Capítulo 31


     Pasé dos horas rodeada de brochas para maquillaje, muestras de perfumes, pruebas de joyería, tenazas para el cabello y ataques del aplicador de delineador líquido en contra de mis ojos. Dos horas de lo que bien pudo ser la peor tortura de mi vida, sólo comparable con el incidente del charco de agua sucia. Hoy es el gran baile de beneficencia y tuvimos que hacer un enorme esfuerzo para hacerme ver mucho más linda de lo que Etoile jamás podría verse.

Ya que Jacques envió tres entradas, madame Marie Claire decidió que Pauline irá con nosotras. Así que seremos Pauline, madame Marie Claire y yo, contra monsieur Montalbán y sus conocidos. Suena sencillo. Jacques dijo que enviaría una limusina para que nos llevara hasta el baile, pero yo me negué rotundamente. Y madame Marie Claire estuvo de acuerdo. Así que iremos en nuestro auto y Antoine nos acompañará. Cuando le expliqué el plan a Jacques, lo aceptó sin siquiera intentar negociar. Sé que a él también le angustia la idea de tener que juntarnos a mí y a Etoile en un espacio pequeño.

En cuanto al problema de Montalbán Entreprises, no se volvió a hablar del tema. Madame Marie Claire ha pasado largos ratos hablando por correo con sus abogados, y hace todo lo posible para evitar siquiera parecer angustiada. Me cuesta trabajo si quiera imaginar que a alguien en el mundo le gustaría verla sufrir. Después de todo, madame Marie Claire es una persona amable y humilde. Generosa con todo el mundo. Quiero ayudarla a resolver ese asunto, pero, ¿cómo puedo hacerlo si ella no quiere contármelo? Imagino que piensa que el asunto de Jacques ya me está sobrepasando demasiado como para además hacerme angustiar con asuntos que ella misma puede resolver. ¿Será eso lo que está pensando?

Como sea, ya estamos listas para ir al baile de beneficencia.

¡Pauline se ve encantadora!

Eligió un vestido de color celeste que le llega hasta los tobillos, lleva zapatillas blancas y su cabello lacio va peinado en una apretada coleta. Es una imagen un poco extraña para, mí pues estoy acostumbrada a verla cargando sus carpetas de documentos o atendiendo llamadas. Se ve incluso un poco más joven.

Madame Marie Claire, como siempre, se ve hermosa. Su vestido es de color crema y llega hasta sus rodillas. Me fascina su estilo. Ella sabe cómo vestirse con elegancia. Lleva una mascada sobre los hombros y todo su atuendo hace juego con accesorios de color cobre. Incluso el esmalte de sus uñas es de ese color.

Yo usaré el precioso vestido rojo que compró Jacques. Alberta ha lustrado los zapatos que hacen juego. Están preciosos y relucientes. Madame Marie Claire me ha prestado un par de largos guantes del mismo color que el vestido. Son tan largos que llegan hasta mis codos, y los he adornado con un par de brazaletes. Mi cabello irá lacio, adornado sólo con un pequeño broche con la forma de una mariposa. Tuvimos que maquillar mi mejilla golpeada. Fue una tortura sentir la brocha de maquillaje esparciendo el polvo para cubrir el golpe y luego repetirlo todo para aplicar un poco de rubor.

A decir verdad, agradezco que eso último se aplicara con una brocha especial y no con un par de pellizcos en las mejillas como sugirió Claudine con esa sonrisita cruel. Luego de los últimos toques, estamos listas para irnos y sólo nos sentamos las tres con Claudine en la estancia mientras esperamos a Antoine. Están transmitiendo una teleserie americana en la televisión. Pauline está dándole los últimos toques a su maquillaje. Madame Marie Claire tiene el portátil sobre las rodillas y teclea velozmente. Yo tengo mi teléfono en las manos, y espero impacientemente.

—Antoine está tardando demasiado —se queja Pauline, tras darle un vistazo al reloj de la pared.

—Paciencia, Pauline —responde madame Marie Claire, sin dejar de teclear—. Antoine ha llevado a Lucile al médico, ¿lo olvidas?

La mira por encima de sus gafas de media luna y arquea una de sus finas y perfectamente depiladas cejas.

—¿Lucile?

—La hija de Antoine. Tiene cinco años. Es encantadora.

No sabía que Antoine tenía familia.

—¿Está enferma?

—Un resfriado. No es nada grave.

No puedo imaginar a Antoine rodeado de una familia. Lo imagino llegando a casa cada noche, besando a una esposa bellísima y rodeado de niños pequeños. La imagen me hace sonreír, y me pregunto si Antoine tiene fotografías de sus hijos en su billetera para mostrarme. Alguien llama a la puerta. Alberta corre para recibir al recién llegado y es Antoine quien entra por el umbral.

—Lamento la tardanza. ¿Nos vamos ya, madame?

—Sí, vamos un poco tarde —responde madame Marie Claire.

Da los últimos tecleos, antes de cerrar el portátil y levantarse. Pauline la imita. Nos despedimos de Claudine, y seguimos a Antoine a través del pasillo para ir al ascensor. Es así como comienza una noche que seguramente será difícil de sobrellevar.

Cuando las puertas dobles se abren frente a nosotros, sólo puedo imaginar los posibles atuendos que Etoile podría usar para el baile. Me figuro una imagen mental de ella vestida con un atuendo entallado y con pocas telas, con un escote de infarto e incluso con la espalda descubierta. Mostrando sus piernas hasta casi llegar a sus muslos... A decir verdad, creo que me estoy imaginando a Etoile como si fuera algún tipo de prostituta barata. Conozco a monsieur Montalbán, y sé que él no querría que Jacques se relacionara con semejante persona, ni siquiera por todos los millones de euros del planeta. Como sea, sólo espero que yo luzca mucho más apantallante que ella. Después de todo, tengo que darle a Jacques la mejor impresión del mundo cuando le revele que soy yo esa chica que le impide desenvolverse en una relación sentimental con esa rubia operada. Si las cosas hubieran sido diferentes, ¿Jacques se hubiera enamorado de ella?

—¿En qué piensas, Apoline? —me dice madame Marie Claire, cuando vamos avanzando por la recepción del complejo.

—No es nada...

Antoine nos abre las puertas del auto. Cuando ocupo mi asiento, y mi olfato se impregna del aroma del cuero de los asientos, la resignación es inevitable.

Es uno de esos momentos en los que simplemente quiero dejarme llevar por la inseguridad, salir del auto y ocultarme en el apartamento para no tener que enfrentar a monsieur Montalbán. Pero no puedo rendirme ahora. Jacques tiene que saberlo. Tiene que saberlo todo, y sólo yo puedo decírselo. Así que solamente tomo un profundo respiro y me hundo en mi asiento cuando Antoine enciende el motor y nos ponemos en marcha.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

París luce hermoso por las noches, las luces de los edificios están todas encendidas y las personas caminan por las calles a gran velocidad. Algunas parejas se toman su tiempo y van de la mano, dirigen una mirada al cielo y sonríen cuando ven las estrellas. Entrelazan sus dedos y se detienen para besarse en algún pequeño rincón oscuro o poco iluminado. Desearía poder recorrer la ciudad con Jacques, por la noche, para poder ver juntos todas esas luces.

Pasamos frente a La Tour d'Argent en nuestro recorrido. En el agua del Río Sena se reflejan las luces de los fuegos artificiales.

—Apoline, quiero que te mantengas cerca de nosotras. No vayas a explorar por tu cuenta, ¿de acuerdo?

¿No debería sugerirme que me acerque a Jacques?

—¿Era en la Rue de Varenne, madame? —pregunta Antoine.

—Así es, Antoine —sonríe ella.

—¿Qué hay en la Rue de Varenne? —le pregunto.

Pauline sigue mirándose en el espejo y arreglando su maquillaje.

Yo creo que luce preciosa.

—Cuando vivíamos en París, François quería una casa grande y elegante —explica madame Marie Claire—. Yo siempre preferí las cosas sencillas, así que el apartamento era perfecto para mí. Pero François me convenció de comprar esa casa en la Rue de Varenne e íbamos cada fin de semana para pasar juntos un rato y que Jacques tuviera más espacio para jugar, pues era muy pequeño aún... Tras el divorcio, decidimos que François se quedaría con la casa y yo me quedaría en el apartamento.

—¿Y Alberta y Pauline se fueron con usted?

—No, Apoline —ríe ella—. Alberta era una vieja amiga de mi madre que quedó desempleada hace ya algunos años, se quedó sin un lugar dónde vivir. Y tampoco podía seguir pagando los estudios de Pauline. Una tarde, me contactó por correo electrónico y me pidió un empleo en alguna de mis tiendas. Yo decidí que se mudaran ambas al apartamento, y Alberta aceptó trabajar para mí. Se encarga de la limpieza desde entonces, y yo le pago por eso.

—El joven Montalbán y yo asistimos al mismo jardín de niños por un año entero —dice Pauline—. Él iniciaba su primer año, y yo estaba en tercero.

—¿Eres mayor que nosotros?

¡Imposible! ¡Juraría que Pauline era menor que yo!

—Así que conoces a Jacques...

—Todos conocemos al joven Montalbán —sonríe Pauline—. Es el hijo de madame Marie Claire. ¿No es así, Antoine?

Antoine esboza una sonrisa y asiente.

—¿Hace cuánto trabajas para madame Marie Claire, Antoine?

—Dieciséis años, mademoiselle.

Eso quiere decir que fue un año antes de que los Montalbán llegaran a Le Village de Tulipes. ¿Quién lo hubiera dicho?

—¿Y tu madre, Pauline? ¿Hace cuánto que trabaja para madame Marie Claire?

—Siete años.

¡Cómo pasa el tiempo! Lo cierto es que yo también llevo ya años trabajando con madame Marie Claire. Desde aquel verano cuando comencé a trabajar en el salón de belleza hace cinco años.

—Llegamos —anuncia Antoine.

Siento las mariposas revolotear con violencia en mi estómago. La casa frente a la que aparcamos es enorme, aunque no tanto como lo que imaginaba cuando llegué a París. La fachada es de color blanco y tiene un pequeño jardín al frente, está decorado con luces hermosas. Entran y salen personas por la reja de entrada, todos vestidos de forma elegante.

Para poder entrar, los invitados entregan sus invitaciones al hombre que vigila la entrada, un sujeto que viste con un traje negro y tiene una expresión de pocos amigos.

Luego de entrar, se dirigen a una pequeña urna de cristal donde introducen un sobre blanco.

—Apoline —me llama Madame Marie Claire, y deja sobre mi regazo un pequeño sobre.

—¿Qué es esto? —le pregunto.

Pauline y ella sostienen uno igual.

—Dinero. Debes dejarlo en la urna de la entrada. Es por eso que François invita a sus conocidos a eventos así.

No me agrada mucho la idea de obsequiarle el dinero de madame Marie Claire a monsieur Montalbán, pero igual asiento y tomo el sobre. Es liviano. No debe tener más que un par de billetes.

—Antoine, tú puedes ir a cenar algo —dice madame Marie Claire antes de abrir la puerta del auto para bajar—. Ve con Lucile, y descansa. Te llamaremos cuando sea hora de volver a casa.

—Sí, madame —dice él.

Bajamos del auto con ayuda de Antoine. Siento las manos de Pauline acomodando mi vestido en la parte de atrás para evitar que se noten demasiado las arrugas en la tela. Madame Marie Claire luce tan despreocupada, incluso parece que está feliz de volver a entrar a su vieja casa. Comenzamos a avanzar. Pauline aferra su pequeño bolso con manos temblorosas.

—¿Por qué me ha pedido que no me separe, madame?

Ella saca de su bolso nuestras invitaciones y se las entrega al hombre que tiene la expresión de pocos amigos.

—Cuando François te vea, no desaprovechará la oportunidad de molestarte —me explica y las tres dejamos nuestros sobres blancos en la urna—. Si te quedas con nosotras, no tendrá oportunidad.

Me dedica un guiño, y las tres nos abrimos paso hacia la puerta principal.

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