eighteen - mistake #1

chapter xviii.
( iron man 3 )

y te usaré como señal de advertencia
si hablas demasiado,
perderás la cabeza
i found ─── amber run

malibú, california
17 de diciembre, 2012
( hace seis días )

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Cuando las personas dicen que están enfermas, tú no asumes que, naturalmente, se están muriendo. Asumes que tienen un resfriado desagradable y les compras una tarjeta de "Mejórate pronto" de camino a casa desde el trabajo. No asumes automáticamente que sus vidas están terminando y, si lo haces, es porque has tenido experiencia con las palabras, "estoy enferma." Ya sabes lo que significan. Y a eso me refería cuando me las susurré a mí misma.

—Estoy enferma.

Me desperté con relativo silencio y la pequeña luz del día que entraba por la ventana de mi habitación.

Mi forma delgada y temblorosa permaneció acurrucada en la cama, mirando la pared del fondo con ojos cansados. No había dormido en días; cuatro, para ser precisa. No estaba segura de si era solo porque no podía o porque intentaba evitar las pesadillas y las visiones. Quizás eran las dos cosas.

—Estoy enferma —repetí, con la voz quebrada mientras lo hacía.

Seguí mirando la pared durante un largo rato, el ordenador seguía emitiendo pitidos y destellos con los resultados de mi última prueba de progresión.

Cuatros meses más.

Cuatro meses más hasta, supuestamente, morir.

Mis manos mantuvieron su temblor casi constante mientras presionaba algunas teclas para poder grabar un nuevo mensaje.

—17 de diciembre de 2012, 6:56 de la mañana —tomé un respiro desesperado y breve y seguí hablando por el micrófono—. Actualización. La degeneración y la infección tóxica han progresado con rapidez. Después de la última prueba, el nuevo calendario revela cuatro meses hasta que mi cuerpo deje de funcionar por completo —me froté los ojos cansados, naturalmente contorneados—. Esto viene de la estimación de trece meses de la última prueba. No ha habido ningún cambio en la dieta, ejercicio o actividad. Por razones desconocidas, mi cuerpo decidió acelerar el proceso unos ocho meses —mis manos cayeron a mi regazo, luchando contra el pequeño temblor en mi voz—. Dicho esto, no sé cuándo habrá un efecto completo —suspiré lastimosamente y masajeé mis sienes—, así que todo se reduce a esto: voy a morir.

Se acercaba la Navidad.

Mi última Navidad.

Al continuar, me comenzaba a doler la garganta.

—Mañana, la próxima semana, dentro de dos meses o cuatro; no importa. Todas las pruebas no han dado lugar a posibles curas. Estoy oficialmente jodida.

Hubo un silencio después de mis últimas palabras, después de todo.

La vida en la mansión había sido falsa y sin sentido, mientras que la oscuridad de todo lo que había sucedido traía un peso sobre nosotros. Nadie lo admitiría, pero últimamente nos estaba golpeando con demasiada fuerza.

Siete meses antes fue la Batalla de Nueva York, donde mi padre casi murió, volando con un arma nuclear a través de un portal a otra galaxia. Eso fue demasiado.

Luego estaban las pesadillas que me hacían gritar y despertaban a todos casi todas las noches, incluso con las fuertes pastillas para dormir que Bruce Banner me había preparado.

Y no olvidemos el extraño comportamiento de papá. Sería su habitual yo totalmente extraño e indignante un minuto y al siguiente no estaría. Como si desapareciera y solo quedara un caparazón. Me recordaba un poco a todas las veces que se había alejado de mí durante mi infancia. No pude evitar pensar que, la única razón por la que podía entrar y salir, era por Pepper. Ella lo mantenía en tierra cuando yo no podía. Y tal vez eso duele. No. No, nada de"tal vez". Es que duele. Ni siquiera puedo comenzar a describir lo despreciable que me sentía por estar así.

El día antes del aniversario de la muerte de la abuela y Howard, en el accidente automovilístico en el que estuve involucrada, la vida había sido sombría, por decir lo menos.

Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.

Temblando por la brisa inexistente, fruncí el ceño e hice una mueca por el dolor en mis hombros. Mis dedos hicieron clic para finalizar la grabación y, en un repentino ataque de ira, cerré la tapa del portátil. Además, no necesitaba que nadie viera esa información accidentalmente. Sería una pesadilla. Sabía que él merecía saberlo. Todos lo merecían. Un secreto de cinco meses iba a llegar a su fin y debía permitirles un poco de tiempo para procesar las cosas antes de que todo saliera a la luz.

Oh, Dios.

Enterré mi cara en mis manos y sacudí mi cabeza, sintiendo mi cabello oscuro caer sobre mis hombros.

—¡Lisa! —La voz de Pepper hizo que mi cabeza se levantara lentamente mientras sus nudillos golpeaban contra mi puerta.

No respondí, tratando de sacudir mis pensamientos.

—Hola cariño, soy yo —continuó Pepper—. Dijiste que querías venir conmigo, ¿todavía quieres?

Respiré hondo y gimoteé, rodeándome con los brazos.

No. No quería.

Hubo otra pausa antes de que ella dijera en voz baja:

—Lees, sé que no quieres ir, pero, cariño, será mejor si lo haces.

Hubo otra pausa mientras luchaba contra las lágrimas. Podía sentir mis iris ir y venir, cada vez más grandes, mi mente luchaba contra las visiones que amenazaban con vencerme. Finalmente, respiré hondo y mi cabeza asintió. Tenía que hacer esto. No quería, pero tenía que hacerlo. Todos lo decían.

Me lamí los labios y me aparté el cabello de la frente.

—Uh, sí. Gracias. Lo siento —mi voz sonaba cortante—. E-En seguida bajo...

—Está bien, cariño —había una tristeza terrible en su voz—. Te veo abajo.

Mis dos manos cubrieron mis pálidos labios para poder contener los gritos que se acumulaban. No cayeron lágrimas, pero sentía que mi pecho se agitaba con los sollozos. Asentí para mí en silencio. Dijeron que tenía que hacer esto. Yo tenía que hacer esto.

Bajé de la cama y me acerqué hasta mi armario. Me temblaron las manos cuando me agarré a la pared para arrastrarme. La respiración se había vuelto más difícil en estos días. Incluso la tarea más simple requería un gran esfuerzo de mi parte. Mientras jadeaba, me quité la camisa de AC/DC de papá y la reemplacé con una gris. Tardé un rato en ponerme lo que suponía que eran jeans negros. Una de las razones por las que comencé a usar las camisas de papá cada día eran porque eran holgadas; escondían lo huesuda que me volvía.

Cuando quedé completamente vestida, me enderecé y di un paso, siendo abrumada por una ola de oscuridad. Mis ojos se cerraron con fuerza mientras estiraba una mano para atraparme en la pared. Mi mano se resbaló y terminé cayendo. Mi espalda golpeó duramente la pared y me derrumbé. Me quedé en un montón de ropa sucia por un momento, parpadeando y tratando de recuperar mi visión. Pronto mi cama volvió a la vista, la mesita de noche con nuestra foto familiar y, finalmente, la puerta de mi habitación. Con una respiración profunda, me aparté del suelo y tropecé. Por alguna razón, las mañanas y las noches siempre eran más duras para mi cuerpo.

Al bajar las escaleras, Pepper estaba sentada en el sofá con su teléfono. Cuando oyó que mis pies se peleaban contra las baldosas, levantó la vista y me sonrió. Forcé una en respuesta, quitando mi cabello salvaje de mis ojos. Papá no estaba, como de costumbre.

—¿Quieres desayunar antes de que irnos? —Pepper hizo un gesto hacia la cocina antes de que se pusiera de pie, cogiendo su bolso.

Sacudí un poco la cabeza y metí las manos magulladas en los bolsillos.

—No, no tengo hambre.

Ella no habló por un largo segundo, estudiándome. Enderecé los hombros, parpadeé un par de veces para despertarme y me pasé el pelo por los hombros. Necesitaba parecer fuerte. Ellos necesitaban verme fuerte. Pepper y yo celebramos un concurso de miradas por unos momentos, esperando que la otra persona la apartara. Había tanto que decir y tan poco tiempo. Resultaba que ninguna quería. Con una pequeña mueca, dejó escapar un sutil suspiro.

Media hora más tarde, Happy y Pepper me dejaron frente a un gran edificio de cristal, luego me acurruqué en la silla acolchada de un psicólogo. La sala estaba fría e implacable, y no quería estar allí.

—Dime —la doctora Harding, mi terapeuta desde hace mucho tiempo, comenzó en voz baja—, ¿cómo te has sentido últimamente?

No le respondí. Solo miré al espacio, parpadeando y frotando mis dedos contra el metal de mis propulsores. El reloj hacía clic a un ritmo molesto. Solo quedaba una hora y media y luego podría volver a casa. El sofá presionado contra la pared parecía atractivo, pero dudaba que Harding fuera tan amable como para dejarme dormir. Había preguntado la semana anterior y ella solo me parpadeó. Lo tomé como un 'no'.

Sentí que me balanceaba un poco cuando comencé a mover más y más la cabeza. ¿Cómo me sentía? Estaba enferma. Estaba muriendo. Estaba loca. Oh, todos pensaban que estaba loco. ¡No era así! Oh Dios... sí que lo estoy. Había voces y demonios en mi cabeza. Sonrisas de hombres que querían conquistar el mundo. El sonido de mi voz repitiendo un mantra que me pertenecía: estoy bien, estoy bien, estoy bien. Visiones de todos los que he amado morir antes que yo. La idea de mí arrodillada por la fuerza ante un monstruo. Hermosas gemas que me consumen. ¿Cómo me sentía? Era una pregunta que me habían hecho tantas veces que solo había una única respuesta.

—Bien.

La doctora Harding no era idiota.

Por desgracia.

—No te ves bien —golpeó su bolígrafo dos veces contra el bloc que descansaba sobre su reposabrazos.

—Sí, bueno, lo siento, no me puse maquillaje esta mañana, estaba demasiado ocupada no queriendo venir —le dije con voz monótona, sintiendo una ira cansada chisporrotear.

Ella dejó escapar un profundo suspiro, dándome la mirada con la que todos me habían estado mirando últimamente.

—No puedo ayudarte si tú no me dejas.

Ayudarme. Nadie puede ayudarme.

Tomé lo que debía ser una respiración profunda y sacudí la cabeza débilmente. Esto era tan inútil. Me estaba muriendo y, sin embargo, iba a sesiones de terapia. Me quedaban menos de cuatro meses y los pasaba dentro de un edificio frío mientras debería haber estado con mis amigos y familiares.

—No tiene nada que ver con el maquillaje, Lisa —continuó la doctora Harding, casi enfadada conmigo—. Tu familia dice que no has salido de la casa y que no has estado recibiendo aire fresco, como sugerí. Juro que eso te hará sentir mucho mejor. Y mirarte —me miré a mí misma mientras continuaba—, ¡es evidente que no has estado comiendo!

Había perdido mucho peso. Por lo general, pesaba alrededor de cincuenta y tres, pero ahora unos cuarenta. Mi terapeuta, mi padre y Pepper, pensaban que era depresión. Por otra parte, también lo decían los periódicos. Aparentemente, estaba anémica. Dios, los periódicos tenían una oportunidad a mi costa. Supongo que esa era otra razón por la que no salía mucho de casa. Con mi nuevo estatus del "Cuervo rojo" y mi aspecto, era toda una historia. No podía sufrir en privado; todos tenían que verlo. Y pensaron que era por el trauma de Nueva York. Ja, eso era solo una parte. No estaba deprimido; me estaba muriendo... Vaya. Eso sonaba mucho mejor antes de decirlo.

—Dicen que tampoco has dormido.

Mis ojos bajaron a mis manos púrpuras y azules mientras tragaba fuerte, sintiendo el ardor en mi garganta.

—¿Aún los tienes? —preguntó suavemente—. Los destellos.

Mi estómago se retorció en nudos y mi respiración se aceleró. Los destellos. Oh Dios, los destellos. No me habían dejado. Ni Loki. Él siempre estaba conmigo. No pensaba que me fueran a dejar en paz. Cuando comencé a tenerlos y cuando Loki estuvo dentro de mi cabeza, pensé que todo lo que necesitaban para parar era que el Teseracto y Loki dejaran el planeta. Noches después de la batalla, los destellos volvieron en forma de sueños. La mayoría de las veces, eran los mismos fragmentos que se repetían una y otra vez. Las noches en que tenía uno nuevo siempre me dolía más la cabeza y mis gritos aumentaban su volumen.

Un monstruo sentado en un trono.

Eres mía.

El cielo llovía como si fuera sacado del paraíso.

Loki siendo arrastrado hacia un cielo verde grisáceo.

Una mirada de miedo absoluto en el rostro de mi padre.

—Sí —susurré antes de tragar con fuerza y ​​sacudir la cabeza.

La cara de la terapeuta cambió a una de pensamiento.

—¿Y sigues tomando el medicamento que te recetó el Doctor Banner?

—Mmm —afirmé mientras mis dedos tocaban un ritmo inusual.

—¿Qué es lo que ves?

Mis ojos se movieron para poder mirar a la mujer.

Nunca le había dicho a nadie lo que vi después de ese día en el helicarrier. Sabían que aún los tenía y, Dios, me presionaban para obtener información. Ni siquiera podía contar la cantidad de veces que S.H.I.E.L.D. lo intentó. El Director Fury era amable al respecto la mayor parte del tiempo; creo que el hecho de que le cayera bien jugó un papel importante en no atarme a una mesa y hacer que mi una de mis mejores amigas, Natasha, me interrogara. Aunque hubo ocasiones en que el agente enviado fue demasiado duro con sus palabras y demandas. Papá siempre se quedaba cuando venían y los echaba en los primeros diez minutos de la "discusión necesaria". Ni siquiera él podía sacarme de los trances. Podría estar atrapada allí por horas.

Sin embargo, S.H.I.E.L.D. no fue el único que preguntó por mis visiones. Los medios de comunicación se habían enterado de alguna forma. Una vez, papá golpeó a un periodista en la cara porque le preguntaron si alguien había estado considerando admitirme en un hospital psiquiátrico. Eran despiadados y no podía soportar escucharlo. Papá preguntó. Preguntó Pepper. E incluso si el motivo era simplemente ayudarme, sabían que no podía soportar hablar de eso. Sabían lo que me hacían. Y la Doctora Harding también. Se lo había dicho muchas veces.

—Lisa, espera, lo siento —la doctora se dio cuenta de su error demasiado tarde.

Ni siquiera podía mirarla. Me levanté abruptamente y caminé hacia la puerta antes de que ella tuviera la oportunidad de detenerme. Gritaba mi nombre cuando torpemente bajé el pasillo y salí por la entrada trasera para que no pudiera encontrarme. Metí las manos en los bolsillos holgados y comencé a caminar penosamente por el callejón, con la cabeza agachada y los hombros caídos. Happy no no llegaría hasta dentro de una hora y media, así que supuse que me tocaba caminar.

Estaba llegando a la salida cuando una mano tocó mi hombro. Aspiré todo el aire que me rodeaba mientras el pánico brotaba como una esponja. Mis dedos retorcieron con dureza los diales de mis propulsores antes de darme la vuelta para disparar contra mi atacante. Chispearon y destellaron con luz y sentí un dolor atravesar mis muñecas. La degeneración de las venas se aseguraba de que mis propulsores fueran lo primero en ceder, haciéndome llorar. El hombre esquivó mi ataque, de todos modos, dio un paso atrás y luego rápidamente levantó las manos.

Me dio una risa aterradora y me rodeó un poco.

—No quiero problemas, señorita Stark.

¿Sabía mi nombre? Claro que lo sabía, idiota.

Parecía un par de años mayor que mi padre y era bastante más alto que yo. Era un tipo bastante guapo, con cabello rubio arenoso, dientes bonitos y piel bronceada. Lo miré fijamente a los ojos, me di cuenta de que en realidad parecía un poco familiar.

Continuó con la misma sonrisa.

—No es mi intención hacerte daño, solo quiero hablar.

Mis cejas se fruncieron enojadas mientras gritaba débilmente:

—¡¿Viniste a hablar conmigo en un callejón?! ¡Encima estuviste a punto de atacarme!

—Puedo prometer que no es así, señorita Stark —el hombre guapo me dio otra sonrisa—. Realmente intentaba llamar tu atención.

—Tócame otra vez y te mato —me enfurecí, dándome la vuelta para alejarme.

—Señorita Stark —volvió a apoyar una mano sobre mi hombro, tratando de detenerme.

Una ola de adrenalina me atravesó. Volteé y grité mientras lo golpeaba en la cara, rompiéndole completamente la nariz. Mis nudillos me estaban matando, pero el lado de su nariz estaba literalmente tocando su mejilla; imaginé que su dolor tenía que ser mucho peor. Eso fue hasta que vi su piel comenzar a brillar. Mis ojos se abrieron en sorpresa y horror, retrocediendo. Naranja se asomó a través de su piel bronceada y llegó hacia su nariz. Él levantó una mano y sus dedos índice y corazón la volvieron a colocar fácilmente. Se me cayó la mandíbula y sentí que se me hacía un nudo en el estómago, dándome cuenta de lo mucho que estaba en desventaja. Una vez que su nariz volvió a su lugar, el tono brillante se disipó y todo lo que quedó fue su sonrisa casi engreída. Casi parecía tener fuego en su interior.

No pude evitar que las palabras sarcásticas gotearan de mi boca.

—Tío, he visto bronceadores en aerosol malos, pero esto es otra cosa.

El hombre me miró con el ceño fruncido.

—¿No? —alcé las cejas y luego las fruncí rápidamente, él continuaba frunciendo.

Cuanto más lo estudiaba, más sospechaba y me asustaba saber quién era este hombre. Lo estuviera sucediendo no era normal, y ambos sabíamos que no tenía medios para protegerme. Él era fuerte y yo débil. Como siempre.

Él suspiró y cerró los ojos, abriéndolos después en mi dirección.

—Mire, señorita Stark, si me hubiera dejado hablar, podría haber explicado sin este espectáculo.

—N-No lo enti-entiendo —sacudí la cabeza.

Justo antes de que tuviera la oportunidad de hacerme entender, recordé de dónde lo conocía. Fue como si un ladrillo cayera en mi cabeza. Esa noche en la azotea, hace casi trece años. Berna, Suiza. Donde conocimos a Yinsen por primera vez y ni siquiera lo recordaba. Donde convencí al hombre delante de mí para que no se suicidara.

—Oh, santo cielo —susurré, mirándolo con los ojos muy abiertos—. Aldrich Killian.

Él sonrió con una sonrisa que sabía que no era suya, especialmente después de trece años.

—Es bueno verte otra vez, Lisa Stark. Esperaba que te acordaras de mí. He oído que tienes una impecable memoria.

Sacudí mi cabeza nuevamente cuando las preguntas salieron de mi boca.

—¿Q-Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me has encontrado? ¿Qué... Qué le pasa a tu piel?

Juntó las manos a la espalda y se enderezó.

—He oído hablar de tus problemas.

Mis ojos se estrecharon, poniéndome a la defensiva otra vez.

—Tendrás que ser específico, amigo. Por si no has visto las noticias, tengo muchos 'problemas'.

Él sonrió.

—No creo que las noticias hayan mencionado tu muerte, ¿verdad?

Sentí que todo el color desaparecía de mi cara, mi garganta ardió una vez más.

—¿Cómo lo sabes?

—Te he vigilado, Lisa.

Retrocedí un poco.

—Lo hice para asegurarme de que estabas bien, Lisa Stark —rodó los ojos mientras los míos parpadeaban.

Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.

—Me hiciste un favor esa noche en la azotea, yo quiero hacerte uno a cambio.

—"No necesito tu ayuda —espeté.

Estaba a punto de alejarme nuevamente cuando dijo:

—Se llama Extremis.

Miré por encima del hombro, con mis pies tropezando un poco.

—¿Qué es?

Él se acercó a mí.

—Cura a la gente, Lisa —su voz se llenó de asombro y casi emoción—. Es hermoso. Puede curarte.

La idea me llenó de algo que no había sentido en mucho tiempo. Esperanza. Dios, era contagiosa. Amenazaba con superarme y ahogarme. Pero no podía hacerme eso otra vez. Había pasado meses y meses buscando esperanza. Era muy doloroso ser aplastada así. Sin mencionar todas las pruebas y experimentos insoportables que había realizado. No podía hacerlo de nuevo. No podía.

Lentamente, sacudí la cabeza frente a él mientras mi voz se debilitaba-

—Lo he intentado todo, señor Killian.

—Todo no —se acercó aún más—, esto no. Ayúdame, Lisa, ayúdame a terminar Extremis. La fórmula es casi perfecta. Tu cerebro combinado con nuestro trabajo nos llevarán exactamente a donde necesitamos estar —continuó convincente y, oh, lo era tanto—. Has dicho que lo has intentado todo y aún te estás muriendo. ¿Ignorarás la única cosa que realmente te salvará?

Lo miré por un largo momento con amarga sospecha en mis ojos.

—¿Quieres morir, Lisa?

Mis manos ya temblorosas se cerraron en puños a mis costados. Supongo que siempre fue un tema muy doloroso para mí. Siempre han preguntado, o pensado, que soy suicida. Creen que quiero morir o que estoy tratando de suicidarme. Cuando subí a la azotea con Edgar Frost, a los dos años, me dijo que quería saltar. Cuando tenía catorce, mi padre se preguntó si quería que Edgar o los Diez Anillos me mataran cuando volví a Afganistán sin su consentimiento. Luego, al año siguiente, pensó que estaba intentando cortarme las muñecas. Ahora, el mundo pensaba que estaba deprimida y tratando de matarme de hambre. ¡No intentaba suicidarme!

—No —siseé con los dientes apretados.

Él estiró una mano bronceada.

—¿Y bien?

No quería volver a someterme a nada de ese dolor. ¿Realmente quería pasar mis últimos meses agonizando por algo que estaba condenado al fracaso? Pero recordé su nariz y cómo su piel brillaba con energía naranja, curándose. Si podía curar una nariz rota, ¿podría curar las venas deterioradas y limpiar la sangre tóxica teniendo cables de propulsores? No quería morir. Esta cosa, Extremis, podría salvarme.

Un último intento.

Una última vez.

Después de un momento de leve vacilación, tomé su mano y la estreché firmemente.

Aldrich Killian esbozó una amplia sonrisa.

—Bienvenida a AIM.

Ese fue el error número 1.

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