Capítulo II
Varios días habían transcurrido desde el incidente en esa casa o como quedó registrado en los archivos: Caso HKLS-295. Un caso más, un delito más, un menor más que pasaba a la larga lista de muchos otros que padecieron circunstancias injustas. Era casi desesperanzador; cuántos más harían falta, cuántos más tendrían que sufrir, cuántos de ellos tendrían las herramientas para salir adelante... ¿y Aiden? ¿Qué futuro le depararía a Aiden?
Volkov estaba en su oficina. Estaba bebiendo, la que sería probablemente, la quinta taza de café del día. No había podido dormir bien las últimas noches, ya de por si le costaba conciliar el sueño, pero ahora unas extrañas pesadillas llegaban a atormentarlo. No tenía muy claro si realmente eran sucesos vividos o simplemente este caso lo había consumido de tal manera, que no lograba calmar su mente.
Y justo ahí se encontraba, releyendo todas las evidencias del caso. Aunque este ya estaba cerrado, Volkov le seguía dando vueltas al tema. Estaba obsesionado con todo lo que se hubiese hecho para evitar ese triste desenlace. Resulta que la mujer ya había interpuesto denuncias contra el homicida, en ese entonces agresor. Había incluso cambiado de domicilio, pero la constante amenaza del hombre, como si de una sombra de tratase, no la abandonaba. Y ahí se preguntaba: ¿Dónde estaba la policía? ¿Por qué se había fallado en proteger a esta mujer? ¿Por qué se había fallado en proteger a Aiden?
Eran preguntas que no podía sacarse de su cabeza.
En un intento por ocupar su mente en otra cosa, decide que es mejor ir a patrullar. Se cerciora quiénes están de servicio y al percatarse de que están organizados, ya en binomios, opta por patrullar solo. Tampoco le apetecía demasiado la compañía, pero al menos esperaba que pudiera distraerse con las anécdotas de algún compañero.
Al cabo de unas horas, el patrullaje le empieza a pesar a Volkov, ya que no le está ocupando la mente lo suficiente. Durante el transcurso de la tarde sólo han saltado avisos de drogas, donde al llegar no logra encontrar a nadie; además de alguna que otra parada de tráfico, sin mucho más inconveniente. Así pues, como caída desde el cielo, una alerta de robo a tienda aparece y rápidamente avisa por radio, antes de que algún otro compañero de otra facción pueda agenciárselo.
Llega rápidamente al lugar, aprovechando que estaba bastante cerca. El establecimiento es el 24/7 ubicado en Innocence Boulevard, en la zona de Strawberry. Observa al detenido dentro, paseándose nerviosamente cerca de la puerta. El presunto coche de huida es un turismo de color verde, bastante llamativo, parece muy personalizado para ser un vehículo robado.
Espera a las unidades de apoyo de la LSPD, las cuales ya se habían anunciado anteriormente por radio. Se posicionan del lado contrario a donde se encuentra el patrulla del subdirector, con él aún adentro del mismo.
– Compañero del FBI – habla el oficial por la radio compartida – ¿Desea tomar las negociaciones usted o procedemos uno de nosotros?
– Procedan con las negociaciones – responde – Yo marcaré el vehículo.
– 10-4.
Al parecer el deportivo tenía dueño, pero aún no podía confirmar si esa persona era la misma que se encontraba en esos momentos, asaltando el establecimiento. Al cabo de unos minutos, las negociaciones sugerían no llegar a un acuerdo; el asaltante estaba exigiendo más de lo que podía ofrecérsele y no daba su brazo a torcer.
Cuando Volkov estaba considerando intervenir, de manera inesperada, un disparo se escucha desde el interior.
– ¡Tendero abatido! ¡Se procede a abrir fuego! – grita el oficial por la frecuencia.
En cuestión de segundos, todo se había salido de control. El delincuente estaba disparando desde el interior y el oficial que antes había informado, ya se encontraba abatido cerca a la puerta. En cada extremo estaban ambos patrullas, Volkov y el oficial restante, se refugiaban en cada uno. El peli plata miraba nervioso el techo alto, al costado de la tienda. No podía descartar si esto había sido planeado y ahí se podría encontrar un tirador o por el contrario, todo había sido una jugada improvisada del hombre que seguía disparando.
Volkov corre a ubicarse delante del turismo, ahí tenía mayor visibilidad, pero podía seguir protegiéndose. Se asoma un poco, para asegurarse de la posición del asaltante, lo ve apuntando hacia el otro patrulla y aprovecha para dispararle.
Falla, delatando su posición. Por consiguiente se cubre, sintiendo los disparos intentando llegar a él.
– Compañero – anuncia el ruso por radio – Voy a volver a asomarme, voy a distraerlo para que me dispare a mí. Usted va a aprovechar y va a intentar abatirlo, ¿de acuerdo?
– 10-4 – afirma.
Tal como lo habían planeado, al tiempo que el atracador se enfocaba en cruzar disparos contra el ruso, el otro agente toma posición rápidamente y abate al sujeto. El subdirector ordena al contrario que se cerciore del estado del salud del primer compañero, mientras él entra en la tienda a revisar la gravedad de las heridas del tendero.
Volkov entra, visualizando primero al atracador que se quejaba en el piso. Contra una de las estanterías, el hombre que atendía el local, se encontraba inconsciente. Se acerca con cuidado y cuando estaba a punto de tomarle el pulso, una sombra a su izquierda capta su atención.
Volkov no revisó la trastienda, gran error.
Un segundo hombre armado salta a su encuentro, dejándole poco tiempo a reaccionar. Primer disparo, impacta con fuerza contra su chaleco, desestabilizándolo. Segundo disparo, lo siente en su pecho, cae al piso. Tercer disparo, siente el brazo adormecido.
Por otro lado, el agente de la LSPD que se encontraba afuera, junto al compañero abatido, reacciona ante el sorpresivo ataque. Intercambia varios disparos contra el delincuente, pero al tener este último la ventaja de donde cubrirse, no logra su cometido con éxito.
El subdirector logra girar su cabeza hacia la salida, le cuesta enfocar la vista, pero entre todo puede ver cómo el hombre que le disparó se llevaba en brazos a su cómplice; lo mete en el deportivo y parten del lugar a toda velocidad. Regresa su mirada al techo del pequeño local, siente la cabeza embotada y le duele el brazo. Se recrimina por lo mal que salió todo, ¿por qué fue tan descuidado? Siente que dentro de poco perderá la consciencia, así que en un último esfuerzo, presiona el botón de emergencia; cerrando sus ojos lentamente y dejándose llevar por el cansancio.
Su cuerpo se siente extraño, como si le costara moverse, pero no está atado. Pareciera que flotara, el aire se siente diferente ¿Es acaso líquido? ¿Está nadando? Todo es muy oscuro, no ve nada. Le cuesta respirar, ¿por qué no respira? Mira hacia arriba, hay una luz. ¿Debería seguirla? Algo en esa luz le atrae, intenta acercarse, pero se ve tan lejana. Siente cada vez menos aire en sus pulmones, necesita salir de ahí. Vuelve a mirar a la luz, intenta nadar hacia arriba, o eso cree. La luz tiene una forma especial, ¿es una estrella? Quiere alcanzarla, le cuesta. No cree poder salir, no tiene fuerza, no puede aguantar más la respiración. La estrella lo llama, lo siente, no puede alcanzarla.
Todo se vuelve más oscuro, la estrella se aleja... sus ojos se cierran.
Volkov despierta de golpe.
Le duele el pecho y la brillante luz de la habitación del hospital lo enceguece. Por un momento no recuerda qué hace ahí y como si de un rollo fotográfico se tratase, destellos de imágenes sobre lo acontecido en el 24/7 llegan a su mente. Cuando alza su mano para tapar sus ojos, siente una punzada de dolor, tiene el bíceps de su brazo derecho vendado. Con cuidado se sienta sobre la camilla, tiene el torso descubierto, baja su mirada y logra apreciar los moretones en su piel, producto de los impactos de bala a su chaleco.
La puerta de la habitación se abre y unos ojos bicolores cruzan mirada con los azulados. El hombre viste unos sencillos jeans claros, junto con una camiseta holgada de color verde, a juego con su cresta. Además, calza unos cómodos tenis blancos. Su vestimenta refleja muy bien el día no laboral que había tenido.
– Hasta que por fin despiertas, rusito – exclama Horacio, cerrando la puerta tras de él y acercándose al hombre sentado en la cama de hospital.
– ¿Hache?, ¿qué haces aquí? – inquiere confundido.
– Alanna me avisó de lo que pasó, fue ella quien acudió a tu llamado – toma la mano contraria – ¿Cómo te sientes?
– Bueno, tengo el pecho un poco adolorido – Horacio observa los moretones – Y el brazo no puedo moverlo mucho. Pero no es nada grave, al parecer, ¿cierto?
– Nop, es más, ya tu salida está lista – sonríe – Les dije que estabas un poco oxidado y que te dejaran descansar.
Volkov en principio responde con un gesto divertido, sin embargo, recuerda que su imprudencia fue lo que hizo que él se encontrara aquí y que gracias a eso, seguramente los asaltadores hayan escapado. Se remueve en su posición, para poder darle la espalda a su pareja e intentar levantarse.
– Eh... ¿dónde está mi camisa? – pregunta sin mirarlo.
– En la silla, con tus otras cosas – señala, una vez el contrario está de pie.
El ruso rodea la cama y se acerca donde le había indicado, pasando por el lado del de cresta. Se percata de que en la parte superior de la manga, una gran mancha de sangre seca, ha quedado impregnada.
– ¿Recuerdas lo que pasó? – inquiere Horacio.
– Sí, gran parte en verdad – se pone la camisa – asistía a un 211 junto con dos compañeros de la LSPD y las cosas, por decirlo de alguna manera, se salieron de control – suspira – No contaba con que se abriera fuego, ni que estuviera otro escondido detrás. Por cierto... – durante su relato recordó que no era el único abatido – ¿Cómo están los otros compañeros?
– Ni idea, yo sólo vine por ti – lo mira – Podemos preguntarle a Alanna, está afuera.
– Ehh... igual gracias Hache, no era necesario que vinieras hasta acá.
– Anda, vamos fuera – sonríe.
Volkov toma el resto de sus pertenencias y salen de la habitación. Caminan por el largo pasillo del hospital, al final, se encuentran a Alanna hablando con una enferma. Al verlos, termina su conversación y se dirige al mayor.
–¡Uve! – lo llama – ¿Cómo está? ¿Cómo se siente? Nos dio un susto.
– No se preocupe, Monnier – la mira – Estoy bien, no ha sido nada grave. ¿Sabe el estado de los otros dos compañeros?
– Sí, están bien – señala hacia el pasillo – Dentro de poco también deben de salir por ahí.
– Bueno, me alegra que al menos no haya escalado a mayores la situación – expresa aliviado, aún recriminándose para sus adentros.
– Voy a necesitar su declaración, Uve – vuelve a hablar Alanna – Cuando acudimos al aviso de su 999, los atracadores ya no estaban.
– Sí, lo sé... – suspira – Pues si quiere vamos a la sede y hablamos de ello.
– Eh... Uve – interviene Horacio, el cual se había mantenido callado hasta ahora – Cuando los otros compañeros salgan, pueden contarle a Alanna lo que pasó y eso – lo mira – Yo creo que deberíamos irnos a casa, rollo para que descanses, digo ¿no?
– Hache tiene razón – concuerda Alanna – Usted váyase pa' casa que yo me ocupo, igual también estoy esperando las grabaciones de las cámaras de seguridad, así que quédese tranquilo.
Volkov termina cediendo, no tenía sentido contradecir a su pareja y a su amiga, por lo que decide irse a casa y acabar con su turno antes de lo que tenía pensado. Se despiden, tomando luego el ascensor que daba directamente hacia el parking del sótano. Horacio busca entre sus bolsillos, la llave de su coche, caminando en dirección al mismo. Cada uno entra por su puerta: el menor de conductor y el peli gris a su lado. Ubican en el GPS la dirección de la mansión y abandonan el hospital.
Afuera está más oscuro y la temperatura ha empezado a bajar. Ninguno dice nada por un buen rato durante el trayecto, así que en un semáforo, Horacio decide hablar.
– Hey... – lo llama – ¿Qué quieres para cenar? – posiciona con delicadeza su mano sobre la pierna del más alto.
Volkov estaba mirando por la ventanilla del coche, sumido en sus pensamientos (los cuales últimamente no se acallaban) y no es hasta que siente el contacto del contrario, que se da cuenta que le hablaba.
– ¿Cómo? – lo mira confundido.
– Que si quieres algo para cenar... – alza una ceja – ¿Estás bien?
– Eh sí, sólo estoy cansado – trata de disuadirlo – Lo que tú quieras comer, Horacio. Por mi está bien.
El semáforo cambia a verde y el de cresta avanza. No dice nada, hace días que percibe en el contrario una actitud distante. Lo intenta justificar con el trabajo, es verdad que ha estado trabajando más, es entendible que lo esté consumiendo un poco más de lo normal; porque no podría ser otra cosa, ¿cierto?
Volkov tiene la cabeza recostada sobre el regazo de Horacio, el cual también descansa cómodamente sobre el gran sofá del salón. Están viendo una película después de cenar, como siempre acostumbran a hacer. El mayor está acostado de lado contrario a su brazo herido, viste su clásico pijama gris. El de cresta por su parte, porta su sudadera favorita, la que le gusta usar cuando hace frío. A los pies del ruso, Mika duerme plácidamente, cubriendo con su pomposa cola, sus demás extremidades. Del otro lado, Tamalito ha buscado calor en su dueño, por lo que descansa casi encima del brazo del moreno, apoyado en el sofá. Con la otra mano libre, Horacio acaricia las suaves hebras grises. Lo único que se escucha es el ruido del televisor.
Cualquiera que entrara y observara tal imagen, percibiría una calma absoluta, lo único que se vería es una familia feliz. Pero más allá de eso, dentro de la mente del ruso, hay de todo menos calma. No está viendo la película, su cabeza sigue repasando preocupaciones, inquietudes, reproches, culpas, dudas. Su cuerpo está presente, pero Volkov realmente no está ahí.
Para alguien que no lo conociera, tal vez ni lo notaría. Pero a su lado, tiene a alguien que lleva conviviendo con él hace mucho, que ha estado en los momentos más oscuros y en los más felices, en las dificultades y en el apoyo, en frustraciones y declaraciones. Han sido tantas vivencias que es imposible que Horacio no lo note.
Sabe que pasa algo, pero teme preguntar... ¿Qué pasa si la razón es él?
Continuará...
Dibujo hecho por: Sammael @snakeofparadise en Twitter.
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