Cap. 13: En el aire

REENCUENTRO

Capítulo 13: En el aire



Llévame contigo, le había pedido ella. Aún se oían rastros de miedo en su voz, de angustia. Su respiración seguía agitada... Estaba soñando. No podía verlo ni escucharlo. Y quizás fue por eso, o quizás por esa insistente necesidad de protegerla, de consolarla, pero respondió. Si eso es lo que realmente deseas, entonces vendré por ti.

Había acariciado la delicada piel de su frente y de su mejilla, cuidando sus garras y despejando su rostro de sus cabellos castaños. Su respiración se había calmado, sus facciones se habían relajado... Y por primera vez, quizás, se permitió aceptar que eso era todo lo que él quería.

Llevarla con él.

Sí, egoísta. Seguía siendo el mismo demonio egoísta.

Pero cuando sintió su desesperación, como si se tensara un lazo invisible entre los dos, que lo había llevado directamente hacia ese callejón... cuando la vio tirada, inconsciente, cuando sintió el olor de su sangre y pensó que sería capaz de destruir el mundo entero... Era todo en lo que había podido pensar.

Llevarla con él...

Pero no era el momento. Ella necesitaba tiempo. Sabía, entendía que su corazón humano era diferente. Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que había ocurrido, todo lo que había visto, todo lo que había descubierto... Tiempo para que ella lo decidiera, por sí misma, no guiada por su desesperación ni por los terrores que habitaban en su inconsciente. Quería que fuera una decisión sólo de ella y entonces, él le tendría una respuesta.

Por eso se había ido, y por eso, también, había regresado. Por eso había vuelto a esa ciudad, después de dejarla esa mañana...

Pero ella no estaba ahí.

No podía sentir el rastro que dejaba su aroma por esos despreciables callejones; su olor, ese olor en el que no podía dejar de pensar, se había desvanecido, se había difuminado en la ciudad.

Una desagradable sensación lo invadió cuando llegó hasta su viejo edificio, buscándola, algún rastro de ella... Pero había alguien más ahí; en su pequeña pieza, otra mujer había reemplazado su esencia.

Frunció su ceño cuando un anciano salió del edificio y se acercó a hablarle. Lo había visto discutir con ella un par de veces. El viejo apoyó ambas manos en su bastón y soltó un amargo bufido.

—Yo lo reconozco, a usted —le dijo, entrecerrando los ojos opacos en su dirección—. Lo he visto por aquí antes... Sé a quién anda buscando. —Negó, con un chasquido de lengua—. Pierde su tiempo. Ella se fue hace algunas noches, sin pagarme nada de todo lo que me debía, y no regresó más. No va a encontrarla por aquí.

Sesshomaru sólo lo miró de reojo y siguió su camino, sin decir nada.

Inhaló él aroma del pavimento, de los autos, de la ciudad...

Su mandíbula se tensó.

Ella se había ido.

Dejarla ir. Eso era lo que tenía que hacer. Eso era lo que debía hacer... Lo sabía. Creía que había aprendido su lección todos esos años atrás. Él sabía que su lugar no estaba a su lado; estaba entre ellos, entre los humanos. Ella había sobrevivido sola todo este tiempo y lo seguiría haciendo, pero si iba con él... no podía asegurarlo. Sabía que, a pesar de que él estuviera ahí para protegerla, no podía... no podía controlarlo todo.

Ella se había ido y él sabía que tenía que dejarla.

Y aún así, ahí estaba esa parte de él, que era apenas más que puro instinto, esa parte que no lo dejaba oír nada más mientras rugía en su cabeza. Búscala. Búscala y encuéntrala. Esa parte que no soportaba imaginar que sería capaz de permitir que los años pasaran, hasta que un día se habría dado cuenta de que Rin ya no caminaba en este mundo y que él no había estado ahí para ella.

Ellos estaban unidos, él pertenecía a su lado, y esa parte, tan primaria en él, lo sabía... Siempre lo había tenido claro.

Pertenecía a ella. Sólo a ella.

Miró a lo lejos, hacia aquella pequeña plaza por la que habían caminado tantas veces. Deslizó una mano por el bolsillo de su pantalón, hasta que sus dedos rozaron el frío acero y se aferraron a ese pequeño objeto metálico, del que ahora colgaba su llave.

Nunca antes había podido elegir nada...

...Pero pude elegir quién ser. Pude elegir mi nombre y elegí ese.

Esto también sería su decisión. Él aceptaría lo que ella eligiera...

***

Se avecinaba una tormenta.

No llegaría hasta dentro de un par de días, pero podía sentirla, podía olerla en el viento que mecía sus cabellos plateados.

Sea lo que fuera que ocurriese, esperaba ya no estar ahí para entonces.

Despejó ese pensamiento y miró, frente a él, la puerta de aquel bar, que bajo la luz del día se veía incluso más pequeño que durante la noche con todo el alboroto. Finalmente entró y se sentó en una de las estrecha mesas. No había nadie más ahí, sólo se escuchaba un silbido y un murmullo solitario proveniente de la cocina, y una suave, baja y cadenciosa música cerca de él.

Y la imaginó, cantando ahí, como si su voz hubiese quedado grabada en las paredes.

—Buenas... Oh, es usted —dijo aquel humano, el cantinero, secando sus manos en un delantal negro y pareciendo sorprendido. Luego esbozó una corta sonrisa, a modo de saludo—. Buen día. ¿En qué puedo ayudarle?

—Un whisky.

El cantinero asintió y se dirigió hacia la barra a servir su trago, en silencio.

—¿Y qué lo trae de regreso por aquí? —le preguntó, cuando volvió con el vaso servido y lo dejó sobre su mesa. Una pregunta simple, aparentemente despreocupada, pero el demonio vio algo más en sus ojos perspicaces e intrigados.

Sé que los hombres como usted no entran en lugares como este a menos de que estén buscando a alguien, le había dicho aquella vez.

—Rin —respondió, sin más rodeos. No sabía si ese era el nombre que ella usaba ahí, pero por la manera en que él había abierto sus ojos azules, pudo intuir que sí.

—Entonces, ¿ya la conocía?

Sesshomaru asintió con su mirada, en silencio.

El cantinero sonrió débilmente.

—¿Quedó de verla aquí?

—No —respondió secamente—. La estoy buscando.

—Lo siento —dijo él y se encogió de hombros en un gesto de decepción. Sincera decepción—, pero no ha pasado por aquí en varios días, no podría decirle dónde se encuentra.

Sesshomaru lo analizó detenidamente por cortos segundos, mientras bebía un sorbo de su vaso.

Licor barato. No tenía un buen sabor.

—Ya veo.

—¿Se conocen hace tiempo?

El peliblanco se tomó algunos segundos para responder:

—Sí.

El humano dejó escapar un suspiro.

—Quedó de venir en un par de días... —contó—. Este viernes por la tarde. Tiene un compromiso en el centro y si se decide a ir, probablemente pase por aquí antes... Eso es lo máximo que puedo ofrecerle —dijo, estirando sus labios en una fina línea—. Yo mismo he intentado encontrarla algunas veces. —Negó, con una corta sonrisa—. Sé que puede llegar a ser más fácil encontrar una aguja en un pajar.

Sesshomaru le dedicó una breve mirada.

Pudo haberse ido en ese momento. Ya no tenía nada más que hacer ahí, pero, por alguna razón, bebió otro sorbo del mal licor y preguntó:

—¿Hace cuánto que ella viene aquí?

El cantinero reflexionó por algunos segundos.

—Algunos años, ya... —Caminó hacia la barra y se sirvió su propio vaso—. Con permiso —dijo, señalando la silla frente a él. Luego tomó asiento relajadamente y llevó el vaso a sus labios—. Aunque en ese entonces ella era igual que ahora. Supongo que más joven, pero... siempre me pareció mayor de lo que aparentaba. —Frunció su ceño—. No, no mayor, sino... más compleja, quizás. —Sacudió la cabeza—. Suena raro. No lo sé, es difícil... describirla.

El humano esbozó una pequeña sonrisa, con la mirada fija en su vaso y luego continuó, impulsado por su silencio, quizás.

—Creo que fue hace cuatro años la primera vez que Jeffrey la invitó aquí a cantar. Ellos se conocieron primero... Y ella era igual de inquieta que ahora. Igual de liviana, de ocurrente, con esa voz encantadora. Igual de guapa... —Se encogió de hombros—. Ya le digo, igual que ahora. Y siempre va y viene, pero desde entonces... nunca dejó de aparecer.

El peliblanco lo miró de reojo.

—¿Sabes por qué se fue?

El cantinero volvió a encogerse de hombros, con una expresión más resignada esta vez.

—No, no lo sé. Siempre hace lo mismo y nunca da muchas explicaciones. Se mete en algún lío y luego desaparece... Y no la juzgo, no lo crea. No se le puede reprochar que vaya adonde la lleve el viento. A veces es todo lo que puede hacer. —Levantó la cabeza y compuso una apesadumbrada sonrisa—. Es complicado, para ella... Por eso yo la ayudaría, si ella me dejara. —Nego, suavemente—. Pero a ella no le gusta estar en deuda con nadie. Ni mucho menos sentirse atada... a alguien.

Sesshomaru frunció su ceño ligeramente, mientras las palabras quedaban ahí, flotando.

—En fin —dijo el hombre, sacándolo de sus propias cavilaciones, y bebió el último sorbo de su vaso—. Lamento no poder ayudarlo más. —Se puso de pie y miró la hora en un viejo reloj de pared—. Si no le molesta esperar, quizás mi sobrino pueda saber algo. Ya debe estar por llegar.

—No es necesario —respondió. Dejó un billete sobre la mesa y se puso de pie, también.

—Oh, no, eso... es mucho más de lo que... —No alcanzó a terminar cuando él ya había salido por la puerta.

Dan dejó escapar un largo suspiro.

Eso había sido extraño.

Una parte de él se había arrepentido al instante de haber dicho todo eso sobre ella, más con un desconocido. Quizás no había sido correcto, y ni siquiera entendía realmente por qué lo había hecho, por qué todas esas palabras habían escapado de su boca como si hubiese necesitado decirlas en voz alta... Quizás, había visto algo en él. Un frío entendimiento, tal vez.

Tomó el billete y lo guardó en la caja, luego buscó los vasos vacíos y los llevó hacia la cocina, donde continuó limpiando y ordenando; platos, vasos, comida mientras tarareaba alguna canción que había tenido pegada en su mente durante toda la mañana.

No fue consciente de cuánto tiempo pasó, hasta que vio a Jeffrey entrar por una puerta trasera. Venía sucio, su ropa manchada de polvo y tierra, sus cabellos rubios completamente desordenados y su cara... ¿rasguñada? Frunció su boca levemente, conteniendo el impulso de soltar una carcajada al ver su expresión malhumorada.

—No digas nada —lo cortó su sobrino, antes de que pudiera abrir su boca—. Y, por favor, recuérdame no volver a hacerle un favor a Rin, jamás. Declaro que, finalmente, con esto estamos a mano.

—Nunca van a estar a mano, recuerda que ella te salvó el culo... Y cuidar de un gato no me parece un favor tan desproporcionado.

—Lo sé, lo sé, pero es que... ¡Ese maldito gato! —gruñó—. No sé cómo da tantos problemas, si ni siquiera está entero. El muy canalla se escondió de mí y tuve que arrastrarme bajo unos escombros para darle comida... Y el muy malagradecido va y me rasguña. ¡A mí! ¡La persona que intentaba alimentarlo! —Negó, quitándose su abrigo sucio y tirándolo sobre una silla. Dan soltó una suave risa y Jeffrey lo fulminó con la mirada—. No es gracioso. Ni siquiera quiere comer. No sé qué le pasa... Creo que la extraña.

Dan soltó otra suave risa y se encogió de hombros.

—Bueno, al parecer, no es el único —murmuró.

Su sobrino lo miró con el ceño fruncido.

—Sí, también la extraño, pero... no es para tanto. No es la primera vez que desaparece por algunos días.

Daniel rodó sus ojos.

—No me refería a ti, idiota.

—Oh, ¿a quién? ¿Tú? Bueno, es que eso se da por hecho, Dan.

—Ya calla. No, no me refería a mí tampoco.

Jeffrey no pudo evitar esbozar una sonrisa pícara.

—¿A quién, entonces?

—Hoy se apareció un... amigo suyo, por el bar. Hace un rato. Vino a buscarla. A preguntar por ella.

—¿Un amigo? —preguntó Jeffrey, extrañado—. ¿Qué amigo? ¿Cómo se llamaba?

—No lo sé.

—Entonces, ¿cómo sabes que era su amigo? Pudo haber sido cualquier idiota. —O un policía, pensó.

—Él la conocía —enfatizó Dan—. Sabía su nombre. Y no parecía el tipo de idiota que vendría a buscarla sólo porque sí.

—Oh... Bueno. ¿Y... cómo era?

—Uhm, no lo sé, alto, serio, adinerado... Un poco más joven que yo, quizás. Y su pelo era extraño, plateado.

Jeffrey abrió más sus ojos.

¿Sería él... el mismo amigo, del que Rin...?

Maldición. Debió haberle exigido más detalles cuando le preguntó cómo era.

Ahora no tenía cómo saber si el hombre al que su amiga quería había venido hasta aquí a preguntar por ella. Todo gracias a Rin y sus descripciones tan... particulares. Y sí, generalmente disfrutaba de ellas, pero, cuando necesitaba reconocer a alguien, una descripción física no estaría nada mal.

Que parecía un príncipe, le había dicho... Jodida respuesta.

—¿Era guapo?

—Joder, Jeffrey...

—Oh, vamos, no lo pregunto por mí, sólo responde la pregunta. Era guapo, ¿sí o no?

—No lo sé, sí, quizás.

Jeffrey chasqueó su lengua con molestia.

Eso no le servía de nada.

Y lo peor era que, aunque había sido él quién le había enseñado algunas palabras y a escribir en inglés, a veces le costaba llevarle el ritmo a esa pequeña infame.

Aún recordaba perfecto lo que le había dicho el día que le presentó a Daniel.

—¿Y? ¿Qué te pareció mi tío? —le había preguntado, cuando salían del bar.

Dan es muy agradable. Es como... un río tranquilo.

¿Un río tranquilo? —le había cuestionado, riendo, con una ceja arqueada—. ¿Y qué vendría a ser yo, entonces?

—le había respondido ella, con esa sonrisa traviesa— eres como un crío chapoteando en sus aguas.

Debería haberse molestado por esas palabras, pero... no pudo evitar soltar una carcajada. Quizás, porque fue en ese preciso momento que terminó de comprender que Rin de verdad podría convertirse en su amiga. O más que eso. En familia.

—¿Por qué estás tan interesado? —le preguntó su tío, de pronto, sacándolo de sus pensamientos—. No es como si fuera la primera vez que alguien llega a preguntar por ella.

—Sí, pero... no por su nombre. Siempre por "la lindura esa que canta por aquí algunas noches por semana" —dijo, con un gesto de desagrado—. O por Emily, Emma, Mia, o lo que fuera esa semana.

Dan asintió un par de veces y luego entrecerró los ojos en su dirección.

—Entonces, ¿sabes de quién te estoy hablando?

—No —se apresuró en responder—. No. No sé.

—¿Y por qué me preguntabas si era guapo?

Su sobrino se encogió de hombros, evitando su mirada.

—Jeffrey...

Jeffrey dejó escapar un suspiro.

—Nada. Es sólo que... Rin me ha hablado de él... un par de veces. O al menos creo que es él. No lo sé en realidad.

—¿Dices que ella...? —Dan calló de pronto y asintió una vez más, con entendimiento, como si acabara de comprenderlo—. Ya, ya veo.

Jeffrey frunció sus facciones en un gesto apenado, compasivo y de disculpas.

—Lo siento —murmuró.

—No qué va. —Dan hizo un despreocupado movimiento de manos y continuó ordenando lo que le quedaba, aunque esta vez, no volvió a tararear ni a silbar mientras lo hacía—. No pasa nada... Es familia. Me alegro por ella.

***

Un viento fresco desordenó sus cabellos castaños. Rin tomó aire profundamente, encuadró sus hombros y agarró con firmeza el tirante de su vieja mochila sobre su hombro derecho antes de entrar por la puerta trasera del bar.

Un par de semanas. Sólo habían pasado un par de semanas desde la última vez que estuvo ahí, y a ella le parecían meses enteros.

Le emocionaba ver a sus amigos, sí, pero si era aún más sincera... no quería estar ahí, en esa ciudad.

Aún así, no pudo evitar sonreír al escuchar a Jeffrey canturreando algo sin sentido mientras lavaba los platos.

Se acercó sigilosamente hacia él y cubrió sus ojos con una mano, por la espalda.

—Joder —jadeó su amigo, asustado, pero suspiró con alivio cuando tanteó y reconoció su mano con las suyas—. Si esto es un asalto, debo dar puntos por la emoción... Y si es un juego de roles en el que me secuestran, lamentablemente tengo que confesar que prefiero las manos grandes, aunque las manos pequeñas no son un impedimento del todo. Y para que lo sepas, mi palabra segura es unicornio.

Rin soltó una carcajada.

—Idiota.

Jeffrey se encogió de hombros, sonriéndole al tenerla frente a él, y la estrechó entre sus brazos.

—Te extrañé.

—Yo también —murmuró ella, sin separarse aún de su abrazo—. Así que unicornio... Me parece haber escuchado esa palabra antes, por ahí.

Jeffrey soltó una risa.

—Bueno, ya sabes... Hombre precavido y todo eso.

Rin negó, con la sonrisa traviesa en sus labios.

—¿Cómo está Odín?

—¿Odín? —gruñó su amigo, frunciendo su ceño, ofendido—. Odín debería llamarse Judas, porque es un traicionero. Eso es lo que es.

Rin contuvo la risa en sus labios cuando Jeffrey le mostró todos sus brazos arañados.

—Lo siento, sé que es difícil, pero te prometo que con el tiempo se da a querer... Justo como tú. —Le guiñó un ojo y Jeffrey le hizo una mueca—. Sé que se harán buenos amigos, lo prometo.

Su amigo dejó escapar un corto suspiro.

—Ya veremos.

Rin le esbozó una sonrisa agradecida.

—¿Y Dan? —le preguntó.

—Dan... Dan tenía algunos trámites que hacer. Eran algo urgentes... Llegará mañana —contó—. Me pidió que te deseara suerte con lo de John y que lamentaba no poder acompañarte.

—Oh. —Rin rascó su nuca, ligeramente nerviosa, y sonrió débilmente—. Claro, gracias.

—¿Y? ¿No piensas contarme dónde estuviste todos estos días?

Rin se encogió de hombros.

—Ya sabes, por aquí, por allá...

Jeffrey entrecerró los ojos en su dirección, como si le dijera claramente: no, no lo sé.

Pero ella no dijo nada más.

—¿Y ahora?

—Ahora, bueno... —Rin hizo un gesto, levantando el tirante de su vieja mochila—. Ahora en ni una parte.

Y en ese momento, cuando sintió la mirada de Jeffrey sobre ella, fue muy consciente de su ligero equipaje. Sobre todo porque eso... lo que llevaba en esa vieja mochila desgastada, era todo lo que tenía. Su vestido negro, una sudadera ancha, grande, oscura y con capucha, la chaqueta de Sesshomaru, algunos pares de calcetines y ropa interior, y un viejo libro para niños, con el que Jeffrey le había enseñado a leer y escribir en inglés... y en el que ahora guardaba esa pequeña flor azul.

El resto de ropa que tenía, la que él había dejado para ella en su casa, la llevaba puesta. Los zapatos nuevos, los pantalones y el chaleco.

Eso era todo. Esas eran todas sus pertenencias. Todo lo que tenía. Todo lo que era. Y ahí estaba, cargándolas todas sin mucho esfuerzo sobre su hombro.

Si alguien las destruyera... sólo eso bastaría para hacerla desaparecer por completo. Así de fácil sería.

Y siempre había sido así, pero eso estaba bien. Tampoco necesitaba más.

—¿Puedo darme una ducha? —pidió, sin darle más importancia a todo eso—. Será rápido.

Jeffrey asintió.

—Tómate el tiempo que necesites, ya sabes dónde está todo. Luego seguimos conversando.



Jeffrey la vio regresar sólo algunos minutos después. Estaba tan bella como siempre, pero además, le pareció que su amiga se veía algo... cansada. Llevaba su pelo mojado, se había puesto su vestido negro y sin pantis esta vez.

Mientras la veía terminar de ordenar su ropa en su mochila, no podía dejar de darle vueltas a su conversación con Dan. Y a la conversación que había tenido con ella misma justo después de que le pidiera cuidar al dichoso animal; cuando él, estúpidamente, le había vuelto a preguntar por su misterioso amigo...

Él ya no está acá —le había respondido ella, con una sonrisa apagada y forzada, y luego había cambiado de tema.

"No volver a mencionarlo", se había anotado Jeffrey mentalmente al ver esa expresión.

Por eso, ahora... no sabía si sería lo mejor decírselo; decirle que quizás, sólo quizás, él había estado aquí, preguntando por ella, cuando no tenía ni la menor confirmación. Cuando podría, fácilmente, sólo tratarse de un cagazo de Dan.

No era buena idea. No era buena idea crearle falsas expectativas...

Rin estaba enamorada.

Maldición, él ni siquiera lo había visto, todo esto le correspondía a Dan de todas formas, era él quien había estado conversando con el desconocido, era él quién tendría que decírselo...

—Sabes que no es necesario que me acompañes, ¿verdad? —habló ella de pronto, sacándolo de su propia lucha interna—. Puedo hacer esto sola, no es necesario que cierren el bar por algo así.

Jeffrey volvió su mirada hacia ella. Por un momento le pareció que se veía nerviosa... Intranquila.

—Sé que puedes hacerlo sola —dijo, extrañamente serio—. Pero, si no te molesta, me gustaría estar ahí. Además, será divertido. —Le guiñó un ojo.

Rin esbozó una débil sonrisa. No dijo nada más. Tomó su mochila y caminó hacia la puerta.

Jeffrey la siguió. Salió tras ella y cerró con llave. La miró fijamente por un par de segundos y no pudo evitar recordar ese día, casi cinco años atrás...

Cuando esos hombres lo tenían con la cara contra el suelo, con sus grandes bototos negros machacando su piel, y él no entendía por qué. No lograba entender por qué había tanto odio en sus miradas, tanta rabia en cada golpe, en cada palabra. Maldito asqueroso. Chupa pollas. Esto te va a enseñar. Esto te va a arreglar.

Lo odiaban. No lo conocían y lo odiaban, porque... lo habían visto besando a un chico.

Por eso... Sólo por eso le rompían las costillas.

Y entonces apareció ella. No la sintió llegar en ningún momento, no hasta que la vio moverse entre ellos tan silenciosamente y golpearlos a ambos con un jodido palo en la cabeza. Iba vestida con ropa tan ancha que no lograba distinguir nada. Lo ayudó a ponerse de pie en un movimiento rápido; ella no dudó en ningún segundo, no titubeó cuando le pegó a uno de ellos un rodillazo en la entrepierna, sacó un cuchillo de su bota y lo apuntó en su dirección.

Y luego, sin decir ni una sola palabra, lo agarró de la mano y corrió. A él le punzaba el dolor en su estómago, le costaba respirar, y aún así corrió tras ella, a ciegas, sin ni siquiera cuestionarlo por un corto segundo. Ella lo llevó por callejones y pasadizos que jamás había visto en su propia ciudad, sin perder el tiempo desaparecieron por las calles como si fueran laberintos, hasta que ya no tenían a nadie detrás.

Recién entonces ella se detuvo. Con la respiración agitada se quitó la capucha de la cabeza y se volvió a mirarlo.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

Él tenía la boca abierta. Recién en ese momento había notado que era una chica. Mucho más menuda que él, más pequeña y bonita, pero muy delgada, demasiado.

Tenía un acento extraño y un viejo machucón en su pómulo, casi amarillento.

Bien —se las arregló para responder, confundido, sorprendido, adolorido y shockeado.

Ella asintió y llevó una mano a las heridas de su cara, tanteándolas con suavidad.

—¿Tienes algún lugar dónde ir? —le preguntó. A él le costó entenderle, quizás por los golpes o quizás por su extraña manera de hablar, pero pestañeó un par de veces y luego asintió.

.

No podía dejar de mirarla. Era tan pequeña. Sabía que un agradecimiento en ese momento no valía de nada, no cuando ella le acababa de salvar la vida, pero no sabía qué más decir, qué más hacer por ella...

Gracias.

Ella sólo le sonrió con dulzura. Una extraña dulzura considerando lo que acababa de ocurrir.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Jeffrey.

Emma —había respondido ella, luego de varios segundos de silencio.

Jeffrey dejó escapar un suspiro, volviendo a la realidad.

Rin era fuerte, mucho más fuerte que él. Iba a decírselo, aún si aquello le creaba falsas expectativas... su amiga sabría qué hacer con ellas, sabría manejarlas como lo hacía con todo lo demás.

—Rin, escucha, hay algo que...

—No quiero —dijo ella de pronto, cortándolo de golpe.

Jeffrey se volvió a mirarla; su cara estaba pálida y los puños apretados a los costados de su cuerpo mientras caminaban.

—¿Qué...?

—No quiero ir a cantar —aclaró ella—. No quiero ir con John.

Jeffrey frunció su ceño.

—¿Entonces por qué vamos caminando hacia allá? Si no quieres ir a cantar con ellos no es necesario que...

—Porque creí que eso era lo que quería —admitió, con su mirada baja.

Había intentado convencerse durante todos estos días. Le haría bien, se decía, y si no, por último sería una buena manera de juntar algo de dinero, dinero honesto. Incluso en ese mismo minuto seguía intentando convencerse a sí misma de que eso era lo que quería, porque eso era lo que había querido desde siempre, desde que era sólo una niña con el pelo corto y enmarañado, vestida de hombre y acurrucada en un espacio entre los tejados. Porque en esos años lo único que se había permitido era soñar con ese momento; con bailar, con cantar en un gran escenario usando preciosos vestidos de colores.

Lo había deseado por tanto tiempo y ahora... ahora que tenía la oportunidad, se daba cuenta de que todo eso ya no funcionaba para quién era ella ahora. Ya no funcionaba para la persona en la que se había convertido.

Ya no era eso lo que quería, ya no era su sueño, sólo... el sueño de esa niña.

—¿No quieres volver a cantar? —le preguntó Jeffrey, preocupado.

Rin dejó escapar un suspiro.

—Me gusta cantar —susurró, sin mirarlo directamente—. A veces siento que tengo que hacerlo. Tengo que cantar o me desarmaría. Tengo que cantar porque es la única manera que tengo de sacarme esto de adentro. Es la única manera que tengo de darle voz a esto.

Su voz se quebró. Llevó una mano a su pecho y levantó su mirada hacia él.

—Por eso sigo haciéndolo, para mí, pero no estoy preparada... para hacerlo con más gente. No estoy preparada para compartir todo esto con más gente. —Tragó pesado y se encogió de hombros—. En el bar es... diferente. Y quizás, algún día lo esté... o quizás no, pero lo cierto es que... no quiero hacerlo ahora.

Jeffrey tomó su mano.

—Entonces no vayamos. No tienes que sentirte mal por eso, tú no le prometiste nada a John y ciertamente, no le debes nada. No tienes que ir si no quieres hacerlo.

Rin le sonrió débilmente.

—Lo sé, es sólo que... no quiero escapar. Esta vez no. Él fue amable conmigo y... no quiero dejarlo plantado. Creo que merece saber que aprecio su ofrecimiento y que, el que no quiera ir con ellos... no tiene nada que ver con ellos, en realidad.

Jeffrey asintió, con entendimiento.

Les tomó menos tiempo del que esperaban llegar a la dirección que John les había dado. Rin tomó aire, en un intento por darse fuerzas, quizás, y abrió la puerta de entrada al edificio. Y antes de que pudiera cruzarla, Jeffrey tomó su brazo.

—Sabes que puedes decirme lo que sea, ¿verdad? Siempre voy a estar para ti. Siempre. Y no sólo porque te debo tanto, pero... porque además, eres familia.

Familia... era una palabra tan extraña, para ella.

Sintió una agradable calidez en su pecho y sus ojos ardieron. Se acercó a él y dejó un suave beso en su mejilla.

—Gracias, Jeffrey.

Él asintió y le sonrió de vuelta.

Finalmente entraron.

John estaba ahí, con su abuelo y el resto de su grupo, esperándola. Rechazar su oferta fue más difícil de lo que pensaba, y aunque sí parecían decepcionados, le pareció que la habían comprendido. Todos, especialmente John, fueron amables con ella, y, aunque ni siquiera se conocían, le sonrieron, le desearon suerte y le dijeron que si algún día se sentía lista o cambiaba de opinión... ellos estarían ahí.

Se sintió bien poder hablar con ellos, por eso no entendía por qué, cuando se despidió, sus ojos ardían todavía más. Quizás, porque acababa de dejar una parte de ella ahí adentro, porque acababa de renunciar a un lejano sueño. No lo tenía claro en realidad.

Salió por la puerta afirmando el tirante de su mochila sobre su hombro con su mirada baja y su corazón latiendo con fuerza. Su cabeza era un desorden de emociones y quizás fue por eso que no prestó atención a la calle ni a la gente, hasta que chocó de frente.

Apoyó una mano en el firme pecho del desconocido, intentando estabilizarse, y balbuceó una disculpa quebrada. Escuchó a Jeffrey murmurar algo detrás de ella y entonces ese olor... ese olor tan agradable y familiar la envolvió por completo.

—Camina con más cuidado.

Levantó su mirada y se encontró con esos ojos dorados —los más hermosos que había visto en su vida— brillando en la oscuridad. La miraban sólo a ella, suaves, cálidos incluso, contrastando tanto con sus palabras que no pudo evitarlo, aunque hubiese querido no hubiese podido frenar la sonrisa que escapó de sus labios.

Sin detenerse a pensarlo, lo envolvió con sus brazos y enterró la cara en su pecho. A él le tomó un par de segundos reaccionar, pero lo hizo también; la abrazó, apoyó su nariz en su cabeza, entre sus cabellos castaños, e inhaló profundamente.

—¿Estás bien? —le preguntó, con ese tono suave, precioso.

Ella sólo asintió, sin apartarse.

Jeffrey los miraba a ambos con la boca abierta. Lo había visto todo; a los dos, como él la había mirado, ese ligero titubeo antes de devolverle el abrazo, la manera en que la tocaba, como la había olido... Era él. Era él, él era el amigo de Rin y joder... Era justo como ella lo había descrito.

Recién en ese momento Rin pareció acordarse de su existencia, se separó del peliblanco, aclaró su garganta y se volteó a verlo, con sus mejillas tan sonrojadas como no las había visto antes.

—Jeffrey, uhm, él es Sessh... El señor Sesshomaru.

Jeffrey sólo pestañeó un par de veces y asintió, todavía algo desconcertado. Y es que, dios griego era poco, pero... todavía no lograba distinguir si estaba fascinado o jodidamente aterrado.

—Un gusto —dijo e hizo una seña nerviosa hacia el otro lado de la calle—. Rin, yo... voy a... volver al bar. Nos vemos más tarde, ¿si? O mañana... Cuando sea.

Sin esperar una respuesta, comenzó a andar hacia el lado contrario.

Rin soltó una pequeña risita y se volvió a mirar a quién tenía enfrente. Sesshomaru aún mantenía una mano apoyada suavemente en su espalda y seguía mirándola, de una manera... extraña.

—Hola —lo saludó ella en voz baja, suave.

Le pareció ver como las comisuras de sus labios finos y serios se curvaron ligeramente hacia arriba en una fracción de segundo. Luego lo vio mirar detrás de ella, hacia la puerta por la que acababa de salir.

—¿Por qué no? —le preguntó. Sólo eso bastó. Él nunca necesitaba demasiadas palabras para expresarse.

Y Rin lo entendió. Tragó pesado.

—Porque... no es lo que quiero hacer —murmuró.

—¿Y qué es lo que quieres hacer?

Ella bajó su mirada, nerviosa, como si aquella pregunta la hubiese asustado.

¿Qué era lo que quería hacer?

No se lo había cuestionado. Había rechazado ese generoso ofrecimiento sin tener nada pensado... Se había permitido tener ese sueño, de pequeña, pero con el tiempo había dejado de pensar en su futuro para preocuparse sólo del día a día. De sobrevivir. Y hasta ahora, nunca había tenido el valor de volver a hacerse esa simple pregunta. No creyó que podía merecerse pensar más allá...

¿Qué era lo que quería? Lo que ella quería...

Sesshomaru tomó su mentón con suavidad y levantó su mirada, y aunque ya era de noche, había tonos de miel y rayos de sol en sus ojos.

—Yo... no lo sé. No sé qué es lo que quiero —admitió, en voz baja—. Pero... me gustaría tener la oportunidad de descubrirlo.

El demonio asintió, con toda su usual calma y no dijo nada más cuando los dos comenzaron a caminar en silencio por la calle.

Rin lo agradeció. Su compañía... Su compañía era todo lo que necesitaba en ese momento.

De pronto ya no había gente a su alrededor, sólo calles oscuras y solitarias, y recién ahí, Rin notó que estaban caminando sin rumbo, que no tenía ningún lugar al que ir en esa ciudad.

En esa ciudad gris, a la que no pertenecía. Esa ciudad que llegó a pensar que le hacía daño...

—Señor Sesshomaru...

—¿Dónde te gustaría estar en este momento?

Rin lo miró fijamente. Sonrió y dejó salir el aire que tenía retenido en un suspiro.

—Le diría que... en cualquier lugar menos aquí, pero la verdad es que... mientras usted esté conmigo, no me importa dónde sea.

Sesshomaru se detuvo. Se acercó a ella. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Sintió la calidez de su cuerpo grande y firme cerca del suyo, su aliento erizó el vello de su nuca...

—Afirmate, Rin —susurró en su oído, en un ronroneo bajo que le hizo cosquillas en la piel y en el vientre.

Le tomó un par de segundos procesar lo que le había dicho, pero no alcanzó a preguntar más, cuando él la alzó en el aire.

Él se alzó en el aire.

Ahogó un grito y su corazón subió hasta su garganta.

No podía creerlo...

Estaban volando.






Nota de autora

Primero que todo, siento la tardanza en actualizar. Me encantaría sólo tener tiempo para escribir, pero por desgracia, también hay que trabajar 💔 y bueno... otras cosas.

¡Espero que les haya gustado el capítulo, y felicidades a las que adivinaron lo del gato! 😂❤️ Sólo quería agradecerles mucho por darse el tiempo de venir a leer, votar y comentar, por acompañarme en esta historia de la forma que sea. Significa mucho para mí. Un abrazo gigante y nos leemos (ojalá la próxima semana, pero no prometo nada) en el próximo capítulo, que tristemente... será el último.

Eso. ¡Muchísimas gracias por todo y les quiero mucho! ❤️

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