26. Que No Nos Pase Lo Mismo
Lágrimas y más lágrimas.
Rabia.
Impotencia
Dolor
Rocío había experimentado todos esos sentimientos de golpe y algunos más que no era capaz de distinguir. Su abuela le había advertido que iba a odiar a su abuelo Francisco y el hecho es que lo odiaba con cada fibra de su ser. Por lo que le hizo a su abuela. Por todo lo que ella tuvo que sufrir por su causa. Por todo lo que ella perdió.
- Rocío.
Ni siquiera escuchaba la voz de su abuela que la reclamaba. Ni sentía los brazos de Ferrán que la sujetaban. Era un mar de lágrimas. De amargas lágrimas.
Sintió las manos de su abuela que se aferraban a ella. Levantó la mirada para encontrarse con la de la anciana, pero, ella, a pesar de todo, le sonreía.
- Rocío, cariño, no llores. Ya pasó todo -le decía ella intentando reconfortarla.
- Abuela, estoy tan triste.
Rocío se abrazó a la mujer que desde pequeña siempre había estado a su lado. La que siempre había sido su apoyo. Y ahora que echaba la vista atrás, empezaba a entender muchas de las situaciones que había vivido en su casa.
Ese distanciamiento de sus abuelos y que apenas se hablaran. Como siempre se hacía lo que el abuelo Paco quería y como incluso el matrimonio dormía en dormitorios separados.
Rocío se abrazó a su abuela llorando desconsolada. Por un lado apenada por todo lo que ella había sufrido en la vida, y por otro, muerta de miedo porque a Ferrán y a ella les pasara lo mismo, algo que estaba ahí y que podía pasar.
Pasaron algunos minutos de más lágrimas, besos y abrazos. Por fin la joven se separó de su abuela enjuagando el agua de sus ojos. La miró con ternura y llenó su cara de besos.
- Eres una valiente, abuela. Estoy muy orgullosa de ti. ¿Y sabes qué? Que le den por culo al abuelo Paco porque al final estás con tu verdadero amor.
Julieta chasqueo su lengua algo contrariada porque no deseaba que Rocío hablara mal de su abuelo, pero era lo que él anciano hijo de puta merecía.
- ¿Y tú que hiciste, abuelo?
Ahora era Ferrán el que quería saber el resto de la historia. El valenciano atrapó la mano de Rocío con la suya y se la llevó a los labios, manteniéndola muy cerca de la suya.
Andrés le contó que esperó toda la noche a la vuelta de Julieta. Algo en su corazón le decía que algo había ocurrido y esa desazón no lo dejaba vivir. Por la mañana temprano partió hacia su casa dispuesta a raptarla si era necesario, pero encontró la vivienda vacía. Espero unos días pues no podía demorar más su partida a Francia.
A su vuelta, tres meses después, lo primero que hizo fui ir a ver a Julieta, y cual fue su sorpresa cuando se encontró a otra familia habitando allí. Ellos fueron los que le informaron que los antiguos residentes estaban cerca de la capital. Con el corazón roto y apesadumbrado, Andrés abandonó la provincia malagueña y se instaló en la localidad de Foios, donde un amigo le encontró un puesto de trabajo. Y allí, rehízo su vida. Encontró una buena mujer. Tuvo 2 hijos e intentó olvidarse de Julieta. Algo que no consiguió jamás.
Porque el primer amor nunca se olvida sólo nos engañamos pensando que ya no está.
Rocío miraba como caía la noche y abrazaba sus brazos intentando darse calor. Aún tenía ese malestar en el cuerpo. A pesar de que su abuela le reiteraba por activa y por pasiva que lo único que le importaba era el ahora, ella seguia sintiéndose mal.
Sintió la presencia de Ferrán detrás de ella. Sus brazos la envolvieron quitándole todo ese frío que ella pudiera tener. Se relajó apoyando su cabeza en su pecho dejando que los latidos de su corazón se tranquilizaran también.
- Pues ahora resulta que somos primos hermanos -le dijo Ferrán intentando ironizar con la situación. De golpe y porrazo se había encontrado conque tenía un nuevo tío.
- No lo somos, idiota. Compartimos primos pero tú y yo no lo somos.
- Joder, menos mal. Ya me veía pidiendo una dispensa al Papa para nuestra boda.
- ¡Ferrán!
Rocío palmeó su brazo y dejó que él le diera la vuelta. Al momento sus labios se vieron saqueado por los del chico y no tuvo más remedio que abandonarse a sus besos y a él. Al separarse se encontró con la brillante mirada de Ferrán haciendo que su corazón se agitara.
- Dime que no nos pasará como a ellos, Ferrán. Dime que nosotros no seremos ellos -le rogó ella sintiendo el corazón encogido aún por la pena.
- No lo seremos, te lo prometo -Ferrán rozó sus labios de nuevo y la atrajo hacia su pecho. La sentía temblar y él también lo estaba pasando mal pues no quería perderla.
- ¿Y qué haremos, Ferrán? Porque tú estás en Barcelona y yo en Málaga... y tú juegas al fútbol y yo estoy estudiando.
A Rocío se le quebró la voz y no pudo seguir hablando. Empezó a sollozar de nuevo de una manera desconsolada que ni Ferrán era capaz de cortar pues él estaba igual que ella.
- Tengo miedo, Ferrán. Tengo miedo de perderte. De dejar de sentir esto que siento por ti. Tengo miedo de que me olvides y dejes de quererme.
A Ferrán se me partía el alma de verla así, tan destrozada. El relato de su abuela había hecho mella en ella más hondo de lo que pensaba. Pero si algo bueno tenía todo esto, es que podrían aprender de los errores de sus abuelos y procurar que a ellos no les ocurriera.
- Mírame, Rocío. Te quiero. Y eso es algo que no va a cambiar en la vida. Me he enamorado de ti como un loco. Y te quiero ahora y siempre -le repetía él una y otra vez, rezando para que Rocio lo creyera.
- Pero...
- Sin peros. Tú y yo Rocío. Ya encontraremos la forma y si no existe, la crearemos. No tengo que volver a Barcelona hasta dentro de una semana, y cuando me vaya, te vendrás conmigo, si quieres, claro.
Rocío miró esos ojos que tanto amaba. Esa mirada sobre la suya que era tan especial. Ferrán no mentía. Lo sabía ella y lo sabía su corazón.
- Claro que quiero, Ferrán. Quiero pasar todo el tiempo que pueda contigo.
- Pues no hay nada más que hablar. Y quita esa cara de tristona que tienes -el valenciano la volvió a estrechar entre sus brazos besando su frente.
-Quítamela tú, entonces -le pidió ella buscando sus labios para poder besarlo.
-Pues ahora cenamos y nos vamos a mi casa -le dijo el muchacho con una pícara sonrisa.
- Mucha prisa tienes tú -le contestó ella dejando que él la besara de nuevo.
- Te voy a quitar la tristeza con besos. La pena con caricias y te voy a amar hasta que sea de día, mi niña preciosa.
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