Capítulo 9
El suave andar del auto le tenía adormilado aún contra la ventana. Abría los ojos simplemente para contemplar el tránsito, para poder verificar a las personas que pasaban a su lado.
Mitch conducía en silencio, con los ojos color miel fijos en el camino, sin atreverse a echarle miradas de soslayo como anteriormente lo había hecho. El británico sabía que estaban en ese punto medio, en el cual la tensión había tomado otro rumbo. El tema había quedado zanjado desde que abandonaron el tren tiempo atrás: no había más que hablar.
Aún podía sentir los golpes en su cuerpo, sabía que sus pardos aún estaban teñidos de carmín, obligándose a mantener los lentes de sol sobre el puente de su nariz. Soltó un suspiro y bajó la mirada, observando como la Tablet comenzaba a llenarse de nombres, noticias, eventos en vivo. Sabía que dentro de un par de horas, la candidata daría su ceremonia al aire, su último discurso, el último incentivo antes de las elecciones del país. Tenían el tiempo contado.
—Hay un estacionamiento público a varias calles del lugar —murmuró mirando al castaño por el rabillo del ojo, notando como este apenas y desprendía la mirada del camino para prestar atención a sus palabras—, dejaremos el auto ahí —hizo una pausa cuando Mitch pareció gruñir entre dientes, logrando que el auto se detuviera ante el tránsito atascado que les esperaba de momento.
—¿Planeas bajar y simplemente vigilar el lugar hasta que hallemos la bomba? —murmuró el menor al tiempo que ladeaba el rostro, mostrando un gesto tal en sus facciones, que el británico había terminado por acomodarse de mejor manera sobre el asiento del auto recién adquirido.
—Me reuniré con alguien antes, Mitch —el rubio comenzó a hablar, terminando por sonreír casi de manera inmediata—, tengo mis medios. Sabré donde está la bomba a tiempo.
—¿De nuevo estás diciéndome que ocultaste información a tu favor? —arqueando una ceja, el menor había terminado por centrar toda su atención en el hombre que yacía a su lado en el vehículo, examinándole de pies a cabeza con la duda asomando por los ojos color miel.
—No saben que me han descubierto, Mitch —arqueó una de sus casi rubias cejas, logrando que la misma apenas sobresaliera por sobre el cristal ahumado de los lentes—, simplemente obtendré lo que necesito y saldré a tiempo para terminar con esto a favor de ambos —alzó los hombros restándole importancia al asunto, pero el nuevo sonido gutural que provino del menor a su lado, le hizo regresar su atención a este.
—¿Me estás jodiendo, Thomas? Ambos sabemos que es el plan más estúpido de la historia.
—No voy a revelarte todas mis cartas, Mitch —. El rubio simplemente había rodado los ojos, terminando por apagar la Tablet para meterla dentro de su chaqueta de cuero—. Estoy pidiéndote que confíes en mí por una jodida vez ¿Entiendes? No voy a traicionarte.
—¿Te crees que me voy a tragar esa putada, Sangster? —esta vez el volante de cuero había terminado por abrirse, cediendo ante las uñas de Mitch que comenzaban a resquebrajar el material debajo de sí mismas.
El rubio simplemente había dejado ir un suspiro fuera de sus labios, terminando por impulsarse en dirección del menor para poder extender la diestra, sujetando con suavidad el mentón recién afeitado del otro. Con la izquierda libre, acomodó los lentes de sol sobre su rubia melena, poco antes de finalmente optar por unir sus labios a los de Mitch. Esta vez no hubo rechazo, no hubo necesidad, no hubo deseo, fueron sus labios compaginando con suavidad, con perfección, complementándose. Solo un beso, eso y nada más.
—Confía en mí —murmuró el británico antes de finalmente volver a colocarse los lentes de sol, deslizándose fuera del vehículo antes de que el castaño siquiera pudiese reaccionar ante ello.
Debía sentirse estúpido, por supuesto. Había fallado su misión en más de un sentido y probablemente estaba poniéndose directamente sobre la boca del cañón. Pero no tenía otra opción, tenía su contacto, la última pista, la opción final.
Había recibido el mensaje codificado horas atrás, cuando estaba enrollado en las piernas de Mitch. Soltó un suspiro apesadumbrado mientras buscaba la cajetilla de cigarrillos en el interior de su chaqueta. El flujo de gente a su alrededor iba y venía, podía sentir pequeños niños chocando contra sus piernas, mujeres pasando a su lado y dedicándole más que una simple sonrisa. Odiaba los lugares concurridos como aquellos.
La plaza se hallaba a unas cuantas calles. El enorme escenario podía verse desde el lugar donde estaba. No habían reparado en gastos, el cierre de campaña sería algo en grande.
Thomas se llevó el cigarrillo a los labios poco antes de comenzar a buscar el encendedor entre sus prendas. Cuando la primera calada llegó a su sistema, todo su cuerpo se relajó al instante. Echó un rápido vistazo a su alrededor y simplemente continuó con su camino. Probablemente había avanzado apenas un par de pasos cuando pudo sentir un par de manos sobre sus hombros. El británico simplemente ladeó el rostro y finalmente fue capaz de divisar la figura de una hermosa pelinegra a su lado.
—Los eventos públicos no son lugares para fumar —murmuró la mujer al tiempo que deslizaba una de sus pequeñas manos sobre la cintura del más alto, terminando por atraerlo de manera inminente contra su cuerpo.
—Es un mal hábito que no puedes evitar —con media sonrisa bailando en sus labios, el británico había terminado por llevar su diestra hasta la pequeña espalda de la joven, limitándose a dejarse llevar por los pasos de la chica, fuera del flujo de gente.
Fue un trecho pequeño, en silencio. Ambos simplemente fueron acompañados por el ruido a su alrededor, por los gritos, por las risas, por las aclamaciones en honor a Ava en la lejanía. Los edificios en varias manzanas a la redonda, habían terminado por ser cerrados, salvo por aquellos que por supuesto, terminaban por ser excepción, elevando sus precios y dando entrada a personalidades de renombre que acudían para observar el evento desde la comodidad de los mismos.
—Están ansiosos por tu informe —murmuró la pelinegra al tiempo que acomodaba las gafas de sol por sobre el puente de su fina nariz, sonriendo brevemente al hombre que les observaba desde la entrada de las puertas de cristal.
—Todo está de acuerdo al plan, Scodelario —replicó el británico por lo bajo al tiempo que continuaba su andar, notando que el hombre enfundado en el traje negro les abría la puerta, permitiéndoles el acceso al enorme lugar.
—Tenemos información yendo y viniendo, Thomas. Las voces se elevan, es tu tío quien ha metido las manos al fuego por tu seguridad —añadió la chica al tiempo que sonreía a una joven mujer, quien casi al instante había terminado por abandonar su posición, guiándolos hasta las escaleras.
—Acabaré con el objetivo esta misma tarde, Kaya —fue una afirmación, la voz del británico no había temblado, por el contrario, una sonrisa se había terminado por pintar sobre sus labios al tiempo que arribaban a uno de los balcones privados del enorme edificio. Había una mesa de dos dispuesta en el lugar mientras una enredadera se alzaba por sobre la pequeña verja de color negro.
—Y volverás con la cabeza de Rapp en una bandeja de plata. ¿No es así? —cuestionó la pelinegra sonriendo ampliamente mientras el tono de burla se pintaba en el medio de sus palabras.
Thomas se había quedado en silencio tras aquello, terminando por elevar ambas comisuras al tiempo que se disponía a tomar asiento en una de las pequeñas sillas de color cobre. Kaya le observó mientras tomaba asiento justo al otro lado de la pequeña mesa redonda de madera, manteniendo la sonrisa en sus labios teñidos en color carmín.
—Es nuestro objetivo encontrar la necesidad en cada ser humano, Thomas —comenzó de nuevo a hablar la pelinegra, optando por quitarse los lentes de sol para colocarlos por sobre el pronunciado escote de vestido matizado en negro—. No pasamos por alto que este hueso ha sido duro de roer. Fueron años antes de entrar a Orión, años antes de acceder a él y a la información. Están dudando, Thomas, los conoces perfectamente bien.
—No los culpo. No me interesa —echándose en dirección del respaldo del pequeño asiento, el británico simplemente había terminado por quitarse el cigarrillo de los labios, terminando por apagar la colilla en el cenicero de cristal que habían dispuesto sobre la mesa, apenas un par de segundos atrás—. Tengo su confianza. Obtendré el resto de la información, solo necesito el resto del plan de Howland.
—¿Por qué crees que tengo esa información, Sangster? —cuestionó la pelinegra mientras clavaba su mirada de color azul en el rubio que se hallaba frente a ella.
—Janson es tu hombre, tu conejillo. La tienes, la obtienes para ellos —esta vez el rubio se llevó la diestra a los rubios cabellos, acomodando un par de estos por detrás de sus orejas al tiempo que observaba con expectación a la joven frente a él.
—¿Le dirás a tu novio que los juegos pirotécnicos harán más que dar un sencillo espectáculo? —cuestionó la pelinegra mientras se llevaba el índice de la diestra a los labios, sonriendo casi al instante.
—El idiota no confía en mí. Necesito que lo haga —alzó los hombros para restarle importancia al asunto, terminando por volver a llevar su diestra hasta la chaqueta de cuero, buscando por segunda ocasión la cajetilla de cigarros dentro de esta.
—Probablemente, si pero no es tan sencillo. Hay un código, Tommy. ¿Comprendes? —murmuró la mujer al tiempo que apartaba el dedo de sus labios, terminando por mover la cabeza hacia un lado para poder acomodar la melena que se desparramaba sobre sus hombros desnudos—. Lo activará a distancia. Nuestro amigo estará desde un lugar seguro esperando para orquestar su último acto.
—¿En un radio de un kilómetro? —el rubio simplemente sonrió, terminando por colocarse un cigarrillo sobre los labios al tiempo que terminaba por ponerse de pie—. Cuánta originalidad.
—Thomas, una cosa más —la voz de Kaya se dejó ir una vez más, logrando que el rubio frenara en seco todas sus acciones y posará sus ojos pardos en la figura de la mujer—, lo siento.
El británico abrió los ojos con confusión, poco antes de sentir el dolor sobre la base de su nuca. No escuchó más, no vio más. La imagen de Kaya se desvaneció con lentitud ante él.
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El flujo de la gente a su alrededor le tenía mareado, exasperado. No recordaba cuando había sido la última vez que había estado en el medio de algo como aquello.
Terminó por llevarse la diestra al rostro para repasar sus facciones con la misma. Llevaba casi una hora sin saber absolutamente del rubio. ¿Acaso era novedad? Estaba confiando en un idiota que le había traicionado en más de una ocasión ¿No era así? Apretó los labios en una fina línea poco antes de apartarse de la pared sobre la que yacía apoyado, terminando por volver a caminar en el sentido en que la gente estaba yendo por aquel instante. Debía existir una pista, lo que fuera.
Howland actuaría dentro de unas cuantas horas y estaba a punto de fracasar en más de un sentido por aquel momento. Soltó un suspiro exasperado poco antes de detenerse al segundo que pudo divisar el enorme escenario que se alzaba a unas cuantas manzanas a lo lejos.
Había una valla de seguridad que mantenía un rango de apenas unos cuantos metros del escenario. De lado del mismo, había otra pequeña construcción de madera, donde claramente, podía notar el variado espectáculo de fuegos artificiales que se alzarían ante el cierre de la campaña. Bajó la mirada y observó la hora en el reloj que portaba en la izquierda: contaba con poco menos de dos horas para ello. Apresuró su paso y se hizo espacio en el medio de cabezas, brazos, y niños, al tiempo que su atención acababa por dispararse en todas las direcciones posibles, esperando el más mínimo indicio de aquel sujeto: nada.
Cuando su mirada volvió a fijarse en el frente del lugar, fue capaz de notar a una hermosa mujer enfundada en un vestido negro, quien yacía justo a unos cuantos pasos de a él, observándole con una amplia sonrisa sobre sus labios tintados en carmín. Unos lentes de sol descansaban sobre el puente de su nariz.
La mujer extendía la diestra en su dirección. Mitch dudó durante un minuto ante aquel inusual gesto, terminando por alzar una de sus cejas al tiempo que detenía por completo su andar. Sus ojos de posaron sobre las uñas tintadas en tono carmesí, en los dedos inusualmente estilizados que sostenían un pequeño papel de color blanco en el medio de ellos. Cuando alzó la mirada, pudo notar que la mujer aún mantenía su atención fija en él, pero sus comisuras habían descendido y la sonrisa había desaparecido como mera consecuencia de ello.
Ahora susurraba algo. Sus labios teñidos en rojo se movían de arriba hacia abajo. Mitch entrecerró los ojos y trató de comprender algo de aquello: imposible. El ruido a su alrededor lo exacerbaba, le dejaba en desventaja. La mujer continuó hablando, susurrando, repitiendo una y otra vez lo único que logró comprender en el movimiento de sus labios: un nombre, Thomas.
Mitch abrió los ojos con sorpresa por aquel segundo terminando finalmente por coger el papel que la mujer le extendía en su dirección. Al abrirlo pudo leer en una fina letra lo que parecía ser, una dirección. Entrecerró los ojos durante un segundo poco antes de volver a levantar la mirada dispuesto a cuestionar a la pelinegra, pero esta, había desaparecido en el medio del mar de gente que se alzaba a su alrededor.
Mitch parpadeó confundido, tratando de entender lo que acababa de suceder. Volvió a observar el papel y memorizó la dirección. Alzó la mirada y pudo observar el cartel que se alzaba en una de las esquinas del boulevard. Si sus cálculos no fallaban, ese lugar no se hallaba lejos de ahí. A todas luces, aquello parecía una trampa más. ¿De dónde había salido esa mujer? Apretó los labios y palpó el interior de sus prendas, en búsqueda del arma que había logrado burlar del retén de seguridad: era todo o nada.
Apresuró sus pasos y esquivó a las personas que se atravesaron en su camino, trató de buscar a la pelinegra, pero de ella no quedaba rastro. Volvió a fijarse en los letreros sobre las calles, divisando finalmente aquella que estaba escrita en el papel que estrujaba en la diestra.
Caminó sobre aquella calle que apenas contaba con un par de transeúntes. Indagó en los números tallados a mármol sobre las entradas de los locales, logrando divisar el que finalmente, marcaba el número quinientos veinte. Era una tienda común, de antigüedades, que a simple vista, parecía estar cerrada. Observó el cristal de la vitrina, quiso llegar más allá de lo que su vista le ofrecía. Nada. Dio otro par de pasos más, hacia el pequeño callejón que se alzaba justo a un lado de la tienda, notando el contenedor de basura obstruyendo el camino del mismo. Justo detrás de este, pudo notar a un hombre que hablaba por celular de manera apresurada. Volvió a llevarse la diestra hasta la chamarra de tela, palpando por segunda ocasión el arma.
Cuando se acercó lo suficiente, pudo notar el claro acento británico del sujeto. El resto de sus palabras no tenía sentido, no había un hilo, un índice. Misión, lo tenemos, está dentro, bomba. Las palabras claves estaban ahí, regadas, a pedazos. Caminó, se deslizó detrás del contenedor y aguardó. El sujeto continuaba hablando, repitiendo lo mismo, bajando el tono de voz.
—De acuerdo, procederemos con él, Señor Sangster —aquello fue lo último que necesitó para unir las piezas, para terminar el rompecabezas.
Se deslizó fuera de su escondite en cuestión de segundos. El hombre apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el castaño terminara por sujetarle de los cabellos y estrellarle la cabeza contra la pared cercana. Le observó desplomarse en el suelo, optando por sujetarle de los hombros para alejar al sujeto inconsciente fuera de las miradas en el exterior del callejón.
Cuando se aproximó a la pequeña puerta de metal, notó el olor a humedad que tenía el interior del edificio.
El interior estaba iluminado por una luz mortecina que se desprendía de una pequeña lámpara en el medio de la habitación, notó las escaleras al fondo, donde un sujeto estaba fumando un cigarrillo de manera distraída.
Volvió a guardar el arma en el interior de sus prendas poco antes de escabullirse al interior, aprovechando la escasa luz para poder pasar desapercibido a la atención de aquel sujeto. Esta vez la suerte no optó por acompañarle. El hombre había terminado por reaccionar cuando Mitch casi había terminado por echársele encima.
Sintió el golpe en su abdomen, perdió el aliento un instante. Cuando alzó la mirada pudo percibir el segundo exacto en que el hombre le sujetaba de la melena castaña, estrellándole contra la madera de una de las vitrinas. Mitch apenas y pudo reaccionar ante ello, utilizando el apoyo momentáneo detrás suyo para tomar impulso, estrellando una de sus rodillas contra el estómago de aquel sujeto. Cuando el hombre retrocedió, el castaño aprovecho la oportunidad para tomar uno de los pedazos del cristal a su favor.
Embistió al hombre por segunda ocasión. Los golpes entraron en ambas direcciones, aunque esta vez, el filo del cristal jugó a favor del americano. El piso se tiñó de carmín al segundo exacto en que el menor logró asestarle un golpe mortal al sujeto, quien tras unos momentos, acabó contra el piso ahogándose en la sangre que manaba de la enorme abertura en su cuello.
Mitch observó aquello durante un momento, poco antes de finalmente dejar caer el cristal al piso, volviendo a sacar la beretta que guardaba entre sus prendas.
Cuando pisó el primer escalón pudo percibir el crujir de la madera. Alzó la mirada y memorizó los pasos que le separaban del siguiente piso. Disminuyó su andar, silenció en lo posible su andar. Cuando arribó a la segunda planta, no encontró más que basura inservible, más mercancía de la tienda. Apretó de nuevo los labios y continuó subiendo, deteniendo sus pasos cuando las voces comenzaron a llegar lejanas, aumentando de tono ante cada escalón que dejaba atrás. La voz del británico era inconfundible, reía, discutía. Fueron los escalones acabándose los que finalmente le dieron la pauta para observar el interior de la habitación: el rubio estaba en el medio, atado a una silla, y un hombre le miraba inquisidor desde el otro extremo de la habitación.
—Mitch, llegaste, me alegra, pensé que jamás vendrías.
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