Capítulo 32
El recibidor de la casa tiene alfombrado de color rojo y paredes de color crema, está perfectamente iluminado y decorado con algunas plantas artificiales. Hay cuadros y fotografías en las paredes. Pocas personas se detienen a conversar, y otras más avanzan hacia el salón. Madame Marie Claire esboza una sonrisa que reboza nostalgia.
—¡Marie Claire! ¡Qué sorpresa verte aquí!
Madame Marie Claire borra su sonrisa cuando su mirada se conecta con la de esa mujer morena. Usa un vestido de color musgo. Un horrible vestido. Y su cara llena de arrugas parece haber sido atacada por una buena cantidad de botox.
—Camille —saluda madame Marie Claire con indiferencia.
—Desde que llegamos pude percibir ese olor tan rústico que tienes por todo el cuerpo —dice Camille—. Debiste tomar un baño ...
—Camille, querida —ríe madame Marie Claire—. No importa cuántas cirugías plásticas te hagan, o cuántos químicos inyectes en tu cuerpo. Todos deben saber que ya tienes más de sesenta.
¡Ese fue un gran golpe! Camille la fulmina con la mirada y pasa junto a nosotras. Madame Marie Claire esboza una sonrisa triunfal.
—Camille Briand —me explica—. Vieja amiga de François.
—Le ha dado una buena lección. ¿Quiénes se creen para criticar?
—A algunas personas les asusta lo que no conocen, Apoline —responde, y acaricia mi mejilla con una mano—. No permitas que te denigren. La mayoría de los amigos de François se ocultan detrás de sus millones para pretender que tienen el mundo en sus manos, y evitar que alguien más les haga ver cómo son las cosas en realidad.
—Y, ¿cómo son las cosas?
Pero ella sólo sonríe, y seguimos avanzando hacia el salón.
A ninguno de los invitados parece gustarle que madame Marie Claire esté aquí.
Todos la miran con desdén e incluso algunos se apartan de nosotras como si fuéramos radioactivas. Debe ser porque todos aquí son conocidos de monsieur Montalbán y no quisieran tener que seguir fingiendo que les agrada madame Marie Claire ahora que el matrimonio se ha acabado. Me pregunto si todos ellos siempre le dedicaron sonrisas hipócritas. Un muchacho pelirrojo reparte bocadillos en una bandeja. Hay otro chico rubio que reparte bebidas, y ambos llevan puestos pulcros uniformes de color blanco.
—¡Marie Claire! ¡No esperaba verte aquí!
Giramos para encontrar a un hombre rollizo.
—Aleron Jussieu —susurra ella—. Uno de los abogados que trabajaron en nuestro divorcio.
Jussieu se acerca a nosotras y saluda a madame Marie Claire con besos en los nudillos.
—¿Qué haces aquí? —le dice él.
—Jacques me invitó —responde ella.
—Y, ¿con quién has venido? —continua Jussieu, dedicándonos a Pauline y a mí una mirada despectiva.
—Mi socia, Apoline. Y mi asistente, Pauline.
Monsieur Jussieu besa nuestros nudillos. Toma nuestras manos como si estuviera haciendo un tremendo esfuerzo para no tocarnos.
—¿No has vuelto a casarte? —Le pregunta a madame Marie Claire—. Creí que tu chofer y tú iban aprovecharían el divorcio...
—La infidelidad fue una de las falsas evidencias que François pretendía usar en mi contra para quedarse con más posesiones de las que merecía. ¿Por qué no vas a beber algo, Aleron? —Añade con tono hiriente—. Creo que llevas sobrio demasiado tiempo.
Él sólo nos mira con suficiencia, y se aleja. No había pensado en ese escenario, hasta que Aleron Jussieu lo mencionó...
—Vivir rodeado de lujos implica ser un cretino... —dice Pauline.
—Bien dicho —respondo.
Dirijo una mirada hacia el resto de los invitados que hay en el salón y finalmente me siento un poco más confiada al verlo, aunque la inseguridad lucha con ahínco para volver a apoderarse de mí.
Conversando con un hombre calvo, de bigote poblado y que viste un traje gris, está Jacques.
Tan atractivo como siempre.
Lleva puesto un elegante traje negro, camisa color celeste y una corbata a juego. Zapatos perfectamente lustrados, y su castaño cabello alborotado contrasta notablemente.
El único problema es que su brazo izquierdo rodea la cintura de Etoile, quien va totalmente distinta a lo que yo imaginé que sería. Usa un vestido de color negro, adornado con brillantes que centellean cuando se mueve. Es tan largo que llega hasta sus pantorrillas. Lleva una mascada en los hombros. Su cabello cae por su hombro derecho. Su flequillo se inclina hacia el mismo lado y un par de mechones ondulados enmarcan su rostro. No lleva demasiada joyería. Usa guantes negros y largos. Sus zapatos son negros, abiertos y con un tacón no demasiado exagerado. Su maquillaje es demasiado sencillo y con una mano sujeta su bolso de piel.
Luce tan...
Hermosa...
Doy una mirada a mi atuendo para verificar que nada se haya salido de su sitio. Incluso verifico mi peinado en el inservible reflejo de una de las ventanas para así intentar acicalar mi cabello en caso de que se haya despeinado. Madame Marie Claire ríe cuando se percata de mi nerviosismo y siento mis mejillas ponerse coloradas.
—¡Apoline!
Casi como en cámara lenta, la mano con la que Jacques sostiene la cintura de Etoile se separa de ella. Etoile lo mira confundida, pero luego hace contacto visual conmigo y siento un escalofrío recorrer mi espalda. El golpe que aún tengo en el estómago y mi mejilla abofeteada cosquillean cuando el efecto que causa la mirada de odio de Etoile recorre mi cuerpo entero. Hasta la más pequeña fibra. Jacques, por su parte, camina hacia nosotras a grandes y veloces zancadas. Etoile lo sigue de mala gana.
—¡Luces preciosa! —dice Jacques.
Sin reparo, me toma de las manos y entrelaza nuestros dedos. Se acerca lentamente hasta que nuestras frentes se tocan, sus labios besan con delicadeza mi mejilla. Tengo que controlarme para evitar que mis piernas comiencen a temblar cuando las mariposas en mi estómago comienzan a revolotear con más intensidad.
—Tú también...
¿Cómo logra enloquecerme tanto?
Separa nuestras manos y va con madame Marie Claire para darle un fuerte abrazo y besar igualmente su mejilla. Ella le responde con esa sonrisa maternal. Ella también lo ha extrañado. Me pregunto cómo debe ser estar separada de tu propio hijo durante tantos años y reencontrarte con él cuando se ha convertido ya en un hombre.
—Tú también te ves increíble —dice Jacques, y avanza hasta Pauline para besar sus nudillos.
Ella se sonroja y suelta una risita nerviosa. Separo los labios para hacerle un cumplido sobre su apariencia, sobre lo apuesto que se ve en ese traje y con ese peinado tan rebelde, pero Etoile nos interrumpe, aclarando su garganta y posándose junto a él.
—¿No vas a presentarnos, querido?
Maldita zorra operada e hipócrita. Debe importarle mucho la imagen que da a todos los invitados. Jacques asiente y vuelve a rodear la cintura de Etoile con un brazo. Verlo en esa posición es como un gancho directo a mi corazón.
—Ella es Pauline Leblanc —le dice. Pauline y Etoile intercambian con besos en las mejillas—. Mi madre, Marie Claire.
Con madame Marie Claire, Etoile intercambia nuevamente besos en la mejilla. Y cuando llega el momento de saludarme, tan sólo roza nuestras mejillas como si le provocara un asco tremendo el simple hecho de tenerme cerca. Ahí está la verdadera Etoile.
—Ella es Etoile D'la Croix —continúa Jacques—. Es mí...
—Soy su novia —dice Etoile y remata su frase buscando la mano derecha de Jacques para sujetarla con fuerza.
Yo soy su novia. Tú no eres más que una oportunista.
—¿Quieren dar un recorrido por la casa? —ofrece Etoile.
Jacques intenta reprimir su impulso de poner los ojos en blanco, y rasca la punta de su nariz para intentar disimular la sonrisa que se dibuja en sus labios.
—Conozco bien este lugar, Etoile —sonríe madame Marie Claire.
—Vamos, no es ninguna molestia —insiste Etoile, y se separa de Jacques para tomar uno de los brazos de madame Marie Claire y separarla, demasiado abruptamente, de Pauline y de mí.
Creo que la única forma en la que puedo describirlo es diciendo que intenta acercarse a madame Marie Claire.
—Etoile, creo que no es necesario —interviene Jacques, y la toma por los hombros—. Mi madre vivía con nosotros antes de...
—Jacques, han pasado ya muchos años —reclama Etoile—. Al menos, vamos a acompañar a tu madre para que coma algo.
—No tengo hambre —dice madame Marie Claire, incomoda.
—No sea modesta, madame —sigue diciendo Etoile—: Después de todo, en ese pueblo no debe haber mucho que comer, ¿cierto?
Es como si el mundo entero se detuviera alrededor de nosotros. Madame Marie Claire la fulmina con la mirada, Jacques parpadea incrédulo un par de veces como si no pudiera creer las palabras que han salido de los labios de Etoile. Pauline nos mira a Etoile y a mí alternativamente y separa un poco los labios a causa de la sorpresa.
Y yo...
Es como si mi cuerpo entero estuviera en una lucha consigo mismo. Siento como si una delgada cuerda se enroscara alrededor de mi muñeca para hacerme levantar la mano y abofetearla, pero otra fuerza invisible tira de mi mano hacia abajo para evitarlo. La furia es tal que tengo que resistir para evitar que mi respiración se note tan agitada como en realidad se siente.
Me hierve la sangre.
No puedo permitir que una rubia operada y ricachona como ella desprecie de tal forma el sitio donde yo nací.
—¿Cuál es tu problema?
Me mira cuando escucha mis palabras y esboza esa sonrisa cruel sólo por un segundo, como si intentara demostrarme su verdadero ser y al mismo tiempo seguir manteniendo las apariencias.
Separa los labios para responder, pero otra voz, bastante familiar, se escucha a nuestras espaldas y devuelve la normalidad a la situación. O, al menos, sirve para que se dé la impresión de que todo vuelve a la normalidad, pues todo en nuestra pequeña burbuja sigue siendo incómodo y turbulento.
—¿Marie Claire? ¿Qué diablos haces tú aquí? ¿Y quién la ha invitado a ella?
Es monsieur Montalbán.
El hombre que no tiene ningún problema al demostrarnos lo mucho que detesta a madame Marie Claire y, especialmente, lo mucho que me odia.
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