Capítulo I
El sonido de sus pequeñas pisadas era amortiguado por la alta capa de nieve que recubría todo lo que alguna vez, en otra estación del año, era verde pasto. El sol se ocultaba entre el horizonte, y con él, el frío aumentaba.
Seguía el mismo trayecto de su hermana, la cual iba un par de metros delante de él. Cada uno cargaba con varios troncos de leña. La pequeña casa podía verse desde lo lejos, el humo salía de la rudimentaria chimenea, la misma que iba a quemar la leña que llevaban.
Ninguno decía nada. El frío calaba en sus huesos y recién habían tenido que soportar los gritos de su padre, el cual talaba los árboles. Al menos podían volver entre la tranquilidad que daba el silencio cómplice entre ellos.
Al llegar a la vivienda, encuentran a su madre con su hermanito en brazos, terminando de preparar la cena. No había mucho para comer, sin embargo, la preciosa mujer de cabellos claros era capaz de sacar provecho dentro de las carencias existentes. Dejan ambos la leña cerca de la chimenea, se aproximan a la figura femenina y se dejan envolver por un cálido abrazo; uno que hace olvidar todo eso que pesa.
La puerta se abre de golpe. Un hombre muy alto entra y el ambiente lleno de calidez se resiente, y nada tiene que ver con el clima. Deja el hacha con el que cortaba los troncos al lado de la entrada, se dirige cojeando a la mesa del comedor y se sienta sin decir palabra alguna. Los menores entienden la señal y toman asiento igualmente.
La mujer sirve la comida y todos comen en silencio. Al terminar, el gran hombre se levanta con cierta dificultad y toma una botella de licor de la alacena. Se sienta en su sillón frente a la chimenea y se la bebe poco a poco. Los demás integrantes que estaban todavía en la mesa, comparten una triste mirada, no era necesario decir lo que podría ocurrir, una vez esa botella llegase al final... todos lo sabían.
De repente empieza a hacer mucho frío. El fuego ya no es suficiente y el abrigo no cubre lo necesario.
Todo se va apagando.
Todo se hace más lejano.
Todo se vuelve negro.
Volkov se despierta.
Durante su sueño intranquilo, se había quitado la sábana con la que se arropaba, era de madrugada y el invierno ya había llegado a la ciudad de Los Santos. El abrigo que le daba la cobija no es lo único que se ausenta en la cama, no siente a su fuente de calidez y de felicidad a su lado.
– ¿Horacio? – se sienta sobre la cama, buscando entre la poca luz del recinto, alguna señal de él.
No recibe respuesta.
Se pasa sus manos por la cara, está cansado. Se queda pensando sobre lo que ha soñado. Hace mucho que las pesadillas que solían atormentarlo, no hacían acto de presencia, en especial aquellas de épocas que no recordaba mucho. Sobre todo en estos momentos de su vida, donde todo está mucho más tranquilo y donde es... feliz.
A veces no logra discernir si lo que sueña realmente pasó o es su mente intentando recrear sucesos pasados; puede llegar a ser muy confuso.
La puerta del baño se abre y sólo la presencia de Horacio hace tranquilizar a Volkov.
– ¿Qué haces despierto? – inquiere el moreno, al verlo sentado en la cama.
– Me desperté y no estabas... – no agrega nada más, es suficiente para que el contrario sonría y vuelva a meterse debajo las sábanas.
– Sé que no puedes vivir sin mí, rusito – bromea, a la vez que el más alto lo abraza contra su pecho.
Volkov no dice nada. Algo de lo que dijo Horacio lo deja pensando.
– Hey... – alza su mirada – ¿Está todo bien?
– Sí, sí, es sólo que estoy un poco cansado.
– ¿Seguro? – Horacio nota que algo no le está contando.
– He tenido un sueño complicado – dice finalmente, al cabo de unos segundos de silencio.
– ¿Quieres hablar de eso? – pregunta con delicadeza, acariciando el pecho contrario sobre la camisa.
– Bueno... no precisamente – es sincero – Son sólo recuerdos, algunos no tan buenos.
Horacio responde afianzando más el abrazo, enterrando su rostro sobre el pecho de su pareja. Sabe que Volkov no tiende a hablar sobre esos duros momentos que vivió en su pasado, suficiente se ha abierto ya con él, por lo que respeta su silencio.
Le da un suave beso en el blanquecino cuello, que no iba con segundas intenciones, sin embargo las manos del ruso empiezan a bajar de la espalda a su trasero y a Horacio se le escapa un suspiro.
– ¿No querías volver a dormir? – pregunta sugerente el de cresta.
– El sueño se me ha ido de repente... necesito algo para poder conciliarlo – aprieta con más fuerza esos grandes montículos del moreno.
Horacio deja salir un gemido. Estos cambios de humor de su pareja lo descolocan, pero se deja llevar, como siempre lo haría, sólo con él. Las palabras empiezan a sobrar cuando sus cuerpos son protagonistas, cuando sólo se escuchan los sonidos propios del placer. Se dejan envolver en la penumbra de la noche entre caricias, entre amor y desahogo, todo hasta que el cansancio hace mella en ellos y retoman un profundo sueño. Esta vez, no hay pesadillas.
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Volkov está en la armería de la sede, buscando balas de carabina. Ha entrado de servicio hace poco y quiere patrullar la mayor parte del turno. Viste su clásico pantalón de traje negro, junto con su camisa blanca manga larga y el chaleco distintivo del FBI.
– Priviet, ¿quién se encuentra de servicio? – habla por la máster.
– Buenas, subdirector. ¿Cómo está? – le contesta Lisa – Estamos en un 211 activo, ¿quiere que le enviemos 10-20?
– Perfecto – responde escuetamente.
Termina de equiparse y se dirige al parking en busca de un patrulla, marca en el GPS el lugar que le ha indicado Lisa y sale rápidamente de la sede con la sirenas encendidas. Al llegar, observa la pequeña licorería ubicada en la zona de Morningwood. La agente L se encuentra en la acera de enfrente, cubriéndose con la Explorer; al otro extremo del lado del establecimiento, un compañero de la LSPD está cerca a la puerta, hablando por radio, seguramente con el atracador.
– ¿Cuál es la frecuencia de negociación? – inquiere Volkov, al costado de la Explorer.
– La radio es la 23.98 señor Subdirector.
Se limita a escuchar atentamente la conversación en radio y luego de un rato, se concluye que al atracador se le dará salida limpia a cambio de dejar al tendero en libertad, una vez se suba al vehículo de huida. Toman sus respectivas posiciones, no sin antes llamar a la grúa, para el patrulla restante. Volkov conduce en cabeza, en compañía de la agente L, mientras que el compañero de la LSPD les sigue detrás.
Volkov puede notar que el hombre que persiguen tiene cierta habilidad de conducción y que además, conoce los lugares donde puede despistar, dificultando la cercanía de la persecución. Después de varios forzosos intentos, pierden el rastro.
– Sin visual por mi parte – informa Volkov por la radio compartida.
– Lo mismo para mi – responde el compañero de la LSPD – Continúo en código 6 por la zona de la playa.
Luego de un par de minutos proceden a dar por concluida la fallida persecución.
– Pues nada, no se pudo esta vez – exclama el ruso.
– El tipo sabía dónde meterse, eh – agrega Lisa – Era de esos, ¿cómo se les dice?... ruta de "tiktoker"
– Es correcto, ruta de tiktoker.
De repente salta una aviso. Un vecino ha informado de unos gritos provenientes de una vivienda y seguidamente de esto, unos disparos. Sin más miramientos, proceden a acelerar en dirección a la residencia. Durante el trayecto, un binomio de la LSPD informa que acudirán como apoyo.
Llegan a la casa, ubicada en el barrio de Mirrow Park. En teoría es un vecindario tranquilo y esta clase de llamados no son comunes por la zona. La vivienda de un solo piso es de tamaño mediano-pequeño, en comparación a las demás que superan un poco su dimensión. Hay un coche aparcado frente a la puerta del garaje de la casa, lo más probable es que aún sigan dentro. Todo demuestra un falsa calma, no hay nada aparentemente fuera de lugar.
Volkov estaciona su patrulla, se baja y se equipa la carabina. A los pocos segundos, los compañeros de la otra facción hacen presencia en el lugar. Intercambian entre ellos las indicaciones de cómo actuar, Volkov toma el mando del operativo y proceden a acercarse a la puerta. Después de un par de llamados sin respuesta, el subdirector ordena la incursión en el lugar.
Fuerzan la cerradura con experticia y el peli gris ingresa primero, apuntando con el arma larga. A su lado, Lisa lo cubre. Se van adentrando al pasillo a paso lento, nadie ha salido a su encuentro y eso le parece extraño. En el umbral donde termina el pasillo, localizan dos puertas: la de enfrente que está abierta, mostrando el baño y otra a la derecha completamente cerrada; del lado izquierdo se logra apreciar la sala.
Sin moverse del lugar, Volkov observa el gran charco de sangre esparcido por la alfombra. Sobre esta, sólo alcanza a ver unas piernas; aparentemente de mujer. El subdirector informa por radio y ordena que él y la agente L entren a la sala, mientras que los otros dos compañeros hagan guardia en la puerta cerrada, en caso de que alguien salga de esta.
Una vez en el salón, la imagen frente a Volkov es cuanto menos impactante. Hay varios objetos esparcidos por el lugar, resultado de signos de lucha. La mesita de centro está casi destrozada y lo que alguna vez fue el vidrio que la adornaba, quebrantado en pedazos. Al lado de esta, yace el cuerpo de la mujer, de la que ahora puede ver más que sus piernas; y lo que puede percibir desde la distancia, es que tiene dos tiros en el abdomen y uno en el pecho.
Como si el escenario catastrófico no fuese suficiente, frente a esta, del lado contrario de la pared, el cuerpo de un hombre está sentado sobre el sillón. Podría parecer dormido, de no ser por el disparo en su sien. El arma en el suelo, a pocos centímetros de su mano que cuelga, crea la deducción que el perpetrador del acto fue él mismo.
Se aseguran de que por el resto de la estancia, la cocina, el comedor y el baño no haya nada más. Incluso revisan lo que parece ser la habitación principal, no hay nadie, lo único que les llama la atención es que sobre la cama hay una maleta a medio hacer. Volkov vuelve a tomar cabeza, acercándose con precaución a la puerta que aún se mantiene cerrada. Todavía no pueden descartar que esto no haya sido una puesta en escena y el culpable esté en esa habitación. Intenta girar el pomo, pero el seguro está puesto. Con un par de golpes certeros, la abre sin más.
Al entrar, se percata de que es una habitación más pequeña que la vista anteriormente, parece el dormitorio de un menor. Aparentemente no hay rastro de nadie más y Volkov que estaba a punto de dar una nueva orden, se detiene cuando un ruido muy leve se escucha desde el armario. Retoma el estado de alerta e informa con señas a los demás, que procederá a abrir el mismo.
La puerta es abierta, pero lo que encuentra dentro, lo hace bajar de manera inmediata el arma. Hay un niño sentado con las piernas abrazadas a su pequeño cuerpo, visiblemente asustado, el cual no debe tener más de seis años. Al ruso se le quiebra en dos el corazón y por un momento se queda en total quietud, observando la angustiosa cara del menor. Lisa no logra comprender la reacción de su jefe, hasta que se acerca y entiende el porqué de su estupefacción.
– Dios mío... – exclama la rubia.
Volkov vuelve en sí, ordena a los tres que llamen a los equipos forenses, una ambulancia y a servicios sociales. Les pide que desalojen la habitación, que no se acerquen a la escena y que lo dejen a solas con el menor, no sin antes entregarle el arma a su compañera y cerrar la puerta.
El peli gris lentamente se agacha, a la altura del menor, pero aguardando la distancia. Se quita su gorra, sus lentes y su bandana, las deja en el suelo y entrelaza sus enguantados dedos. Suspira y fija su mirada a los asustados ojos frente a él.
– Priv- eh hola... – inicia inseguro – Sé que estás asustado, pero estoy aquí para ayudarte.
No responde, sólo mira.
– Soy policía, déjame mostrarte – saca del bolsillo su placa y se la enseña – ¿Sabes lo que es? – el menor lo mira confundido – Es un placa, la recibimos todos los policías – se la deja cerca a sus pequeños pies.
Aguarda paciente en silencio, esperando alguna reacción por parte del niño. Poco a poco logra ver la curiosidad creciendo en el menor, cuando mira la placa y lo mira a él repetitivamente. Con cierta timidez, se estira unos cuantos centímetros para recoger la placa y admirarla entre sus manitas. Cuando el niño vuelve a posar sus ojos en el hombre frente a él, este vuelve a hablar.
– Puedes llamarme Viktor.
El niño hace el amago de querer decir algo, pero a último momento se retrae y vuelve a posar toda su atención a la placa.
Volkov suspira y se deja caer, sentándose en el piso. Aprovecha para acercarse un poco más.
– ¿Cómo te llamas, pequeño? – se aventura a preguntar, cuando lo nota menos tenso.
– Aiden – su nombre sale casi en un hilo de voz y el peli gris siente su pecho encogerse. Lo analiza con más detenimiento, tiene el cabello un poco largo, liso y de castaño claro. Sus ojos parecen ser oscuros, dentro de la escasa luz del armario, no los logra definir bien. No tiene zapatos, pero sí tiene unas medias decoradas de algún animal. Viste un pantaloncito largo de color azul y una sudadera roja. Se ve tan indefenso y esto empieza a despertar recuerdos en Volkov.
– ¿Cuántos años tienes, Aiden?
– Seis.
Volkov suspira.
– ¿Me cuentas por qué estás ahí dentro? – el mayor desconoce qué tanto ese niño ha presenciado de lo acontecido en el salón y teme el proceder de sus preguntas.
Hasta este momento, Aiden no había dejado de juguetear con la placa, así que ante la pregunta se detiene y alza su oscura mirada.
– Mi mami me ha dicho que me esconda – retoma su atención al objeto en sus manos.
– ¿Tú mami siempre te pide que te escondas? – Volkov sostiene el aire en sus pulmones.
– Siempre que el hombre malo viene a pegarnos – después de unos segundos en silencio, el mayor iba a continuar con otra pregunta, pero se ve interrumpido cuando el niño sigue hablando – Mi mami y yo nos íbamos, ella decía que a un lugar mejor, pero el hombre malo llegó y tuve que esconderme – Volkov recuerda la maleta sobre la cama y siente un dolor punzante en su cabeza.
– ¿Has salido de tu habitación en algún momento? – Volkov seguía temiendo por la imagen en la sala.
Aiden mueve su cabeza en forma negativa y luego agrega.
– Mi mami me dice que no salga, sin importar lo que escuche, hasta que ella venga por mí.
Justo cuando Volkov sentía que ya no podía seguir haciendo más preguntas, escucha por radio la voz de la agente L.
– Señor Subdirector, perdone que le interrumpa – expresa – Es para informarle que los servicios médicos han llegado, así como el equipo forense.
– ¿Y servicio sociales?
– También se encuentran aquí, señor.
Volkov se levanta, indicándole al menor que aguarde en su sitio, ofreciéndole una tranquilizadora sonrisa. Recoge sus pertenencias y se las vuelve a poner. Cuando abre la puerta de la habitación, descubre que el equipo forense ya está delimitando la zona del salón, por lo que rápidamente sale y cierra la puerta detrás de él, cerciorándose de que el menor sigue sin asomarse. Se queda de pie y procede a hablar por radio.
– Agente L – carraspea antes de continuar – Informe a la persona de servicios sociales que va a ingresar con usted a la vivienda. Vendrán directamente a la habitación donde encontramos al menor. Lo que tenga que hablar con él, lo hará dentro. Hasta que no se haya cubierto la zona y ordene que es seguro que saquen al menor, no se hace. Ya una vez fuera, los servicios médicos podrán atenderle en caso de ser necesario. ¿Le ha quedado claro?
– 10-4 Subdirector.
Un par de minutos después, Volkov observa a una mujer vestida formalmente, es un poco menuda, cabello castaño-rojizo, corto. Atrás está su compañera, la cual le va indicando el camino.
– Me presento, señorita – habla el peli gris, una vez tiene a la mujer enfrente – Soy el agente V.
– Mucho gusto, señor – responde cordial la mujer – Mi nombre es Clara, lamento tener que conocernos en estas circunstancias.
– Ciertamente las circunstancias, como usted muy bien dice, no son las mejores – suspira, por quien sabe cuántas veces hoy – Pero es nuestro trabajo.
– Correcto – Clara mira hacia la trastocada puerta, detrás del intimidante hombre de dos metros – ¿Cuál es la situación del menor? Su compañera ya me ha puesto un poco en contexto.
Volkov le cuenta rápidamente lo que ha observado del niño y la conversación que logró entablar con él. Lo tiene inquieto que el menor sigue solo y desconoce en detalle lo que sucede a su alrededor. Después de explicarle, el Subdirector deja pasar a la mujer para que haga su trabajo. Antes de entrar con ella, le recuerda a Lisa que deben cubrir la zona antes de que Aiden salga.
Interminables le parecían a Volkov los minutos que pasaban dentro de esa habitación. La mujer estaba sentada en el mismo lugar en el que se sentó antes, él se encontraba recostado en la pared, al lado del armario; escuchando la tortuosa conversación. Quería irse ahí, pero tenía un trabajo muy importante que hacer: asegurarse de sacar al menor, de la mejor manera posible.
La mujer logra convencer a Aiden de salir del armario, por su propia cuenta. Cuando este comparte mirada con Volkov, este último le muestra una sonrisa, la cual corresponde. Buscan zapatos y un abrigo que pueda ponerse, para encaminarse a la salida. Antes de esto, Volkov se asegura de que es viable salir y en compañía de Clara, escoltan a Aiden fuera de su dormitorio y por consiguiente, fuera de su casa.
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El ruso sentía un gran peso sobre sus hombros y un cansancio, más que físico, un cansancio mental. Estaba conduciendo su coche en dirección a la mansión, era tarde, muy tarde. Después del incidente en esa vivienda, especialmente con el menor, el papeleo que tuvo que hacer fue extenuante. Notó además, que le costó cierto trabajo rellenar los informes de lo sucedido, lo que lo alargó mucho más. Tuvo también que esperar resultados del equipo forense para poder dar por terminado el caso.
Pero, ¿estaba realmente terminado para él?
Continuará...
Dibujo hecho por: Sammael @snakeofparadise en Twitter.
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