A la caza del lobo


**** Este capítulo contiene violencia extrema. Se ruega  discreción ****



Xue Yang llegó a la puerta custodiada por dos gorilas que le cerraron el paso.

—No vengo a por vosotros, vengo a por una escoria que está adentro. Dejadme pasar y no os molestaré más.

Dentro, el señor Wen sentado a una mesa repleta de comida, escuchaba como Wang Jiang se disculpaba por haber actuado a sus espaldas. El maldito bastardo estaba de rodillas, arrastrándose como un gusano inmundo cuando escuchó ruidos afuera. Rápidamente otros guardaespaldas que había a su lado se dispusieron para proteger al anciano. De pronto una puerta se abrió y apareció Xue Yang cubierto de sangre y una oreja en la mano.

—Tu gente no escucha, esto no les hace falta entonces. Vengo a por esa escoria—dijo tirándole la oreja a un Wang Jiang desconcertado.

Uno de los hombres de Wen ya se disponía a atacar cuando el anciano levantó la mano para que se detuviera.

—¿Qué tienes con él?

—Asuntos pendientes que se pagan con la vida. Deje que me lo lleve y solo morirá él.

—No hace falta que te lo lleves, puedes hacerlo aquí mismo.

El anciano Wen veía la oportunidad de ver algo de diversión mientras terminaba de almorzar y por cómo había entrado aquel hombre saltando por encima de los guardias de la puerta, la cosa prometía.

—Por supuesto—contestó Xue Yang complacido.

Wang Jiang miraba con súplica a todos los que estaban allí pero ninguno hizo nada cuando Xue Yang se le acercó. Lanzó un puñetazo para defenderse pero el asesino no tuvo problemas en agarrarle de la muñeca y darle un fuerte golpe en el codo. Este se partió con un sonido seco que fue acompañado por un grito de dolor de Wang que cayó al suelo de rodillas. Los presentes, salvo Xue Yang y el anciano, hicieron una mueca de asco que acompañaron con un sonido gutural.

—Tranquilo, te queda otro brazo.

Wang, rabioso, se levantó como pudo para volver al ataque pero otra vez el asesino iba por delante. Al verle de nuevo de pie le dio una patada en la rodilla que se torció hacia atrás en una posición imposible. Otro crujido más que dejó a Wang en el suelo retorciéndose de dolor.

—Así se ataca una rodilla, cabrón. —Xue Yang recordaba cómo cuando Wang  lo tenía colgado, le había golpeado la suya y quería enseñarle a hacerlo correctamente. —Te dije que los dejaras en paz, esto era entre tú y yo, pero no escuchas. Intenté no volver a convertirme en esto, pero bueno, es lo que hay, lo que se es, se es.

El asesino rodeaba con toda la tranquilidad el cuerpo en agonía de Wang y sacó el cuchillo que escondía en el filo del pantalón a su espalda. Ya tenía la sangre de uno de los guardias de afuera y del cuello de Ming Jie. Lo miró y se rio con diversión. —No está muy limpio, tendrás que disculparme pero tus amigos tampoco escuchan.

—¡¡Señor Wen, ayúdeme!!

El anciano observaba la escena maravillado y se llevó una presa de su plato a la boca masticando con deleite. Xue Yang por su parte agarró el brazo que aún tenía sano aquel bastardo y también le fracturó el codo con un golpe seco de su pie. Wang apenas podía mantener la conciencia.

—¿No irás a dormir ahora que nos estamos divirtiendo? Ya te dije que me soltaras para divertirnos los dos, pero se ve que querías esperar.

Se estaba regodeando, volvía a sentir aquella sensación del pasado que le impulsaba a matar con esa violencia y locura que le caracterizaba. El sabor de la sangre en la boca, los latidos del corazón como un caballo galopando y esa carga de energía que lo dotaba de una fuerza y determinación letales. Estaba fuera de control y solo se calmaría cuando acabara con su presa. Un lobo gregario que no cuenta con su manada, está perdido ante un lobo solitario ávido de sangre. 

Con Wang indefenso, agonizando de dolor en el suelo, era el momento del deleite. Prácticamente le arrancó la camisa que llevaba puesta y la arrojó a un lado para realizar un corte largo en uno de los brazos inertes. Después otro paralelo y empezó a desgajar un jirón de carne. Los gritos de Wang no eran humanos y puso los ojos en blanco perdiendo la conciencia. Xue Yang se levantó y se acercó a la mesa del anciano que lo miraba extasiado sin un ápice de asco por lo que veía. El asesino sonrió y cogió una jarra de agua.

—¿Me permite?

—Por supuesto.

Xue Yang respondió con una leve inclinación al anciano. El agua acabó rociando la cara de Wang que recuperó la conciencia como pudo ante la sorpresa, entonces Xue Yang repitió la acción con otro girón de carne. Todo a su alrededor ya estaba empapado de sangre. Las arterias seccionadas arrojaban la sangre a chorros rítmicos empujada por un corazón que cabalgaba entre la vida y la muerte. Xue Yang chasqueó la lengua, había perdido práctica y podía provocar la muerte antes de tiempo. Entonces siguió desgajando la carne de Wang con menos profundidad para que la sangre saliera más despacio.

 El pobre diablo volvió a perder la conciencia y el asesino suspiró frustrado. Sabía que a esas alturas ya no podría mantenerlo consciente para que sufriera lo indecible. Aún así siguió desgajando la carne de Wang. Parece que aquello dejó de divertirle y le abrió el abdomen para sacarle los intestinos y atarlos a su cuello, algo que solía hacerle gracia en el pasado y ahora también, era como un lazo para regalo con el que enviar a Wang al infierno.

Wen no salía de su asombro, en sus muchos años de violencia no había visto ese grado de crueldad precisa y eficaz. Esperó a que aquel asesino terminara su trabajo que aún demoró varios minutos más. Xue Yang se rio con la imagen de Wang con aquel lazo al cuello. Volvió a suspirar porque no escuchaba gritos de dolor. Wang ya estaba muerto y no había más diversión para él. Se acercó a su oído inerte para susurrarle.

—Da recuerdos en el infierno de mi parte.

El asesino se levantó, no sin antes limpiar el cuchillo en los pantalones de Wang y lo volvió a guardar donde estaba. Él mismo estaba cubierto de sangre pero no parecía importarle. Solo se retiró un poco de la cara con el dorso de la mano y miró al anciano que le observaba ahora con los brazos cruzados.

—¿Terminaste?

—¿Qué remedio? Este cabrón no aguantó que le hiciera un Lingchi como es debido.

—¿Te apetece una copa? Me interesa que te quedes con nosotros, qué dices.

—Ya hablamos.

—Por cierto, ¿Conoces a alguien llamado Fuxue?

Xue Yang hizo una leve inclinación al anciano y se marchó como se había ido, sin mirar a nadie. Al oír ese nombre comprendió que Song Lan había estado ayudando a ese bastado de Wang y ya sabía cual sería el siguiente paso que daría. Cuando se marchó, el señor Wen miró a su alrededor. Algunos de sus hombres estaban vomitando por los rincones ante la imagen de Wang medio descuartizado en el suelo. Toda la estancia estaba impregnada por un olor nauseabundo fruto de la sangre caliente y el contenido de las tripas del pobre infeliz. Uno de ellos se atrevió a hablar con el anciano.

—Señor ¿Cómo podemos tener a un tipo así con nosotros? Es un psicópata.

—No—sonrió el anciano.—Eso es más que un psicópata, es un puto carnicero y lo quiero con nosotros.



 Song Lan no recibía ninguna llamada de Wang, para ese momento el bastardo estaba en el suelo medio descuartizado. Desesperado tiró el móvil contra la pared ¿Por qué era tan difícil matar a Xue Yang? Ya no tenía importancia, él mismo se encargaría de acabar con su vida. La enfermera que lo asistía en la consulta entró al escuchar el ruido.

—¿Está bien, doctor?

—¡Vete de aquí!—gritó con los ojos inyectados en sangre.

La enfermera se retiró rápidamente cerrando tras de sí. Últimamente el doctor Lan siempre estaba de mal humor, siempre con contestaciones secas, aplazando citas o derivándolas a otros doctores. Había cancelado sus consultas en otros hospitales, solo permanecía en su despacho y continuamente pasaba por el servicio de traumatología. Se sentó nerviosa en su mesa, en silencio, si las cosas seguían así pediría ser transferida a otro psiquiatra.

Era la hora del almuerzo, pensó en avisar al doctor pero por nada del mundo entraría de nuevo. No tenía pacientes en lo que restaba de día, así que nadie acudiría a la consulta para ser atendido. Cogió su bolso y dejó una nota por si el doctor tenía la genial idea de solicitar su presencia. Bajó por el ascensor tarareando una canción hasta que llegó a la planta donde estaba la cafetería de personal y allí se sentó con unas amigas. Mientras estaban comiendo algo, escucharon un poco de alboroto fuera pero no le dieron mayor importancia.

—No me lo puedo creer, es una tragedia—decía una mujer en la mensa de al lado que estaba mirando un mensaje en el móvil. 

La enfermera de Song Lan la miró, creía recordar que era alguien de la UCI que solía comer a la misma hora que ella pero no lo sabía a ciencia cierta. La doctora que estaba a su lado era Lu Yang, a ella sí la conocía bien, solía pasar mucho por el despacho de su jefe. De pronto empezó a llorar desconsolada y con ella el resto de los que estaban en su mesa. Se levantó de golpe.

—Mi pobre niño, mi pobre XingChen. Song Lan no lo sabrá todavía, ¿Alguien le ha dicho?

El mundo de los sanitarios es una gran familia, suelen conocerse casi todos. Cambian de hospital, van a congresos, estudian juntos, trabajan juntos tarde o temprano, se enfrentan a la muerte cada día codo con codo y eso fortalece los vínculos más allá de cualquier amistad. Cuando a alguno de ellos le pasa algo, todos lo saben poco después. Cuando la ambulancia llegó reconocieron de inmediato a XingChen. Era un traumatólogo virtuoso al que conocía todo el mundo. Además lo habían elegido en más de una ocasión como el médico con más operaciones satisfactorias del año, era difícil no conocerlo. La noticia de que había muerto de aquella manera tan trágica corrió como la pólvora.

Song Lan había estrellado su móvil contra la pared, los muchos mensajes que le llegaron anunciando la terrible noticia no los vio. Solo cuando sonó el teléfono de su despacho fue cuando supo lo que había pasado. Lu Yang le contó entre sollozos que habían perdido a su ángel.

Song Lan colgó el teléfono sin poder reaccionar. No podía ser verdad, XingChen no podía irse así, no podía abandonarle, no otra vez. Con el corazón roto, muerto de dolor,  se levantó de su asiento sin que las piernas le pudieran sostener. Se apoyó en la mesa intentando respirar pero el aire apenas entraba en sus pulmones. De pronto la puerta se abrió de un portazo.




Xue Yang aparcó el coche y subió por la escalera de servicio, la misma que había bajado aquel día intentando detener a Song Lan y a XingChen. Estaba cubierto de sangre y la poca gente con la que se cruzó se apartó de su camino sin que se lo pidieran. Dos enfermeros salieron de la escalera de servicio al pasillo central casi a la carrera. Los que estaban allí para entrar a la cafetería de personal les mandaron guardar silencio y estos contaron que habían visto un hombre cubierto de sangre con un cuchillo en la mano. Alguien llamó a seguridad.

Cuando Xue Yang llegó a la planta de psiquiatría todo estaba tranquilo, era la hora del almuerzo y no había gente en las salas de espera ni en el pasillo central. Xue Yang lo recorrió deprisa, pensaba en que su daozhang lo estaba esperando, que le mostraría que llevaba  su yang con él, que quería pasear entre las flores amarillas. Nunca más se separaría de él, solo le quedaba una cosa por hacer.

Se paró frente a la puerta de Song Lan y la abrió de una patada.

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