Capítulo 5

Los pasos de Irene resonaban en todo el lugar. En la pequeña habitación rodeada de cristales, podía apreciarse una enorme pantalla justo en el medio. La mesa con seis sillas yacía casi desocupada, salvo por el veterano, todos estaban de pie, observando la imagen que se había podido obtener de las cámaras del muelle.

No tenían más indicios de él, más que una cuenta bancaria vacía y dos tiroteos en diversos puntos de la ciudad, justo en la misma noche.

Quedaba claro a ese punto, que lo que estaba armando estaría completo en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo corría y no precisamente a su favor.

—El resto de la agenda de Dimitri no nos dice nada. Localizamos transferencias a favor de un alias: María Petronova. No hay ni un solo rastro de la mujer. Tenemos agentes investigando en Rusia, pero no tenemos ni una sola pista —. Irene se llevó la diestra a la sien, dándose un ligero masaje en la misma, denotando exasperación en cada movimiento.

—¿Estamos en un callejón sin salida? —la voz de Rapp logró capturar la atención de los ahí presentes. Tenía un tono irónico, quizá hasta molesto—. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Estamos como al inicio —rectificó la mujer de color, arqueando una ceja al tiempo que le dedicaba una mirada inquisidora al castaño presente en la sala.

—¿Por qué no contactan a la SVR? —el rubio se hallaba al otro lado del reducido salón, jugueteando con un cigarrillo apagado entre sus labios.

—Establecer una alianza con ellos a este punto, no es factible. Tenemos a nuestros hombres moviéndose ahí. No es necesario involucrar a la SVR de manera directa, Jones —la mujer hizo una pausa, notando el enorme hematoma color rojo que se dejaba ver en el cuello por encima de la chaqueta de cuero del rubio. Rodó los ojos tras ello y simplemente optó por verter su atención en el castaño.

—Estamos en un punto muerto y nuestro hombre ya casi termina su lista de útiles escolares. Esperaremos a que asome la cabeza —Hurley finalmente había salido de su silencio, terminando por ponerse de pie para caminar en la dirección que se hallaba Irene—. Tenemos un jodido alias, H-32. Tenemos cuentas, y agentes moviéndose en diversas partes del globo, Irene, estamos jodidos si no logramos conectar una cosa tan simple como esa.

Mitch solo rodó los ojos ante eso, terminando por elevar la diestra para rascar suavemente su mentón. Durante un segundo, sus ojos se hallaron perdiéndose en la mirada pardo del rubio, quien parecía bastante entretenido al otro lado del salón, escrutándole en silencio.

—Dimitri tenía amantes —soltó Alexander sin apartar la mirada del castaño, al menos por unos segundos, tras ello una escasa sonrisa se pintó en sus rosados labios.

—Hemos interceptado a cada una de las mujeres de la lista, ¿Por quién nos tomas? —la mujer se había cruzado de brazos y al tiempo que le dedicaba una mirada de hastío al rubio. Estaba desesperada a ese punto. No saber a qué se enfrentaban la tenía lo suficientemente alterada como para hacerla actuar de aquella manera.

—Como un par de ciegos que no ven más allá de su nariz —el rubio simplemente se puso de pie, buscando entre sus prendas el único encendedor que se cargaba por aquel instante. Aunque por supuesto, la mirada que le dedicó Irene por aquel momento, le hizo desistir de su claro objetivo.

—¿A qué rayos te estás refiriendo, niño bonito? —los ojos de Hurley casi le asesinaron por aquel instante, pero el rubio se mantuvo sonriente y de pie.

—Nuestro hombre no solo estaba interesado en mujeres, Kennedy. Deberían empezar a abrir los ojos. Los detalles son los que cuentan.

Mitch miró su reloj por milésima vez. Llevaban más de dos horas sentados en la misma banca esperando a que el pelinegro saliera del local.

Habían localizado el nombre del muchacho dentro de la agenda del acaecido empresario, no demorando absolutamente nada en averiguar que se trataba del hijo de una acaudalada familia del este de Kentucky. Heredero de una fortuna con acceso a la información y con un cerebro gloriosamente dotado para la computación. Un blanco perfecto.

Lamentablemente, después de la muerte de Dimitri, el muchacho había aumentado su seguridad, rodeándose de un par de hombres fieramente armados que le acompañaban a cada esquina en que se perdía.

Alexander estaba a su lado, fumando un cigarrillo, como casi siempre. Hurley se encontraba en un auto aparcado a la siguiente esquina de la calle. Hank estaba sentado en la fuente al otro lado de la cafetería. Tenían todas las salidas posibles completamente rodeadas, si William abandonaba el lugar, no demorarían más que segundos en darse cuenta.

—Me mareas, Rapp —el rubio finalmente había apartado su mirada de la cafetería, clavando sus ojos pardos en el castaño. La mirada color miel de Mitch se elevó unos segundos, negándose a dejarse ver, escondiéndose detrás de los cristales ahumados de sus lentes de sol.

—No estoy precisamente de acuerdo en continuar trabajando contigo —hizo una pausa y le dedicó una mirada al rubio, quien con las piernas cruzadas en la banca, había vuelto a colocar su mirada en un punto inexacto de la nada.

Mitch apretó los dientes apenas fue capaz de notar las múltiples marcas que sobresalían del blanco cuello del agente, terminando por rodar los ojos para alejar de su pensamiento la noche que había cedido finalmente ante él. No había reparado en ello en todo el día, pero apenas tenía unos cuantos momentos a solas con ese estúpido agente, su cuerpo parecía vibrar ante el mero recuerdo. Se maldijo para sus adentros y simplemente optó por observar cualquier detalle a su alrededor, el que fuera, aquel que le mantuviera lejos de ese hombre con aroma a Armani y nicotina.

—Si te hace sentir mejor, yo tampoco he cambiado de opinión —esta vez, el rubio exhaló el humo del cigarrillo al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por unos instantes y perdiéndose en el sonido que se alzaba alrededor de ellos: niños jugando, la fuente cercana, coches yendo y viniendo sobre la avenida.

—¿Piensas que algo cambiaría entre nosotros solo por eso? —con tono irónico, el castaño había desviado su mirada nuevamente hacia la cafetería, elevando la diestra para apretar el puente de su nariz con un par de dedos. De verdad, comenzaba a desear poder contradecir al ex marine y cambiar de posiciones con Hank.

—Tendría que ser muy idiota para confundir un buen polvo con algo más—. Alexander usó un tono despreocupado, como si realmente estuviese olvidando que estaba jugando a joderle la paciencia al americano—. Aunque, debo admitir que he tenido mejores —esta vez una sonrisa acabó por pintarse en los labios del rubio, al tiempo que Mitch giraba la cabeza para clavar sus ojos mieles en él.

—No sé porque no me sorprende —Mitch soltó aquello con un tono indiferente, sin detenerse a reparar en el gesto que sus palabras habían arrancado del rostro del rubio. No le importaba, mientras menos tocaran el tema para él muchísimo mejor. Un desliz, eso era todo. Seguía odiando al idiota rubio con cada fibra de su cuerpo.

Además, Alexander le irritaba en más de un sentido. Podía pasar de ser un maldito manipulador sexual a un tipo jodidamente exasperante. Bien, eso pronto dejaría de tener importancia: apenas acabaran la misión, establecería un continente de distancia con él de ser necesario. Ese hombre tenía algo que le hacía ceder, ese algo que le había hecho perder la cabeza por un instante, aun cuando se había jurado no volver a pensar en nadie más después de ella. Katrina. El nombre de la rubia surcó sus pensamientos sin permiso alguno, haciéndole cerrar los ojos y apretar con fuerza los parpados por al menos, un instante.

—Pero... —la voz de Alexander había vuelto a cortar los sonidos a su alrededor, al tiempo que el rubio se inclinaba en la dirección que se hallaba el castaño. Rapp solo había girado brevemente el rostro, encontrándose con los labios del rubio a tan mínima distancia, que casi pudo respirar el aroma a tabaco que se desprendía de él por aquel instante—. Podemos repetirlo cuando quieras.

El tono insinuante que el mayor había utilizado le hizo mirarle inquisidor. De nuevo ahí estaba el maldito hombre que buscaba descolocarlo con sus ademanes, con sus frases, con sus gestos terriblemente cautivadores. Parecía que Alexander estaba hecho para eso: seducir. No lo había notado, no hasta después de esa noche.

—No sueñes, Jones —los ojos de Mitch se mantuvieron fijos en los labios entreabiertos del rubio, quien por aquel segundo, dejaba que media sonrisa se instalara en estos.

No bastó más que aquello para volver a ceder al deseo. Cuando el rubio se impulsó hacia adelante, el castaño lo hizo hacia él. Fue un gesto condicionado, casi natural. Sus labios se encontraron en un efímero beso, que se limitó al exterior, a perfeccionar la técnica del deseo intrínseco en un gesto completamente superficial.

»Voy a separarte de ese jodido niño bonito, Rapp«.

La voz de Hurley al otro lado del comunicador en su oído diestro, le hizo reaccionar. No demoró en apartarse del rostro del rubio, quien con media sonrisa en los labios, se había vuelto a apoyar en el respaldo de la pequeña banca de madera.

Mitch solo rodó los ojos y apretó los labios tratando de ignorar la molestia que comenzaba a subir lentamente por su sistema. Fueron los gestos del rubio lo que le hicieron centrar nuevamente su atención en él, notando como este se inclinaba hacia adelante y se quitaba el cigarrillo de los labios.

—Nuestro hombre se está moviendo —las palabras de Alexander flotaron durante un largo segundo en el aire. El rubio simplemente se había puesto de pie para colocarse los lentes de sol que hasta ese momento, habían descansado en la solapa de su chaqueta de cuero.

»En posición. Mantengan a los jodidos hombres a raya«.

Hank se movió de su lugar junto a la fuente, apresurándose a cruzar la calle para llegar hasta el pequeño puesto de perros calientes que se hallaba en la esquina de la cafetería.

El objetivo se había mantenido a la entrada del lugar, lejos del auto donde le esperaban un par de hombres que vestían de elegantes trajes en color negro.

Un minuto. Tenían un minuto para moverse tras aquello. Hurley había abandonado el vehículo y caminaba directamente hasta donde los hombres de traje se encontraban. Claramente se podía distinguir la figura de uno de ellos al volante, esperando que el objetivo abordara el auto.

»Confirma tu posición, Rapp«.

—A cinco metros del objetivo.

Mitch había terminado por mantenerse justo al otro lado de la calle, donde habían unos cuantos niños jugando a las patinetas. Alexander por su parte, ya había cruzado hacia la otra acera, caminando en sentido contrario al que se dirigía Hurley.

Cuando el pelinegro objetivo comenzó a caminar hasta el auto, el pequeño carrito de hot dogs finalmente se movió de su posición, avanzando por la acera de rápida manera justo en la dirección en que se encontraban los hombres.

El objetivo se apartó del camino y apresuró su paso hasta el auto, los hombres se hicieron a un lado para evitar el carrito, pero acabaron tropezando con el rubio que caminaba en su dirección. Hurley se apresuró a entrar al auto, noqueando al conductor del mismo mientras que el objetivo observaba a sus hombres recuperarse del impacto del jodido carrito de hot dogs.

Mitch finalmente se movió se su posición, atravesando la calle y colándose en el asiento del copiloto. Hurley le recibió con un leve asentimiento de cabeza al tiempo que aferraba sus manos al volante y encendía el vehículo. No transcurrió ni medio minuto antes de que el objetivo finalmente abordara la parte trasera del auto, ignorando que de momento, todos sus hombres yacían demasiado lejos de él. Para cuando el pelinegro apartó su atención del pequeño incidente con el carrito de hot dogs, ya era demasiado tarde.

Perfectamente sincronizado, aquello no podía haber salido mejor.


El pelinegro estaba hecho un ovillo contra el asiento del auto. Hurley continuaba conduciendo a toda velocidad, al tiempo que Mitch se mantenía apoyado en el respaldo del asiento, observando fijamente al chico.

—Dimitri Ivanov, hijo de Nikolay Ivanov, dueño de la corporación WICKED is Good. Trabajaste con él en un proyecto reciente. Solo necesitamos respuestas —Mitch no reparó en la vuelta tan cerrada que Hurley efectuó por aquel instante, simplemente soltó las palabras en la dirección que se hallaba el pequeño pelinegro, quien le observaba desde el asiento trasero negándose a creer que aquello realmente estuviese sucediendo.

—¿Dimitri? Está muerto y hasta donde sé, es probable que yo también —había un tono de sarcasmo en su voz. El muchacho no era estúpido y de donde mirara la situación, aquello no pintaba a su favor ni siquiera por asomo.

Hurley apartó la mirada del camino durante un instante, terminando por escrutar al chico a través del espejo retrovisor, riendo casi al instante. Rapp abandonó su posición y le observó por breves segundos. Había algo en aquellas acciones por parte del veterano que no dejaban de incomodarle de vez en cuando.

—Morirás antes sino hablas. Jace, es probable que mueras en cinco minutos, cuando pierda el control del vehículo y nos estrellemos en el muelle. Tú decides —. Mitch se quedó callado observando al ex marine apenas por el rabillo del ojo. Entendía perfectamente que Hurley no estaba jugando, y que probablemente solo para obtener un entorno más realista, terminaría por cumplir su amenaza.

El chico volvió a refundirse en el asiento. Bastaba con ver su porte como para saber que probablemente, el pobre crío no sabía ni en lo que se estaba metiendo cuando se involucró con el heredero ruso.

—Le ayudé con cuentas bancarias —comenzó a hablar, moviendo sus ojos en todas direcciones, como si estuviera tratando de encontrar sus propias palabras por aquel segundo—. Tiene cuentas por el mundo. Desvíe un par de recursos —el chico hizo una pausa, parecía estar conteniendo el llanto. Probablemente estaba rondando los veintidós. Era un pequeño genio que no entendía siquiera cómo funcionaba el mundo a su alrededor fuera de las pantallas digitales, pero al menos estaba dispuesto a cooperar.

—¿Desviar recursos? ¿Sabes que lo que estás haciendo es grave, Jace? —Hurley volvió a hablar, al tiempo que daba una vuelta cerrada por una de las esquinas de un callejón, ocasionando que el vehículo se ladeara ligeramente y que el muchacho, acabara contra la puerta del vehículo.

Mitch solo continuaba en silencio, observando. Probablemente solo era tiempo de callar y aprender la extraña manera en que su mentor lograba las cosas. No tenía por qué mentirse respecto a eso, Hurley era demasiado psicológico, le bastaba con hurgar en sus recuerdos de la Granja para saber cómo era que el crío se sentía por aquel instante.

—María Petronova —murmuró el muchacho mientras trataba de reincorporarse en el asiento, llevándose las manos a los negros cabellos en un gesto de desesperación pura—. Toda transferencia que estuviese en esa cuenta, sería cambiada a dos destinatarios distintos —volvió a hacer una pausa, como si estuviese a punto de llorar—. Posteriormente el dinero regresaría a una cuenta principal, pero pasaría por tantas cuentas previamente, que sería imposible rastrearlo. Sería dinero limpio, no había fallos. Los sistemas bancarios no podrían detectarlo. Era perfecto —una sonrisa, finalmente, el muchacho parecía enloquecer, o quizá, estaba demasiado orgulloso de su propio logro.

—Deja de parlotear, Jace, nos quedan cinco minutos antes de arribar al muelle —Hurley tomó la palabra al tiempo que volvía a dar una vuelta cerrada, ocasionando que por segunda ocasión, el vehículo se desbalanceara de manera considerable.

—Allen Howland. Todos acabarían en una cuenta a su nombre —recuperándose del reciente y nuevo impacto contra una de las puertas del vehículo, el chiquillo finalmente había soltado lo que estaban esperando desde el inicio del pequeño juego.

No hubo más tras aquello. El ex marine simplemente había pisado el freno a fondo, logrando que el vehículo se detuviese de manera tal, que Mitch agradeció haberse colocado el cinturón de seguridad desde el inicio del viaje.
Estaban en un callejón que daba directo al muelle, probablemente medio minuto más de silencio por parte del pelinegro, y las cosas no hubiesen salido bien tampoco para él. Apretó la mandíbula y se quitó el cinturón de seguridad, atreviéndose a mirar hacia la parte trasera del vehículo, aquel lugar donde el crío aun trataba de recuperarse del impacto de su cuerpo contra los asientos delanteros.


—Haz tu llamada, Jace. Hasta aquí llega el viaje, muchas gracias por tu cooperación —el castaño finalmente se permitió hablar, terminando por lanzarle un pequeño móvil al pelinegro poco antes de que abandonara el auto en compañía de Hurley.

La mirada de Irene estaba fija en la figura de Mitch, quien yacía apenas a unos cuantos metros de ella. Hurley se hallaba a su lado, dándole una mordida a la manzana que sostenía en la diestra. Había un silencio sepulcral instaurado entre ellos, las miradas iban y venían en todas direcciones. Aunque el menor de los presentes aun no tenía el suficiente nivel para participar en secretos como aquellos, ya se había involucrado lo suficiente como para negarle estar presente. Después de Ronnie, las cosas habían cambiado de manera radical y eso no era necesario siquiera decirlo. La cooperación entre los tres ya era primordial.

—Allen Howland, ex agente de la MI6, dado de baja hace siete años por el manejo de información confidencial a su favor. Muerto en combate —añadió la mujer mientras entregaba un par de carpetas de color manila al par de hombres presentes en la habitación. Sus tacones volvieron a sonar en el vacío del lugar cuando se alejó y les dio la espalda a ambos por unos cuantos segundos.

—¿Muerto? —los ojos de Mitch continuaban fijos en la carpeta que sostenía en la diestra. En la esquina del expediente podía mirar claramente la foto de aquel a quien recordaba haber visto en el muelle. Sin duda era el mismo sujeto con los mismos jodidos lentes de fondo de botella. Hizo una mueca extraña en los labios y esta vez apartó la mirada del expediente para observar a la fémina por al menos, unos segundos.

—Lo interesante es que ayudó a su nación a frustrar más de diez ataques en contra de la corona. Todos ellos involucraban agentes rusos —Hurley le dio otra mordida a la manzana mientras soltaba una risotada irónica que acabó por inundar por completo la habitación.

—¿Rastrearon los alias de los que nos habló Jace? —Mitch bajó la mirada, comenzando a leer a grandes rasgos el contenido de la pequeña carpeta que tenía entre manos. Se mordió el labio inferior y continuó mirando la foto en la esquina del expediente. Hacía memoria, unía puntos, utilizaba la información, las escasas líneas obtenidas del reporte. Fuera de fragmentos en su memoria e información sin utilidad, no existía nada más. La palabra frustrante ya tomaba un nuevo sentido a ese punto.

—El sistema de nuestro pequeño hacker era casi perfecto. Nos llevaría más de lo esperado sino hubiésemos obtenido esa información. Localizamos dos nombres: Dominika Pávlov y Mijaíl Vorobiov —Irene se llevó la diestra a los labios y repasó el rojo que estos contenían con una de sus yemas. Soltó un suspiro poco antes de dar una última vuelta alrededor de la pequeña habitación.

—¿Dominika...? —Mitch le observó arqueando una ceja. El nombre le sonaba, a cada segundo que la mujer de color soltaba nueva información, comenzaba a unir más puntos de los que hubiese logrado por su cuenta.

—La principal fuente de ingresos de uno de los principales corporativos de World Street —aunque el veterano se mantenía observando la ahora casi acabada manzana, continuaba atento a la conversación, aportando datos tan sencillos, que era estúpidamente irónico que todos los hubiesen pasado por alto.

—Estamos hablando de la firma de abogados de Ava Paige, principal contendiente en el partido de izquierda en las próximas elecciones —Hurley continuó hablando poco antes de abandonar la carpeta de color manila sobre la única mesa que adornaba la habitación. Mitch no había apartado los ojos de él ni por un instante, tratando de leer los ademanes que se instalaban en el cuerpo de su mentor.

—Mantendremos estricta vigilancia sobre la señorita Paige. De eso se van a encargar Rapp y Jones. No podemos dejar que las cosas se vuelvan a salir de control. Necesitamos sus horarios, sus rutinas, lo que puedan obtener de ella —Irene hizo una pausa al segundo exacto en que Hurley volvió a reír con potencia.

—No, no, lo siento, Kennedy. Pero Rapp irá con Hank —Stan había arrojado la manzana al pequeño cesto de basura cercano, para poco después centrar su atención en Irene, quien parecía estar a punto de asesinarlo con la mirada. Mitch por su parte, no daba crédito alguno a la repentina negativa que estaba recibiendo del veterano por aquel instante.

—¿Me puedes decir quién da las órdenes aquí, Hurley? —Irene entrecerró los ojos mirando de manera fija al veterano, quien sonriendo con ironía, había terminado por arquear una ceja sin apartar la mirada de la mujer que tenía enfrente por aquel momento.

—No quiero al maldito de Jones merodeando sobre mi mejor elemento, Irene —con tono irónico en la voz, Stan finalmente se había permitido observar al castaño, quien se mantenía de brazos cruzados sobre la silla, tratando de ignorar el tema que estaba a punto de salir a flote.

—Me importa poco lo que quieras, Hurley. Alexander es el mejor elemento en Reconocimiento. Él irá con Mitch te guste o no. Es una orden —la mujer volvió a mirar al menor con tono interrogante, como si esperara a que Rapp soltase de buena manera la razón por la que Hurley estaba protestando de aquella manera.

Mitch no necesitaba que le hicieran una lista extensa de las razones por las que Stan no quería al rubio cerca, incluso él mismo estaba agradeciendo que el veterano metiera sus narices de aquella manera. Era imposible trabajar con él, incomodo en más de un sentido.
Gruñó y desvió la mirada, ignorando por completo la pregunta tácita que había brotado de la mirada que Irene le estaba dedicando por aquel instante.

—Los quiero esta noche con el primer reporte sobre Paige. ¿Está claro? —de nuevo la mirada de Irene fue a parar en el castaño, quien se mantenía inmutable sobre su asiento, como si realmente estuviese resignado a la orden que estaba recibiendo por aquel instante.

—Entendido —. La seca respuesta del castaño bastó para que Irene abandonara la pequeña habitación, dejando a Mitch a solas con un Stan completamente descolocado por la inconformidad de aquella decisión.

—Mantén tu maldita boca lejos de ese estúpido niño bonito. Quiero tu puta atención en la misión ¿Entiendes? —los ojos de Hurley fulminaron al castaño casi al instante.

Mitch simplemente se limitó a apretar los labios mientras se ponía de pie. Su mirada pasó de la carpeta color manila, hacia su superior. Stan se limitó a entrecerrar los ojos ante ello, como si con aquel simple gesto estuviera tirándole una maldita indirecta al castaño frente a él.

—Entendido, señor.

El sonido de los autos ya lo tenía harto. Alexander le había abandonado en el vehículo desde hacía casi una hora, perdiéndose en el interior del maldito hotel donde se hospedaba aquella mujer. Había tenido que soportar un viaje de dos horas hacía Hatford, en donde de momento, Paige se hallaba haciendo una gira electoral.

Rodó los ojos y miró por milésima vez la hora que marcaba su reloj. Perfecto. Estaba a punto de dejar al rubio y entrar al edificio por su cuenta. De cualquier manera, había un reducido grupo de simpatizantes en el exterior del lugar, esperando a poder ver a la mujer. ¿Por qué todos se volvían estúpidamente locos con los procesos políticos?

Volvió a soltar un gruñido al aire mientras se sumía por segunda vez en el asiento. El sonido de la puerta del copiloto abriéndose a su costado, le hizo pegar un pequeño salto, dejando que sus ojos color miel se centraran en la figura del rubio que había abordado el vehículo.

—¿Se puede saber por qué mierda demoraste una eternidad, Jones? —con la mirada cargada de reproche, el castaño había terminado por girar el rostro para poder encarar al rubio que yacía cómodamente en el asiento a su lado.

—Maldita sea Rapp. No es fácil obtener información en cinco minutos ¿Entiendes? —el rubio rodó los ojos y centró su atención en la pequeña tableta que tenía en las manos. La pantalla digital estaba iluminada, desplegando un programa que el castaño no recordaba haber visto con anterioridad. Daba igual, cada división tenía sus trucos.

—¿Qué averiguaste? —dejando de prestarle atención al detalle y regresando las manos hasta sus muslos, Mitch se había limitado a observar por la ventanilla de su puerta, evitando mirar a toda costa al hombre que yacía a su lado.

—Nuestra chica se quedará dos días en el hotel. Mañana por la mañana se reunirá con su jefe de campaña regional. Todo se mantiene en la rutina electoral —, el rubio hizo una pausa al tiempo que apartaba su mirada del aparato electrónico y le dedicaba una sonrisa al menor—. Salvo por el pequeño desvío que tendrá después de la reunión. Nuestra chica se cambiará de hotel. Y justamente, estará en el mismo lugar donde tendremos a nuestro ministro Ruso de visita.

Aquello logró que el menor apartara nuevamente su vista de la ventanilla y observara al rubio que le dedicaba una sonrisa por aquel instante. Arrugó el puente de su nariz y terminó por negar con suavidad, como si se negara a creer el imbécil rubio hubiese podido averiguar tanta mierda junta en tan poco tiempo.

—¿Se puede saber cómo obtuviste esa información, Jones? —con los pensamientos desbordándose en palabras, el castaño simplemente le había dedicado una mirada inquisitiva al rubio, quien manteniendo el gesto relajado, se había inclinado ligeramente hacia adelante.

—Me acosté con el gerente del hotel —con media sonrisa en los labios, Alexander había devuelto su atención a la Tablet, ignorando que la mirada asesina de Rapp había incrementado ante ese nada sutil comentario—. No seas idiota, Rapp —admitió finalmente, regresando sus pardos una vez más hacia la figura que yacía a su lado—. Le quité la maldita Tablet a la jefa de seguridad de Paige.

—Oh claro, no notará que le hace falta el maldito aparato.

—No lo notó mientras follaba con el gerente en el cuarto de mantenimiento. Hice una copia de la información. Es todo, no seas fatalista —el rubio rodó los ojos y regresó su atención al aparato, deslizando su índice por sobre la pantalla táctil, desplegando toda la agenda de la candidata.

El silencio volvió a instaurarse en el auto. Lo único que podía escucharse, eran el griterío de la gente que se hallaba aún lejos de donde estaban. Mitch solo quería irse de ahí y tener un maldito coma para olvidar todo.

—¿Estás celoso, Rapp? —con media sonrisa en los labios, el rubio había roto de nueva cuenta el silencio. Sus dedos continuaban deslizándose sobre la pantalla del aparato, y la figura del castaño apenas y era vigilada por la periferia de su vista.

—No digas estupideces, Jones —esta vez el castaño echó la cabeza hacia atrás, permitiéndose cerrar los ojos durante un minuto tratando de ignorar la insinuación que el mayor le había hecho por aquel instante. ¿Celoso? Claro, por él podía morirse y no haría la diferencia.

—No me acuesto con cualquiera, Mitch, eso quizá debería entrarte en la mierda que tienes por cerebro —Alexander había utilizado un tono neutro, con un toque de sutileza. El menor supo de inmediato que el rubio estaba hablando con la verdad, que aquello no era una de sus malditas bromas, de esas que le estaban sacando la paciencia lentamente.

No bastó más que aquello para lograr que Mitch abriera los ojos y le dedicara una fugaz mirada al otro agente.

—¿Estás confesándome tu fidelidad? Qué tierno, Alexander, pero no eres mi tipo. Lo siento —. Mitch sonrió triunfal antes de finalmente desviar la mirada, sin esperar la respuesta que el rubio ya había preparado cuando su rostro se contrajo por aquel instante.

El silencio volvió a instaurarse en el interior del vehículo. El mayor se había limitado a soltar un suspiro de frustración total al tiempo que desviaba la mirada y daba por terminada la singular plática.

El castaño simplemente ladeó el rostro para volver a contemplar el perfil de la persona que se hallaba a su lado. Los largos cabellos dorados caían grácilmente por una de las mejillas del agente. Sus ojos marrones continuaban fijos en el aparato, siendo iluminados por la mortecina luz artificial del aparato. Tenía los labios delgados, de color llamativo. Había un par de lunares esparcidos sobre sus mejillas de tonos tan claros, que llegaban a perderse en la lechosa piel del agente.
Si lo pensaba con detenimiento, Alexander tenía una debilidad por las chaquetas, era por ello que de momento, se hallaba enfundado debajo de una gruesa chaqueta de color marrón, con terminación en cuello suave en tonalidad blanca.

—¿Qué mierda estás mirando, Rapp? —Alexander finalmente volvió a dirigirle la mirada al menor, quien aún se mantenía anclado en su asiento, con aquel par de ojos expresivos fijos en él.

No hubo respuesta. Las cejas del rubio se elevaron con expectación, sintiendo una ligera incomodidad cuando percibió que los ojos de Mitch, no se habían apartado de él ni por un instante. Pudo notar como el cuerpo del castaño se inclinaba en su dirección, pero la duda asaltó cada ademán visible de su compañero, haciéndole retroceder al instante.

Alexander solo suspiró ante aquello y negó con suavidad, observando como el menor acababa por acomodarse nuevamente en su asiento, dispuesto a conducir lejos de ahí. El rubio apretó los labios y sonrió con franqueza, dejando el aparato que tenía en las manos de lado poco antes de finalmente, atreverse a estirar la diestra. Sus dedos se deslizaron por el mentón del castaño, quien no demoró absolutamente nada en observarle con un toque de advertencia, pero eso fue algo que a Alexander, no le importó. Antes de que Mitch pudiese decir algo, el rubio finalmente se había inclinado en su dirección, depositando un beso en los labios del agente. 

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