Capítulo 8

El Conde Carl se encontraba bastante sorprendido por lo que su señor había sentenciado. Leyó nuevamente la carta oficial del emperador y después le dio una leve mirada de duda.

— ¿No cree que esto es apresurado, su majestad?

— En lo absoluto. — respondió el emperador sin levantar la mirada del documento. — Esto será como un castigo por su rebeldía.

Las palabras de Sovieshu eran contundentes, sin dar lugar a discusiones. El Conde Carl debatió entre si decir lo obvio o simplemente no hacerlo y concentrarse en su pesado trabajo. No entendía como llego hasta donde está sin tener que cortase la cabeza, antes era sencillo por su mente dispuesta y determinación de hacer las cosas a la perfección. Ahora no quería siquiera pisar el despacho del monarca por esta clase de razones. El emperador se volvió tan duro de mente que complicaba todo.

— Su majestad, disculpe mis siguientes palabras, pero debería considerar su decisión. — Controlo su exasperación con una mueca. — Tome un respiro, reflexione con mente clara y tome una decisión. No como emperador, sino como esposo y pareja de su majestad, el Consorte.

Sovieshu paro de escribir al escuchar lo último de su secretario (y consejero), giro la pluma un par de veces con una expresión molesta. La ira volvió con fuerza al pensar nuevamente en el comportamiento tan agresivo, distante y frio de su amado esposo. Aunado a eso, la falta de intimidad y la presión de las civiles en general sobre la condición de su esposo lo tenían de nervios.

— Agradezco su consejo, es bueno tenerlo trabajando aquí, conde. Sin embargo, ya lo he pensado antes, el consorte me ha irrespetado frente a la servidumbre y ha sobrepasado mi autoridad como emperador. Eso es algo que no permitiré por mucho que lo ame.

El conde no dijo nada, simplemente asintió, reverencio y se retiró del lugar. Estaba tan cansado de estar aconsejando y no ser escuchado. De ahora en adelante cerraría la boca y no opinaría nada más.

Al estar solo, Sovieshu restregó su cara con sus manos de forma brusca y rápida. Mantuvo esa posición por unos minutos y después llamo al guardia que vigilaba la entrada de su oficina. El pobre guardia reverencio y espero las ordenes con nervios.

— Enviaras este mensaje a una de las sirvientas de mi esposo. — Sovieshu sonaba firme y frio. — Quiero verlo esta noche. Ellas deben de informarle y si no lo hacen, serás castigado. Retírate.

El guardia se inclinó y partió rápidamente hacia su destino.

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Emil, la sirvienta encargada de informar a su señor se encontraba muerta del miedo. La suerte no había estado con ella cuando la asignaron para dar este importante mensaje, claro, no es como si pudiera replicar algo ya que era nueva en el palacio y eso solo significaba obedecer a las veteranas. 

La jovencita temblorosa camino por los pasillos de la magnífica sección exclusiva del Consorte. En ningún momento observo de cerca el área desconocida, no podía, sentía que en cualquier momento se desmayaría. 

"Por todos los cielos, ¿en qué me metí al ingresar a este palacio?"

El llanto imaginario de Emil se detuvo al estar frente a los aposentos de su señor. Trago grueso, levanto sus dedos con vacilación y toco suavemente. La puerta se abrió abruptamente sacándole un pequeño grito, un hombre bastante atractivo le dio una mirada interrogante. Emil se sonrojo y aclaro su garganta con vergüenza.

— Discúlpeme, Sir. Las sirvientas recibimos una orden de su majestad el emperador para nuestro señor, el Consorte. — Murmuro sin levantar la mirada al imponente hombre. — E-es-

—Entra. —

Acortaron sus palabras, levanto su mirada hacia la puerta de caoba, esa orden venia desde adentro de la habitación. Emil comenzó a temblar visiblemente. Sir Garte movió su cuerpo para ceder el paso. 

Inari dejo a su pequeño retoño en su regazo con un movimiento delicado, peino los cabellos rizados del infante juguetón y le dio un leve vistazo a la mujer temblorosa frente a él. Delicadas manos le indicaron a la mujer acercarse. Emil se acercó con un notable sonrojo en sus mejillas. 

¿Y cómo no estarlo? El precioso doncel desprendía elegancia, belleza y poder con cada movimiento que hacía. Para una mujer de bajo estatus como Emil, aquella demostración de dominio le era digno de admirar.

—Me imagino que eres nueva aquí, ¿No es así? Tu comportamiento y modales me lo dicen perfectamente. — Los labios de Inari se alzaron en una pequeña sonrisa divertida. — La reverencia es importante cuando estas frente a personas de muy alto nivel.

Emil pareció darse cuenta de su error y reverencio tanto a Inari como a Calixto. 

 —L-lo lamento, su majestad. Fue mi error, nunca volverá a suceder, ruego me disculpe. — Emil se mantuvo con la cabeza baja. — Me asignaron para darle un mensaje del emperador. Desea verlo esta noche, señor.

Un tatareo suave fue la única respuesta a sus palabras. Inari ladeo el cabeza divertido, observo a Sir Garte y después la mujer cabizbaja. El pequeño Calixto comenzó a morder sus pequeños bloques de madera sin darse cuenta del tenso ambiente frente a él.

— Preparen mi baño y mi vestimenta más sencilla, pasare la noche con el emperador. — Inari observó fijamente a la mujer y después continuo.— Tú, jovencita, cuidaras al principe Calixto mientras yo no esté. Ahora, retirate.

La joven sirvienta asintió rápidamente y salió de la habitación para acatar las ordenes de su señor lo más pronto posible.

Suspirando con pesadez, Inari recargo su espalda en el respaldo del sofá. 

— Me preocupa su estado, mi señor. Es muy apresurado lo que está haciendo. — El hombre mayor camino hasta estar al lado de Inari. — El emperador parece querer reconciliarse con usted de una forma nada caballerosa.

Calixto agito su bloque de color rosa con emoción, estaba por terminar una construcción en pilar. 

— Lo sé, es demasiado pronto. — el doncel murmuro observando a un punto fijo de la habitación. — Y es por eso que debo actuar ya. Tengo la atención y el amor del emperador a mi favor, puedo eliminar a la peste indeseable si controlo mis movimientos. Sir Garte, estoy cansado de solo llorar y lamentar la situación de mi matrimonio. Nada de esto es mi culpa.

Sir Garte sonrió aliviado, por un momento pensó que su señor caería en los brazos del emperador por aquella simple oportunidad de pasar la noche con él.

— ¿Cuáles son sus órdenes? —

Inari sonrió con frialdad. El brillo malicioso de sus ojos pareció intensificarse.

— Al caer la noche, guiaras al emperador hacia la parte más apartada del jardín, al Kiosco. Preparare esa sección de tal forma que el emperador no pueda contradecir mi decisión. Nunca volveré a esa habitación manchada de su traición.

Jamás.

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