —dijo el hombre, haciendo una corta reverencia—. Mis hombres lo agradecerán mucho. Les hará bien un respiro para continuar con su trabajo...
¿Considerado? ¿Un respiro? Sesshomaru bufó levemente mientras su mirada se desplazaba con una lentitud aterradora hacia los demás hombres sentados en aquella mesa.
—Sé que las entrevistas con las modelos han sido un tanto infructuosas —continuó Goro—, pero le prometo que encontraremos a la mujer ideal antes de que termine la semana, para así tener tiempo de instruirla correctamente. —Sesshomaru se puso de pie, en silencio—. Bueno, se lo agradezco de nuevo, señor.
—¿No quiere acompañarnos? —preguntó uno de ellos.
Rápidamente y antes de que dijera algo más, Goro le dirigió una significativa mirada de reproche para que guardara silencio. Todo lo que había costado que les diera una jodida noche libre y el muy idiota lo acababa de arruinar.
Sesshomaru lo miró fijamente. El hombre tragó pesado, arrepintiéndose en el acto de sus palabras, pero el peliblanco no dijo nada más. Sólo comenzó a caminar hacia la barra, seguido de una cascada de suspiros de alivio.
Quizás un respiro era lo que él también necesitaba en ese momento. Adormecer sólo un poco sus sentidos hastiados de aquella ciudad.
Pidió un vaso de whisky en la barra mientras escuchaba los susurros lejanos de la mesa que acababa de dejar...
—¿Qué carajos tienes en la cabeza, Utagawa? —masculló Goro.
—Pensé que sería una buena idea —respondió él, alzándose de hombros—. ¿A quién no le gusta despejarse de vez en cuando? Parecía molesto.
—Por supuesto que está molesto. Y ya deja de decir idioteces, ¿quieres? Tienes suerte de seguir respirando.
Sesshomaru tomó el vaso servido y salió caminando con toda su parsimonia por una puerta lateral, con salida a una terraza.
Era tarde y, afortunadamente para él, corría un viento frío por lo que no había nadie más ahí. Se quedó de pie, de espaldas a la puerta, apoyando un brazo relajadamente en una alta mesa a su costado y llevó el vaso a sus labios, pero de pronto el fuerte aroma del licor se vio empañado por algo más...
Ahí estaba ese olor otra vez, más intenso que antes.
Frunció su ceño.
Bebió un sorbo y, con su codo apoyado sobre la mesa, masajeó el puentecillo de su nariz, cerrando sus ojos con fuerza.
Al parecer estaba perdiendo la cabeza...
Pero no, era demasiado intenso como para estar imaginándolo. Ella estaba ahí. Estaba cerca, podía sentir su presencia y, como una confirmación a sus pensamientos, pudo escuchar perfectamente cuando las puertas del bar del hotel se abrieron para dejarla entrar.
Inconscientemente, el demonio siguió cada uno de sus movimientos. Nuevamente, se concentró en el suave sonido de su voz, en sus palabras. Pudo escuchar el momento en que el anfitrión la guió hacia adentro...
—Adelante, por favor y tome asiento donde guste —le había dicho el escuálido hombre cuando ella mencionó que esperaba a alguien más—. Menos en la barra, claro. Las señoritas no tienen permitido sentarse solas en la barra.
Incluso desde ahí pudo sentir el disgusto que la castaña tanto se esforzó en ocultar.
Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvo absorto en ella, pero por un momento dejó de escuchar todo lo demás. Fue como si todo el incesante ruido de la ciudad se apagara a su alrededor.
Realmente no entendía por qué esa mujer le causaba tanta intriga y curiosidad. Era frustrante sentirse tan descolocado en su presencia, ella sólo era una humana cualquiera...
Y por lo mismo le costó entender por qué sintió aquel molesto hormigueo en su pecho cuando los hombres de Goro comenzaron a hablarle.
Ella había hecho un buen trabajo ignorándolos, hasta que finalmente la escuchó responder a sus insistencias...
—Vamos, bonita, ¿por qué no te sientas a mi lado para darme un poco de suerte? —le pidió uno de los hombres con una mirada grasienta y riendo escandalosamente, mientras abría una silla junto a él para ella.
—O en mis piernas —balbuceó otro.
Qué idiotas, pensó la castaña y levantó su mirada para ver la hora en el reloj de pared.
Al parecer ya no llegarían por ella.
Miró hacia el grupo de hombres nuevamente. Podía irse de ahí sin más o quizás podía aprovechar la vuelta y divertirse un poco. Sabía que si se sentaba con ellos ya no podría regresar a ese hotel jamás, pero... ¿realmente tenía intenciones de hacerlo?
El señor Williams la había dejado plantada...
No, no volvería a ese lugar y si él de verdad quería verla, entonces la encontraría por su cuenta.
—¿Qué hacen? —les preguntó, cruzándose de piernas y fingiendo una inocente sonrisa mientras batía sus largas pestañas.
—Jugamos a las cartas, preciosa.
—¿Y podré jugar yo también?
O es muy ilusa o está realmente aburrida, pensó el peliblanco, frunciendo su ceño.
¿De verdad tenía intenciones de ir con ellos? Dijo que esperaba a alguien... ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí realmente esa mujer?
—Es un juego de hombres, no lo entenderías. Pero puedes quedarte a ver y prometo que te vas a divertir —dijo el más desagradable de ellos, guiñándole un ojo.
—Oh, vamos, apuesto que si unos caballeros como ustedes me lo enseñan, no tardaré demasiado en entenderlo —respondió con voz melosa.
—Por mi está bien si quiere jugar —respondió otro—, pero tiene que seguir las reglas. Apuestas sólo por sobre 20 dólares.
Disimulada, la joven tanteó recelosamente los billetes que llevaba en el bolsillo de su abrigo.
—No somos unos aprovechadores, podemos hacer una excepción por una señorita tan hermosa, ¿no? —dijo el primero, esbozando una sonrisa repulsiva y sin despegar la mirada de sus piernas—. Si quiere apostar menos, podemos dejarla. O si quiere apostar otra cosa...
—Oh, no, por favor, no podría pedirles que cambien las reglas del juego sólo por mi —dijo la castaña, tomando asiento en la silla que el mismo desagradable hombre mantenía retirada para ella y les sonrió a todos tranquilamente—. Si están apostando por sobre 20 dólares, eso es lo que deberé apostar también.
—Bien, pero primero una ronda sin apuestas, para que comprenda —dijo uno más serio que el resto. Su voz era templada y fría y le pareció que la analizaba con la mirada perspicaz de un halcón—. Y asegúrate de poner atención. Detesto que interrumpan el juego con preguntas.
La castaña escuchó atentamente mientras le explicaban todas las reglas, mordiendo su lengua para no responder ante los constantes comentarios nauseabundos.
En la primera partida se retiró, avergonzada, bajo los comentarios de falsa compasión de los desagradables hombres. Sobre todo de quien estaba sentado junto a ella y buscaba cualquier excusa para acercarle sus despreciables manos. Pero ya no aguantaba ni un minuto más a su lado, así que en la siguiente partida, sin más preámbulos, se lo llevó todo.
—¡Carajo! —gruñó el hombre a su costado, con el ceño fruncido y evidentemente molesto.
Lo más sensato era salir de ahí en cuanto antes.
—Nos engañaste, pequeña mojigata —espetó el hombre, acercándose peligrosamente a ella.
—Tranquilo Utagawa —habló el más serio, intercalando su mirada de halcón entre el hombre y ella.
Los demás le habían llamado Goro y parecía ser el jefe del grupo.
—Oh, ¿no se trataba de eso el juego? —preguntó con un fingido puchero—. Creí que engañar era lo que debíamos hacer.
—No te pases de lista —dijo con voz tranquila—. Las señoritas no deberían mentir, ¿sabes?
Ella sonrió ampliamente.
—Ah, pero es que yo no soy una señorita —respondió, encogiéndose de hombros con elegante indiferencia. Sin perder su sonrisa, tomó el dinero de la mesa y se puso de pie—. Iré a refrescarme, caballeros, pero prometo volver enseguida para disfrutar de otra interesante partida con ustedes.
El hombre a su lado tomó su muñeca bruscamente y la apretó un poco más fuerte de lo necesario.
—Más te vale que vuelvas, porque voy a recuperar mi dinero por las buenas o tomaré lo que sea que tengas para ofrecer —siseó antes de soltarla.
La castaña se forzó a sonreír.
Asintió y salió caminando lo más tranquilamente que pudo con dirección a los baños, pero se desvió en el último segundo, saliendo apresurada por una puerta lateral junto a la barra.
—Disculpe —habló, llamando la atención del peliblanco de espaldas a ella en la amplia terraza—. ¿Sabe si hay una salida por aquí?
Sesshomaru se volteó a verla por sobre su hombro y señaló con la mirada una puerta en una esquina frente a ellos.
La joven abrió más sus ojos al reconocerlo.
—Oh, es usted... —habló, pareciendo sorprendida—. B-buenas noches...
El demonio asintió ligeramente, a modo de saludo. La castaña esbozó una tímida sonrisa y caminó lentamente hasta llegar a su lado.
—Supongo que debo disculparme de nuevo por molestarlo.
—Déjalo.
Ella sonrió y se permitió admirarlo más detenidamente por cortos segundos. Sus ojos dorados y su pelo blanco, lacio y con destellos de plata contrastaban tanto con el gris de aquella ciudad...
—No es de por acá, ¿verdad?
—No.
—¿Se está hospedando aquí? —le preguntó amigablemente.
El peliblanco asintió, sin intensiones de explicar que realmente él no se hospedaba en ninguna parte.
—Es un hotel muy bonito —continuó ella, cerrando el abrigo que llevaba sobre su vestido negro—. Hace un poco de frío aquí afuera... pero, supongo que así es mejor. Los mejores lugares siempre están más vacíos cuando hace un poco de frío.
Sesshomaru la miró de reojo. Su tono era diferente al que había usado adentro y al parecer, había olvidado que hace menos de un par de minutos arrancaba de ahí tan apresuradamente.
Incluso su pulso parecía más calmado.
Y su apariencia...
Esa sonrisa era casi dolorosa.
¿Así se hubiese visto ella, al crecer?
—¿Y ha disfrutado la ciudad? —le preguntó, sacándolo de sus pensamientos.
—No particularmente.
Ella soltó una silenciosa risita y agachó su mirada.
—Bueno, ya debo irme —le sonrió—. Fue un gusto, señor...
—Sesshomaru.
La castaña abrió más sus ojos. Realmente no esperaba que él se presentara.
Y ese nombre...
No pudo evitar volver a sonreír.
—Un gusto, señor Sesshomaru —hizo una corta reverencia—. Yo soy Rin.
Antes de darle tiempo de reaccionar, la castaña se despidió sacudiendo su mano alegremente mientras su silueta desaparecía entre la oscuridad y luego por la puerta.
Sesshomaru se quedó viendo hacia ese lugar en la esquina con sus ojos más abiertos que lo habitual, intentando convencerse de que quizás lo había imaginado; que sólo escuchó lo que su mente había querido escuchar...
Pero sea lo que sea que acababa de ocurrir, no tuvo más tiempo de seguir dándole vueltas cuando un lejano estruendo lo distrajo de sus pensamientos.
—¡Esa maldita perra! —gruñó Utagawa, golpeando la mesa.
—Ya cálmate, ¿quieres? —lo regañó Goro—. De todas formas, con esas cartas no tenías ni una posibilidad de ganar.
—¡No! A la muy mojigata no le bastó con arruinar el juego —masculló el hombre con sus dientes apretados—. ¡La maldita ladrona se llevó mi billetera!
Próximo capítulo: Confiar en una ladrona
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