Capítulo 10

Cuando el nombre del agente brotó de los labios de Howland, el británico casi reaccionó de inmediato, terminando por girar la cabeza lo que le era permitido por aquel instante. La escasa luz que llegaba hasta la puerta de madera iluminaba tenuemente la figura del americano, quien le observaba en silencio, apuntando con un arma al hombre que yacía justo frente a él.

Había apostado que no sería tan estúpido para caer en el plan del británico desertor, pero el idiota estaba ahí, yendo en contra de todo pronóstico que hubiese tenido a su favor.

—Nunca dejas atrás a nadie ¿No es así? —cuestionó el hombre de los lentes de botella, dando un paso en la dirección en que se hallaba el castaño, pero fue el sonido del gatillo del arma a punto de disparar, lo que le hizo detenerse de manera abrupta—, calma, vaquero. Hoy no estamos jugando a eso —añadió alzando ambas manos, sonriendo de manera amplia mientras elevaba una de sus cejas.

Mitch simplemente apretó la mandíbula dando un breve repaso a su alrededor. El lugar parecía ser una simple planta más, con más muebles de madera y objetos que pasaban a ser parte de una colección olvidada en la bodega de la tienda.

—Eres un imbécil, Rapp, no deberías estar aquí —Thomas finalmente había hablado, logrando que la atención de los hombres ahí presentes, terminara por verterse en él en menos de un segundo.

—No, Thomas, él no iba a dejarte atrás. ¿No lo comprendes? Estaban jugando bajo mis reglas desde un principio —con una enorme sonrisa en los labios, el hombre de los lentes había terminado por dar un paso hacia atrás, observando la amplia ventana de cristal que se alzaba a sus espaldas—. Un paso delante de los idiotas británicos, un paso delante de los idiotas americanos. Ambos volaran en pedazos.

El rostro del rubio se contrajo en menos de un segundo, sus cejas se arrugaron y observó al hombre que reía a toda voz en el desértico lugar en que se hallaban. ¿De qué demonios estaba hablando?

—¿Acaso no lo han deducido? —habló una vez más el hombre de los anteojos, paseando su mirada entre el rubio atado a la silla y el castaño que no dejaba de apuntarle con el arma.

—Dos bombas... Hay dos bombas —fueron las palabras de Mitch las que lograron que el hombre riera de manera estrepitosa, al tiempo que los ojos de color pardo del británico iban a parar de igual manera en su dirección.

—Tic tac, Rapp, tic tac —no hubo más palabras tras aquello, el hombre simplemente había tomado impulso antes de correr hacia el amplio cristal que se hallaba a sus espaldas, rompiendo la ventana y cayendo a la calle tras aquello.

Tres pisos, el hombre había sorteado a su suerte desde la tercera planta del lugar. Thomas siquiera tuvo tiempo de pensar en ello, no cuando Mitch ya se hallaba a su lado quitándole las cuerdas que le ataban a la vieja silla de madera.

—Eres un completo idiota —fue un murmuro una cosa de nada, las palabras quedaron al aire cuando la mirada de color miel de americano se quedó clavada en los ojos pardos del rubio. Thomas se quedó quieto ante ese simple cruce de miradas, terminando por arrugar ambas cejas mientras continuaba cuestionando al americano en silencio.

—Tu contacto. Si te morías no ibas a proporcionarme la información que necesitaba —fue como salir del trance. El castaño había terminado por deshacerse de la última cuerda que se cernía sobre el tobillo del rubio, quien poniéndose de pie había terminado por complementar el ambiente llenándolo con una de sus risas aterciopeladas.

—¿Solo eso, Mitch? De verdad me decepcionas —el castaño se había quedado de pie justo frente al británico, poco antes de que este arqueara una de sus casi rubias cejas, terminando por llevar una de sus manos hasta el mentón del otro.

No hubo besos, tan solo una mirada intensa que terminó por complementarse con una sonrisa y el breve espacio que apenas se alzó entre los labios de ambos. Podían leer la necesidad del uno por el otro, pero se habían limitado a no cruzar la barrera que se habían impuesto al inicio al día.

—Deja de jugar, Sangster, tenemos poco menos de una hora para terminar con toda esta mierda —no había reclamo, tan solo existía un atisbo de enojo que disfrazaba el verdadero deseo que se instalaba en el medio de las palabras del americano.

—Necesitamos un código, Mitch. Las bombas no cederán sin él. Hay una con nuestra querida Ava, en su estúpida mierda de espectáculo de pirotecnia. La otra, te puedo asegurar, que se encuentra al otro lado, donde nuestra estimada benefactora arribará en cualquier momento —el rubio hizo una pausa poco antes de finalmente, decidirse a echar los brazos sobre los hombros del menor, quien sin alejarlo en esta ocasión, le había fulminado en silencio con la mirada.

—Dominika no es parte de la MI6, Thomas ¿Cómo mierda puedes estar seguro de eso? —llevó una de sus manos hasta el brazo del más delgado, terminando por hundir sus dedos sobre la chamarra de cuero que este portaba a punto de finalizar el agarre establecido.

—No va a dejar cabos sueltos. Además, ella no estará sola, lo sabes ¿No? Algunos de los míos estarán ahí, dentro. Británicos y americanos volando en un mismo día, irónico ¿No crees? —había media sonrisa bailando en sus labios al tiempo que sus dedos acababan por hundirse en la larga cabellera castaña del más bajo.

Mitch simplemente había suspirado ante ello, terminando por rodar los ojos a punto de deshacerse del agarre del británico.

—Eres un maldito imbécil —el castaño estaba apretando los dientes al tiempo que cerraba los ojos y terminaba por apartar uno de los brazos del rubio de su cuerpo.

Thomas había terminado por suspirar por aquel instante, optando por dejar un único y escaso beso en la mejilla del menor. Durante un breve momento de duda, deseó probar una vez más los labios del americano, pero bastó con escuchar el inicio del discurso en las afueras del lugar para frenar de lleno sus acciones.
Apretó los labios y terminó por apartarse del menor, llevándose ambas manos al rostro para limpiar cualquier rastro de sangre que hubiese quedado impreso en su piel. Mitch se hallaba inquieto, observándole no muy lejos de donde estaba, cuestionando en silencio probablemente por la actitud tan llevadera que tenía por aquel instante. Thomas se limitó a sonreír poco antes de mirarle y dedicarle una de esas sonrisas cargadas de coquetería que siempre había guardado para él. 

—Conseguiré el código, Mitch —el británico finalmente rompió el silencio al tiempo que programaba el reloj de su muñeca, sabiendo que solo contaban con menos de una hora para terminar con aquello—. Contacta a Kennedy, necesitamos un plan B en caso de fallar. No queremos ocasionar una histeria colectiva en vano ¿cierto? —alzando ambas cejas el rubio había terminado por coger el arma abandonada en el piso, volviendo a meterla dentro de la chaqueta de cuero negro.

—¿Piensas que te dejaré ir solo por esa mierda? Estás demente —arrugando ambas cejas, el castaño caminó una vez más en la dirección en que se hallaba el rubio, deteniéndose solamente cuando este alzó la diestra para indicarle con un gesto de la misma, que se detuviera.

—No te he fallado de nuevo hasta este punto, Mitch ¿No es así? —no había ruego en su tono de hablar, esta vez el acento del británico salía a relucir en conjunto con la sinceridad que se adhería a cada frase de su singular forma de hablar. Mitch le observaba en silencio, ligeramente pasmado por aquella peculiar muestra por parte de su amante y ex compañero de trabajo—. Conseguiré el maldito código, Rapp. Te necesito ahí. ¿Vas a arriesgarte a correr un kilómetro de distancia entre una sorpresa y otra?

El americano guardó silencio, logrando que sus facciones se contrajeran en un mar de dudas por aquel instante. El rubio tenía un punto y por mucho que no le agradara la idea, era probablemente la única opción viable que tenían de momento. 

—Tienes treinta putos minutos, Sangster. Nos veremos al otro lado del cerco de seguridad ¿Entendido?

Thomas se limitó a sonreír ante ello, poco antes de asentir con un escaso movimiento de su cabeza. No hubo palabras en el medio de ello, tan solo un beso que murió cómplicemente silencioso en los labios de ambos. El castaño cuestionando como siempre las acciones del más alto, quien sonriendo, había terminado por apartarse de él, memorizando el rostro de pocos amigos que el americano le dedicaba siempre.
De nuevo las palabras sobraron y el silencio fue el único presente. Los pasos del rubio lo llevaron hasta las escaleras y al exterior del edificio. Cuando ladeó la cabeza para dar un último vistazo hacia atrás, fue capaz de notar la espalda del americano perdiéndose en el medio del mar de gente, justo en la dirección opuesta a la que él se dirigía por aquel instante.

Bajó la diestra hasta el pequeño bolsillo de los vaqueros que portaba por aquel instante, sacando el diminuto papel doblado que había hurtado de las prendas de Mitch en el medio del efímero beso compartido. La letra de Kaya se dejaba ver claramente. Comenzó a doblar en papel en cuatro partes irregulares, lo mejor que le permitía su andar por aquel instante. Luego en dos, luego una vez más. Cuando el mensaje oculto apareció ante sus pardos la sonrisa volvió a pintarse en sus labios. Adoraba a Kaya, de verdad que sí.

Volvió a hacerse espacio en el medio de la gente que continuaba llegando. La voz de Paige sonaba a sus espaldas, acompañando a los vítores, a los aplausos. Probablemente si no moría por aquel día, sería una buena gobernante.
Rodó los ojos con ironía poco antes de acelerar su paso. Observó la enorme caravana de vehículos blindados que comenzaba a hacerse espacio en el medio del mar de gente hasta una lujosa edificación que se alzaba no muy lejos de donde estaba. Se mantuvo apenas un par de minutos en su posición, siendo guiado apenas por el movimiento de los cuerpo a su alrededor.

La dama que descendió del vehículo apenas este aparcó, terminó por llevarse todas las cámaras que se alzaban a su alrededor por aquel instante. Alta, rubia, de hermosos ojos matizados de violeta. Con media sonrisa en los labios, la rusa había caminado con los enormes zapatos de punta que vestía por aquel instante, saludando a la prensa que se había congregado a su alrededor. Thomas se limitó a sonreír ante el espectáculo poco antes de continuar con su camino. Las largas zancadas continuaron, haciéndole casi correr las últimas dos calles que le separaban del edificio en construcción que se alzaba fuera de los límites de seguridad.
Observó el ochocientos veintitrés marcado una de las paredes de la construcción, sonriendo nada más de pensar en la ironía del asunto. Dejó que su mirada de color pardo paseara una vez más a su alrededor asegurándose de que nadie prestara atención a lo que hacía por aquel instante.

Apenas atravesó el arco de la entrada fue capaz de percibir el húmedo ambiente del lugar. Dio apenas un par de pasos poco antes de finalmente decidirse a sacar el arma que guardaba en su chaqueta. Caminó, un paso, dos. Percibió el crujir de la tierra debajo de sus botas, la humedad instalándose en las suelas. Cuando alcanzó la primera serie de escaleras, sintió un breve escalofrío recorriéndole la médula. El lugar estaba demasiado silencioso para su gusto.
Cuando arribó a la primera planta, fue capaz de observar el enorme montón de desperdicios que se dejaban ver en el lugar. Estuvo a punto de dar un paso en esa dirección, pero se detuvo al momento en que escuchó los pasos en el siguiente piso.
Contuvo el aire en sus pulmones poco antes de volver a centrar su atención en las escaleras del lugar. Apuntó la boca del arma hacia el frente al tiempo que volvía a hacer sus pasos tan silenciosos como le era posible, pero antes de siquiera atravesar el marco carente de una puerta, percibió la pequeña risa que fugaba del interior de la desierta habitación.

—Una eternidad, Thomas, toda una eternidad —el hombre de los lentes de botella se hallaba sentado en una esquina, sobre una pequeña silla de madera que quedaba completamente fuera del lugar por aquel instante—. ¿Qué le dijiste al cerdo americano para que te permitiese venir solo? Porque viniste solo ¿No es así? No me gustaría tener que hacer esto del otro modo.

Apuntando aún el arma en la dirección del otro, el británico se había limitado a sonreír el tiempo que negaba brevemente con un gesto de la cabeza.

—¿Cuánto ha pasado? ¿Seis años? ¿Siete? De verdad no pensé que tu juego infantil llegara hasta este punto, Mili —arqueando una ceja, el rubio finalmente había detenido sus pasos, dejando que sus ojos fueran desde el lugar en que el otro yacía sentado, hasta la maleta deportiva que yacía a su lado.

—Siete años, Tommy, siete años —rodando los ojos el hombro había terminado por deshacerse de las gafas, moviendo brevemente la cabeza, como si estuviese midiendo la poca paciencia que le quedaba por aquel instante.

—Era solo una misión. Tú fallaste, yo no —Thomas había hecho una pausa en sus palabras, logrando percibir el segundo exacto en que las facciones del mayor se deshacían en una amarga y amplia sonrisa.

—¿Yo fallé? —la pregunta brotó de los labios del otro británico con un tono abatido, resaltando la dulce ironía que apenas y se había dejado entrever en el medio de esas dos simples palabras—. ¿En serio? ¿Eso es todo lo que tienes por decir? —el hombre hizo una pausa al tiempo que se ponía de pie, logrando que el rubio moviera el arma en su dirección casi por instinto—. ¡Era mi objetivo! ¡Aleksander era mi misión!

—Fabricabas armas para ese sujeto, Mili, estabas cegado por él, por el conocimiento que a quien debías matar, te proveyó. Yo solo cumplí con mi deber —el rubio continuó hablando, dando un paso más en la dirección en que se hallaba el otro, quien a ese punto, simplemente había dejado ambos brazos laxos a cada lado de su cuerpo, como si la energía le hubiese abandonado en menos de un instante.

—¡Yo pude proveerles de armas que jamás hubiesen soñado! ¡Y tú! —esta vez el británico señaló a Thomas con el índice de la diestra, al tiempo que su rostro se contraía en una extraña mueca que dejaba ver tanta ironía como un ápice de locura en el medio de la misma—. ¡Tú te metiste con él! ¡Tú quebrantaste el único medio que tuve para obtener el éxito! ¡Tú, un maldito sparrow novato!

—Yo solo debía obtener el nombre del hombre que nos había traicionado, Mili. Él fue quien te vendió por sexo de una noche —alzando ambos hombros, el rubio se había limitado a contener el aire en sus pulmones, sabiendo de antemano que aquella estúpida remembranza de antaño, no llevaría a ningún maldito lado.

—¿En serio? —una sonrisa que rayaba en la locura había terminado por aparecer en los labios del otro británico, quien llevándose ambas manos al rostro, había terminado por tratar de contener la risa que ya estaba brotando de su boca por aquel instante—. Ustedes me menospreciaron, echaron por la borda el trabajo de mi vida, y ahora, ahora voy a demostrarles lo que desecharon —esta vez apartó las manos de su rostro, como si un ápice de cordura se hubiese instalado en su mente por aquel instante. El hombre se irguió y volvió a colocarse los lentes en el rostro.

—Esto es algo entre nosotros ¿No es así? ¿Por qué mierda vas a involucrar a los americanos en esto? —arqueando una ceja, el rubio había dado otro paso en la dirección en que se hallaba el otro hombre, deteniéndose apenas este le había dedicado una última mirada de advertencia a través de las horrendas micas de sus anteojos.

—Un medio para demostrar un fin. Pude haber estallado las bombas en París. Pero cuando supe que tu pequeño conejillo de indias se encontraba en Orión, fue simplemente inevitable —el hombre de los lentes terminó por caminar hacia la maleta deportiva, logrando que su mirada se perdiera brevemente en la tela oscura de la misma.

—Me halagas, Mili, ¿No estarás enamorado de mí? Lamento decirte que lo nuestro no es posible, no me gustan los de tu tipo, prefiero a los idiotas gruñones con aspecto desalineado —Thomas había dejado que sus comisuras se elevaran brevemente, al tiempo que daba un último vistazo a la habitación, buscando acabar con aquel estúpido teatro de una vez por todas.

—Ustedes lo hacen girar todo en torno a eso ¿No es así? Buscan las necesidades de cada persona, se vuelven adictivos, hacen que sus cuerpos sean una droga para el objetivo. Joder, en serio, siempre detesté a los tuyos.

—Lamento escuchar eso, ¿Pero sabes? No me interesa —fue lo último. El disparó que brotó del arma del menor fue a parar justo a uno de los hombros del otro, quien simplemente había caído al piso, quedando inerte justo a un lado de la maleta deportiva.

La mirada del rubio se quedó fija durante un segundo en el cuerpo que yacía laxo sobre el inestable piso de concreto. Con el arma aun apuntando en la dirección del mismo, Thomas finalmente dejó que sus pasos redujeran la distancia que existía entre ambos. Cuando estuvo a menos de un metro de distancia del mayor, fue capaz de escuchar el extraño pitido que provenía de la maleta a su lado. Desvió la mirada un breve segundo hacia el reloj que portaba en la diestra, sabiendo de antemano que a ese punto, solamente contaba con minutos a su favor.
La distracción le valió más de lo que hubiera deseado. Thomas reaccionó cuando fue capaz de sentir las manos del británico sobre su cuerpo. Un disparo, dos. El hombre le arrancó el arma de las manos cuando finalmente pudo tumbarlo contra el piso.

Thomas no demoró en llevar sus manos hacia los brazos del mayor, a los hombros, al cuello. Trató de quitárselo de encima, al tiempo que el otro se limitaba a sujetarle de melena rubia para echarle la cabeza hacia atrás. Cuando el primer golpe contra el concreto llegó, el rubio se limitó a lanzar un lastimero gemido al aire. No hubo mareo, solo una punzada de dolor en la coronilla de la cabeza.
El rubio tomó impulso, sujetando al hombre de los costados y logrando intercambiar posiciones con este sobre el piso. Se detuvo solamente cuando sintió el ardor en uno de sus costados, cuando el olor metálico de la sangre inundó sus fosas nasales.
Cayó al piso de inmediato, terminando por llevarse la diestra al costado que de momento, ostentaba una herida abierta de al menos, unos diez centímetros de longitud.

—¿Quieres el código, no es así, Thomas? —poniéndose de pie mientras empuñaba una navaja en la diestra, el hombre había terminado por sonreír completamente satisfecho de lo que había logrado hasta ese instante—. Voy a darte una pista. Una única pista. Tú lo sabes, Tommy, tú recuerdas ese día, ¿no es así? Tú viste el código tantos años atrás, cuando nos enfrentamos por primera vez. Tú presenciaste esos cuatro números, Sangster —el hombre detuvo sus palabras al tiempo que Thomas se ponía de pie y terminaba por abalanzarse por segunda ocasión sobre él.

Esta vez la diestra del rubio se cerró sobre la muñeca del mayor, asegurando que la navaja se mantuviera lo suficientemente lejos de él. Le sintió retorcerse debajo de su cuerpo, notó cuando el otro apretó la mandíbula al tiempo que percibió cuando la rodilla de este impactó contra uno de sus costados. El tiempo se detuvo, el rubio se limitó a apretar los dientes, a procesar la oleada de dolor. Reaccionó solamente cuando sintió el frío metal abriendo la carne de uno de sus costados, haciéndole caer al piso, aullar de dolor.

El peso del cuerpo sobre sus caderas le hizo abrir los ojos, sonreír con ironía. Fue aquel gesto lo que ocasionó que el hombre encima de él flaqueara un instante, que parpadeara confundido. El puño del rubio terminó por impactarse contra la mejilla del sujeto, quien soltó un gemido lastimero al segundo exacto en que cayó al piso.
La adrenalina corriendo por sus venas le hizo llevar la diestra hasta el mango de la navaja, sacarla de su cuerpo sin miramiento alguno. La explosión de dolor pasó desapercibida al segundo que el pitido de su reloj le indicó que se estaba quedando sin tiempo. Escuchó el aullido de dolor del otro hombre cuando hundió la navaja sobre su pecho, logrando que el cuerpo debajo de él se retorciera en consecuencia.

La sangre manó de la herida recién abierta y el hombre de los lentes le observó inerte, laxo, sonriendo. Había un hilo de sangre corriendo por sus comisuras, y la derrota parecía no haber sido procesada por su cerebro siquiera a ese punto.

Thomas se limitó a observarlo, a deslizar la navaja fuera del cuerpo del otro antes de arrojarla lo suficientemente lejos de su posición. Se puso de pie a duras penas, llevándose la izquierda hacia al costado lacerado al tiempo que la diestra buscaba con desesperación el móvil en el medio de sus prendas. Escuchó el tono, una, dos veces antes de que aquella voz familiar inundara sus oídos una vez más.

—¡¿Por qué mierda demoraste tanto, Sangster?! —la voz de Mitch sonaba alterada, claramente podía percibir los gritos al fondo, la música, el cierre del evento. Thomas solo sonrió al tiempo que se dejaba ir contra una de las columnas del lugar, sabiéndose demasiado cansado como para mantenerse de pie por aquel momento.

—Mitch... —fue un murmuro, el británico se esforzaba por mantener el tono irónico de su voz, la coquetería, las sonrisas, aquella arma que solamente había empleado cuando se trataba de él—. ¿Encontraste el teclado, no es así? —arrastró las palabras al tiempo que cerraba los ojos, el aire se tornaba denso, el dolor comenzaba a escalar en sus entrañas.

—¿Thomas? —de nuevo ahí estaba ese tono, aquel tono de preocupación que el americano había empleado tan pocas veces en sus encuentros. Thomas sonrió, recordó el rostro del castaño que acompañaba siempre a esa escasa elevación de voz.

—Uno... Nueve, siete... Cuatro —hubo una pausa al otro lado de la línea tras aquello, escuchó el pitido y la palabra de alivio que había brotado de los labios del castaño. Thomas se limitó a erguirse una vez más, a forzarse a caminar hasta la maleta deportiva, escuchaba a Mitch al otro lado de la línea preguntándole donde estaba, reclamando con aquel estúpido lenguaje plagado de malas palabras que siempre solía caracterizarlo.

El británico simplemente le escuchaba, utilizando la mano libre para acceder hasta el control de la bomba que tenía frente a sus narices por aquel instante.
Notó los números en rojo, los escasos minutos para que todo ello acabara. Sus dedos se movieron a través de los cables, a través de la pantalla. Oprimió la misma secuencia y el contador detuvo su andar... Durante dos segundos.

—Una sola... Vez... Tommy... Una... Solo... una... —los pardos del británico dejaron de prestar atención al explosivo frente a él, terminando por concentrarse en el hombre que acababa de brindar su último aliento.

Apretó los labios y cerró los ojos durante un instante, siendo capaz de escuchar la voz de Mitch que aún le llamaba al otro lado del teléfono móvil.

[ ... ]

—¿Sabes cuál es el objetivo de los Sparrows, Mitch? —la voz del británico al otro lado del celular sonaba escasa, sin fuerza. Mitch se hacía espacio en el mar de gente que había a su alrededor, tratando de llegar hasta el otro extremo, fuera de aquel bullicio que parecía desear enloquecerle en cualquier instante.

—¿Dónde mierda estás, Thomas? —dejó ir la pregunta en un reclamo, con un tono de exasperación. Recorrió los edificios que se alzaban al fondo del lugar, trató de pensar cual sería el más adecuado para que la rusa arribara al evento.

—Buscamos la necesidad en las personas, Mitch. Y después nos convertimos en esa necesidad —hubo una pausa al otro lado de la línea, el castaño fue capaz de escuchar el gemido que el rubio luchó por acallar por aquel instante: estaba herido. Los pasos del americano se apresuraron, la izquierda libre apartó más cuerpos de los que fue capaz de contar—. ¿Sabes cuál fue la tuya, Mitch?

—Deja de decir mamadas, Thomas, solo dime donde mierda estás —había desesperación en su tono, parecía como si el británico al otro lado de la línea simplemente hubiese enloquecido, diciendo la primera estupidez que le venía a la cabeza.

—La venganza, Mitch. Tu necesidad es la venganza. Necesitabas otro motivo para continuar en ese camino ¿No es así? —de nuevo una pausa, escuchó al rubio toser, acarrear aire con dificultad a su pulmones. A ese punto el castaño era un hervidero de contradicciones.

—Voy a patearte el maldito trasero, Sangster... Dime de una puta vez donde mierda estás —estaba llegando al final, donde la gente finalmente se apartaba, donde le daban paso y le ofrecían un espacio libre de calor humano.

—Mitch yo...

Las palabras se cortaron el segundo que la explosión se dejó escuchar en el lugar. El suelo bajo sus pies vibró, Mitch se agachó casi de manera instintiva para protegerse. Los gritos a su alrededor empezaron, sintió como la gente le empujó para huir. Cuando finalmente alzó la mirada, pudo notar la construcción que caía a pedazos a unas cuantas calles de donde se encontraba.
Volvió a llevarse el móvil al oído, escuchando solamente el estúpido e insoportable pitido de la señal perdida.


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