Capítulo 6: Resfriado.
Esa mañana, Bakugo se levantó con una mala sensación en su estómago. El despertador sonaba a su derecha haciendo temblar ligeramente la mesilla. Era temprano; las seis de la mañana. Ni siquiera cuando trabajaba como héroe se levantaba a esas horas para ir a trabajar, pero hoy debía hacerlo. Su tapadera era fingir trabajar de mecánico en una de las grandes empresas de la zona.
Al incorporarse, la cabeza le dio vueltas. Dolía un poco y lo único que pudo pensar en ese instante fue en que no debió beberse la última cerveza de la noche. Con las plantas de los pies en la tarima de madera y todavía sentado sobre el colchón, miró hacia los pies de la cama. La noche anterior se dejó todo preparado. La bolsa de deporte reposaba en una silla y dentro, estaba su uniforme para el trabajo. Resopló y se vistió con rapidez con lo primero que vio. Tras hacerlo, tomó la bolsa y salió del cuarto.
Bajó las escaleras con todo el sigilo posible para no despertar a Deku. Ni siquiera quiso encender la luz. Al llegar cerca del sofá, no pudo evitar mirar por encima del respaldo para asegurarse de que su compañero estaba bien. Dormía plácidamente aunque en una muy mala posición. No le extrañaba que hoy se despertase con dolor de cuello como mínimo. Ese pensamiento le hizo sonreír.
Apoyó los brazos sobre el respaldo y le observó unos segundos. Su rostro se volvía casi angelical cuando dormía. Completamente relajado, sin sentir temor y, sobre todo, sin esa estúpida sonrisa que tanto le gustaba a él y de la que siempre se quejaba cuando le veía.
Al principio, siempre odió que le tratase con esa amabilidad extrema, ofreciéndole la mano para levantarse cuando se caía, siempre lo vio como un gesto de debilidad, más viniendo de alguien sin quirk. Ahora que esas sonrisas dejaron de ser sólo para él, deseaba volver a esos días donde se las dedicaba casi todas. Sonaba realmente estúpido y Bakugo no podía encontrar ese momento donde se dio cuenta de sus sentimientos, pero lo que sí sabía era que ese chico debía odiarle por todo lo ocurrido entre ellos. Seguramente era amable con él porque así era Deku, era amable con todos y además, trabajaban juntos, debía ser cortés.
Bakugo desvió la mirada hacia el despertador que estaba en el suelo junto a la mano de Deku que caía del asiento hacia el suelo. Lo había puesto a las siete para irse al instituto a trabajar. ¡Profesor! Iba a fingir ser profesor y sí le pegaba. Seguro que le iría bien. Bakugo sonrió, tomó el borde de la manta y tiró de ella para taparle mejor. Dormía acurrucado y eso era síntoma de que estaba pasando algo de frío todavía.
Quizá debería dejarle subir a la cama aunque tenía un gran dilema con ello. La primera vez, le echó por su rutina de insultarle o intentar alejarse de él, ahora no podía recular y decirle que subiera, debía mantenerse firme, pero la realidad era muy diferente. Pensar en dormir con él en la misma cama le alegraba, quería hacerlo, pero ya no sabía cómo volver a esa situación sin decirle claramente que prefería tenerle allí a su lado, sin decirle que le gustaba su compañía. ¡El amor era un quebradero de cabeza! Y más cuando no era correspondido.
Sus ojos se fijaron en la mano que caía del sofá y reposaba cerca del suelo. Las cicatrices eran grandes. Por un momento, pensó en el dolor que debió sentir en cada una de ellas. Su poder conllevaba un gran sufrimiento para su cuerpo. ¿Merecía la pena ser un héroe y aguantar todo ese dolor? Bakugo lo dudaba, pero... era su sueño. Deku era feliz ayudando a la gente hasta el punto de no importarle sus cicatrices o el dolor que recibiera a cambio de las sinceras y felices sonrisas de la gente a la que salvaba. A Bakugo le dolía el pecho cada vez que veía sus cicatrices, porque entonces, en ese instante, pensaba en su sufrimiento y no sabía cómo aliviarlo. Era un dolor imposible de aplacar, un dolor que sólo uno mismo cargaría para toda la vida.
Pensar en todo ello le deprimía, por eso mismo, Bakugo alejó los brazos del respaldo y se dirigió a la cocina. Tenía poco tiempo y, aun así, preparó con rapidez una sopa de miso de sobre y un par de tortillas. Desayunó muy rápido y dejó en una bandeja el plato de tortilla y la sopa de miso bien tapadas para cuando despertase Deku. Era lo único que podía hacer por él a modo afectuoso: dejarle hecho el desayuno. Además, no estaría allí para ver su cara de atolondrado cuando lo viera. Era perfecto.
***
— ¡No me jodas! — fue la exclamación que Bakugo dejó escapar al ver entrar por el garaje un clásico inglés. Un Jensen Interceptor. ¡Odiaba los coches ingleses! Siempre hacían todo al revés y de mala calidad. Tenía suerte de que su padre siempre maldijera esas máquinas y le enseñase cómo arreglar las chapuzas que sacaban al mercado.
Los mecánicos de su alrededor se echaron las manos a la cabeza ¡y no era para menos! Era bien sabido que esos coches deberían haberse ido al desguace directamente. Era la pesadilla de todo mecánico. Todos los mecánicos de su alrededor querían desentenderse de ese coche, sin embargo, esperaban pacientemente a que entrase por el garaje. Eso sólo significaba una cosa: ¡era el jefe!
Tras haber estado reparando coches normales y más o menos fáciles, ahora llegaba un gran problema. Todos echaron un paso hacia atrás dejando a Bakugo algo más adelantado. Les miró mal a todos sus compañeros, además de ser el nuevo, le dejaban el mayor de los problemas. Quiso retroceder también, pero cuando el hombre trajeado bajó, se dirigió directamente hacia los mecánicos. Se notaba enfadado.
— Es la cuarta vez que vengo y sigue teniendo el mismo fallo. ¿Se puede saber qué narices le ocurre a mi coche? — preguntó enfadado. Nadie respondió. No debían conocer demasiado ese tipo de coches antiguos.
Bakugo resopló antes de avanzar hacia el coche.
— ¿Podría abrir el capó? — quiso añadir "de esta chatarra", pero se contuvo por ser su "jefe".
El hombre hizo caso haciendo caso omiso a su falta de tacto o respeto para mirar el coche. Aun así, quería que arreglasen el dichoso problema. Se fijó en el chico, nunca antes le había visto. Nada más abrir el capó, Bakugo inspeccionó el interior. Odiaba los coches ingleses y más los antiguos.
— Seguramente adora este coche, pero son un desastre mecánico — dijo Bakugo sin tapujo alguno — pésimas instalaciones eléctricas repletas de componentes "Lucas", le llaman el "príncipe de las tinieblas" por su mala calidad. Mira esto, polaridad invertida, la batería con el positivo conectado a masa, tornillería imperial con sus dichosas pulgadas y pasos Whitworth y un maldito carburador SU. Estos carburadores tienen su truco para poder ajustarlos, pero son sumamente raros de ver. Estos coches son difíciles para meterles mano. Para cambiarle una simple bombilla hay que desguazar medio coche — se quejó Bakugo — es completamente absurdo.
Al escuchar todo aquello, el hombre quiso recriminarle sus modales, sin embargo, la siguiente frase le dejó atónito.
— Por suerte para usted, es un fallo en el arranque en caliente. No requiere cambiar el carburador, pero sí implica que voy a tener que meterle mano para redireccionar la línea de combustible fabricándole un protector de caldeo, así envolvería la línea del combustible con un aislamiento. Ya que voy a meterle mano, le cambiaré las conexiones deficientes del cable de la batería.
— Entonces, ¿cuál es el problema exacto?
— Un sobrecalentamiento — dijo Bakugo — A su carburador no le pasa nada, el problema es causado por tener demasiado calor en las proximidades. El calor hace que el combustible en las líneas de combustible o en la cubeta del carburador o la bomba hierva. Esto crea un bloqueo de vapor y le dificulta el arranque.
— ¿Cuánto tardarás en arreglarlo?
— Puede volver mañana a por él. Crearé un aislante y evitaré que el carburador reciba demasiado calor.
El hombre, atónito ante lo que el chico le había explicado en detalle sobre el problema de su coche, quedó conforme y decidido a darle una oportunidad. Fue hasta su coche, agarró su maletín y se dirigió a la salida. La empresa estaba justamente al lado del taller mecánico. Al llegar a la puerta del garaje, el hombre se giró una vez más para ver que Bakugo se subía al coche para meterlo donde tenía las herramientas y trabajar con él.
***
Agotado como estaba, entró por casa sobre las cuatro de la tarde. Cerró la puerta tras él, dejó caer la bolsa con el uniforme y las herramientas al suelo, le dio una patada para alejarla hacia una de las esquinas y luego cerró la puerta, metiendo las llaves en la cerradura y dejándolas puestas tal y como estaba acostumbrado al hacer en su casa.
El lugar estaba vacío, lo que indicaba que Deku debía seguir en el instituto aunque no debería tardar demasiado en regresar. Pensó en esperarle, pero estaba demasiado cansado hasta para eso. Al pasar por la cocina, una nota estaba sobre la mesa. Allí es donde dejó esa misma mañana el desayuno para Deku. Agarró la nota donde simplemente, daba las gracias por haberle preparado la comida.
— Eres idiota, Deku — susurró Bakugo con una tonta sonrisa en el rostro. Nunca lo diría en voz alta, pero le gustaba saber que con ese simple gesto, seguramente le habría hecho sonreír a Izuku.
Dejó la nota nuevamente en el lugar donde estaba y subió las escaleras. Quería dormir un rato o al menos, descansar. Al entrar al cuarto, se dejó caer sobre el colchón, tomó el mando de la televisión y la puso. No transmitían nada interesante, una película romántica que ni siquiera estaba viendo. Cuando quiso darse cuenta, ya se había dormido.
La intensa vibración del teléfono le hizo abrir los ojos. Le costaba despertarse y sentía todo su cuerpo demasiado pesado. Se sentía más cansado incluso que cuando se durmió. Miró primero la televisión. De ella llegaba el ruido de un documental y tras asegurarse que era eso, buscó su teléfono. Seguía vibrando. Cuando lo agarró en sus manos, la llamada ya había sido cortada. ¡Veinte llamadas perdidas! Era lo que tenía.
— ¿Pero qué narices ocurre? — se preguntó al creer que sería una emergencia y él no se había enterado. Desbloqueó el teléfono. Eran veinte llamadas de Deku y una más entraba en ese momento. Descolgó.
— ¿Kacchan?
— ¿Qué pasa? ¿Hay alguna emergencia?
— Sí, que necesito entrar en... — un estornudo interrumpió la conversación —... en casa — terminó la frase.
— ¿Y se puede saber por qué no entras?
— Porque te has dejado las llaves puestas por el otro lado y no puedo abrir. Llevo casi una hora llamándote para que me abras y está lloviendo. Tengo frío, estoy empapado, así que por favor, baja a quitar las llaves.
¡Las llaves puestas! Sí, era una costumbre que tenía en su casa y no se había acordado de que Deku tenía que venir tras él. Para colmo, se había dormido. Miró por la ventana. Las gotas la impregnaban y dificultaban la visión, pero se podía ver el cielo nublado y tronando.
Soltó el teléfono hasta sin colgar encima del colchón y bajó descalzo como iba a todo correr para abrir la puerta. Prácticamente, derrapó por el suelo y dio un golpe contra la puerta para frenar, buscando con rapidez las llaves y dando la vuelta para abrir.
Deku estaba al otro lado, empapado y tratando de resguardarse de la lluvia en el porche.
— Es la costumbre de vivir solo.
— Ya veo. ¿Me dejas pasar? Me estoy congelando.
— Sí, voy por una toalla.
Izuku entró con rapidez aunque no dejaba de estornudar. Si en algún momento, Bakugo quiso preguntarle por su día, prefirió no hacerlo ahora. Debía estar enfadado con él por el tema de las llaves.
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