Capítulo IV


Volkov mira sus pies. Horacio ha insistido en que se ponga sandalias, no entiende muy bien porqué, ya que están en temporada de invierno e ir con los pies al descubierto no suena a buena idea. No ha nevado todavía, pero se espera que para las navidades, caigan los primeros copos de nieve.

No quiso seguir indagando en el tema, mucho menos cuando ha visto que no se dirigen a su casa, como llegó a pensar en algún momento. En lugar de ir dirección norte, Horacio conduce hacia el sur; más exactamente, están acercándose a los alrededores de la playa. Desconoce cuál es el destino final, pero presiente que está buscando el lugar indicado para hablar eso que le comentó anteriormente.

Horacio toma la calle que pasa por debajo del Pier Del Perro, para aparcar el coche en el masivo estacionamiento que hay allí. Es de tarde y entre semana, además de época fría, por lo que hay escasos vehículos. En el mar, hay algunos valientes surfistas que deciden practicar, incluso con la baja temperatura del agua.

Una vez el coche se ha detenido y ha apagado el motor, se bajan en silencio. Comparten una mirada y con un movimiento de cabeza, el de cresta invita al ruso a que le siga. Caminan por varios minutos, lejos del Pier y de las pocas personas que recorren la playa.

Visualizan una zona de rocas y deciden sentarse en ellas, mirando hacia el mar. Sopla una fría brisa marina, pero no lo suficiente para que sea incómodo estar ahí. Volkov vuelve a mirar sus pies, ahora llenos de arena y comprende el motivo del uso de ese calzado. Ninguno ha dicho nada, sólo observan el mar. Volkov aparta la mirada del cuerpo de agua y la posa sobre el perfil de su pareja.

– ¿De qué querías hablar, Horacio? – inquiere el ruso por fin.

El nombrado inhala profundamente y al cabo de unos pocos segundos, exhala todo el aire contenido. Gira su cabeza en dirección a los azulados que lo miran y se arma de valor.

– Quiero... quiero saber qué pasa – quita su mirada y la posa en sus manos, las cuales juguetean entre sí para distraer su nerviosismo – Has estado raro últimamente, lo he notado. Te he sentido... no sé, como distante.

Volkov sabe que no tiene sentido negar u ocultar lo que el contrario le dice. Tal vez de manera (in) consciente estaba ocupándose en demasía, para evitar precisamente este momento en que se enfrentara a esos ojos bicolores; esos que traspasan su alma y su corazón, al que sólo él le pertenece.

– Es cierto – suspira – Reconozco que mis actitudes no han sido precisamente las más adecuadas – enfoca su mirada al oleaje – Reconozco también que me he alejado de ti y me he, por decirlo de alguna manera, centrado en el trabajo y en otros aspectos...

Horacio vuelve a mirarlo, al percatase de que no continúa.

– Pero, ¿por qué? – pregunta cabizbajo – ¿Es por mi culpa?, he... ¿he hecho algo mal?

A Volkov se le encoge el pecho cuando siente el dolor en las palabras de su pareja. Se recrimina por haberle hecho creer que él tenía algo de culpa, no había dimensionado hasta ahora el daño que sus acciones estaban teniendo.

– Horacio, mírame – lo toma del mentón – Nada, escúchame bien, nada de esto es culpa tuya.

– Pero...

– No – lo interrumpe – Lo que me ha estado pasando son mis mierdas del pasado, cosas que ahora mismo no he podido manejar bien – entrelaza su mano con la contraria – Te pido perdón, perdóname por haber provocado que te sientas culpable o responsable de eso.

El de cresta corresponde el agarre de sus manos y siente como algo dentro de él se relaja. Sin embargo, otra preocupación inunda su mente.

– Entonces... ¿qué son esas cosas que te están molestando? – lo mira – Entiendo que no quieras hablar de ello, pero... recuerda que yo estoy para ti, siempre lo he estado y siempre lo estaré – aprieta más su mano – Puedes contarme lo que sea, Viktor.

El nombrado se toma un largo minuto para ordenar sus pensamientos. Observa ambas manos entrelazadas y acaricia con su pulgar la contraria. No quiere ocultarle nada a su pareja, pero hablar de esto le cuesta y mucho. El pensamiento de haber tenido esta conversación con una botella de vodka, llega a su mente; sin embargo, la descarta. Quiere poder ser capaz de abrirse a esa persona que por tantos años estuvo esperando, por la que regresó y por la que haría cualquier cosa con tal de hacerla feliz.

– Lo sé, Horacio – empieza a hablar – Sé que es así y también quiero que sepas que yo estoy para ti, siempre... – suspira un par de veces, antes de continuar. Aunque Horacio no es el mejor ejemplo de paciencia, aguarda en silencio – En anteriores ocasiones, te he mencionado momentos y situaciones de mi pasado. Mi familia, mis problemas, mis pérdidas... – traga saliva – Últimamente, no sé muy bien porqué, he estado teniendo ciertas pesadillas.

– ¿Qué tipo de pesadillas? – lo anima.

– Al despertar no siempre las recuerdo muy bien, pero... – se lleva la otra mano al pecho – Siento la opresión, el miedo, la angustia de esos momentos – baja la mirada – No sé si son recuerdos o cosas que mi mente recrea, pero las pesadillas son de cuando era niño, de cuando vivía en Rusia – esta vez, centra su mirada en el mar, mientras siente los bicolores posarse sobre él; escuchándolo con atención – Mi madre era un mujer hermosa, eso siempre decía Aleksandra. Con los años su rostro es cada vez más difuso, pero su voz... su voz la recuerdo muy bien – sonríe – Tengo recuerdos de cuando nos leía historias, me fascinaban todas y añoraba cuando llegaba ese momento del día para escucharlas.

Por la mente de Horacio, la imagen de un Volkov chiquito, emocionado por los cuentos que relataba su madre; le hace sentir una especial calidez en su pecho.

– Pero también está el señor que era mi padre – continúa, la voz del ruso se torna más oscura – Lo único que recuerdo de ese señor es que era un tipo que bebía, se gastaba el dinero apostando ilegalmente y acumulaba deudas – hace una pausa – Nunca veló por el bienestar de su familia, ni por mi madre, ni por mis hermanos, ni por mí.

Horacio percibe la ira contenida en Volkov cuando habla de su padre. No es para menos, lo único que puede despertar los recuerdos de una persona que tanto daño hizo, son sentimientos negativos. Se acerca más a su pareja, mostrando apoyo y lo anima a continuar.

– En mis pesadillas, cuando él aparece, todo se vuelve confuso... doloroso, incluso – expresa – Él agredía a mi madre, creo que a nosotros también, no lo sé; no lo recuerdo bien – suspira – Mi hermana se encargaba de cuidarnos cuando eso pasaba. Siempre buscaba la manera de hacernos distraer a mi hermano y a mi – traga saliva, en un intento por hacer que el nudo que se ha formado se vaya – Nos escondíamos, leíamos un libro que ocultábamos por alguna razón, hasta que todo pasara y...

Horacio lo mira confundido cuando detiene su relato repentinamente, como si se hubiese acordado de algo.

– ¿Qué pasa? – inquiere.

– Es que... me he acordado de Aiden – sonríe con tristeza.

– ¿Aiden? ¿Quién es Aiden?

Volkov recién entiende porqué el caso de ese menor, había calado tanto en su mente. Además del instinto de justicia y protección que poseía al ser un agente de la ley, al relatar en voz alta el contenido de sus pesadillas, le fue inevitable no pensar en lo vivido con él.

– Hace un par de semanas acudimos a un aviso de disparos dentro de una vivienda – explica – Lo que encontramos fue impactante cuanto menos – el ruso arruga el entrecejo al revivir la imagen – Una mujer tenía varias heridas de bala en su torso y el responsable se había disparado en la cabeza – voltea a mirar a su pareja – Pero lo más impresionante fue encontrar a Aiden, un niño de sólo seis años, escondido en el armario de su habitación, esperando a su madre; la que estaba sin pulso en el salón de esa casa.

Horacio siente un escalofrío recorrer por toda su columna vertebral y no es precisamente por la brisa que de a poco se ha hecho más fría, sino por los trágicos acontecimientos que le ha contado el peli gris. Y se da cuenta de la relación de este suceso, con los fantasmas del pasado del ruso.

– ¿Era este el caso en el que tanto estabas empeñado en investigar?

– Sí, era este.

El de cresta lo mira fijamente por un momento.

– No puedes sentirte responsable por...

– Lo sé – lo interrumpe – Pero lo hago, Horacio – se pasa ambas manos por el rostro – ¿Cómo no hacerlo cuando descubro que esta mujer ya había pedido ayuda antes? Cómo no hacerlo cuando fallamos en nuestra labor de proteger, de servir...

– Uve... – posa su mano sobre la pierna contraria – Cumplimos con nuestra labor como podemos, no somos superhéroes, a veces hay cosas que se salen de nuestras manos y por eso en lugar de lamentarnos, debemos trabajar en mejorar cada día.

Horacio mismo había tenido que aprender de estos pensamientos intrusivos cuando fallaba. No era el mismo cadete que entró a la policía con la ilusión de atrapar a los malos y hacer del mundo un lugar mejor. Cada experiencia vivida en su profesión le hizo dar cuenta de muchas cosas y aprendió a las malas que el héroe que soñaba ser, en ocasiones también tenía sus limitaciones.

– Pero ahora lo entiendo – continúa el de cresta – Más allá de lo que sientes que no pudiste hacer a tiempo, viste en Aiden cosas en ti... Un niño indefenso que lastimosamente la vida le arrebató a su madre.

Volkov se queda en silencio, analizando las palabras de su pareja.

"Tal vez sea verdad" piensa. Por algo desde que sus ojos se cruzaron con los temerosos oscuros de ese niño, Volkov se vio reflejado en todas esas veces que temió; tanto por él, como por su madre y por sus hermanos.

Ser testigo de primera mano, cómo un ser tan pequeño sufre por algo que él también sufrió, sólo que en otras condiciones; lo dejó mucho más trastocado de lo que pensó.

– No lo había pensado de esa manera – expresa finalmente – Tu observación, dentro de toda esta situación, parece ser acertada.

Un silencio se instaura entre ellos. Por la mente de Volkov están pasando muchas cosas y otras tantas que tiene que ir asimilando. Por otro lado, en la mente de Horacio, una duda permanece.

– Uve – lo llama – ¿Por qué no me contaste todo esto antes?

– No quería preocuparte con estas cosas, Horacio – responde al cabo de unos segundos.

El de cresta lo mira fijamente.

– Más me preocupas cuando te alejas, cuando te ahogas en el trabajo y no me cuentas lo que pasa.

El peli gris nota en sus bicolores favoritos la tristeza que expresan. Piensa en lo irónico que es eso que hace para no intranquilizar al otro y termina haciendo exactamente lo contrario e hiriéndolo al mismo tiempo.

– No quise que pasara de esta manera – dice el ruso – Todo esto estaba siendo, de alguna forma, muy abrumador para mi – suspira – No sabía cómo gestionarlo y... perdón por haber causado todo eso.

Horacio elimina la escasa distancia que los separa. Apoya su cabeza sobre el hombro contrario y entrelaza las manos de ambos, mientras que con la otra, cubre la unión entre ellas.

– Y no tienes por qué hacer esto tú solo, rusito – exclama, sintiendo sobre su mejilla el áspero contacto del abrigo – Ya no eres tú contra el mundo, encerrado en tu castillo de hielo. Ahora somos dos, puedes apoyarte en mí, así como yo en ti – acaricia sus manos – Déjame entrar, pero no me dejes tirado por ahí imaginando según qué cosas...

Volkov sonríe enternecido por la petición de su pareja. Apoya su cabeza sobre la contraria, agradeciendo la calidez del contacto. Sabe que tiene razón y no puede refutarle lo anterior.

– Voy a tratar, en la medida de lo posible, comunicarte estas cosas – dice finalmente el peli gris.

Al cabo de unos segundos en silencio, el menor de los dos vuelve a hablar.

– Pueda que me ponga un poco filosófico aquí, pero no te rayes, vale – Horacio alza su cabeza e intercambia su mirada con el azul de los ojos contrarios y con el azul del mar – El pasado es algo de lo que no podemos escapar, por mucho que lo intentemos, es algo que hace parte de nosotros y que siempre va a estar ahí – continúa su discurso – En la vida siempre nos vamos a encontrar con situaciones que nos harán recordar todas esas mierdas con las que cargamos encima, pero aquí lo importante es que no las neguemos a nosotros mismos, que no gastemos toda nuestra energía en ocultarlas y que por mucho que duela... siempre intentemos buscar el consuelo que nos da un hombro en donde desahogarnos, ¿sabes?

El peli gris no ha quitado su mirada del rostro del moreno. Siente una sensación de confort ante las palabras de su pareja, más que todo cuando es consciente que este también lleva cargas de su pasado encima.

– Y siempre está el otro tipo de ayuda, rollo la profesional – añade el de cresta – Sé que hay cosas en las que podré echarte una mano y otras en las que no, pero para eso están – sonríe tímidamente.

Volkov siente en su pecho una calma que no sentía hace muchos días y esa calma tiene un nombre y apellido: Horacio Pérez.

Hay muchas cosas con las que Volkov está peleado con la vida, por las circunstancias que sufrió, por las pérdidas que vivió y por todos esos sinsabores que le han dejado las duras experiencias. Pero si de algo está eternamente agradecido con la vida, es por tener a su lado a esa luz que en todos estos momentos de oscuridad, siempre ilumina con sólo su presencia, con sus palabras y con todos esos gestos de amor que están destinados para él.

El peli gris responde con algo mucho mejor que las palabras, responde con el lenguaje del amor que tanto disfruta de su pareja. Toma el rostro moreno con ambas manos, este sonríe ante el contacto de las frías manos del contrario y antes de que pueda decir nada más; Volkov acerca sus labios y los junta en un profundo beso.

– Gracias, Horacio – expresa una vez sus bocas se han separado, pero no sus rostros, los cuales mantienen la unión de sus frentes – Gracias por todo lo que haces por mí, por la infinita paciencia, por siempre recordarme que tengo a la persona más maravillosa a mi lado.

El nombrado se sonroja ante lo dicho, siempre sabe cómo dejarlo sin palabras. Así que decide no decir nada más y vuelve a unir sus labios, los cuales extrañaba besar con tanta intensidad.


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Pasaron mucho rato más hablando sobre todo eso que no habían podido decirse durante esas largas semanas. Pero cuando la brisa fría ha pasado a ser gélida, deciden que no vale la pena arriesgarse a un resfriado, así que con cuidado salen de la zona de las rocas y emprenden su camino hacia el coche.

– Hey... – llama Horacio a Volkov, mientras caminan agarrados de la mano – Ya que estos días no hemos tenido una cena tranquila, rollo así los dos, sabes... ¿Qué tal si te preparo mi especialidad para esta noche?

– ¿Tu pasta a la carbonara? – inquiere el ruso.

– Esa misma.

– No es por desmeritar tus habilidades culinarias, querido mío – responde el ruso – Pero es tu especialidad porque es lo único que sabes preparar – agrega con una risa contenida.

– Pero muy bien que te la comes, perro.

Entre risas y besos robados, llegan al vehículo que los trasladaría a su hogar. Por primera vez, después de muchos días, llegarían juntos, sin secretos, sin sentimientos ocultos, sin preocupaciones.




Continuará...



Dibujos hechos por Sammel @snakeofparadisse en Twitter. 

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