Capítulo 6: De vuelta en Japón
Estaban tan cansados que sólo despertaron al sentir el avión aterrizar. Habían sido varias horas de viaje hasta que por fin llegaron a su destino.
—Ya llegamos— advirtió el moreno.
—¡Wow! —exclamó el francés al ver la enorme cantidad de edificios. Era completamente distinto a Egipto.
—¿Te gusta? —preguntaba el mayor.
—¡Sí! —los ojos de Polnareff brillaban, le encantaba viajar —¡además mira el cielo! —estaba muy hermoso, entre violeta y rosa.
—Me encanta verte sonreír— dijo Avdol —vamos, el señor Joestar dijo que vendría por nosotros —ante la afirmativa respuesta del menor, tomó su mano y caminaron hasta el abordaje de pasajeros, donde pudieron ver a Joseph junto a Jotaro, Kakyoin y Holly esperando por ellos —mira, Jean Pierre, esa es la madre de Jotaro —indicó con su índice a la mujer rubia que yacía entremedio de los Crusaders.
—¡Oh! —el peliplata abrió los ojos, ella tenía el cabello claro y no tenía nada que ver con la tez y color de cabello de Jotaro. Era una mujer de rasgos muy finos, además de bella, y transmitía un sentimiento totalmente opuesto al de Jotaro ¿cómo siquiera podía ser su madre? olvidó todo aquello por un rato y con sus maletas se acercaron a ellos.
Holly de inmediato corrió a recibirlos.
—¡Hola! —exclamaba sonriente la madre de Jotaro. Saludó a Avdol muy efusivamente y luego miró a Polnareff. —tú debes ser Polnareff, no sabes el gusto que me da conocerte.
—Muchas gracias— el aludido le sonrió amablemente —igualmente, Holly-san —aquella mujer era muy agradable y alegre. Hizo una pequeña reverencia justo como le habían dicho que se hacía en Japón a modo de respeto.
—Eres muy atractivo —comentó sincera la única mujer del grupo —ya veo por qué Avdol se enamoró de ti
—Oh...— aquel comentario tomó por sorpresa al albino, haciéndolo reír con nerviosismo —gracias. Usted es muy bella —dijo con tono galán.
Jotaro no pudo evitar su típico yare yare daze al escuchar a su amigo hacer un comentario así de su madre, similar al que alguna vez Kakyoin hizo en el pasado.
—¿Lo crees?—preguntó la de cabello claro —qué amable, muchas gracias —sonrió.
Una vez cesados los saludos con la madre del más alto de todos, Kakyoin se acercó a sus amigos a quienes no veía hace tiempo.
—Pol, Avdol, tanto tiempo —los abrazó con afecto. —¿como están? ha pasado tiempo desde que los vimos por última vez.
—¡Muchísimo! ¡han sido meses ya! —decía nostálgico el albino a lo que Kakyoin asintió.
—Así es —corroboró el moreno —¿cómo está la herida de tu estómago? —le preguntó al pelirrojo al recordar el terrible golpe que le dio Dio y que casi lo mata. De no ser porque la fundación Speedwagon llegó a tiempo a aquel lugar, otra historia estarían contando.
—Mucho mejor, gracias. Ya me he recuperado bastante.
—¿Jotaro te ha cuidado bien?— preguntaba el egipcio.
—Sí, muy bien— corroboró el de ojos violeta.
—Genial— Avdol rió y luego se acercó a Jotaro —hola Jojo.
—Hola, Avdol —respondió con un tono monótono, cómo siempre, mas se veía una muy sutil sonrisa en los labios —¿cómo han estado?
—Muy bien, felices —sonreía —¿y ustedes?
—Igualmente, ya casi terminamos con la escuela —desviaba el tema un tanto nervioso, evitando toda pregunta relacionada con Kakyoin. Su madre solía molestarlo con mucho con él y era suficiente para el de cabello oscuro, pero, ¿cómo no hacerlo? todos sabían desde el viaje que había algo más que amistad entre ellos, además, por la sonrisa que traía el pelirrojo, se notaba a leguas que Jotaro le había pedido que fueran novios.
—Me alegro mucho, Jotaro— dijo el egipcio—se te ve feliz.
—Lo estoy —respondió Jotaro, murmurando casi.
Luego de saludar al señor Joestar y conversar un rato, Holly intervino.
—Por favor, vamos a casa. Papá, ayúdalos con sus maletas, deben estar agotados por el viaje.
Joseph tomó el equipaje de la pareja y luego los llevó al auto. Vale decir, una gigantesca camioneta que había comprado un tiempo atrás, ya que había decidido quedarse un tiempo en Japón mientras Suzie se quedaba en Estados Unidos. En eso de media hora estaban en casa de Holly.
El lugar tenía una ambientación típica japonesa, como esas casonas antiguas que utilizaba el Shinsengumi siglos atrás. A Polnareff le fascinaba tal diversidad cultural.
—Siéntanse como en casa, por favor —dijo Holly.
El francés iba a adentrarse en el hogar , mas Avdol lo frenó y apuntó sus zapatos: debía quitárselos. Holly rió y le entregó unas pantuflas color rosa a la pareja recién llegada y finalmente se adentraron.
—Holly-san —habló Polnareff — Avdol y yo le trajimos algunas cosas de Egipto, un recuerdo —rascó su nuca —para mí es un honor conocerla y no podía venir con las manos vacías —de su bolso de mano sacó dos pequeñas cajas de terciopelo y se las entregó. Ahí estaba el brazalete y los pendientes que le habían comprado especialmente a ella.
—Oh, Polnareff ¡qué dulce! no debieron molestarse —dijo ella y recibió los pendientes —yo los invité porque estoy agradecida por lo que hicieron por mi, no para que llegaran con regalos.
—Lo sabemos pero es lo que haría un caballero, ¿no cree? —dijo el albino con ese característico tono que usaba con las mujeres, siempre manteniendo el respeto correspondiente. Avdol rodó los ojos ante la galantería de su novio.
—Es muy amable de su parte, los aretes son hermosos al igual que el brazalete. Muchas gracias —besó la mejilla de sus dos invitados a modo de agradecimiento —por favor, pónganse cómodos. Jotaro, hijo, muéstrales sus habitaciones. Yo iré a preparar la cena.
—Vengan —les llamó la atención el pelinegro —por aquí —les hizo un pequeño recorrido por la casa, que era gigantesca y los llevó frente a dos grandes ventanales —adentro están sus futones y dos armarios para que guarden sus cosas —explicó.
—Gracias Jotaro —Avdol sonrió —ordenaremos las cosas ahora.
El de gorra asintió y luego recordó las palabras de su (hace no tanto) novio: sé más amable, Jotaro
—Cualquier cosa me avisan —arrastró las palabras y con el dolor de su corazón trató de sonreír, cosa que le salió horrible y luego se fue.
Kakyoin aguardaba por Jotaro fuera de la habitación.
—Muy bien —sonreía el pelirrojo —me alegra que te esfuerces por ser más amable.
—Tch... —el contrario bajó su gorra para que así se cubriera un poco los ojos. —lo intenté pero no creo que haya salido bien —confesó. Con Kakyoin podía expresarse abiertamente.
—Poco a poco te saldrá mejor —el menor se aproximó a abrazarlo por el cuello. —te amo —sus ojos brillaban al verlo.
Jotaro le sonrió con suma sinceridad y besó sus labios dulcemente.
—Yo también te amo, Noriaki —amaba jugar con su nombre a veces. Kakyoin se ponía rojísimo y eso al más alto le encantaba. Lo aferró a su pecho un buen rato hasta que sintió su corazón calmarse.
Avdol, que había estado atento a las palabras de sus amigos, pudo observar aquella escena una vez se asomó por el marco de la puerta.
—Oye, Jean Pierre —susurró —mira.
Polnareff se acercó a su novio y abrió los ojos al ver lo que le indicaba observar.
—Vaya, vaya —comentó el aludido. —no conocía esa faceta de Jotaro —prosiguió a reír, error fatal para el francés ya que éste tenía una risa estrepitosa.
—¡Jean Pierre!— exclamó enseguida Avdol.
Al oír eso, Kakyoin se separó rápidamente de los brazos de su novio y ambos se fueron de ahí con prisa.
—Siempre tienes que ser tan escandaloso— le reprochó el egipcio.
—Qué esperabas —el peliplata se cubrió la boca cesando finalmente su risa. —me sorprendió Jotaro —se encogió de hombros.
—Deberías dejarlo ser romántico con Kakyoin, es lindo.
—Ahora lo haré, perdona, es solo que no lo veía capaz, es todo.
—Ya sabes como somos las rocas. Nos cuesta demostrar lo que sentimos— dijo Avdol, recordando las palabras de su novio un tiempo atrás, haciendo que este último soltara una gran carcajada.
—Sí que te tomaste enserio eso de la piedra ¿no? —sonreía y posteriormente lo abrazó.
—Me dolió cuando lo dijiste— admitió el moreno.
—Oye, oye... calma —Polnareff no quería hacerlo sentir mal —no lo dije con mala intención —tomó su rostro y lo besó —era una broma. Je t'aime, Avdol —susurró en su oído.
—Amo cuando lo dices así— el mayor estaba muy rojo.
—¿Enserio? —sonreía el albino, luego lo besó una vez más. —Je t'aime, Je t'aime, Je t'aime... —le hablaba con suma dulzura.
—¡Ya! —Avdol ocultó su rostro sonrojado, se sentía tan tonto por ello.
—¿Qué? —Polnareff reía —déjame verte —adoraba hacerlo sonrojar, cada día más y más.
—No, qué vergüenza— el moreno seguía cubriéndose el rostro.
—Oh, vamos...— el menor descubrió el rostro ajeno —Je t'aime, Avdol... —ahora él lo tomó del rostro y lo vio a los ojos —¿ves? Las rocas no se pondrían rojas —tomó su nariz, divertido.
—Te amo, tonto —rió el contrario y besó a su novio con dulzura —terminemos de desempacar.
En cosa de media hora Holly los llamó a cenar a todos los presentes.
—Se ve todo muy rico, Holly-san —comentaba Kakyoin, alegre. Adoraba como ella cocinaba. —bueno, como siempre —sonrió.
—¡Muchas gracias, Nori-kun! —exclamó alegre la rubia.
Jotaro vio con enfado a su madre. ¿Nori-kun? ¿qué clase de apodo tan malo era ese?
—Yare yare —dijo bajando su gorra.
—Realmente todo se ve muy sabroso —añadió el egipcio —¿no crees, Jean Pierre?
—¡Es fantástica, Holly-san! —la alabó el joven pálido. —huele delicioso.
—¡Coman por favor!— pidió ella.
Todos asintieron y luego de agradecer, comenzaron a comer. Estaba todo sumamente delicioso.
—Y dime, Polnareff —preguntó la rubia —¿cómo va la vida en Egipto?
El aludido se quedó pensando unos segundos
—Todo bien, sí. El clima es un tanto desgraciado —rió —pero es cosa de costumbre —sonrió —las edificaciones antiguas son muy bellas y para quedarse con la boca abierta. Por que vaya... no tengo palabras —se sentía tan turista —es muy bello todo. Un tanto caluroso, pero bello.
—Me gustaría haber conocido con ustedes— comentó la madre del pelinegro— papá me contó que tuvieron muchas aventuras.
Para salvarla a usted, Holly-san —le recordó el francés —aunque yo en un principio, al igual que Kakyoin, no eramos muy buenos que digamos.
—Pero no fue su culpa, queridos —dijo Holly— sino de Dio.
—Es usted muy dulce —le sonrió, conmovido Polnareff. Holly era una mujer muy preocupada y amable, le recordaba a su hermana. Ahora sonrió con nostalgia y sólo Avdol notó aquello —ahora el culpable no está y usted se encuentra bien, eso es lo que importa.
—Gracias a ustedes— aseguró Holly —por eso quise invitarlos, les estoy eternamente agradecida.
—No tiene por qué agradecer, era nuestro deber como caballeros— dijo el peliplata —primeramente de Joestar-san, Avdol y Jotaro. Nosotros nos unimos después.
—Y fue un honor —añadió Kakyoin —gracias a ello pude conocer a Jotaro —miró a su novio, sonrojado. Jotaro casi se puso morado de la vergüenza al oír aquellas palabras de su amado Luego carraspeó, sentía que todos en la mesa lo veían atentamente.
—Lo mismo digo... —dijo claramente el más alto.
—Que bueno que estén enamorados— afirmó Avdol —me hace muy feliz, igual que Polnareff y yo.
—Sí... —el aludido se sonrojó —el viaje nos hizo más que amigos —sonrió —y aparte, ya saben, pude dejar de lado mi venganza contra ese tipo —habló refiriéndose al asesino de Sherry —les agradezco ahora yo a ustedes, chicos.
—Nos unió mucho —el pelirrojo continuaba —conocimos a personas fabulosas. Jamás podría olvidarlo.
—Saben, chicos —habló Joseph al fin —creo que será un gran recuerdo para mi vejez. Soy yo quien debe darles las gracias. Bueno, primeramente a Avdol quien me ayudó con esto de los stands, luego Jotaro, Kakyoin, Polnareff e Iggy, no lo olvidemos —rió.
—Es cierto, a él también lo extrañaba— dijo Kakyoin, y acto seguido, miró al pequeño perrito que había viajado con sus amigos —¿y tú, Iggy? ¿nos extrañaste?
El can ladró feliz. Al principio odiaba la compañía humana pero luego de ver de lo que serían capaces los Crusaders, les tomó un gran respeto.
—Quién lo diría —añadió Polnareff —Holly-san, ¿no quiere quedárselo? —bromeó, pero Iggy sabía que no era ninguna broma. De vez en cuando tenían algunos roces.
—¡Sería un gusto! —respondió ella. Luego lo tomó en brazos y acarició su lomo —es un perro muy lindo.
—Pensaba que se negaría... —le decía al moreno entre risas —¿tú no tienes problemas, Jotaro?
—No gracias— respondió de inmediato Jotaro, negándose a aceptar a Iggy en su hogar.
—No hay remedio —el francés suspiró —nos lo quedaremos entonces—se encogió de hombros.
Así, todos continuaron charlando y hablando hasta que llegó la hora de dormir. Afortunadamente era viernes, así que ni Jotaro ni Kakyoin tenían escuela y podrían pasar más tiempo con sus amigos.
—Ya es hora de irme —le dijo el pelirrojo a Jotaro, quien estaba junto a él en el sillón del living.
—¿No te quedarás? —soltó sin más el mayor.
—¿Quieres que me quede? —preguntaba el de ojos violeta, feliz.
Jotaro asintió y lo tomó de las manos en señal afirmativa. Adoraba cuando se quedaba con él en su hogar o viceversa.
—Llamaré a mis padres entonces para avisar— dijo Kakyoin— me gusta pasar la noche contigo —se sonrojó.
—¿Oh, sí? ¿En qué sentido? —dijo ya más coqueto el de gorra. No había nadie aparte de ellos en el living.
—En todo sentido —Kakyoin comenzó a besar a su novio un poco más apasionadamente. —me gusta sentir tu cuerpo junto al mío, o bien sentir tu calor... —le sonrió con picardía.
—Me leíste el pensamiento —Jotaro se apegó a él y lo besó de manera tal que se quedaron sin aire al instante.
—Gh... —el menor suspiraba a través de esos besos. —Jojo... me fascinas —sentía cómo rápidamente comenzaba a sentirse ansioso de estar a solas con Jotaro, y no precisamente para dormir.
—Ya veo— el mayor mordió su labio inferior con deseo —¿qué pasa? —preguntó con la respiración agitada al ver a Kakyoin observarlo con lujuria.
—Tú sabes —dijo riendo el aludido. —no te hagas, bien sabes lo que provocas en mi.
—Pues es lo mismo que provocas en mí, Nori-kun —lo molestó un poco con el apodo que le había dado su madre horas atrás.
—Entonces vamos a tu cuarto, por favor —pidió desesperado el de aretes rojos —no quiero que alguien venga. Menos Polnareff, sabes como es.
Jotaro asintió y lo cargó en sus brazos para luego llevarlo a su habitación casi corriendo.
Por otro lado, Avdol se colocaba su pijama de una vez. Su novio ya estaba recostado en el futón que Holly había preparado para ellos.
—¿Te gustó la comida Japonesa? —preguntó Avdol mientras se desvestía.
—Es muy sabrosa —afirmó el abino —no creía que fuese tan buena —confesó.
—Así es. Es distinta a lo que se come en Egipto, pero no por eso menos sabrosa —el moreno se quitó el pañuelo que sujetaba su cabello y lo dejó caer sobre sus hombros
—Cómo amo que hagas eso... —decía sonriente Polnareff refiriéndose a la acción de su esposo de dejar caer su cabello.
—No entiendo por qué te gusta tanto mi cabello, Jean Pierre —se recostó junto a su novio.
—Es hermoso y muy ondulado, me encanta —comenzó a acariciar los largos cabellos del egipcio —es suave.
—Justo como el tuyo —decía el contrario acariciando el claro cabello ajeno —es suave y lindo como tú —besó sus labios.
Avdol siempre encontraba la forma de hacer sonrojar al francés, y eso le fascinaba. Le correspondió el beso sin dudarlo y luego lo abrazó.
—Te amo, Avdol— dijo embobado el menor—oye, estaba pensando que mañana podríamos salir a conocer un poco. Hay muchos lugares hermosos aquí en Japón.
—¡Claro! Le diré al señor Joestar que me preste su camioneta y saldremos a pasear.
—Fantástico —Polnareff asintió, sonriente a más no poder. Amaba salir con Avdol fuesen donde fuesen.
—Ven aquí —el moreno lo atrajo a su pecho. —hace frío —lo abrazó. —¿sabes? me sorprendió mucho ver a Jotaro tan enamorado.
—Ni que lo digas ¿ahora ves por qué reía?
—No tienes que reír. Es lindo que esté enamorado aunque es raro verlo sonreír todo el tiempo.
—Y escalofriante —añadió polnareff—vaya... cuándo fue que pasó todo esto.
—Ni idea, pero se ven lindos juntos.
—No puedo negarlo —se encogió de hombros el ojiazul —pero no muestran una diversidad cultural como nosotros —sonrió.
—Es cierto, nosotros somos mejores —reía el egipcio.
—Así es— corroboró Polnareff —¿sabes? la vez que soñé esa pesadilla de los recuerdos logré ver que nos casábamos —dijo casual.
—¿Si? —Avdol sonreía —¿te gustaría casarte conmigo?
—Me encantaría, Avdol— dijo con ojos brillantes el albino.
—A mi también— afirmó el contrario— pero creo que quizá debamos esperar.
—Oh...— el menor lo miró con duda. —muy pronto, ¿no? —no evitó desanimarse un poco ante la idea de que Avdol no quisiera casarse con él porque no estaba seguro de su amor.
—No, no es eso— corrigió el mayor —pero creo que quizá debamos definir bien nuestra situación. Quiero decir, sé que te ha gustado Egipto y todo eso, pero aún no sabemos si te quedarás por siempre o si te gustaría volver a tu país natal. No sé, creo que eso es importante.
—Tienes razón —Polnareff asintió y colocó su mano sobre su frente —Cómo olvidaba eso —rió —¿sabes? suena lindo eso de "quedarse por siempre". Pero ni yo mismo lo sé. Además en Francia ya no me queda nada. Bueno, ciertamente mi hogar, no más que eso.
—Es cierto... —Avdol lo observaba entristecido. De cierta forma le habría gustado poder salvar a su hermana, aunque fuese imposible pues no se conocían en ese entonces —pero ahora me tienes a mi.
—Lo sé —sonrió levemente el francés —y gracias, eh, por estar junto a mi.
—Siempre —Avdol besó sus labios —no podría dejarte.
—¿Ni aunque me olvidara de ti? —Polnareff quiso recordar la respuesta que le dio cuando tuvo esa tan horrible pesadilla.
—Haría lo imposible porque me recordaras —Avdol le sonrió con sinceridad.
Aquello hizo que el corazón del menor diera un vuelco.
—Je t'aime, Avdol.
—¡Ya! —el aludido se cubrió el rostro.
—¿Pero por qué te avergüenzas? —reía el peliplata —creo que no lo diré más.
—No es eso —Avdol lo miró a los ojos —cuando lo dices... me haces sentir tan feliz. Además, ese acento me vuelve loco.
—Entonces lo haré más seguido —Polmareff le guiñó un ojo. —el francés es la lengua del amor~ —canturreó.
—Es cierto —el moreno lo atrajo hacia sus labios —y yo tengo mucho amor para darte.
—Eso es bueno —el contrario lo tomó del cuello con necesidad —y yo mucho para corresponderte —y así juntó sus labios con los del contrario. Sonreía a través de sus besos para luego caer recostados en el futón. Avdol seguía besando los labios de su amado novio mientras que él continuaba correspondiendo hasta que cayó en cuenta de algo. —estamos... en casa de Holly-san... —decía entre suspiros.
—Si... —el moreno cesó en sus besos —lo sé —sonreía —me es difícil controlarme cuando me besas así.
—Oye oye, haces que no quiera detenerme —sonreía el francés. Después besó los labios ajenos rápidamente. —lo siento.
—Somos irresistibles —bromeó Avdol
—No podría estar más de acuerdo. Somos lo mejor de dos culturas —rió y luego bostezó.
—¿Durmamos?— sugirió el mayor— te ves cansado.
—Lo estoy— Polnareff también asintió y se acurrucó junto a él —buenas noches —besó su mejilla y casi al instante se durmió.
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