Capítulo 3

Los ojos mieles del chico pasaban de Irene a Hurley, sin darse tiempo de detenerse en el rubio que le miraba tranquilamente desde el otro lado de la habitación.

La entrega de la mercancía adquirida sería esa noche, en el Pier 11. Por supuesto, nadie podría sospechar de un estúpido muelle que era utilizado para barcos de excursión, y que por esas fechas, se encontraba en remodelación.

El castaño terminó por soltar un bufido al aire mientras caminaba directamente hacia Kennedy, quien le observaba en silencio con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Es una maldita locura. ¿Vas a meter a todos los agentes en ese lugar? ¿En serio? —juntó ambas cejas y le dirigió una rápida mirada a Hurley, quien le examinaba en silencio, como si estuviese completamente de acuerdo con aquella jodida broma.

—¿Se te ocurre algo mejor, Rapp? La manera en que trabajamos en equipo es esta. No vamos a mandar a un solo agente, es todo o nada —. La mujer le observó relajada mientras le soltaba aquel tono autoritario, logrando que el menor terminara por dar la media vuelta para salir del lugar.

No era lógico. Ni siquiera sabían que era lo que le recibirían por aquella noche. Sí, él quería acabar con toda aquella maldita plaga que se escondía debajo de Nueva York., pero se le hacía una estupidez arriesgar a todo el equipo por algo de lo que siquiera, podían estar seguros.

—Lo que sea que tenga ese embarque, tenemos la obligación de detenerlo —Alexander apareció apenas por la vista periférica del castaño, terminando por arrancar un sonido de total exasperación de los labios del mismo.

—Es una maldita locura, Jones. Vamos a exponernos y perder la mejor pista que tenemos. Nada nos asegura que el objetivo se presente por la mercancía —Mitch se llevó la diestra al mentón, quedándose ligeramente pensativo.

—Dimitri está muerto. Pero su contacto no —Alexander hizo una pausa y dio un paso más en la dirección que se hallaba el menor, terminando por posicionarse justo a un lado de este—. Por lo que sé, tiene una lista de adquisiciones bastante peculiar. No está comprando precisamente rosas, Rapp —esta vez observó al castaño y no pudo evitar sonreír.

—¿Te parezco una jodida broma, Jones?

—Si por ti fuera, acabarías con esta misión solo. Conozco tu historia —cuando los mieles del castaño se clavaron en los ojos del mayor, este simplemente amplió la sonrisa en sus labios. Ese gesto de confusión que había arrancado del castaño, resultaba ser único—. No quieres sufrir más muertes innecesarias. Desde Katrina... —la frase quedó al aire cuando las manos de Mitch terminaron en la chaqueta de cuero del rubio, dejando la espalda del mismo de adorno contra la pared más cercana.

—No te atrevas a mencionarla —. Enojo, ira, tristeza. Alexander podía leer un sinnúmero de emociones en aquel par de ojos que le devoraban por ese instante.

Sentimental, temperamental. Alexander pensaba que Hurley había logrado inculcarle a golpes que nada de aquello debía tomarse como algo personal, pero Rapp no dejaba de sorprenderle.

—Precisamente es por eso que eres único, Rapp —Alexander sonrió. Le dolía la maldita espalda. Su rostro había terminado por contraerse ligeramente al tiempo que elevaba las manos y las posaba en las muñecas del chico. No iba a pelear, armar una riña cuando estaban en un lugar como aquel, era completamente estúpido—. Deja de usarla como excusa. Deja de convertir esto en una venganza constant... —el estallido de dolor en su mandíbula le hizo saber de inmediato, que había hablado de más. El sabor metálico de la sangre se presentó casi al instante, haciéndole notar que había logrado su objetivo.

—¡No sabes nada de mí! ¿Entiendes? —Mitch volvió a estrellar la espalda del rubio contra la pared, logrando que un ligero quejido terminase por brotar de los labios del mismo. La risa que le siguió a ello le confundió de manera automática. O el estúpido rubio era masoquista o ya había terminado por perder la poca o nula cordura que poseía.

—Vuelve a hacerlo, Rapp, adelante, descarga tu ira aquí y ahora, porque allá afuera, terminaras como nuestro dulce amigo: de adorno en el pavimento —el rubio mantuvo la sonrisa en sus labios, ignorando la pequeña hilera de líquido carmín que ya se había deslizado por una de sus comisuras directamente hasta su barbilla.

—Estás enfermo, Jones... —no hubo más palabras. El agente simplemente terminó por soltar al rubio, quien se deslizó de inmediato hasta el piso, llevándose la diestra hasta la parte lacerada en su rostro.

Alexander guardó silencio tras aquello, poniéndose de pie al tiempo que se alejaba un par de pasos, buscando entre los bolsillos internos de su chaqueta. Cuando sacó la cajetilla de cigarros, se colocó uno en los labios y lo encendió como si lo anterior, siquiera hubiese sucedido.

—Se llama cambio de enfoque, Mitch —murmuró el rubio mientras exhalaba el humo en una amplia estela que terminó por perderse en la negrura de la noche—. Deja de sentirte especial por lo que has hecho o lo que harás. Todos somos peones reutilizables en el tablero, pero depende de ti morir como uno o convertirte en una pieza muchísimo más importante —volvió a dar otra calada al cigarrillo antes de ladear el rostro y volver a fijar su mirada en el menor.

—Vete al demonio, Alexander —y aunque sus palabras estaban cargadas de molestia, el castaño se había mantenido anclado a su lugar, como si realmente estuviese considerando las palabras del otro.

—¿Vas a acompañarme? Podría utilizarte de carnada para huir —esta vez el tono serio había abandonado los labios del rubio, siendo reemplazado por ese timbre nada sutil que normalmente utilizaba cuando estaban solos, justo como en ese instante.

Y por primera vez, Mitch le sonrió.

El muelle estaba vacío. Había grúas y otros vehículos de remolque prácticamente en cada esquina. Una suave luz mortecina se alcanzaba a ver desde otros muelles, iluminando la extensión de concreto que se alzaba por casi un kilómetro, y la entrada al mismo, que estaba clausurada desde varias calles de distancia.

Había agentes dispuestos en los edificios cercanos, lo suficientemente armados para acabar con aquella reunión desde una distancia segura. El grupo a pie se encontraba fuera de la construcción del puerto, manteniéndose alerta ante la primera señal de movimiento que se diese.

En sí, el muelle se encontraba vacío y el equipo más cercano al lugar, naturalmente, se trataba de Orión. Era una operación en conjunto, sumamente armada y detallada, que mirando desde casi cualquier perspectiva, no podía salir mal.

Mitch se encontraba recargado contra una barandilla en uno de los múltiples miradores que se alzaban a la distancia del muelle, echando un vistazo de vez en cuando hacia el lugar que se mantenía aun a oscuras.

Alexander estaba a su lado, fumando un cigarrillo mientras apoyaba la cintura sobre la misma barandilla, dándole la espalda a la espesura del mar que se alzaba no muy lejos de su posición.

Hurley se hallaba con Hank en uno de los restaurantes más cercanos, bebiendo tranquilamente una taza de café en la terraza del mismo.

—Se supone que somos una pareja de enamorados tomándose fotos, Rapp —murmuró el rubio al tiempo que alzaba la cabeza y quitaba el cigarrillo de sus labios, permitiendo que el humo se deslizara fuera de su boca, perdiéndose en la suave brisa marina que les envolvía de momento.

—Ya quisieras, idiota —el castaño rodó los ojos antes de acomodarse en la misma posición que se hallaba el rubio, apoyando los codos contra la barandilla metálica del lugar.

—No encuentro otra jodida excusa para estar cerca de un muelle desolado casi a la mitad de la noche —Alexander volvió a colocar el cigarrillo en sus labios, cerrando los ojos y disfrutando de le sensación que la nicotina producía en su sistema.

—El día que dejes de ser tan desagradable, probablemente pueda fingir alguna de esas estupideces. Ahora cállate —el castaño simplemente había terminado por coger su móvil, escuchando la voz de Hurley por el intercomunicador que tenía en su oído derecho.

»Despejado. Veinte minutos para la hora planeada. Mantente en contacto«.

—Entendido, Señor —no hubo más charla tras aquello. Stan cortó la comunicación, dejando que el silencio volviese a reinar a su alrededor. Además del sonido de las olas rompiéndose a sus espaldas, no existía nada más.

El rubio simplemente le observó por el rabillo del ojo antes de finalmente, tirar la colilla del cigarro al piso, apagándola con la punta de su calzado. Todo estaba sumido en el medio de un inexorable silencio, a tal grado, de ser casi desesperante.

Alexander estuvo a punto de volver a colocarse otro cigarrillo en los labios, pero el firme agarre del castaño sobre su muñeca, le impidió hacerlo. Los ojos pardos del rubio volaron de inmediato hacia el rostro lleno de lunares de su compañero, cuestionándole en silencio por aquello.

—Apestas a tabaco.

El rubio abrió los ojos ligeramente sorprendido por aquello. ¿Acaso estaba percibiendo genuina preocupación por parte de su malhumorado compañero? Sus comisuras se elevaron y media sonrisa se pintó en sus labios.

—No voy a morir de cáncer. Te aseguro que tengo más probabilidades de morir en el medio de esta mierda, que por fumar —el rubio terminó por soltar un suspiro al aire al tiempo que bajaba la mano, sintiendo como el menor apartaba su agarre ante ello, como si finalmente estuviese dándose cuenta de lo que estaba haciendo.

—No me interesa de qué te mueras. Solo no quiero el maldito humo revoloteando a mí alrededor —. El castaño simplemente se había terminado por cruzar de brazos, desviando la mirada hacia a algún punto en el medio de la nada.

—Rompes mi corazón, Rapp —Alexander rodó los ojos con fingido hastío antes de finalmente regresar su mirada hacia el desolado muelle. Probablemente no ocurriría nada, probablemente el sujeto había fijado el lugar de entrega en algún otro punto. Soltó un suspiro y simplemente, volvió a enfocar su mirada en el boulevard.

Estaba prácticamente vacío. Ningún vehículo transitaba por el lugar. Bajó la mirada y pudo ser capaz de divisar el reloj del móvil. Faltaban menos de diez minutos para la hora acordada y hasta ese punto, todo parecía indicar que perdían el tiempo.

Cerró los ojos durante un segundo y se permitió relajar sus tensas facciones con el gesto. Eran pocas las veces que se atrevía a involucrarse tanto en una misión, por lo regular, Irene lo mandaba fuera cuando completaba su parte del trabajo. Naturalmente, la jodida misión tenía que ser una excepción porque al idiota de Dimitri se le había ocurrido meterse en el puto camino de una bala. Perfecto. Volvió a suspirar antes de abrir los ojos y clavar su mirada en las luces de los vehículos que transitaban en la calle más alejada, notando como finalmente uno de estos, comenzaba a abrirse paso hacia donde estaban.

Rapp pareció reaccionar casi al mismo tiempo, terminando por girar el cuerpo y quedar frente a frente con él. Los pardos del rubio lo examinaron en una milésima de segundo, antes terminar por echar sus brazos en el cuello del castaño, permitiendo que sus labios se juntaran casi de manera instantánea tras aquello.

La primera reacción de Mitch fue la de apartarlo, pero el escaso beso que se había suscitado entre ambos finalizó al segundo que el rubio se separó de los labios del otro.

—Es incómodo mirar a dos personas que se están besando. Ahora, cierra la puta boca y no te atrevas a meter la lengua —el castaño le dedicó una mirada asesina tras aquello, pero la respuesta de Alexander se había limitado a otra sonrisa.

Esta vez, el menor había terminado por llevar sus manos hacia las caderas del rubio, finiquitando la escasa distancia que ya se había establecido en el medio de ambos. La boca de Alexander volvió a aterrizar sobre la de Mitch, al tiempo que este finalmente separaba los labios y permitía que el contacto no se limitara al exterior, irónico. El sabor a menta y tabaco inundó casi de manera inmediata su sistema, mientras que permitía que la batalla entre ambos iniciara. Fue un choque de dientes, de lenguas, de suspiros pausados. El rubio luchaba por dominar el beso, y el castaño no le permitía ganar terreno. Un suspiro, un jadeo, y las caderas de Alexander ya se habían rozado contra las de él, mandando más de mil señales a través de todo su tenso cuerpo.

Cuando la descontrolada respiración de ambos les jugó en contra, se separaron, jadeando con dificultad en búsqueda de acarrear oxígeno vital hacia sus pulmones. Un segundo, quizá dos, y de nuevo se sumieron en otro intenso beso, buscando mermar la necesidad que ya comenzaba a disfrazarse en el medio del pequeño espectáculo improvisado.

—Hay un pequeño bote a motor aproximándose al muelle... —fue un murmuro apenas audible, las palabras del rubio se cortaban en el medio de su errática respiración, mientras trataba de mantener un par de centímetros de distancia del rostro del castaño.

—Es un Grady Blanco 33 —murmuró el menor aun respirando el aliento del otro. Arqueó una ceja casi al instante que recibió una mirada inquisidora por parte de Alexander.

—El auto se detuvo en la entrada del muelle —añadió el rubio antes de repasar sus labios con la punta de la lengua, logrando que el castaño volviese a dedicarle otra mirada asesina por aquel instante.

Una sonrisa escasa y la boca del rubio volvió a encontrarse con la de Mitch, fundiéndose en un beso tan intenso como los anteriores. Esta vez fue el mayor quien marcó el ritmo, perdiéndose por unos segundos en el sabor que destilaba la boca del otro. Jadeó con necesidad cuando su inconstante respiración le obligó a cesar el beso antes de lo esperado, recuperando el aliento contra los labios entreabiertos del agente.

»¿Terminaron de incomodar al resto de nosotros? Hay movimiento en el muelle. Muevan sus putos traseros ahora«.

Mitch se apartó casi de inmediato tras aquello, llevándose la diestra hasta el oído para poder acomodar el intercomunicador que tenía en este. Se maldijo para sus adentros, sabiendo de antemano, que se había dejado llevar por el estúpido teatro que armó el rubio. Perfecto, ahora hasta Hurley los había visto besarse en más de una ocasión y de una manera que realmente, dejaba muchísimo más a la imaginación de lo que hubiese querido. Maldito Alexander.

—Tres hombres desembarcando con el paquete. Uno a la orilla esp...

Las palabras de Mitch se cortaron al segundo que los disparos en el muelle capturaron su atención. El rubio había terminado por sujetarle de los hombros y echarle al piso, justo a su lado, posicionándose de manera tal, que tuviesen aún una buena vista al muelle desde ese lugar.

La respuesta desde los edificios no se había hecho esperar. La lluvia de balas desde las miras a distancia buscaba abatir a los objetivos, pero los hombres parecían estar armados hasta los dientes: armas de largo alcance, de potencia media-alta. Algo no iba bien, definitivamente.

—Esto... —los pardos del rubio viajaron desde el escenario marcado con sangre y fuego que suscitaba a metros de ellos, hasta el otro extremo, justo donde se encontraba la siguiente extensión de concreto marcada con el 15.

El lugar estaba sumido en penumbras. No había vehículos de remolque ni material de construcción, el jodido muelle simplemente estaba cerrado. El tintineo de una luz a la distancia fue la que logró capturar su atención en el medio de ello. Había un hombre de pie, justo ahí, al final de la jodida longitud del muelle. Tenía un maletín en las manos y observaba un pequeño bote de vela que se aproximaba al lugar.

El sonido de una explosión en el Pier 11, logró que sus ojos volvieran a posarse en este. El equipo a pie ya había intervenido, y los sujetos que habían descendido del bote estaban utilizando armas de nivel cuatro. Se estaba descontrolando, era casi como si supieran que ellos estarían ahí esa noche.

Parpadeó rápidamente al tiempo que el castaño le halaba del brazo derecho, obligándole a ponerse de pie al instante. Hurley había desaparecido del campo de visión, mientras Rapp gritaba al intercomunicador en su oído.

»Misión terminada. Extracción segura del lugar, confirme«.

—Mitch... —la voz de Alexander sonó por encima de los disparos, los ojos de Mitch se clavaron de inmediato en la rubia melena de su compañero que yacía de pie a su lado—. Fue una trampa. Una distracción.

—¿Si? Dime algo que no sepa —rodó los ojos y soltó el brazo del mayor, terminando por cargar el arma que en algún momento había sacado de entre sus prendas. Era hora de marcharse y por primera vez en su jodida vida, estaba de acuerdo con su superior.

—¡Deja de meterte mierda en la cabeza! —la exasperación brotó de los labios del rubio al tiempo que este llevaba la diestra hasta el mentón del castaño, obligándole a mirar el lugar exacto en el que se llevaba a cabo el verdadero intercambio.

Los ojos de Mitch se abrieron de sobremanera antes de fijar su atención en el rubio que le miraba por aquel instante. Había un toque de impotencia y súplica en aquel hermoso par de color pardo, como si realmente estuviese esperando a que él diera el primer paso. Por supuesto, Rapp no los iba a dejar ir tan fácilmente. Daba igual como era que se habían enterado que estarían ahí, si podían capturar a esas sucias ratas de una buena vez, no iba a rendirse a la mitad del camino.

—Tú, vienes conmigo —el rubio no tuvo tiempo de responder. Antes de que siquiera pudiera darse cuenta, el menor ya le había sujetado de la muñeca, halándole con rapidez hacia la fila de contenedores que se hallaban cerca de su posición.

—¿Eres idiota? —¿En serio estaba considerando hacer aquello solo? El rubio simplemente le dedicó una mirada inquisidora, al tiempo que sacaba la beretta 380 que se guardaba en la chaqueta de cuero negro.

Mitch no respondió. Se mantuvo cargando su propia arma antes de finalmente atreverse a dar un pequeño vistazo al muelle continuo. Los cuatro hombres seguían ahí, la transacción estaba por completarse, el tiempo no estaba a su favor. Apretó la mandíbula fuertemente y estuvo a punto de abandonar su escondite, pero el frío del metal que se instaló en su nuca, le hizo desistir de la idea de inmediato.

—Cerdos americanos... —el castaño alzó ambas manos al aire, dándose vuelta lentamente al tiempo que otro par de sujetos aparecían en su campo de visión.

El rubio estaba a unos cuantos pasos de él, con ambas manos al aire mientras que un tercer sujeto le apuntaba directamente a la cabeza. Los ojos pardos de Alexander se perdieron durante un segundo en los mieles de Mitch, buscando esa mínima señal de advertencia que ambos ya conocían lo suficientemente bien.

Un parpadeo, dos. Fue cuestión de segundos. El rubio había terminado por escabullirse de su captor, al tiempo que el menor hacía lo mismo con los suyos.

Fue una pelea sin armas a partir de ese momento. Fue Alexander el primero en recibir un golpe en una mejilla, pero poco le importó ese estallido de dolor, no cuando otro hombre terminó por abalanzarse encima de él, tumbándole al piso. Por la periferia de la vista, fue capaz de notar como el castaño peleaba a puño limpio con uno de sus captores, el otro ya yacía en el piso. Quiso sonreír ante la escena, pero no tuvo siquiera tiempo de hacerlo. Tomó impulso con una de sus piernas, terminando por impactar su rodilla contra el abdomen del hombre que tenía encima de él.

El sujeto rugió algún maldito insulto en ruso, pero cedió y se desplomó a su lado, llevándose ambas manos al estómago. El rubio finalmente terminó por coger el arma que había olvidado minutos atrás, descargando una de las balas contra la sien del hombre aún en el piso. Otro golpe en su espalda le hizo perder el equilibrio, haciéndole girar el cuerpo con rapidez para poder encarar al hombre que ya le apuntaba con una 9mm.

El tiro no se completó, no cuando una bala cegó la vida de aquel sujeto, dejándole tendido de igual manera en el pavimento.

Los ojos del rubio viajaron de sus acaecidos captores hasta el castaño que se hallaba no muy lejos de él, con el arma aún entre las manos. Estuvo a punto de soltarle un agradecimiento, pero el sonido de un segundo disparo le hizo tragar las palabras que tenía en la punta de la legua, al tiempo que el castaño caía de rodillas al piso. Alexander se quedó estático durante un segundo, observando el flujo carmín que comenzaba a manar de uno de los hombros del castaño, quien no había demorado absolutamente nada en llevar la izquierda hasta la herida recién abierta.

El muchacho de los ojos pardos volvió a cargar el arma casi al acto, sabiendo que el destino de ambos comenzaba a pender de un hilo a partir de ese instante. Enfocó al hombre de los lentes de botella quien se hallaba no muy lejos de su posición. Alexander apretó la mandíbula y le examinó de pies a cabeza: el sujeto sostenía el arma con la diestra, mientras que la izquierda tenía fuertemente aferrada una enorme maleta deportiva de color negro. Los dedos del rubio vagaron brevemente en el gatillo del arma poco antes de finalmente enfocar al objetivo. Los disparos estallaron en ambas direcciones. Fueron un par de segundos de fuego cruzado, antes de que el sujeto finalmente acabara por refugiarse detrás de los autos aparcados en el muelle, imposibilitando un tiro limpio por parte del rubio.

Alexander observó a lentes de botella perderse de su vista, teniendo el impulso de seguirle, pero frenó de lleno sus acciones al tiempo que notó al castaño que yacía en el piso tratando de detener la hemorragia de su hombro. Apretó la mandíbula y maldijo para sus adentros, terminando por guardar el arma entre sus ropas antes de darse la media vuelta y recorrer la distancia que le separaba del chico. Apoyó una de sus rodillas contra el piso y finalmente se atrevió a mirar la sangrante herida que el menor cubría con una de sus manos.

—Eres un imbécil, Rapp —no había reclamo en las palabras del más alto, muy por el contrario, sus ojos color pardo reflejaban preocupación genuina, misma que se confirmó al segundo en que llevó sus manos hacia la herida del castaño.

Mitch se negó de buenas a primeras a apartar la diestra de la herida, dedicándole una mirada asesina al rubio quien simplemente, suavizó sus facciones ante ello. Era como si estuviese tratando con un animal herido que actuaba a la defensiva. Alexander quiso reír ante la comparación que realizó en su cabeza, limitándose a sonreír y pedir permiso una vez más de muda manera. Fue aquella última acción la que finalmente hizo ceder al menor, quien desviando la mirada, terminó por apartar la mano de su hombro.

Los dedos del rubio se movieron con rapidez, apartando el exceso de tela y asegurándose de no tocar más de la cuenta. Cuando sus ojos hallaron la pequeña herida justo en la espalda del muchacho, se sintió sintiéndose ligeramente aliviado: la bala había atravesado el cuerpo del estúpido agente. Cerró los ojos apenas un segundo poco antes de bajar las manos hasta sus vaqueros, apresurándose a retirar el cinturón de cuero negro que tenía sobre los mismos.
Mitch le observó expectante, como si realmente se negar a creer que el mayor estaba haciendo algo por él; pero el rubio simplemente había sonreído con la coquetería que lo caracterizaba, ignorando por completo el par color miel que le cuestionaba en silencio.

El torniquete que fue improvisado, pero no por ello, malo. En su vida había tenido que soportar heridas de ese calibre y sabía perfectamente, cómo actuar ante la situación. Por supuesto, la queja que sonó de los labios entreabiertos del castaño, le había hecho ensanchar la sonrisa en su boca. Aunque realmente no quería lastimar al otro, si debía admitir, le gustaba la mirada de molestia que solamente él era capaz de arrancar de Mitch. Era un pasatiempo a ese punto, todo se limitaba a ello. Si había algo divertido en su extraña relación de trabajo, era hallar el punto exacto en el que el menor arrugaba el puente de la nariz y le respondía con la típica palabrería de poca monta que tenía.

—Escapó —murmuró el castaño, como si la herida de su hombro no le estuviese robando el aliento por aquel instante.

—¿En serio? No me digas —el rubio simplemente había rodado los ojos con fingido hastío, percibiendo el casi gruñido que brotó de los labios fieramente apretados de su compañero.

—Vete a la mierda, debiste haberlo seguido, inútil —esta vez Mitch apartó el tacto del mayor de su cuerpo, como si aquellas manos sobre sus ropas hubiesen ardido de un momento a otro, ocasionando que la cercanía entre ambos llegase a ser insoportable.

—¿Te creías que iba a dejarte morir desangrado? No seas capullo, imbécil —Alexander sabía que no era exactamente lo que habría de suceder, pero extrañamente, si había descuidado el objetivo al notar el maldito estado en el que se hallaba el menor. Eran principios, él no era Hurley, su entrenamiento era distinto, y aunque no existían sentimentalismos de por medio, sabía perfecto que no podía enfrentar a Lentes de botella por su cuenta.

No hubo más palabras entre ellos a ese punto, al menos no cuando el veterano arribó en la escena acompañado con un reducido grupo de hombres a sus costados. El fuego había cesado, el enfrentamiento había llegado a su fin. Con bajas o sin bajas, la misión parecía enfilarse hacia el rotundo fracaso.

—Par de idiotas enamorados. Me sorprende que sigan vivos —una mirada asesina por parte del ex marine fue a parar directamente en el castaño, quien aún de rodillas sobre el piso, le observó inmutablemente desde su lugar.

—Me sorprende que tú sigas vivo, viejo —con media sonrisa en los labios, el rubio había terminado por ponerse de pie, ignorando de manera olímpica que las palabras no eran dirigidas a su persona, sino al menor, quien apoyado de él, habría terminado por erguirse a su lado.

Hurley se limitó a bufar y a rodar los ojos con hastío, haciendo una seña con la mirada al resto de los hombres que le rodeaban por aquel instante. Ah, bendito el momento en que Alexander podía molestar al idiota veterano sin recibir mierda de parte de él.

—Saquen su jodido trasero de aquí —el hombre mayor se había limitado a observar al castaño, quien parecía estarle dedicando una última mirada en un mudo lenguaje, que solo ellos entendían. Alexander observó el gesto en silencio, como si realmente estuviese tratando de deducir las palabras que iban y venían entre ambos.

—Perdimos al objetivo —Alexander quiso retomar su papel en la plática, sabiendo de antemano que estaba siendo dejado de lado por completo. Aquello simplemente le hizo obtener una mirada inquisidora por parte del castaño y media sonrisa por parte del veterano.

—Tranquila nena, tenemos a uno vivo —soltó Hurley al tiempo que sonreía con suficiencia, terminando por dedicarle una última mirada al más bajo para finalmente, retirarse justo por donde había llegado. 

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