❦Recuerdos de antaño❦
Heather- Conan Gray
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— ¿No hace demasiado calor para usar ese suéter?
— En lo absoluto.
— Eres raro, Grace.
— Lo sé...
Las palabras teñidas en melancolía, los sentimientos sumidos en la agonía más dulce, marchitándose con suavidad en su pecho, aquello que lo lastima, algún día...ya no regresará. Mas lo que le abriga no, eso será siempre su recuerdo de antaño.
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Cuando lo conoció, ambos eran simplemente niños que se conectaron de forma fugaz y amistosa, era un chiste. No había mucho que decir con respecto a la primera vez que lo vio, porque todo lo opacó sus ojos azules titilantes de timidez, los cuales y sin querer, Ray comenzó a atesorar.
Que los amó como nunca imaginó hacerlo en su vida.
El libro "Matar a un ruiseñor" era perfecto para compartir y empezar su inocente amistad, y aunque él ya lo había leído no hace mucho, quería acompañar al albino en su lectura serena y con risas e ideas de por medio.
Ray quería un amigo, con eso se podría resumir su consideración para con el pequeño y tímido Norman de ocho años, pero con el pasar del tiempo, con el morir de las estaciones y las flores volando para preñar el viento con su fragancia fallecida, sencillamente los sentimientos cambiaron.
Las risas eran más bonitas, el manto celestial más cálido y su corazón, un poco más vivo que en el antaño de niñez. Había aprendido en aquellos años que matar a un ruiseñor era pecado, así que matar a un sentimiento, además de ser un terrible error, también era imposible (que lo había intentado con Norman, pero borrarlo de ese espacio curioso que él poseía en su pecho sería insoportable). Amarlo no estuvo en sus planes, amarlo no estaba ni en sus más lejanos sueños, pero lo estaba en ese entonces.
Amarlo quizás estaba ya escrito en su vida, pero ser amado por él era solo un mal borrón. Aún así, sabiendo aquello, amarlo es lo que hacía en las sombras.
La persona que es Norman simplemente le gusta, tanto en el pasado como en la actualidad, desde pequeños fue así, un compañero que compartía de vez en cuando sus locuras como desarmar el reloj favorito de su madre y ser regañados en el proceso. Un compañero para compartir resfríos o leer un buen libro, para permanecer en silencio cuando lo necesitaban y para reír cuando se pedía. Para compartir sueños y revelar sentimientos.
Ray sin querer, fue amándolo sin pedirle permiso, y aunque Norman sólo le sonreía, no podía comprender miradas. Dicen que el lenguaje de los amantes es no decir nada y aún así entenderse, quizás si Ray hubiese sido un poco más expresivo en ese entonces, se lo hubiese hecho notar.
Ahora, si recuerda nuevamente el antaño dulce, puede ver claramente un pasaje de su vida que jamás borraría de su mente.
— ¿Tienes frío?
— Un poco, pero estoy bien— su expresión la tiene estampada en la cabeza, y es que las veces en las que Norman se comportaba demasiado amable y caballeroso lo envolvía en bondadosa calidez. Era falsa ya que seguía sintiendo frío, pero Norman hasta con los hombres era encantador.
Simplemente era Norman y su corazón tierno siendo él en esencia.
— Toma.
Al ver aquella prenda, lo primero que Ray pensó, extrañado, era que no le quedaría, ya que a diferencia de Norman, ambos no tenían gustos similares. En realidad, ambos eran muy distintos, porque mientras el chico de cabellos platinados era de usar colores claros, Ray era más de oscuros, negro para ser exactos. Pero francamente no le importó en lo absoluto aquello al ponérselo frente a él, y como si la prenda aún tuviese su calor, la sensación de frío desapareció para esparcir calidez a su delgado cuerpo.
— No te queda mal, en realidad, es cómico que te quede mejor que a mí, que envidia— fue lo que le dijo entre risas, y como si se tratase de poesía inaudita, no pudo evitar sonrojarse torpemente al verlo sonreír de una manera casi perfecta.
Su risa debe ser como la de un ángel, o símil a las sonatas que, en los libros, sabe que tocan. Se atreve a decir que es mucho más bella que la canción de cuna de su madre.
— Claro que me queda bien...aunque el material no sea el mejor.
— Se dice "gracias", Ray.
— Te lo entregaré mañana.
Que Norman lo acompañara a su casa no era extraño, era más como un hábito que conservaron desde niños hasta su juventud. Probablemente eso es lo que a Ray más le gustaba de Norman, además de sus orbes azul cristal y sonrisa suave y cariñosa; le gustaba que recuerde hasta el más mínimo detalle que los conectó como amigos, aquello lo hacía simplemente un chico fácil de amar.
Norman era también, el chico que quería besar en secreto, al que quería abrazar y pedirle en susurros que nunca se alejara de su lado. Ya en aquel momento, sin querer, se había enamorado de un ser con la sonrisa más linda y cabellos de algodón que le gustaría acariciar.
Le recuerda a la nieve, le gusta mucho la nieve.
Esa noche no lavó el suéter beige que Norman le había dado con gentileza para abrigarlo del frío, y aunque lo que haya hecho fue demasiado cursi para alguien como él, admite que no lo pudo evitar.
Si lo piensa bien... era muy romántico de joven.
La fragancia que aún llevaba la prenda era fascinante, todo en Norman lo es, no lo puede negar, así que durmió abrazado de este, drogándose en idilio amenazado de muerte. A veces, sin querer, los sentimientos mueren, se quiebran o permanecen allí, intactos pero con veneno al ser nuevamente tocados.
Quizás, si él no le hubiese presentado a Emma, todo seguiría siendo como antes.
Norman y él juntos como amigos, Norman y él juntos sin ser nada pero a la vez, siendo todo lo que necesitaban.
La pelirroja apareció en la mirada cielo de Norman como una casualidad en donde él tuvo gran colaboración, por el simple hecho de tener a Emma como vecina. Si pudiese retroceder el tiempo, si tuviese ese poder en sus manos y si hubiese sido el Ray de ese entonces, probablemente Norman y Emma nunca se hubieran conocido.
Y es que meses después del incidente del suéter, aquel que ya había sido devuelto por petición cómica de Norman, ella apareció con gracia ante la vista de ambos ¡Oh! Pero que ojos tan lastimados de pronto brillaron como el cielo espléndido de verano con tan solo verla.
Esa mirada era nueva, y tenía ya impregnado el nombre de Emma, aquella acción fue tan dolorosa en él que hizo mella sin querer en su pobre corazón temeroso.
Ray lo estaba perdiendo, a pesar de nunca haberlo tenido como deseaba.
— ¡Un gusto, soy la vecina de Ray, Emma Bell!
— Yo... soy Norman Ratri, es un placer conocerte.
Probablemente, en ese entonces, Ray no pudo darse cuenta que los verdaderos ojos lastimados eran los suyos y no los de Norman.
El tiempo volvió a pasar para ambos, con la única diferencia que Emma estaba a su lado. Llegó un invierno, quizás el más frío que había sentido en su vida. Recuerda que, mientras caminaban por la ciudad cubierta de nieve, Emma tembló, a pesar de estar usando el suéter beige de Norman.
Él le había dado su suéter, el mismo que Ray, hacía tiempo, también usaba para dormir y soñar con él ¿pero cómo poder odiar a Emma? Ella era como un ángel, solo que en esos momentos, Ray deseaba efímeramente que esté muerta.
En ese entonces, con tan solo ver como el tímido de Norman se atrevió a rodear los hombros de ella para luego sonreírle, le hizo ver muchas cosas.
Ella lo tenía hipnotizado...mientras que él iba muriendo.
Entonces sus recuerdos siguen con que, después de unos años, Norman se iba a casar con ella. Norman formaría una familia con la mujer que amaba.
— ¿Qué te parece ese de allá?
— Oye, no tienes que fingir, sé que odias comprar muebles.
— Te casarás dentro de una semana ¿no quieres un regalo costoso de mi parte?
— Lo que yo quería es que fueras el padrino.
El haberse negado a eso era más que claro, simplemente no podría partirse a pedazos al ver la boda, al menos tenía un ápice de cordura para proteger su corazón ya casi moribundo.
— Compraré ese.
— ¡Es muy caro, Ray!
— Me darás algo a cambio, no te preocupes.
— ¿Que deseas que te dé?
"Ya no te amo más, ya no te amaré más" son mentiras, también de antaño, que amaba decirse a sí mismo, así como ponerle sal a una herida fresca.
La boda se acercaba, estaba tan consciente de eso que le frustraba, no le podía hacer daño revelándole sus sentimientos de forma tan fácil cuando para él mismo, en ese entonces, tampoco lo era.
Pero por favor, por favor, por favor, lo necesitaba.
«Con la sencillez más injusta, con la garganta irritada y manos miedosas, acompañado de un corazón roto sin querer, puedo decir que, si alguna vez sientes que ya no podrás seguir con tu matrimonio, me tendrás a mí con el pecho abierto, esperándote.
Decirte adiós no es lo que haré ahora, pero es lo que debería hacer, porque te casarás con alguien que no soy yo, y si presencio tu boda, probablemente me de un ataque al corazón, y ni tú, ni Emma, ni yo, queremos que pase eso.
Pero esta carta no se trata de que no iré a tu boda, sino de algo más, y es que te amo.
Te amo, Norman, y el sentimiento de querer morir cuando estás con ella es agonía brutal. Te necesito más que ella, te necesito más que a nadie. Pero necesito algo más importante, tu felicidad.»
¿Mandarle esa carta días antes de su boda fue egoísta y dramático? En la actualidad, Ray cree que sí lo fue, pero no se arrepiente, porque así se fue de la ciudad.
Emma era un ángel, así que las probabilidades de que ella y Norman se separen eran nulas, por eso, en vez de esperar la respuesta de Norman para con su carta, prefirió huir de allí.
— Dime, qué deseas que te dé y lo haré antes de la boda— cuando le repitió eso, simplemente ya no lo hizo dudar más.
— Dame tu suéter.
— ¿Solo deseas eso?
— Es todo lo que quiero.
༻❁༺
El sol de California no es lo que le llama más la atención, tampoco son las playas, sino más bien la fragancia que esa ciudad llena de sueños desprende.
Recordar el antaño, aunque muchas personas crean que no es lo más sano, para Ray era todo lo contrario. Si Norman pertenecía a esos recuerdos, entonces valía la pena sumirse en estos y dejarse llevar por los sentimientos que parecen flotar por su ser libre y menos quebrado.
— Sigo creyendo fervientemente que hace demasiado calor para usar un suéter, Ray.
— En realidad no.
— ¿Es que acaso es muy importante llevarlo? Todos los días, desde que te conozco, lo llevas.
Hay sonrisas que a veces, demuestran tristeza y sutil alegría, Ray ya era experto en regalar estas. Ray ya era experto, también, en sonreír sin culpa alguna, y sin perder la esencia que lo caracterizaba.
— ¿Que si es importante? Es lo más importante que tengo.
— Cómo sea, Grace... escuché que tus amigos tuvieron un hijo ¿a que no sabes que nombre le han puesto?
— Le pusieron Ray ¿no es obvio?— responde el azabache con gracia, abrazándose a sí mismo al recordar la visita sorpresa de Norman y su cara molesta al verlo y reclamarle que tuvo que contratar a un investigador profesional para dar con su paradero. Ray quería tanto reírse, pero no pudo, porque la sonrisa de Norman lucía igual o más bonita como la recordaba.
Él no había cambiado en nada, así que lo sigue cuidando como antes, lo sigue queriendo como antes. Sigue llevando también, consigo, el libro de "Matar a un ruiseñor" y citando frases que los sumergen a ambos en nostalgia de niñez y juventud.
Lo único que no es como antes, son sus abrazos. Estos reflejan algo especial que pudieron haber tenido, y aún así no lo tuvieron. Ya sin querer, Ray es feliz con que las cosas se dieran así.
— Pensé que ya no hablabas con ellos, para ser sinceros, pensé que ya los habías olvidado.
— ¿Y por qué crees que olvidaría a la persona que una vez, fue la más importante de mi vida?
Las palabras que salen de sus labios dejan de ser azules, son más vivas, más calidas después de que, sin querer, los recuerdos de antaño lo inundaran.
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Conan Gray tiene la culpa de esto, lo juro >////<
ArtemisaJr te lo debía ¿recuerdas?
¡Muchas gracias por leer, los quiero mucho! 🌜🌻
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