Miedos

Al parecer todos se hicieron de oídos sordos. Nadie vino a la habitación, por más que grité. Al final, simplemente cerré los ojos y me solté. No me atrevía a abrir los ojos, a pesar de sentir una respiración fría cerca de mi nuca. 

—Stacy— esa voz era de Iris, aunque sonaba un poco distorsionada—. Mírame, mírame, mírame— sus palabras se repetían en mi cabeza como un disco rayado. 

Me tapé los oídos y presioné los ojos mucho más fuerte. Supe que ahora estaba delante de mi rostro, porque su aliento entró en contacto con mi mejilla. Fue estremecedor, escalofriante, terrorífico. 

En ese momento, sentí como si mi cuerpo hubiese caído al vacío. Abrí los ojos rápidamente, encontrándome tendida en el suelo a los pies de la cama y frente al armario. El cuarto estaba iluminado por el sol que se iba asomando por la ventana. 

Miré a mi alrededor, todo estaba en su sitio. El armario estaba cerrado e Iris no se encontraba en la cama. En mis adentros me repetía que era solo una pesadilla, de la que por fin había despertado, pero pese a eso, las lágrimas recorrían mis mejillas sin cesar. Se sintió tan real que todavía ahora, habiendo despertado, el escalofrío y los temblores seguían presentes. 

Me di un ligero baño y abandoné la habitación sin pensarlo dos veces. No quería estar ni un segundo más ahí. Cuando las puertas del ascensor se abrieron entré de golpe, detrás de mí entró Ansel y él presionó el botón por mí. Permanecí en una esquina, sin siquiera atreverme a mirarlo. Sentía que sus ojos estaban clavados en mí. 

—Mira bien por dónde caminas. 

Su comentario me hizo sentir en la obligación de levantar la mirada. 

—¿Por qué lo dice?

—Porque eres muy torpe. 

—Gracias. 

—¿Eso es todo lo que dirás en tu defensa? 

—No puedo argumentar nada. Dicen que la verdad es hija de Dios. 

Oí su bufa y vi la media sonrisa que se dibujó en sus labios. 

—Sí, de ese mismo que abandona a los casos perdidos, así como tú. 

Me quedé procesando su comentario, pues se oía muy seguro al respecto. 

—¿A qué se refiere? 

Las puertas del ascensor se abrieron y él salió sin darme una respuesta. No fui tras él, porque se notaba que estaría perdiendo el tiempo. Ese hombre es tan raro. Me pone los vellos de punta. 

—¿Dónde está tu compañera de cuarto? — me cuestionó Mrs. Amber tan pronto me reuní en el comedor—. ¿Por qué no vino contigo?

Todo mi cuerpo se tensó de nuevo, al recordar lo que soñé. 

—N-no lo sé. No la he visto.

—Este es el colmo— suspiró fastidiada—. Es la segunda que no aparece ni por los centros espiritistas. ¿Dónde se habrán metido estas muchachas? Esperaremos unas horas, si no aparecen, tendremos que ir a buscarlas. Tendrán detención tan pronto regresemos a la escuela. Lo mismo va para todos ustedes. Si alguien más hace caso omiso a mis advertencias, nos regresamos antes del lunes. 

Paola y su grupo de bichas me observaron incrédulas. 

—¿Cuándo fue la última vez que la viste? — volvió a preguntar la maestra.

—Anoche. Cuando desperté esta mañana ya no estaba en la habitación. 

—Ve. Toma asiento y desayuna. 

Sus miradas estaban puestas sobre mí. Huyéndoles es que decidí irme de volada del comedor tan pronto desayuné. Caminé a pasos largos, crucé por la biblioteca hacia la salida que había por detrás. Quería esconderme y sentí que en ese lugar serían incapaces de hacerlo. 

Percibí una fragancia agradable y amaderada en mis fosas nasales. Era un olor único que provenía del bosque, pero que me atraía como un imán. Mis pasos eran lentos. A medida que caminaba, podía percibir ese olor más cerca. No sé cómo llegué a donde estaba, pero vi a Ansel descansando en la rama de un árbol, con un libro abierto sobre su rostro y con las piernas cruzadas. 

—¿Otra vez tú? No solo eres torpe, sino que fastidiosa. 

No sabía cómo teniendo los auriculares pudo notar mi presencia. Cerró el libro y bajó de la rama del árbol, quitándose a su vez los auriculares. 

—Yo… solo necesitaba… 

—¿Con que aquí estás? 

Oí la voz de Paola detrás de mí y lo miré suplicante para que no me dejara sola, pero a él no parecía importarle. 

—Mi madre fue clara con las instrucciones que les dio el primer día que pisaron esta casa. Es el primer grupo que es tan desobediente. 

—Mi amiga y yo solo queríamos hablar — Paola me echó los brazos encima y me paré firme.  

Negué levemente con la cabeza para que se diera cuenta de que, en realidad, esos no eran sus planes. 

—No me interesa lo que quieran hablar. Las reglas son las reglas. Las niñas son tan escandalosas— frotó su sien—. Han interrumpido mi siesta— frunció el entrecejo, sin apartar la mirada de mí—. No puedo esperar el momento en que desaparezcan todos ustedes. 

Iba a marcharse, no le importó siquiera darme la espalda, aún notando mis súplicas.

—Hay algo que quisiera enseñarle… — le dije, usando eso como el único y último método de escapar. 

Esta vez se mostró algo interesado. Tanto así que pude librarme de Paola, pero ahora no sabía cómo librarme de él. No tenía idea de cómo decirle la verdad, tenía miedo de que se enojara por haberle mentido y usado a conveniencia. 

Él seguía caminando detrás de mí, en completo silencio y con las manos dentro de los bolsillos. Dejó sus pertenencias allá con tal de venir conmigo. ¿Qué hago?  

—No me gustan los rodeos. ¿Qué vas a enseñarme? 

—Escuche… 

—Espero que eso no haya sido una mentira y ahora salgas con la típica excusa de que no lo hiciste a posta. 

Si antes estaba asustada, ahora me sentía peor. Se me ocurrió una idea de último momento y lo traje a mi habitación. 

—Verá, más que enseñarle, quería preguntarle algo. Llevo dos noches quedándome aquí y ese armario se abre durante la noche y se escuchan cosas. 

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? 

—La ventana también… — agregué, señalando la ventana. 

Él me seguía con la mirada, se notaba que estaba sospechando que lo había engañado. Esa mirada disgustada me volvía un ocho para hablar adecuadamente.

—¿Así que esto era lo que querías enseñarme? — abrió el armario y evidentemente estaba vacío—. Mmm — se quedó pensativo por unos segundos, hasta que se volteó hacia mí—. ¿Y la cama? ¿Hace ruido también? — enarcó una ceja.

Sus preguntas me pusieron nerviosa al traer recuerdos de la pesadilla que tuve.  

—Sí, la cama también. 

Se fue a mi espalda y lo miré por arriba del hombro nerviosa. 

—Bien. Olvidemos la cama. Te veo más preocupada por el armario. ¿Ves algo ahí? — señaló el armario. 

Me volteé, negando con la cabeza. 

—Exacto, porque todo está en tu cabeza— su dedo índice se posó en mi sien—. ¿Qué te parece si hacemos un truco de magia y te hacemos desaparecer? 

No esperaba su fuerte empujón dentro del armario y que cerrara las puertas dejándome ahí dentro a oscuras. Le rogué desesperada que me sacara, le di patadas y puños a la puerta, porque estando ahí, solo podía recordar lo que ocurrió anoche. Solo de pensar en eso, es como si pudiera sentir esa respiración fría en mi nuca. 

—¡Abre la puerta, por favor! 

—Este truco se le conoce como: «Me ves y ahora no me ves». ¡Qué bárbaro! ¿A dónde se fue esa gatita asustadiza? 

Sentía que me faltaba el aire estando ahí encerrada. 

—¡Por favor, sácame de aquí, no puedo respirar!

—Enfrenta tus miedos, gatita. 

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