Capítulo 7
Los ojos de Mitch se abrieron de sobremanera ante aquello. Se había quedado inmóvil en el alfombrado del piso, sin terminar de procesar lo que había sucedido.
Alexander mantenía la boca del arma en su dirección, mientras su rostro se llenaba de una indiferencia que el castaño, jamás había sido capaz de contemplar en él. Movió sus ojos en la lacerada figura del mayor, examinándole en silencio, deteniéndose solamente cuando fue capaz de perderse en los pardos que tan bien ya había memorizado hasta ese instante.
Fue un flaqueo, una cosa de nada. El rubio separó los labios y arrugó el entrecejo, terminando por bajar la mirada, como si estuviese dudando de sus acciones.
Mitch utilizó su oportunidad. Se puso de pie en menos de un instante, llevando la diestra hasta la muñeca del rubio. El disparo que brotó del arma acabó contra la ventana, al tiempo que el cuerpo del rubio cedía ante la fuerza del menor, acabando por impactarse contra la pared más cercana de la habitación.
Aunque Alexander buscó reaccionar ante la ofensiva del castaño, el golpe que se impactó en su mejilla le hizo mantenerse quieto. Un nuevo estallido de sabor metálico se instaló en su boca, poco antes de sentir como Mitch le sujetaba de los hombros, estrellando su cabeza contra la pared detrás a sus espaldas. La habitación comenzó a moverse. Otro golpe. El rostro de Rapp comenzaba a desvanecerse. Otro golpe, y la oscuridad finalmente hizo acto de presencia a su alrededor.
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Abrió los ojos cuando su sistema se disparó abruptamente. Todo su cuerpo entró en tensión al tiempo que buscaba moverse: imposible. Descansaba sobre una silla metálica, totalmente inmovilizado de pies y manos.
—Adrenalina, Jones —la voz de Hurley le hizo llevar sus ojos pardos hacia la figura que yacía a unos cuantos pasos de donde él se hallaba—. No sé si debo seguir llamándote Jones, dudo mucho que ese sea tu verdadero apellido.
Alexander solo desvió la mirada, cerrando los ojos y sonriendo brevemente. Pero eso fue todo, ni una sola palabra brotó de sus labios por aquel instante.
—Así que ¿Mitch era tu objetivo, eh? —el veterano caminó por la habitación, colocando sus manos en la espalda sin atreverse a darle siquiera una mirada al rubio atado en la silla de metal—. ¿De dónde vienes? ¿Cómo mierda lograste colarte entre nuestras filas?
De nuevo silencio. El rubio se limitaba a mantener la cabeza baja, sin atreverse a mirar al hombre que aún caminaba alrededor suyo.
—Alexander, voy a preguntarlo de nuevo —esta vez los pasos de Hurley se detuvieron justo frente al rubio, antes de que el veterano acabara por apoyar las manos sobre los brazos atados del menor—. ¿Quién eres?
Una sonrisa y eso fue todo. El ex –marine soltó un grito de exasperación, apartando sus manos del menor al tiempo que se daba la media vuelta y salía de la habitación.
El rubio se quedó quieto tras aquello, sintiendo aún como su cabeza palpitaba y cada miserable músculo de su cuerpo exigía por descanso. Pero la maldita inyección de Hurley aún corría por sus venas, haciéndole mantenerse consciente por aquel instante.
Echó la cabeza hacia atrás y analizó el techo de la habitación. No recordaba ese edificio. En realidad, dudaba mucho saber siquiera donde se encontraba por aquel instante.
Cerró los ojos durante un segundo poco antes de escuchar el sonido metálico de la puerta abriéndose de nuevo. Esta vez la persona que ingresó no se trataba de Stan. Era un pelinegro que jamás en su vida había visto, llevaba un maletín y su rostro mostraba tanta indiferencia, que realmente dudaba que ese sujeto siquiera tuviese un atisbo de humanidad.
El hombre se mantuvo en silencio al tiempo que halaba una mesa de metal que descansaba al otro lado de la habitación, colocándola justo delante de donde se hallaba sentado el rubio. Con sumo cuidado, el recién llegado colocó el maletín sobre el mueble de metal, terminando por abrirlo para poder mostrarle a Alexander el contenido.
Los ojos pardos del rubio se abrieron por unos segundos, analizando a detalle los múltiples instrumentos que el extraño maletín contenía en su interior.
—Tienes una oportunidad, Alexander, responde la pregunta —el hombre hizo una pausa al tiempo que cogía un pedazo de tela y un pequeño tubo cilíndrico de metal. El rubio le observó en silencio, mientras el hombre colocaba la tela doblada sobre su brazo derecho, elevando el pequeño tubo de metal oscuro sobre la misma—. ¿Quién eres?
El rubio cerró los ojos y se mantuvo en silencio. Lo siguiente que sintió, fue el impacto del extraño objeto sobre la tela en su brazo, haciéndole gritar casi de manera instantánea.
—¿Quién eres? —el hombre volvió a preguntar, al tiempo que se apartaba del rubio, rodeando la silla y colocándose al otro lado de la misma. La tela acabó sobre el brazo izquierdo del rubio, mientras que la pequeña porra se elevaba nuevamente a la altura de la misma.
El rubio guardó silencio. El nuevo golpe le hizo gritar por segunda ocasión.
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—¿Por qué no permaneciste en la habitación? —Irene observaba al veterano que estaba apoyado contra una de las paredes del exterior del edificio, fumando un cigarrillo.
—Lo sabes, señorita subdirectora, no necesito responder a eso —Hurley le dio otra calada a su cigarrillo al tiempo que cerraba los ojos, evitando la mirada que la mujer le estaba dedicando por aquel instante.
—Es el mismo trato que le damos a todos, Stan —. Irene hizo una pausa, soltando un amplio suspiro al instante.
—Él no es un maldito objetivo, Kennedy. Es nuestro hombre, y si no entiendes esa mierda, ahórrate las preguntas —con un tono de voz completamente exasperado, el ex –marine había terminado por darle una segunda calada a su cigarro, tamborileando uno de sus pies contra el suelo.
—Estuvo a punto de matar a nuestro mejor elemento —la mujer volvió a observar al hombre, al tiempo que se cruzaba de brazos y trataba de entenderlo—. Y admitió que Rapp era su objetivo —de nuevo guardó silencio, al tiempo que fijaba su atención en el extenso campo que se alzaba frente a ellos.
Cuando Mitch se había comunicado con ellos, habían respondido de inmediato. La misión se había pausado, permitiendo que trasladaran al rubio a una de las pequeñas cabañas fortificadas de la CIA, fuera de la ciudad. Era uno de esos lugares que tenían habitaciones a prueba de ruidos, donde habían pasado más hombres de los que Irene siquiera pudiera recordar por aquel instante.
Aunque el castaño les había acompañado, él mismo se había mantenido al margen de la situación.
—Pero no lo hizo —Hurley se mantenía inmutable, aun apoyado contra la pared del lugar mientras acababa el resto del cigarrillo que tenía en los labios.
Irene estuvo a punto de contestar aquello, pero el sonido de su móvil le hizo guardar sus palabras por aquel momento. Se llevó el aparato al oído, aún cuando la charla no duró más que unos segundos.
—No importa. Tenemos un nombre —la mujer sonrió de inmediato, al tiempo que se guardaba el móvil entre el elegante saco de color negro y reingresaba al lugar.
Hurley le observó durante un segundo, antes de finalmente, atreverse a tirar la colilla del cigarrillo al piso para posteriormente, darle alcance a la fémina.
El interior de la jodida construcción no era para nada comparable con el exterior. Cada una de las habitaciones estaba equipada con equipos de alta tecnología, y había al menos unos veinte hombres trabajando detrás de los monitores de las computadoras. Era una de esas joyas de la CIA, uno de esos lugares secretos de los que nadie sabía, o quizá, los que sabían, ya estaban muertos.
Los pasos del veterano se detuvieron al segundo que un hombre se colocó en el medio del camino de Irene, entregándole una carpeta de color marrón antes de retirarse.
La subdirectora le dio un vistazo a las páginas del interior, elevando sus pequeñas cejas a modo de sorpresa antes de sonreír brevemente. Hurley simplemente le observó exasperado, soltando un gruñido al aire para exigir saber de qué se trataba todo aquello.
—¿Habló? —cuestionó el hombre tras un largo minuto de no obtener ni un jodido pío por parte de la mujer de color frente a él. Irene solo negó ante ello.
—Está entrenado. No solo por nosotros, Hurley, sino por los suyos. No obtuvimos más que insultos de sus labios. Pero un par de modismos nos entregaron lo que necesitábamos, Stan —la mujer volvió a sonreír al tiempo que terminaba por extender la carpeta en la dirección que se hallaba el veterano.
Hurley tomó el expediente casi de inmediato, abriendo el folder manila para poder leer con premura la información que habían obtenido del rubio.
Su verdadero nombre, era Thomas, Thomas Sangster. El muchacho era de ascendencia británica, y tal parecía, había sido moldeado en un programa exclusivo del que poco había escuchado hasta ese instante. Ahora todo comenzaba a cobrar sentido.
—Si debo ser sincera, nunca había tenido el placer de toparme con un egresado de ese programa —la mujer volvió a cruzarse de brazos, mientras dejaba que el silencio se instalara entre ellos.
—¿De qué programa estamos hablando, Señor? —Mitch había aparecido justo detrás de Hurley, quien casi de inmediato había terminado por apartar su atención del expediente, terminando por girarse para poder enfrentar la mirada color miel del chico.
—El programa Red Sparrow, Rapp —la mujer de color había tomado la palabra, al tiempo que daba un paso en la dirección que se hallaba el castaño, logrando que la atención de este pasara del veterano, a ella—. Thomas es un Sparrow.
La mirada de confusión se instaló en el rostro de Mitch casi al instante, quien había terminado por dirigir sus ojos una vez más hacia el ex –marine, rogando mudamente por una respuesta.
—Son espías entrenados para utilizar... Sus cualidades físicas —el hombre hizo una pausa al tiempo que recibía una mirada peculiar por parte del castaño—. Por eso nuestro estimado rubio se tomó la molestia de seducirte, Rapp. Quería obtener información de ti, de nosotros, de Orión —hizo una pausa, terminando por extender el expediente en la dirección que se hallaba el castaño.
Mitch guardó silencio al tiempo que cogía la carpeta en sus manos, dándole un vistazo al contenido de la misma. Una foto de Thomas adornaba la parte superior, debajo de esta, se podía leer su nombre, su edad y su lugar de procedencia. No habían más datos relevantes, salvo por la palabra Sparrow resaltada en rojo, en conjunto con las siglas de la MI6 que acompañaban a esta.
Cuando alzó de nuevo la mirada, Hurley le observaba en silencio, como si estuviese esperando su reacción a ello.
—Eso no explica como supo el nombre de nuestro objetivo, señor —el castaño se mantuvo indiferente ante el torbellino de información recibida. Las piezas no acababan de encajar, y aquello no hacía más que inquietarle.
—Responde a la MI6. Estamos tratando con un desertor de la corona. Nuestro chico sabe más de lo que quiere aparentar. Solo estaba jugando con nosotros —Irene hizo una pausa al tiempo que la exasperación volvía a pintarse en sus facciones. Tras aquello no dijo más, no cuando una mujer bajita de cabello corto se aproximó para poder susurrarle algo al oído.
Tras disculparse con Mitch y Hurley, Irene finalmente terminó por seguir a la chica bajita, perdiéndose en uno de los pasillos del lugar.
—¿Señor? —el castaño observó a Hurley, quien mantenía la vista fija en algún punto inexacto de la nada.
—Te asignaremos un nuevo compañero, muchacho —soltó un bufido y simplemente rodó los ojos, realmente harto de toda la situación en la que habían acabado por ese instante—. De Sangster obtendremos todo lo que necesitamos antes de que sea trasladado a la central de la CIA, ellos decidirán qué hacer con él.
El castaño se quedó mirándole fijo por un largo minuto, dejando que sus labios se quedaran sin poder pronunciar palabra alguna.
—Entendido, señor.
No existieron palabras después de ello. Mitch sabía perfectamente lo que le esperaba al rubio.
Apretó los labios y simplemente se dio la media vuelta, dispuesto a volver justo por donde había llegado.
Sus pasos le dirigieron hasta el exterior del lugar. El aire fresco del campo le recibió casi de manera inmediata, haciéndole cerrar los ojos casi como mera consecuencia de ello. Cuando sus parpados volvieron a abrirse, notó la singular flota de vehículos que yacían aparcados en el terreno llano cercano. Sus ojos rápidamente se posaron en el auto que estaba al final de la fila, terminando por dirigir sus pasos hasta el mismo.
Deslizó la diestra dentro de sus vaqueros, sacando una pequeña llave de color plateado. Por supuesto, cuando Hurley se diese cuenta que se le había apañado, probablemente estaría en problemas.
De todos modos, no importaba demasiado, no cuando ya se había fijado una meta en su mente por aquel instante. Esta vez optó por abrir la puerta del conductor, deslizándose dentro del vehículo. Tras cerrar la pesada puerta del mismo, se quedó totalmente quieto detrás del volante al tiempo que su mirada se dirigía hacia la única salida de la pequeña fortificación.
Segundos, Minutos, casi una hora. Se mantuvo completamente en silencio observando como el sol comenzaba a ascender, permitiendo que el campo frente a él se iluminara, dándole la oportunidad de ver la pequeña carretera que se alzaba no muy lejos de donde se encontraba.
Llevó las manos al volante del vehículo y se aferró al plástico del mismo, notando como sus nudillos quedaban completamente blancos tras la singular acción.
El sonido de la puerta del lugar abriéndose recuperó su atención al instante. Un grupo de cinco hombres abandonaba el recinto, y justo en el medio de ellos, se encontraba la figura rubia que tan bien ya conocía hasta ese instante. Thomas mantenía la mirada en alto, con su porte elegante pese a la jodida situación en la que se hallaba. Pudo ser capaz de distinguir los múltiples golpes y cortes que adornaban su rostro, haciéndole apretar los dientes casi al instante.
Le hicieron abordar una camioneta de color negro que se hallaba justo en medio de la flota de autos, antes de que los demás hombres se adentraran de igual manera al interior del vehículo, el cual, no demoró más que unos minutos en arrancar.
El chirrido de las llantas alzó una pequeña cortina de polvo antes de que el vehículo se dirigiera con premura hacia la pequeña carretera del lugar.
Tras aquello, Mitch no dudó de su plan ni por un instante. Encendió el vehículo casi de inmediato, terminando por arrancar un nuevo chirrido de llantas contra el inestable terreno. Esperó apenas un minuto antes de finalmente, terminar por darse a la tarea de seguir la camioneta.
Sabía de antemano, que trasladarían a Thomas a una de las instalaciones centrales de la CIA, eso significaba un trayecto en auto de casi cuatro horas. Bajó la mirada por unos segundos y notó que el pequeño reloj digital del vehículo marcaba poco antes de las nueve. Apretó los labios y piso el acelerador.
Si no calculaba mal, se encontraba a poca distancia de la camioneta color negro en que trasladaban al rubio.
No pasaron más que unos minutos, antes de poder notar la primera vuelta pronunciada que se abría en el camino, percatándose que el vehículo al que seguía, se hallaba en la misma. Volvió a pisar el acelerador para poder utilizar lo inestable del camino a su favor, sorteando la misma pronunciada curva, con tiempo de sobra.
Esta vez fue capaz de notar la parte trasera del vehículo a apenas unos cuantos metros de distancia, disponiéndose a darles alcance segunda ocasión. A lo lejos, podía distinguir con claridad una segunda curva, era ahora o nunca.
Apretando la mandíbula fieramente, el castaño había terminado por pisar el acelerador a fondo, permitiendo que el frente de su vehículo acabara por impactarse contra la parte trasera de la camioneta negra, la que se terminó por desestabilizar casi en un instante.
El chirrido de las llantas contra el pavimento, le hizo saber de inmediato que el motor de su propio vehículo se estaba forzando, arrastrando el otro armatoste hasta la superficie inestable de la base de la montaña que se alzaba en el camino. El fuerte impacto de la furgoneta negra contra esta, le hizo frenar de golpe, sintiendo como su cuerpo entero se mantenía anclado al asiento gracias al cinturón de seguridad que llevaba puesto.
Se apresuró a bajar el vehículo, sacando la Taurus que se guardaba en el bolsillo interior de la chamarra color negro que portaba de momento.
Uno de los hombres bajó del vehículo semi destrozado, pero siquiera fue capaz de apuntar su arma hacia el castaño, pues este había terminado por instalar una bala en una de las piernas del sujeto. Cuando este se desplomó, un segundo elemento le hizo frente al muchacho. Mitch se apresuró a disparar por segunda ocasión, ocasionando que el hombre cayese al piso fulminado por la bala que se instaló en su muslo.
Cuando se aproximó hasta el interior de la camioneta, fue capaz de notar a otro par de los hombres inconscientes, al tiempo que el rubio se encargaba de sofocar la vida del último, enrededando sus piernas al cuello de este.
Mitch se limitó a apuntarle con el arma por unos segundos, logrando que los ojos pardos del muchacho se centraran en él durante ese lapso de tiempo.
Esta vez el castaño fue capaz de notar el pronunciado corte que se alzaba sobre la ceja derecha del británico, uno de sus pómulos estaba en tonalidad carmín, mientras que su ojo derecho nadaba en un mar de pequeñas venas rojizas. Bastó aquella imagen para que Mitch bajara el arma y extendiera la diestra justo en la dirección en que se hallaba el rubio.
Thomas le observó renuente, confundido. Sus manos estaban atadas a la altura de las muñecas con unas esposas metálicas que no se miraban nada cómodas.
—¿Qué demonios haces, Rapp? —la pregunta rompió el silencio entre ambos. El castaño se limitó a buscar entre las ropas de uno de los hombres inconscientes, tratando de dar con la llave para liberar al rubio.
—Terminando el caso sin importar los medios —con un tono completamente indiferente, el menor había dejado ir aquella respuesta.
Thomas sonrió casi al instante, notando como Mitch finalmente daba con la llave, no demorando absolutamente nada más en liberarle de sus ataduras. Seguidamente de ello, el castaño le sujetó de una de las manos, halándole con suavidad fuera del vehículo.
Caminaron en silencio hasta el auto que el castaño había llevado consigo, deslizándose dentro sin que siquiera una mínima palabra su hubiese fugado de los labios de ambos.
Mitch volvió a coger el asiento del conductor, mientras que Thomas se deslizaba en el del copiloto, dedicándole al otro un par de miradas de vez en cuando.
—Tenemos que cambiar de vehículo —soltó el rubio al tiempo que el trasto retomaba camino en la carretera, un logro bastante significativo si consideraban el estado deplorable en que había acabado el auto.
—Lo haremos en el siguiente poblado —Mitch suavizó su tonó, limitándose a observar al otro apenas por el rabillo del ojo. De nuevo volvió a perderse en su figura, en su chaqueta de cuero negro, en la pronunciada herida que ostentaba su rojizo labio inferior. Sus dorados mechones estaban dispersos, y Thomas los acomodaba distraídamente detrás de sus orejas—. Howland. Suéltalo todo, Sangster.
Thomas sonrió y ladeó el rostro casi de inmediato, observando al castaño con un gesto de dolor fingido.
—Pensaba que me habías liberado porque me amabas. Rompes mi corazón, Mitch —aquello simplemente arrancó un gesto de hastío por parte del menor, quien se había limitado a rodar los ojos al tiempo que volvía a centrar su completa atención en el camino. Thomas volvió a acomodarse en el asiento, llevándose la diestra hasta su antebrazo izquierdo, repasando el mismo para poder aliviar la zona con el movimiento—. Trabajó para la MI6, en el centro de desarrollo de nuevas tecnologías.
—¿Nuevas tecnologías? —Mitch apartó sus ojos del camino durante un instante, logrando percibir la intensa mirada que el rubio le regalaba.
—Armas, Mitch, armas. El sujeto no estaba bien del todo. Lo mandaron a una misión suicida y lo dieron por muerto —el rubio se alzó de hombros y apoyó la coronilla contra el cristal de la ventana de la puerta.
—¿Cuál es su relación con Paige? —Thomas mantuvo la indiferencia en sus facciones. El rubio sabía de todo eso, y simplemente, se había guardado información importante solo para él.
—No tiene una relación con Paige. Nuestro amable sujeto está tratando con Dominika y el dinero transferido no solo llegó de una fuente, Mitch —el rubio hizo una pausa, terminando por abrir los ojos para volver a clavar su mirada en el perfil del castaño—. El verdadero benefactor de nuestro estimado lentes de botella, es Janson Park. El candidato de la oposición —esta vez volvió a cerrar los ojos, el cansancio comenzaba a vencerle lentamente por aquel instante.
—¿El sujeto con cara de Rata? —Mitch volvió a apartar la mirada del camino, observando como su rubio compañero comenzaba a ceder poco a poco ante la inconsciencia. ¿Thomas se sentía tan confiado como para echarse una siesta con él presente? Quiso reír ante eso. Probablemente era algo que lo tomaba por sorpresa en más de un solo sentido.
—Mitch... Utilizaron a Paige. La mataran, Dominika sabe que jamás sospecharían de ella. Todo es una trampa.
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