8: Debajo del barro

El cuarto de Alex tenía una ventana grande que recibía el sol de frente por la mañana. Despertó al amanecer, sin abrir los ojos. Notó una figura moviéndose frente a él, la sombra iba de un lado a otro interrumpiendo la luz que molestaba sus párpados. Seguramente era su hermana que venía a despertarlo para desayunar, con ese pensamiento entreabrió los ojos. Y los abrió por completo al ver que no había nadie. Se sentó en la cama, no era extraño suponer que algún pájaro podría haber cruzado delante de la ventana, jugando con su imaginación.

Eran las siete y media de la mañana. Bajó las escaleras adormilado, inhalando profundo el delicioso aroma del desayuno que preparaba su madre. Al llegar a la cocina ambas lo recibieron con un cálido "buenos días". Su hermana le sirvió un vaso de jugo de naranja con una sonrisa pronunciada.

—Anoche venía de la casa de los Bernier y me apoyé en la pared del granero para quitarle el exceso de barro a mis botas, y se desgranó una parte, entonces vi que abajo había un montón de dibujos bastante tenebrosos... —comentó Alex, observando con mucha atención los gestos de su madre.

Estela chistó molesta y apretó los labios. Isabela volvía a abrir los ojos de forma exagerada, con el evidente temor de que se dijera algo indebido.

—Bueno, ya sabes que los niños son capaces de hacer muchas travesuras —explicó refiriéndose a la época en que daba clases—. Tu hermana y yo preferimos cubrir la madera con barro antes que lijar y pintar el granero, por lo menos la mantiene fuerte. Después de todo no vamos a restaurarlo. Desde que tu padre ordenó cerrarlo, se ha quedado así. Y bien has dicho, esos dibujos son bastante tenebrosos como para dejarlos a la vista —se dio la vuelta y apagó la cocina.

—¿Quién es "Eli"? —continuó Alex.

Estela volteó de inmediato, se le secó la boca mirando el rostro de su hijo. Isabela se congeló sin levantar la vista de su plato. Alex paseó la mirada entre ambas mujeres.

—¿Qué? —preguntó intrigado por la reacción de ambas—. ¿Qué? —insistió—. Escuchen... —hizo una pausa para elegir bien las palabras que usaría—, no quiero seguir provocando este tipo de situaciones incómodas. Desde que llegué siento que por algún lado hay una bomba a punto de estallar, y creo que lo mejor para los tres, como familia, será que tratemos de simplificar algunos misterios...

—Eli es por Elizabeth. Puede que no recuerdes a los Roy, pero era una niña con dificultades de aprendizaje, que estudió aquí en nuestra casa, junto a su hermano. Murió siendo adolescente. No volví a dar clases después de eso. Lo que viste, fue obra de su hermano mellizo. Después de que Elizabeth murió, él se escapaba de casa, la dibujaba y escribía su nombre con una piedra filosa en las paredes del granero mientras tarareaba, lo hacía por horas hasta lastimarse los dedos. Cuando su padre venía a buscarlo, comenzaba a gritar incoherencias y asustaba a los otros niños —contó su madre, con evidente amargura—. Espero que eso logre "simplificar algunos misterios". Queremos disfrutar el presente, tu regreso. Esperamos tanto para recuperar el tiempo perdido contigo, que no deseamos hablar de esos momentos, que fueron duros para todo el pueblo, no sólo para nuestra familia.

Alex agachó la cabeza y asintió.

—Lo siento, no sabía que... —Se mordió el labio inferior—. Mamá...

—Lo mejor será terminar este delicioso desayuno —Estela se sentó a la mesa tratando de gesticular una sonrisa—, y alistarnos, que pronto se hará la hora de ir a misa.

...

Sentado en los bancos de la Iglesia, observaba la espalda de Edison. El hombre giraba la cabeza conversando con su padre y le lanzaba una mirada de soslayo. De pronto se disculpó y se levantó, caminando hacia una abertura que iba a un pasillo.

—Voy al baño —dijo Alex y se levantó, esperando unos segundos antes de desaparecer por la misma abertura.

Edison se metió al baño y Alex lo siguió tan de cerca, que no le dio tiempo de reaccionar cuando lo acorraló en un cubículo. Las manos traviesas de ambos se deslizaban hábiles debajo de la ropa, recorriendo la piel con caricias groseras. Se enredaron en besos apasionados, hasta agotar la paciencia cuando ardió el deseo. Alex lo sometió de espaldas contra la pared del cubículo, con una mano en su pecho, mientras que la otra se afirmaba a su cintura luego de apartar la ropa. Edison tuvo que ahogar sus gemidos para evitar ser escuchado. Disfrutó las embestidas entre jadeos pesados, sujetando con fuerza las muñecas de Alex. Apenas podía permanecer de pie tras cada golpe que recibía sobre sus glúteos; el placer lo desbordaba, le hacía temblar las rodillas. Podía sentir el clímax latiendo en la cabeza de su miembro hinchado, derramándose. De pronto Alex lo tomó en su mano, y con un par de movimientos audaces lo hizo terminar de forma abundante, para luego acabar él también, en su interior, penetrándolo tan profundo que lo hizo soltar un quejido lastimero.

—Alex... Esta es la casa de Dios... —reprochó Edison, aún jadeante.

—¿Y cuánto más nos puede odiar? No importa cuánto tiempo te sientes en esos bancos, Edi, nosotros ya estamos condenados —sentenció.

Caminaron juntos por el pasillo que llevaba a la sala central.

—Cuando hablamos ayer, me entusiasmé contándote sobre mi vida en París y olvidé preguntarte lo que inicialmente le iba a preguntar a tu padre —inició Alex, observando curioso a Edison, que caminaba cabizbajo, avergonzado de su sola existencia—. En casa se convirtió en un tabú hablar de ello... ¿Tú sabes por qué cerraron el granero?

Edison se detuvo en medio del camino y levantó la vista hacia él, sus pupilas bailaron de un lado a otro mientras los recuerdos se asomaban como un carrete de fotografías. El granero de los Santis, el lugar donde purgaban a los pecadores; cerrado por mandato de Alex Santis tras aquel trágico suceso.

—Edison... —Alex acarició su mejilla al ver que se había perdido en sus pensamientos.

—Por el suicidio... de Elizabeth Roy —contestó Edison fijando la vista en la mirada de sorpresa de Alex.

Entonces una voz clara interrumpió el momento.

—La misa va a empezar —dijo Isabela, parada a unos metros de distancia.

Ambos se apartaron y caminaron hacia ella con naturalidad, tratando de no verse sospechosos; pero a sabiendas de que la caricia no había pasado desapercibida.  

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