23. Decirle adiós

-¿Porqué te dicen Toni? -la pregunta de una nerviosa Sara le hizo a Oñoro sujetar los dedos de la mujer de su primo con algo más de fuerza intentando de esta manera mitigar los nervios de la muchacha.

-Mi nombre completo es Carlos Antonio y mi abuela pensó que ya había demasiados Carlos entre mi tío y mi primo y empezó a llamarme así -.le respondió él entrando ambos en el tanatorio de Les Corts, el lugar donde se estaba velando el cuerpo de su madre.

-Destacas entre los demás, no sólo por tu nombre sino por como eres. Muchas gracias por acompañarme, Toni. Creo que no aguantaría estar sin ti ahora mismo.

-Para eso está la familia, Sara.

Le sonrío Toni consciente de su estado anímico. Aunque su primo le había pedido que la acompañara, él ya había decidido hacerlo. Ninguno de los dos quería dejar a Sara sola en tan aciago momento y aunque Carlos incluso se planteó el no correr para estar con su mujer, ella se negó argumentando que ya nada podría hacerse por su madre.

Solo seis meses había durado desde que le dio el ictus. Seis infernales meses en los que Sara vio a su madre por lo menos una vez cada uno de ellos. La última vez fue en agosto, nada más venir de vacaciones, y a la pobre mujer le costó reconocer a su hija pequeña. 

-¿No se les puede echar? resulta un agobio tener a esos putos periodistas ahí fuera -alzó Sara sus ojos del suelo para focalizar su mirada en su hermano Alberto quien se estaba dirigiendo a ella no en muy buenos términos.

-Inténtalo si quieres, todo tuyo. Me encantará leer como el cuñado de Carlos Sainz ha intentado echar a los periodistas de la puerta del tanatorio, un lugar público -fue la respuesta que le dio Sara, incapaz de aguantarse la molestia que le causaban las palabras de su hermano- me alegro de verte, Alberto. Si, gracias, estoy bien dentro de lo que cabe.

Se agarró Sara a Toni entrando ambos en la sala de velatorio. Las personas que estaban allí, focalizaron su mirada en ella, conscientes de quien era, más por ser la mujer del piloto de Ferrari que la hija de la fallecida. Localizó Sara a su padre, rodeado de algunos amigos, altos cargos del Ayuntamiento donde residía. Se acercó hacia él, recibiendo otra mirada hóstil por su parte.

-Papá -le nombró Sara dándole dos besos a modo de saludo.

-¿Ya has cambiado de marido? porque que yo sepa este no es el de los cochecitos -Resopló Sara un par de veces intentando calmar una situación que la incomodaba.

-Soy Toni, primo de Carlos y su representante -se presentó Oñoro intentando poner distancia entre Sara y su padre.

-¿Representante? ¿desde cuando mi hija tiene representante?

-Desde que está casada con un personaje público y las marcas se pelean porque ella lleve su ropa, y más las de bebés. 

Codicia fue lo que vio Toni en los ojos del padre de Sara, confirmadas por sus arduas preguntas que él respondió como quiso. Le dio este fugaz tiempo a la chica para que se acercara al ataúd de su madre. Descansaba esta en paz por fin. Con el rostro sereno. Lágrimas se deslizaron por las mejillas de Sara, teniendo que llevarse la mano a su abultado vientre pues la emoción la embargaba. 

-Me pidió que no dejara que hiciéramos contigo como lo que hicieron con ella -centró su mirada Sara en Belinda, la mujer de su hermano Alberto, quien le hablaba casi en susurros alejados de miradas ajenas.

-Belinda.

-Estaba orgullosa de ti, de como habías escapado de todo esto y habías encontrado un buen hombre que te daría una familia. Al final, hasta ella se dio cuenta de la locura que es todo esto -Belinda tenía su mirada fija en ese féretro, sin ser capaz de mirar a Sara, por miedo a que su marido se percatara de sus palabras.

-¿Tan malo se ha vuelto todo, Belinda?

-Y será peor. Dicen que tu madre no le ha dejado nada a tu padre y que todo se va a repartir entre tú y tus hermanos. Y el viejo no está dispuesto a eso. No me extrañaría que te ocultaran le contenido del testamento. Sé que te da igual el dinero, pero, es tuyo y yo no se lo dejaba a esas hienas.

Recibió un beso en la mejilla de Belinda, quien se marchó de la misma manera que había venido. En silencio, pero dejando una gran incertidumbre. Le dio Sara la espalda al cristal tras el que descansaba el cuerpo de su madre, buscando a un Toni que venía directamente hacia ella con el gesto muy ofuscado.

-Doy gracias a Dios porque en una hora entierran a tu madre. Esto es insoportable -exclamó Toni poniéndose de nuevo a su lado.

-Pues tú ve llamando a nuestro abogado. Tengo novedades.

Sentada en un banco de piedra, y mirando el cielo, Sara intentaba rememorar algún momento bueno que hubiera pasado al lado de su madre. Escasos eran, pues ella nunca fue una progenitora al uso y quizás por eso su muerte no le dolía tanto. Su teléfono vibró con una llamada y al sacarlo de su bolso vio con satisfacción que se trataba de Carlos.

-Enhorabuena, amor, un segundo puesto es la hostia -le felicitó ella nada más descolgar la llamada.

-Gracias, cariño. Pensé tanto en ti cuando estaba en el podium. ¿Tú como estás?

-Rara. Desplazada. Como si este no fuera mi lugar -le reconoció ella con algo de melancolía.

-Porque no lo es. Vuestro lugar, el tuyo y el de mi hija es a mi lado. No necesitas nada más.

-Cierto, Carlos. Tú eres mi familia, y eso es lo único que me importa.

-Te amo, Sara. Cuento las horas para verte -le confesó él con algo de anhelo en su voz, pues desde que su mujer regresó de Barcelona hace ya unos buenos meses, apenas se habían separado. 

-Y yo a ti. Si no pasa nada, mañana por la mañana estaré en casa.

-¿Y nuestra hija? -siempre le preguntaba por su pequeña, por el otro amor de su vida.

-Hoy está tranquila. Se mueve pero no está alterada. Estamos bien las dos, no te preocupes, amor.

-Eso es imposible que lo haga, Sara. Te amo y solo quiero que estés bien. Estoy muy harto de que no te dejen tranquila. 

Se despidieron ambos con promesas y planes para los siguientes días. Pasarían un par de semanas antes de la próxima carrera y Carlos había organizado un pequeño viaje para ambos y así descansar de todos los acontecimientos vividos.

-Sara. Tenemos que irnos pero ya -la voz abrumada de Toni la hizo levantarse mirándolo algo preocupada pues su rostro era lo que le demostraba.

-¿Qué pasa, Toni?

Agitó Oñoro su teléfono delante de ella, mostrándole en la pantalla algo que la hizo llevarse la mano a la garganta, emitiendo un ronco gemido.

"La familia de empresarios rusos Petrov, detenidos por estafa, prevaricación, chantaje e intento de asesinato. Se cree que la hija mayor del empresario, Alyna Petrov chantajeaba a un alto cargo de la Comunidad de Madrid para conseguir beneficios inmobiliarios y fiscales... "

-Esto está lleno de periodistas y es cuestión de tiempo que descubran que tu fuiste su novia -le aconsejó él cogiéndola del brazo para sacarla de allí.

-Oh, dios mío, Toni -dijo ella con la voz muy preocupada- le di mi herencia a esa mujer, ¿y si voy yo a la cárcel también?

-Ni lo pienses, Sara. Todo se hizo legalmente delante de un juez, y no hay nada que te incrimine.

Los pasos de ambos eran apresurados, conscientes del revuelo que podría formarse en unos minutos. Estaban por salir del Tanatorio, cuando el padre de Sara los interceptó, impidiéndoles la salida.

-¿Te ibas sin despedirte, Sara? -le recriminó él con un gesto bastante arrogante en su rostro.

-No me encuentro bien, papá -se disculpó ella llevando su mano al vientre para dar más énfasis a sus palabras.

-Mañana es la lectura del testamento de tu madre, pero, si no puedes estar, no te preocupes, ya te diré si te ha dejado algo, aunque lo dudo, desde que te fuiste a Madrid y nos dejaste abandonados, tu madre cambió su testamento un par de veces.

Apretó Sara sus labios consciente de las intenciones de su padre. Sabía perfectamente a lo que se refería y como quería dejarla de lado para que ella no estuviera presente durante la lectura de ese testamento.

-Mañana nos vemos, papá.

MÁS TARDE

Tumbada en la cama de su habitación de hotel, Sara intentaba controlar la respiración, producto de todos sus nervios. El día de hoy estaba resultando ser más aciago de lo que pensaba, y aunque no había querido leer ninguna noticia más sobre Alyna, sabía que la situación era delicada.

El abogado de Carlos le había dicho que no tenía que temer nada, pero, que proveyendo lo que pudiera suceder, él mismo iría ante la fiscalía y le presentaría la documentación de la donación. Sara no había hecho nada mal y por tanto, no tenía nada que esconder. 

Unos golpes en la puerta la hicieron levantarse de la cama con pesadez. A estas horas de la noche, era cuando Cecilia se mostraba más inquieta y se movía más en el vientre de su madre. 

Cuando abrió la puerta, no pudo evitar que la sorpresa embargara su rostro, perpleja de ver quien había tras ella. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y hasta la respiración se le tornó más agitada. 

-¿Qué haces tú aquí?

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