Capítulo 35

     Estar en un evento importante donde no eres bienvenida no es nada fácil. Mucho menos lo es cuando estás en compañía de otras dos personas que tampoco son bien recibidas. Aún peor es ser el centro de atención luego de haber salido de una habitación con los ojos llorosos y el cabello un poco despeinado, en compañía del anfitrión principal del evento. Mil veces más terrible es estar pasando por todo eso, siendo originaria de un sitio rural. Los invitados son personas que no soportan estar en compañía de alguien que no pueda ir todos los días a las tiendas departamentales y gastar miles de euros en cosas que realmente no necesita. Mucho menos les agrada tener que convivir con alguien que quiere llevar una vida sencilla y humilde. Algo positivo que puedo decir sobre esas personas es que no necesitan inventar o exagerar las cosas que cuentan. Están tan apegados a su estilo de vida lleno de lujos, que cuando se quejan de las personas humildes lo hacen siendo totalmente honestos. Al menos, hasta cierto punto.

Gracias a los cotilleos que he conseguido escuchar, pude llenar algunos espacios vacíos en la historia de madame Marie Claire. Al parecer, creció en París en un seno familiar que vivía en condiciones de pobreza. Acudió a escuelas públicas durante toda su vida y conoció a François Montalbán en una biblioteca pública. Fue madre a muy temprana edad, pero los primeros años de su matrimonio fueron perfectos. A sus tempranos diecinueve años, comenzó con su cadena de negocios y su vida mejoró considerablemente. Siempre quiso tener una vida sencilla, así que no le apetecía estar rodeada de lujos. Claro que nada de eso le agradaba a monsieur Montalbán. En realidad, dudo que alguna vez hubiera estado enamorado de ella. Y, aun así, mientras escuchaba todos esos cotilleos, sólo podía recordar los momentos felices que ellos vivieron en el pueblo.

Tengo presentes en mi mente todos esos recuerdos del matrimonio Montalbán paseando por la verbena y besándose cada poco. Quisiera saber qué fue lo que ocurrió entre ellos. Que madame Marie Claire fuera un poco más comunicativa. Puedo ver en sus ojos el atisbo de tristeza cada que alguien hace un comentario sobre el divorcio, y es por eso que no quiero presionarla.

La botella de vino ya está a la mitad. No podemos hacer mucho en nuestra mesa más que comer y beber en vista de que nadie quiere relacionarse con nosotras. Monsieur Montalbán, con algunas copas encima, invitó a bailar a Camille Briand. Es un grotesco espectáculo. Siempre he creído que todas las personas deben envejecer con clase y dignidad, se nota que a Camille Briand no le enseñaron eso en ningún momento.

—Creo que es una noche aburrida —dice madame Marie Claire, luego de devorar la última galleta con caviar—. ¿Quieren irse?

Decir que es una noche aburrida no podría ser más correcto. No hay nada divertido en estar sentadas en una mesa mientras el resto de los invitados está bailando en la pista, o están en el resto de la casa haciendo cualquier cosa. Incluso Jacques está ocupado, mantiene una acalorada discusión con Etoile al otro lado de la terraza. Pauline está a punto de quedarse dormida y yo he estado mirando el poco vino que queda en mi copa de cristal durante cinco minutos enteros. Quizá más.

Ambas miramos a madame Marie Claire y esbozamos una sonrisa conformista. Sé que Jacques me ha pedido que esperara a que terminara todo el evento para poder hablar de lo nuestro. Pero, ¿qué caso tiene quedarme si no tengo nada que hacer? Supongo que todo habría sido diferente si Etoile y yo no hubiéramos tenido nuestro anterior encuentro.

—Llamaré a Antoine —anuncia madame Marie Claire, buscando su teléfono celular en el interior de su bolso—. Debe estar esperándonos.

Alcanzo a ver la hora en la pantalla del aparato. La una de la mañana. No recuerdo la última vez que me desvelé tanto.

—Lamento haberlas involucrado en esto —les digo, y tomo un sorbo de vino—. Creí que sería divertido.

—Todo está bien, cielo —sonríe madame Marie Claire.

Mientras ella realiza la llamada, me levanto para estirar las piernas. Me alegra bastante no haber quedado ebria luego de tomar tanto vino, tengo que decir que tengo bastante control de las funciones de mi cuerpo... Al menos mientras no se trate de llorar, pues en ese momento quedo totalmente desarmada y llego a derrumbarme constantemente. Aún duele un poco toda la zona que Etoile se atrevió a maltratar de esa forma tan cruel.

—Antoine, es hora de ir a casa —dice madame Marie Claire al teléfono—. Saldremos en un momento.

Termina la llamada e intercambia un par de palabras con Pauline que no consigo escuchar. Mi atención se centra totalmente en aquél rincón donde se encuentran Jacques y Etoile. Esa rubia operada está diciendo algo que tampoco consigo escuchar ya que la música del aparato de sonido tiene un volumen demasiado alto. Sólo puedo ver sus expresiones. El lenguaje corporal de ambos. Jacques intenta comportarse con firmeza, y ella señala personas al azar y no deja de moverse de un lado hacia otro. Jacques la toma por los hombros. Ella responde liberándose violentamente, y vuelve a estallar en reclamos.

—Es hora de irnos, Apoline —dice madame Marie Claire.

Supongo que puedo esperar hasta mañana para saber lo que está Jacques hablando con ella. Tomo mi bolso de encima de la mesa y le dedico media sonrisa a madame Marie Claire para comunicarle que estoy lista para partir.

—Será mejor despedirnos de Jacques —sugiere ella y acaricia mi mejilla con una mano—. ¿Estás bien, querida?

Lo que sucedió con Etoile en el baño no es ningún secreto para ella. En cuanto estuvimos las tres solas, les conté absolutamente todo a madame Marie Claire y a Pauline. No hace falta describir la expresión que ambas esbozaron para adivinar que les horrorizó saber que Etoile podía comportarse como una salvaje estando a solas con ella. Aunque no es para sorprenderse, considerando lo ocurrido en La Tour d'Argent.

Sé que madame Marie Claire quiere evitar que siga saliendo herida, así que sólo le sonrío y asiento rápidamente.

—Sólo duele un poco...

Acaricia por última vez mi mejilla y las tres nos alejamos de la mesa. Mi cabeza comienza a doler. No sé si se debe al desvelo, o a que también hoy ha sido un día condenadamente difícil.

—Creo que Jacques está un poco ocupado —dice madame Marie Claire, un poco decepcionada—. ¿Quieres esperar, o quieres que nos vayamos ya?

Coloca una mano sobre mi hombro.

—Vamos a despedirnos —digo, decidida.

Es un deseo absurdo e infantil. Un mero capricho. Quiero demostrarle a Etoile que ella no es centro del mundo... Al menos, no del mundo de Jacques. Madame Marie Claire asiente y avanzamos hacia el rincón donde ellos siguen discutiendo. Conforme nos vamos acercando, los gritos de Etoile se vuelven audibles.

—¡Estás demente si piensas que voy a aceptar que te veas con esa prostituta!

—Etoile, por favor...

—¡Desde que ella llegó, parece que tengo que suplicar por un poco de tu atención!

—Sabes que yo no quiero hacer esto.

—¿No quieres hacerlo conmigo, pero con ella sí? ¡La conoces hace pocos días y ya parece que quieres casarte con esa zorra!

—Por Dios, Etoile, estás enloqueciendo.

—¡Yo no estoy enloqueciendo! ¡Quiero que se vaya! ¡Ahora!

—No te preocupes. Ya me iba.

No puedo creer que lo dije en voz alta. Quiero correr a ocultarme, pero debo mantenerme firme. Etoile gira lentamente y me fulmina con esos ojos azules. De pronto, siento que volvemos a sumergirnos en una burbuja que deja afuera al resto de los invitados.

—¿No te enseñaron en ese sitio olvidado que no debes interrumpir conversaciones ajenas?

Ataca como si fuera un perro rabioso. Creo que no podría explicarlo mejor, la imagen le queda bastante bien. Jacques entorna los ojos y separa los labios para intervenir, pero yo le robo la palabra y respondo con altanería.

—¿Y en tus colegios privados no te enseñaron un poco de buenos modales?

Me siento un poco, demasiado, envalentonada gracias al vino que bebí hace un rato. Es posible que gracias a eso me esté atreviendo a enfrentar a Etoile.

—¿Por qué no te vas de una vez? —Responde ella—. ¿No te dije que no quería que interfirieras?

—¿Y por qué no me sacas tú?

Madame Marie Claire me toma por los hombros para intentar alejarme de Etoile. Pauline se une tirándome de un brazo, pero yo doy una violenta sacudida para liberarme.

—Quiero que te vayas —insiste—. No solo de la casa Montalbán. Quiero que te vayas de París.

—¿Eso quieres? ¿No crees que toda Francia sería un país demasiado pequeño para tu enorme ego?

Jacques la detiene a tiempo antes de que me abofetee.

—¿No crees que esta casa es demasiado grande para ti, considerando el sitio del que vienes?

Es la pelea más estúpida que he tenido en la vida.

—¡Quiero que te vayas! —Repite, antes de que yo pueda responderle. Alza tanto la voz que la música se apaga y todas las miradas se centran en nosotros—. ¡Una aborigen como tú no tiene nada que estar haciendo aquí!

—Etoile, basta —interviene Jacques.

Por el rabillo del ojo puedo ver a monsieur Montalbán abriéndose paso hacia nosotros. Camille va prendida de su brazo.

—Tengo todo el derecho de estar aquí —le respondo.

—No eres más que una asquerosa prostituta.

—La única prostituta aquí, eres tú.

Silencio. Las ancianas finalmente han detenido su tertulia para mirarnos.

—¿Qué fue lo que dijiste?

—Lo que escuchaste —espeto, y doy un paso al frente para acercarme un poco más a ella.

—No soy yo la que se está viendo a escondidas con un chico que está a punto de casarse, querida.

—¡Tu noviazgo con Jacques es una farsa! ¡Tú no puedes seguir saliendo con él!

—¡Y supongo que tú sí puedes!

—¡Claro que puedo!

—¿Y por qué querría él salir con alguien como tú?

—¡Porque Jacques y yo estamos comprometidos!

Los invitados se quedan asombrados. Se unen en una expresión de asombro. Incluso yo me habría unido a ellos de no ser porque debo parecer firme. Madame Marie Claire nos mira confundida. Pauline retrocede un poco. Monsieur Montalbán comienza a respirar agitadamente. Etoile me mira incrédula.

Y Jacques...

—¿Qué dijiste? —reclama Etoile.

Su voz débil demuestra que la he dejado totalmente desarmada. Es hora. Maldigo a esa botella de Château Latour. Tomo un profundo respiro y conecto mi mirada con la de Jacques.

—Yo soy Apoline Pourtoi. Jacques ha sido mi novio desde que teníamos trece años. Hace cinco, Jacques tuvo que venir a París, y me hizo una promesa... Nos comprometimos, y él prometió volver para pasar juntos el resto de nuestras vidas.

No es la historia más detallada que he contado, pero la mayoría de los invitados sólo nos miran para tener un poco más material de cotilleo. Jacques retrocede un poco aterrado, cosa que me desgarra el alma. Es aquí donde él debería lanzarse hacia mí exclamando que siempre lo supo, diciendo que ahora todo cobra sentido. Pero se queda quieto. Con los labios entreabiertos y mirándome como si se hubiera topado con un fantasma.

—¡Basta de tonterías! —Exclama monsieur Montalbán—. Marie Claire, quiero que te lleves a esa lunática. Sólo estás dando una mala imagen a mis invitados. Y tú —continúa, mirando a Jacques—. No quiero que vuelvas a ver a ninguna de esas tres. ¿Entiendes?

Pero Jacques no responde y no me quita la mirada de encima.

—Jacques...

Le suplico pronunciando su nombre con voz trémula, deseando que algo en su interior se altere y se dé cuenta de que todo cobra sentido ahora que he confesado en voz alta lo que he venido a hacer en París. Está tan confundido que no puede decir nada o quizá...

Quizá...

Quizá no dirá nada. Quizá pretende quedarse en silencio, comunicarme de esa manera que lo que acabo de pronunciar frente al resto de las personas es imposible.

Etoile lo mira angustiada. Herida. Ella tampoco puede creerlo.

Ahora lo sé.

Nunca debí venir a París.

—¡Apoline!

Sin importarme los gritos de madame Marie Claire y Pauline, salgo pitando hacia las escaleras y bajo los peldaños de dos en dos. Dejo una estela de lágrimas detrás de mí. Me pregunto si alguna vez podré dejar de lloriquear cuando algo no sale tal y como estaba planeado desde un principio. Tropiezo al llegar al segundo piso, pero me levanto de un salto y sigo con mi escape. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Cómo fue que permití que el vino me convirtiera en la Apoline que arruinó todos los progresos estando ahí arriba? ¿Cómo fui tan estúpida para pensar que Jacques lo entendería?

Salgo por la puerta principal tras darle un empujón a monsieur Jussieu. Con mi golpe he provocado que un trago de licor caiga sobre su camisa almidonada. El auto de Antoine ya está aparcado frente a la acera. Me detengo un poco sólo para verificar que ninguna de las decoraciones del jardín me impedirá llegar, aunque quisiera chocar contra cualquier cosa que me despertara de lo que seguramente es una terrible pesadilla.

Quiero despertar. Quiero cerrar los ojos, para volverlos a abrir y descubrir que estoy recostada en la cama de la habitación de huéspedes en el apartamento de madame Marie Claire. Suelto un fuerte sollozo que llama la atención de Antoine. Lo escucho llamar mi nombre y azota la portezuela del auto cuando sale de él a toda velocidad. Y cuando levanto la mirada para suplicarle que venga hasta aquí para llevarme entre sus brazos al auto, siento esa mano cerrándose sobre mi brazo izquierdo.

—¡Apoline, aguarda!

Jacques me hace girar sobre mis talones, la confusión aún brilla en sus ojos. Pauline y madame Marie Claire aparecen en el umbral de la puerta. Jacques me toma por los hombros. Antoine se detiene en la reja.

—¿Es cierto...? Apoline, lo que dijiste arriba...

Pero yo evito que él siga hablando colocando mi dedo índice sobre sus labios. Lo miro con mis ojos tristes y anegados en lágrimas. Acaricio su mejilla con una mano. Tomo el más profundo respiro de la vida. Me paro de puntillas para conseguir estar exactamente a la misma altura. Me impulso colocando la mano libre sobre su pecho. Inclino un poco mi cabeza hacia el lado izquierdo. Y, sin reparo o temor alguno, sello mis labios con los suyos. Encajan perfectamente, como si hubieran sido hechos el uno para el otro.

Es el beso más lento, dulce y delicado que he dado en la vida.

Él separa un poco sus labios y cierra los ojos, o al menos quiero creer que ha cerrado los ojos pues yo sí lo he hecho. Después de todo, los únicos besos sinceros son aquellos que se dan con los ojos cerrados. Nos conectamos durante un par de segundos, tras los cuales yo me alejo y vuelvo a mirarlo con aire suplicante. Él abre lentamente sus párpados. Sus ojos aceitunados me escudriñan y suelta un jadeo antes de pronunciar sus palabras. Su tono de voz es una mezcla imposible entre confusión, certeza, temor y alegría.

Dice sólo dos palabras. Dos palabras que he querido escuchar desde que inició esta aventura absurda. Seis letras que logran hacer que mis piernas se sientan como hechas de gelatina y me roban el aliento, haciéndome esbozar esa sonrisita tonta.

Esa sonrisa de enamorada.

—Eres tú.

CONTINUARÁ...

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