Cap. 1: Susurros
REENCUENTRO
Capítulo 1: Susurros
El humo, la neblina y la oscuridad de la noche parecían absorberlo todo en aquellos rincones malolientes de esa ciudad transformada; repleta de humanos, construcciones y muros donde alguna vez hubieron bosques.
Ahora todo era gris y aquella densidad parecía tragarse incluso los quejidos de un hombre que veía de frente a su muerte.
—Quien b-busca está al otro lado del mundo, e-en Occidente —farulló el hombre con su voz temblorosa mientras las garras del demonio se cerraban alrededor de su cuello—. Por favor... se lo suplico, le estoy diciendo la verdad... es todo lo que sé.
—¿Por qué tienes su olor? —preguntó Sesshomaru, con sus ojos ligeramente entrecerrados. Destellos dorados centellearon con ira—. ¿Acaso él te envió aquí para burlarse de mí? ¿Pensó que podía distraerme con tu débil presencia?
El hombre sollozaba y respiraba con dificultad. Lágrimas comenzaron a caer de sus ojos enrojecidos por el agarre.
—No, señor... no —respondió con su voz quebrada, ahogado y aterrado. Cada palabra escocía en su garganta—. Él sólo... me envió aquí para... observar.
Las garras del demonio atravesaron su pecho. Sesshomaru miró como los ojos empañados se apagaban poco a poco y retiró su mano del cuerpo que aún sostenía con la otra desde el cuello.
—Inútil —pronunció en voz baja, sin emoción alguna en su voz grave y finalmente soltó su agarre, dejando caer el cuerpo sin vida al suelo de aquel callejón oscuro, con indiferencia.
Miró la sangre caliente escurriendo por su antebrazo y por sus dedos e hizo una ligera mueca de desagrado. Ni siquiera valía la pena desenvainar su espada por un ser inferior como aquel.
Limpió la sucia sangre de su garra con un pañuelo que dejó caer junto al cadáver y siguió su camino tranquilamente, perdiéndose entre la niebla y la oscuridad de los callejones pobremente iluminados, con su paso imponente.
Pero algo lo detuvo.
Curiosidad, quizás. Un barullo de susurros provenientes de una cantina de mala muerte, apestante a humanos y licor. Ahí adentro, alguien había pronunciado su nombre...
—Dicen las malas lenguas que regresó.
—¿Sesshomaru? —preguntó el más joven de ellos, incrédulo y curioso por la expresión de preocupación con la que su amigo había pronunciado aquellas palabras—. ¿Están hablando en serio?
Uno de ellos bufó.
—Cada vez que las cosas van mal en este maldito lugar buscan algo a lo que echarle la culpa. Ahora es un demonio, mañana será otra cosa... Pero nunca falta.
—No, no. Lo han visto. Un marinero del puerto jura de guata que hace tres noches vio a un hombre extraño, vestido de traje, de pelo plateado y ojos dorados. El pobre estaba aterrado. Y no es el único... Tiene que ser él. ¿Quién más, sino?
—¿De traje? —bufó otro de los que escuchaba—. En este pueblo ven a alguien con el pelo plateado y todo el mundo pierde la cabeza —dijo, rodando sus ojos con fastidio—. Podría tratarse de cualquiera. No quiere decir que Sesshomaru haya decidido hacernos una visita... Además, es bien sabido que en estos días los marineros no hacen más que mentir por un poco de atención femenina.
—¿Qué sabes tú? —preguntó otro, desafiante y molesto, alzando su voz.
—Tranquilo, tranquilo, era sólo una pequeña broma —dijo sonriente, con picardía.
—Demonios —dijo uno con ácido sarcasmo y negó con su cabeza—. Qué estupidez.
El viejo que los escuchaba atentamente desde la barra, en silencio, finalmente se decidió a acercarse a ellos con su jarra de cerveza en la mano y su rostro ensombrecido.
—No les aconsejo que digan ese nombre con tanta ligereza —sugirió.
—No seas tan supersticioso, viejo. No nos va a escuchar.
Algunos rieron silenciosamente.
—Si fuera el mismísimo Sesshomaru ya lo sabríamos. Es un demonio, dudo mucho que vista de traje. Además, si de verdad existe y si de verdad es como lo pintan, sus marcas son bastante reconocibles como para pasar desapercibido entre la gente, el marinero las hubiese mencionado. Nadie suele andar por ahí con una luna en la frente —rió con ironía—. Quizás sólo era un empresario o un turista... Malditos turistas.
—O quizás es su descendiente. Un humano con sangre del demonio —sugirió uno, alzándose de hombros—, y por eso el parecido.
¿Descendiente? Esos humanos estaban hablando del Gran Sesshomaru. Él no tenía descendientes.
Malditos humanos ignorantes.
—Es un demonio —mencionó el viejo con un tono amargo que no pasó desapercibido para el grupo—. ¿Ustedes creen que si quisiera no podría hacer desaparecer las marcas de su cara? ¿O que no podría cambiar sus ropas para mezclarse entre la gente? Los tiempos han cambiado —negó—. Si realmente es él a quien vieron por las calles del puerto, no deberían tomárselo tan a la ligera. Si el demonio realmente ha decidido regresar, tengan por seguro que desgracias comenzarán a ocurrir en este lugar.
Tan patéticos y supersticiosos, pensó el demonio, mientras limpiaba los restos de sangre de su mano en su camisa de vestir.
El más escéptico de ellos resopló.
—Realmente la guerra te zafó los tornillos, viejo —espetó, hastiado con el rumbo que había tomado aquella conversación—. Desgracias ya ocurren en este lugar, basta con mirar por la ventana. Sólo estás buscando una excusa para seguir repitiendo esa historia añeja.
—¿Historia? —preguntó el viejo, ofendido—. No es ninguna historia, es la jodida verdad. Lo ví con mis propios ojos, sé mejor que nadie las atrocidades de las que ese ser es capaz.
—¿Usted lo vio? —preguntó el más joven, confundido y sorprendido—. ¿Entonces es verdad? ¿De verdad existe?
—Claro que no —lo atajó el mismo hombre—. Son sólo viejas leyendas y rumores de cantina... Los demonios no existen, niño.
El más joven chasqueó su lengua con molestia. Detestaba que lo trataran como un niño cuando era sólo par de años menor que ellos y considerablemente más alto también.
El mayor frunció su ceño y apoyó la jarra de cerveza en la mesa.
—Si existen... y muchos caminan entre nosotros, visten como nosotros y hablan como nosotros —replicó—. Y él... es el más peligroso de todos. Ha vivido cientos de años, milenios quizás... Lo ha visto todo, conoce todo. Sabe exactamente qué hacer para conseguir lo que quiere y todo lo que él quiere es... sangre y destrucción —susurró—. Está escrito en su nombre.
—¿Realmente lo vio, señor Satō? —preguntó el joven con curiosidad. Los demás lo observaban intrigados mientras el más incrédulo rodaba sus ojos y bebía de su propio vaso, enfurruñado.
—Fue hace muchos años atrás, chico. Yo no era más que un adolescente en ese entonces, jugando a los soldados —suspiró—. Estábamos en plena guerra y en esos momentos corría el rumor de que el general del ejército enemigo era uno de ellos... un demonio. Era un guerrero temido y cruel. Era invencible. Las cosas que hacía durante los enfrentamientos o, peor aún, a los prisioneros... no quiero volver a recordarlas. —Negó con su rostro sombrío mientras el resto de la cantina escuchaba en completo silencio—. Pero entonces apareció él, en medio del campo de batalla, con su imponente armadura, sus ropas de un blanco inmaculado que resaltaban entre el humo y el polvo, al igual que sus cabellos plateados y esa magnífica piel en su hombro... No miento cuando digo que parecía un Dios. Y todos en nuestra ignorancia creímos que lo era.
»Atravesó el campo de batalla como si nada —continuó—. Todos estábamos boquiabiertos. Yo jamás había visto un ser tan elegante; lo vi atrapar una bala que fue disparada a él entre sus dedos, como si se tratara de una pluma. Fue como si el tiempo se detuviese a su paso. Caminó hasta el general del ejercito enemigo, lo llamó por un nombre extraño que nosotros jamás habíamos oído y lo asesino con un movimiento limpio de su espada, como si nada. Como si de un insecto se tratara. El general ni siquiera opuso resistencia y eso pareció enfurecerlo aún más. —El viejo tragó pesado y su rostro palideció—. Nadie podía creer lo que veía. Y en ese momento... nosotros, totalmente ajenos a todo... comenzamos a celebrar.
»Creímos que él había llegado a salvarnos. Por primera vez en días creímos ver atisbos de esperanza... Nuestro general se acercó al dios con palabras de agradecimiento. Mis compañeros comenzaron a desplegarse a su alrededor, preparándose para luchar a su lado y terminar de una vez con el ejército enemigo, pero entonces... él los asesinó a todos. Orientales y Occidentales por igual. El demonio convirtió el campo de batalla en un terrible baño de sangre...
—¿Y u-usted? —preguntó el más joven, atónito—. ¿Cómo sobrevivió usted?
—Yo y un par de hombres más por cada lado nos quedamos viendo todo desde las trincheras... No fui capaz de moverme, no era más que un niño. Un cobarde niño que no pudo hacer nada mientras veía los cadáveres de sus compañeros caer y caer como hojas... Y en el momento en que los ojos dorados se fijaron en nosotros, juré que iba a morir. Sentí el miedo apoderarse de mis extremidades y de cada uno de los huesos de mi cuerpo. No pude hacer más que sólo cerrar los ojos y esperar por el final. Final que nunca llegó... porque cuando los abrí, ya no había nada, además de polvo y muerte. Él ya no estaba ahí.
—Qué conveniente —masculló el más escéptico de ellos y los demás le dirigieron serias miradas reprobatorias.
—Si lo viera, ahora... ¿lo reconocería? —preguntó uno de los hombres, en voz baja—. ¿Podría decir si realmente... se trata de él?
—¿Reconocerlo? —repitió el viejo, con su ceño arrugado—. Su rostro todavía me atormenta por las noches. Esos ojos dorados se aparecen en mis peores pesadillas. Aún sin las marcas de su cara o sin sus ropas de batalla... podría reconocerlo a kilómetros de distancia.
Humanos...
Sesshomaru esbozó una oscura y retorcida sonrisa de lado, y justo en ese momento, algo lo distrajo de tan interesante conversación.
Olor a sangre fresca. Pasos apresurados acercándose en su dirección.
Frunció su ceño ligeramente. Arregló la capucha que cubría su cabeza y tronó sus dedos, preparando sus garras para atacar en cualquier segundo, pero entonces... se quedó helado. Quieto.
Su cuerpo entero se crispó cuando los pasos se detuvieron frente a él.
El niño no parecía reparar en su presencia, sólo se apoyó de espaldas contra la pared del oscuro callejón, con sus ojos cerrados, tratando de regular su respiración agitada.
Pero aquel no era un niño. No, aunque intentara aparentarlo. Él podía saberlo, podía olerlo...
Era una niña.
Y detrás de su olor a sangre, tierra y polvo del camino, esa niña... olía como Rin.
Sesshomaru se mantuvo de pie, en silencio.
La niña finalmente abrió los ojos, hizo una ligera mueca de molestia y, arrastrando una de sus piernas, se asomó por la esquina del callejón para comprobar que ya no la seguían. Volvió a la posición anterior, metió ambas manos a los bolsillos de sus pantalones holgados, desgastados y rotos, y sacó de uno de ellos un buen pedazo de pan y una manzana y del otro un par de billetes.
Apretó las posesiones en sus manos, con ansias, y entonces sonrió. Casi con alivio. Como si ni siquiera el hecho de estar desangrándose pudiera arruinar la noche en la que había conseguido un poco de comida y dinero.
El demonio la observaba fijamente, con curiosidad, mientras ella le daba una mascada a la manzana.
¿Era la adrenalina la que no le permitía sentir dolor, acaso? La pequeña ilusa se estaba muriendo.
Y en ese momento, como si recién entonces fuera consiente del peso de su mirada sobre ella, la niña lo miró.
Sus grandes ojos cafés lo escudriñaron con la misma curiosidad latente que ocultaba él.
Y los músculos del peliblanco se tensaron en cuanto sus miradas se cruzaron, aún en la oscuridad.
¿Cuántos años habían pasado? ¿Cuatrocientos?¿Quinientos, tal vez? Y durante todo ese tiempo, Sesshomaru veía a Rin constantemente. La veía corriendo entre la gente, la imaginaba jugando a su lado con aquel kimono naranja que él le había regalado. Molestando a Jaken, riendo, cantando... Quizás como una cruel jugada de su cabeza, como un constante recordatorio de su soledad o quizás como algo más. Pero en todas esas ocasiones, la veía a ella. A Rin.
Y en todos estos años esta era, definitivamente, la primera vez que era otro humano el que le recordaba a ella.
—¿Estás herido? —le preguntó la niña, en un bajo susurro. Un rastro de preocupación se alcanzó a oír en su voz.
Esa voz...
Intentó no pensar en cómo sus entrañas se habían removido al escucharla y bajó la mirada para ver el mismo punto en su ropa que ella observaba.
Su camisa, manchada de sangre que no era suya.
Ante su silencio, la niña entrecerró sus ojos intentando quizás buscar una respuesta en sus facciones. Pero no le fue posible descubrirlo. Estaba oscuro y la capa ensombrecía su rostro.
Dio un paso más hacia él y un quejido de dolor escapó de sus labios. Sin darle importancia estiró su mano con la que sostenía el pedazo de pan que acababa de adquirir y que había protegido tan recelosamente, ofreciéndoselo a él.
A él, cuando, evidentemente, era ella quien lo necesitaba.
Sesshomaru frunció su ceño cuando dolorosos recuerdos llegaron de golpe a su cabeza.
La miró fijamente.
Debía ser un par de años mayor que Rin en ese entonces.
Sangre goteaba por su pierna. Su pelo castaño y enmarañado le llegaba con suerte a la línea de la mandíbula. Estaba pálida y temblorosa. Demasiado delgada, incluso para su débil contextura. Evidentemente desnutrida y gotas de sudor frío caían por su frente.
Su corazón latía débil.
—¿Quieres un poco? —ofreció ella, finalmente, acercándose un poco más.
Algo en su interior se removió.
Sus labios se movieron ligeramente con la vaga intención de responder algo. Algo mordaz. Pero antes de poder hacerlo, reaccionó apretándolos en una fina línea.
No.
Negó en su interior, con sus dientes apretados. Se rehusaba a pasar por lo mismo de nuevo. No de nuevo.
Ella no era Rin.
Rin había muerto...
Por su culpa. Se obligó a recordar.
No por su espada ni por sus garras, pero aún así, el único responsable de su muerte era él. Y ahora estaba condenado a recordarla por mucho más tiempo del que la había conocido.
Rin se había ido y no regresaría. Y por más que la niña frente a él se pareciera, por más que su esencia le fuera tan dolorosamente familiar, no era ella.
Nunca lo sería.
—Detente —ordenó. Y aunque no alzó la voz, esta resonó en todo el callejón—. Si das un paso más, te asesinaré.
Sus palabras habían sonado frías y certeras, afiladas y amenazantes. No era una broma, no estaba jugando, cualquier ser con un mínimo de inteligencia o instinto lo hubiese sabido, pero aún así... no logró percibir atisbos de miedo en su cuerpo.
Quizás ya estaba muerta.
Ella sólo lo miraba fijamente, con curiosidad. Había alcanzado a ver un destello dorado en sus ojos que volvían a estar cubiertos por la sombra de la capucha y de pronto su mirada intrépida se desvió a la espada que llevaba en su cinto y que la capa había dejado levemente expuesta cuando ondeó por el viento.
—¿Eres un mercenario?
¿Un mercenario?
Negó con desprecio ante aquella ridícula pregunta y se dispuso a seguir su camino, en la dirección contraria. Se negaba a cruzar más palabras con aquella humana.
Pero entonces el peso de su pequeño y débil cuerpo pareció superarla.
La niña finalmente se desplomó en el suelo, con otro quejido más fuerte. La manzana rodó lejos. Su respiración se hizo más rápida y más superficial. Los latidos de su corazón eran cada vez más débiles.
¿Cuánto tiempo llevaría así? Se cuestionó el demonio.
¿Por qué no sigue hablando? ¿Por qué no pide ayuda?
Negó de nuevo.
Ese no era su problema. De todas formas ella iba a morir, más temprano que tarde. Así que, de espaldas, dio otro paso más alejándose de ella, pero otro doloroso recuerdo punzó en su cabeza.
Esa sonrisa.
"Incluso si yo muriera un día, ¿usted me recordará para siempre?"
—Maldición —masculló bajo, con los dientes y puños apretados.
Se volvió a verla... Ella ya estaba inconsciente.
Ella no es Rin.
Seguía repitiéndose aquellas palabras una y otra vez.
Es sólo una niña. Una humana cualquiera.
Aún así, la tomó bajo un brazo y rápidamente partió de ahí.
No entendía por qué lo hacía, se sentía irritado de tener que acarrear a esa humana, pero esta vez no iba a cometer el mismo error. Esta vez no pensaba llevarla con él, así que sólo se limitó a dejarla a las puertas de un hospital, con un poco más de dinero en sus bolsillos y deseando no volver a verla.
Desde lejos vigiló hasta que la ingresaron, poco después, y finalmente desapareció en la oscuridad de la noche, sin mirar atrás. Poniendo kilómetros de distancia entre ambos e intentando con todas sus fuerzas no pensar en su esencia ni en el desagradable sentimiento que rondaba en su pecho...
Pero aunque en esos momentos no lo comprendiera o por más que hubiese querido ignorarlo, el sentimiento estaba ahí, latente. En lo más profundo de aquel corazón endurecido y convertido en piedra. En el aliento de la niña que ahora respiraba viva, gracias a él...
En la espada que yacía escondida bajo alguna montaña lejos de ahí y que por primera vez en siglos... se había movido.
Próximo capítulo: Al otro lado del mundo
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